30 septiembre 2013

En el día de la Megan

Hoy es la fecha; o, mejor dicho, la “no fecha”… Aquella de la cual ya deberíamos olvidarnos, la fecha de la cual ya nadie debería hablar. “Quien la oyó, no la pudo pronunciar ya jamás!”. Pero… todo esto es confuso, porque el eslogan que usaron era ese ya famoso, aquel otro del “prohibido olvidar”, con lo que no solo que se han contradicho -con esto del forzado olvido- sino que han soslayado su primera muletilla, aquella copiada de la revolución estudiantil del 68, aquella otra del está “prohibido prohibir”. Por ello que ahora todo nos resulta tan confuso… Entonces, ¿qué mismo hacemos? ¿Olvidamos o habremos de recordar?

Y hoy, que es fin de mes, llega desde ese minúsculo recinto donde vive, allá cerca del mar, el Johann (o se escribe Johan?), el hijo adolescente de la Gris, nuestra fámula servicial. El Johann, es una suerte -siempre ha sido- de edecán-secretario-mascota de mis hijos. Él es un muchacho que aprende fácil; que funge de paje, de acólito o de arréglalo-todo; es un inquieto rapaz que sabe que para vivir mejor en la vida hay que procurar aprender, que hay que saber hacer algo mejor de lo que saben hacerlo los demás. Él es un chico con iniciativa, que fue descubriendo que, en el mundo, a veces resulta necesario eso de saber disimular…

Pero, no me mal interpreten, él no se ha dejado ganar ni por el cinismo, ni por el disimulo, ni por la afectación; todo lo que quiere es llegar a ser un día como el CR7, que son las siglas como se le conoce a aquel formidable futbolista llamado Cristiano Ronaldo y que los aficionados reconocen como a uno de los mejores del mundo. Ronaldo no solo es dueño de una privilegiada habilidad, sino que se ha convertido en lo que los chicos, como el Johann, un día quisieran llegar a ser… Ronaldo tiene “su pinta”, se viste con lo que quiere, maneja un Ferrari y se hace acompañar por nada despreciables modelos. Por eso el Johann trata también de vestirse como el portugués, se peina con idéntico estilo y se adorna la oreja con un rutilante adminículo que solo se lo retira cuando lo reprende su mamá…

Lo que yo no me acuerdo es por qué es que uno de mis cuñados dice que el CR7 se le parece (o dijo que le recuerda?) al que sabemos… a ese otro personaje de similares iniciales cuyo nombre ya casi no nos lo permiten mencionar! Y, a decir verdad, yo no sé qué mismo es lo que le encuentra de parecido, ni en el peinado, ni en el color de los ojos… Quizá sea esa manera matadora con que CR mira la barrera; en cómo se retira de la pelota con parsimonia, cuenta cinco pasos en reversa, levanta una ceja, toma una cuota opulenta de aire, corre, dispara y ya está! El resto es la algarabía desenfrenada de sus parciales, el desborde de esa su mueca de suficiencia, y ese gesto tan suyo con la mano, como diciendo: ¡Tranquilos, que ya llegué! ¡No se preocupen, el rey ha llegado y ya por siempre se va a quedar!

Aparte de eso, no les encuentro la supuesta semejanza. No les hallo el parecido. No visten camisas similares, ni su catadura refleja algo que pudiera verse como una nota de identidad. Lo único, pudiera ser la forma de la quijada. A no ser que fuese aquel otro gesto, esa arrogante apostura, que define a los “quitarán-de-áhi” (así, con acento en la “a”). O, tal vez sea que a ambos les gusta correr junto a las bandas, para -con poco disimulo- cambiarse de lado y luego “tirarse en diagonal”. Sí, ahí hay un cierto parecido: en querer el control exclusivo del balón, en buscar siempre un nuevo tiro libre con esas sus aparatosas caídas, que dicen más de su histrionismo que de la torpeza o del persistente acoso de su confundido rival…

¿O será que?...  Quizá se parezcan en que a ambos les gusta ser el foco de la controversia y estar en el ojo del huracán! Les fascina estar siempre en el “área de candela”… Ahí, al más mínimo roce, fingen que les han derribado en forma aleve y, no contentos con que les regalen el penal que buscaron, quieren convencernos que los defensas quisieron atentar contra su vida, como si ya no nos hubiésemos dado cuenta de su parodia elemental. Por eso, y aunque nosotros ya hayamos olvidado su cómica caída, ellos siguen empeñados en que no la podamos olvidar! Mientras tanto, hoy la Megan -nombre sajón para una impostura vernácula- ya cumple “sus primeros tres añitos”. Pobre, no vayan a dejarle nunca que pueda aprender a olvidar!

Quito
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27 septiembre 2013

Quinientos años después

En estos días se conmemoran quinientos años del descubrimiento del Mar del Sur efectuado por Vasco Núñez de Balboa. Esto acontecía un 25 de septiembre; fecha registrada en el calendario juliano, que era el que se usaba en aquellos días y que sería modificado pocas décadas más tarde.

Sin embargo, la gesta que habría de llegar hasta nosotros, y que constaría en los anales de la historia como la épica más sorprendente entre las hazañas de la humanidad, no habría de ser la representada por aquel fortuito acontecimiento. Sería la emprendida seis años después por aquel empecinado visionario que fuera Fernando de Magallanes. Hay quienes comparan la hazaña del portugués con la de Colón y reconocen al primero la distinción de ser el protagonista del viaje más importante de la edad de los descubrimientos. Su periplo demostró al mundo lo equivocada que había estado la cosmografía del almirante.

Los testimonios de Pigafetta, así como los relatos de posteriores autores, no cesan de insinuar que Fernando de Magallanes pudo haber tenido acceso a ciertos mapas secretos en la corte de Portugal, en los que parece que se incluía la existencia de un paso que los portugueses habrían descubierto pocos años después del descubrimiento de América… Este cuestionado, aunque eventual conocimiento, pudiera explicar la necedad y perseverancia con que el explorador portugués negoció la realización del viaje y cómo superó las aviesas manifestaciones de descontento que se presentaron entre sus hombres, así como su estrategia para manejar los permanentes conatos de traición y amotinamiento.

La primera parte de la expedición estuvo marcada por los conflictos personales y por la intriga, por los persistentes celos frente a la determinación del mando. Es difícil no estremecerse frente a los métodos utilizados por Magallanes para castigar los síntomas de subversión y para asegurar la continuación de la empresa. Tampoco puede soslayarse la lucha permanente que la Armada de las Molucas tuvo que librar contra los elementos, el rigor del clima, las tormentas que se tuvieron que enfrentar, los efectos del hambre y el desabastecimiento.

La deserción de la San Antonio -la nave de mayor capacidad- en plena travesía del ansiado estrecho, vendría a añadir gran desazón e incertidumbre a la expedición. Pocos meses atrás se había producido el trágico e inesperado naufragio de la Santiago, nave que nunca pudo recuperarse. Empero, luego de la travesía del proceloso estrecho, lo que vino después fue un reto heroico frente a lo desconocido, un temerario periplo sobre el borde de un imaginado abismo, un viaje sobre un océano inconmensurable que representaba una extensión equivalente al doble del Atlántico y a una tercera parte del total de la superficie de la tierra… Por fortuna, siempre fue un mar de aguas tranquilas acariciadas por vientos que nunca fueron desfavorables.

Fueron cien días de enfrentarse a la carencia de agua fresca y alimentos, de soportar -como ya antes le había acontecido a Vasco da Gama- una curiosa dolencia de origen desconocido: el temible escorbuto. Ignorantes, los exploradores, de que la funesta enfermedad solo se debía a la insuficiencia de ácido ascórbico, o vitamina C, optaron por disputarse hasta las ratas de a bordo, convencidos, como estaban, que con tan repugnante ingestión se conseguía un alivio temporal para los estragos que producía la horrorosa afección…

Cuando por fin, una cierta madrugada, Lope Navarro, el centinela de la Victoria, dio el tan ansiado grito de "¡Tierra, tierra!", Magallanes y sus hombres habían cruzado por primera vez el mar antes descubierto por Núñez de Balboa; y habían logrado una hazaña que haría posible concluir, meses más tarde, la primera circunvalación del planeta!

Quito
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25 septiembre 2013

Las provincias sur-orientales

Revisando la actual distribución política de las provincias orientales, he caído en cuenta que los nombres de un par de ellas quizá ya no respondan a la intención con la que fueron originalmente bautizadas. Me refiero concretamente a las de Morona – Santiago y de Zamora – Chinchipe, ya que las demás todavía conservan nombres que tienen que ver ya sea con sus ríos principales o, como es el caso de Orellana, con la población que sirve de asiento a su capital.

Las dos provincias antes señaladas merecieron una nueva demarcación luego del conflicto armado de 1941, en el cual Ecuador perdió no solo casi la mitad de su extensión territorial, sino su acceso directo al río Marañón, principal afluente del Amazonas. De hecho, para muchos geógrafos, este último nace en la cordillera peruana con el nombre del anterior. Las provincias del oriente ecuatoriano fueron, antes de 1941, parte de una entidad territorial que se consideraba como colindante con el Marañón; mas, producido el conflicto bélico antes señalado y habiéndose firmado el protocolo de Río de Janeiro, se decidió la creación de esas nuevas provincias orientales; la segunda con una no definitiva demarcación.

Si uno es meticuloso y revisa con escrúpulo la enciclopedia, va a advertir que la primera de esas provincias -Morona Santiago- fue establecida recién en febrero de 1954; es decir, bien pudiera decirse que se produjo como una desmembración de otra más extensa que abarcaba también a la que se encuentra más al sur. Se descubre también que dicha provincia contiene hasta doce cantones, aunque en el mapa físico solo constan once en total. Se infiere que la existencia de uno de esos cantones (Tiwinza) bien pudiese tener un carácter más bien simbólico, ya que no cuenta con una descripción de su población, ni menos de su extensión. Es el mismo caso del cantón Paquisha, en la provincia de Zamora - Chinchipe.

Nótase que el nombre de Santiago -que sirve como contribuyente para designar a la provincia- corresponde a uno de sus cantones (Santiago de Méndez), aunque se lo conoce solo como Méndez. Santiago consta también como el nombre de la capital de Tiwinza, con lo que surge la probabilidad de que pueda tratarse del mismo cantón. Existe también, hacia la zona sur-oriental de dicha provincia, un pequeño caserío, este se encuentra en la confluencia del Yaupi con el Zamora. El lugar marca el nacimiento del río Santiago que, con ese nombre, se dirige hacia el sur y se adentra en territorio peruano (la cuenca del Santiago queda al oriente de la cordillera del Cóndor). Se trata, aquel poblado, de un minúsculo destacamento de selva; lleva el nombre de un héroe de guerra: el Teniente Hugo Ortiz.

En cuanto a Zamora – Chinchipe, lo predominante es la cuenca del río Zamora y la presencia de Zamora de los Alcaides, ciudad que fuera fundada originalmente por los españoles hacia mediados del SS. XVI. La Zamora actual fue refundada a principios del siglo pasado y sirve de capital a la provincia que nos ocupa y que fuera separada de la de Santiago – Zamora hacia finales de 1953, pocos meses antes de que se estableciera la que queda hacia su inmediato septentrión.

Postulo, por lo mismo, que aquellos nombres compuestos obedecieron a una cierta estrategia diplomática y política a efecto de reforzar nuestras aspiraciones amazónicas. El nombre de Chinchipe es el de un río que, como el Rumichaca en la provincia del Carchi, no tiene más importancia que como hito de demarcación. Quizá sea hora de redefinir el apelativo de estas dos provincias orientales, con el uso de nuevas y más sencillas designaciones que correspondan a su realidad.

Quito
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23 septiembre 2013

De pongos y de gargantas

La noche que me sucedió el milagro (ya habrá tiempo para comentarlo) me puse a conversar con Vicente Burneo de lo humano y de lo divino. Fue oportunidad para reafirmarme en uno de mis viejos convencimientos: el de que él es, con amplia probabilidad, uno de los seres más lúcidos y una de las personas más sabias que he tenido la fortuna de tratar en mi vida. Dialogar con él se convierte en una razón para la esperanza, en una fuente para hacerse de nuevos y muy interesantes conocimientos, y –ante todo– en alimento para la propia paz interior.

Con él descubro cómo muchas veces nos anclamos en el pasado, sin reflexionar que las circunstancias, que envuelven a ciertas situaciones y episodios, cambian la forma misma como tenemos que enfrentar ese pasado en el presente, en cómo lo que antes pudo haber sido una posibilidad o alternativa, cesa de ser práctico, e incluso viable, por fuerza de esas nuevas circunstancias. Volvimos esa noche a hablar de un tema que alguna vez nos identificó y que él cree, en su clarividencia y cordura, que pudo haber constituido, alguna vez, una fórmula para afrontar nuestro -ahora supuestamente superado- problema limítrofe: platicamos acerca del pongo de Manseriche y de la posibilidad de construir una represa que pudo haber beneficiado a ambos países.

Dicho pongo no es sino una garganta o encañonado que tiene el Marañón cuando trata de superar la cordillera oriental y vierte sus aguas en la gran cuenca amazónica (la palabra pongo deriva del quichua “punku” que quiere decir puerta). Este pongo no es sino un paso estrecho y profundo, una garganta, que tiene el río cuando suspende su recorrido sur-norte (el río nace cerca de Lima), y justo luego de que recibe como tributario al Santiago, en su margen izquierda, para continuar hacia el oriente donde recibe otros afluentes. El de Manseriche, no es el único pongo que tiene el Marañón, pero sí el más extenso e importante y uno que nuestra diplomacia quiso alguna vez utilizar como instrumento de negociación para llegar a un satisfactorio compromiso.

La parte más suroriental de nuestro territorio tiene por límite al río Chinchipe que fluye de occidente a oriente; este deja de ser línea de frontera en la quebrada de San Francisco, cuando continúa hacia el sur para desembocar en el Marañón. Pero existe otro importante río en la región Oriental, mucho más al norte y hacia el occidente de Cuenca; se trata del Santiago, que recibe las aguas del Zamora y del Namangoza, y se dirige hacia el oriente hasta recibir las aguas del Yaupi, en cuya confluencia cambia de rumbo y sigue hacia el sur, cuando en territorio del Perú. El Santiago es el más importante afluente del Marañón en esa parte de su recorrido, pero ya muy lejos de nuestra jurisdicción territorial. No obstante, ya firmado el acuerdo de paz con el Perú, el propósito de darle una utilidad al pongo que favoreciera a los dos países, parece haber quedado en el marco de las buenas intenciones.

Los pongos no son adecuados para la transportación, sus corrientes inquietas y encontradas, sus innumerables torbellinos no facilitan el flujo necesario para la navegación fluvial. Nótese como la voz “gárgara” tiene una raíz onomatopéyica basada en la de garganta (el término equivalente “gorge”, utilizado en inglés, tiene similar implicación). Lo que debe subrayarse es que los frecuentes remolinos -a manera de gárgaras- que provoca el río, no hacen factible que se lo pueda utilizar para propiciar una forma permanente y cómoda de transporte alternativo. La más importante posibilidad, sin embargo, sigue en pié: la de que se lo pueda utilizar como represa, con toda su imponderable capacidad, para el eventual aprovechamiento de sus recursos hidroeléctricos.

El tratado de paz entre Ecuador y Perú dejó abiertas las puertas para ambiciosos planes de mutua colaboración. Cierto es que dichas expresiones muchas veces solo constituyen líricas como vacuas declaraciones que suelen realizarse al socaire de un momento de armonía y conciliación. Pero la vecindad no es tan solo una condición, es una herramienta que debe aprovecharse para práctico beneficio de las naciones y para propender al bienestar de los habitantes de una determinada región.

Quito


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20 septiembre 2013

Del arte de la prudencia

Nada nos produce más sorpresa, y probable confusión, como cuando advertimos que se ha desaparecido uno de nuestros libros favoritos, uno de aquellos que estábamos seguros que debían estar ahí, en su respectivo estante, entre aquellos otros textos que más queríamos; y esto pasa cuando parece -como decía uno de esos seres ocurridos que alguna vez conocí, uno que siempre tenía a flor de labios una expresión gráfica para todo-, que tal vez le habrían “salido patas”… Entonces comprendemos que alguien se habría descuidado de devolvérnoslo; o que lo habría tomado “prestado”; claro, sin que medie nuestro consentimiento y sin que sepamos a ciencia cierta de su destino y de su ya improbable restitución.

Para ventaja nuestra, y como si fuese un asunto de compensación, lo contrario parece sucedernos cuando descubrimos que alguien habría dejado a sus espaldas un texto olvidado, como si ya hubiese terminado de leerlo o como si no hubiese conseguido el disfrute que lo habría empujado a adquirirlo. Y eso nos sucede, y con ocasional frecuencia, en aviones y terminales aéreos durante las apresuradas circunstancias que caracterizan a nuestras movilizaciones y periplos, que es cuando solemos extraviar esos objetos que teníamos a mano o cuando los hemos dejado abandonados, sea porque no disponíamos de espacio, porque el libro no satisfizo nuestra expectativa o porque tal vez quisimos compartir su goce con un eventual y posterior lector desconocido. Es misterioso el destino que pueden tener los libros!

Y así es como alguna vez descubrí, en una de aquellas salas de tránsito -donde parecería que nunca tenemos qué hacer-, un libro que alguien lo había dejado abandonado. Tenía la impronta no solo de haber soportado un intenso trajín, sino que sus páginas amarillentas revelaban la condición de una edición añeja y decadente. Su texto parecía más bien un compendio de máximas y aforismos, lo habían traducido al inglés con el título de “The wordly wisdom” (“La sabiduría mundana”) y su autor era -por entonces para mí- un no muy conocido escritor español, contemporáneo de Quevedo, Lope y Calderón. Se trataba de un jesuita desafecto a los votos de obediencia, a quien le habrían obligado a abandonar su cátedra, todo porque había publicado una de sus obras en forma clandestina: era aragonés y se lo conocía con el nombre de Baltasar Gracián.

Este barroco escritor español es hoy en día uno de mis autores favoritos. Su obra imprescindible se inscribe en el más puro estilo de otras famosas realizaciones de agudeza política; piénsese en “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo o en la de su inmediato predecesor, el autor de “El Cortesano”, otro Baltasar, el lombardo Castiglione. Cuando se consulta “El Arte de la Prudencia” de Gracián, su lectura nos invita a meditar en cada una de sus sabias sentencias y nos propone una serena y parsimoniosa revisión a efecto de deleitarnos con su didáctico y filosófico sentido. Bien puede aplicarse a este compendio uno de los mismos consejos con que él expresa su agudeza: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Releo “El arte de la prudencia” de tarde en tarde, y no ceso de recomendarlo a mis buenos amigos. De hecho, me gustaría hacer lo mismo con ciertos líderes y dirigentes que adolecen de un irreflexivo y contraproducente carácter pugnaz… He descubierto que el otro título en inglés -que tiene el compendio-, es uno que significa algo parecido a “La prudencia en tiempos atribulados”. Las máximas de Gracián, y sus proverbios, entrañan toda una práctica filosofía que siempre nos ayuda a discernir los mejores medios para llegar a nuestra más ansiada finalidad.

A menudo Gracián me recuerda esa desdeñada virtud que es tan necesaria en mi propia actividad para garantizar la supervivencia ajena. Y tiene la sabiduría de hacerme ponderar que si algo de sorprendente tiene el oficio que aún ejerzo, consiste justamente en que si alguna vez actúo como imprudente, el mismo ejercicio pronto me enseña a dejar de serlo. Y me recuerda que incluso aquella misma prudencia es también susceptible de una cierta cuota de moderación…

Quito
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16 septiembre 2013

Discapacidades y exabruptos

No deja de sorprenderme, cada vez que acudo a la enciclopedia, que no siempre encuentro la definición exacta para ciertas “condiciones” médicas. Advierto que, lejos de proporcionarme un tipo de información directa, el texto -en forma casi invariable- me sugiere consideraciones relativas a sus principales características. Intuyo que aquello no es pura casualidad; parece que se inscribe en un moderno protocolo de la ciencia médica que ha empezado a reconocer a los discapacitados no como si fuesen “individuos con limitaciones”, sino más bien como lo que son: seres humanos diferentes. Y parece que toma en cuenta dichas discapacidades no como si fuesen enfermedades, sino tan solo como manifestaciones distintas. Y, en algunos casos, aun como si fuesen expresiones que entrañan un don especial.

La vida, que no deja de asombrarme por los métodos que con nosotros emplea, me ha ido enseñando que debemos tener cuidado cuando insinuamos que alguien no es -o que no parece ser- una “persona normal”. He ido aprendiendo que en el caso de personas que son “diferentes”, o de chicos con discapacidades, nunca es adecuado referirse a tal discapacidad como si fuese una anormalidad, sino como una condición que es “atípica”; o como que tales individuos padecen de una “condición especial”. Y he podido observar que esas mismas personas desarrollan otros tipos de habilidades y de experticias que muy probablemente el común de la gente no se imagina siquiera que aquellos pudieran desarrollar.

Resulta, de otra parte, sumamente cruel cuando caemos en la debilidad de hacer mofa de ciertas condiciones médicas o cuando nos burlamos de los defectos físicos ajenos, no solo porque ello demostraría una desdichada mezquindad, sino porque la ausencia de una indispensable discreción no permite que se haga la más elemental y humana de las disquisiciones: que no tenemos ningún mérito, ni hemos hecho un mínimo esfuerzo, para no padecer de esas limitaciones. En lo personal, me anima la persuasión que quien así actúa es porque adolece también de algún defecto o limitación, o de alguna forma de vergonzante enfermedad.

No puedo dejar de recordar a un belicoso condiscípulo que tuve alguna vez en mis primeros años de escuela. Era un rapaz beligerante y majadero; uno de esos que usan el sarcasmo para hacer escarnio de los defectos de sus condiscípulos. Poseía una no muy despreciable catadura, aunque era en extremo pendenciero y pugnaz. Sospechábamos que quizá lo maltrataban en casa o que alguien le habría aleccionado en el uso de aquellos malévolos recursos que a él solo le servían para incordiar y lastimar. Llegaba temprano con el ánimo siempre dispuesto a buscar pelea, y para -sin que mediase motivo- provocar y golpear a los demás.

Era un mozo más bien corpulento y se distinguía por un corte de cabello que hacía ostensible la impronta de sus riñas y pendencias. Esas cortaduras, la huella de sus continuas contiendas, daban testimonio de su temeridad, de su tendencia pendenciera y de ese morboso afán por competir como el más indiscutido de los chicos malos del lugar... Su propia debilidad era perseguir a los menores y más vulnerables; y si eran más chicos, pues, todavía mejor! No recuerdo haberlo visto provocando a sus mayores, o enfrentándose con ellos. Se cuidaba de que nunca sus maestros fuesen testigos de esas sus aviesas y díscolas provocaciones...

Nada tiene de digno el hacer mofa de los defectos o burlarse de las condiciones médicas ajenas. Quienes padecen de ciertos impedimentos demandan nuestra comprensión, solidaridad y tolerancia. ¿Como podemos vilipendiar a un anciano, a una mujer en estado de gravidez, o a un menor de edad? ¡Y menos a quien sufre de algún defecto o enfermedad! Quien abusa de su condición para desahogar sus complejos o quien no sabe limitarse al expresar su iracundia, sólo se transforma en un monstruo que cede a sus bajas pasiones y sólo lastima su propia dignidad.

Quito
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13 septiembre 2013

Nuestra pequeña autopista

No creo que pasa de quince kilómetros de extensión y deben haberla construido hace ya una generación. Esa diminuta “autopista”, aun con sus inauditos defectos de construcción fue, en su momento, una relativa forma de solución para los problemas de movilización que por esos años ya soportaba el valle de Los Chillos, el mismo que, debido a su clima y a las bondades de su entorno, se había constituido en un área de paseo y recreación. Mas, aquel carácter vacacional tuvo que ceder paso a una perentoria alternativa de vivienda dada la súbita y desordenada expansión que había sufrido la capital de la república.

Nunca entendimos el porqué de su extraño diseño, que no consistía en dos vías contrarias de varios carriles, como podía esperarse, sino más bien en la presencia de varios andariveles con uno ancho de vía carente de uniformidad y con unos peraltes independientes… Ello implicaba que cuando tuviesen que remodelarla o ampliar sus insuficientes vías, el proceso de rectificación iba a ser prácticamente imposible. Pero, a pesar de aquellos defectos, la autopista se había convertido en una forma de alivio, si no en una solución ajustada a los tiempos.

Advierto que, pasados los años, esa saturada vía es probablemente el foco más tortuoso e insoluble de congestión de tránsito que pueda soportarse en toda la provincia. Yo mismo utilizo esa vía dos o tres veces por semana -lo hago muy temprano en la mañana- y puedo dar testimonio que la inaceptable congestión prácticamente se ha duplicado en cuestión de tan solo unos pocos meses. Es comprensible el tedio e impaciencia de los conductores cuando tienen que enfrentar y soportar las paralizaciones que experimenta el tránsito, sobre todo en las llamadas “horas pico”. Frente a todo esto ¿qué es lo que se podría hacer?

Resulta obvio que no podrían darse soluciones en poco tiempo; además, las obras de infraestructura siempre chocan con los costos de construcción y con las exigencias de sus respectivos financiamientos; pero es evidente que -mientras tanto- las autoridades responsables y las entidades encargadas deben considerar nuevas, imaginativas y -quizá- más drásticas medidas. Se me ocurren unas pocas a manera de reflexión (no me adscribo al raro oficio de quienes dan consejos):

Creo que puede considerarse que el sistema de peaje prepagado (tele-peaje) sea aplicado con efecto obligatorio para quienes residen en la provincia; o, por lo menos, debería exigírselo para quienes son moradores del valle de Los Chillos; de este modo se evitarían las interminables columnas de autos que esperan para satisfacer el pago manual en las respectivas garitas de cobro. Debería, además, analizarse la posibilidad de crear un estímulo pecuniario (cero peaje) para quienes optasen por cruzar los puestos de cobro durante las horas de escasa congestión. Con ello se lograría una mayor fluidez en dicha vía.

Conozco, por el comentario que he escuchado a un distinguido ciudadano que participó en los estudios para implementar un sistema de transportación tipo “metro”, que los costos de construcción de una nueva autopista, incluidos los túneles, no pasarían comparativamente de un treinta por ciento del costo total del antes mencionado sistema (doscientos vs. seiscientos millones de dólares). De modo que la implementación de una nueva autopista pudiera -y debería- ser ya un prioritario objetivo.

Mientras tanto, las entidades responsables deberían emprender en una gran campaña para promover y estimular la utilización vehicular de tipo compartido (“carpool”). Por ahora existen demasiados vehículos en esta tortuosa y desesperante vía, donde -como es ya costumbre-, se ha emprendido otra vez en rectificaciones sin que se hayan acondicionado las vías temporales alternativas que impedirían los embudos y atolladeros que esas reparaciones propician.

Quito
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11 septiembre 2013

Cuarenta años después

Fui por primera vez a Chile hace casi cuarenta años. Era yo entonces un bisoño copiloto de la desaparecida Ecuatoriana. Eran los primeros meses del gobierno de Pinochet, etapa signada aún por la inflación y el desempleo. Era Santiago, por aquellos días, una ciudad pálida y sin alegría, carente de luces de neón y anuncios comerciales, donde parecía que la gente vivía callada y que caminaba en forma apresurada. En la hora de penumbra, los taciturnos chilenos trataban de eludir la inminencia del toque de queda. Una melancolía ineluctable rondaba por doquier.

Y es que ese parece ser el signo de las dictaduras, que dejan además la sensación de que no se justifica su real necesidad. Existen algunos factores que invitan a cuestionarlas: su espuria legitimidad, sus métodos crueles y arteros, la profunda y lacerante división que crean en la sociedad. Además, la inevitable polarización va creando un grupo afín al poder que se convierte en detentador de los favores y que medra de unos exclusivos privilegios (esos regímenes exacerban algo que la “lealtad al proyecto” también se promueve en ciertas falsas democracias).

Las dictaduras nos obligan a reflexionar tanto en la ficción que suele imponer la política, cuanto en el irrespeto a las libertades fundamentales. Y en que esas aberraciones no siempre son atributos exclusivos de esas formas de gobierno. Ellas nos remiten a meditar, con pavor, en las consecuencias de que exista una visión única, que es la impronta inocultable del totalitarismo: aquella del individuo convertido en artilugio, en mero instrumento de una idea… y de una idea excluyente, por lo demás!

Fue aquella una época muy triste para la vida institucional y para la historia de la nación chilena. Una época cuya ignominia no pudieron ocultar ni el pretexto de la transición democrática, ni la prosperidad que más tarde disfrutaría Chile (¿de qué serviría ésta si se habría de lamentar por unas familias incompletas o por el incierto destino de unos desaparecidos?). Más tarde, la definitiva transición habría de durar otros diez años, desde cuando Pinochet perdiera el plebiscito con el que se proponía asegurar su continuidad. Mas, a pesar de la negativa ciudadana, no se produjo su abandono definitivo del ejército, en el que continuó como comandante general; ni del poder, ya que insistió en continuar como senador vitalicio. Siempre flotó en el aire la sospecha de que lo hacía para cuidar sus espaldas y para continuar disfrutando de ciertas prebendas y privilegios.

Al recordar el inicio de esa triste dictadura, no se puede dejar de meditar en sus torpes abusos y en su estilo intolerante; y en esa condición, en la cual, a los que piensan diferente se los identifica como una "caterva de mentirosos, amargados, sinvergüenzas y mediocres"… En donde los que califican se convierten en únicos y autorizados "insultadores"; para estos, sus detractores constituyen un deforme símbolo de lo malvado y lo abyecto. O en nada más que lo que, para su estrecha visión, resulta lo mismo: en sórdidos representantes de la "miseria humana"...

A veces me preguntan que qué mismo soy; si hombre de izquierda o de derecha. Quizá se presuma que, dado mi estilo de vida, he de ser de derecha... Pienso que, si considero como válida la prioridad de la búsqueda del bienestar y del derecho a la iniciativa privada, pueden ubicarme como a un hombre de derecha. Más, si juzgo como inalienable el derecho que tenemos a la propia individualidad, al necesario fortalecimiento de un espíritu crítico y a la inalienable lucha contra todo tipo de opresión, soy más bien un hombre de izquierda. ¿De izquierda o de derecha? Qué más da! Pienso que jamás pueden sacrificarse las libertades del hombre, ni aun a pretexto de hacer prevalecer la justicia. Es que, no puede haber justicia -no la hay, punto-, si no se saben respetar las libertades individuales.

Quito, 11 de septiembre de 2013

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09 septiembre 2013

Afectos y desafectos

Ayer nomás uno de mis buenos (y más nuevos) amigos me digo de sopetón que “yo no le quería” al Alcalde. Y lo dijo así nomás, como una declaración de fe, como algo incontrastable y definitivo, como algo que ya todos lo sabían. Lo dijo como quien sólo emite un inofensivo comentario, como quien no dice nada; con esa magnanimidad suya que se refleja en sus carrillos, con esa bondad a flor de piel que se expresa en el contagio de su sonrisa, con esa implosión de inofensiva picardía que yo tengo la suerte de descubrir en algunos de mis buenos amigos.

Y pienso ahora que los buenos amigos no solo son aquellos de siempre, los que los tenemos desde hace tanto tiempo y que no siempre tenemos la suerte de encontrarlos, visitarlos, o de compartir unas afinidades y de verlos. Son también aquellos otros, esos “nuevos”, esos insospechados y flamantes, que en nuestra ingenua y pretenciosa “madurez” a veces discrepan, nos hacen caer en cuenta de nuestras contradicciones e incoherencias; o se burlan de nuestra ingenuidad y hasta nos censuran. Son los mismos que no hacen un esfuerzo por expresarnos su preferencia y que -sin tener ninguna obligación- a veces nos consienten; y que siempre están ahí, como si ahí hubiesen estado desde siempre y por toda la vida!

Mas, de si uno quiere o no quiere a alguien… no siempre tenemos claros nuestros afectos y desafectos. Y siento que en los asuntos que involucran a la inmediata comunidad, lo verdaderamente importante es la prioridad (o la ausencia de importancia) que nuestras circunstanciales y temporales autoridades hayan dado, o parezcan otorgar, a los problemas más importantes que enfrenta nuestra querida ciudad. En este sentido, siento con grima -y veo con pena- cómo se fue convirtiendo en decrépita una ciudad que tenía tanto para seguir siendo tan bonita.

Quien no haya comprendido que la más importante prioridad de Quito (aparte desde luego de sus temas sociales, que nadie espera que sean solucionados en pocos meses o en un par de años) es la de atender las problemáticas del tránsito y de la transportación -en ese mismo orden-, y quien no tenga la sagacidad para darse cuenta que lo uno afecta, agrava y amplifica las maléficas circunstancias de no atender con prioridad a lo otro, es que simplemente no ha entendido, en estos tiempos y en esta coyuntura puntual, cual es y debe ser su misión. Y no puede ocultar su ineficacia detrás de un lenguaje rebuscado y ahíto de complejidad.

De otra parte, estoy persuadido que lo que estuvo llamado a convertirse en la obra emblemática de su gestión -el nuevo aeropuerto-, no solo que no satisfizo las expectativas, sino que fue demorado innecesariamente en su implementación a pretexto de revisar la contratación, logrando con ello no solo encarecer el costo mismo del proyecto, sino desperdiciando un valioso tiempo para la construcción de unas vías de acceso que, debiendo habérselas provisto de forma anticipada, nunca se las implementó con la prioridad que ese proyecto requirió. Además, los resultados están a la vista: la constructora y concesionaria nos ha demostrado -con lo que entregó- que no tenía ni la idoneidad, ni la experiencia, para cumplir con la tarea a la que se había comprometido: hoy solo tenemos un aeropuerto regional!

Como lo he expresado repetidamente: Tababela fue una oportunidad perdida. Y si de afectos o de desafectos hemos de hablar, es difícil encontrar simpatía y coincidencia con quien lejos de haber interpretado las prioridades de la ciudad, se ha convertido en un elemento o ingrediente que ha venido a ahondar su grave y desatendida problemática. Quito fue siempre una ciudad donde se llamaba a opinar y a colaborar a sus mejores hombres; hoy se ha dado paso a un extraño prurito: aquél de que ya no es revolucionario el recabar el aporte de soluciones y frescas ideas, el de que es reaccionario y burgués el debatir y hacer participar.

Pero, quién sabe… con frecuencia descubrimos una inesperada simpatía en nosotros mismos por gente que está dispuesta a revisar, a corregir y a enmendar.

Quito, 9 de septiembre de 2013
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05 septiembre 2013

De la primavera aushiri

Cuando hacia finales del 2010 un joven ciudadano tunecino decidiera inmolarse, en símbolo de inconformidad, al más puro estilo bonzo, no habría de imaginarse que su pirotécnica decisión sería realmente como una llama que, cual reguero, habría de afectar no solo a los países africanos del norte y del llamado mundo árabe (fue el inició justamente de la denominada “primavera árabe”), sino que se expandiría, como una forma de impugnación, por todos los rincones del orbe.

¿Por qué reaccionaron en forma tan similar todos esos hombres provenientes de tan diversa latitud? Parece que existieron causas o motivos que los identificaban: todos ellos se enfrentaban y mostraban su desacuerdo ante situaciones políticas similares. En todos esos países se habían enquistado regímenes autoritarios que eran liderados por intolerantes gobernantes que tenían carácter omnímodo; era evidente que se habían producido situaciones de abuso y de grave injusticia; y era también incontrastable que en tales países se habían encumbrado camarillas de corifeos, cercanos al poder, que gozaban de infames sinecuras y canonjías.

Habiéndose regado ese combustible por doquier, no era difícil que ese fuego se contagiase sin ninguna forma de control. Eso sucedió justamente con los vecinos países árabes: Egipto, Libia y Siria habrían pronto de seguir el ejemplo y, aunque fueron procesos de inconclusa -e incluso contradictoria- resolución, han servido para demostrarle al mundo del nuevo ímpetu que han cobrado las expresiones de quienes antes parecían tan indolentes, apáticos y conformes. Había surgido de pronto una forma de primavera, sin importar la estación, ni tampoco la latitud…

Todo parecería indicar que en nuestro país también se ha expresado, y en pleno verano, una forma de este tipo de intransigencia; y es un fenómeno que, aunque pueda estar acicateado por la inconformidad con una forma de hacer política, se ha presentado más bien por un motivo bastante distinto: es el desacuerdo, de un importante sector de la ciudadanía, con la decisión del gobierno de explotar los recursos naturales de un sector al que anteriormente se había comprometido a proteger y a preservar: el campo conocido con el nombre de Yasuní ITT.

El rechazo o renuencia de este sector ciudadano no solo obedece a la evidente inconsistencia de la política estatal -aupada probablemente por consideraciones de carácter presupuestario y compromisos externos-, sino además por el celo a que se afecte la biodiversidad de la zona, amén de que en este mismo sector se encuentran afincados diversos grupos étnicos a los que en forma eufemística se ha dado en llamar “pueblos no contactados”. La verdad es, sin embargo, que con muchos de esos pueblos aislados la civilización ya ha tenido contacto, tanto como por cuatro siglos (de acuerdo con Rolf Blomberg, probablemente desde 1605).

Los aucas (la voz “auca”, en lengua jíbara, solo significa “hombre desnudo”), que también se conocen como huaoranis o aushiris, constituyen una serie de diversas etnias que probablemente estén emparentadas -si no por su lengua, por sus ancestrales costumbres-. Ellos han venido soportando un continuo e incesante proceso de acoso e invasión, producido por formas equivocadas de pacificación; por culpa de la ambición de los caucheros de los siglos pasados; o como secuela de los procesos de prospección y explotación petrolera. E incluso, aunque quizá en menor medida, por los constantes y persistentes empeños misionales.

Resulta curioso que esa zona anteriormente preservada, y ahora en discusión, tenga en el mapa la extraña forma de una C invertida, o como la de una fauces dispuestas a atenazar por detrás… Por ahora se antoja sospechoso que aquello que hasta hace tan solo unas pocas semanas parecía la proclama emblemática de un proyecto ecológico y político, se haya convertido -de golpe- en un aparente obstáculo para las propias propuestas socio-económicas de sus promotores.

Quito, 5 de septiembre de 2013
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04 septiembre 2013

El verano y su mensaje

* Publicado en la revista SUMMER by Casablanca
   Edición Agosto - Septiembre de 2013

Postulo que algo de mágico insinúan las palabras; eso también pasa con las que definen a las estaciones. Así, primavera sugiere floración y otoño implica, con su rara alegoría, la declinación inexorable del ocaso. En eso debe haber meditado el clérigo veneciano Antonio Vivaldi cuando compuso su metáfora musical, aquella de “Las Cuatro Estaciones”. Y Verano -“Summer”-, así con mayúscula, el nombre de la revista que está en sus manos, alude también a la pasión del ser humano por satisfacer su distensión y por favorecer las intermitencias del ocio.

Si un artilugio contiene la holganza es justamente ese: que nos recuerda que en la vida siempre es bueno apreciar el valor real que tiene el tiempo; y, sobre todo, que ese tiempo vale y cuenta en la medida que sepamos, nosotros mismos, no tomarnos tan en serio… Esa es la más extraña paradoja que pueda enseñarnos el ocio: que la sabiduría también consiste en aceptar el valor relativo que tienen los días. Con ese enfoque, verano quiere decir gozo y alegría; realización y plenitud…

Del mismo modo que la naturaleza renueva, con sus cambios climáticos, el brío y la impronta de sus propios ciclos, así también el ser humano -de acuerdo con sus posibilidades- ha de aprovechar los días de recreo y distensión para reafirmar su vocación y replantear el valor de sus propósitos y designios.

Ese es el sortilegio de los días de verano que son compartidos; ese su embrujo y esa su seducción: recordarnos la trascendencia que tiene lo simple, la enjundia que también surge de lo cotidiano y de lo casual. Solo así, interpretando el sutil mensaje de aquel contraste, apreciaremos la luminosidad y el calor del sol, la magnificencia de los colores, la ternura de las sonrisas, la ilusión escondida en el rostro de los niños, la bondad disimulada en el corazón de los demás hombres.

No hay nada tan incitante y renovador como el verano, con su aliento generoso, con su acicate cálido, reparador y prolijo…

Julio 2013

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03 septiembre 2013

El farallón imposible

Dice uno de mis colegas deportivos, con su abreviada e inconfundible inflexión norteña, que “no es bueno asegurar las albardas antes de mandar a traer las bestias” (o algo así), con lo que supongo que quiere insinuar que no siempre es bueno adelantarse y proclamar victoria… Esta es la moraleja que me ha dejado el poco conocido apotegma cuando, en el viaje de retorno de mi última visita a la costa, me he anticipado en proclamar mi entusiasmo frente a la inusitada fluidez que parecía tener la circulación vehicular hacia la parte final del trayecto.

Fue suficiente, sin embargo, que un solo camión obstaculizara la movilización de los demás automotores que le venían en zaga, para que de pronto el flujo que antes se percibía tan expedito, cobre un desplazamiento lento y tortuoso; y, a su vez, propicie que los rezagados conductores intenten maniobras imprudentes y temerarias en el ánimo de compensar aquella imprevista pérdida de tiempo.

Pero, el tránsito parsimonioso conlleva una reflexiva compensación: nos hace meditar en lo enmarañado de la vegetación, en el declive vertiginoso que tienen los abismos y, ante todo, en los obstáculos portentosos con que nos desafían las irregularidades de la tierra. Uno no puede dejar de considerar no solo los retos que enfrentan los constructores que edifican estas cimbreantes vías y carreteras, sino los titánicos esfuerzos de los primeros pueblos indígenas, o de los posteriores colonizadores y pioneros que se enfrentaron a los caprichos de la naturaleza y ofrendaron sus vidas en la búsqueda de desconocidos objetivos...

Mas, esa naturaleza está allí, con sus selvas hostiles y enmarañadas, con sus barrancos inesperados e infranqueables, dispuesta a tentar la imaginación y a poner a prueba el espíritu pertinaz del hombre. Al final, el entorno selvático y escarpado cede, y propicia la creación de nuevos paisajes y nuevos entornos; y, ante todo, promueve el compromiso del hombre de hacer, de todos estos nuevos parajes, verdaderos santuarios para empeñarse en su cuidado y preservación.

Luego de una sucinta cláusula, donde el desbroce agresivo de la selva ha ido cediendo paso a inclinadas laderas que más tarde han de ser utilizadas para su uso arbitrario e imprevisto o para una posterior e insospechada explotación, la espesa foresta da finalmente paso a un paisaje de serranía, donde en forma harto brusca el verdor cesa y ese paisaje da cabida a una tierra árida y polvorienta, a una cantera explotada sin discrimen, que nunca ha sido compensada con el necesario beneficio que demandaba la reforestación.

En estos mismos días que ha entrado en liza el uso y explotación de áreas que no solo estaban protegidas, sino que venían gozando de un aparente compromiso para evitar su aprovechamiento de recursos y explotación, es importante volver a buscar un equilibrio entre las postergadas necesidades del hombre y el respeto al medio ambiente, con sus ecosistemas y sus variados hábitats. De ese ineludible tributo, de esa urgente reverencia, depende no solo la preservación de las zonas afectadas, sino la conservación racional del planeta y la subsistencia de la raza humana que depende del ambiente para su goce y propia realización.

De otro modo, ha de ser la ausencia de esa misma conciencia y de ese ineludible compromiso, la que se convertirá en el abismo insondable en el que se han de precipitar los sueños de proteger a un mundo que nos fue otorgado para rendir homenaje a las formas de vida, para preocuparnos de proteger su permanencia y para luchar contra toda forma de riesgo que favorezca su prematura extinción.

Quito, 3 de septiembre 2013
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