31 diciembre 2013

Silencios y reticencias

Todos duermen. Es como si en un cine de barrio sus cuatrocientos y más espectadores se hubiesen quedado dormidos en forma inexplicable y mágica. Hay que estar callado, por lo mismo. Y estarse quieto. Reviso de rato en rato el "Flight Tracker" y compruebo el progreso inevitable del vuelo; hemos cubierto ya el "punto de no retorno"; aunque, tratándose de un bimotor (es un "triple siete"), intuyo que si se presentase lo que los aviadores llamamos una "inesperada contingencia", un regreso alternativo a Hawai sería lo único aconsejable.

Pienso en el sorprendente y casi inesperado avance que experimentó la aviación comercial en tan sólo un siglo. Cien años al servicio de la transportación, del inquieto espíritu del hombre, de los deseos de echar raíces o de regresar al hogar; de las urgencias de probar suerte, empezar de nuevo o emigrar; de ceder al llamado de los sentimientos, de la pasión o de la sangre; años al servicio de unas ilusiones o del simple y básico deseo de conocer, o de pasear por una tierra extraña y de cumplir con un itinerario... Shsss... Chito! Todos duermen!

Mi pantalla personal sigue registrando, impertérrita, el avance de la terca navegación. Esa punteada huella va marcando una línea oblicua que se inicia en la costa de Norteamérica y se proyecta hacia el oriente australiano. Aquel trayecto cruza, como marcando una equis, otra línea, la del probable curso que siguió Magallanes en su periplo épico, hace casi quinientos años... Nos ha de tomar algo más de catorce horas cubrir un tramo similar al que a él y a su diezmada tripulación supo tomar más de dos meses de conflictivo calendario!

Mas, hoy no me es posible salir a cubierta, a enfrentar el embate del viento en el amanecer, mi ansioso rito para reafirmar mi fe y refrescar mi náutica esperanza… Hoy no puedo recorrer el puente, acariciar las húmedas e hirsutas jarcias y desplazarme hacia el mascarón de proa para atisbar solitario la distancia, para auscultar la nubosidad en lontananza y poder pronosticar el temporal; para realizar mi diario y madrugador paseo y convertir mi curiosidad en renovada certeza; para buscar una solitaria sombra -cualquier huella- que denuncie la presencia de algún promontorio que respalde mi grito descubridor de "Tierra! Tierra!"...

Solo somos yo, mi diminuto claustro provisional -el de mi asignado asiento- y esta mi personal y casi estática pantalla. Una mujer con el cabello alborotado atraviesa el pasillo con su zigzagueo tambaleante, procurando contrarrestar, con su desplazamiento, el ocasional y ligero chapoteo que a ratos nos recuerda la condición de nuestro viaje. El ser humano ha invadido un elemento que no es su medio de desplazamiento natural, pero es este el que le permite efectuar su cotidiana y siempre sorprendente hazaña…

Entonces pienso en el sentido gregario de la raza humana en este postrer día del año. En que hay algo de simbólico en la transitoria condición que tiene el pasajero aeronáutico. Es como si todos persiguiéramos no sólo un mismo destino, sino un mismo propósito, como si participáramos de un idéntico proyecto que ha tenido la virtud de identificarnos. Entonces, y sólo entonces, reflexiono en el reproche que me hiciera alguien que discrepa conmigo porque sugiero que nuestro actual presidente desune al país con su actitud beligerante.

Pienso en toda aquella verborrea innecesaria, en aquel mensaje obcecado y repetitivo, en aquella improductiva tautología, en cómo el gobernante ha sabido unificar a los que odian, en cómo un hombre llamado a liderar e inspirar, más bien ha "desatado odios unificadores" en el lenguaje de Sábato. Entonces me resisto a corregir mi postura y postulo que resulta contradictorio que los hombres, que hasta somos capaces de dar la vida por conjeturas, a menudo nos cruzamos de brazos frente a los tristes testimonios que nos ofrece la certeza...

Sobre el Pacífico Meridional
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28 diciembre 2013

Teoría del resentimiento

“Muchos hombres que ofrecen la otra mejilla después de la bofetada no lo hacen por virtud, sino por disimular su cobardía; y su forzada humildad se convierte después en resentimiento. Pero, si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardíamente la venganza... Por eso son tan temibles los hombres débiles -y resentidos- cuando el azar les coloca en el poder, como tantas veces ocurre en las revoluciones”. Gregorio Marañón. “Tiberio. Historia de un resentimiento”.

Gregorio Marañón había nacido trece años antes del siglo pasado; la fortuna quiso que sea también un médico interesado en la historia y en la filosofía (o si prefieren, un filósofo e historiador interesado en la medicina). Marañón vivió sesenta años en el siglo que feneció hace sólo trece años; siglo contradictorio por lo demás, marcado por el desarrollo técnico y científico, aunque signado por el maniqueísmo político, por el absurdo de los nacionalismos y por dos grandes guerras demenciales. Un siglo marcado por la caída de los valores humanos frente al hedonismo y al consumismo.

Marañón fue uno de esos espíritus que buscan encontrar las razones de actuar que parecerían tener los hombres, para así proponer fórmulas que logren hacer más comprensible o que justifiquen su absurdo comportamiento. Un día se interesó por un personaje que había dominado el mundo (o lo que fue, en términos de influencia, el Imperio Romano) por todo un cuarto de siglo y empezó a preguntarse cómo pudo haberlo hecho un hombre tan tímido, enfermizo, inseguro y lleno de complejos; un individuo solitario e impotente, carente de amigos, resentido a rabiar, con síntomas de lepra o de alguna enfermedad similar; si no fue también un sifilítico...

Esa es justamente la biografía que pinta el médico y pensador español acerca del emperador Tiberio Julio César Augusto (42 a.C. - 37 d.C.), que vivió mientras nació, vivió, predicó su doctrina y sufrió su tormentosa pasión un judío llamado Jesús de Nazaret. Marañón calificó a su obra como la "historia de un resentimiento". En ella explora los motivos de la perversa actitud que tuvo este hombre público y presenta pruebas para demostrar el insano sentimiento que motivaba su cicatera acción.

Vivir envenenado con la inquina del resentimiento es, para Marañón, más grave que estar imbuido por el odio, la venganza o el rencor (aun peor que la ira y la soberbia, como pensaba Miguel de Unamuno). Cree Marañón que estos sentimientos pueden afectar a los seres normales, ya que además son transitorios y muchas veces pasajeros; pero que aquel otro, el del sórdido resentimiento, tiene un carácter permanente y puede incubarse únicamente donde está ausente la generosidad, donde prevalece la grosera mezquindad. Tiberio estuvo encarcelado en su personal dicotomía, los barrotes de la cárcel de su inquina siempre estuvieron construidos con el innoble metal del resentimiento.

Tiberio no fue un mal gobernante, fue un gran militar y un funcionario que supo modernizar al imperio; fue un emperador capaz, probablemente el más capaz de los que tuvo Roma. Sin embargo, el mundo lo recuerda como un ser cruel y perverso, casi en la línea de Nerón o de Calígula. Estuvo ahogado siempre en ese feo arrebato que marcó su vida. Y es que el resentido mantiene aquella pasión en el fondo de su conciencia, la incuba y la fermenta; deja que le domine y que gobierne su conducta. El resentido "es un ser mal dotado para el amor, un ser de mediocre calidad moral".

Tiberio nunca fue un gran político, nunca supo adaptarse al signo de los tiempos. Su gestión estuvo siempre marcada por esos sus insidiosos resentimientos. Es que los resentidos parecen olvidar que nada de lo humano es permanente ni eterno. Que todo es transitorio y que “los emperadores, aunque la leyenda no lo quiera, mueren, a veces, lo mismo que los demás mortales.” Sí, ellos “a veces” también se mueren...

Quito
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26 diciembre 2013

Entre la vocación y la acritud

He leído con interés un editorial de prensa en el que se hace referencia, una vez más, a la posibilidad de que -vía ciertas reformas legales que se hallan en trámite y que no habrían sido previamente consultadas-, se asignaría a determinados miembros activos de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, a nuevas instituciones de carácter paramilitar sobre la base de ciertos incentivos de orden personal. Como se interpreta, esta novedosa política pudiera tener un doble propósito: redefinir el papel de la institución castrense en la vida nacional y dotar de una estructura humana a la formación de estas nuevas como necesarias organizaciones, aprovechando del aparente excedente en la nómina castrense.

Si algo espolea mi atención es el criterio del articulista en el sentido de que proceder en tal sentido pudiese “resentir” el espíritu de patriotismo y de afán de servicio del personal uniformado, habida cuenta que su vocación no es otra que el interés de servir a la Patria. Los jóvenes que se incorporan a la milicia, en la opinión del comentarista, lo hacen solo por patriotismo; estarían dispuestos a ofrendar sus vidas a objeto de asegurar los más altos intereses de la nación. No quisiera interpretar esta opinión en el sentido de que quienes escogen la milicia lo hacen por un exclusivo sentido de patriotismo, porque equivaldría a reconocer que quienes no lo hacen carecerían de aquel noble sentimiento.

Creo, para poder centrar debidamente la cuestión, que es preciso hacer una breve reflexión acerca de los motivos o razones que impulsan las vocaciones y, sobre todo, las íntimas deliberaciones que nos impelen a decidirnos por una determinada actividad, profesión u oficio. Hablar de aquel “interés por defender a la Patria” es, admitámoslo, un tanto probable, pero no se podría decir que es el móvil exclusivo. La verdad es que la gente se hace arquitecto, médico, abogado, religioso o militar por parecidos motivos: algo les atrae de esas actividades, o sienten una cierta identidad con ellas –eso es justamente la vocación- y juzgan que con esa decisión pueden asegurar una forma digna de realización personal y de reconocimiento. Pues, asegurar una forma de retribución o ingreso que sea adecuado es, de otra parte, una normal y comprensible parte de dicha ecuación.

De todas formas, eso de distraer al personal militar de su identificación, tanto vocacional como institucional, a objeto de estructurar otros cuadros -y en este caso de novedosas entidades que no son las que estaban destinadas a satisfacer su vocación original-, lo único que conseguiría es desarticular innecesariamente las dependencias castrenses a las que sus miembros hoy sirven, y crear más bien situaciones conflictivas de carácter interno que estarían influenciadas por la ambición personal, la intención de reubicarse y medrar de cuotas de poder; o de alcanzar promociones que a algunos les habrían sido negadas en su propia arma, justamente por una probable carencia de capacidades y merecimientos.

Estoy persuadido que si la intención es crear nuevas y eficientes instituciones, estas deben estar adscritas a los actuales estamentos; y estos deberían ser los que estén encargados de estructurarlas y organizarlas. Entonces, una vez establecida su misión, reglamentación y presupuesto, deberían ser las propias FF. AA. las que asignen -de sus propios cuadros- el personal necesario, sea en forma definitiva o en comisión de servicio, para que estas instituciones -sean estas de bomberos, control ambiental, aduana, control carcelario o lo que fuere-, nazcan y se desarrollen como demanda el sentido común, el interés de la nación y el bienestar de la ciudadanía. Ellas no deberían estructurarse sobre la base de ambiciones e intereses personales. Nacerían ya torcidas y aquello sería nefasto!

Las fuerzas armadas están organizadas sobre la base de unos nobles propósitos; tienen una misión, una mística, una organización y unos establecidos protocolos. Estas propuestas nuevas entidades deben diseñarse, conformarse y organizarse tomando como referencia la estructura militar. Solo ahí, el objetivo final debería ser que, una vez que se capaciten y especialicen, se les asegure un desempeño autónomo e independiente, para que ejerzan sus misión con eficacia y eficiencia.

Casablanca, Esmeraldas
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24 diciembre 2013

Orígenes de la Navidad (2) *

“Algunos mantienen que el 25 de diciembre fue adoptado solamente en el siglo IV como día de fiesta cristiano después de que el emperador romano Constantino I, el Grande, se convirtiera al cristianismo para animar un festival religioso común y convertir a los paganos en cristianos. La lectura atenta de expedientes históricos indica que la primera mención de tal banquete en Constantinopla no sucedió sino hasta 379, bajo San Gregorio Nacianceno. En cuanto a Roma, puede ser confirmado solamente cuando se lo menciona en un documento del año 350, pero sin ninguna mención de la sanción hecha por el emperador Constantino.

Sin embargo, los primeros discípulos de Cristo (llamados posteriormente cristianos en Hechos 11:26) no celebraban la Navidad. Divergencias con respecto a la fecha de nacimiento han hecho que se adoptara el 25 de diciembre como fecha oficial del natalicio de Jesús y el 6 de enero como la Epifanía (Esto todavía se celebra en Argentina, Armenia, Chile, Colombia, Ecuador, España, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela). Algunas tradiciones de la Navidad, particularmente las de Escandinavia, tienen su origen en la celebración germánica de Yule, como lo es el árbol de Navidad. Allí la Navidad se conoce como Yule (o jul).

Cálculo de la fecha de Navidad según los Evangelios:
Algunos expertos han intentado calcular la fecha del nacimiento de Jesús tomando la Biblia como fuente, pues en Lucas 1:5-14 se afirma que en el momento de la concepción de Juan el Bautista, Zacarías su padre, sacerdote del grupo de Abdías, oficiaba en el Templo de Jerusalén y, según Lucas 1:24-36 Jesús nació aproximadamente seis meses después de Juan. En el libro de Crónicas 24:7-19 indica que había 24 grupos de sacerdotes que servían por turnos en el templo y al grupo de Abdías le correspondía el octavo turno.

Contando los turnos desde el comienzo del año, se infiere que al grupo de Abdías le correspondía servir a comienzos de junio (del 8 al 14 del tercer mes del calendario lunar hebreo). Siguiendo esta hipótesis, si los embarazos de Isabel y María fueron normales, Juan nació en marzo y Jesús en septiembre. Esta fecha sería compatible con la indicación de la Biblia (Lucas 2:8), según la cual la noche del nacimiento de Jesús los pastores cuidaban los rebaños al aire libre, lo cual difícilmente podría haber ocurrido en diciembre. Cualquier cálculo sobre el nacimiento de Jesús debe estar ajustado a esta fuente primaria, por lo que la fecha correcta debe estar entre septiembre y octubre: principios de Otoño.

Además, debe tomarse en cuenta el censo ordenado por César al tiempo del nacimiento del Hijo de Dios, lo cual obviamente no pudo haber sido en diciembre, época de intenso frío en Jerusalén, la razón es que el pueblo judío era proclive a la rebelión y hubiera sido imprudente ordenar un censo en esa época del año. Empero, como los turnos eran semanales, tal y como lo confirman los manuscritos del Mar Muerto, descubiertos en Qumrán, cada grupo servía dos veces al año y nuevamente le correspondía al grupo de Abdías el turno a finales de septiembre (del 24 al 30 del octavo mes judío). Si se toma esta segunda fecha como punto de partida, Juan habría nacido a finales de junio y Jesús a finales de diciembre. Así, algunos de los primeros escritores cristianos (Juan Crisóstomo, 347-407) enseñaron que Zacarías recibió el mensaje acerca del nacimiento de Juan en el día del Perdón, el cual llegaba en septiembre u octubre.

Por otra parte, según los historiadores, cuando el Templo fue destruido en el año 70, el grupo sacerdotal de Joyarib estaba sirviendo. Si el servicio sacerdotal no fue interrumpido desde el tiempo de Zacarías hasta la destrucción del templo, este cálculo tiene al turno de Abdías en la primera semana de octubre, por lo que algunos creen que el 6 de enero puede ser el día correcto. Sin embargo, en un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirmó que "Nuestro Señor fue concebido el 8 de las calendas de abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la Pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día en que murió". Si fue concebido el 25 de marzo, la celebración de su nacimiento se fijaría nueve meses después, es decir, el 25 de diciembre.”

* Continuación. Reeditado para satisfacer la claridad en el texto.

Casablanca, Esmeraldas
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22 diciembre 2013

Orígenes de la Navidad *

* Mi hermano, el suquito, me ha hecho llegar una colaboración para este blog. Es una nota que le habría llegado por iniciativa del chef ejecutivo de un club un tanto recluido y definitivamente misógino que existe en mi lugar natal… Los caballeros que allí se reúnen están persuadidos que la voz “agricultura” es un sustantivo masculino, que el verbo “arar” tiene una implicación báquica y que la presencia de féminas no les permite concentrar… Tengo la impresión que la nota se ha tomado prestada de la Wikipedia, por lo que intuyo que aquellos son antros proclives a propiciar las arteras travesuras propias del “Rincón del vago”…

Sin más preámbulo, ahí les va una primera parte:

“La Navidad (latín: nativitas, ‘nacimiento’) es una de las festividades más importantes del cristianismo, junto con la Pascua de resurrección y Pentecostés. Esta solemnidad, que conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, se celebra el 25 de diciembre en la Iglesia católica, en la Iglesia anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la Iglesia ortodoxa rumana. En cambio, se festeja el 7 de enero en otras iglesias ortodoxas, que no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar al calendario conocido como gregoriano, nombre derivado de su reformador, el papa Gregorio XIII.

Los angloparlantes utilizan el término Christmas, cuyo significado es ‘misa (mass) de Cristo’. En algunas lenguas germánicas, como el alemán, la fiesta se denomina Weihnachten, que significa ‘noche de bendición’. Las fiestas de la Navidad se proponen, como su nombre indica, celebrar la Natividad (es decir, el nacimiento) de Jesús de Nazaret. Existen varias teorías sobre cómo se llegó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre, que surgen desde diversos modos de indagar, según algunos datos conocidos, en qué fecha habría nacido Jesús.

Formación de la Navidad como fiesta de diciembre:
Según la Enciclopedia Católica, la Navidad no está incluida en la lista de festividades cristianas de Ireneo ni en la lista de Tertuliano acerca del mismo tema, las cuales son las listas más antiguas que se conocen. La evidencia más temprana de la preocupación por la fecha de la Navidad se encuentra en Alejandría, cerca del año 200 de nuestra era, cuando Clemente de Alejandría indica que ciertos teólogos egipcios “muy curiosos” asignan no solo el año sino también el día real del nacimiento de Cristo como 25 pashons copto (20 de mayo) en el vigésimo octavo año de Augusto. Desde 221, en la obra Chronographiai, Sexto Julio Africano popularizó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. Para la época del  primer Concilio de Nicea en 325, la Iglesia Alejandrina ya había fijado el Díes nativitatis et epifaníae.

Adopción de la fecha de Navidad como 25 de diciembre:
Existen diversas teorías sobre el origen del 25 de diciembre como día de la Navidad. Según defiende William J. Thige, ya en el siglo III se celebraría el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, aún antes de que los romanos celebraran la fiesta del Sol invencible (Sol Invictus). Según otros autores, la celebración de esta fiesta el 25 de diciembre se debe a la antigua celebración del nacimiento anual del dios-Sol en el solsticio de invierno (natales invicti Solis), adaptada por la Iglesia católica en el tercer siglo d. C. para permitir la conversión de los pueblos paganos.

En Antioquía, probablemente en 386, Juan Crisóstomo impulsó a la comunidad a unir la celebración del nacimiento de Cristo con el del 25 de diciembre, aunque parte de la comunidad ya guardaba ese día por lo menos desde diez años antes. En el Imperio romano, las celebraciones de Saturno durante la semana del solsticio, que eran el acontecimiento social principal, llegaban a su apogeo el 25 de diciembre. Para hacer más fácil que los romanos pudiesen convertirse al cristianismo sin abandonar sus festividades, el papa Julio I pidió en el 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha, finalmente el papa Liberio decreta este día como el nacimiento de Jesús de Nazaret en 354.

La primera mención de un banquete de Navidad en tal fecha en Constantinopla, data de 379, bajo Gregorio Nacianceno. La fiesta fue introducida en Antioquía hacia 380. En Jerusalén, Egeria, en el siglo IV, atestiguó el banquete de la presentación, cuarenta días después del 6 de enero, el 15 de febrero, que debe haber sido la fecha de celebración del nacimiento. El banquete de diciembre alcanzó Egipto en el siglo V.” (continuará)

Quito
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20 diciembre 2013

Entre la traición y la mojigatería


Existen novelas que tienen un definitivo carácter simbólico; sobresale "El conde de Montecristo", obra cimera de Alejandro Dumas, ella representa el epítome de la venganza. Destácase otra, una que me he tardado en repasar -tanto porque lo hice un poco tarde, cuanto porque su lectura supo tomarme una buena dosis de tiempo-; se trata de "La Regenta" de Leopoldo García-Alas, "Clarín"; esta es la historia de una traición afectiva o, si se prefiere, la de un triángulo amoroso donde el personaje ausente es irónicamente el ingenuo y ultrajado marido.


La obra relata como compiten dos pasiones imposibles. Ella narra las oscuras y clandestinas obsesiones que afectan a dos rivales, enamorados en la condición equivocada: el uno porque es cura (funge de confesor de la heroína y ejerce la posición de canónigo de la villa); el otro porque, aunque es el reconocido Don Juan o Casanova de una ciudad provinciana, es a su vez el cercano amigo de un ex dignatario, cuya insatisfecha mujer lo había desposado sin estar enamorada.


Ana Ozores, la regenta, es la hermosa mujer que camina al filo de una doble cornisa: el adulterio al que cede con reticencia y el sacrilegio ante el que ella no transige, pero que no imagina, ni tampoco persigue. Al principio, su misticismo parecería enardecer el confuso sentimiento del eclesiástico, pero más tarde los recursos del irresistible conquistador y la conciencia de incompleta felicidad de la dama dan paso a una relación que desemboca en inesperados desenlaces.


Todo esto acaece en una ciudad gazmoña, donde Ana atrae por su hermosura y por la curiosidad y morbosa atención que despierta. El nombre mismo de la ciudad -Vetusta- ya parece insinuar aquella mezquindad de sus estamentos e instituciones o aquel burdo anacronismo de una actitud influenciada por la mojigatería. A veces parecería que la víctima no estaría encarnada por el esposo agraviado, sino por los dos enamorados que, a su turno, habrán de enfrentarse al prejuicio, la envidia y la hipocresía de una sociedad fisgona y decadente.


Daría la impresión que el verdadero personaje central no es la mujer del cándido regente, sino el altivo Magistral, aquel canónigo elocuente, que está dominado por la ambición y la fatuidad. Él es el prototipo del cura soberbio y bien parecido, que mezcla en su porte el talento, la elegancia y aquella rara magnanimidad que parece embozar su propia concupiscencia: “Aquel canónigo estaba enamorado como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico que ella se había figurado… El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira… ¡La amaba un canónigo!”


El final es un juego de pasiones encontradas. El mancillado regente, que ha llegado a descubrir el interés del canónigo por su esposa y que ha declarado que hubiese preferido encontrarla en manos de un amante, descubre la realidad de la doble traición con que se le afrenta. Busca entonces resarcir el baldón que pesa sobre su honor con la proposición a un duelo del que resulta la víctima inevitable.


Creo haber leído que los críticos encontraban una sugerente similitud entre "La Regenta" y "Madame Bovary" de Flaubert e incluso con "Anna Karenina" de Tolstoi. Sea lo que fuere, la obra constituyó un importante referente para el desarrollo de la novela del siglo XX. El escrúpulo que puso Leopoldo Alas para describir los personajes secundarios, y para relatar los episodios paralelos, recuerda la tradición rusa; recurso este que está siempre presente en las obras maestras de la literatura. "La Regenta" es quizá la más importante novela española después de “El Quijote”. Es difícil concebir que cuando fue publicada por primera vez, su autor contaba apenas con treinta y tres años de edad. Detalle realmente sorprendente!


Quito
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18 diciembre 2013

Mera, Mera!

Nos conocimos en la edad de la inquietud y de las preguntas sin respuestas… Él también se había hecho, como yo, piloto. Fueron, esas, jornadas de un desarrollo impetuoso que había impulsado a la aviación. Unos nos habíamos entusiasmado por la aviación tradicional; él, sin embargo, un poco más aventurero quizá, había optado por algo que surgía como nuevo: se había decidido por los helicópteros. Pasado el tiempo, las circunstancias nos reunieron en una misma cabina, fuimos colegas de la misma aerolínea, compartimos una serie de vuelos y de viajes. Así lo fui conociendo y fui, poco a poco, percibiendo sus inquietudes y preferencias.

Sus tráfagos con la selva y la operación petrolera lo habían puesto en contacto con gente alegre y de ímpetu dicharachero; la vida laboral lo había expuesto así a un contagio inevitable con los decires, aforismos y estribillos de una gente que había aprendido a enfrentar la vida con mucha maña y poco afán. Podría decirse que, sin que él mismo hubiera caído en cuenta, se había adueñado de todas esas sentencias y divertidos apotegmas que identificaban a sus colegas transeúntes. Sus dichos y proverbios eran ya parte de su identidad; ya no podía prescindir de ellos. Uno disfrutaba escuchando sus refranes, que ya formaban parte de aquella impronta informal que definía su catadura; eran la huella de su personalidad…

Era más bien un hombre enjuto. Aunque el ancho de sus opulentos mostachos no hacía juego con la dimensión de sus caderas descarnadas. Quizá esa estrechez había dado pábulo para que los chuscos distorsionaran su diminutivo. Por ello desde temprano habíamos dejado de llamarlo Julito. Así, la C había invadido el inicio de su nombre y se había apoderado de la primera parte del apelativo…

Mas, la vida de los trasiegos de la aviación exigía algo más que la patochada y el chiste compartido; esas jornadas demandaban mucho de seriedad y de arduo y responsable compromiso. En sus empeños por prepararse para comandar algún día esos mismos aparatos que nos había tocado compartir, él hacía renovados esfuerzos por demostrar sus mejoras y progresos. Si algo de su desempeño no se ajustaba a lo que se había propuesto, su gesto de auto reproche lo expresaba con la burlona repetición de su apellido. Mera! Mera! exclamaba. Así recriminaba sus errores y así se reconvenía a sí mismo.

Hoy lo he recordado de pronto. Ha sido a propósito de unas declaraciones que ha efectuado el Secretario Jurídico de la Presidencia en el sentido de que las Fuerzas Armadas “son obedientes y no deliberantes”. Lo ha hecho en referencia a la posición que han hecho pública los mandos de esa institución frente a que no han sido consultados con respecto a un proyecto de Código de Seguridad Ciudadana. Ha mencionado el funcionario que “los militares cometen un error” al creer que así debe procederse…

Creo que quienes “están mal informados” son quienes están persuadidos que se pueden hacer cambios importantes en la institución armada sin consultar a sus principales responsables. Aquello de la supuesta “obediencia y prohibición de deliberar”, que se exige a las Fuerzas Armadas, cuenta para asuntos decisorios de carácter político; pero tal disposición no puede caer en el terreno de esos otros aspectos que son parte de la vida de la colectividad y, memos aún, de los que son parte intrínseca de su propia actividad y de su ejercicio administrativo. ¿Por qué no se ha de consultar a quienes conocen sus instituciones y son parte interesada?

Esta en una hora en que las Fuerzas Armadas están empeñadas en redefinir su misión. Esto resulta impostergable cuando ya se ha superado el secular conflicto limítrofe. Por eso, cuando escucho al imperioso funcionario, no puedo dejar de recordar a mi querido colega. Y se me hace inevitable repetir: Mera, Mera!

Quito
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16 diciembre 2013

SM… y la sabiduría

Voy a llamarlo de “SM”, por brevedad, aunque aclaro que no es una abreviada forma de “Su Majestad”. Fue un antiguo aeronauta, cuyo prematuro retiro de los cielos del mundo él ha tratado de compensar con sus persistentes travesuras en el espacio cibernético. Así es como suele hacerme llegar, en esas prolongadas cláusulas de ocio, ciertas curiosidades y algunos de sus descubrimientos. Hay veces que sus hallazgos se caracterizan por la turgencia y la femenil carencia de abrigo… Hay otras -ciertamente pocas-, en que son la filosofía y la moraleja las que gozan de preferencia frente a aquellas rotundas siluetas que parecen estar marcadas por la opulencia y el erotismo.

Hoy me ha hecho llegar una vieja historia. Está tomada del libro “Palabras de fuego”, según su referencia (aunque sospecho que ya la había leído yo en “El hombre que calculaba”). Ella refiere que un moribundo dispone la herencia que han de recibir sus tres hijos. La heredad consiste en diecisiete camellos, que deberán repartirse -de acuerdo a la postrera voluntad- del siguiente modo: una mitad para el primero, un tercio para el segundo y un noveno para el tercero. Al reconocer que no pueden cumplir con la operación matemática y así satisfacer el deseo de su padre, los herederos acuden a un “erudito” que lamenta no poder resolver el acertijo. Consultan entonces a un viejo filósofo (hombre “inculto pero sabio”, de acuerdo con la referencia), quien añade un camello de su peculio y da solución al rompecabezas. La feliz conclusión determina la asignación de nueve, seis y dos camélidos respectivamente.

Aquí es cuando el ilustre y jubilado navegante me recomienda poner atención a la aparente intención y moraleja de la historia… La conseja que se desprende intentaría ilustrar la diferencia entre sabiduría y erudición; por lo que concluye diciendo: "La sabiduría es práctica, lo que no sucede con la erudición. La cultura es abstracta, la sabiduría es terrenal; la erudición son palabras y la sabiduría es experiencia" (sic). Todo esto me suena muy enjundioso… Sin embargo, hay algo de engañoso en la proposición matemática (es una inexacta suma de fracciones). Una vez resuelta la escondida añagaza, he de cuestionar la supuesta oposición entre esas dos cualidades -excluyentes en apariencia-: erudición y sabiduría.

Empecemos por el hecho contable o aritmético: el embeleco consiste en que al efectuarse la repartición, los factores de distribución suman únicamente 17/18 (diecisiete dieciochoavos). En otras palabras, solo se dispone repartir un noventa y cuatro por ciento! Por eso es que, solo al añadir la diferencia -el camello que el sabio aporta- se consigue satisfacer el matemático entuerto. En esto no advierto real cuestionamiento; es en la condición de los personajes consultados y en el sutil mensaje final -la supuesta lección o enseñanza moral- con los que discrepo:

No quisiera argumentar la discutible carencia de equidad en el reparto. Estoy consciente que en aquello de la repartición de herencias, con frecuencia se opta por distribuciones desiguales a efecto de atender las diversas necesidades de los herederos… Un punto a destacarse consiste en la supuesta calidad del erudito, quien no aprecia con sagacidad la inexactitud en la adición de las fracciones o porcentajes. Lo más cuestionable, sin embargo, es que se identifique al segundo juez con la condición de “inculto pero sabio” o de “sabio, a pesar de inculto”, pues estoy convencido que el conocimiento es siempre un aporte para la sabiduría. En otras palabras: no es un óbice, para actuar como sabio, el ser también un erudito!

A despecho de lo formulado, propongo que hay un solo modo de actuar como sabio sin contar con la fuente de conocimiento: es cuando ponemos en ejercicio ciertas virtudes positivas en nuestro trato social. Como cuando actuamos con bondad, generosidad o magnanimidad; o cuando actuamos con guante blanco; o propiciamos la reconciliación, superamos el odio o el rencor y damos paso a la indulgencia o a la compasión; o cuando toleramos lo que pudiéramos aborrecer, cuando empleamos la misericordia con los enemigos… De otro modo, siempre es más fácil encontrar la sabiduría donde existe el conocimiento.

Quito
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El patriarcado de Correa *

* Por Carlos de la Torre
   Diario "Hoy". Sábado 14 de Diciembre de 2013

El señor presidente de la Republica es el Padre de la Patria. Es el sabio patriarca que tiene un Ph.D. y conocimientos sobre casi todas las áreas del saber humano que se necesitan para llevar el país al desarrollo y la modernidad. Es el hombre de las mil respuestas, no tiene dudas, solo certezas que dice que se basan en el conocimiento técnico y científico. Cualquier crítica es descalificada como “mediocre” o hecha por un resentido pues él y los sabios que lo asesoran poseen la única verdad. Correa es, además, el hombre puro y desinteresado que se sacrifica por nosotros. Es el cordero de Dios que todos los días entrega su vida por nuestra redención.

Correa dice que no le gusta el poder, pese a que gracias al poder de enunciación que tiene como presidente, ha dado cátedra en universidades prestigiosas y publicado su primer libro. Ya que solo busca el interés de la patria está embarcado en un proyecto de redención moral. Busca cambiar las costumbres y los hábitos de sus compatriotas. Le ilumina un catolicismo que mezcla la doctrina social de la iglesia, con el moralismo oscurantista antiaborto y homofóbico, con la visión elitista de creerse redentor.


Correa es un hombre con los pantalones bien puestos. Como Jesús en el Templo, no duda en caer a correazos verbales y legales a todo quien se le oponga. Su lengua no tiene piedad con los enemigos, los rufianes y los malos. Su verbo es la ley pues sus dictados son obedecidos por los jueces que encarcelan opositores, cobran multas millonarias cuando se atenta a su honor o cierran ONGs. Como buen patriarca, también pierde los estribos y reta a sus rivales a darse de trompadas. Además, es el macho seductor que cada sábado sonríe a las damas, canta para el pueblo, hace chistes y es todo un amor.

La disyuntiva es clara: o se acepta su amor y se le aclama como sabio redentor o, por mal agradecido, se arriesga a caer en su mal lado y despertar su ira divina. Si Correa castiga es por amor y lo hace por el bien de quien no aprendió a ser disciplinada en el movimiento, a quien no reconoce que la derecha está conspirando y que hay que cerrar filas aún a cuesta de sacrificar los ideales feministas, ecologistas o democráticos por los que siempre se luchó.


Correa es el padre y los ecuatorianos: somos sus hijos, somos menores que necesitamos su sabia protección. Casi todos los sábados regaña a ministros y funcionarios, que bajan la cabeza como niños que no hicieron bien los deberes. El poder se escenifica como el reinado del patriarca chapado a la antigua. Los ciudadanos son transformados en menores que necesitan de su tutela, aceptan sus prebendas, salarios, o becas. Pero que guardan silencio pues es muy peligroso despertar su indignación.


Los padres no tienen trabajos temporales, no ejercen su potestad por un tiempo limitado. El padre tiene deberes y obligaciones morales para toda su vida. Por eso los padres de la Patria tienen dificultades para apartarse del poder. ¿Podrá Correa delegar el poder cuando termine su tercera Presidencia? ¿Confiará en algún sucesor o seguirá sacrificándose ocupando el poder por al menos otros cuatro años más?

Quito
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13 diciembre 2013

La ciudad y los locos

Vuelvo otra vez sobre lo mismo… Es que, cada loco con su tema… ya lo saben! Pero, no puedo esconder mi coraje; no puedo sino rebelarme frente a la desidia e indiferencia, a la indolencia e impasibilidad de mis conciudadanos. Vaya uno por donde vaya, lo que invariablemente encuentra es siempre lo mismo de lo mismo: atascos y embotellamientos. Atascos, atascos y atascos! Esa absurda sinfonía del trancón, rabiosa sinfonía para pitos, flautas y cornetas: cláxones intermitentes que intentan una meliflua protesta. Por lo demás, sólo ensayo inútil, ya lo saben…

Sin embargo… no puedo aceptar que el loco sea yo. Los verdaderos chiflados, los locos de remate son los que se han acostumbrado a este manicomio, los que han terminado aceptándolo como “normal” (tal vez crean que por sí solo se ha de arreglar…). Ellos son los perturbados, los verdaderos trastornados! ¿Qué ha hecho que acepten vivir así? ¿Es que nadie ha descubierto que hay una forma distinta de vivir, de transportarse de otro modo? Sí, creo que toda esta gente ha perdido la brújula y la razón. Todos han perdido los tornillos. Auxilio! Todos se han dejado absorber por un hospicio frenético y demencial: están disparatados!

Metido en esos atascos, no puedo dejar de pensar en una película que alguna vez presencié en un cine de fin de semana, cuando todavía era un niño. Se llamaba “El mundo está (se ha vuelto?) loco, loco, loco”. En ella actuaban Spencer Tracy, Mickey Rooney y el inimitable Peter Falk -que más tarde nos deleitaría con su serie del detective Columbo-; la trama consistía en una carrera desbocada en la que competía un grupo de parejas avariciosas que creían haber encontrado la clave para localizar el destino de un supuesto tesoro… Por eso, cuando estoy metido en medio de estos insólitos trancones, no puedo dejar de pensar en esa loca persecución que terminaba en esa “W” inolvidable! Y no puedo sino pensar que la gente de mi ciudad también se ha vuelto loca, también ha decidido imitar aquel delirio enajenado de los buscadores del tesoro… Es como si, de golpe, todos -en loco acuerdo- se hubiesen propuesto llegar al mismo sitio. Quién sabe, si para quedarse!

Cómo explicarse, de otro modo, que las reparaciones viales se las efectúe utilizando siempre las horas del día y, precisamente, las de mayor tránsito vehicular: justo las que son proclives a embotellamientos y congestiones! ¿Qué, acaso no existe una autoridad que llegue a un acuerdo con los concesionarios, contratistas o constructores, para que esas obras se las realice en horas nocturnas o en horas de escasa movilización?... Nos han de responder que la utilización de esas horas no es parte de nuestra "cultura empresarial", que no es posible conseguir obreros para laborar durante esas horas… No es cierto! Lo único cierto es que no tenemos una adecuada gestión. Punto. Seguimos poniendo la carreta delante de los caballos!

Esto sucede en San Rafael, en el Valle de los Chillos, donde se ha emprendido en un programa de repavimentación que produce atascos colosales. En ese sector, puede tomar más de treinta minutos avanzar menos de trecientos metros, todo porque a quien corresponda no se la ha ocurrido disponer que se ejecuten esas obras a horas que no produzcan interrupciones importantes. Muy cerca de ese mismo lugar, se han concluido ya los trabajos relativos al “by pass” que conduce al Tingo. Tengo la impresión que la obra no ha conseguido alivianar la congestión cercana al puente aledaño, que allí se producía, pues -bien vista- esa demorada construcción vino solo a favorecer a un minúsculo grupo de usuarios. El curioso e inesperado resultado es que el atasco sigue ahí... Es poco lo que se ha ganado!

Estoy persuadido que no se trata de problemas sin solución. Pero, algo se debe hacer! Alguien debe encargarse de implementar, con sentido común y autoridad, nuevas y necesarias soluciones. Alguien debe insistir en que los vehículos pesados deben transitar por su derecha, por ejemplo. Y alguien debe caer en cuenta que esa otra loca iniciativa de crear una vía exclusiva para bicicletas en la capital, no tiene sentido en una ciudad sin ciclistas y sin bicicletas… en donde lo único que existe es gente que se ha acostumbrado a “movilizarse sin avanzar”, donde todos se han desquiciado. Se han vuelto locos, locos, locos. Sí, absolutamente locos!

Quito
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12 diciembre 2013

De embudos y soluciones

Dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones; es probable que, con la modernidad, ese mismo -sinuoso y tortuoso- camino, se diferencie en un solo aspecto: en que hoy se encuentra pavimentado. Uno entonces se pregunta: por qué, a pesar de todos los esfuerzos en los que se parece emprender, a pesar de todas las nuevas obras que se construyen e inauguran por doquier, el tránsito vehicular se hace cada vez más caótico, por qué es que los problemas de congestión vehicular no sólo se intensifican, sino que parecen adquirir inconveniencias cada vez más agudas e insoportables.

Es como si la problemática tuviese ribetes que lejos de crecer al ritmo con el que se expanden las ciudades, cobraría un ritmo exponencial, uno caracterizado por un vértigo avieso, frente a lo cual todo esfuerzo o iniciativa se convertiría en inadecuada e inútil; en donde, a pesar de las iniciativas emprendidas y las soluciones implementadas, los problemas de tránsito vehicular se van convirtiendo día a día en más insolubles, en cada vez más tortuosos e insufribles.

Esta preocupante reflexión nos hacemos cuando observamos los continuos y exasperantes "embudos" que encontramos en nuestros desplazamientos por la ciudad de Quito. ¿Tiene todo esto una lógica natural? En otras palabras: ¿nada existe que se pueda hacer frente a esta tan incómoda como desesperante realidad?, ¿es este el inevitable precio que se debe pagar frente al crecimiento de las ciudades?

La respuesta, obviamente, no puede ser sino un rotundo no. De otra manera, ¿cómo se entiende que los problemas de tránsito, y su congestión, hayan sido eficientemente atendidos en ciudades mucho más populosas? ¿Qué explica que la problemática de la movilización haya sido atendida con admirable eficacia en aquellas ciudades y metrópolis que exhiben justamente un tamaño considerable?

Frente a esta reflexión habremos de coincidir en que hay una lógica que ha sido soslayada. Surge nuestra sospecha que no hemos sabido aprovechar los procesos y la experiencia de otras latitudes. Y lo más grave: que hemos querido inventar lo que ya estaba inventado, con el agravante que caímos en el prurito de ir probando e implementando soluciones a medida que los problemas se iban presentando. Esto, lamentablemente, equivaldría a no hacer un diagnóstico de la enfermedad del paciente, sino a ir atendiendo a los diferentes síntomas de la enfermedad que lo aqueja, a medida que se fueran presentando.

Uno se pregunta además ¿cómo es posible que se haya exacerbado esta realidad en un país que se jacta justamente de poseer carreteras de primer nivel, vías que en ciertos tramos no pueden sino merecer el calificativo de ejemplares? Y este parece constituir parte del problema de fondo: mientras aquellas carreteras tienen para el ciudadano un uso no frecuente, u ocasional, en cambio la vía de expedita descongestión es un necesario instrumento de uso permanente para el residente de las ciudades con mayor número de habitantes.

Y esto es justamente lo que ya hace falta en la ciudad de Quito: verdaderas autopistas, vías de alta velocidad que permitan la fluidez de movilización y la descongestión de los puntos de atasco que se presentan en ciertos sectores de la urbe. Esto exige, en forma indudable, dos importantes aspectos: planificación y presupuesto; pero, las importantes e impostergables inversiones que se deben efectuar requieren de diseños adecuados, reclaman la participación técnica de organismos y de empresas que tienen experiencia en este tipo de obras de infraestructura. Las soluciones ya están inventadas; pero nos hace falta salir de nuestro provincialismo y buscar nuevos y más agresivos remedios. No curemos los achaques, curemos las enfermedades!

Quito
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09 diciembre 2013

Lo fácil, hecho complicado


La llaman "easyJet"; así con minúscula inicial, probablemente para subrayar su carácter democrático. La mayúscula intermedia ha quedado ahí, quizá como un vestigio de esa aura de presuntuosa candidez que la aviación tuvo alguna vez en el pasado. O, quién sabe, tal vez sea uno de esos caprichos de los diseñadores de logotipos, un alarde de la “búsqueda de balance estético”, o -quizás también- un esfuerzo por conseguir un elemento de identidad, de "imagen corporativa", como dicen ahora los sabelotodos de las entidades encargadas de promover imagen. Es una aerolínea de "bajo costo", de las que hoy se conocen como "budget airlines".

Esto del "budget" no resulta tan fácil de explicar (dado mi prurito por evitar las traducciones literales). Pues aunque “budget” quiere decir “presupuesto”, el sentido es el de ahorro, el de aquella estrategia a la que recurrimos cuando estamos estrechos o "alcanzados"... Porque, a más de significar “declaración de estatuto financiero” o “plan para administrar gastos y usar recursos”, “budget” es una vieja palabra inglesa que también quiere decir cartera o monedero, lo que en nuestra tierra llamamos "chauchera". Y eso es precisamente "easyJet": una línea aérea de faltriquera. Sus tarifas se pagan con esas monedas que antes poníamos en la alcancía y hoy las vamos dejando por ahí, para que se vayan acumulando…

Traducir aquello de "easy" (fácil) ya resulta un poquitín más complicado... Y es que, lo de “fácil”, insinuaría que solo se tiene que comprar el boleto y ya está! Pero en la práctica, el trámite es algo más complicado. Pues, aunque tiene sus ventajas aquello de adquirir un pasaje más barato -que, a su vez, se convierte en más económico en la medida de que se lo haga más temprano-, la adquisición del boleto, sin embargo, sólo puede hacerse en la red y no se permite la facturación en el mostrador del terminal aéreo. Aún hay algo más: no se puede registrar más de una maleta -y que no pese más de veinte kilos- y solo se permite llevar a la cabina una pieza de mano. No hay forma de que pueda registrarse una segunda maleta, ni tampoco que se pueda transportar una pieza adicional -ni una cartera o un ordenador- al equipaje acompañado. Nada! Ni con multas o sin ellas. No hay forma de eludir la caprichosa regulación. Ni siquiera pagando! No, no hay caso!



Ustedes se preguntarán que qué otra cosa se puede esperar. Si por alguna razón es que la gente escoge estos servicios, si lo que busca es ahorrar unos centavos. Y dirán que debe haber una consecuencia cuando, por cualquier motivo que fuere, uno decide adquirir algo más barato... Pero resulta que no siempre nos anima la economía; hay ocasiones en que volar en estas compañías, se convierte en válido -y quizá único- recurso porque no existe cupo en ciertos tramos. Por lástima, la información de sus políticas no siempre la tenemos clara, ni conocemos de las restricciones que se aplican con estricta testarudez, en todos y cada uno de los casos. Y es imposible hacerlo de otro modo. No se puede, punto. Ni pagando!

"No se le permite que lleve aquel morral", me espeta -como si fuera una orden- el autoritario empleado. Así qué heme ahí, en pleno mostrador del aeropuerto Charles de Gaulle de París, encorvado a pesar de mis problemas lumbares, sintiendo que me cargan los diablos, puteando a los inventores del ahorro y de la facilidad, procurando introducir aquella mochila y sus contenidos -la infaltable mudada de reserva, el bendito “gel”… y todos esos otros bártulos-, en la única y minúscula maleta que se me ha permitido chequear como equipaje registrado!


Esta es la historia de lo "fácil" que resulta en nuestros días la dichosa "facilidad". Fácil tal vez para quienes administran con mentalidad rígida, o para quienes se han adaptado a todo lo regimentado. A los latinos esto nos deja un desagradable regusto. Tenemos que comprender que aquello que parece “fácil" resulta a veces un tanto complicado... Así y todo, “easyJet” me ha regalado algo con facilidad: no he tenido que buscar un tema para poder contar lo que hoy les estoy contando… Sí, aunque les parezca un poco complicado!



Madrid, España
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06 diciembre 2013

Aunque se diga rápido

Vuelvo a subirme en un avión de la Royal Jordanian casi veinte años después (no digo "montarme", porque me parece, a más de pretencioso e hiperbólico, un tanto inexacto). Hubo un tiempo en que se llamó Alia y tuvo una trayectoria similar a la de nuestra difunta Ecuatoriana. Alia tuvo también unos inicios humildes, aunque hoy se encuentra cumpliendo su jubileo: cincuenta años de vida (algo similar a los que cumpliría mi vieja y querida empresa), lo cual se dice rápido. Lo anecdótico es que uno de sus aviones, un Lockheed 1011 Tristar, fue arrendado temporalmente, hace ya casi un cuarto de siglo, a la aerolínea nacional, y operó en forma ocasional hacia los destinos de Norteamérica.



Así es como debo haber abordado aquel avión jordano por primera vez, en condición de pasajero o de tripulante supernumerario. Era un arriendo de esos que en aviación se llaman "wet lease"; es decir, incluía a las tripulaciones que tenían que operarlo. Aquellos pilotos eran gente inquieta, alegre y cordial, parecían disfrutar de Quito y de su entorno, y de la hospitalidad que solíamos brindarles… Daban la impresión, con su talante, de que habían llegado al paraíso terrenal. Conjeturo, no sin cierta suspicacia, que se habían enamorado, con cierta facilidad, de las inquietas féminas que los mimaban y los tenían ajetreados...



Pero ese avión, al igual que los demás, los de esa febril novelería de aquellos años, realizó algunos vuelos con menos pasajeros que tripulantes... Fresca está en mi memoria la incomprensible condición de aquellos vuelos, en rutas que no habían sido debidamente analizadas. Era la absurda interpretación de quienes, sin un sentido claro de los aspectos que determinan la demanda en el negocio de la aviación, estaban persuadidos que para mejorar la ocupación solo hacía falta incrementar las rutas y la oferta de asientos, como si con algo tan simplista se pudiese incentivar la demanda.



Por eso, pasó lo que pasó... Y la nueva administración, la que reemplazó a la anterior, lejos de corregir los errores con un concepto comercial y aeronáutico, se propuso una cacería de brujas, en una cruzada improductiva y predatoria, buscando culpables. La lideraba un individuo especializado en llevar a otras instituciones a la bancarrota. Fueron, esos también, tiempos de maniqueísmo político, donde lo que importaba era exhumar el pasado y no mirar hacia el futuro y buscar la regeneración de la empresa.


Ecuatoriana murió porque se dejó guiar por la inercia. Nunca tuvo una hoja de ruta. Cuando un gobernante quiso consultar mi opinión, el único mensaje que podía darle fue aquél de empezar por un plan de recuperación, establecer unas metas y redefinir a la empresa. Nada de eso se ejecutó. Las rutas obedecían a un sistema caduco de conexiones de tráfico improductivas. Existía una flota costosa y obsoleta, campeaban las prebendas para ciertos sindicatos parasitarios, había contratos oscuros y suicidas con empresas extranjeras...


Mientras tanto nosotros, sus empleados, caímos en el juego de los monederos falsos. "Venga a volar con nosotros, venga al mundo de Ecuatoriana", decía la fatua promoción. Mucho tardamos en advertir que el mundo no estaba dentro, había estado fuera de Ecuatoriana... Desde entonces el país se ha quedado sin línea aérea de bandera. Saeta fue sólo un proyecto comercial, manejado por un conciliábulo de vivarachos. Aerogal: ni chicha, ni limonada. Y LAN es una iniciativa chilena, sin ninguna participación nacional. Nada tiene de ecuatoriana!



Mientras tanto, otras pequeñas aerolíneas han seguido creciendo en el mundo, se han modernizado, son parte de las principales alianzas estratégicas que cruzan los cielos internacionales. Operan flotas jóvenes, ponen un gran esfuerzo en fortalecer su imagen corporativa, han incorporado sistemas de reservas modernos y productivos, operan sus itinerarios con sorprendente puntualidad, nada se puede reprochar a su bien logrado y mejor entendido "servicio". Sus tripulantes no tienen que disculparse ante sus irritados pasajeros por la demora "del vuelo de hoy, que tenía que haber salido ayer"...



Llueve y hace frío en Amman, la capital jordana. Me topo con un aeropuerto de verdad, con un terminal impresionante... Medito en nuestra aviación nacional, en que cincuenta años es un mundo de tiempo. En el caso de la aviación nacional, podemos hablar de tristes cincuenta años de un tiempo desperdiciado. Sí, es un mundo de tiempo, aunque se diga rápido!



Amman, Jordania
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03 diciembre 2013

“Tolle et lege” (Toma y lee)

Es curioso como los libros parecerían recomendarse por su propia cuenta… Aquellas sugerencias parecerían realizar un viaje indefinido, un círculo que se expande, que se diversifica y que luego se multiplica hasta que, al final, se cierra. De esa guisa -y gracias a un colega de oficio y de lectura- fue como, un cierto día, accedí a las obras de un escritor a quien no había explorado todavía y cuyo estilo irreverente habría de captar mi atención: me refiero a Arturo Pérez Reverte. Este autor habría de confirmarme una recomendación que un buen día había leído en el prólogo de una novela. Estaba hecha por el ilustre Benito Pérez Galdós.

Fue de ese modo, que un día puse curso a la lectura de "La Regenta", de Leopoldo Alas, conocido también como “Clarín”; y sería por medio de esta novela extensa y absorbente que, a su vez, volvería a la obra de Agustín de Hipona, el pensador que es promotor de muchas de las ideas y creencias que, de algún modo, también estuvieron impregnadas en la educación que recibí en mi niñez y juventud. Es imposible meditar en aquellos conceptos que escuchábamos en esos tiempos -pecado original, salvación o libre albedrío- sin dejar de pensar en San Agustín.

Voy a veces a Argelia, la tierra que fuera de San Agustín. Se observa, esta, como una campiña de paisajes ondulados, acariciada -como está- por las sosegadas aguas del Mediterráneo; es poseedora de una generosa vegetación que nadie pudiese imaginar que sirve de preámbulo al que, poco más al sur, se convierte en uno de los desiertos más extensos que existen en el planeta. En los tiempos de Agustín pertenecía a la provincia romana de Numidia, en el norte de África. Allí, hijo de un hombre pagano y de una devota mujer cristiana, Santa Mónica, había nacido este filósofo que se convertiría en el más influyente de la Iglesia y cuyas ideas servirían como cimiento de la filosofía cristiana y de la cultura occidental.

Agustín era escorpión, como yo; aunque, claro -como yo-, tampoco creía en esa cosas (en los horóscopos). Su juventud quedaría reflejada en sus “Confesiones”, donde se advierte una mezcla de hedonismo -ese que lo marcó en aquella edad- con sus continuos coqueteos con la metafísica. Fue un tiempo en que él pedía a Dios para que “le dé castidad y continencia, aunque no todavía”… Su dialéctica posterior fue un esfuerzo para armonizar la razón con la fe. Agustín contaría más tarde el episodio que produjo su conversión y que sería un factor determinante para el resto de su vida: estando un día en el jardín de su casa, habría escuchado una extraña voz infantil. El mensaje le impulsaría a buscar la Biblia. “Tolle, lege”, le susurraba aquella voz; lo que en latín querría decir: “toma y lee”.

Tengo un hijo que se llama Agustín. Su nombre obedece a nuestro deseo, al que tuvimos sus padres, de encontrar para sus hijos nombres del santoral español. En su caso, fue Andrés el nombre que se había escogido. Sin embargo, por esos caprichos que tiene la fortuna, uno de sus primos se adelantó en nacer y fue ya tarde cuando nos enteramos que tendría el mismo nombre que ya habíamos escogido. Cuando volví a casa, reanudé la búsqueda de algo que había estado indagando en la enciclopedia… ahí apareció por casualidad un nombre que captó mi atención, era el nombre que habíamos estado buscando; así escogimos el de Agustín.

A veces me pregunto por qué es que nos hemos saltado la lectura de ciertas obras que, como en el caso de “La Regenta”, nos introducen en una trama alambicada que pone en juego, en forma genial, la psicología de los personajes. Solo puedo columbrar que tal vez se debió al influjo exagerado que, durante un tiempo, ejercieron los escritores del “Boom latinoamericano” sobre nuestra generación. Puede que haya sucedido, como en la historia de los “corderos de Panurgo”, que nos habíamos dado a leer sólo lo que los otros nos sugerían… Hoy, aunque un poco a destiempo, he descubierto a “Clarín”. Leopoldo Alas es un asturiano universal; su nombre de pluma ya sugiere un despertar de trompetas, una auspiciosa epifanía. Por eso susurro también: “Tolle et lege”. Toma y lee!

Jeddah, Arabia
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29 noviembre 2013

Pasiones y funambulismos

Quise hablar de esa horrible costumbre de denostar a troche y moche. También de la absurda abulia de la gente, del “silencio de los inocentes” (sintomática forma como se ha traducido del inglés la frase “silencio de los corderos”, o de las ovejas)… Pero, para qué hablar de politiquería! Mejor, hablemos de fútbol!

Nunca me gustó el United, el equipo del Toño Valencia, pero ayer he disfrutado viéndole ganar a su equipo, viendo como le hacía trizas nada menos que al Bayer Leverkusen! Y esto quizá sólo se deba a esas gotas de pasión y frenesí que, con frecuencia, nos provoca el nacionalismo... No se me ha de negar que no se puede dejar de sentir un cierto orgullo al ver a un compatriota que se destaca y triunfa en una tierra lejana. Allá, estando lejos, él cumple con su sueño; separado de su familia, sin el dominio de un idioma que le es ajeno, forjando como varón (con perdón de las feministas) una estadía y un modo de vida en una sociedad que le es extraña, donde debe ser arduo -para un muchacho aldeano como es él- poder adaptarse. Sí, en ello hay un mucho de coraje y de valentía. Yo sé lo que es eso...

Da gusto ver lo bien que lo que hace. Sin cometer ingenuos errores. Ciñéndose a una estrategia, a esa disciplina que de él demanda quien lo dirige. Y, sobre todo, siendo una pieza importante en el destacado desempeño de su equipo. Basta ver su nueva imagen, el cuidado que ha puesto a su formidable desarrollo físico. Hay en él una renovada presencia que impone un desequilibrio. Su natural habilidad, sumada a aquella contundente forma, marca ahora un factor que se convierte en determinante. Exhibe también algo inédito: una inesperada actitud depredadora, la búsqueda de aportar con goles para sumarlos a esos letales centros suyos que estragan el campo enemigo. Por eso, resulta estimulante observar su contagiosa mueca de realización con la que él acicatea el paroxismo colectivo.

Mayor mérito tiene Antonio Valencia siendo lo que es: un chico que proviene de un estrato humilde, nacido en un pueblo de gente pobre, avecinado al socaire de un campamento petrolero. Porque Lago Agrio es un pueblo preterido, donde la riqueza que ha creado el "oro negro" no ha enriquecido al poblado ni tampoco lo ha favorecido. Por eso, su triunfo es el triunfo de los marginados, de quienes aprenden que cuando la gente se esfuerza el éxito no siempre es esquivo, que la fortuna suele sonreír también a los menos favorecidos... Pero así mismo parece ser que se crean esos referentes que se hacen populares. Así nacen los héroes y así se crean y crecen los ídolos. Y esa es la historia también de cómo se hacen de apoyo y se convierten en populares sus equipos. Justo cuándo parece que han de fracasar, nos asombran con sus hazañas, sus logros y renovados pergaminos.

De niño tuve la sospecha de que el buen fútbol se jugaba en otra parte. Pero pude presenciar aquellos poderosos equipos que venían de Argentina o de Brasil y que se presentaban en el estadio del Batán y, un poco antes, en el ya olvidado del Arbolito. Media canasta de goles era lo que siempre nos encajaban aquellos fantásticos equipos! Quizás por eso, fueron más bien divisas extranjeras las que yo seguí cuando era niño. Reconozco que en ello he cometido un poco de ese feo pecado, ese que en política resulta nefando, aquel habilidoso del funambulismo. Pero nunca me convenció el Manchester United… tal vez por todos esos falsos goles validados, por los penales inexistentes que siempre le concedían, por la lenidad con que le trataban, por el favoritismo de los árbitros, por las ventajas que le otorgaban en la programación del calendario de sus compromisos...

Es evidente que el fútbol es en nuestro país el deporte más popular -esta es una verdad de Perogrullo-. Por eso es que han sido justamente unos pocos futbolistas los que han sabido acaparar la atención y el afecto de un pueblo que siempre ha estado ansioso de encontrar líderes y nuevos ídolos. Y ahí está Antonio Valencia, haciendo felices a los parciales de un conjunto inglés; pero, sobre todo, a aquellos fanáticos de su propia tierra, que viven pendientes de sus triunfos y reaccionan al estímulo de sus gritos de victoria para celebrar con él los logros de su equipo.

Dammam, Golfo Pérsico
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27 noviembre 2013

Sobre ofertas y demandas

Dicen los que saben que es una ley muy sabia. Es una ley que rige la economía del mundo y las fuerzas del mercado. Sin embargo, su mismo nombre tiene una connotación fría y desalmada, la llaman "de la oferta y la demanda". No discuto, hasta cierto punto, que los precios tengan que ceder al capricho de los gustos, las preferencias y los requerimientos. Pero esto no explica por qué los productos y servicios tengan que depender del capricho y abuso de quienes imponen aquellos precios. Y esto da mucho coraje pues, a cuento de que son servicios de carácter internacional, nadie los controla y nadie pone coto a la tiranía de tales arbitrios.

Si hay algo en donde se refleja la perversidad y despotismo de esa ley es en las tarifas de los pasajes aéreos. Bien pudiera decirse que cuando una persona -en el interés de conseguir un precio más económico y conveniente- decide comprar sus boletos con anticipación y anterioridad, no sólo que no siempre consigue alcanzar su objetivo -y estar favorecido, además, de una esperada versatilidad o flexibilidad en caso de que por algo fortuito requiera efectuar un cambio posterior-, sino que se encuentra limitado y constreñido, dadas las penalidades involucradas en un posible cambio, a tener que someterse a su reservación o selección inicial.

Es tan absurdo y abusivo el sistema que, por regla general, el cambio de un boleto aéreo equivale a un costo más elevado al que correspondería por comprar uno nuevo, debiendo desecharse o no utilizarse el previamente adquirido. ¿Cómo es esto posible? ¿No debe entenderse que si alguien realiza un cambio en su viaje no lo hace por capricho, sino porque algo inconveniente e imprevisto le obligó a alterar sus planes originales? Sin embargo, lejos de encontrarse el atribulado pasajero con un sistema flexible, bondadoso y comprensivo, se enfrenta más bien con un sistema de oscura e incomprensible explotación que lo hace sentirse manipulado y perjudicado.

¿Quién controla estos abusos? Porque tampoco existe un procedimiento o protocolo que favorezca los reembolsos que pudiesen ser reclamados. Para ponerlo en pocas palabras: las aerolíneas, hoy en día, hacen su agosto con las situaciones imprevistas y las desgracias que acontecen a sus pasajeros. Lejos de ayudarles en su incómodo predicamento, se aprovechan de esa lamentable situación y terminan por castigarles en su intento. Y lo que causa más repudio es que lo hacen con abuso. Manda huevos!

Hago estas reflexiones cuando sigo todavía al otro lado del océano, y cuando he tenido -ya por dos ocasiones seguidas- que solicitar la cancelación de mi reserva y no solo someterme al pago de una onerosa penalidad, sino a tener que aceptar una nueva tarifa que me ha resultado mucho más costosa (exactamente el doble) que la que estuvo relacionada con la anterior reserva… Así que, de un cambio de clase, ni hablar! El precio ha escalado en más de cinco veces con relación al que tuvo en la fecha de adquisición del primer boleto. ¿Hay alguna lógica en este tormento?

Así qué, aquí sigo! No me he ido todavía! Y sigo aquí, porque para lo relacionado con el trabajo y las obligaciones laborales cuenta también (por fortuna) aquello de la oferta y la demanda. Hay ocasiones en que quienes nos contratan nos hacen sentir imprescindibles e importantes. Ahí se dan situaciones en las que al encontrarnos "demandados", tenemos la posibilidad de considerar ciertas ofertas que nos son irrecusables; hay veces que resultan tan atractivas que se convierten en indecentes. Pero también hay casos en los que no podemos responder con nuestra excusa o negativa. Por aquello que ya hablábamos el otro día, aquello del "donde las dan las toman". Ya que es mejor prevenir en seco, en caso de que se ofrezca en mojado...

Así qué, por eso sigo aquí. Sintiendo en el oído el rumor de una melodía con música de mariachis, esa del “porque estás que te vas, y te vas, y te vas y no te has ido”... Y no precisamente por lo que sugiere el adagio, ese que insinúa con socarronería que "quien mucho se despide pocas ganas tiene de irse"...

Sobre Karachi, Pakistán, a 35.000 pies de altitud.
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24 noviembre 2013

Tiempo de volver

Hoy es ya mi último día. “Ya toca”, como dicen en la tierra. Es tiempo de volver! Que “hay un tiempo para todo” dice la Biblia y, aunque tendría que revisarlo, ha de decir también que existe un tiempo para ir y otro para volver… ¿No es la vida eso, justamente? ¿Un perenne y continuo “estarnos yendo”, con la empecinada ilusión, esa sensación de un espejismo ilusorio, de que ya estamos por volver?…

Compruebo también que, luego de muchos, este es mi primer día de descanso! Razón (“no wonder”, como dicen en inglés) que ayer tuve que abortar un par de notas; en ellas les contaba un par de episodios y reflexiones. Pero, tal parece que con los escritos sucede lo mismo que con nuestros escarceos culinarios: que se nos pasa la sal… y el único recurso que nos queda, para tan fugaces narrativas, es el que nos proporciona una tecla mágica, aquella que en mi computador está marcada con una palabra sabia, esa que dice “delete”. Cosas del cansancio!

Quise contarles de un “ego inflado” que alguna vez conocí, por ejemplo (algunos de ustedes estarán tentados a gritar “tú mismo”, lo sé!). Pero a ese, no lo conocí en el espejo (en ese azogue redescubro, todos los días, a uno que aún no termino de conocer). A aquél lo conocí en el sur del continente; era chileno, aunque -con el perdón de ese prurito que es la mala costumbre de generalizar- actuaba como argentino... Me habían enviado a Asunción del Paraguay para que lo entrenara; pero… era uno de esos pilotos que ya creen saberlo todo, que ya nada les queda por aprender, que tampoco queda ni existe nadie que pueda venirles a enseñar. En suma: era inaguantable! Pronto habría de darme cuenta que no era lo que con tanta petulancia, no exenta de una cierta altanería, él mismo creía ser.

La anécdota quizá venía a cuento de lo que alguna vez creí aprender de uno de mis primeros maestros: Galo Arias Guerra, mi personaje inolvidable. Siento que con él aprendí una lección para la vida: la de que “no existen pilotos malos y pilotos buenos”. No hay tal cosa! Existen únicamente los que se anticipan a lo que pueda pasar, o pueda pasarles, y los que desdeñan esa lógica probabilidad. Esto determina, como consecuencia, otra realidad: la de que solo existan dos tipos de aviadores, los que se apresuran y los otros, los que nunca se apresuran ni jamás se dejan ver apresurados (apurados, como dicen en mi tierra). Los que nunca exhiben (ni se dejan notar nunca) es ningún tipo de afán ni de ansiedad. Esos son los buenos, aquellos que saben que lo improbable es siempre una posibilidad…

La otra reflexión que terminó esfumada en el ciberespacio tenía que ver con los continuos viajes y periplos que, desplazándose alrededor del mundo, realiza el menor de mis queridos hijos. Lo curioso es que, él mismo, quiso ser alguna vez piloto, pero se decidió por las matemáticas y la economía, y hoy su actividad de gestión pesquera lo lleva y trae por los confines del orbe. “Vuela más que piloto”, bien se pudiera decir; aunque en el caso suyo -como creo que es el de mis otros hijos- sus alejados destinos me resultan a menudo (qué ironía!), verdaderamente envidiables. En casa de herrero…

Pensar en mis vástagos me provoca ser un tanto pretencioso… Puedo alardear, como a su turno lo hicieron los españoles, los británicos, los americanos (y no sé si los franceses) que en “mi imperio” jamás se oculta el sol… En efecto, puedo decir -en forma permanente y casi general- que tengo hijos regados por todos los continentes (ustedes sabrán disculpar el alarde y la ostentación). Por lo mismo, bien puedo jactarme, en este mismo instante, que siempre tengo un hijo -en algún lugar del mundo- que se encuentra hoy mismo despierto. O, pensándolo mejor… más bien debería decir, dadas sus inclinaciones soporíferas, que a cualquier hora -y en algún lugar del mundo- uno de mis hijos siempre estará durmiendo!

En este sentido, mi imperio es católico, onírico, universal y paradójico. Voy a bautizarlo de “imperio vizcaíno”. Es un imperio de novela, uno donde nunca se "levanta" el sol…

Jeddah, Arabia
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21 noviembre 2013

Más allá de la parodia

Dentro de pocos meses estaremos celebrando los primeros cuatrocientos años de la publicación de la segunda parte de El Quijote (1615). No hace mucho, el mundo había ya celebrado los cuatrocientos años de la aparición del primer volumen; pero fue, justamente, con la divulgación de esa genial secuela, que la obra lograría alcanzar la dimensión y popularidad que le dieron tan universal reconocimiento. Con ello, la narración de las aventuras del “ingenioso hidalgo” se convertiría en verdadero paradigma para la novela moderna, y pudiera decirse que serviría también como elogio o apología de los valores del hombre.

Quienes hemos tenido la suerte y el privilegio de leer -y de releer- El Quijote (ya que en su relectura siempre descubrimos algo nuevo), tal vez nos habremos dado cuenta que hay ciertas diferencias entre la segunda y la primera parte. La segunda nos presenta a un personaje menos afectado por sus locuras y delirios, a un soñador más sabio y más tierno, inspirado en una bondadosa filosofía. Aquel individuo trastornado por su loca temática, da paso a un personaje imbuido por la magnanimidad; cuyos diálogos con su orondo y cándido escudero constituyen, por sí solos, una lección de cordura, de ecuanimidad y de sentido práctico. Esos  diálogos nos enriquecen con su filosofía y hacen de la lectura de tales incidencias, un motivo de profundo valor didáctico: una extraordinaria lección de vida.

Con la publicación de la segunda parte, puede decirse que es cuando El Quijote pasa a convertirse en la primera y más grande novela moderna. Desde entonces, su influjo sería determinante para el futuro de la literatura. Se dice no solo que Don Quijote sería una de las obras más importantes e influyentes que ha habido en la historia, sino también la obra más completa que jamás se hubiera escrito.

La segunda parte es la que narra la tercera salida del héroe. Allí se descubre una actitud más humana del Quijote, en sus escarceos afectivos, en sus desilusiones y en sus derrotas. Se identifica, en esa segunda parte, una mejor relación entre los episodios y los personajes, y también existe una más articulada continuidad en la narrativa. El enjuto y desquiciado caballero se va convirtiendo ya en un héroe resignado que se consuela blandiendo las armas de la nostalgia y la melancolía.

Siempre pensé que había dos Quijotes. Y no me refiero al original y a la vicaria impostura atribuida a ese tal Avellaneda. Estoy persuadido que hay dos distintos y diferentes Quijotes en la misma novela. Quizá por eso que hoy, que ya ando a las puertas de mi retiro definitivo como piloto, El Quijote me hace meditar en que hay también dos etapas en esa “vida de quijotes” que es la nuestra, la de la aviación: una en que sentimos el orgullo de ser pilotos activos todavía; y otra, una segunda -que quizá ya la he comenzado a vivir-, que es cuando empezamos a sentir una cierta nostalgia, la de la próxima despedida, la de “la tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser”… (¿No era que había un tango con esa misma letra?)

Pero será allí cuando trataremos de convertir a la memoria en nuestra pócima medicinal e infalible, en una especie de “Bálsamo de Fierabrás”, bálsamo mágico que nos ha de servir para curar, o para soportar mejor, nuestras heridas... Ahí, sabremos recordar nuestras locas aventuras, recordaremos a nuestros dignos y pacientes escuderos, a esos nuestros metálicos rucios -nuestros avioncitos, esos leales Rocinantes-, y quizá también (quién sabe) a una que otra Dulcinea… Entonces ahí, y sólo ahí, nos sentaremos a teclear unas pocas letras para contar alguna loca travesura. Al hacerlo, quizá parodiemos una frase conocida:

"En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...”

Lagos, Nigeria
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19 noviembre 2013

Semana de nueve días...

A ver si nos entendemos. O, si me entienden. O, mucho mejor todavía, si me hago entender: hay asuntos que no son de pura matemática, sino más bien de conciencia, de eso que en aviación se mide con una regla intraducible llamada "airmanship". Lo contrario, sería como hacer pelotillas con los grumos y luego limpiase los dedos en las sábanas, al socaire de que nadie nos mira... Anteayer, cuando salía para Etiopía, el vuelo se retrasó en varias horas debido a que "se colgó el sistema" de inmigración. Como se trataba de un vuelo con deportados, las autoridades extremaron su -ya de por sí- meticuloso procedimiento. El asunto vino a complicarse -ley de Murphy, que le llaman- cuando al solicitar el permiso de salida para el vuelo, se nos informó que no contábamos con la correspondiente dispensa para sobrevolar el Yemen...

La oficina de despacho optó entonces por utilizar una ruta alternativa que consistía en volar hacia occidente, sobrevolando Khartoum, la capital de Sudán, para tomar luego proa hacia el sur, hacia nuestro destino: Addis Abeba. Haciendo una "L", en definitiva; o un ángulo recto, eso que los golfistas llamamos "pata de perro"… Esto tenía dos implicaciones: que el vuelo tendría una duración adicional de hora y media -lo que a veces se traduce en pingues beneficios para nuestra avariciosa faltriquera-; y, dos, que se debía observar una regulación que pone coto a las horas de servicio que pueden trabajar las tripulaciones (lo que para facilidad, aquí abreviare de LTV).

Las autoridades aeronáuticas conceden el permiso de operación a las aerolíneas en el sobrentendido de que esas empresas se auto-regulan con reglamentos internos, que determinan unos máximos para tiempos de vuelo y periodos de servicio. Hay ocasiones en que, siendo inminente que se pudieran exceder tales parámetros, el comandante tiene la potestad de propiciar una extensión, a objeto de no cancelar el vuelo, cuando de por medio surgen circunstancias imprevistas (malos tiempos, desperfectos, control de tránsito aéreo, etc.). En esas circunstancias, el comandante está obligado a presentar un informe justificativo.

Ya en pleno vuelo, caí en cuenta que la ruta pudo haber sido abreviada si se habrían utilizado otras aerovías que hubieran soslayado el sobrevuelo de Khartoum; con lo que podíamos haber recortado el tiempo de vuelo en casi cuarenta y cinco minutos. Aquí es donde, cual cuña que hinca la conciencia, se introducía esa palabrita (la que carece de traducción en esta riquísima lengua nuestra)… ¿Qué hacer, por lo mismo? ¿Dejar pasar el reloj? ¿U optar por el atajo y obedecer al dictado de la conciencia?

Optamos por aquello escrupuloso de la conciencia... Pues bien dicen que "what goes around, comes around", que creo que en castellano se traduce como "donde las dan, las toman". Que sólo significa que toda acción siempre tiene sus consecuencias. De resultas del "ahorro", estuvimos de vuelta en Riyadh, justo cuando se desataba una inédita tormenta... El desenlace fue que, entre los esfuerzos del control de radar para gestionar la secuencia operacional y la parsimoniosa movilización en tierra -como resultado de la portentosa tempestad- se fue al caño toda esa cándida propuesta!

O, al final, no se fue… Porque Riyadh es una de esas ciudades que no está preparada para evacuar ni un inocuo aguacero, y menos aún una tormenta de proporciones apocalípticas, en medio del desierto (¡quién hubiera previsto aquí la necesidad de alcantarillas!). Era ya tarde cuando concluí el vuelo; y me encontraba tan cansado, que decliné la opción de continuar a Jeddah, para disfrutar de dos días de descanso (los provistos en una semana consecutiva, de acuerdo con lo dispuesto por el antes mentado LTV). Aquí fue que intervino, otra vez, aquello de los caprichos que impone la naturaleza: pues, por culpa de la inundación y de los caminos anegados, me habría de tomar tres horas el tránsito hacia el hotel desde el atascado aeropuerto!

Ayer, en mi primer día de descanso (!nunca tan merecido!), me han hecho una de esas llamadas desesperadas (se las reconoce por el ruido perentorio con que suele timbrar el teléfono)... No tenían quién cubra un vuelo que estaba por cancelarse por falta de piloto! Me proponían, por lo tanto, que extendiese la semana para que esta no constara como de solo siete días…

Me he puesto a consultar quién fue el que inventó este concepto de la semana como hoy la conocemos; ¿por qué es que tiene siete y no es de cuatro o de once días? Parece que fue un invento de los babilonios, que los judíos más tarde lo adoptaron, luego de su cautiverio, para acomodarlo a sus ritos y creencias. Mucho más tarde, los revolucionarios franceses probaron con una semana de diez días, pero no tuvieron éxito. Todo, muy probablemente, porque los pilotos (que no son tan revolucionarios que digamos) se rebelaron y exigieron dos días de descanso, para irse a jugar al golf, o irse a la playa, o quedarse rascando en su casa… durante dos de cada siete días!

Lagos, Nigeria
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17 noviembre 2013

Cuestión de artículo

Estoy terminando la semana. Ha sido, esta, una semana con cambios frecuentes de itinerario -con sus vericuetos de fortuna- y con destinos inesperados e imprevistos. Tan pronto como llegaba a uno de esos destinos, era informado que ahora había sido designado para operar otro vuelo o para desplazarme a algún otro sitio. Eso nunca está exento de ciertos inconvenientes, sobre todo desde el punto de vista logístico, ya que, en lo que a provisión de uniformes y más indumentaria se refiere, uno no siempre cuenta con lo previsto… Así, se va terminando una semana que ha tenido el contradictorio acicate de retar a mi imaginación y también a mi paciencia. Me han tenido literalmente “de la ceca a la Meca”… aunque no llega el día que pueda, por fin, visitar a esta última, a cuento de que soy infiel y de que ella ni transige ni se deja.

En esta última asignación, han tenido el nunca intencional propósito de "mandarme a un cuerno"… Conste que no insinúo que con tal disposición operacional me hayan enviado "al" cuerno; pues en la vida, si bien se ve, muchas veces es sólo cuestión de si el artículo es, o no es, indefinido... Y este cuerno, al que me han mandado -así usando el artículo indefinido-, es aquél al que pertenece en la geografía, un país africano y mediterráneo (por aquello de no tener salida al mar, y no porque estuviera avecinado al mar de ese nombre) llamado Etiopía. Este es uno de los países más pobres de la tierra, donde -según los que saben de esas cosas- se pudo haber originado la humanidad. Hago, por lo mismo, referencia al cuerno de África. Allí se hallan otros pueblos postergados por el progreso y la fortuna, como Eritrea, Djibuti y Somalia.

He venido esta vez a Addis Abeba. Pero, para contarlo, no puedo dejar de confesar que encuentro algo de fascinante en eso de operar por primera vez a estos destinos arcanos, virginales y desconocidos… por ello que, siempre acepto la proposición con una cierta cuota de infantil novelería. Addis constituye un aeropuerto de altura, como lo son México, Bogotá o Quito: está ubicado a casi ocho mil pies de altitud (unos 2.500 metros) y también se encuentra rodeado de montañas. Tengo la secreta sospecha que otros colegas se habrían excusado o habrían declinado la invitación para ir a este singular destino… quizá encuentren un cierto riesgo en la probable aventura, cual sí se tratase de una incierta añagaza. Pero, yo mismo soy un “piloto de altura”, proclive a esta clase de seducción, y nunca inclinado a rechazarla.

Así es como Etiopía entra en la bitácora de los países en donde estuve o que visité, aunque, como en este caso, el viaje no haya durado más que una visita médica. La expresión -la de la visita de facultativo- resulta acertada, por otra parte, porque Etiopía es un pueblo a medio camino entre la desesperanza y la condena, entre la enfermedad terminal y el desahucio. Mi vuelo ha consistido en transportar -desde "el reino"- a un medio millar de indocumentados que fueron deportados. Cuando pienso en estos pueblos olvidados y desdeñados por la fortuna, pienso en un pequeño recinto que existe en el camino que va a la playa. Se llama "La Abundancia", es un pueblo donde nada abunda; todo escasea, hasta la imaginación para bautizar a una aldea con un nombre que no sugiera la condición de su opuesta circunstancia…

Ahora que estoy hablando de "artículos" he caído en cuenta, y casi sin querer, que artículo quiere decir también mercancía, aditamento o implemento, como en “artículo de tocador”, “artículos para caballeros”, o “artículo de primera necesidad”.

Asunto muy complejo es este de la semántica, y no menos lo son las traducciones! Un día un amigo me dijo que se rendía, que no iba a intentar, nunca más, y a base de “juro por Dios”, eso de aprender otro idioma extranjero. Fíjate, exclamó: "en inglés, amarillo se dice hielo (yellow), pero hielo se dice "ice" y “áis” (eyes), en cambio, quiere decir ojos! ¿Quién entiende?”. Sí, presumo que todo es cuestión de artículo…

Addis Abeba, Etiopía
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14 noviembre 2013

De martingalas y bullicios

Hay palabras que nos seducen por esa música intrínseca que las proclama; son palabras que, más allá de su natural significado, parecen insinuar algo mágico, algo que trasciende su semántica, su acordado sentido. Si nos preguntasen cuál nos parece la palabra más atractiva de nuestro idioma, luego de mucho dudar, lo más factible es que nos decidiésemos por una con una cierta musicalidad, con un sonido cantarín, insinuador y sugestivo. Lo curioso es, como a veces me pasa, que a veces nos inclinamos a utilizarlas con un sentido que no siempre es el legítimo.

Una de esas voces -y una que consta entre las que yo prefiero- es “martingala”, la misma que no me provoca usarla atendiendo al significado de ardid o de astucia que le asigna la Academia, pero en el sentido de instrumento o artilugio, que eso es lo que es un artificio. Mas, sucede que la autoridad de la lengua condena a la hermosa palabra a un sentido más bien vergonzante y peyorativo. Efectivamente, esa es la primera acepción que le otorga el diccionario: “Artificio o astucia para engañar a alguien, o para otro fin”… Estoy persuadido que un artificio que se usa para cualquier “otra” finalidad no tiene por fuerza que ser engañoso o negativo.

En inglés, martingala o “martingale” puede tener varios significados. Uno de ellos es aquel dispositivo de seguridad que tienen las riendas hípicas para evitar que cabeceen los caballos; y también es el nombre que se da a los collares que sirven para instalar las correas con que se sujeta a las mascotas y otros animales. Y es así como a mí me gusta usar el término: con el sentido de aparato o dispositivo. Reconozco, por lo mismo, que pueda pecar de arbitrario, usando como si fuese un recurso, y como una “martingala lingüística”, este tan flexible sustantivo. La martingala es además un sistema de apuesta que se utiliza en el juego de ruleta.

Hay otra definición que ofrece el diccionario de la RAE para este término: “cada una de las calzas que llevaban los hombres de armas debajo de los quijotes” (sic). Y encuentro, además, que “quijote” viene del catalán “cuixot”, y este del latín “coxa”, que quiere decir -a su vez- cadera y que se define como: “pieza del arnés destinada a cubrir el muslo”; o también, “en el cuarto trasero de las caballerías, parte comprendida entre el cuadril y el corvejón”. Aquí podría seguir con las definiciones de cuadril y corvejón hasta llegar al infinito. Es decir: ad nauseam!

¿A qué viene toda esta disquisición, acerca de “mi” martingala? Pues que hoy me encuentro en Dhaka, la capital del Bangladesh; y el ruido de las bocinas, pitos o cláxones, me despierta y no me deja dormir. Mi reloj solo marca que son apenas las cinco de la madrugada… Abajo, en la congestionada vía avecinada al edificio de mi hotel, todos los vehículos parecen participar en esta demencial y acordada sinfonía… Es su manera de proclamar su identidad, de decirle al mundo “abran paso que ya llegué”, “retírense de mi vía”… Es el fiel reflejo de una sociedad que todavía no vislumbró la utilidad de los semáforos, en donde el ruido estentóreo se convierte en advertencia y dispositivo de seguridad, donde pitar es una forma intangible de empujar: quizá es su forma de desahogo, su martingala privativa…

Es hora también de que yo busque mi escondido y artificioso dispositivo. Es hora de localizar el artilugio que me sirve de tarde en tarde (o, como en este caso, de madrugada en madrugada) para aislarme y protegerme del ruido esquizofrénico que soporta esta caótica ciudad que, a mi juicio, ha de ser la urbe con el tránsito más bullicioso que pueda encontrar el hombre sobre la faz de la tierra. Es hora de ajustarme mis dispositivos de supresión de ruido; ellos constituyen mi único método y argucia para engañarle al sonido. Es hora de reiniciar mi interrumpida y reparadora duermevela… de ajustarme mi mágica y auditiva martingala!

Ahhhhhh… A veces creo que “alivio” debería escribirse con hache intermedia!

Dhaka, Bangladesh
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13 noviembre 2013

¿Huracán, ciclón o tifón? *

* El sábado anterior, y con el encabezonamiento “¿Huracán, ciclón o tifón? ¿Cuál es la diferencia?”, el diario El Universo de Guayaquil ha traído una muy interesante explicación con respecto a cómo se llama, en las distintas partes del mundo, a lo que se conoce en meteorología como ciclón o “zona de muy baja presión”. En el artículo que hoy transcribo se utiliza el término “meteoro” que, aunque es correcto cuando se trata de referirse a cualquier fenómeno atmosférico, me temo que no es el que se utiliza en forma preferente en meteorología, por lo menos no se lo hace nunca en el tipo de meteorología con el que estoy familiarizado: la de carácter aeronáutico. No se menciona en dicho artículo, sin embargo, su fuente noticiosa o científica.

Los efectos del tifón Haiyán, luego de su trágico paso sobre las Filipinas, han resultado devastadores. Se habla de diez mil víctimas. Sus vientos han superado los trecientos kilómetros por hora (kph); y las rachas o ráfagas han alcanzado esta vez casi cuatrocientos!

Sin más preámbulo, procedo a la transcripción de esa nota de prensa:

“Un poderoso tifón azotó las Filipinas el viernes, donde provocó decenas de muertes. Hace unas semanas, el huracán Manuel causó estragos en México. ¿Cuál es la diferencia entre un tifón y un huracán? ¿Y qué hay con un ciclón?

En realidad, los tres términos se refieren a lo mismo: oficialmente, los tres son ciclones tropicales, pero se emplean de manera distintiva para los meteoros que se presentan en diferentes partes del mundo. Huracán se usa para el Océano Atlántico, Mar Caribe y Pacífico central y nororiental. Tifón se aplica al Pacífico noroeste. En la Bahía de Bengala y el Mar Arábigo se denominan ciclones. Ciclón tropical se aplica en el suroeste del Océano Indico; en el suroeste del Pacífico y el sureste del Océano Indico son ciclones tropicales severos.

A continuación, otras de sus características:

- Fuerza: Un meteoro obtiene su nombre y se considera tormenta tropical cuando alcanza los 63 kph o 39 millas por hora (mph). Se convierte en huracán, tifón, ciclón tropical o ciclón a 119 kph (74 mph). En ese rango existen cinco categorías de fuerza en función de la velocidad de sus vientos. La categoría más alta es la 5, cuando se superan los 249 kph (155 mph). Australia tiene un sistema distinto para clasificar las tormentas.

- Rotación: Si los ciclones tropicales se desarrollan al sur del ecuador, giran en el sentido de las manecillas del reloj. Si están al norte, giran en sentido opuesto.

- Temporada: Las temporadas de huracanes en el Atlántico y el Pacífico abarcan del 1 de junio al 30 de noviembre. En el Pacífico oriental, del 15 de mayo al 30 de noviembre; la temporada del Pacífico nororiental comprende casi todo el año, pero es más activa de mayo a noviembre. La temporada de ciclones en el Pacífico sur y Australia va de noviembre a abril. La Bahía de Bengala tiene dos temporadas: una de abril a junio y otra de septiembre a noviembre.

- Actividad: La región más activa es el Pacífico noroeste, donde el tifón Haiyán acaba de pasar. Un año promedio tiene 27 meteoros con nombre. Haiyán es la vigésima octava tormenta con nombre y ya ha habido una vigésima novena. En comparación, el Atlántico promedia 11 tormentas nombradas al año y en lo que va de 2013 ya ha habido 12, ninguna de las cuales ha generado muchos problemas.

- Nombres: Las listas de nombres las mantiene la Organización Meteorológica Mundial; los nombres son familiares para cada región. Se retiran de las listas y se sustituyen para evitar confusiones si un huracán causa muchos daños o decesos. Por ejemplo, Katrina fue retirado luego de haber devastado Nueva Orleans en 2005. Las Filipinas tienen su propio sistema de nombres, por lo que Haiyán también se denomina Yolanda.”

Medinah, Arabia
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11 noviembre 2013

El calor, el calor…

Quizá, parafraseando una canción que solía escuchar en mi juventud, una que interpretaba Danny Daniel con el título de “El amor, el amor”, debería decir (o cantar) también: “el calor, el calor, siempre está en mi camino”. Para lo demás, para aquello de:

El amor, el amor, siempre juega conmigo
No me trates así mujer, que me muero por ti
Yo quisiera saber por qué te has cansado de mí…

Para eso, ya no me serviría el parafraseo! Porque hoy me queda la impresión que aquel calor nunca ha dejado de acompañarme (y, claro, ya no hablo en sentido figurado); pues la verdad es que el calor -me refiero a ese que suele tornarse en maldito-, ese parece que siempre me incordió y que nunca se ha cansado de mí…

Debo haber sentido por primera vez esa sensación pringosa que produce la transpiración provocada por la humedad, cuando “me llevaron a conocer el mar”, como creo que ya alguien dijo. Fue ahí en esos mis primeros viajes a Guayaquil, siendo todavía el niño al que llevaban sus viejos a todas partes -viajes que hoy me parecen que fueron tan frecuentes-, que nunca supe discriminar qué era lo que me parecía peor: si ese raro ambiente en el que me sentía ajeno, si ese calor que -para utilizar un término que antes se usaba- me tornaba “hético”, o si esos escozores insoportables que desde temprano me produjeron los mosquitos!

Para un muchacho de tierras altas y secas y, por lo mismo, acostumbrado al frío de la serranía -y a los vientos empecinados que tornaban en más intensa aquella sequedad-, eso de bajar al trópico para sentir aquel clima cálido exacerbado por una humedad a la que no había tenido oportunidad de acostumbrarme -ni menos de poderme adaptar-, era una sensación no solo ajena y extraña, sino también fastidiosa y agobiante. Un sudor general e inesperado me iba cubriendo toda la epidermis, gotas turgentes y resbaladizas me obligaban a utilizar un pañuelo o a retirar esa substancia acuosa con el inquieto canto de las manos. De pronto, ya no parecía hacer caso a lo que me decían o me indicaban: mi atención se disipaba buscando cualquier artilugio que pudiese servirme de improvisado abanico.

Pero esas solo fueron visitas ocasionales. Pues no habría de sentir los verdaderos rigores del estío hasta que tuve que ir a ese pueblo llamado Vero Beach a realizar mis primeras lecciones de vuelo. Vero Beach era un pueblo más bien joven, pero había sucumbido a esa búsqueda de tardía soledad en la que suelen empeñarse los viejos. Ahí habría de tomar mis primeras lecciones de cómo sustentar los aviones en el aire, pero pronto habría de aprender que la nostalgia y eso de estar “enamorado a la distancia” eran también otras maneras de alejarse del suelo…

Cuando volví, con la ingenua pedantería de saberme poseedor de una licencia de piloto “comercial” (¿de dónde salió un término tan mercantil, solo para designar algo técnico?), me enfrenté otra vez con esos ardores provocados por una selva enmarañada donde no escaseaban los aguaceros interminables ni los bochornos intensos. Ahí sorteé mis iniciales tráfagos aeronáuticos. Era, ese, un pueblito que parecía extirpado de los borradores de García Márquez; lo llamaban con una diversidad de nombres: Shell, Shell Mera, Pastaza y hasta con el inapropiado de Río Amazonas. En ese magro villorrio -realmente solo una fila de casas adosadas a una calle escuálida-, más de una tarde habría de transigir ante la tentación de contrarrestar el efecto de esos calores infernales, escanciando unas cervezas en compañía de un personaje que todo lo novelaba con su humor. Era, un frustrado torero que convertía los episodios de su vida en motivo de broma y de alegría; era un maestro de la chanza y la ironía: el inolvidable e incorregible Caramelo.

Luego vendrían mis periplos internacionales en los que, con lista de compras en mano, habría de dar persistente satisfacción a los caprichos y novelerías de mi mujer o de mis hijos. Ahí, en medio del rigor del clima y del ánimo perentorio que se requería para cumplir con aquellos “mandados”, no pude sustraerme a esa agitación ansiosa que provoca la mezquindad del tiempo. Nunca imaginé tampoco que aquellas ocasionales exposiciones al calor se convertirían después, en todos esos lugares donde tuve que residir más tarde -Corea o Paraguay, Arabia o Singapur-, en una condición a la que jamás pude adaptarme. Siempre habría de extrañar aquella gratuita y generosa sensación que provoca el fresco.

Dhaka, Bangladesh
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09 noviembre 2013

Nuevas inquisiciones

No es mi intención referirme ni al que se considera como el primer libro de Borges (“Inquisiciones”) ni a otro que, con el título de “Otras Inquisiciones”, habría de publicar más tarde el escritor argentino para así continuar en esa misma vena y hacer referencia a una serie de otros escritores que influenciaron en su vida y en su obra. Tampoco lo hago para comentar acerca de ciertas charlas que, con el título de esta entrada, se habrían realizado para discutir acerca de esos ensayos suyos. Quizá mi propósito sea un poco más modesto: tiene que ver con todas esas palabras que parecen haberse puesto súbitamente de moda: inquisición, dogma, Torquemada, auto de fe, reo, sambenito... Hoy ellas están por todas partes!

Hay quienes dicen que la historia no es sino una constante de ciclos que tienen la porfiada necedad de repetirse. Por ello, se sugiere que ese debe ser el principal motivo de que nos interesemos por su estudio: es decir, para reflexionar en ella y aprender de sus lecciones. Este concepto insinuaría que en los asuntos humanos todo tendría una relación lógica y racional entre causa y efecto; sin que se deba considerar que el ser humano -y la sociedad en la que vive- actúa y reacciona de manera imprevisible y, además, que una misma circunstancia puede producir resultados diversos. Es como si el principal protagonista de la historia no fuese el hombre con sus vicisitudes, sino más bien algo tan oscuro -y hasta mágico- como el destino, con todas sus improvisaciones, con sus vericuetos y caprichos.

Pero, ya que andamos en esos andariveles, se me ha antojado pertinente hacer referencia a ciertos conceptos e ilustraciones con los que he tropezado y que han surgido de unas pocas de mis recientes lecturas. Se trata, puntualmente, de dos novelas: “El matemático del rey” (1) de Juan Carlos Arce; y “La ciudad de los prodigios” (2) de Eduardo Mendoza. De modo que ahí les paso un par de esos frutos desenterrados; los encontré entre esos deliciosos tubérculos que a menudo hallo escondidos en mi siempre desordenado, pero nunca menos asombroso, huerto:

1: “—Cuatro cosas distintas pueden pasar. Después del juicio, Lezuza puede ser absuelto, que es lo mejor que le habría de ocurrir. Pero de no pasar así, puede ser penitenciado…
—Explíqueme vuestra merced… —interrumpió Inesa.
—Penitenciado vale por obligado a abjurar de los delitos que se le encuentren. Un penitenciado jura evitar su pecado en el futuro y cualquier reincidencia le vale un castigo muy severo. La tercera cosa que puede ocurrir —continuó fray Santón— es que sea reconciliado.
—¿Reconciliado?
—Que le aplican una pena: vestir el sambenito, recibir azotes mientras recorre las calles, encarcelado o enviado a galeras. Por cuarta cosa, puede pasar que sea quemado, lo cual es muy seguro si en el juicio le prueban herejía de importancia.”

2: “Ahora los tres vecinos miraban atentamente al verdugo, que verificaba el buen funcionamiento del garrote. Este instrumento consistía en una silla provista de respaldo alto, del cual salía un torniquete acabado en un corbatín de hierro a modo de dogal; éste, aplicado a la garganta del reo, la iba oprimiendo hasta producir la muerte por estrangulación. Su Majestad don Fernando VII por Real Cédula de 28 de abril de 1828 y para señalar la grata memoria del feliz cumpleaños de la reina había abolido la muerte en horca, usada hasta entonces en toda España, y dispuesto que en adelante se ejecutasen en garrote ordinario los reos pertenecientes al estado llano, en garrote vil los castigados por delitos infamantes y en garrote noble los hijosdalgo. Los condenados a garrote ordinario eran conducidos al cadalso en caballería mayor, es decir, mula o caballo, y llevaban el capuz pegado a la túnica. El capuz, como su nombre indica, era una suerte de capa con capucha y cola, que se ponía encima de la demás ropa y se usaba normalmente en los lutos. Los condenados a garrote vil eran conducidos al cadalso en caballería menor, o sea, borrico, o arrastrados, si así lo disponía la sentencia, y con el capuz suelto. Por último los condenados a garrote noble eran conducidos en caballería mayor ensillada y con gualdrapa negra. Estas distinciones habían perdido todo su sentido al dejar de ser públicas las ejecuciones”…

Jeddah, Arabia Saudita
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