30 abril 2012

De amantes y nomenclaturas

Se encuentra estos días en plena vigencia una sugestiva encuesta para bautizar y dar nombre al flamante aeropuerto capitalino. Por un motivo que desconozco, se habrían escogido hasta cuatro nombres como eventuales finalistas; tres de ellos tratan de honrar la memoria de personajes emparentados con las gestas de la independencia y uno tiene relación con su ubicación geográfica. De esta manera, los nombres que parecerían disfrutar de mayor preferencia serían: Manuela Sáenz, Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Carlos de Montúfar y uno que, hasta aquí, habría captado el mayor favoritismo: “Aeropuerto Mitad del Mundo”.

De los tres primeros nombres, el de Carlos Montúfar obedece al de un prócer que estuvo incorporado a las luchas de la independencia; su participación habría sido conspicua e innegable, pero no habría tenido el protagonismo que, por lo menos, justifique el que se dedique su ilustre nombre a la identificación permanente del nuevo aeropuerto. Mucho más incidencia histórica y repercusión en la vida cívica y política de la nación habría tenido Espejo, pero su reconocimiento no solo obedecería a sus indisputables méritos, sino que más bien constituiría una forma de respuesta a la re-designación que, con el nombre de uno de sus ciudadanos predilectos, José Joaquín de Olmedo, se ha hecho al aeropuerto de Guayaquil.

Advierto que el nombre de Manuela Sáenz, la dama conocida como “Libertadora del Libertador”, constituiría un esfuerzo más por restituir una postergación del pasado a un personaje cuya real participación histórica está todavía difuminada en la oscura niebla del mito y la leyenda. La señora Sáenz habría nacido ilegítima -una razón para el escarnio y la segregación social de esos tiempos- y había abandonado a su esposo para seguir a su amante, Simón Bolívar. La religiosidad de aquellos años, y su consiguiente mojigatería, no pudo haber hecho posible la participación abierta y concluyente de una mujer con ese tipo -como se juzgaba entonces- de “cuestionable reputación”. Además, tal participación femenina en gestas militares y con evidente carácter subrepticio, clandestino y conspirativo, no eran posibles en una edad que estuvo signada por el hermetismo.

No es la primera vez que se sugiere el nombre de Manuela Sáenz para designar a un importante monumento. Supongo que nuestra propia sociedad -dada a las tardías reparaciones y a cierta forma de romanticismo- habría querido, desde los albores del siglo pasado, reparar y recompensar la memoria de una mujer que, luego del temprano fallecimiento de Bolívar en Santa Marta, estuviera obligada a vivir hasta su muerte en el destierro. Una sociedad que estaba imbuida por el prejuicio religioso y la hipocresía social jamás pudo perdonar a Manuela Sáenz la informalidad de sus espurios y adúlteros encuentros afectivos.

Cuando hace un par de décadas se trató de establecer la nomenclatura de un importante edificio cultural en el centro capitalino, ya se propuso la designación de dicho monumento con el nombre de la pretendida heroína. No habría de progresar dicha propuesta pues, aunque la participación de Manuela en las incidencias independentistas hubiese tenido auténtico asidero, tal iniciativa más parecía responder a intenciones feministas y a una exageración de nuestro mal entendido “patriotismo”. Se trataba de una expresión trasnochada que habría querido enredar el nombre de una mujer enamorada con el mito y la leyenda.

Un par de décadas antes de los episodios afectivos de Manuela, otra aparente heroína habría de provocar los chismes y comentarios de la sociedad limeña, se trataba de una joven dedicada al espectáculo y la comedia; obedecía al nombre de Micaela Villegas, se había convertido en la amante de un influyente hombre que la llevaba con cuarenta años, el virrey Manual Amat, quien para adularla solía llamarla en su lengua catalana como “peti-xol”, es decir joya o alhaja. Sin embargo, la picardía de la sociedad peruana pronto habría de bautizarla como “la perra chola” o “la perricholi”. Así, una relación escandalosa se habría también mimetizado entre los nebulosos velos que suelen tener esas dudosas epopeyas.

El punto es que, frente a un desempeño histórico que mucho puede tener con la controversia y el prejuicio, no debería buscarse un nombre para el nuevo terminal aéreo que esté rodeado por el recuerdo de una saga que podría estar confundida con los rugosos celofanes de la ficción y la quimera. Dejemos a la enamorada señora en paz y busquemos un nombre que no esté envuelto en la fantasía y contaminado por la mordaz invectiva o la cuestionable empresa.

Comparto la iniciativa de mantener, para el nuevo terminal, el nombre del actual aeropuerto, haciendo honor así al Mariscal Antonio José de Sucre, verdadero mártir de nuestra emancipación y precursor de nuestra independencia. No sería de justicia eliminar el recuerdo de su eximio nombre. Baste reconocer que un moderno barrio capitalino quiso perpetuar su recuerdo apellidándose como Mariscal Antonio José de Sucre; mas, ha terminado enterrado en el sombrío y lóbrego nombre de “la Mariscal”, que equivaldría a decir “la almirante” o “la general”. Para colmo, ni siquiera conservando su género, por aquél uso del “la”…

En cuanto a aquello del nombre preferido: Mitad del Mundo… no veo la razón para dar pábulo al ingenio y a la picardía quiteña: va a quedar tan lejos el nuevo terminal aéreo, debido a la ausencia de las vías adecuadas, que pronto lo han de rebautizar como “aeropuerto del fin del mundo”, dadas las evidentes dificultades de movilización hacia la nueva terminal aérea. Por ello, mientras no se cierre el actual aeropuerto de Quito, y se mantenga abierto al Mariscal Sucre, por qué no llamarlo como “Aeropuerto Internacional de Quito”, o identificarlo con el nombre de su ubicación y llamarlo simplemente “Aeropuerto de Tababela”?

Quito, 28 de abril de 2012
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26 abril 2012

El desamor

Es como una de esas viejas novias de las que uno ya no puede desprenderse. Una de la que uno se habría dejado cautivar por su aparente discreción, su incierta aristocracia, el empecinamiento de sus antojos y sus caprichos provincianos. Pero… uno se había ido a vivir con ella, a pesar de sus chismes, de sus extrañas mezquindades, de su conformismo, de su disimulada abyección. El embrujo que ejercían sus descuidadas joyas, la memoria de sus anteriores desplantes, la fama que le habían dejado sus olvidadas conquistas, quizás ayudaron a disimular su desapercibido desgaste, sus adiposidades, sus arrugas, su precoz envejecimiento, su díscolo carácter, su afrentosa novelería, su decadente pretensión…

Aun así, el mío fue un amor temprano, una pasión oscura e inexplicable, que me aturdió y que me quemó desde muy pronto -y que hoy descubro que me sedujo desde siempre-. Por eso, desde púber aprendí a justificar y a vivir con sus obsesiones, con su carencia de auto reflexión, con esa torpe manera de disimular y aun de alardear de sus defectos. Se fue haciendo entonces como una vieja que se jactaba de su pasado, a pesar de sus achaques, de la impronta de su precoz herrumbre, de las huellas de su lacerante arterioesclerosis, de su lamentable anacronismo.

Había sido para nosotros como una amante díscola y empecinada. No habíamos caído en cuenta de sus carencias, de sus disparates y de sus devaneos; ni tampoco reconocido el vértigo de su deterioro… Me pregunto si esto sucedió porque aún éramos niños o porque aún no habíamos tropezado con nuevos e inéditos amores; o porque aún no habíamos descubierto novedosas opciones y aquello tan fresco e intrigante de que el mundo era ancho y no siempre ajeno…

Vino entonces un lento e irreversible desengaño; sus sombras y sus vicios fueron acelerando nuestro desaliento y desilusión. Entonces, cada cotidiano encuentro fue convirtiéndose en nueva desesperanza; y se transformó en triste desencanto todo aquello que ayer había sido fuente de rara fascinación. Ahora la ágil ciudad de antaño se había convertido en lenta, congestionada y desesperante; en fuente de ánimos conflictivos, de desencuentros y de frustrante irritación.

Hoy, ella luce como postrada, embrutecida y paralizada; sus padrastros no atinan a pergeñar una respuesta y menos aún una solución; mientras tanto sus hijos se tambalean entre el agobio y el pesimismo; entre su loca angustia y la frialdad del desamor!

Quito, abril 26 de 2012
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20 abril 2012

De exhortos y exhortaciones

A propósito del reciente desencuentro entre los titulares de dos de los poderes del Estado, suscitado por una misiva enviada por el presidente respecto a ciertos “exhortos” enviados por la legislatura, daría la impresión que la mayoría ha querido interpretar dicho desacuerdo como el inicio de una incipiente pugna de poderes o como una impostura prefabricada para aparentar una discordancia entre los mencionados poderes estatales; una suerte de tongo o trampita política, como las que ocasionalmente se acostumbran en los eventos deportivos…

Nadie, sin embargo, parece haber caído en cuenta de las diferencias semánticas que existen entre “exhorto” y “exhortación”. Pues, a diferencia de la exhortación, que como sugiere su nombre, se trata de una incitación, estímulo, sugerencia o recomendación, el exhorto es más bien una instancia jurídica que, de acuerdo al diccionario de la Real Academia, consiste en “un despacho que emite un juez a otro de igual categoría para que mande dar cumplimiento a lo que le pide”. Así el exhorto, en términos legales, no implica ruego sino mandato; y establece, ante todo, un dictamen o disposición hacia alguien de idéntico rango y condición.

Da por lo mismo la impresión que, como sucede con frecuencia en nuestro país, la discrepancia habría surgido por un uso inadecuado de la palabrita. Parecería que, dada la relación de evidente sumisión al ejecutivo por parte de la Asamblea, su real intención fue la de hacer recomendaciones y solicitudes a manera de ruego o simple sugerencia. Mal pudo encerrarse en sus insinuaciones un ánimo alejado de la docilidad, el acatamiento, la subordinación y la dependencia.

Lo que si denuncia ese “sui generis” cruce de comunicaciones es la carencia de unos mecanismos previos de diálogo, persuasión y mutuo entendimiento; y ante todo, esa campechana manera de excederse en la verborrea innecesaria para dar por sentada una posición o dejar en claro un punto de vista. Las misivas que se generan en los despachos de quienes ostentan una alta dignidad pública deben estar caracterizadas por la brevedad, la elegancia en la redacción y, sobre todo, por un espíritu que invite a la reflexión, a la conciliación y a la colaboración mutua. Utilizar una carta para expresar una suerte de desahogo e insinuar una especie de reproche o jalón de orejas, es solo una forma disimulada de expresar un “a mi no tienen que decirme lo que debo hacer” y solo demuestra presunción, falta de entendimiento de lo que implica una dignidad especial e impertinencia.

De otra parte, si el poder legislativo ha de demostrar siempre solo actitud de sometimiento, homenaje y pleitesía; si el ejecutivo ha de vetar en forma continua y recurrente sus intenciones e iniciativas; si el presidente ha de terminar imponiendo siempre con sus decretos y disposiciones legislativas, mejor sería que se suspenda la actividad de la Asamblea, para que no se viva la impostura de una democracia inexistente que, sin la independencia de poderes, solo se habría convertido en un sistema político de oropel y de mera fantasía… Ah! Y ya, sin la engañifa, el artificio y la patraña, cuánto es lo que el propio Estado ahorraría!

Quito, 20 de abril de 2012
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17 abril 2012

Invierno, o verano lluvioso?

Fue mi amigo, el Orejas, quien me culpó una madrugada, mientras tratábamos de eludir una guapa y furiosa tormenta ubicada hacia el sur de Panamá, que a mí era que él me había “escuchado” por primera vez términos como “efecto Coriolis” y “zona intertropical de convergencia”… La verdad que, como dicen por ahí, “nadie es perfecto”… Lo cierto es que esos y otros conceptos relacionados yo ya los había escuchado en mis ahora olvidadas lecturas de la academia de aviación.

Y es que me he detenido en estas meditaciones porque siempre ha despertado mi inquietud el porqué de que se llame a la estación lluviosa de nuestra costa como “temporada invernal”. Si el invierno es una estación climática del año que se identifica por días más cortos (y noches más largas), precipitaciones abundantes y bajas temperaturas; me pregunto si, hallándonos como nos encontramos en el ecuador terrestre, lo que realmente experimenta el litoral ecuatoriano es una estación “invernal” o solo una temporada cálida y húmeda, de días de duración promedio, y caracterizada por abundante presencia de pluviosidad.

Para aclarar estos conceptos, en primer lugar, habría que volver a los extraviados apuntes de mi escuela de aviación y consultar en qué consiste el invierno y por qué cambian y suceden las distintas estaciones. Luego habría que hurgar en el sentido etimológico de la palabra invierno y en el de sus derivados relativos como invernal e hibernal. Así habremos de refrescar unos pocos de nuestros marginados aprendizajes y recordaremos que las estaciones suceden por la existencia de un fenómeno conocido como: "la inclinación del eje terrestre con relación al plano de la eclíptica".

Esa inclinación tiene efectos importantes en el clima y en la meteorología en latitudes que se encuentran más allá de los trópicos; sin embargo, por sí sola, no podría ejercer efectos determinantes en la zona ecuatorial donde la duración del día y, por lo mismo, la temperatura y la pluviosidad no tendrían, en la práctica, una importante y notoria variación.

Pero ha sido consultando el diccionario de la RAE que he descubierto que invierno no solo quiere significar una estación que va entre el solsticio de su nombre y el equinoccio de primavera -fines de diciembre hasta finales de marzo, en el hemisferio norte-, sino que es un vocablo que también se utiliza para designar “una temporada de lluvias que dura hasta seis meses” en la zona ecuatorial. Entonces caigo en cuenta que invierno tiene una raíz latina y que en la lengua del Lazio, debido a su latitud, el invierno estaba emparentado con el frío y los días cortos, pero sobre todo con generosa pluviosidad. Noto así que en países como Venezuela y Panamá se habla también de temporada invernal, aunque estas regiones son parte del hemisferio septentrional.

Gran parte del Ecuador, sin embargo, se encuentra en el hemisferio austral y es de suponer que esa estación, que va entre diciembre y marzo, debería más bien participar de las condiciones climático-meteorológicas del verano austral. Parte de la explicación tiene que ver con la inclinación del eje de la tierra; pero la más determinante obedece al desplazamiento hacia el sur de una masa de aire húmedo que en nuestro continente se sitúa hacia el sur de Panamá y que sigue, al igual que los monzones en el Asia, la posición relativa del sol. Esta es la región ya mencionada al principio de esta entrada y que se la conoce como ITCZ o Zona de Convergencia Intertropical.

La ITCZ (por sus siglas en inglés) se convierte en cierto modo en una invasión del hemisferio norte en el meridional, trayéndonos consigo estas desastrosas lluvias que generan inundaciones y trágicas secuelas en su travieso trajinar. En la costa el fenómeno no deja de caracterizarse por cierta contradicción, pues se convierte en una estación calurosa -como si se tratara de la temporada estival- asociada con lluvias persistentes, cual si se tratara del invierno norte o septentrional.

En resumen, no es ni invierno ni verano. O como hubiera dicho con disimulada picardía alguien a quien conocí: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”…

Quito, 17 de abril de 2012
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16 abril 2012

De vías y aerovías

He leído con interés y simpatía un editorial de Francisco Rosales, escrito para el diario Hoy, que con el sugestivo título de “Agresión Aérea”, cuestiona la demora en la construcción de la vía de acceso al nuevo aeropuerto capitalino; y, sobre todo, la decisión -perentoria e irreversible-, de las entidades encargadas, de trasladar las facilidades y diferentes servicios del actual aeropuerto de Quito hacia las nuevas instalaciones del que será muy pronto el flamante terminal.

Y digo interés y simpatía porque el artículo denuncia la carencia de algo que en nuestro país parece que se ha hecho parte de nuestra nueva manera de hacer y manejar las cosas: la ausencia de procesos; y porque resulta a todas luces incomprensible e inadmisible que se haya iniciado la construcción del nuevo aeropuerto capitalino sin que se haya dado ningún tipo de prioridad a la vía de acceso a este centro de distribución de tránsito aéreo. No sorprende el hecho, sin embargo, pues la construcción se la inició inclusive sin contar con algo que era indispensable: el oportuno conocimiento de las características técnicas del nuevo aeropuerto y su aprobación por parte de la Dirección Nacional de Aviación Civil…

Esta necesaria participación de la autoridad aeronáutica se me antoja que era elemental. Por muy prestigiosa y experimentada que hubiera sido la entidad a cuyo cargo se ha puesto la planificación y construcción del nuevo aeropuerto, ésta no contaba con un factor imprescindible y esencial: el conocimiento de las circunstancias orográficas locales. No de otra manera se entiende cómo se ha ubicado la única pista construida junto a una profunda quebrada de alrededor de doscientos metros, que se le avecina en su parte central.

Esta deficiencia bien pudo ser evitada con solo cambiar la orientación del eje de la pista, con lo que no solo se hubiera evitado un innecesario riesgo, sino que se hubiese aprovechado de mejor manera la meseta y se hubiera podido inclusive extender la pista en un kilómetro adicional. Lamentablemente, parecería que esta decisión se habría tomado para dar cabida a una construcción posterior. En efecto, en una fase de futura ampliación del aeropuerto -solo planificada para el 2030- se tiene prevista la construcción de una pequeña pista paralela, quién sabe si para atender los vuelos domésticos o para dar servicio a la aviación general.

De todas formas, lo que más llama la atención es la urgencia de la concesionaria para proceder al cierre del actual aeropuerto, si no existe todavía la importante vía de acceso rápido y si, como se sabe, la capacidad del nuevo aeropuerto, en su primera fase, a duras penas superará la capacidad de manejo, en número de pasajeros, del aeropuerto actual. Si lo que importa es la eficiencia y comodidad que vaya a ofrecer el nuevo aeródromo, por qué no establecer un ordenado proceso de transferencia únicamente de los vuelos internacionales, dejándose temporalmente para los vuelos internos el aeropuerto actual?

Aunque la Municipalidad se encuentre empeñada en la adecuación de una vía temporal -la ruta de Collas-, y mientras se tome su tiempo para diseñar, trazar, contratar y construir el nuevo camino de alta velocidad al nuevo terminal aéreo, sería importante considerar que la única vía que actualmente existe -la llamada Vía Interoceánica- consiste solo en una calzada sinuosa y estrecha, interrumpida por varios y continuos semáforos y saturada por negocios ubicados en su misma periferia, además de numerosos y congestionados centros comerciales.

La utilización de esta inadecuada carretera para satisfacer las exigencias del aeropuerto de Tababela va a convertirse en una forma de irrespeto y falta de consideración para los usuarios; y también -y porqué no decirlo- para los vecinos de varios importantes barrios suburbanos del oriente de la ciudad. No deberían transferirse a Tababela los vuelos domésticos mientras no se concluya esta vía de acceso que es -sin lugar a cuestionamientos- de importancia primordial.

Quito, 16 de abril de 2012
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12 abril 2012

Una historia de vaqueros

Es inaudito, sorprendente e insólito, lo que puede suceder como consecuencia de una opción que se escoge, de una acción por la que se opta sin que, en apariencia, pudiese existir el riesgo de una consecuencia que tendría más tarde que tener que lamentarse. Me pregunto si la vida no es sino esa suerte de jardín donde toda acción, o preferencia por la que se opte, nos lleva por obligación a un incierto y caprichoso desenlace. Sí, la vida sería como un jardín de invisibles o escondidas encrucijadas; lo que alguien ya llamó “el jardín donde los senderos se bifurcan”.

Solo ayer he regresado de unas cortas vacaciones en la playa; y sabido es que hace pocos días se incrementó el octanaje de la gasolina que se expende para el consumo de los vehículos. De pronto, muchos automotores que se han provisto de combustible han sufrido serias alteraciones en su comportamiento e incluso graves desperfectos por culpa de la ausencia de mecanismos adecuados para que la transición a los nuevos tipos de nafta se produzca sin inconvenientes.

Daría la impresión que la mezcla indiscriminada en las cisternas de acopio de dos tipos diferentes de combustible, habría causado importantes deterioros en el normal desempeño de los motores. Sea por culpa de esta situación o por la siempre probable de que se hubiera contaminado con agua el combustible, lo evidente es que un número considerable de vehículos se han averiado, obligando a sus propietarios a detener sus automóviles y a buscar ayuda mecánica -frente a sus diversas circunstancias de desplazamiento-, en forma incómoda e imprevista.

Esto es justamente lo que hemos vivido en nuestro viaje de retorno desde el litoral. El efecto del combustible contaminado, ha obstruido los filtros y ha averiado las bombas de gasolina; y nos hemos visto obligados a transbordar a otro vehículo y a transportar el nuestro en una plataforma de remolque.

Mas, aquí es cuando ha surgido el antojo de la fortuna; y como estas situaciones nunca parecerían no andar de la mano de la ironía, el camión de remolque ha sido asaltado por una pandilla de delincuentes de caminos. Luego de efectuar unos pocos disparos, los malhechores han obligado al conductor a salirse de la vía, produciéndose así una colisión con un inmueble. Al percatarse de la real condición del vehículo, los asaltantes han desistido de su inicial propósito, pero el auto remolcado se ha averiado en el trámite del episodio.

Como todo en la vida, muy simple sería encontrar explicaciones o excusas en los vericuetos de la casualidad; sin embargo, tengo el presentimiento de que no se habían tomado medidas adecuadas para el proceso de cambio de combustibles para así evitar estos inconvenientes que han afectado a los usuarios.

En cuanto a lo segundo, a los peligros e incertidumbres que en la actualidad genera la inseguridad en todos los ordenes de nuestra sociedad… parecería que estos no han llegado todavía a crear una urgente conciencia y preocupación en las autoridades respectivas, pues no se trata de una “cuestión de percepción” y aunque lo parezca, no se trata tampoco de una historia de vaqueros. El celo por recuperar y reforzar los desaparecidos niveles de seguridad es hoy un urgente imperativo: es perentorio enfrentar esta absurda como lacerante realidad!

Quito, 12 de abril de 2012
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09 abril 2012

Aquel gallito de Semana Santa

Siento a veces esa sensación de haberme descuidado (se dice “procastinar” en inglés, o sea: haber dejado para más tarde lo que ya podía haberse hecho), esa misma y extraña percepción de que me habría contentado con postergar una tarea que pude haber terminado y concluido si me hubiese comprometido con un ligero propósito y hubiese satisfecho su realización con la sola dedicación de un pequeño esfuerzo… Y entonces es que recuerdo esos inacabados deberes de una lejana Pascua de Resurrección cuando, seguro de que los podría completar en la parte final de aquel fin de semana, habría de prolongar mi innecesaria angustia infantil hasta los absurdos límites de un insólito desasosiego.

Era ya muy tarde aquel domingo, vísperas del día que estaba designado para la entrega de esas obligadas tareas. Y yo, apurado ya por la caída de la noche, por los trabajos todavía pendientes y por esa confusa excitación que produce la conciencia de la negligencia, había tratado de registrar las impresiones que me había dejado aquella procesión de Semana Santa para plasmarlas en la redacción que se nos había encargado referente a tal acontecimiento. Frescas estaban las imágenes de los participantes en aquel raro cortejo, donde destacaban los penitentes con sus silicios, sus lastimadas espaldas ensangrentadas y sus alargados cucuruchos. Procuré recoger en mi narrativa mi asombro infantil frente al dolor de los viandantes y a la devoción de los espectadores en esa rara mezcla que confundía las huellas de la fe con cierto contradictorio masoquismo.

Terminada la encomendada tarea -aunque para mi fastidio y desaliento, a una hora bastante tardía-, pasé a dedicar mis esfuerzos a realizar el trabajo manual que también se nos había encargado. Tratábase de la elaboración de un gallito de papel que había que recortar y plasmar sobre un pliego de cartulina; sobre ella se debía colocar un trozo de tela metálica, que debía adherirse a un pequeño marco de madera. Poco antes me había preocupado de preparar una tintura de color anaranjado. Con la ayuda de ese colorante habría de utilizar un viejo cepillo para frotar la tintura sobre aquel cedazo, el mismo que había sido fabricado para dejar caer unas finas partículas sobre el área destinada a la rezagada faena.

Hoy, casi cincuenta años después, no atino a comprender la razón para mis continuos y repetitivos fracasos con tan sencilla tarea. Lo cierto es que en cada nueva ocasión -y no sé si debido a mi propia impericia o la impaciencia que iba generando mi malograda experiencia- volvía a dejar caer esas gruesas lágrimas de tintura que venían a arruinar la conclusión de la tarea. No descarto que aquellos anaranjados lagrimones se habrían confundido también con los que eran producidos por mi propia ansiedad y molestia. Así, y al borde mismo del vértigo que producía la desesperanza por el incumplimiento, habría de surgir la ayuda providencial de alguien en casa que había advertido mi loca impotencia…

Pronto habría de advertir que para evitar esos indeseados manchones, solo hacía falta asegurarse de que el cepillo y la tela metálica prescindieran de todo rezago de tintura para, con las cerdas y el cedazo casi secos, iniciar la paciente acción del cepillado que iba, poco a poco, conquistando el exitoso resultado del jaspeado encomendado… Ya era tarde, cercanas estaban las horas de la madrugada, cuando pude por fin dejar al gallito tranquilo e ir a rumiar esos mis infantiles sinsabores bajo unas frazadas frías, signadas por su peso y su aspereza!

Casablanca, 8 de abril de 2012
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07 abril 2012

Hacia una nueva aristocracia…

Satisfago la curiosidad de alguno de mis lectores con unas breves e insólitas glosas de un documento que, a pesar de su ya comprobada falta de autenticidad, ha sido considerado, después de la Biblia, como el segundo texto más leído alrededor del mundo. Se trata del Protocolo de los Sabios de Sión. No dejan de resultar raros y sorprendentes ciertos admirables parecidos…

Aquí van unas pocas de sus peregrinas perlas:
“…la violencia y la intimidación son preferibles a los discursos elegantes cuando se trata de gobernar al mundo.”

“La libertad política no es un hecho, pero si una idea. Una idea que es necesario saber aplicar cuando conviene, cuando uno suelte las riendas del poder, otro lo habrá de tomar porque las masas no saben existir sin un jefe.”

“… la libertad es irrealizable porque nadie sabe servirse de ella con moderación. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a si mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje…”

“…ningún espíritu sensato estima poder gobernar a las masas con razones y cordura. Para evitar las objeciones, hay que seducir al pueblo que es incapaz de reflexionar profundamente con representaciones ridículas; la mayoría está guiada por ideas mezquinas, costumbres, tradiciones y teorías sentimentales.”

“Las decisiones de las masas dependen de una mayoría, casi siempre casual y
momentánea; se la prepara con anticipación, ya que, en su ignorancia de los secretos políticos, adopta disposiciones absurdas y siembra en los gobiernos el germen de la anarquía.”

“La política no tiene nada que ver con la moral. Un jefe de estado que pretenda gobernar con arreglo a leyes morales, no es hábil y, como tal, no está bien afianzado en su asiento. Todo el que quiera gobernar debe recurrir al engaño y a la hipocresía. En política, el honor y la sinceridad se convierten en vicios que despachan a un mandatario más pronto que sus mayores enemigos.”

“Nuestro derecho reside en la fuerza. El vocablo derecho expresa una idea abstracta, sin base e inaplicable; ordinariamente, significa: proporcióname cuanto preciso para sojuzgarte. ¿En dónde empieza el derecho? ¿En dónde termina? En un estado desorganizado, el poder de las leyes o el del soberano se disipan por la incesante usurpación de las libertades; en este caso, procedo con la fuerza para destruir los métodos y reglamentos existentes: me apodero de las leyes, reorganizo las instituciones y, así, me convierto en dictador de quienes, libremente, han renunciado a su poder y nos lo han rendido.”

“El fin justifica los medios. Es necesario no cejar en nuestro plan, poner mayor esmero en lo necesario y aprovechable que en lo bueno y moral.”

“Al trazarnos un plan de acción, debemos tener en cuenta la cobardía, la debilidad, la inconstancia y el desequilibrio de las masas; estas son incapaces de
comprender o acatar las condiciones de su propia existencia y de su bienestar. Hay que ver como la fuerza de las masas es ciega, ilógica y cambiante.”

“Solo una persona preparada desde su infancia para ejercer la soberanía autocrática puede comprender las palabras formadas por las letras del alfabeto político.”

“Por eso sostenemos que, para administrar eficazmente un país, el gobierno debe estar en manos de una sola persona. Sin el despotismo absoluto, la civilización es imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea este el que fuere.”

“Nuestra divisa debe ser fuerza e hipocresía. Solo la fuerza da la victoria en política, sobre todo cuando se oculta con destreza por quienes gobiernan un estado. La violencia debe ser un principio. El engaño y la hipocresía son las reglas de oro de aquellos gobiernos que no quieren caer ante un nuevo poder. Con estos perjuicios se consigue el bien. No nos detengamos innecesariamente ante la corrupción, la compra de conciencias, la impostura y la traición, porque con ellas servimos a nuestra causa.”

“En política, no dudemos en confiscar la propiedad, si de este modo podemos conseguir sumisión y poder.”

“Siguiendo la vía de las conquistas pacíficas, nuestro estado habrá de sustituir los horrores de la guerra por ejecuciones discretas y diligentes, necesarias para
mantener el terror y producir una ciega sumisión.”

“Los procedimientos que empleamos y la rigidez de nuestras doctrinas nos darán el triunfo; es decir, haremos a todos los gobiernos esclavos del nuestro. Deben aprender que somos despiadados cuando nos hacen resistencia.”

“Fuimos nosotros los primeros en gritar ante el pueblo: libertad, igualdad y fraternidad. Estas palabras las repiten frecuentemente desde entonces irreflexivas cacatúas de todas partes del mundo. Ni siquiera los gentiles más aguzados han reflexionado sobre lo abstracto de esas tres palabras: las pronuncian sin considerar que no concuerdan unas con otras y que se
contradicen.”

“No comprenden los sabios gentiles la desigualdad natural: la naturaleza inventó tipos disímiles, muy desiguales en inteligencia, carácter y capacidad.”

“Fue esto lo que nos dio la victoria proporcionándonos, entre otras cosas, la abolición de privilegios; o sea, la supresión de la aristocracia de los gentiles…”

“Sobre las ruinas de la aristocracia natural y hereditaria levantaremos, sobre bases plutocráticas, una aristocracia nuestra. Esta nueva aristocracia es la de la
economía, que siempre estará dominada por nosotros…”

… No, esto no fue escrito en Montecristi hace pocos años; fue escrito en Europa hace casi siglo y medio, con un extraño e inconfundible espíritu maquiavélico!


Quito, abril 6 de 2012
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03 abril 2012

Dar coces contra el aguijón

Se cree que es un aforismo castizo, aunque más bien tendría un origen bíblico, equivale a darse de cabeza contra las paredes o a infligirse una herida uno mismo; implica la ironía de escupir al cielo, para insultarse con carácter reflexivo o la ominosa advertencia de que no se debe repudiar lo que nunca sabemos si ha de aportar a nuestro propio beneficio. Sí, porque por afortunado que uno se sienta, nunca podría descartar que de ciertas aguas jamás habría de beber…

Si una desventaja encierra el goce de privilegios o la cautivante sonrisa que entrega la fortuna, es justamente la inocente seguridad que ellos han de ser permanentes y que la suerte ha de favorecernos siempre con su embriagador acervo y con su inmutable caudal. Nunca pensamos en que, al igual que ciertos ríos torrentosos, la fortuna tendría sus meandros y requiebros, que interrumpen -y aun revierten- la aparente certidumbre de su predecible e inalterable proceso. El que nunca preveamos que tras un ciclo de vacas gordas podríamos asistir a uno de vacas flacas, parece ser consustancial a nuestro propio convencimiento y quizás la ingenua característica de nuestras instituciones y de nuestra sociedad.

Tenemos la tendencia a considerar como impropio e inadecuado lo que nos resulta ajeno, y aun a juzgar como equivocado lo que otro realizó en el pasado o aquello que depende de la autoría o iniciativa de los demás. Nuestra historia personal -si bien lo meditamos- y los acontecimientos de nuestra comunidad están repletos de estos contradictorios episodios donde convertimos lo propio en bueno y acertado, y donde lo perverso y equivocado queremos siempre endilgar a los demás. Qué fácil nos resulta encontrar la aguja en el ojo ajeno y cuán difícil el no saber reconocer la viga existente en nuestra propia identidad.

De otra parte, nunca es bueno utilizar la estrategia de la coz -usar el talón para convertir a nuestro impulso en una acción disimulada-, y menos para tratar de lesionar a otros cuando corremos el riesgo de encontrarnos con nuestro propio castigo: con la ponzoña que contiene un embozado aguijón. Entonces, la acción puede transformase de perversa en ridícula… No solo que “tanto irá el cántaro al agua que al final ha de romperse”, sino que habremos de lastimarnos con esos mismos pedazos rotos, cuyas agudas esquirlas nos han de herir y descalabrar!

Quito, 3 de abril de 2012
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01 abril 2012

Los crustáceos automovilistas

Usamos con frecuencia en Ecuador un adjetivo para significar que alguien es torpe y desmañado; que, en definitiva, es carente de destreza y de habilidad para manejar un vehículo. Entonces afirmamos que ese alguien es un “camarón” y lo hacemos por lo general para expresar que quien maneja es inexperto cuando efectúa una maniobra o que realiza su actividad dando muestras de impericia. Por esto -y sin que tampoco dispongamos de testimonios de que los crustáceos decápodos se caracterizan por su torpeza o falta de destreza para su acuática actividad- los ecuatorianos hemos inventado el mencionado adjetivo y hemos patentado un verbo afín, el de “camaronear”. De este modo, a veces convertimos en insulto lo que parecería ser solo un inocuo adjetivo…

En estos días parece que el municipio ha emprendido una campaña radial para exhortar a los conductores a utilizar estrategias de cuidado y de prevención de accidentes. Sugerencias como las de utilizar las guías direccionales, cuidar de la condición mecánica de los vehículos o encender adecuadamente las luces para conducir, parece que son parte de estos cortos de publicidad, que advierten a los manejadores, con un tono que caracteriza al habla del quiteño, que no seamos negligentes; o recomendando con su mensaje: “que no seamos camarones”.

Parece que, juzgando por lo que parece su intención, es bueno el objetivo de la campaña en referencia. Sin embargo, daría la impresión que la cuña publicitaria desfigura y distorsiona la real aplicación con que utilizamos en nuestra tierra la mencionada palabreja. Porque más bien se usa el término para referirse a quien es proclive a la impericia y no para castigar con ese remoquete a quien pone en riesgo, con su distracción e imprudencia, la seguridad ajena.

Es probable que todos, en calidad de aprendices de conductores, hayamos tenido una etapa caracterizada por cierta ausencia de habilidades mecánicas y de destreza; sin embargo, parecería que existen personas que a pesar del paso del tiempo y su continua exposición a las actividades de manejo, no parecen adquirir esa pericia básica; y sea por culpa de su débil coordinación psico-motora o por las deficiencias que experimentó su inicial entrenamiento, exhiben la ausencia de una desenvoltura que caracteriza a los demás conductores, que se distinguen por su habilidad, delicadeza y aptitud, y se apoyan en la técnica y en la experiencia.

Por el contrario, y a pesar de todo lo dicho, el exceso de pericia podría a veces convertirse también en algo tan perjudicial y peligroso como resulta la torpeza. Se convertiría en algo semejante a quienes gustan de conducir en las vías a una velocidad compatible con la que solo es apta para las bicicletas. La utilización de una velocidad lenta e inadecuada en los caminos de rápido desplazamiento, puede llegar a convertirse en una peligrosa barrera y en una amenaza tanto o más riesgosa que la presencia de los crustáceos al volante, que representan una posibilidad permanente de graves accidentes e impredecibles consecuencias.

Quito, primero de abril de 2012
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