31 diciembre 2009

A Teresa, en fin de fiesta

Querida Teresita:

Empiezo esta nueva nota cibernética, dándole libertad a los escarceos de mi imaginación. Y me pregunto: eres Teresita - así, a secas - Teresa? O quizás proclamas uno de esos rimbombantes y largos apelativos con que nos quisieron adornar nuestros padres, allá por los años cincuenta? Me he puesto, sin proponérmelo, a intuir el complemento de tu nombre... Sugiero, muy probablemente, que Teresita del Niño Jesús, quizás. O, quién sabe, Teresita María de las Mercedes o Teresa de la Santísima Trinidad. Pero concluyo (cómo pude no haberlo advertido?), que no puede ser otro, que aquel que identifica la marca sutil y primordial de tu linaje; y entonces resuelvo: Si! Teresita de la Dolorosa del Colegio!!!

Vuelo desde Tianjin a Amsterdam esta tarde. Allá abajo es tierra agreste; árida y yerma, pero sobre todo tierra tosca y grosera. Un viento gélido y pertinaz, va domando el singular lomo de las colinas y va cubriendo, con su manto de nieve, el irregular paisaje de la meseta mongólica. Esta es tierra de gente nómada; raza aviesa e inquieta que un día, tras la férula de Gengis Khan, aterrorizó los cuatro puntos cardinales. Y yo, la observo desde arriba, testigo como soy (como me ha correspondido en suerte ser), de los efectos subyugantes con que, de manera cíclica e inmemorial, nos cobija o asola la condición telúrica de los caprichos de la madre naturaleza.

Vamos prontos a sobrevolar Ulaan Bataar (asì, repitiendo las vocales) cuando me encargan el mando y debo suspender la redacción de ésta...

... Hemos llegado ya a esta ciudad pequeña, pero de gran carácter que es la inquieta Amsterdam. Es ella una ciudad de espíritu artistico y liberal, cuyo signo la marca, mas aún que sus casas torcidas y sus innumerables canales. Aqui, meretrices de todas las razas, todas las formas y todas las edades, venden sus instantáneos y ocasionales amores furtivos, desde sus vitrinas apostadas a la ribera de la calle. Es ya la víspera de Año Nuevo; y justo en el pretil de la Nochevieja, estas mujeres venden sus amores y sus esperanzas a los solitarios transeúntes de (también) todas las edades. Es Amsterdam un pueblo hecho de casas acomodadas a la fuerza, por el solo prurito de completar el plan de la cuadra. Son casas construidas sin la ayuda de la escuadra y el nivel; construcciones que, como las modernas sinfonias de Mahler o Penderesky, alcanzan los valores de la armonía con su contradictoria irregularidad, con su obsceno reto a la misma gravedad, y no se diga que al diseño!

Pero... tampoco alcanzo a compartir la Nochevieja con los altivos holandeses, Teresa. Un sonido agudo y perentorio anuncia la inminencia de mi proxima recogida y también el fín de mi precaria duermevela. Es hora de levantarse, porque -otra vez- es hora de partir. Esta es la extraña impronta de mi oficio prometéico, Teresa: el saber que tengo que salir para volver a llegar; y que, nuevamente, habré de llegar para volver a partir! No es ésta acaso la condición misma de la vida? No es este nuestro inexcusable sino? Ese continuo ir y venir; y además, ese interminable deambular entre la espera y el apresuramiento; entre la desilusiòn y la esperanza?

Sobrevuelo, a mi regreso, los pueblos escandinavos. Es ya la víspera del año sobre el Báltico. Los nórdicos han abandonado su flema característica esta noche y han salido a proclamar los fervores de su entusiasmo, con el travieso juego de los fuegos de artificio (trabajos de fuego, los llaman en la lengua de Hemingway). Son luminosos destellos intermitentes que aclaran la noche, que incendian el cielo. Son trabucos empecinados que ametrallan con su demencial impostura la solemne tranquilidad del paisaje nocturno. Una explosión aqui, un estallido mas allá. Es la luminosidad destellante de esta noche de carnestolenda; es la metáfora fugaz de los fulgores de la vida, de los resplandores intermitentes en la nocturnidad del derroche.

Ya de vuelta a Shanghai, me asomo a mi fluvial paisaje de privilegio. Es el primer día del año; y observo desde mi ventana el deambular sin tregua de las embarcaciones en el río. Es el Huangpu un río de gran actividad y el más importante afluente del Yangtse, en esta parte, la más densamente poblada de la ribera oriental de la China. Una civilización milenaria renueva con su impertérrito trajinar, su vocación de trabajo, dedicación y esfuerzo. Hacia mi derecha, la más sorprendente luminosidad adorna la colonial silueta de los edificios oficilales en el meandro mas pronunciado del río. Es el "Bund" la huella mas europea que el viajero pudiera encontrar en esta parte del Asia. Allí un mirador en plena renovación invita a observar la silueta del lado opuesto; con la torre "Perla de Oriente" y los nuevos y formidables edificios, que definen el carácter sorprendente de la ciudad más moderna y vigorosa que el socialismo ha continuado desarrollando en esta contradictoria y emblemática parte del mundo.

Quise escribirte esta vez, acerca de ti o de mi; pero, como casi siempre, mi afán de confesión cede a este mosaico confuso y desordenado que siento como viajero deambulante. Son estas mis "impresiones al pasar", en las que algo puedo intercalar de aquello que nos permite reafirmar el ejercicio vital de nuestra existencia: la posibilidad de conservar en la retina, la posibilidad del recuerdo.

Que, como estoy? Son estos mis últimos meses en el Asia. Digo "en el Asia" con vicio de imprecisión; pues, cuando viajas por todo el mundo, quizás sea más apropiado decir unicamente "fuera del Ecuador". Y, oficioso es aclarar que, cuando digo "Ecuador" no siempre me refiero al país que nos integra; hago referencia, mas bién, a la familia que me formó y a los amigos que pasaron a complementar y a definir mi vida; a ese conjunto de afectos y recuerdos que alguien dió ya en llamar "la patria de la infancia". Porque son los lazos del afecto, Teresita, los que realmente nos marcan: ellos son la yunta y el alambique; el crisol y la piedra filosofal; el sustento cotidiano y el sol que nos abriga con sus renovados destellos.

En cuanto a tí... Yo se que estas bién. La tranquilidad define siempre a los espiritus buenos. Te pienso con cariño esta noche, en el albor incierto de una nueva década; consciente del artificio engañoso de la cronologia. Sabedor, como soy de la propincua fugacidad que tiene el tiempo, que es lúbrica albacora que se escapa, que es traviesa liebre que nos elude y que se aleja.

Hasta mañana, Teresa. Tu amigo que te quiere.

Mariano de Jesus Alberto
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11 diciembre 2009

Despedida a Juan Cueva

Juan Cueva:

Ya no quieres contestarme al teléfono, querido Juan. Pero… no creas que te escribo para reclamarte. Te escribo solo para decirte “gracias” por todas esas actitudes y circunstancias que tuviste desde siempre conmigo. Es que pasaron tantas y tantas cosas entre nosotros; y hoy has preferido una despedida inesperada y un raro, inexplicable e irreversible silencio!

Gracias Juan, por haberme recibido en tu casa, cuando todavía nadie en nuestra familia común quería todavía hacerlo; gracias por enviarme a tus entonces tiernos hijos a Lago Agrio para explorar la naturaleza, iniciar una colección de mariposas o escarabajos y empezar a conocer a quien un día ellos llamarían “Tío Alberto”; gracias Juan Cueva por tus discretos silencios ante mis propias incertidumbres, en esas noches de tertulia y carambolas libres en nuestros encuentros en Paris; gracias por no pedirme tomar partido en tus diferencias con ese otro gran amigo mío, que se distanció desde una triste tarde contigo; gracias por haber enriquecido mi vocabulario con palabras como “golloriento, gagón y cocorongo”; gracias por esa actitud de asombro y sorpresa que le dispensaste siempre a la vida; en fin, Juan Cueva, gracias por haber querido ser siempre mi hermano y mi amigo!

Déjame confesarte que me has dejado confundido. Tu, que decías que no estabas “ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario”, me vas a ayudar a recordar lo fugaz y transitoria que puede ser la vida; pero también, lo inciertos y misteriosos que suelen ser nuestros criterios frente a la muerte… No tuvimos oportunidad (no nos dimos chance) para ofrecernos un gesto de despedida, porque la vida, Juan, se sublima en la memoria y en la aptitud personal para hacer permanente el más humano de los atributos, que es el ejercicio del recuerdo.

Nos vas a hacer falta Juan Cueva, la familia empieza ya a perder a sus hijos. Pero… cómo voy a olvidar jamás, esa tarde inolvidable en casa de los Marigny, en las afueras de Paris; o nuestras citas “a muerte” para ganarnos unas partidas de billar en tu casa o en esos salones en la vecindad del Arco del Triunfo; cómo olvidar el sutil encanto de tu humor discreto…

No, Juan, no te escribo para despedirme o reclamarte. Te escribo para decirte que te vamos a extrañar; que, aunque, te has pasado a la otra orilla, te pienso con cariño; y para decirte, sobre todo, desde lo más profundo de mi confundido corazón, que te agradezco.

Me siento solo y triste esta tarde agobiante de Shangai. Descubro que me es imposible decirte “Adiós”, descubro que la vida se nos convirtió en una partida, donde las “bandas” son las circunstancias y donde lo único que cuenta son las carambolas que se logran con los recuerdos!!! Gracias Juan Cueva; y… perdóname que no te escriba esta tarde con mayúsculas. Eso, solo tu sabías hacerlo!


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