27 diciembre 2012

“Día de las Cajas”

“Se hace tan simple vivir con falsas fachadas y engañarse a uno mismo, en medio de una sociedad que vive y nos juzga solo por las apariencias”… Octavio Latorre. La maldición de la tortuga.

Lo he mencionado ya muchas veces. No estoy en el negocio fácil de dar consejos; primero, porque no me gusta ofrecerlos sin haber sido invitado para hacerlo; y, segundo, por una circunstancia fundamental: desde muchacho, y muy temprano en la vida, me dí cuenta que no tenía habilidad para los negocios… Sin embargo, y por ventaja, el propósito de este blog -o uno de sus objetivos- es el de provocar, el de invitar a otros a la reflexión. Insisto, no es mi intención dar ninguna clase de consejo, ni siquiera procuro o intento ofrecer ningún tipo de recomendación.

Por ello debe ser que en los últimos días del año procuro escribir un poco menos. Favorezco la intención de dedicar un poco más de tiempo a la lectura y a la meditación. Esa situación caprichosa y circunstancial que representa el curso cíclico del tiempo nos da la oportunidad de ponderar en el paso irremplazable de los días. Vivimos en forma tan irreflexiva durante las fechas previas a la Navidad, que año tras año me hago la misma reflexión y me veo abocado a hacerme las mismas preguntas. Y digo: ¿No hay en todo ese ansioso ajetreo algo de excesivo derroche y una cierta cuota de hipocresía? ¿No estamos viviendo parte de las preocupaciones que nos ocupan en estas fechas con el objeto de olvidar nuestras realidades, cuando no -también- para quedar bien con los otros o para satisfacer la deformada idea que de nosotros queremos que tengan los demás…?

Si tal motivación entrañaría algo de lo que queda dicho, si la generosidad que a veces exhibimos tendría que ver más bien con el deseo de ostentación y con el absurdo afán de alardear, es probable que hayamos confundido el sentido noble y magnánimo que debería tener la celebración navideña; si al espíritu pródigo habremos de rodearlo de aquel aparato jactancioso, carente de espiritualidad.

En Europa, y en forma especial en Gran Bretaña, se tiene la ya vieja costumbre de celebrar el “Día de las Cajas” (“Boxing Day”), un día después del de Navidad. Para muchos se convierte en un día más de compras de última hora; en un día para aprovechar las rebajas y gangas de los almacenes importantes. El “Día de las Cajas”, sin embargo, es una oportunidad para pensar en nuestros empleados y en las personas de menos recursos que viven a nuestro rededor; se convierte así en una oportunidad para practicar la más cristiana -y también la menos recordada- de las virtudes: la caridad con nuestro prójimo, el interés por la realidad ajena.

Nadie conoce el origen de esta filantrópica costumbre. Es factible que sea una tradición cristiana cuya celebración se remonta a la edad media y coincide con la fiesta de San Esteban, festividad que es conmemorada el 26 de diciembre. Se sugiere que en esa fecha, como los siervos y empleados han estado al servicio de sus patrones hasta el mismo día de la Navidad, es cuando estos les hacen entrega de sendas cajas conteniendo regalos; bonificaciones de carácter pecuniario o aguinaldos; e inclusive parte de los despojos del banquete de la noche previa.

Es probable que los vientos salinos de la hipocresía y del derroche vayan poco a poco corroyendo los debilitados metales de nuestra solidaridad social. Así, este “Día de las Cajas” nos da una oportunidad para pensar en que, por lo general, tenemos mucho más de lo que nos es necesario, mientras hay tanta y tanta gente, muy cerca nuestro, que sufre en silencio su verdadera y apremiante necesidad…

Casablanca, 26 de diciembre de 2012

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El olor de la carroña…

La voz ‘carroña’ viene de carne, al igual que otras palabras como son carnívoro, cárnico o carnestolenda; y solo quiere decir carne en descomposición o, lo que es lo mismo, carne podrida. En idéntica forma, el término ‘carroñero’ hace relación a aquellas aves y más animales que se alimentan de carne putrefacta. Debido a esa pirámide que desde tiempos inmemoriales establece el equilibrio en el ambiente, los animales se clasifican en dos grandes grupos, de acuerdo con su manera de alimentarse y habitual preferencia: unos conocidos como predadores y otros como carroñeros. Desde tiempos remotos esa división se ha mantenido como una constante en la evolución de las especies que existen en la naturaleza.

Es muy común, asimismo, identificar a los buitres con la repulsiva carroña. Esto, sin embargo de que, muy probablemente, nunca hayamos visto un verdadero buitre en toda nuestra vida. En lo personal, y con la excepción de los que he podido ver alguna vez en los zoológicos, debo confesar que he observado buitres en solo dos ocasiones en mi vida. Si descuento los que observé en forma reciente en las islas Galápagos, puedo decir que el único buitre que pude ver en nuestro Ecuador continental, fue por obra de esas circunstancias con que nos premia la casualidad y que tal testimonio se produjo solo en forma excepcional y fortuita.

Lo que sí vemos con frecuencia, y casi únicamente disputando aquellos residuos cadavéricos que caracterizan a la carroña, son aquellas aves oscuras y más pequeñas que en nuestros países andinos llamamos ‘gallinazos’ y que en México y Centro América conocen como ‘zopilotes’. Es corriente, e incluso algo frecuente, encontrar esas repugnantes aves en quebradas y caminos, pugnando y riñendo con avidez por unos ensangrentados y corrompidos pedazos; o, simplemente, merodeando en el cielo, asegurándose de que ellas, a su vez, no han de ser más tarde, víctimas de otro predador que esté esperando su eventual acercamiento.

Si algo resulta evidente es que estos pequeños buitres de color magro y macilento encuentran en los retazos de carne podrida su dieta predilecta. Esto, muy a pesar de que su vuelo elegante y majestuoso no parezca siquiera insinuar que su debilidad por la carne en descomposición constituya la sórdida forma de alimentación que es la de su favoritismo y preferencia. Desconozco si la carroña es su exclusiva forma de sustento y nutrición; pero intuyo que mientras más descompuesta luzca su sabrosa provisión, mayor ha de ser su deleite y más disputado ha de ser el trámite de su ceremonioso conciliábulo.

Aunque repugnante, nada tiene de antinatural que los buitres y gallinazos tengan esta despreciable preferencia. Si bien se puede observar, ellos no hacen otra cosa que cumplir con una tarea necesaria para la purificación del ambiente, así como para el saneamiento y asepsia de la naturaleza. Solo cabe imaginar qué sucedería con las miasmas del ambiente, si los zopilotes no ofrecerían su contribución para erradicar la hediondez y limpiar los escombros de fetidez y pestilencia. Por eso, la presencia del gallinazo es señal de mal olor, pero también indicio de promesa.

De idéntico modo, la carroña existe (shit happens!) y esto es natural, porque todos los seres vivos tienen un ciclo que está definido por el tiempo; lo que no es normal es tratar de ignorarla como si no importara ni existiera; y, lo que sería peor, tratar de ocultarla sin reconocer que con semejante tipo de trámite lo único seguro es que el proceso de descomposición se acelera e incrementa. Visto de esta manera, no debe gastarse pólvora para ahuyentar o castigar a los gallinazos; a lo que realmente debe propenderse es a no tratar de ocultar aquello que emana desagradables efluvios y que después, y cada vez con más fuerza, apesta…

Casablanca, 24 de diciembre de 2012
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21 diciembre 2012

Mareo de tierra

Tengo una sensación rara; esa impresión persistente de que el bote aún se sigue bamboleando; que sigue tratando de mantenerse estable luego de caer en las fosas irregulares que las olas crean en su deambular marino…

Sin embargo, esa sensación, la producida por el “chocolateo” ocasional de la embarcación que me ha transportado estos últimos días de excursión, es algo más que una experiencia sensorial; es la seguridad íntima de que pronto voy a volver; es el convencimiento, en ese sentido, de que el viaje todavía no ha terminado. Y sé también que cuando en el futuro me pregunten si he conocido las Galápagos, que no sabré qué decir, pues hay tanto y tanto que ver, tanto y tanto por conocer, que uno puede decir que ha ido, pero no puede decir que “conoce” aunque allí ya haya estado…

Sugiero que hay tres maneras de visitar estas fascinantes islas que no dejan de deslumbrar a sus extasiados visitantes. Una es haciendo el viaje en avión, cubriendo así los mil kilómetros de distancia que las separan del continente para, una vez allí, movilizarse en pequeñas embarcaciones que habrán de conducir al viajero a lugares específicos, donde puede apreciar diversos ejemplares de su flora y de su fauna -en su mayoría endémicos-, o simplemente sobrecogerse ante las características mágicas de un proceso geológico continuo e inmemorial, que no es fácil de que se lo pueda encontrar en otras partes.

Una segunda alternativa es utilizar los grandes barcos o cruceros turísticos. Estos cómodos navíos realizan sus recorridos hacia los diferentes destinos en las islas durante la noche y echan anclas durante el día frente a puntos escogidos, donde el interés del visitante y su intrínseco atractivo son los predominantes. Desde allí, los ávidos viajeros son transportados en pequeñas barcas, para visitar en tierra, o junto a la playa, un número determinado de subyugantes lugares.

Una tercera opción es venir al Archipiélago de Colón por propia cuenta y luego realizar excursiones y recorridos puntuales. Esta última elección podría tener la ventaja de ir conociendo las islas de a poco, aprovechando las experiencias de los visitantes con quienes uno se encuentra y obteniendo ventaja de las sugerencias y conocimientos de los lugareños y de las facilidades locales. Esta opción tendría el indudable provecho de conocer Galápagos a ritmo propio y tener la favorable prerrogativa de descansar en tierra en medio de los diferentes viajes.

Porque si algo no reconocen los viajeros, hasta que han venido, es la enorme distancia que existe entre isla e isla, vale decir entre los lugares de atracción que son principales. El resultado es que gran parte de la visita a estas maravillosas formaciones marinas transcurre en desplazamientos y viajes. Hay ocasiones en que es preciso navegar por seis o siete horas durante el día para gastar solo un par de horas en estos alucinantes y encantadores lugares. Cuando el viajero cae en cuanta, reconoce que sólo ha captado fugaces instantáneas y que ni siquiera los propios guías podrían asegurar que conocen en forma exhaustiva y completa la inagotable geografía de estos sorprendentes parajes.

Lo que sí debe destacarse en Galápagos es el celoso cuidado de la naturaleza, la calidad de los servicios y la eficiente organización turística. Inclusive -y esto es algo que sobre todo a los nacionales ha de llamarnos la atención-, se observa por doquier un cuidado de los residentes por mantener bien presentadas sus moradas y, asimismo, limpias y bien cuidadas sus calles. Bien haría el habitante de los pueblos y villorrios del Ecuador continental en tratar de emular esta cuota de decoro y de celo por la presentación que el insular ha puesto para impulsar el atractivo de sus recursos y ofrecer una mejor imagen a los visitantes.

Puerto Ayora, 21 de diciembre de 2012
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20 diciembre 2012

“Vista de ojos! Vista de ojos!”

Era un hombre callado y de origen discreto. Se había convertido en hermano por esos meandros que tiene el destino. O, más bien, para evitar ser empujado por esos caprichosos remolinos que se forman en los bruscos virajes que se dan en su recorrido. Se llamaba Carlos -o ese era el nombre de congregación que él había escogido-. Nosotros, sin que siquiera lo sepa, le habíamos apodado de Micerino.

Era uno de los pocos que se había resistido a sucumbir a una recién aparecida moda, que ya amenazaba entonces con convertirse en predominante: el desdén por el uso de un hábito que un clérigo de nombre Juan Bautista había convertido en inconfundible sello de los legos de “La Salle”. Era el titular de nuestro curso, el encargado de supervisar nuestro desempeño académico y de preparar aquellas inolvidables “libretas” que calificaron nuestra dedicación y estudiantil esfuerzo. Fue también el responsable de la asignatura de Historia; y fue él, a través de la enseñanza de esa materia, quien habría de interesarnos en el pasado del hombre y, sin que el mismo cayera en cuenta, quien nos contaría la historia de su vida…

Pero… la tierra no estuvo lista para recibir aquellas semillas! Éramos, en esos inquietos años, solo unos inconformes adolescentes, ávidos por descubrir nuevos placeres y conseguir la aquiescencia o aprobación de nuestros vecinos. Por ello, en el probable ánimo de ser aceptados o reconocidos como parte integrante de aquel díscolo grupo, cuando el buen hombre entraba en el aula, un eco callado empezaba a mascullar su apodo y todos en el curso repetíamos la artera como maliciosa consigna. Entonces, un rumor tortuoso repetía: Micerino, Micerino…

Desde un cierto día, algún líder de ocasión puso de moda la graciosa amenaza de bajar los pantalones a quienes llegasen tarde a clases, al atravesar los corredores o al intentar desplazarse entre los corrillos. “Vista de ojos. Vista de ojos”, era la frase acordada; y, de nuevo, como un rumor que iba creciendo, se repetía el contraseña convenido … Pero, aquel “vista de ojos” fue solo una manera de “hacer relajo”; vale decir, fueron solo ganas de incordiar y de fastidiar; fue solo una amenaza “de a chanzas”, una que nunca ejecutó su sentencia ni cometido!

La broma un día excedió, sin embargo, los recomendados límites que deben tener el respeto, la discreción y el buen sentido. Fue cuando el que acudió atrasado a dictar su cotidiana cátedra fue el circunspecto y magnánimo hermano Carlos, aquel a quien, sin saber ni siquiera por qué, habíamos endilgado el remoquete de Micerino. Cuando la indócil parroquia se percató de su demorada entrada, empezó a susurrar aquel nefasto “Vista de ojos! Vista de ojos!”, en lugar del otro ya acostumbrado murmullo de Micerino, Micerino, Micerino…

Al día siguiente, mientras los demás salían al recreo, me pidió que permaneciera en el aula. No lo hizo para echar responsabilidad sobre mis hombros, ni siquiera para que le explicara de dónde había salido aquel apodo faraónico y egipcio, el mentado Micerino. Quería saber el sentido de la otra frase, un significado que muchos de nuestros propios condiscípulos tampoco conocían. Uno que muchos años más tarde, yo mismo descubrí que solo era una forma inocua de farfullar, que alguien había copiado de una broma inofensiva acostumbrada en la milicia.

Hace pocos días, un prestigioso cirujano oftalmólogo, me había invitado a acompañarlo en el quirófano, para presenciar unas pocas de sus maravillosas intervenciones médicas. Ahí, mientras él ejecutaba sus formidables operaciones y ejercía esos delicados cortes oculares con su escalpelo, un rumor a mis espaldas, con esa fuerza inusitada que tienen los recuerdos, volvió a repetirme con maliciosa travesura la olvidada contraseña. De nuevo, y con intención sediciosa, subversiva y chapucera, aquel “Vista de ojos! Vista de ojos!” alguien me fue susurrando al oído…

Finch Bay, Galápagos, 19 de diciembre de 2012
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19 diciembre 2012

Tierra prometida

Fue siempre una invitación para la lujuria y, hasta aquí, solo terminó siendo una invitación para la mentira. Porque, cómo decir que nunca estuve, cómo confesar que no había venido, sobre todo porque pude haberlo hecho tantas veces; porque tantas y tantas veces no aproveché la repetida oportunidad que tuve para dejarlo todo y poder venir a conocer… Por eso, cuando el avión va concluyendo su sosegado descenso, es el atenuado ruido de los motores el que parece ayudarme a tararear para mis adentros la adaptada frase de una conocida tonada popular… Tantas veces, he mentido tantas veces!

Pronto, el tranquilo desplazamiento aéreo del aparato cesa y la condición irregular de la pista de concreto parece amplificar la perentoria sensación que suscita la naturaleza irregular de la maniobra de aterrizaje. Por eso, cuando el avión concluye sus maniobras en tierra, cuando se apagan sus motores y los ilusionados pasajeros son invitados a descender del bimotor, bajo yo también con parsimonia esa metálica escalerilla y siento esa acción catártica que en los días de calor parece producir el viento cuando golpea en nuestros rostros. Y es entonces, cuando siento bajo mis pies esta tierra, que me fuera tantas veces prometida, y sé que ya nunca más  contestaré que no, que nunca había venido a Galápagos; y que ya nunca jamás estaré tentado a tener que mentir…

Baltra, o Seymour Sur, es una isla pequeña, casi desértica, que semeja una península desprendida de su isla contigua. Su yermo paisaje no aporta a la expectante y primera impresión que quiere captar el viajero advenedizo. Por ello, cuando el desvencijado transporte concluye su corto recorrido y los turistas hacen uso de una diminuta embarcación para cruzar el angosto canal que separa a esta árida isla de su vecina y más grande, conocida en el pasado con el nombre de Infatigable, y hoy bautizada como Santa Cruz, todos los viajeros parecen contagiarse de una fresca y renovada expectativa, diríase que de la seguridad que este agreste paraje va a ser parte de una experiencia inédita e inolvidable.

Luego de treinta minutos sobre un bien atendido camino se llega a Puerto Ayora. Es un sendero de trazos rectos, a ratos interrumpido por requiebres ondulantes. Sorprende el continuo cambio que el variante micro-clima parece ir ejerciendo en el renovado paisaje. Pronto la aridez queda atrás y es reemplazada por una vegetación voraz, selvática e impenetrable. Ya cuando la transportación va concluyendo su rutinario recorrido, aparece la costa meridional con su perfil agreste, tosco y pedregoso. Entonces surge de nuevo el contraste entre el brillo del mar y la roca persistente, porfiada y tenaz… Infatigable!

Ya a bordo de la diminuta embarcación que nos transportará al lugar de nuestro hospedaje, cuesta no mirar hacia el sur, donde aparece como promisorio augurio el perfil de la isla Santa Fe; y se hace difícil no meditar en la naturaleza esquiva de estas tierras inhóspitas, misteriosas y salvajes. Arduo es reconocer que se van a cumplir cinco siglos desde que las islas fueran avistadas por primera vez por Tomás de Berlanga, un fraile que vino a dar con estos parajes empujado por los vientos de la casualidad en una agitada jornada, próxima al naufragio inevitable.

Aquí, en esta misma bahía, miraron hacia el mar infinito corsarios y bucaneros; lo hicieron otros hombres también, unos con ilusión, otros con admiración y otros con esperanza. Unos vinieron a cumplir sus condenas, las del destierro o las del presidio; otros vinieron a reconocer el origen y el cambiante capricho de la naturaleza a través del paso infatigable -ese sí- del implacable tiempo…

Han venido a darnos su concertada bienvenida un número incontable de oscuras y pequeñas iguanas. Revolotean en desordenado acuerdo unos gorriones diminutos. “No son gorriones”, me corrigen quienes conocen. Son los inquietos pinzones que han dado su nombre a esta insignificante ensenada; nombre que es como callado homenaje al pasado, al linaje de unos esforzados marinos que surcaron otros mares y navegaron en otros tiempos. Unos tiempos que fueron de ilusión. Y también, de empeño infatigable…

Finch Bay, Galápagos, 18 de diciembre de 2012
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16 diciembre 2012

¿Es eso todo lo que tiene?

Llegué a Quito el 5 de diciembre, víspera del aniversario de su fundación española. Observo que esta última parte hay que decirla ahora con voz queda -a sottovoce- pues, a despecho de los mismos quiteños, las autoridades han optado por suprimir un par de frases del himno a su ciudad; ellas tenían que ver con la innegable herencia hispánica de la ciudad andina, en la cual casi el ciento por ciento de sus habitantes hablan una lengua española y donde la gran mayoría de la población ostenta un apellido hispánico. Este no deja de ser el caso incluso de su mismo burgomaestre, un señor de ideas confusas, de apellido Barrera…

Habían llegado tres vuelos internacionales, en forma simultánea, al aeropuerto capitalino esa misma noche. El trámite inmigratorio fue más bien ágil; sin embargo, el verdadero guirigay se armó cuando los representantes de aduana, sin consideración al espíritu festivo que ya reinaba en la urbe, y tampoco sin dar atención a lo limitado del espacio en la sala de llegada internacional, así como a la carencia de infraestructura para atender en forma efectiva y considerada a un número significativo de pasajeros, optó por ejercer un chequeo muy riguroso de los viajeros que llegaban. Más riguroso aun del que se emplea normalmente.

La medida no se compadecía con las consideraciones anotadas y, mucho menos, con el tratamiento que un aeropuerto internacional debe brindar a sus cansados usuarios; y, no se diga con el concepto de agilidad que un aeródromo sin las necesarias instalaciones debe ofrecer basado en las recomendaciones del sentido común. Cuando hice la observación a un grupo de pacientes vecinos, uno de ellos comentó: “Lo hacen solo para humillarnos, para dejar en claro quién mismo está en control”… Pensé para mis adentros en que no hay nada tan negativo como la estulticia en maridaje con la irreflexiva arbitrariedad (aun a pretexto de cumplir con una disposición administrativa o con la reglamentación pertinente).

Poco era, sin embargo, lo que yo mismo debía declarar. Y mientras esperaba en forma paciente en la fila, se me acercó un personaje que intuí -más por su talante que por su indumentaria- que se trataba de un representante de la autoridad. Al verme con tan reducido equipaje, me preguntó si “era eso todo lo que llevaba”. No bien le hube respondido en sentido afirmativo, cuando, para mi sorpresa, no dispuso que ignorara el control respectivo, sino que en forma conminatoria me condujo hacia un lugar de inspección localizado en la parte trasera de la sala y procedió a realizarme un exhaustivo y ansioso escrutinio de mis pertenencias.

Al comprobar el poco monto de mis bártulos, el individuo en cuestión procedió a indagarme por el motivo para tan limitada cantidad. Le expresé como respuesta que era piloto y que había venido trayendo un avión a América desde Arabia. Al encontrar él, en su acción de registro, que yo poseía el cupo autorizado de licor, procedió a reprocharme que como piloto no tenía derecho a introducir ninguna cantidad. Para su sorpresa y motivo de rubor, tuve que aclararle que aunque era aviador de oficio, mi condición de entrada era igual a la de cualquier pasajero…

Desde ese día, se me ha quedado en la mente la reflexión de mi vecino de fila, en el sentido que la burocracia se ha convertido en una clase con prerrogativas o en una nueva aristocracia. Y hoy, sin querer relacionarlo, al meditar en el personaje escogido, por parte de uno de los candidatos, para completar su binomio para las próximas elecciones, el mismo que es un individuo cuyo padre está acusado de violar a una menor de edad, he escuchado como un eco aquella misma pregunta: ¿Es eso todo lo que tiene? Como quien dice: Qué, ¿acaso no se pudo encontrar nada mejor?...

Quito, 15 de diciembre de 2012

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12 diciembre 2012

Al otro lado de la locura

Pocos suelen caer en cuenta que cuando observamos el cielo por las noches, lo que miramos realmente es el pasado. Sí, y aunque diera la impresión que estoy utilizando una frase poética, solo estoy hablando de una realidad esencial. La luz de las estrellas que miramos ha tardado tanto tiempo en llegar hasta nosotros, debido a su incalculable distancia, que lo que en un instante observamos es lo que realmente sucedió hace mucho tiempo; a veces, muchísimo tiempo atrás…

El hombre moderno, con la sola excepción de quienes se dedican a observar el cielo, parece haber perdido la capacidad de identificar el movimiento relativo de las estrellas en la noche; y hoy parece inútil inclusive para identificar las más conspicuas constelaciones. La de Orión o del Cazador, por ejemplo -la que unos pocos han aprendido a reconocer por el curioso alineamiento de su cinturón o lo que algunos llaman ‘Las tres Marías’-, es uno de los racimos estelares más fáciles de identificar en el cielo, por su posición en el ecuador sideral. Sin embargo, y a pesar de que puede ser vista desde los dos hemisferios, pocos son los que logran identificarla y conocen el nombre de sus estrellas principales.

El Orión griego estaría emparentado con Osiris, el dios egipcio, el último -a su vez- de un linaje de dioses que habrían gobernado la tierra en condición de reyes. Osiris fue el Gran Cazador, quien no sucumbió ante las bestias predatorias ni ante los ejércitos enemigos, sino ante algo más bien doméstico: los celos de su propio hermano. Su nombre estaría relacionado con la inseminación pues ‘ourien’ significaría semen; por ello, hay autores como Jonathan Black que insinúan que aquello del ‘cinturón’ no es otra cosa que un eufemismo, pues en tiempos remotos se consideraba un falo que se alargaba con el progreso del año.

No de otra forma se entiende que la reaparición anual tanto de Orión, como de otro astro, Sirio -la estrella binaria más brillante que existe en el firmamento-, y que los egipcios relacionaban con la diosa Isis, e inclusive con el mismo Osiris, hubiese servido para presagiar las esperadas crecientes del Nilo. Por ello que a Osiris siempre se lo identificó como al dios de las cosechas y de la fertilidad.

Osiris es el equivalente a Dionisios, el dios heleno, y nunca es representado con ojos sino con una suerte de linterna en su frente, para simbolizar la conciencia y la más preponderante capacidad que tiene el hombre: la posibilidad de pensar. La característica cenital de la vida humana es justamente dicha capacidad. Dios le habría entregado un cerebro al hombre en el Génesis para que tuviera la opción de meditar acerca de sí mismo, que eso y no otra cosa es la habilidad de pensar.

Cuando alzo la vista y contemplo a Orión en medio de la noche, descubro a Betelgeuse y a su estrella opuesta en diagonal, Rigel -la más brillante-, y a las otras dos que complementan el cuadrilátero: Bellatrix y Saiph. Observo la rectilínea posición de las tres Marías; y me lleno de modestia y de humildad de tan solo pensar que en esa aparente área reducida del espacio infinito, pueden hallarse soles que se encuentran a más de mil años luz de distancia, estrellas con una luminosidad casi medio millón de veces más radiantes que nuestro sol o con solo el tamaño de nuestro diminuto planeta, pero con tan alta densidad que la luz que irradian puede competir con el cercano astro que nos abriga y regala luz…

Alguna vez debo haber leído que un poco más abajo de lo que yo sigo creyendo que es el cinturón del cazador, se encuentra un enjambre de fabulosas estrellas cuya gravedad es tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar de ellas. Son los llamados “agujeros negros”, cuerpos que por sí solos definen la inmensidad del espacio; y nos dan motivo para meditar en lo que la imagen de Orión-Osiris representa: nuestra maravillosa aptitud para pensar en la inmensidad!

Quito, diciembre 12 de 2012
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10 diciembre 2012

Ataque de pánico

“Hola, ni nombre es Lola. Soy de Culiacán pero vivo en Guanajuato. Tengo 42 años. Ya son como dos años que siento estos ataques inesperados de angustia y creo que me voy a morir. Todo empieza con unas como náuseas y una sensación de mareo, luego me vienen hormigueos en los brazos, en las piernas y en todo el cuerpo. Siento que el pulso se me acelera y que se me cierra la garganta; entonces vienen estas horribles palpitaciones y pienso que me voy a morir. Mi esposo ha empezado a creer que me estoy volviendo loca y que todo lo que tengo solo está en mi cabeza, dice que es mi pura imaginación. Hago un esfuerzo por controlarme, pero me siento tan desesperada que me parece que la respiración se me paraliza y que va a darme un infarto al corazón. Ya van algunas veces que han tenido que llevarme de urgencia al hospital. Los médicos no me encuentran nada y dicen que solo se trata de un ataque de pánico o de ansiedad. La crisis me pasa con unas pastillas; pero de nuevo, y en el momento menos esperado, el ataque se me vuelve a presentar”. Testimonio de una paciente imaginaria.

“Hola, me llamo Mariano pero me dicen Alberto. No soy de Guanajuato y, ni Diosito quiera, tampoco de Culiacán. Pero les juro que aunque no tuve ninguno de esos feos síntomas que cuentan los demás, hoy estuve a punto de que me llevaran al hospital. A mí también me sobrevino uno de esos momentos de angustia y de ansiedad. Todo sucedió cuando traté de ingresar a mi cuenta para revisar el blog y me topé con la sorpresa de que no había forma de lograr acceso a mi página ‘web’. Por un momento pensé que se trataba de alguna restricción o mal funcionamiento del Internet; no dejé de considerar la posibilidad de que “Blogspot” hubiese entrado en una fase de reparación. Tampoco descarté que se hubiese tratado de un virus que habría infectado al ordenador; y, desde luego, y esto sí que me produjo pánico, que el gobierno me hubiera bloqueado el blog. Lo cierto es que nada podía descartar, sobre todo en estos tiempos revolucionarios que invitan a la angustia ciudadana. Tiempos de ‘El pánico ya es de todos’ y del ‘Prohibido olvidar’. Hija qué susto!”. Testimonio de un bloguero angustiado.

Dicen los que saben que el pánico no es un estado, y ni siquiera una enfermedad, sino tan solo la consecuencia de un proceso. Alguna vez, viendo la tele, me enteré que se identificaba por tres requisitos: la sensación de peligro, el hecho de sentirse acorralado y la falta de información. Algo de cada uno de estos ingredientes debe haber sido parte de la receta de esa pócima amarga que tuve que tomar esta mañana. Sensación de peligro, porque no sería la primera vez que se me habría bloqueado el acceso a una dirección ciber-náutica. Percepción de hallarme arrinconado, porque por un lado no sabía ni a quién acudir, ni a quién reclamar, ni qué mismo hacer. Y, falta de información, porque a pesar de detectar los síntomas del bloqueo, no había recibido ninguna advertencia, ni el portal que yo mismo administro me ofrecía ningún tipo de pista o explicación.

Y entonces el resultado fue el mismo que el de Lola, la de Guanajuato (o creo que dijo de Culiacán): que me empezaron las sudoraciones, las palpitaciones, y el ‘hija y ahora qué hago?’. Así que no tuve más que hacer como en el simulador, cuando me ponen una falla que no me esperaba y que me había olvidado de estudiar: lo primero de todo es respirar profundo -me dije yo- y mejor es pensar con calma y tratarse de tranquilizar. Lo primero que hice fue apagar y volver a encender el Mozilla Firefox: nada! Siguiente paso: intentar un re-encendido del computador. Otra vez nada! Luego, asegurarme de que estaba funcionando normalmente el casi siempre lento servidor: tampoco nada! Solo me quedaba un último recurso: tomar el ordenador y llevármelo al servicio técnico, para que diagnosticaran la razón de mi intempestiva angustia. De este pánico que me llevaba al hospital…

Ahí, en el servicio técnico, dijeron que ni yo ni el computador tenemos nada; que todo es culpa del Internet que ahora anda lento y saturado, pero que no me debo preocupar. Sin embargo, mi mujer cree que me he vuelto loco, como dizque dice también el esposo de Lola, la que vive en Guanajuato, y ella está segura -mi mujer, no la de Culiacán- que estos ataques se me van con el tiempo a repetir y, lo que es peor, a intensificar. Es que esta es una horrible sensación que no le deseo a nadie; que el blog se me vaya a volver a morir; quiero decir, que se me vaya a volver a bloquear. Sí, qué pánico!

Quito, 10 de diciembre de 2012
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05 diciembre 2012

El destino de los juguetes…

No me gustan los cementerios. Ni tampoco me gustan las despedidas. Estoy sin embargo en Roswell, Nuevo México, cuyo aeropuerto es realmente una suerte de bodega enorme o, si prefiere, de gran camposanto de aviones. Claro que a estos animalitos no se les ha tenido que “enterrar” en la forma tradicional, es decir que no se ha tenido que ocultarlos o enterrarlos bajo tierra, pues para el trámite solo ha bastado con dejarlos a la buena de Dios y abandonarlos en la intemperie luego de que se ha obliterado su número de matrícula y se ha borrado cualquier indicio que diera cuenta de la aerolínea para la que alguna vez volaron o sirvieron.

Roswell resulta, sin embargo, pequeño comparado con otros lugares especiales que existen para el retiro provisional de aviones. Esos lugares son en la realidad como enormes aparcamientos ubicados en el desierto, donde las aeronaves esperan con paciencia y humildad su turno para reincorporarse a la actividad aeronáutica comercial o hasta que alguien decrete su desahucio definitivo.

Por ello, llegar a este pequeño pueblo ubicado en medio de ninguna parte, es como llegar a un pueblo polvoriento y olvidado de una película de vaqueros -en este caso, un pueblo también polvoriento aunque estuviese pavimentado-. Me ha correspondido realizar el último vuelo de uno de los aviones de mi compañía (TF-AMZ), porque se me ha encargado venir a hacer entrega de dicho aparato para que, luego de desmontar sus motores y aquellos equipos que pudiesen ser utilizados o conservados todavía, sea desbaratado y -oh, triste tragedia!- para que sea convertido en aluminio reciclable… Sí, poco romántico y patético como suena, los aviones terminan convertidos en ollas de cocina o en latas de cerveza!

Sin embargo, hablar de Roswell, resulta algo más que hablar de un sitio para desguazar (deshuesar?) aviones caducados (no sé por qué la Academia no admite todavía la voz “desguazadero”); este es un pueblo que se hizo famoso poco antes de mi nacimiento por un pretendido accidente de una nave extraterrestre. Pronto el Departamento de Defensa de los Estados Unidos habría de negar y desvirtuar estas insinuaciones, argumentando que se había tratado realmente de un globo aerostático, de esos usados para meteorología, que se habría desintegrado.

Sin embargo, las  llamadas “teorías conspiratorias” (o conspirativas) que nunca faltan, habrían de resucitar más tarde, para insinuar que dicho accidente habría realmente sucedido en este pueblo aislado de la geografía; y que no solo que el infortunado -o afortunado- siniestro habría ocurrido efectivamente, sino que inclusive la Fuerza Aérea habría realizado la autopsia de los pretendidos seres de otros mundos y que habría tratado de mantener el secreto y de ocultar los restos de la supuesta nave y, sobre todo, los cadáveres de sus desventurados ocupantes!

Cuando detengo el avión y apago por última vez sus rendidos motores, en este que será el postrer y temporal estacionamiento “del que en vida fue” Tango Foxtrot Alfa Mike Zulu, no puedo sino dejar escapar una sonrisa de nostalgia y de melancolía. Bajo del avión y no me siento como un comandante que ha concluido una más de sus misiones de rutina. No me siento, desde luego ni tampoco, como el sumo sacerdote que ha de pronunciar la exégesis fúnebre en una inesperada despedida; me siento sólo como el apesadumbrado jinete que está persuadido del valor transitorio que pueden tener las cosas, de “las contingencias que tiene lo contingente”… Y que sabe, ante todo, que se está despidiendo para siempre de un compañero leal y confiable; despidiéndose de quien fuera su callado y bondadoso amigo…

Roswell, Nuevo México, 5 de diciembre de 2012
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02 diciembre 2012

Croquis de un presidio

Soy un hombre afortunado. Nótese que, para decirlo, no tengo necesidad de recurrir a un adverbio como quizá, ni anteceder la frase con el uso de un verbo, como “creer”, para expresar el menor atisbo de incertidumbre. Mi empresa nos ubica a los pilotos que no somos nacionales -los expatriados- en dos hoteles distintos: uno llamado “El Palacio del Mar Rojo” (Red Sea Palace), que los inconformes han rebautizado como “El Presidio del Mar Rojo” (Red Sea Prision), y otro que tiene ubicación y facilidades un poco más generosas: el hotel Crown Plaza de Al-hambra.

Por una razón que desconozco, y que probablemente tenga que ver con esos escogimientos aleatorios que hace la fortuna, nunca he sido designado para ir al Palace, es decir para probar las uvas del mal. Ni siquiera en este último mes que debido a la demanda producida por la temporada de peregrinaciones, los hoteles no han logrado abastecer la demanda inusitada que se ha presentado. Aunque, pensándolo mejor, hablar de lo “inusitado” no resulta completamente acertado, ya que si la demanda no es tan usual durante el resto del año, era predecible que la presencia de peregrinos, año tras año, hubiese tendido cada vez a aumentar.

Al-hambra es en Jeddah una barriada de clase media; o, dicho de mejor manera, de gente de ingresos medios -porque es difícil definir las clases sociales en una sociedad donde los velos aportan a que las diferencias se puedan mimetizar-. Por eso, de no ser por una que otra construcción que ha de albergar la residencia de alguna embajada, no existen en el sector mansiones del tipo que se encuentran en otros barrios de la ciudad. Predominan los edificios de apartamentos de seis a ocho plantas, caracterizados todos por poseer ventanas de tamaño reducido que aseguran la ausencia de calor y, sobre todo, la discreta privacidad, lo cual es una norma de la cultura y del espíritu religioso de este país musulmán.

Dos aspectos deben considerarse, antes de hacer una breve descripción de las características del vecino entorno: el calor casi permanente de la península arábiga, especialmente de las zonas avecinadas al mar; y la carencia de medios propios de transporte para quienes trabajamos aquí en forma ocasional.

A tiro de ballesta de mi peculiar -aunque temporal- y aventajado “presidio”, y siempre siguiendo la distribución urbanística de damero cuadrado, pueden encontrarse: un pequeño centro comercial; dos bien provistos supermercados; unos pocos restaurantes; muchas -léase muchísimas- mezquitas, caracterizadas por sus emblemáticos minaretes; una estación de golosinas, quiero decir de gasolina; las infaltables franquicias de KFC y McDonald’s; y hasta un antro pecaminoso que publicita la satisfacción de las debilidades humanas con sus luminarias de color rosado, donde se expende algo que es duro por fuera y que se deslíe por dentro: los irrenunciables cucuruchos de helado mantecado!

Debo confesar hoy -que por tratarse de mi día postrero de asignatura estoy obligado a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad-, que he obtenido en este último y recién nombrado lugar una especie de carta de residencia permanente y vitalicia, debido a mi malhadada tendencia a disfrutar de los placeres ofrecidos, con artero y pecaminoso desparpajo, detrás de las vitrinas de aquel incitante lugar.

A pesar, sin embargo, de mi manifiesta debilidad por sucumbir ante aquello que por ahí denominan “los placeres de la carne”; estoy cada vez más persuadido que de estas, mis golosas tendencias, ya no tengo opción de poderme rehabilitar. Si bien es conocido aquello de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja”; en mi caso sería más apropiado decir “más fácil que pasen uno y cien camellos, antes que un pobre de espíritu que saborea con tanta frecuencia esos voluptuosos helados, pueda -intentar siquiera- conseguir acceso al reino de los cielos”. Y todo por culpa de mi privilegiada fortuna; y, claro, también por la complicidad con que me favorece mi concupiscente como mojigata vecindad…

Jeddah, 3 de diciembre de 2012
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01 diciembre 2012

Los cuernos de Moisés

“Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano; al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios”. Éxodo, 34: 29-35

Si se camina junto a la parte baja del foro romano, hacia la parte opuesta donde hoy se encuentra la plaza del Campidoglio -o si prefiere, de donde hoy se levanta el monumento a Víctor Emmanuel-, el viajero encontrará una vía que desemboca en el Coliseo. Allí, cerca de ese inconspicuo vértice, existe una pequeña iglesita, que más bien debería merecer la categoría de capilla y que da la impresión de encontrarse siempre en trámites permanentes de restauración. El templo se llama “San Pietro in Vincoli”, que quiere decir San Pedro en Cadenas. Si el curioso se adentra en el recinto, se encontrará manos a boca con una de las esculturas más formidables que se han realizado en la historia de la humanidad.

Se trata de la estatua de Moisés atribuida a ese genio de las artes plásticas que fuera Miguel Ángel Buonarroti. La estatua en referencia tiene ya quinientos años. La obra sorprende no solo por su tamaño, sino sobre todo por su indescriptible fuerza artística. Pero hay algo más que llama la atención: la presencia de los apéndices óseos con los que el autor ha querido adornar al insigne profeta…

Un cierto día me propuse averiguar la razón para que de manera invariable se representara a Moisés con estos aditamentos infames. No me tardé en advertir que antiguamente los cuernos fueron considerados más bien como un símbolo viril de fecundidad (por ello quizá el toro era reconocido como el paradigma de la fertilidad). Además, en la cultura grecorromana siempre se representó con estas protuberancias a los faunos y a los sátiros; más tarde sería el cristianismo el que atribuiría los cachos, el rabo y las patas de cabra al ángel más perverso y rebelde entre todos los demonios: el incorregible Satanás.

Moisés (Moshé en hebreo, Musa en árabe) fue un patriarca reconocido en los libros sagrados como un legislador. La historia de su nacimiento en Egipto tiene una sorprendente analogía con la de Jesús. Fue milagrosamente rescatado de una cesta que flotaba en el río cuando un edicto general que ordenaba el sacrificio de los niños hebreos había sido ordenado por el faraón. Más tarde se convertiría en el líder de su pueblo y lo conduciría a la tierra que Dios habría prometido a los judíos, para liberarlos de la esclavitud. Moisés murió a los ciento veinte años!

Lo demás es parte de esos episodios con los que nos entretuvieron en las clases de “Historia Sagrada”, encomendadas en la escuela a ese octogenario bonachón que fuera el Hermano Fernando. Allí nos enteramos de las diez plagas egipcias, del cruce del mar Rojo y de la partición de las aguas, de la sorprendente zarza ardiente y del becerro de oro; y, por sobre todo, de las Tablas de la Ley -los Diez Mandamientos- que habrían de conservarse en el Tabernáculo. La historia de Moisés es la del periplo itinerante (el éxodo) de un pueblo esperanzado y sufrido, es la historia del maná que cayó del cielo y de otros fantásticos milagros.

Pero, no se encuentra por ninguna parte que Moisés hubiese tenido cuernos o que por motivos maritales se hubiese ruborizado. Su historia conyugal es un tanto confusa porque se sabe que tomó una esposa etíope cuando, asimismo, se conoce que ya era un hombre casado. Claro que Etiopía entonces, como ahora, era parte de lo que se conoce como “el cuerno de África”, pero no hay indicios de que ninguna de sus consortes le hubiese sido infiel o que lo hubiesen engañado. Lo que sí se testimonia es la reacción irascible de Moisés frente a las veleidades e idolatría de los hebreos, a quienes en forma repetida “les mandó a un cuerno”.

Sin embargo, y aunque a algunos les “importe un cuerno”, parece que la verdadera razón para esa representación antojadiza del profeta solo se debe a un problema de traducción. Efectivamente cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata, habría interpretado que al bajar Moisés del monte Sinaí “su rostro aparecía cornudo”, cuando lo que debía inferir era que “su rostro emanaba rayos de luz”. Pues parece que “karan”, en hebreo, significaría “rayo”, pero también “cuerno”…

Pobre Moisés! Si es para sonrojar a cualquiera… Cuernos!

Jeddah, 1 de diciembre de 2012
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29 noviembre 2012

La cordillera invisible

Siempre es bueno -y muchas veces enormemente grato- volver a aquellos lugares a los que se recuerda con afecto. Entre ellos están los que se identifican por la actitud amigable o la riqueza afectiva de su gente; o están aquellos que representan un hito en nuestra historia personal; pero están también los que nos maravillan por su estructura y tienen el don de acicatear y renovar nuestra capacidad de asombro…

Este último es el caso de esa urbe sorprendente que para los ojos y el espíritu, resulta Hong Kong; constituida en el centro urbano de Asia que probablemente cause más admiración a quienes tenemos como referente solo lo que hemos estado en capacidad de observar en Occidente. No hay nada en el mundo que propicie más nuestra modestia que aquellos lugares que se caracterizan por sus construcciones monumentales. Cuando uno observa desde abajo lo que ha realizado el hombre con esas estructuras portentosas, no hace sino maravillarse frente a los logros de ese esfuerzo comunitario al que llamamos civilización.

Ello constituye una sensación contradictoria y paradojal: la de sentirse grande, por un lado, por ser parte del proceso en el que desde siempre se ha embarcado la humanidad; y diminuto, al mismo tiempo, por la desproporción entre nuestra dimensión y la comprobación del tamaño colosal de lo que ha sabido construir y alcanzar el hombre…

Se dice que observada desde el espacio y durante la noche, la región que bordea al delta del río Perla (Cantón, Shenzhen, Macao y Hong Kong entre las principales ciudades) representa el área de más amplia y sorprendente luminosidad que pueda exhibir nuestro planeta. Al fin de cuentas, allí vive una población que ya bordea el medio centenar de millones de personas.

Llegué por primera vez a Hong Kong hace casi veinte años. Lo hice utilizando el viejo aeropuerto de Kai Tak, una especie de portaviones ubicado en la bahía de Victoria, junto a Kowloon, mientras trabajaba como comandante para la Korean Air. Si algo llamaba la atención entonces, era la tardía autorización para empezar el rápido descenso que había que efectuar en un sector de espacios restringidos (Hong Kong era entonces un enclave británico). Además, el sistema de aterrizaje no estaba enfrentado con la pista, sino con una suerte de tablero de ajedrez que se había dibujado en uno de los cerros ubicado hacia el norte. Una vez que se tenía esa referencia a la vista y se cumplía con una altura específica, se iniciaba una maniobra continua que concluía prácticamente sobre el umbral mismo de la pista…

Sin embargo, para el primerizo, la experiencia más fascinante, la que le quedaba en la retina, no era la de aquel último y dificultoso viraje. La sensación que habría de convertirse en inolvidable se experimentaba cuando, ya desacelerando en la pista de aterrizaje, asomaba todo el luminoso paisaje del perfil de los edificios de la ciudad al otro lado de la bahía… Daba la extraña impresión de haber colocado el avión en una gran avenida, en medio de ese enjambre de edificios donde las luces publicitarias de neón habían conseguido un efecto travieso y formidable!

Hoy, algunos años después, he vuelto al nuevo aeropuerto de Chek Lap Kok, ubicado junto a la isla de Lantau, y construido en tierra reclamada. Para mi sorpresa, y a pesar de haber pasado Hong Kong al control chino, el descenso vertiginoso persiste; y debo realizar un descenso brusco y escarpado, apurado por vientos contradictorios e inestables, y por esos recortes de la ruta planificada que, a manera de tratamiento obsequioso, quiere ocasionalmente ofrecernos en la madrugada el control de radar… Es como desprenderse de golpe desde el borde mismo de un desfiladero espeluznante -pienso yo-. Como si se tratase de una cordillera invisible y como si habría que bajar a la base de un profundo valle desde el filo mismo de un sorpresivo y escalofriante farallón…

Hong Kong, 28 de noviembre de 2012
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25 noviembre 2012

Entre el bermellón y el azul cobalto

Descansa el mozo en una silla destartalada mientras yo recorro la vereda por enésima ocasión. Así descubro que me ha estado observando, que me ha estado estudiando de arriba para abajo. Cuando hacemos contacto visual se anima a preguntarme que de dónde soy. Respondo con una sola palabra y le menciono que del Ecuador. Entonces se queda impávido, como si no me hubiese alcanzado a escuchar; como si no hubiese terminado de contestarle, o como si lo que dije lo hubiese pronunciado mal. Así advierto que ese nombre singular no consta en su precaria geografía; que bien pude haberle dicho cualquier otro nombre, aun uno falso o inventado, y que a él de todos modos le hubiese resultado igual…

Entonces trato de completar una pieza adicional de su rompecabezas y añado un elemento más a ese inesperado juego de “la parte por el todo” en el que él parece dispuesto a querer participar. Digo “South America”, a manera de complemento, y enseguida puedo darme cuenta que no he logrado aportar con un mejor dato para responder a su insatisfecha curiosidad. Empiezo a dibujarle con mis manos el Nuevo Continente; ubico a América del Norte, a México, al Caribe; y realizo un lento recorrido por los países de la región. Es evidente que no se logra ubicar. Es como si le hubiese hablado de un territorio localizado en la cara escondida de la luna o, quién sabe, en un planeta lejano y desconocido, perteneciente a una estrella de color encarnado y recién descubierta en Sirio o en algún otro extraño sistema estelar. Me rindo; es inútil seguir aportando con más buena voluntad!

Decido entonces devolverle su pregunta y me contesta en su inglés chapuceado que es de Bangladesh; lo dice con una cierta actitud, como si esperase que me ponga a adivinar. “Ah, de Dhaka” le respondo y me contesta que el suyo es un país pequeño, como queriéndose justificar. “No, la tierra de los Banglas, es un país enorme” -le corrijo-; y el rubrica su coloquio con una sonrisa que no esconde su nostalgia, por sobre el orgullo que ahora está tratando de ensayar.

“What’s your name” continúa en su inglés incipiente; y, tratando de tomarle el pelo, opto por responderle que Abdul Azís. Se queda como intrigado, parece confundirle que yo no sea ni árabe, ni asiático, ni europeo y que pueda ser propietario de un nombre tan identificado con esta tierra peninsular. Le sonrío como disculpándome y así, dándole mi nombre genuino, interrumpo mi fingida intención. Luego, me arrepiento de mi fanfarronería; no ha sido mi intención burlarme de su curiosidad. Solo ahí advierto que es el conductor que ha venido para transportarme al hotel donde más tarde me han de alojar…

Ya en su descuidado taxi, va tratando de confiarme su deseo de volver, de pronto regresar a su hogar. “Here, no life!”, me confiesa. “Money ok, but too much work. No life!”. Entonces medito en la realidad de toda esta gente que viene de tan lejos para ganarse un mendrugo un poco más grande de pan; en todos esos sacrificios y renunciamientos para poder llevar a una esperanzada familia algo quizá mejor, aun al precio que tienen la incertidumbre, la distancia, la soledad…

“Arabia, ok?”, insiste en preguntarme. Y yo, no queriendo contrastar su inquieto desasosiego, solo atino a contestarle que sí, que no está mal. Procuro entonces mirar hacia otro lado, como que me estoy interesando en algo ubicado lejos y más allá... Mientras tanto, el cielo exhibe el desahucio de sus postreros fulgores, los últimos rezagos del ocre y del cinabrio, del almagre y del bermellón. Pronto llegamos a mi destino asignado. Le agradezco y me despido con un gesto de afabilidad. Entonces sonríe y repite, como si recién cayese en cuenta, el indígena nombre falso que le había dado en nuestra charla inicial. Su sonrisa es una mueca difuminada, a medio camino entre la indulgencia y la complicidad.

“Abdul Azís, Abdul Azís”, sonríe y se va repitiendo, mientras la penumbra se somete al imperio del azul cobalto y el cielo parece subyugarse a los tonos del habano y del castaño que decretan su jerarquía en el paisaje de aquel lugar…

Riyadh, noviembre 25 de 2012 
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24 noviembre 2012

Europa al instante

“Fui a volver” de Europa. Luego de escribir la frasecita caigo en cuenta de dos realidades: la primera, que con esa forma de expresión damos a entender que hemos realizado un viaje corto, y probablemente inesperado; y segundo, que cuando nos encontramos en el llamado Medio Oriente el viaje es tan corto como cuando estamos en Ecuador y damos una vuelta por Miami. De esta reflexión, casi sin quererlo, caigo en otra; la de por qué llamamos “Medio” a un Oriente que no está precisamente en el medio -ni de Asia ni de nada-, por lo que otros quizá prefieran nombrarlo como Cercano Oriente u Oriente Próximo.

Es oportuno también caer en cuenta que cuando nos referimos al Medio Oriente, no solo hablamos de la parte más occidental de Asia -la que está situado hacia el sur del Mar Negro-, sino que en ese concepto geopolítico también se engloba a un país africano como Egipto. Tal parece que toda esa inmensa y mayormente árida zona -que va desde el Mediterráneo hasta la llamada “Medialuna Fértil”- ha sido escenario, a lo largo de la historia, de continuas y sangrientas confrontaciones entre pueblos que, por sus razas similares y por su ubicación estratégica en el mundo, estuvieron llamados a compartir unos mismos objetivos y a apoyarse mutuamente. Es difícil no reconocer el daño que habría causado el extremismo en la práctica de las religiones y la inutilidad de la diplomacia internacional para asegurar que los hombres logren habitar en un país al que puedan llamar propio.

Pero estoy haciendo una digresión innecesaria. Lo que realmente quiero contar es que lo que en el papel (es decir en mi programa de vuelos) solo consistía en un viaje a Alemania, terminó -por esas circunstancias que nunca están exentas de ironía-, en un prolongado recorrido que me llevó por cuatro países diferentes en igual número de días (o de noches… si he de considerar que tuve que utilizar sendas camas en cuatro hoteles distintos). Por eso utilizo un título similar al que solíamos escuchar en los tráilers de las vermuts de domingo, que es cuando se presentaba algún asunto interesante mientras esperábamos la proyección de una determinada película (El mundo al instante).

Lo que debía consistir en un corto viaje para transportar unos caballos muy finos y delicados, hubo de terminar en un recorrido que me llevó de Frankfurt a Gran Bretaña; y del Reino Unido de vuelta al continente -con un corto traslado hacia Bruselas-; y desde allí, de vuelta a Arabia, luego de una breve parada en Milán… Una avería en el sistema de aprovisionamiento de combustible obstaculizó la transportación de los equinos; y la parada en Italia se hizo indispensable para el solícito embarque de una asombrosa colección de autos deportivos, reservados para un mismo propietario, pero todos empujados por muchísimos caballos…

Es sorprendente comprobar como el trámite de viajar dentro de Europa se ha hecho tan sencillo en estos tiempos; casi no existen ya procesos de inmigración ni de aduana. Esto, a pesar de la evidente afluencia masiva de ciudadanos de Europa Oriental y de África que se han incorporado en forma considerable al sistema laboral europeo. No cabe duda que la integración económica y la presencia de una moneda común han venido a proporcionar una nueva realidad racial y cultural que hace solo una generación hubiese resultado inimaginable.

Percibo así -y en un corto viaje- como, por ejemplo, los británicos se han incorporado a un concepto continental que antes les resultaba ajeno; aprecio una nueva actitud social, más distendida y alegre, distinta de la que en el pasado y en forma tradicional nos habíamos acostumbrado a observar en los alemanes. La misma Bruselas, convertida en verdadera capital de la Unión Europea, es ahora una ciudad vibrante y multilingüe, donde el viajero descubre que la urbe se ha transformado en un centro político, diplomático, financiero e industrial; donde moran y conviven gentes de un enorme número de razas, culturas y nacionalidades.

En cuanto al clima en el viaje… Europa ya se está poniendo fría; y es un frío que ya no merece el nombre de fresco! Sin embargo de ello, la meteorología estuvo de nuestra parte y los cielos en los vuelos siempre estuvieron espléndidos. Como alguna vez escuché decir a alguien: “Qué sabios son los que diseñan las aerovías, que las trazan justo fuera de donde se encuentran los cumulonimbos”. O, era al revés?... “Qué sabia es la naturaleza que pone los cúmulos justo fuera de donde han trazado las aerovías!”...

Jeddah, noviembre 24 de 2012
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20 noviembre 2012

Una visión distinta (2)

Por Abu Tariq Hijazi (continuación)

“Conocemos que astronómicamente la luna gira alrededor de la tierra en 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2.78 segundos. Completa 59 días en dos lunaciones. La fracción restante representa 11 días en 30 años. Para un calendario de la Hégira uniforme, se considera un primer mes de 30 días y un segundo de 29, totalizando 59 días en dos meses y 354 en un año. Los 11 días adicionales son añadidos como el trigésimo del Dhul-Hijja en los años 2, 5, 7, 10, 13, 16, 18, 21, 24, 26 y 29 de un ciclo de 30 años, creando por lo mismo un perfecto calendario de la Hégira. Este sistema ya ha sido aceptado por astrónomos musulmanes y no musulmanes, por eruditos, historiadores del pasado y del presente.”

“Es interesante comentar que el calendario gregoriano que está basado en el romano, fue lunar en un principio, cubriendo 304 días en 10 meses que empezaban en marzo. Más tarde Numa, el segundo rey de Roma (716-673 AC) aumentó los meses de enero y febrero, luego de diciembre, con un año que consistía de 355 días. Pero para el año 46 AC estaba ya desfasado con las estaciones en casi tres meses. En el año 45 AC Julio César, siguiendo el consejo del astrónomo egipcio Sosígenes, instauró un nuevo calendario, en el año 709 de la fundación de Roma, que en honor a su nombre se denominó calendario juliano.”

“Con el objeto de ajustar el calendario, el César introdujo 67 días entre noviembre y diciembre, convirtiendo de este modo a ese año en uno de 445 días. Julio abolió el calendario lunar y decretó la regulación sobre la base del calendario solar. El año habría de empezar el primero de enero y no el primero de marzo. Además, cada cuarto año se decretó que se convertiría en uno bisiesto de 366 días, incluyéndose un día entre el 23 y el 24 de febrero. En el año 44 AC, el mes Qintilis fue rebautizado julio como homenaje a Julio César. En el año 7 AC, Octavio, que habría de tomar el título de César Augusto y que reinó en Roma desde el 27 AC hasta el 14 EC, en el deseo de reajustar el desbarajuste de los años bisiestos en los pasados 38 años, decidió alargar el mes Sixtilis y lo rebautizó en su honor como agosto.”

“De nuevo en el siglo XVI, el Papa Gregorio XIII se contactó con los gobiernos de los principales estados del Imperio Romano y luego de acordar con ellos, decretó una bula en marzo de 1582, promulgando el calendario gregoriano y ordenando que el día siguiente a la festividad de San Francisco, el 5 de octubre, sería registrado como 15 de octubre y que ningún año secular sería considerado año bisiesto, a menos que fuera divisible para 400. Así, Francia, Suiza, Italia, Portugal, Polonia, Holanda y las regiones católicas de Alemania adoptaron el calendario gregoriano en 1582. Los protestantes no lo aceptaron hasta el 1700. Suecia lo hizo en 1753, Japón en 1873, China y Albania en 1912, la Rusia Soviética en 1918, Rumania en 1919, Gracia en 1923 y Turquía en 1927.”

“Inglaterra aprobó el calendario gregoriano en 1752 y añadió 11 días en septiembre de ese año. Se decretó que el día siguiente al 2 sería considerado como 14 de septiembre de 1752 y que, de ahí en adelante, el año habría de empezar el primero de enero y no el 25 de marzo, como lo era antes. Ese mismo año, Inglaterra impuso el calendario gregoriano en todas sus colonias, incluyendo las de América. Todas las fechas precedentes al 2 de septiembre fueron marcadas con un OS (Old Style) para establecer una diferencia con el viejo sistema. George Washington nació realmente el 11 de febrero de 1732 OS y después de 1752 la fecha de su nacimiento se celebró el 22 de febrero bajo la era gregoriana.”

“El calendario islámico de la Hégira no ha tenido intercalación o extrapolación durante los últimos 1400 años. Más que eso, no ha sufrido la laguna de estar subordinado a los equinoccios estacionales. Subsecuentemente, las festividades musulmanas rotan a través de las estaciones del año – un hecho que les otorga un encanto para todas las gentes del mundo, sea que habiten en el hemisferio norte o en el sur. No es como las Navidades heladas en el norte que se fijan todos los años el 25 de Diciembre, mientras que hierve en Sudáfrica y en Australia. El acontecimiento de la Hégira se ubica como un hecho germinal en la historia del Islam, que constituye algo muy importante de la historia del mundo.” Fin.

Bruselas, 20 de noviembre de 2012
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Una visión distinta (1)

* Hay quienes se aferran todavía en el mundo a un sistema de medición del tiempo que es distinto al que utilizamos en Occidente. No estoy seguro si así lo hacen por intransigencia, tradición, orgullo excluyente o, simplemente, por un motivo que es más allá de válido: la certeza de que ese método es realmente más adecuado, preciso y conveniente que el que hoy en día es utilizado con carácter casi universal. Nada mejor que ilustrar dicha postura con mi traducción de una exposición que con el título de El calendario de la Hégira, un hito en la historia, he leído en forma reciente. Su autor es el erudito árabe Abu Tariq Hijazi:

“La palabra hégira, que significa migración, es un completo mensaje del Islam en sí mismo. Sacude la mente con varios interrogantes como, quién migró; y cuándo, dónde y porqué la migración ocurrió. En breve, el Profeta Mahoma (que la paz le acompañe) migró en el año 622 de la EC de la Meca a Medina para rescatar y promover la Verdad. Alá Todopoderoso lo protegió de los peligros y lo trajo en una era de grandes realizaciones. Esta fue la razón para que Umar ibn al Khattab, el segundo gran Califa, considerara este evento como el punto de partida para el calendario de la Hégira. Habían existido otros calendarios que llevaban etiquetas personales, con nombres como el de Cristo Jesús o de Judá; la coronación de un rey, o la fundación de una ciudad. Pero el calendario de la Héjira es único en su creación porque motiva a la humanidad a averiguar acerca del Islam”.

“Fue solo seis años después del Santo Profeta (QPA), que el Califa Umar en el 17 AH consultó a los sabios y canonizó el Año de la Héjira, como había sido sugerido por Ali ibn Abi Talib, para el comienzo de la era islámica. Uthman bin Affan recomendó que el año podría empezar luego del mes de Muharram, luego de la peregrinación o Hajj, lo que fue aprobado. De este modo el primer año de la Héjira (1 AH) empezó en Muharram I, correspondiente al 16 de julio de 622 EC, un viernes. La migración efectiva del Profeta (QPA) se había producido en el 12 de Rabi Al-Awal, 1 AH, correspondiente al 24 de septiembre de 622 EC.”

“Siendo el Islam la religión que más trata de adecuarse a la forma natural de la vida humana, prescribió el ciclo de los fenómenos naturales que se repiten y son familiares al hombre común durante todos los días de su vida para observar el Salat, el Saum, el Zakat y el Hajj; lo cual es lo más adecuado para la gente de todo color, clima y continente. El más obvio y preciso de estos fenómenos es la alternancia del día y de la noche, y las fases cambiantes de la luna.”

“De hecho, todas las tres religiones -Judaísmo, Cristianismo e Islam- fueron prescritas con calendarios lunares. El calendario judío es todavía lunar y, como el islámico, el día empieza con la precedente caída del sol. El calendario cristiano fue lunar en sus comienzos, pero luego fue reemplazado por uno solar. Sin embargo, algunas festividades como la Pascua y el Viernes Santo todavía se celebran con fechas lunares. El fenómeno natural del día y de la noche es más aceptable al hombre que eso de a.m. y p.m. Como la luna aparece en la noche, la fecha en el calendario islámico (y también en el judío) empieza en esa noche y sigue durante el día. No como el calendario Gregoriano que divide la noche en dos mitades.”

“Puede alguien creer que bajo el generalmente aceptado calendario solar, el año 45 BC tuvo 455 días de duración? O, que en octubre de 1582, la gente se fue a la cama el 4 y despertó el 15? Esto y mucho más sucedió en los siglos pasados con objeto de reajustar el calendario solar.”

“El muy publicitado calendario cristiano fue inventado por Dionisio Exiguo en el 532 EC, presumiendo que el nacimiento de Jesucristo había sucedido el año 1 EC. Pero posteriormente los eruditos bíblicos decretaron que este cálculo estaba equivocado porque Jesucristo había nacido el año 4 BC del presente calendario. Más tarde, este calendario fue revisado el año 1582 por el Papa Gregorio XIII, por lo que se le conoce como gregoriano. Francia lo aceptó en 1582 pero Gran Bretaña lo rechazó, prevaleciendo dos fechas diferentes en Europa hasta que en 1752 Gran Bretaña aceptó el calendario gregoriano y lo aplicó en todas sus colonias de Asia, África y las Américas. Fue solo hasta hace 90 años y después de la Primera Guerra Mundial que este calendario adquirió un estatus internacional. Grecia lo aceptó tan tarde como en 1923 y Turquía en 1927.”

“Sería el Islam quien introduciría por primera vez un calendario realmente natural e internacional. El calendario de la Hégira canonizado en el 17 AH (638 EC), en el primer siglo de la Hégira, cuando el Califa Umer bin Abdul Aziz gobernaba en Damasco en el 99 AH, es un calendario que ya se usaba en territorios musulmanes de Francia, España, Norte de África, el Medio Oriente, Turquía, Irán, el Turquistán Chino e India. Esta gigante región comprendía más de la mitad del mundo conocido.” Continuará…

Stansted, 20 de noviembre de 2012
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16 noviembre 2012

Gangnam Style (강남스타일)

Hay una herramienta en mi blog que me parece formidable (me veo forzado a utilizar esta horrible y mecánica palabra, pero las traducciones que encuentro para “feature”, como son característica o rasgo, no me calzan); se trata de una pequeña ventanita donde se lee: “Navegar Itinerario Náutico”. El artilugio consiste en escribir una determinada palabra y zas! Como por arte de magia o birlibirloque, aparecen todos los artículos en los que la he mencionado.

Debo confesar que, debido a mi ya popular y reconocida desmemoria, soy el más frecuente usuario y cliente de la referida “característica”. Porque, la verdad sea dicha, hay veces que me invade la presunción que ya antes había hecho referencia al mismo episodio o a la misma recurrente idea. Debe ser también por aquello de los “demonios interiores”, pienso yo; o, quién sabe, debido a esas obstinadas obsesiones que nos van marcando los derroteros en la vida…

Por eso es que, esta vez, he tenido que echar mano de ese artificio electrónico para averiguar cuántas veces me he referido ya a Corea, una experiencia de mi pasado que -en todo sentido- siempre la consideraré como la epifanía que me hacía falta en la vida, como una verdadera revelación. Así es como advierto que ya he comentado de aquella gélida mañana de febrero que llegué a la oficina de operaciones de la Korean Air para someterme a mi entrevista de trabajo. Y así, usando el mismo dispositivo, descubro que ya he comentado que la aerolínea sur-coreana nos alojaba a sus pilotos en el insuperable hotel Ritz Carlton, ubicado en un barrio acomodado de Seúl conocido como Kangnam (Kang Nam).

Hace aproximadamente una década, los lingüistas coreanos acordaron una breve alteración en la romanización del Hangul, su formidable método de escritura fonética, y determinaron una modificación para la representación del sonido que equivale a nuestra C, o al de una K suave. Optaron -para mi inconformidad y disgusto- por reemplazar la K con la G, con lo que empezaron a escribir Gimpo, en lugar de Kimpo (el antiguo aeropuerto de Seúl) y, entre muchos otros nombres, Gangnam, en lugar de Kangnam. Me pareció triste, de esta manera, que con una simple iniciativa burocrática se contribuya a clausurar de la memoria el nombre de una generosa barriada con la que había llegado a encariñarme…

Hoy recuerdo a Kangnam todavía con nostalgia; fue mi “hogar lejos del hogar” por una importante etapa de mi vida, cuando aprendí el real valor de palabras como distancia y soledad. Allí, en mis recorridos de sus sinuosas e irregulares calles, descubrí los valores de una sacrificada sociedad que había logrado unos progresos espléndidos e impresionantes; y aprendí a dejarme cautivar, sin remilgos ni intransigencias, por unos maravillosos e hirvientes potajes, como son el “sun dubu quijé”, el “ta kal bi” o el “yiu kie jang”…

Por estos mismos días se ha puesto de moda una forma de baile en el mundo que, debido a la nacionalidad del orondo personaje que la ha popularizado, se ha dado a conocer justamente como “Gangnam Style”. El video que lo publicita ha calado “urbi et orbi” (para la ciudad y para el mundo) en la retina de los espectadores, gracias al vibrante colorido y al ritmo contagioso de la melodía propiciada por su estrambótico protagonista. Lo que parece haber generado la preferencia de la inusitada audiencia, es aquella como cadencia irresistible con la que el adiposo y rollizo intérprete coreano finge la impresión de dar rienda suelta a su imaginaria cabalgata y ejercita una apócrifa acción de rodeo con un lazo simulado.

Parece que a mí también se me ha metido ya el bendito ritmo hasta los tuétanos. A veces voy por la calle, miro mi reflejo en los cristales y descubro que ya me encuentro caminando “Gangnam Style”…

Jeddah, 17 de noviembre de 2012
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15 noviembre 2012

De correcaminos a destajista

Comenta con frecuencia uno de mis compadres que yo, cuando era muchacho, había sido un delantero rapidísimo. Creo que él lo dice por magnanimidad; o, en modo probable, para no tener que referirse a lo que fueron mis escasas habilidades futboleras. Lo que sí debo reconocer es que en esos años, como ya antes me había sucedido en los recreos de la escuela, solía ubicarme con felicidad donde no había más que empujar la pelota “hacia el fondo de los piolines”; o sea que, si no supe destacarme por mi habilidad, mi sentido de predador casi siempre me hizo situar en el lugar donde mi equipo más me necesitaba…

Empero, aquello de mi supuesta velocidad, parece que no obedece solo a los generosos impulsos ocasionales de mi bondadoso amigo; algo de cierto ha de haber en el comentario, pues en los tiempos en que trabajé para Texaco, en el campamento petrolero de Lago Agrio -donde se jugaba todas las tardes, llueve, truene o relampaguee-, me endilgaron los primeros sobrenombres de que tengo noticia. Uno de ellos era precisamente “Scalise”, en referencia a un escurridizo “media punta” argentino que fuera contratado para un par de temporadas por la Liga de Quito. Pero el que más caló “en el corazón de la hinchada” fue aquel que se hizo famoso, y que hacía alusión a mi profesión: me apodaron “Che gaviota”.

Yo tengo, sin embargo, la secreta sospecha que hubo otro remoquete que me endilgaban; pero que no me lo decían para no ocasionar mi reacción enojadiza. Pues tengo el barrunto que los chuscos me habían bautizado con el nombre de un personaje de los dibujos animados y que me decían “Correcaminos”… Por eso, desde un buen día me propuse investigarle a ese ubicuo personaje y averiguar la razón para que anduviera raudo cual saeta por todos los senderos y caminos.

Este héroe de historieta tenía por razón de vivir la de importunar, con artera y aleve premeditación, a su contraparte: un jactancioso coyote de espíritu novelero que hacía frecuente alarde de contar con los más probados artilugios, con las más caras, exclusivas y efectivas herramientas; solo para comprobar que sus ingeniosos artefactos no funcionaban en el momento esperado y en la forma debida. Era, el coyote, el verdadero epítome del petimetre, del individuo que se precia de poseer las mejores marcas y que ostenta con sus pertenencias. Todos los trastos y armatostes que adquiría lucían un nombre tomado del griego y que los identificaba con el apogeo, el pináculo o la cresta: la palabra ACME.

Así era como los explosivos ACME del coyote no funcionaban cuando este se proponía, y terminaban siempre reventando en sus narices. ACME había sido por siempre una marca que, haciendo honor a su etimología, representaba el ápice y la cumbre, la culminación y el clímax. Pero, ACME también era la leyenda escrita en los letreros, que el Correcaminos colocaba en los senderos -a manera de señal de ruta-, para confundir a su obstinada víctima… Luego se habría de conocer con este nombre a las empresas que hacían “de todo y para todo”, porque justamente y de acuerdo con las siglas de su acrónimo, se encargaban de elaborar todo tipo de productos (A Company that Makes Everything).

Fue mucho más tarde que habría de enterarme que ACME se pronunciaba “acmi” y habría de llamarme la atención que existía una empresa islandesa de aviación -que luego terminaría contratándome- que se dedicaba, en forma primordial, a un tipo de actividad conocido en la industria con las siglas ACMI. Solo que, esta vez, el acrónimo significaba algo distinto a zenit o cresta, o a los productos que representaban la debilidad del incorregible coyote. Se pronunciaba “ei-si-em-ai” (por su deletreo en inglés) y quería decir una forma de alquiler aeronáutico que proporcionaba aviones, tripulaciones, mantenimiento y reaseguro (aircraft, crew, maintenace and insurance). Una modalidad conocida también como “Wet Lease”.

En función de las características de su actividad, las empresas que proporcionan ACMI no requieren de sus pilotos en forma continua y permanente; les otorgan una cierta libertad debido a la versatilidad de sus operaciones. Bien pudiera decirse que sus aviadores trabajan “a destajo” o por tarea. Ellos, a diferencia del testarudo coyote, no se topan con sorpresas, ni se les revientan los explosivos cuando menos se lo esperan. Disponen de bastante tiempo libre, en el que literalmente tienen que “aprender a hacer de todo”; o deben, simplemente, disfrutar y tratar de sentirse “en la cima”… Verdaderamente, la cresta!

Jeddah, noviembre 16 de 2012
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El “bisht” o smoking árabe

Hay una prenda árabe que constituye el emblema mismo de la elegancia; me cautivó desde que la vi por primera vez y por un tiempo pensé que estaba reservada solo a los monarcas y a las altas autoridades. Se trata del llamado “bisht” saudita, que no está precisamente reservado a la realeza, aunque su uso sirva para exaltar eventos especiales e importantes  celebraciones. La siguiente es una traducción mía de un artículo perteneciente a Rima Al-Mukhtar, que fuera publicado en días pasados en el matutino Arab News:

“El ‘bisht’ es una larga capa árabe tradicional que los hombres visten sobre sus túnicas. La capa está usualmente hecha de lana y sus colores pueden ir desde el blanco, el beige y el crema hasta los tonos oscuros del marrón, el gris y el negro. La palabra ‘bisht’ viene del persa, quiere decir ‘para llevarlo sobre la espalda’. Originalmente el ‘bisht’ fue usado en el invierno por los beduinos. Actualmente solo se lo utiliza en ocasiones especiales como en bodas, festivales, graduaciones y durante los ‘Eid’ (festividades religiosas).

La prenda ha constituido la opción de uso formal escogida por estadistas, autoridades religiosas e individuos de alto rango en las naciones del Golfo Pérsico, Irak y los países ubicados al norte de Arabia Saudita. Esta capa suelta tradicional está destinada a distinguir a quienes la usan. La gente comenta que ningún ropaje puede proveer la distinción que otorga un ‘bisht’ elaborado a mano. Es por ello que el arte de su confección es una destreza que pasa de generación en generación. Abu Salem, un sastre saudita de Al-Ahsa comenta: ‘Los ‘bishts’ fueron primero elaborados en Persia. Los sauditas se familiarizaron con ellos cuando los vendedores vinieron a Arabia para sus peregrinaciones’.

Al-Ahsa, en la provincia Oriental, ha sido cuna de los más destacados sastres de ‘bishts’ por más de doscientos años y es la principal productora en las naciones del Golfo desde 1940. Algunas familias de Al-Ahsa heredan las habilidades de sus antepasados y continúan elaborando con el nombre que distingue a sus familias. Hay tres tipos de bordado que se utiliza para la confección del ‘bisht’; y estos son: puntada de oro, de plata y de seda. El borde es llamado ‘zari’ y los bordes de oro y plata son los más utilizados. ‘La capa negra con costura de oro es la preferida; le siguen la crema y la blanca’, comenta Salem.

‘A principios de los noventa, nuevos colores se introdujeron en el mercado. El azul, el gris y el marrón son ahora preferidos por las generaciones jóvenes. En tanto que los mayores siguen apegados a los negros, los marrones y los cremas tradicionales’.

Los precios varían desde veinte dólares para arriba, hasta llegar a los cinco mil, dependiendo del material, el tipo de pespunte, el color y el estilo. El más costoso, el ‘bisht’ Real, es fabricado especialmente para los príncipes, los magistrados importantes y la gente acaudalada. ‘Esta gente generalmente escoge el negro, el  color miel, el beige y el crema para sus capas’, dice Abu Salem, que es también uno de los diseñadores más destacados. ‘Siempre se los hace a mano y se utilizan hilos de oro o de plata, y a veces una combinación de ambos’, añade.

El diseñador comenta: ‘Hay dos clases de zari: la genuina que es hecha de hebra de seda o de algodón y la imitación, en la que el hilo se recubre con alambre de cobre electro-plateado’. Cada sastre tiene su estilo particular de diseño de zari. Existen tres tipos de diseño de ‘bisht’: el primero es hecho a mano con bordado de zari genuino, patrones tradicionales y el estilo es recto y flojo. Un segundo tiene un bordado de seda en el borde de la tela. El tercero es una variación del primero, aunque es más ajustado y tiene bordado de zari dorado en tela especial.

Hasta la invención de la máquina de coser, el ‘bisht’ original se hacía solo a mano. ‘En estos días la mayoría se cose a máquina, pero algunas personas prefieren el hecho a mano por sus mejores acabados’. Dice Salem que confeccionar un ‘bisht’ tipo ‘Hasawi’ es un arte que requiere destreza y precisión. El bordado dorado requiere paciencia pues toma muchas horas. La duración de tiempo depende del estilo y del diseño. Esta confección puede tomar de ochenta a ciento veinte horas y exige hasta cuatro sastres, cada cual con una tarea específica’.

La capa ‘Hasawi’, un ‘bisht’ especial de Al-Ahsa, es la más costosa; utiliza pelo de camello o de llama, o también lana de chivo con un bordado de oro en el cuello y en las mangas. La capa tiene dos mangas, pero cuando se la utiliza, siguiendo la tradición, se introduce solo un brazo en una de las mangas, con el otro lado de la capa envolviendo el hombro del otro costado y cubriéndolo en forma suelta”.

Jeddah, 15 de noviembre de 2012
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13 noviembre 2012

Las piedras contra Petraeus

Sí, ha sido indiscreto… y qué? El gran vocerío y los consecuentes comentarios que ha despertado el episodio del general Petraeus, en los días precedentes, me lleva a la delicada reflexión de por qué la gente es infiel, de por qué es que somos indiscretos y ponemos -muchas veces- en riesgo la tranquilidad y hasta la misma felicidad de nuestras familias; en por qué no somos leales y podemos poner en innecesario peligro nuestras carreras e, inclusive, nuestra propia felicidad.

Nótese que, hasta aquí, no he mencionado las palabras traición o engaño -y esto, lo he hecho con intencionalidad-. En inglés el verbo “to cheat” significa algo más que ser desleal, quiere decir engañar, embaucar o traicionar, siempre con el ánimo de causar daño o de perjudicar con alevosía. Es importante, por lo mismo, meditar si es esa la verdadera intención de quienes no son -o no somos- fieles a un código de conducta y a una reciprocidad, como la que la sociedad y, sobre todo, los principales afectados esperan de quienes se involucran; y son sorprendidos como protagonistas de estos incómodos asuntos…

Tiene la gente el afán intencional de provocar un daño con perfidia cuando pasa a formar parte de estas embarazosas situaciones? Me atrevo a contestar que no. Entonces, por qué nos arriesgamos a ser parte de estos escenarios, a sabiendas de las consecuencias, las implicaciones y los desenlaces que pueden provocar? Imagino que la respuesta está en la propia naturaleza humana. Muchos dirán que quienes conducen sus asuntos personales bajo una recta y diáfana regla de conducta no se exponen a todas las vicisitudes y secuelas que pudiese engendrar cualquier caso o “affaire” de infidelidad. Pero, quienes así critican y advierten, o dan sus sentencias con voz admonitoria, han enfrentado alguna vez una de esas situaciones que llevan a ser infiel o, si se prefiere, que nos tientan con traicionar?

Porque, si el riesgo es demasiado elevado-, al igual que el precio que al final terminamos pagando-, por qué es entonces que cedemos ante el instinto y no caemos en cuenta de la sanción moral que pueden tener estas relaciones, luego de que se develan -y, eventualmente, se hacen públicas- estas indiscreciones?

Como lo hemos dejado establecido en un párrafo anterior, quizás sea parte de la naturaleza humana. Quién puede decir que no ha enfrentado, alguna vez, esta sutil y cautivadora forma de provocación? Aún a riesgo de caer en el cinismo, podríamos inferir que la tentación, no es sino una consecuencia de un juego de oportunidades. En otras palabras, sujetos a la supuesta condición onírica de un inesperado encuentro en una isla desierta, todos reaccionaríamos con idéntica moralidad? De nuevo, creo que no; porque “cada uno es cada uno”, como ahora dicen en mi tierra, porque cada cual tiene su propia e íntima individualidad.

Por qué, entonces, Petraeus y todos los demás, no avizoran con anticipación las inevitables secuelas y desastrosas consecuencias? En pocas palabras: ¿qué hace que los hombres sucumbamos con tan sorprendente facilidad a esta forma de traición? Me animo a pensar que hay en los seres humanos algo intrínseco que nos empuja hacia la inconsciente travesura, hacia una aventura de la que no siempre estamos conscientes que puede llegar a tener una dolorosa implicación. En algunos casos, puede que juegue un factor decisorio la propia inseguridad o, por lo menos, la respuesta a los llamados sibilinos que puede tener la lisonja de quienes no nos esperamos, o el súbito interés que podamos despertar… Podría tratarse, en este caso, de una cuestión de ego personal o de no saciada vanidad.

Claro que también pueden intervenir otros factores, como pueden ser auténticos o confundidos sentimientos; o situaciones personales en las que se mezclen las sensaciones de hastío, insatisfacción, o falta de reconocimiento o reciprocidad. Es posible que, debido principalmente a la rutina, uno termine por considerar la primera relación como algo consumado y definitivo, que no tiene porqué llegar a terminar. Es decir que lo damos por hecho -“take it for granted”, se dice en el inglés-; lo cierto es que llegamos a convencernos que la fidelidad es un asunto obligatorio; y no la natural consecuencia del afecto continuo y la reciprocidad.

No deja de ser curioso que Petraeus parece venir del griego “petros” y del latín “petra” que quieren decir roca o piedra. El general se ha convertido así en la “piedra de toque”, pienso yo. Y, ello implicaría además una doble advertencia: primero, que los hombres no estamos ajenos a la tentación y que no somos “de piedra”; y segundo, como dice la sentencia bíblica: “que aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”… En fin, creo que se trata de la vida íntima y personal de cada uno; y que no nos corresponde -no nos puede corresponder- que, a pretexto de condenar los protocolos de conducta ajenos, o el honor y la ética que se ha acordado como norma social, nos tomemos la libertad de juzgar las decisiones -equivocadas como puedan parecernos- que tomen los demás.

Sí, ha sido infiel y qué…? Qué nos otorga autoridad para poderlo juzgar?

Casablanca, Marruecos, 13 de noviembre de 2012
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12 noviembre 2012

La politiquería, una “poquería”…

En eso es lo que ha quedado nuestro nuevo aeropuerto; en politiquería, en nada más que pura politiquería. Y luego han de venir a decir que “palo porque bogas, y palo porque no”; que antes nos habíamos opuesto a su construcción; que luego habíamos dicho que no había que movilizarlo todavía a Tababela, hasta que estuviese lista la nueva vía; y, finalmente -cuando decían que ya estaba listo- que por qué mismo no lo inauguraban… Pero todo ha ido aclarándose: todo fue pura y simple politiquería. Esa es la triste historia del aeropuerto de Quito!

Y eso es lo que va quedando como verdad desnuda. Primero se opusieron a lo que ya estaba negociado -por politiquería-, con lo que, a la larga, lo que dizque se iba a ahorrar resultó menos que lo que se terminó pagando por la postergación del proyecto. Después se trató de inaugurarlo “a trochemoche”, a sabiendas que no estaba lista la vía de acceso y que, en esas condiciones los más afectados iban a ser los pasajeros que más utilizarían ese terminal (los que vuelan entre Quito y Guayaquil); de nuevo, pura politiquería, porque se trató de utilizar el estreno del nuevo aeropuerto como impúdica muletilla electoral. Finalmente, como cayeron en cuenta del impacto negativo que iba a tener esa prematura inauguración, se optó por postergar dicho estreno; total: pura politiquería, una vez más!

En un artículo escrito por Fernando Carrión, y publicado en días pasados en el diario Hoy, se hace una referencia al nuevo terminal del aeropuerto de Bogotá. Cierto es que dicha construcción también sufrió serios cuestionamientos en su tiempo y que inclusive llegó a reconsiderarse el proyecto en medio de su propio cumplimiento; lo importante es que la capital colombiana está a punto ya de estrenar una terminal aérea -esa sí- a la altura de las más modernas en el mundo. Y, para eso, no tuvo que estar alardeando que tenía la pista más larga de América Latina o que tenía un terminal con la más avanzada tecnología de punta de toda Sudamérica -y de gran parte de Tababela-; sino que, simplemente, ejecutó lo planeado y ahora ya está a punto de ponerlo en funcionamiento.

Porque dijeron, en su momento, tanto los portavoces del nuevo proyecto, como también las autoridades municipales, que la nueva pista iba a ser la más larga de Sudamérica… lo cual, no era cierto; y, si lo era, esa era solo una verdad a medias. Es que nunca podría compararse a la pista de Quito con la de Ezeiza; si, para el ejemplo, la pista bonaerense está ubicada a nivel del mar! No hace falta, por lo mismo, que Ezeiza tenga una extensión exagerada, si con una longitud menor, las naves pueden conseguir un desempeño óptimo sin detrimento de su máxima eficiencia (esto, en cuanto al número de pasajeros y carga útil transportada).

Para que aquella comparación tenga sentido, deberían utilizarse dos conceptos técnicos fundamentales, a saber: la altura o elevación de la pista en referencia y la distancia que pueda establecerse entre ese aeródromo y el destino comercial que se tiene previsto (lo que se llama autonomía). En ese sentido, era necesario considerar a Quito como aeropuerto de altura (8.000 metros sobre el nivel del mar); y, segundo, cuál iba a ser la “real” capacidad de carga pagada (“payload”) de una pista de 4.100 metros para una aeronave que quería volar directo hacia Europa. Claro que, ya que hablamos de este punto, lo ideal hubiese sido que, una vez considerado el desempeño óptimo programado, entonces sí, se calcule la longitud mínima de pista que hubiera hecho factible ese ambicioso aspecto…

Por todo esto, creo que hacer una comparación con el aeropuerto de El Dorado o Eldorado (respecto al nombre, los colombianos no terminan por ponerse de acuerdo), era una premisa indispensable a la hora de acordar algunas de las características técnicas del nuevo aeropuerto quiteño. Esto, sin contar con el hecho geográfico que representa el que Bogotá se encuentre a una distancia, en términos de horas de vuelo, de alrededor de una hora menos con relación a Europa. Sería justo advertir que el tráfico aéreo que maneja Bogotá es casi cuatro veces mayor; pero es indudable que Quito, en su momento, podría competir por un segmento de pasajeros parecido y hasta por mercados de carga similares.

No es fácil operar desde una pista de altura, en especial en términos de rédito y rentabilidad. Estoy persuadido que quienes operan el Boeing 747 desde Bogotá a Europa lo hacen con serias restricciones. Estoy convencido que para operar con pesos que sean rentables, están obligados a realizar una continua operación que en aviación denominamos “re-despecho”, que consiste en restringir al máximo el aprovisionamiento de combustible. No de otra forma podría entenderse que, solo por esos “insignificantes” ocho mil pies de altitud, el peso máximo de despegue se penalice en casi setenta y cinco toneladas! Por ello, para estas rutas, este dócil avioncito está en capacidad de utilizar solo la mitad de sus asientos…

Pero ya es un poco tarde… Ya optamos por una pista de solo cuatro kilómetros y por un terminal de tipo regional, sin aparcamientos cubiertos, con solo siete mangas de embarque (la de Bogotá tendría 52, según Carrión); y todo esto, por politiquería, por pura politiquería!

Qué pena! Una verdadera “poquería” habría dicho, de niño, mi hijo Felipe…

Surabaya, 10 de noviembre de 2012
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09 noviembre 2012

A los cien, a los cien!

En ocasiones recuerdo con nostalgia al único colegio donde yo estudié. Fue el mismo donde mi madre quiso que fuera a educarme. Quiso también la fortuna que ahí, en sus acogedoras e inolvidables aulas, transcurriesen los doce años que duró toda mi vida de estudiante. Sus paredes, su estructura física, siguen todavía incólumes aunque, a ese centro de formación que ahora ahí funciona -en la calle Caldas-, ya le hayan cambiado de nombre. Cuando rememoro los episodios y las incidencias que viví allí, un sentimiento que no está exento de desconsuelo me hace lamentar que “el colegio” -como con familiaridad lo llamábamos- no supo mantener ni el prestigio ni la exclusividad intelectual y cultural que formaron parte de su sello, de su tradición, de lo que fue su compromiso formidable.

Me pregunto: ¿qué fue lo que generó tan inesperada y rápida declinación?, ¿qué lo que produjo tan dramático deterioro? Y lo único que yo mismo puedo insinuar es que todo aquello sucedió, a su vez, como consecuencia del desgaste, la mengua y el quebranto del nivel de preparación de los principales directivos de ese querido centro de enseñanza. Solo así puedo intentar un diagnóstico del súbito menoscabo que sufrieron tanto el prestigio como la reputación que La Salle había tenido por su participación en la formación de importantes generaciones.

Si en algo se destacó el colegio fue, además, en las competencias intercolegiales con carácter deportivo. Y entre esas disciplinas, ninguna nos debe haber proporcionado más satisfacción, a directivos y alumnos en general, que los exitosos resultados que de manera consecutiva obtenían aquellas, nuestras destacadas selecciones en los campeonatos de baloncesto. No dejaba de ser frecuente, en esos años, el tener que acompañar al coliseo a los conjuntos que representaban con orgullo a nuestro establecimiento, a aquellas tan destacadas delegaciones; solo para ser testigos, una vez más, de los abultados triunfos con que daban cuenta, encuentro tras encuentro, de sus esforzados rivales.

Ahí, en medio de aquel vocerío, al socaire de la bravura de esa barra que estimulaba con pasión y atrevimiento, no era infrecuente que las cifras de los puntos conseguidos, en las canastas del equipo contendor, llegasen a guarismos exagerados. La parroquia entonces se insuflaba de brío y renovada energía; y con un estribillo irreverente, la barra incordiaba a quienes apoyaban a los equipos antagónicos y así, y en forma enfervorizada, repetía: “¡A los cien, a los cien!”

Intuyo que un cierto toque de aquel impulso lúdico y avaricioso me ha quedado de rezago, como cuando en ocasiones acudo al gimnasio y trato de cumplir algún determinado objetivo; entonces un recóndito ánimo me impulsa con su aliento, y me impele hacia nuevas metas, cada vez más altas, cada vez de mayor esfuerzo…

Me pregunto, de otra parte, si esa ilusión que todavía siento al registrar en mi bitácora mis últimas y más frescas horas de vuelo; al transcribir con la mejor caligrafía y con el más cuidadoso escrúpulo esos mudos guarismos que reflejan mi actividad -y mi todavía modesta experiencia-, no tendrán que ver, a la hora de sumar, hacer auditoría y completar tales cómputos, con ese mismo espíritu del que nos contagiábamos en el viejo coliseo, con ese mismo aliento novelero que nos impulsaba con su entrañable arresto…

Y resuelvo que sí, que ese pequeño librito es como la preciada caja de caudales que encierra el testimonio de nuestros logros y frustraciones; el de nuestros itinerantes periplos y el de nuestros no siempre recompensados esfuerzos… Y que, a pesar de ello… ahí seguimos, porque sabemos que, desde el graderío, la parroquia todavía nos impulsa con su aliento y que una voz misteriosa nos sigue empujando desde muy adentro. Es una voz callada que va diciendo: “¡A los cien, a los cien!”…

Jeddah, 9 de noviembre de 2012
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08 noviembre 2012

La vieja faz de la nueva Fez

Llego a Fez con los primeros rayos de la madrugada. La torre de control nos ha autorizado a efectuar una interceptación anticipada del sistema de aterrizaje por instrumentos y a realizar una aproximación abreviada (espero que mis lectores no olviden que no soy un “escribidor” al que le gusta volar aviones, sino solo un humilde aviador quien gusta de escribir de vez en cuando). La carta aeronáutica del aeródromo de Saiss dice que se trata de una sola pista angosta, carente de una calle paralela de rodaje. Nos preparamos, pues, para efectuar un aterrizaje inédito en nuestro cuaderno de bitácora; y anticipamos que habrá que realizar, como en los viejos tiempos, una maniobra de ciento ochenta grados en la misma pista para regresar desde la cabecera contraria.

Una vez en el terminal aéreo, descubro que su incipiente tamaño no ha estado preparado para la llegada simultánea de las dos únicas naves que aquí han aterrizado; ellas transportaban de regreso a un millar de peregrinos que han ido a la Meca, la “tierra santa” de los creyentes musulmanes. Todos los pasajeros parecen preocupados de cuidar su tesoro personal: los dos galones de agua santa que les han entregado como ración, luego de su visita de peregrinaje… Hay en el terminal  una confusa congestión y una gran algarabía. Daría la impresión que nada consigue atender con prontitud y eficiencia a los recién llegados.

Cuando ya logro satisfacer los trámites de inmigración y aduana, descubro con sorpresa que la diminuta sala de espera se encuentra casi desierta; intuyo que debido a la distancia a la ciudad y la incómoda hora de llegada, no han venido los familiares a dar la bienvenida a los peregrinos que han estado ausentes. Pero, me basta con salir del edificio para reconocer mi falsa apreciación: es que se han tomado medidas de precaución y las autoridades han acordonado el aeropuerto para evitar las posibles aglomeraciones. Miles de personas esperan con impaciencia y ansiosa curiosidad la llegada de los piadosos viajantes.

Yo también trato de absorber mis primeras impresiones con ilusión. Marruecos es un reino berebere que siempre me cautivó por su identidad y por la magia de sus contrastes. Espero con ansiedad la experiencia de adentrarme en el corazón de la segunda ciudad marroquí; una que en su tiempo -entre los siglos XII y XIII- estuvo considerada como la urbe más poblada del mundo, cuando ya proclamaba la insólita condición -para su época- de contar con doscientos mil habitantes! Fez es una ciudad poseedora de un nombre milenario, en cuya amurallada y laberíntica “medina” todavía se yergue el más antiguo centro de conocimiento que existe en la humanidad: una “madrasa” (seminario y universidad) que no ha dejado de funcionar por doce siglos consecutivos!

Hoy Fez bordea el millón de habitantes; si Casablanca es reconocida como el centro económico de Marruecos y si Rabat es -de hecho- su capital política, los leales moradores de Fez consideran a su ciudad el centro de la cultura y de la religiosidad marroquíes. Ellos son orgullosos, además, de pertenecer a una ciudad declarada “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, que puede hacer alarde de poseer una “medina”, o ciudadela carente de automotores, reconocida en la actualidad como la más grande del mundo.

La visita a esa antigua medina y la posterior exploración de la llamada “Meca del Oeste” o “Atenas del África” no satisfacen, sin embargo, la expectativa creada. Los estrechos meandros callejeros y su centenaria y artesanal actividad no reflejan, por sí mismos, una riqueza debidamente preservada; hay una pátina de penuria, una huella de abandono, un cierto olor que denuncia, un callado rumor que advierte… Es un aire que rubrica la miseria, que se cuela por las paredes, que se aferra a las estrechas callejuelas y que está presente por todas partes. Más que un santuario cultural, la medina de Fez es un lamentable memorial, un turbio y enmarañado monumento a la indigencia.

Se hace difícil entender cómo pudo esta ciudadela albergar en su tiempo la cota más alta de la tradición de una cultura que supo fusionar, en travieso maridaje, lo mejor de lo andaluz y lo almohade.

Fez, Marruecos, 6 de Noviembre de 2012
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