29 octubre 2012

De abusos y paréntesis

Ha declarado el rey Abdullah (me imagino que se traduce como Abdalá en castellano) que las Naciones Unidas deben establecer una condena para quienes “abusan” de las religiones o sus profetas (que la paz les acompañe). Quiero dejar constancia que este último paréntesis no es de mi cosecha, sino que es parte de una fórmula ineludible de redacción -y en general, de expresión- que existe entre los musulmanes. De hecho, no importa cuantas veces se tenga que nombrar en un documento, cualquiera que esta sea, a un profeta (que la paz le acompañe), que se tiene la obligación de venerarlo, sin omitir este santo paréntesis!

Pero he encerrado el “abusan” del párrafo anterior entre comillas porque lo he mal traducido del inglés en forma intencional. Efectivamente, en el inglés se usa dicho verbo no solo en el sentido de hacer mal uso o en exceso (como en el abuso del poder), o en el de hacer a alguien objeto de trato deshonesto (como cuando se refiere al abuso de menores); sino también en el sentido de ultrajar, mancillar o profanar. En castellano decimos que alguien profanó un templo o que alguien irrespetó a la religión o a la autoridad; pero en el idioma sajón en referencia simplemente se dice que tal persona “abusó” de la religión, del templo o de la autoridad. Sin embargo, y aunque suene contradictorio, en el castellano se prefiere la expresión “maltrato”, cuando queremos referirnos a la acción de tratar a alguien mal, de palabra u obra. Así evitamos una mala interpretación…

Pero ha dicho el “Custodio de las dos mezquitas sagradas”, o sea el mismo rey antes mencionado, que algo hay que hacer con los individuos que se permiten profanar las santas religiones o ultrajar a los profetas (que la paz les acompañe); y en esto creo que le asiste mucha razón al soberano, porque no está bien que, a pretexto de dar rienda suelta a la libertad personal, se lastime lo que para otros es no solo importante, sino sobre todo sagrado.

Ahora bien, vayamos por partes. En primer lugar, ¿por qué hay gente que insulta las religiones ajenas? Y, para complementar la idea, ¿qué es lo que se entiende, o lo que entendemos, por religión? Vale, antes que nada, comentar que aunque las principales religiones en el mundo (sin contar con las diferentes variables que se han producido por los cismas o escisiones) no pasan de una docena, existen en el mundo algo más de cuatro mil religiones diferentes! Esto porque una religión no es sino un conjunto de ideas, normas, ritos y creencias que los hombres tienen en relación con un ser supremo, con su íntima espiritualidad, con el sentido de su existencia, e inclusive con su propio comportamiento respecto a los demás; vale decir, respecto a su conducta ética. El otro ingrediente necesario es el de compartir con un determinado grupo, étnico o social, ese conjunto de creencias.

Por eso, y si bien lo pensamos, hay gente que ultraja o irrespeta (abusa) las ideas y creencias de los otros, porque justamente no son sus propias creencias. Claro que una cosa es “no compartir” las creencias de los demás; y otra, muy distinta, el profanarlas. Lo que habría que averiguar es si ese ultraje e irrespeto constituye una actitud irracional y espontánea; o si, en cierta medida, es algo provocada por los mismos que luego reclaman que han sido ultrajados. Dicho de otra manera: ¿son los individuos los que abusan y ultrajan a las religiones? O serían quizá las propias religiones las que estarían ultrajando a algunos hombres?

¿Cómo es posible este aparente abuso? Ya lo dijo alguien, con otras palabras: es probable que ciertas religiones, a pretexto de defender la fe, se aprovechen de la ignorancia de algunos hombres. Pero esto es inevitable; al fin y al cabo, muchas de las creencias religiosas están constituidas por “dogmas”, asuntos que no se pueden comprobar pues son “cuestiones de fe”; asuntos que son fruto de un proceso íntimo e interior que nos convence de que lo que creemos no solo que está amparado en la certeza, sino que están equivocados, y cometen sacrilegio, quienes no piensan como nosotros… La “guerra santa” está inspirada en esa motivación, la de forzar a los demás no solo a que crean, sino que “sientan” lo que sienten otros… ¿No era ese el argumento propulsor de las cruzadas?

Es probable que algo intrínseco a ciertas religiones sea justamente aquello de condenar como inferiores o equivocadas a las demás creencias. La bandera de Arabia Saudita, para ilustrar con un ejemplo, tiene unos caracteres que a los que no sabemos leer árabe pueden parecernos un enredado laberinto. Sin embargo, solo se trata de una leyenda; consiste en una frase abreviada que dice más o menos lo siguiente: “No hay más dios que Alá y Mahoma es su mensajero”. En la parte inferior, cual si se tratase de una rúbrica, asoma una espada dibujada…

Advierto que son las posturas extremas las que, con su radicalismo (y aquí evito, con intención, cualquier adjetivo que pueda resultar peyorativo), propician muchas de esas reacciones exageradas que atentan contra la armonía entre los hombres. Cuando de veras nos propongamos respetar, y no lastimar, lo que los demás consideran sagrado (inclusive aquello que creen, piensan y sienten los más radicales), habremos empezado a dar verdadero sentido a cualquiera que fuere nuestra propia religión; y, sobre todo, no seguiremos usando el pretexto de nuestro “exclusivo dios” para ultrajar y abusar de los demás mortales!

Que la paz nos acompañe! (y sin paréntesis).

Arabia, 29 de octubre de 2012
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28 octubre 2012

Hidalgos de bragueta

Manda huevos! Es sorprendente como aún en pleno Siglo XXI, con todo el influjo democrático de la modernidad, y con vigencia en todos los rincones del mundo, se sigue imponiendo todavía el disparate de los títulos nobiliarios. Peregrino y extraño como suena, lo cierto es que, lejos de que se hubiesen abolido, parecería que cada día se consolidan más; a la vez que se estratifican las clases sociales…

Existen en el mundo lugares como la India, donde las castas se heredan, están definitivamente marcadas, condicionan los oficios, determinan las aspiraciones sociales y definen las relaciones familiares. Constituyen un hecho genético, una imborrable marca hereditaria. A diferencia de las clases sociales en el resto del mundo, las castas indias son irredimibles; y, cual si se tratasen de un defecto de fabrica, no se las puede ocultar y se convierten en un factor social determinante. Allí, el “estatus social” es ineludible; de hecho -y aunque digan lo opuesto, tanto la propia Constitución, como el entramado legal- la desigualdad se ha erigido en un principio regulador de las relaciones sociales.

El sistema es denigrante y absurdo; a más de inequitativo. Sin embargo, estos prejuicios están tan arraigados en el concepto religioso de la reencarnación, que hacen que esta incomprensible forma de discriminación sea una costumbre sacramentada por la conformidad, si no por el beneplácito, de quienes se avienen a vivir aplastados por el yugo de esta insólita lacra; a deambular como si fuesen leprosos o apestados, condenados a perpetuidad por esta forma injusta e irredimible de desgracia. Ahí, en la India, los “dálits” o “intocables”, los llamados “niños de Dios”, están sentenciados a ejercer solo los oficios más indignos y denigrantes; y están sometidos al escarnio de los “más nobles”, quienes les imponen su aberrante segregación sin más artilugio que el látigo de su mirada.

Pero castas no solo existen en el subcontinente índico; castas, segregación y estratificación hay realmente en todas partes. No debe olvidarse que “casta” solo quiere decir “color”; y es justamente el color de la piel lo que alrededor del mundo ha definido esta costumbre discriminatoria. En el caso hindú se presume que la llegada de los arios fue creando una forma de segregación, en base a la claridad de la piel, propiciada por los propios invasores. Esto es lo mismo que sucedió en América, luego de la venida de los españoles. En este caso, fueron las apariencias físicas, que resultaron de la mezcla racial, las que definieron los distintos niveles de mestizaje. Así fue apareciendo un verdadero arco iris en esa forma de mixtura que fue, desde el comienzo, la colonización, que dio origen a una serie innumerable de términos como mulato, zambo, chamizo, cambujo, cholo, longo o zambaigo; amén de muchos otros que ahora se me escapan…

Parecería sin embargo -ironías con que sorprende la modernidad- que un nuevo elemento se ha venido a sumar a los relacionados con los factores relativos a la raza. En cierto sentido es también hereditario… A veces es silencioso y discreto; pero otras tiene ese tintineo seductor que a muchos embruja, obliga a regresar a ver, y que llaman con el nombre de un metal: la plata! Resulta una burla y un sarcasmo, para quienes presumen de linaje, que haya sido justamente el capital - ni siquiera la cultura-, el que ha venido a alterar (distorsionar?) ese continuo y permanente proceso que es el de los cruces sociales y los intercambios genéticos. Es incuestionable ya que unas y otras formas de mestizaje han ido contribuyendo a la evidente mistificación de las diferentes razas…

En el otro lado del espectro social persiste todavía esa forma de anacronía que es la de la nobleza; con sus reyes, príncipes, duques, marqueses, condes, barones y más hidalgos. Muchos de ellos todavía ejercitan sus desplantes y contorsiones burlescas, cuando tienen que interactuar con las otras clases; así, el pueblo llano, los villanos y plebeyos, tienen todavía que soportar su desdén y aspirar a ser tomados en cuenta, para acceder a un mundo donde puedan disfrutar de nuevas oportunidades. No hace mucho tiempo la gente común podía merecer, e incluso comprar, títulos nobiliarios que le permitirían disfrutar de aquellos privilegios que antes estuvieron reservados a la nobleza. Inclusive -no parecería cierto, aunque puede causar hilaridad- el solo hecho de engendrar siete hijos varones seguidos, siempre y cuando fuesen legítimos, otorgaba el derecho para alcanzar el nunca disputado abolengo de “hidalgo de bragueta”… Realmente, manda huevos!

Arabia, 27 de octubre de 2012
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26 octubre 2012

La nostalgia del porvenir

Es la hora del Salah; aquella cláusula misteriosa que no alcanzamos a descifrar los extranjeros. Ahí, en medio de la penumbra, un gato macilento desordena la basura. Parece mirarme con desdén y en forma desconfiada. El suyo es un gesto que se me antoja acusatorio, parecería insinuarme que soy yo el que deambula, junto a su feudo de escombros y desechos; y que soy yo -y no él- quien funge la triste condición de vagabundo, peregrino y forastero… Transcurre lenta la hora crepuscular de la adoración; estoy obligado a esperar, y a rondar -igual que el gato- por unos minutos más en la vereda. Espero, como los demás, hasta que se reanuden las actividades y hasta que los negocios sean reabiertos. Es hora de la plegaria; y, también, un momento para ejercitar la virtud de la paciencia…

De pronto pienso en ella, en los juegos y pendencias de nuestra infancia y caigo en cuenta que ahora ha dejado de escribirme. Hago memoria de las distracciones y de los sueños que de niños compartimos; pienso en las ilusiones que vivimos en esa infancia; y en este renovado estado de comparación, que hoy sentimos, y que ya alguien ha llamado “la nostalgia del porvenir”… Así es como la recuerdo: altiva aunque pequeña; compartiendo unas vivencias; soñando unos proyectos; y, enfrentándome con sus inofensivas disputas… Entonces concluyo que aquellas traviesas maldades fueron siempre inocuas, pues la vida en esas lejanas edades fue solo un ejercicio lúdico. Y todo, todo mismo, fue solo un juego inofensivo…

Una cierta mañana pude haberle lastimado con una de mis involuntarias ironías. No le fue suficiente con correr a denunciarme ante aquel “santo tribunal de la inquisición” que en casa presidía la abuela. A falta de testimonio, se refugió en una oscura esquina de aquel interminable corredor que se perdía entre la lejanía y la tiniebla. Ahí, mordiendo su propia carne, dejó la huella de sus desiguales dientes en el lastimado lomo de su mano regordeta… El tribunal revisó más tarde las exhibidas evidencias; y entonces dictaminó el rigor de su sentencia. Fui condenado, sin apelación ni trámite, y sentenciado a soportar mi irreconciliable inquina (que, a esa edad, puede ser la más tormentosa de las hogueras!).

Juro que no me dejé dominar por el resentimiento. El afecto que ella le supo guardar a mi madre fue como un bálsamo que mitigó la ira que produjo en mi corazón su incomprensible sutileza. Algo en el fondo del alma reclamaba mi desaprobación, pero opté por perdonar el episodio; persuadido, como estaba, que un día ella misma sería perseguida por los mismos demonios que habían inspirado su argucia, por el mismo gesto con el que había urdido su artificiosa treta… Sólo por un instante me embriagó la pasión y hubiese querido que una perenne cicatriz se quedara para siempre en su mano como sanción y castigo, como enseñanza y moraleja… Como escarmiento y como condena!

Pero luego nos habría de llegar la vida -la vida de verdad-; aquella que nos hace comprender que no siempre importa lo que nos pudo suceder en ese olvidado pasado; que la infancia no es ensayo, sino tan solo temprana incidencia. Que la infancia es solo eso: infancia; una circunstancia ajena a la trascendencia!

Y vendrían las jornadas felices y los reales sinsabores; los éxitos ocasionales se alternarían con las desgracias funestas… Solo entonces comprenderíamos que esos olvidados disgustos que alguna vez sufrimos y los resquemores que alguna vez abrigamos -todas aquellas ojerizas e inocentes aversiones-, habían perdido ya sentido desde aquel tiempo compartido, cuando creíamos, con ilusión, en las realizaciones del mañana; un tiempo, cuando nunca habríamos imaginado la angustia que pueden acarrear las desgracias verdaderas. Solo así entenderíamos que aquello que con candidez llamábamos “el provenir” era algo que más tarde se habría de diluir en la difusa estela en que todo lo convierte la nostalgia…

Sigo esperando al borde de la calzada. Me pongo a meditar y reconozco que no me resulta fácil avenirme con los mininos, o será -pienso yo- que, debido a algún extraño motivo, no logro ganarme su confianza… Mientras me resisto al gatuno juicio que me acusa como si fuese un intruso, descubro que el escuálido felino ha regresado otra vez para escrutarme con el desplante de su arrogancia. Más tarde, lo escucho ronronear; y decreto que él no sabe ni de porvenires, ni de pasados; y que tampoco sabe de penas, ni de añoranzas… Resuelvo que no sospecha, el infeliz, que el ayer fue como una yunta, un tiempo que nos ayudó a labrar los surcos donde pudimos sembrar las semillas que dieron fruto a la esperanza… Y sospecho que esa ha de ser, desde y hasta siempre, la mayor de las nostalgias!

Jeddah, 24 de octubre de 2012
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22 octubre 2012

Periplos semánticos

Estoy de regreso ya en Arabia, listo para iniciar una nueva asignación de trabajo. Dicen que el hombre a todo se acostumbra; y, la verdad sea dicha, uno se aviene a estos insólitos cambios en la geografía, a pesar del efecto de los usos horarios y de las distancias involucradas. No hay duda que la conformidad y la resignación también se han globalizado. Esto de viajar tiene casi siempre un propósito determinado; y, aunque normalmente se viaja apuntando hacia un destino y con un plan previsto, lo que en los viajes nos sucede -o termina por sucedernos- la mayoría de las veces incursiona en el terreno de lo que no había estado marcado en el derrotero esperado…

Siento que lo mismo nos sucede cuando nos embarcamos en una determinada lectura, que sin importar cual sea la historia que se nos cuenta, esos pasajes nos llevan irremediable e inevitablemente hacia otros paisajes, hacia otras ideas y meditaciones, al descubrimiento de inéditas realidades. Me pregunto si es por eso que nos cautiva la lectura; por la posibilidad de encontrar un universo único y paralelo, uno que complementa y neutraliza nuestras realidades cotidianas…

Como ustedes, mis lectores, lo habrán notado, ese es también el tipo de viaje en el que a menudo me embarco: ese que tiene que ver con los giros y las formas de decir; uno que hace referencia al origen y significado de los términos, uno que a menudo se relaciona con los curiosos meandros a los que nos conducen las voces que usamos cuando buscamos las referencias etimológicas o semánticas…

Hoy mismo, mientras escribo “lo habrán notado”, caigo en cuenta del uso que damos al verbo “haber” en América, pues lo hacemos de una forma en que no quedan claros cuáles son los tiempos de la conjugación que habíamos escogido. En este caso en particular, hubiese sido más adecuado utilizar un “habrían notado”, que no el “lo habrán notado” (que con intención he utilizado), ya que “habrán” equivale a la conjugación en futuro, en contraposición al “habrían” con que debería construirse la forma del condicional o pospretérito.

Este “habrían” equivale al “habríais” peninsular; mas, es lamentable que, debido a la ausencia del pronombre vosotros, no se lo use en el Nuevo Mundo. No sé si se han realizado estudios de esa metamorfosis que experimentaron las formas y modos de los verbos cuando llegaron a América, pero intuyo que mucho habría tenido que ver con la adaptación de los aborígenes a la nueva lengua. Se me antoja además que un buen número de pioneros descubridores, entre los que llegaron al nuevo continente, carecían de un total dominio de la lengua en la que se expresaban. Así, algunos de los primeros y más importantes colonizadores fueron analfabetos; y no debe olvidarse que ciertas regiones, como fue el caso de Andalucía, estaban en proceso de consolidación lingüística o habían estado sometidas por muchos siglos a la influencia de lenguas ajenas y diferentes.

Hago estas breves reflexiones mientras busco el significado de la voz “agua mala” o “aguamala”, que es como se conoce en forma coloquial a la medusa marina, que es justamente el animalito que “sin saber leer ni escribir” yo mismo fui a pisar el otro día, mientras caminaba por la playa. En un principio solo sentí el efecto inmediato que tiene la picadura -es una sensación similar a la producida por la de la abeja- y más tarde un dolor intenso que se localizó en el área afectada. Solo me dí cuenta más tarde que los escozores se acentuaban cuando cedía a la tentación que el veneno me producía, cuando sucumbía al impulso de rascarme.

Hoy se ha puesto de moda que aparezcan por doquier medusas gigantescas; vale decir que están apareciendo especímenes que antes no habían sido observados; por lo menos, han empezado a aparecer con relativa frecuencia. Creo, además, que algo, de esta súbita e imprevista exposición, ha de tener que ver con el influjo que causa en la información, la incidencia de las redes sociales. No cabe duda que ese efecto ha de influenciar -cara al futuro- con nuevas formas de expresión -e inclusive con un nuevo e inesperado lenguaje- en la forma como, años más tarde, habremos de entendernos y comunicarnos.

Esta reflexión me lleva, sin proponérmelo, a la moraleja de la Medusa griega: la historia de una niña tan bella, aunque presuntuosa y pagada de sí misma, que nada superaba su enfermizo engreimiento. La diosa Atenea la convirtió en una fea criatura y transformó sus dorados rizos en horribles y serpentinas greñas; nadie podía regresar a mirarle por miedo a convertirse en una muda estatua de piedra… La advertencia que el cuento de la Medusa dejó fue que… no todo se obtiene en el mundo con la sola belleza! Los rasgos hermosos, por sí solos, no confortan, ni curan, ni alimentan. Lo mismo vale para el poder o la inteligencia…

Jeddah, 22 de octubre de 2012
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18 octubre 2012

“Contraflujos” y contrasentidos

No encuentro la muy singular palabra en el diccionario de la lengua; ni siquiera en el que se nos ha legado con el título de “Diccionario de ecuatorianismos”. Sin embargo, parecería que los quiteños -y por extensión, los ecuatorianos- ya le hemos dado carta de naturalización y de ciudadanía. Cuando vamos en sentido opuesto o contrario a la dirección normal que debe tener el tránsito automotor, decimos que vamos “a contraflujo”, utilizando un término que ni siquiera es posible encontrarlo en los diccionarios. No solo que lo utilizamos en el lenguaje coloquial; sino que en apariencia ya lo habríamos patentado y registrado: los rótulos de señalización mencionan “contraflujo” en el sentido de contramano.

Esto del tránsito en sentido contrario (decir “en contrasentido” también constituiría otro contrasentido, a más de no resultar adecuado) habría venido a convertirse en un paliativo para los horribles y -en apariencia- insolubles inconvenientes de nuestro tránsito vehicular. Lo grave es que los "contraflujos" nacieron como alternativas de carácter provisional, mientras se buscaban soluciones definitivas para una problemática que se ha ido haciendo más fastidiosa y cada vez más grave. Así, de correctivos con un propósito temporal, se han ido convirtiendo en respuestas permanentes que han ido más bien postergando -si no haciendo olvidar- los correctivos definitivos que merecían las congestiones cuotidianas.

Cincuenta años atrás ya se habían detectado dos grandes embudos o cuellos de botella en la movilización del tránsito en la urbe. Yo vivía a pocos pasos del que se presentaba en la parte norte; este se producía porque varias vías confluían en la plaza de San Blas. En cierto modo, ese entrampamiento se solucionó por su propia cuenta: los quiteños decidieron casi por comunitario acuerdo, irse a vivir en los barrios del norte… El embudo quedó allí mismo; lo único que había sucedido es que los habitantes ya no necesitaron ir a realizar sus actividades en el tradicional centro histórico. Empero, lo que tenía que pasar pasó: el cuello, o los cuellos de botella, se multiplicaron y tan solo se fueron a vivir en otra parte…

En mis primeros viajes al exterior pude apreciar que además de disponer de una moderna y eficiente infraestructura -siempre la infraestructura, cuándo no!-, las ciudades populosas habían emprendido en otras políticas complementarias que se sumaban a las autopistas, pasos a desnivel y distribuidores de tránsito. Las comunidades, a muestra de ejemplo, habían incentivado el uso compartido de vehículos, estableciendo como estímulo para esas iniciativas, la designación de carriles exclusivos para su movilización. Recuerdo también, haber descubierto en la capital americana un novedoso sistema en que algunos viaductos y ciertas arterias principales cambiaban, a ciertas horas, el sentido normal del tránsito.

Nuestra capital tiene una circunstancia muy especial que es la que justamente exacerba sus problemas de congestión automotriz: está rodeada por dos grandes valles y por tres o cuatro populosos barrios que… únicamente tienen una sola y -a veces- estrecha vía para acceder a la parte medular del núcleo urbano! En estas circunstancias, es inevitable que se produzcan los embudos mencionados y que, más temprano que tarde, se propicien esos embotellamientos en ciertos puntos específicos. Por ello debe ser que “embudo” no solo se define como “artilugio en forma de cono que sirve para transvasar líquidos”, sino además como trampa, engaño o enredo… En suma un artificio para volver a lo mismo!

Tengo la impresión, por otra parte, que no solo que la implementación del flujo vehicular en sentido opuesto, o a contracorriente, ha aplazado la real y definitiva solución de los problemas de movilización, sino que por fuerza ha ido creando otros adicionales. Además, lo que parecería provocar un inconveniente de menor cuantía para propiciar la comodidad de la mayoría, ha creado más bien graves molestias de carácter permanente para un número importante de usuarios que tiene que lidiar, tanto de ida como de regreso, con la tediosa consecuencia de la alteración del sentido normal de las vías que deben utilizar en forma diaria.

El “contraflujo” tiene el inconveniente adicional de crear un sentido de desidia y complacencia: como resultado de su aplicación temporal se ha dado curso a una mayor presencia vehicular que deja insubsistente la intención para la que fue originalmente implementado. Por otra parte, y esto es lo más perjudicial, dicha aplicación hace olvidar que la única solución que habrá de enfrentar en forma adecuada el problema del tránsito es la urgente construcción de la necesaria infraestructura. Los grandes problemas requieren grandes soluciones; y no la presencia de cucuruchos o capirotes de colores llamativos para alterar en forma horaria el sentido normal del tránsito automotor.

No reconocerlo en forma urgente solo nos convierte en verdaderos “contreras” (sí está en el diccionario, en el sentido de: individuo que lleva la contraria en sus actos o en sus palabras) y nos hace vivir en una metrópoli como si viviésemos en un permanente día de feria pueblerina… Obviamente, un absurdo contrasentido!

Quito, octubre 18 de 2012
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16 octubre 2012

La algazara inolvidable

“Lo aman, lo odian, pero no pueden vivir sin él.” - Aristófanes.

Se ha asomado al balcón para celebrar su reciente apoteosis. Abajo forcejea la bulliciosa multitud portando sus banderines y pancartas. Él ha optado por vestir su acostumbrado traje de fantoche; para retribuir con sus artificiosos adulos la estentórea lisonja que le ofrecen sus enardecidos seguidores. Es el epílogo de una incierta e indescifrable jornada; y él ha querido compartir con el populacho su esperada victoria. Bulle el paroxismo producido por la emocionada presencia de la masa; brota el ambiguo sentimentalismo con que se expresa la congregada muchedumbre. Entonces, desde la balaustrada, el caudillo ofrece la parsimonia de su histriónico discurso, saturado de viejos eslóganes y carente de substancia.

Hay algo de montaje en el entorno; es como si tratase de una ensayada escena, como si todo aquel bullicio encarnara la parodia de algo impúdico y forzado. Se percibe el cariz vicario que tiene la impostura; así el líder utiliza un paradójico mensaje que convoca a la unidad a través de propiciar el enfrentamiento… Hay en ello una apelación a fermentados y no satisfechos sentimientos; una porfiada intención por aturdir a los asistentes, instigando sus pasiones, atizando sus odios y escondidos resentimientos… Sobreviene luego el halago proferido a la chusma; surge la barata lisonja que enardece a los presentes, que se dejan persuadir por el influjo de aquella ironía carismática, por el raro magnetismo del mesiánico mensaje, por la confusa promesa que encierran esos entreverados conceptos.

Prepondera algo irreverente y ceremonioso en esa confusa procesión; es como si se tratase de un desordenado aquelarre; como si fuese una celebración narcótica, con propósitos indecibles, irresponsables y obscenos. Intuye el charlatán que se aprovecha del candor del populacho; que su voz cautiva, pero que también embauca; que su verbo esclaviza, y que jamás libera; y que con su intransigente perorata no promueve aspiraciones realizables sino absurdos convencimientos. Mas… esa es la liturgia que se aprovecha de la ingenuidad, la ceremonia ritual de quienes han venido a escuchar a su redentor, a participar del sacramento que les liberará de su trabajo, y que les hará soñar a cambio de que ofrenden sus aplausos.

Ahí están esos brazos que se agitan y esa voz que vocifera; aunque, en medio de todo aquel murmullo, no aparezcan las ideas. Hay una virulenta verborrea que agrede y que infecta, que desprende con impudor la cicatrizada costra de viejas heridas, que exhorta al odio, que quiere estimular una embriaguez que ha sido apurada por rastreras emociones. Entonces, algo subyacente se desnuda; es algo teatral, que aunque cursi, produce un intencional efecto. Surgen los manoseados símbolos que la estrategia electoral ha usurpado; son los emblemas sustraídos para medrar de la emoción, como si se tratasen de infalibles amuletos.

El demagogo no ha parado de hablar, está insuflado de una repentina sensación de inmortalidad; no cesa de arengar con su rústica homilía de capataz y corifeo. Su voz cadenciosa empalaga con su adulo, que es como una hiedra que se aferra a la roca de la ignorancia. Porque la demagogia, como un cáncer que corrompe, abusa de la ingenua rusticidad para prolongar la agonía del enfermo. No percibe, el adalid, que con sus huecas palabras insulta a quienes pretende redimir; y que, con sus vacías frases, injuria con insolencia a la dignidad, a la razón y al intelecto.

Casablanca, 14 de octubre de 2012
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10 octubre 2012

Corazón de calafate

Es curioso: siento una extraña fascinación por la relación de los grandes viajes de exploración y de descubrimiento; es como si tratase de encontrar en esos relatos algo que los demás no hubiesen advertido, como si en esas descripciones hubiese uno como lenguaje misterioso y cifrado que requiere de una meticulosa lectura para acceder a la posesión de un escondido secreto. Por ello debe ser que insisto en la seducción de su hechizo, que caigo con frecuencia en el anzuelo de su alucinante atractivo. Por ello que releo con periódica insistencia el diario de viaje de Colón o el de la aquella circunnavegación que no pudo concluir Magallanes.

Hay, en esos relatos, algo que va más allá de la descripción de un recorrido. Debe tratarse de la inconsciente influencia de la soledad, de la permanente presencia del riesgo a resolver, de la lejanía del hogar, del enfrentamiento continuo con lo inesperado y desconocido. Es sorprendente como esas épicas hazañas fueron realizadas con honda solidaridad, con evidente esfuerzo compartido. Empero, esas bitácoras dejan traslucir un oscuro mundo de intrigas y de traiciones, de desencuentros y de inesperados conflictos.

Resulta difícil, muchas veces, no tomar el partido de los protagonistas, elevados a la categoría de héroes. Mas, uno no deja de preguntarse el motivo para aquellas incomprensibles actitudes; para todas esas hostiles perfidias; para todas esas necias inconformidades. Es evidente la huella de un liderazgo disputado, de un trasunto de posturas antagónicas que ponen en riesgo la culminación de aquellos periplos. Son notorios los disimulados choques y contiendas. Es innegable que la soledad, en la inmensidad de los mares, exacerba la acrimonia y el antagonismo.

Revisando la composición de la plantilla del primer viaje del Colón, por ejemplo, encontramos razones que favorecen aquellas crisis. No solo existen motivaciones y propósitos disímiles entre los tripulantes, sino que su extracción y bagaje cultural van creando un ambiente pródigo para el encono, la inquina y la malquerencia. Así, en un entorno saturado por el recelo y la desconfianza, el responsable de la expedición se ve forzado a custodiar con celo su autoridad, a callar información, a esconder y a distorsionar el cálculo real de su recorrido.

Además, las carabelas eran embarcaciones muy limitadas en tamaño, tenían una capacidad muy restringida: las dos menores podían solo albergar a no más de treinta marineros. Cuando se hunde la nave capitana y el Almirante se ve forzado a dejar gran parte de la plantilla en el improvisado asentamiento de la Navidad, se produce el punto crucial de la travesía, que obliga a decidir el viaje de regreso con la mitad del contingente. Por esos mismos días, una de las naves se había separado de la expedición, debido a la insubordinación de Pinzón, y parecía que Colón tendría que intentar el testimonial viaje de retorno con una sola nave…

Es imposible no apreciar la obsesión del descubridor por satisfacer el propósito más avaricioso de su viaje. Hay partes del relato que parecen más bien describir un derrotero impulsado por el delirio, una búsqueda animada por la insistencia en un codicioso y preponderante empeño…

En lo personal, me intriga que en esa reducida nómina hayan estado presentes por lo menos dos -sino cuatro- integrantes de apellido Vizcaíno. El primero era parte de la planilla de la Pinta, oficiaba de calafate y obedecía al nombre de Juan Pérez Viscaino (así, con s y sin tilde); el segundo era tonelero, estaba incluido en la nómina de la Santa María y llamábase Domingo. Un tercero era conocido como Juan Ruiz de la Peña y se había registrado como “biscaíno”. Sin embargo, el más conspicuo de todos ellos, era nada menos que el maestre y propietario de la nave insignia; era cartógrafo, obedecía al sugestivo nombre de Juan de la Cosa; y, como era cántabro y natural de Santoña -vecina a la bahía de Vizcaya-, lo conocían con un sobrenombre que hacía referencia a su gentilicio: le decían Juan Bizcayno.

No estoy muy seguro de llevar en las venas algún barrunto que me relacione con los oficios de cartógrafo o de tonelero. Pues, de la apostura que sugiere la imagen de este último quizá aspire a la bondad, mas no al abultado abdomen que rubrica su quehacer cubero. Tampoco he dado qué hablar por aquello de “la cosa”, ni me he distinguido por el desempeño en oficios de gobierno marinero… Aunque, bien pensado, quizás me calce la otra gestión: la del solícito calafate, la del abnegado subalterno que se encarga de tapar las junturas del barco para evitar que el agua se filtre, la del que vive preocupado por el buen estado de las jarcias; la del que con sus estopas y breas cura las filtraciones y pone a buen recaudo los aparejos!

Sí, de eso podría tener: sangre de calafate, humilde curador de porfiados resquicios marineros...

Quito, 10 de octubre de 2012
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09 octubre 2012

De calendarios y celebraciones

El mundo poco aprecia cuanto les debe a los que se empeñan en sus solitarios pruritos, a los locos, a los necios y a los obsesionados. Tampoco les ha hecho un reconocimiento a quienes se topan con el desorden y no cejan hasta dejarlo todo arreglado. Esa es la excentricidad de sus extravagantes caprichos. Hoy los tildan de obsesivos – compulsivos; mas no se reconoce, con justicia, que la dimensión de sus obstinadas obsesiones, o de sus aparentes trastornos -de sus “temas”, si se prefiere- ha dado curso a grandes avances, ha escrito la historia de los grandes descubrimientos o nos ha entregado, con su ordenado empecinamiento, nuevos elementos para vivir con mayor bienestar; como sería la ventaja de disponer de un instrumento de medición del tiempo que fuese coherente y fácil de aplicar.

Ese fue el caso de un cónsul y dictador romano, que fuera valioso artífice para la transformación de la república romana en un poderoso imperio; se llamaba Julio, y hay quienes creen que habría nacido por medio de un procedimiento llamado intervención cesárea. Lo más seguro es que no fuera cierto; ya antes, en su familia, ya había existido el nombre de Julio César. Él había advertido que por más de siete siglos, luego de la fundación de Roma, se aplicaba un sistema inexacto, caótico y arbitrario para la medición del tiempo. Sus conciudadanos utilizaban diferentes formas de calendario con valores diferentes, en cuanto al número de días; formas que se convertían en sistemas poco confiables y convenientes.

Una buena madrugada se levantó a caminar por los corredores y portales de su palacio y comprendió que ese desorden no podía continuar, porque el caos que establecía el calendario no lo dejaba dormir. Algo tenía que hacer con el desfase que el calendario lunar, de 355 días, establecido por uno de sus predecesores, producía en la organización civil del imperio. Esa misma mañana le puso un breve mensaje a un sabio alejandrino para que viniese a auxiliarle y pusiese en vigencia una nueva tabla para medir el tiempo; y, para que pusiese de una vez en orden esto de que el calendario no obedecía a la real duración del año tropical.

Cuando Sosígenes llegó a Roma para sugerir cambios, y eliminar las tribulaciones aritméticas que a Julio le producían tanto desvelo, este le hizo caer en cuenta que en pleno otoño estaba ya sucediendo el invierno y que había que hacer algo drástico para reordenar el reloj anual del tiempo. Es así como el sabio sugirió al emperador repetir tres meses del año 46 AC., y acoger los valores del calendario egipcio de 365 días, con una variación: la incorporación del año bisiesto. El sabio había calculado que había seis horas de desfase anual, que debían incluirse en un día adicional que debía añadirse al calendario egipcio cada cuatro años.

Trecientos cincuenta años más tarde, el Concilio de Nicea habría de tratar de relacionar el calendario juliano con el año litúrgico, a efecto de determinar las fiestas religiosas que sucedían en fechas móviles. Se trataba especialmente de fijar la fecha de la Pascua, que debía ocurrir el primer domingo luego de la primera luna llena que ocurriese después del equinoccio de primavera. Pero… pasados los siglos algo insólito empezó a ocurrir, pues los cálculos del sabio alejandrino habían estado equivocados en algo más de once minutos por año! Un error aproximado de un día cada ciento treinta años!

A pocos individuos parecía molestar esta imprecisión en la medición del tiempo, con relación al verdadero comportamiento astronómico, hasta que… por ahí asomó un monje meticuloso, de nombre Ugo Buocompagni, que no podía aceptar que sus sotanas no estuviesen perfectamente ordenadas en su ropero, o que los cajones de su escritorio no mantuviesen una simetría y disposición matemáticas. Por eso, cuando más tarde fue electo Papa -y tuvo que enfrentarse, al igual que César, a una insidiosa pérdida de sueño- acudió a un par de eminentes sabios y les encargó, a manera de pastillas para el insomnio, el preparar una fórmula para arreglar los diez días que ya se había adelantado el travieso calendario.

Cuando Ugo asumió el papado, y adquirió el membrete eclesiástico de Gregorio XIII, se propuso por toda una década la reforma del sistema juliano. No fue hasta 1582 cuando se acordó que habría que saltarse diez días (el desfase acumulado) y que se tendría que redefinir la fórmula que había establecido el año bisiesto. Así habría de determinarse que serían bisiestos los múltiplos de cuatro (igual que antes), aunque con excepción de los años seculares (los múltiplos de cien), con salvedad de los que fueran divisibles para cuatrocientos. En cuanto al ajuste de la fecha del equivocado calendario… pues, sería inclusive más fácil: se dispuso que la fecha siguiente al 4 de octubre sería 15 de octubre y… asunto olvidado!

Con lo que nunca se contó fue con la inexactitud de las celebraciones posteriores. Así, por ejemplo, el descubrimiento de América se produjo un 12 de octubre de 1492 -en el inexacto calendario juliano-, pero la conmemoración de la épica efemérides, después de 1582, habría de efectuarse en la misma fecha aunque aplicando el reformado calendario gregoriano... Vale decir que si América se hubiese descubierto después de la modificación del calendario, la fecha real cuando Colón llegó a San Salvador hubiese sido un 21 o 22 de octubre -y no el 12 -; y esa hubiese sido la fecha que se hubiese utilizado para conmemorar en el futuro aquel histórico como trascendental descubrimiento!

Quito, 8 de octubre de 2012 (calendario gregoriano).
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07 octubre 2012

El cuento de nunca acabar

“A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles…".  Jorge Luis Borges. El puñal.

Auspiciantes y opositores, montubios y serranos, rojos y escuálidos, blancos y negros, creyentes y paganos… El mundo parece un cuento de nunca acabar! Sí, un cuento! “Una mecha”, como hubieran dicho mis tíos maternos. Y me pregunto si esto de buscar siempre posiciones antagónicas e irreconciliables está inscrito en el DNA de la naturaleza humana y ha de ser parte del destino contradictorio y demencial del hombre. Por qué esta tendencia nuestra por verlo todo como blanco y negro? De dónde surge este dualismo absurdo, excluyente y maniqueo, que nos impide ver que las posiciones que adoptamos están inspiradas en la intención (si es que no utilizamos un pretexto) de buscar el bienestar general?

Encuentro que para responder a estas preguntas con coherencia, hace falta primero basarse en la premisa de que existe autenticidad en los propósitos ajenos. Mal podríamos hacernos esta pregunta si no aceptaríamos como válida la supuesta sinceridad de las motivaciones ajenas, si no descartamos que pudiese existir una cierta cuota de cinismo en la evidente intransigencia con la que ciertos grupos o determinados individuos exponen sus posturas y puntos de vista. Por ello es que resulta tan confuso cuando asistimos a procesos de franco antagonismo y de permanente como insidiosa descalificación.

Por qué existe entonces este desprecio por la armonía social y la conciliación? No será que de forma consciente o inconsciente se están espoleando o acicateando los más primarios instintos de la acrimonia y el rencor? Será -me pregunto- que la ira y el odio producen y obtienen mejores resultados y réditos que la honesta y necesaria búsqueda de un punto intermedio de armonía y conciliación? Será que toda esa gente está realmente persuadida de que es más productivo vivir como lobos, hiriéndonos y despedazándonos a dentelladas, como si la aspiración más esencial del hombre no fuese otra que la venganza, la inquina y el desamor?

Es probable que ese juego, o mejor, esa vorágine de oscuras pasiones se alimenten y solivianten al socaire de escondidos intereses. Solo así podría entenderse que no sean la fraternidad y la concordia las que representen la aspiración más elevada de la condición humana, la vocación más excelsa que pueda tener el hombre. Cuando nuestras intenciones no son auténticas o cuando tratamos de esconder, enmascarar o disfrazar nuestros verdaderos intereses y nuestras reales motivaciones, destruimos el basamento de la conciliación; y, lo que es peor, insistimos en abonar la maleza del desencuentro y la hostilidad.

Por eso, cuando compruebo que subsisten estas actitudes, es que coincido que ellas constituyen “una verdadera mecha” y descubro que aunque “mecha” se define, en el Diccionario de Ecuatorianismos, de mi difunto amigo Carlos Joaquín, como “estorbo, obstáculo, rémora o incomodidad”, muy bien le cabe también la principal acepción que le reconoce el lenguaje coloquial, en el sentido de: cuerda que sirve para prender una carga o para transportar el fuego que ha de alimentar una explosión o provocar una catástrofe…

Será que alguien medita en estos temas? O será que nos hemos de empeñar siempre en que estos desencuentros se ahonden y repitan…? Al reconocimiento de esta perversa realidad llego a veces cuando oigo la letra de la vieja canción de Feliciano: “Se repite la historia, solo cambia el actor”. O, como hubiese expresado ese ciego genial que fuera Borges, en La trama: “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. O, como él mismo lo dice en la introducción de esta entrada: “… tanta soberbia, y los años pasan inútiles!”. Como si fuese un travieso puñal, digo yo.

Quito, 7 de octubre de 2012
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02 octubre 2012

El cordonazo del Santo

Difícil no recordar los aguaceros torrenciales de los primeros días de escuela; los truenos fulminantes y el ruido atronador de las granizadas de octubre. Imposible no recordar nuestras salidas al centro para adquirir las botas de caucho en los almacenes “El Globo”, o los carriles de la Pedro Fermín Cevallos, cuando no los útiles escolares de Artes Gráficas o de alguna otra de las papelerías del viejo Quito. Quizá fue entonces que fui testigo de una formidable y, para mí, inolvidable borrasca de granizo. Las huellas y vestigios de las pepitas de hielo habían convertido en un paisaje de invierno a la enorme plaza de San Francisco.

Eran los tiempos en que las principales actividades extracurriculares, aparte de las deportivas, eran el ensayo de “la comedia” y la práctica de una disciplina que llamaban “la recitación”. Una de esas interminables poesías que nos pidieron aprender, fue precisamente una que llevaba por título “Los motivos del lobo”. Tratábase de un poema endecasílabo de un nicaragüense que se llamaba Félix Rubén García Sarmiento, quien había preferido utilizar como apellido el primer nombre de su abuelo para llamarse Rubén Darío. Era un poeta que reconocía la influencia de un escritor ambateño llamado Juan Montalvo…

El sentido poema hacía apología de la pobreza y de la vida de renunciaciones del llamado “Pobrecillo de Asís”, mejor conocido como San Francisco. Este había nacido Giovanni di Bernardone, en Assisi, una ciudad de Perugia; era hijo de un rico y próspero comerciante, pero en su juventud había decidido apartarse de las comodidades ofrecidas por su padre y había optado por una vida de pobreza y renunciamientos, a la usanza de las congregaciones mendicantes. En un tiempo que las comunidades religiosas eran seriamente cuestionadas, por el caso de las herejías cátaras que dieron origen a las cruzadas albigenses, iniciativas como la de Francisco fueron autorizadas e impulsadas desde Roma, ya que propiciaban una vida de privaciones, frente a la cuestionada de supuesto fasto y riqueza con que se atacaba a la Iglesia Católica en esos controversiales tiempos.

Giovanni (o Francisco) había optado por vestir una sencilla prenda: una burda vestimenta construida con retazos de sayal. Tratábase de un frugal ropaje de color ceniciento, que se completaba con una cuerda de tosca lana, a manera de cinturón, que servía para sujetar el hábito. Cuando Francisco de Asís fundó la orden franciscana, estableció para sus seguidores la costumbre de usar aquella humilde y encapuchada indumentaria, siguiendo así los preceptos evangélicos de Mateo 10: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón”.

Pasados los años, el “mínimo y dulce Francisco de Asís” fue elevado a los altares. La Iglesia habría de decretar como fecha de su onomástico religioso, o de su santoral, el cuatro de octubre. Francisco es uno de los santos más insignes de la cristiandad; uno al que se acogen, en busca de intermediación, muchos gremios de obreros y artesanos. De hecho, cuando empiezan los temporales que asolan en las tardes de octubre, los fieles buscan la protección del santo del sayal. Mas, el fenómeno del clima no ocurre solo en la serranía del Ecuador; al contrario, en muchas latitudes se asocia el rigor de esos terribles aguaceros con la fuerza de látigo que podría generar el castigo propinado por el austero cordón del santo. Por eso, el diccionario define así al llamado Cordonazo: “Entre marineros, temporal o borrasca que suele experimentarse hacia el equinoccio de otoño”.

Cuántas veces repetí hasta la saciedad la música de aquellos versos. Hoy, pasado el tiempo, trato de repetir lo que la memoria ya casi abandonó en el olvido:

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal.

Bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo…

Perdonen, pero aunque ya no rime... me olvidé de lo demás!

Quito, 3 de octubre de 2012
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Proposiciones copulativas

Caracas es en mis recuerdos la memoria de mi primer viaje autónomo. Hasta que cumplí dieciséis años solo pude haber hecho probable alarde de mis viajes al sur de Colombia -al santuario de Lajas y a la pequeña ciudad de Ipiales- cuando se trataba de comentar a los demás acerca de mis desplazamientos internacionales. Hasta entonces, eso era todo lo que yo podía auditar cuando debía enfrentarme a la ostentación de mis amigos. Pocas semanas antes de ese viaje, había regresado de Bogotá -más exactamente, de Zipaquirá- a donde había acudido, por vía terrestre y con unos pocos compañeros, al primer congreso internacional de un pequeño movimiento que existió en mi juventud y que se llamaba Palestra.

Uno de los dirigentes venezolanos, un muchacho caraqueño proveniente de una familia muy acomodada, se había comprometido a alojarme en su propia casa y a conseguir ayuda de su familia para costear mi viaje. Debido al ambiente todavía provinciano que entonces se vivía en Quito y a la pérfida secuela de una cierta experiencia familiar, y probablemente también debido a mis cortos años, no me fue muy fácil conseguir autorización y un mínimo financiamiento adicional; pero, superados los primeros obstáculos, los trámites de movilización requeridos y los prejuicios familiares, pronto estuve listo para la realización de aquel corto viaje.

El vuelo tuvo una escala de conexión en Bogotá, donde abordé un Boeing 727 de Avianca que proclamaba, en la mampara contigua a la puerta de acceso, que ese era el mismo aparato que había transportado, en su viaje desde Italia, al Papa. El vuelo aterrizó en el aeropuerto de Maiquetía cuando ya había concluido la tarde. Maiquetía estaba ubicada en la vecindad del puerto caribeño de La Guaira, en una zona donde los cerros se precipitaban en forma abrupta sobre las playas de Macuto. No puedo dejar de recordar las luces mortecinas de color azul cobalto, que entonces me pareció que identificaban a la pista, y que luego sabría que servían para señalar los límites exteriores de las calles de rodaje.

Superados los trámites de la llegada y satisfecho el afectuoso recibimiento, fui trasladado hacia la capital venezolana. Era la primera vez que me movilizaba utilizando una autopista, una vía que tenía entonces pocos años de construida, y que unía, en algo menos de treinta minutos, lo que entonces me pareció la distancia que existe entre Quito y Santo Domingo. Era sorprendente comprobar los cortes hechos en la montaña y, ante todo, cómo se había diseñado la amplia y segura autopista, utilizando una gran cantidad de túneles y sinuosos puentes que se adaptaban a las características del entorno. Venezuela era ya un país rico, era todo un país exportador de petróleo; aun así, me imaginé que una obra similar se construiría en Ecuador pocos años más tarde. Hoy compruebo que todavía no he visto nada parecido, ya transcurrido casi un medio siglo!

Descubrí al llegar una ciudad moderna, similar a Quito en cuanto a su desarrollo longitudinal, aunque caracterizada por su actividad comercial y la eclosión de una clase media acomodada y consumista. Nada más llegar, tuve la exacta sensación que debe tener un muchacho que llega por primera vez a la capital, cuando viene desde la provincia. Cierto que Caracas es una ciudad de otro clima, una ciudad tropical; pero eso de advertir un desconocido colorido y una inédita luminosidad, me hizo descubrir otros colores y una forma distinta de vida.

La morada de la familia que me alojó estaba ubicada en Colinas de Bello Monte, uno de los barrios más exclusivos en aquellos tiempos. Los sectores de vivienda estaban muy definidos en esa ya bullente metrópolis. Otros barrios tenían nombres sugestivos y poéticos como Altamira o Los Palos Grandes. Habría de extrañarme que muchas veces no era la numeración tradicional la que definía o identificaba la dirección domiciliaria, sino la nomenclatura de las calles y un nombre escogido por el propietario para su chalet o villa. A las casas con jardín se las conocía como “quintas” y tenían nombres como “María Piedad” o “Mi casa”.

La noche de mi llegada a Caracas, fui invitado a una suerte de cena de familia. La casa donde se iba a efectuar la reunión estaba ubicada en otro afluente barrio, donde pude observar elementos de seguridad y ciertas normas de convivencia interior como hasta entonces no había observado, ni me habría imaginado, nunca antes que estas existían. Pertenecía el lugar a los tíos del compañero responsable de mi estadía. Era ya tarde cuando me senté a la mesa sin ánimo de compartir la comida. Concluida la cena, decidí, sin embargo, aceptar un trozo de un queso de apariencia distinta a los que hasta ahí había probado en mi vida. Pese a su color y textura, me aventuré a aceptar el ofrecimiento y a echarle una mordida…

No bien me puse el generoso bocado en la boca, cuando descubrí que este tenía un sabor fortísimo. En pocos segundos tuve que enfrentarme a urgentes como diversas alternativas: correr al cuarto de baño para deshacerme del ingrato pedazo, dejarlo disolver sin saborearlo en la boca o tragármelo de un solo y apurado bocado. Estaba yo ocupado en la resolución de mi difícil alternativa, cuando el dueño de casa, dirigiéndose a su esposa le inquirió con indiferencia: “Chucha, y que tal si tiramos un palito?”. Al escuchar tres obscenidades en una sola frase, casi expulsé el desagradable bocado, optando por ejercitar ahí mismo, en la mesa del comedor y frente a todos, la primera de tales alternativas!

Luego habrían de aclararme que Chucha era como conocían a la anfitriona, doña Jesusa, y que aquello de “tirar un palito” no tenía una connotación erótica, ni obedecía a la propuesta de una intención copulativa, sino que consistía en una civilizada forma de hacer un ligero brindis y, tan solo, de compartir una bebida!

Quito, 2 de Octubre de 2012
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01 octubre 2012

La efusión del semen…

Transcribo a continuación un cuento corto de Mario Benedetti, un escritor a quien admiro por su perspicacia y espíritu poético. Es oportuno advertir que aunque el diccionario define polución como: “1. Contaminación intensa y dañina del agua o del aire, producida por los residuos de procesos industriales o biológicos”, el término antes se lo utilizaba únicamente para expresar otros conceptos como los que siguen a continuación: “2. Efusión del semen. 3. Acto carnal. 4. En sentido moral, corrupción, profanación”. Puntos suspensivos…

“Beatriz la polución”. Mario Benedetti. Cuento (texto completo).

“Dijo el tío Rolando que esta ciudad se está poniendo imbancable de tanta polución que tiene. Yo no dije nada para no quedar como burra pero de toda la frase sólo entendí la palabra ciudad. Después fui al diccionario y busqué la palabra imbancable y no está. El domingo, cuando fui a visitar al abuelo le pregunté qué quería decir imbancable y él se rió y me explicó con buenos modos que quería decir insoportable.”

“Ahí sí comprendí el significado porque Graciela, o sea mi mami, me dice algunas veces, o más bien casi todos los días, por favor Beatriz por favor a veces te pones verdaderamente insoportable. Precisamente ese mismo domingo a la tarde me lo dijo, aunque esta vez repitió tres veces por favor por favor por favor Beatriz a veces te pones verdaderamente insoportable, y yo muy serena, habrás querido decir que estoy imbancable, y a ella le hizo gracia, aunque no demasiada pero me quitó la penitencia y eso fue muy importante.”

“La otra palabra, polución, es bastante más difícil. Esa sí está en el diccionario. Dice, polución: efusión de semen. Qué será efusión y qué será semen. Busqué efusión y dice: derramamiento de un líquido. También me fijé en semen y dice: semilla, simiente, líquido que sirve para la reproducción. O sea que lo que dijo el tío Rolando quiere decir esto: esta ciudad se está poniendo insoportable de tanto derramamiento de semen. Tampoco entendí, así que la primera vez que me encontré con Rosita mi amiga, le dije mi grave problema y todo lo que decía el diccionario. Y ella: tengo la impresión de que semen es una palabra sensual, pero no sé qué quiere decir. Entonces me prometió que lo consultaría con su prima Sandra, porque es mayor y en su escuela dan clase de educación sensual.”

“El jueves vino a verme muy misteriosa, yo la conozco bien cuando tiene un misterio se le arruga la nariz, y como en la casa estaba Graciela, esperó con muchísima paciencia que se fuera a la cocina a preparar las milanesas, para decirme, ya averigüé, semen es una cosa que tienen los hombres grandes, no los niños, y yo, entonces nosotras todavía no tenemos semen, y ella, no seas bruta, ni ahora ni nunca, semen sólo tienen los hombres cuando son viejos como mi padre o tu papi el que está preso, las niñas no tenemos semen ni siquiera cuando seamos abuelas, y yo, qué raro eh, y ella, Sandra dice que todos los niños y las niñas venimos del semen porque este liquido tiene bichitos que se llaman espermatozoides y Sandra estaba contenta porque en la clase había aprendido que espermatozoide se escribe con zeta.”

“Cuando se fue Rosita yo me quedé pensando y me pareció que el tío Rolando quizá había querido decir que la ciudad estaba insoportable de tantos espermatozoides (con zeta) que tenía. Así que fui otra vez a lo del abuelo, porque él siempre me entiende y me ayuda aunque no exageradamente, y cuando le conté lo que había dicho tío Rolando y le pregunté si era cierto que la ciudad estaba poniéndose imbancable porque tenía muchos espermatozoides, al abuelo le vino una risa tan grande que casi se ahoga y tuve que traerle un vaso de agua y se puso bien colorado y a mí me dio miedo de que le diera un patatús y conmigo solita en una situación tan espantosa.”

“Por suerte de a poco se fue calmando y cuando pudo hablar me dijo, entre tos y tos, que lo que tío Rolando había dicho se refería a la contaminación atmosférica. Yo me sentí más bruta todavía, pero enseguida él me explicó que la atmósfera era el aire, y como en esta ciudad hay muchas fábricas y automóviles todo ese humo ensucia el aire o sea la atmósfera y eso es la maldita polución y no el semen que dice el diccionario, y no tendríamos que respirarla pero como si no respiramos igualito nos morimos, no tenemos más remedio que respirar toda esa porquería.”

 “Yo le dije al abuelo que ahora sacaba la cuenta que mi papá tenía entonces una ventajita allá donde está preso porque en ese lugar no hay muchas fábricas y tampoco hay muchos automóviles porque los familiares de los presos políticos son pobres y no tienen automóviles. Y el abuelo dijo que sí, que yo tenía mucha razón, y que siempre había que encontrarle el lado bueno a las cosas. Entonces yo le di un beso muy grande y la barba me pinchó más que otras veces y me fui corriendo a buscar a Rosita y como en su casa estaba la mami de ella que se llama Asunción, igualito que la capital de Paraguay, esperamos las dos con mucha paciencia hasta que por fin se fue a regar las plantas y entonces yo muy misteriosa, vas a decirle de mi parte a tu prima Sandra que ella es mucho más burra que vos y que yo, porque ahora sí lo averigüé todo y nosotras no venimos del semen sino de la atmósfera.” Fin.

Qué contradictorios son los diversos sentidos que pueden tener las palabras...!

Quito, 1 de octubre de 2012


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