31 octubre 2013

Houston, we have a problem!

Mi amigo Jaime Enrique, a quien yo llamo Jaime Eladio, me ha vuelto a insinuar que debería comentar algo sobre lo que él llama mis “transportes”. Esto ha de deberse a que le he comentado que lo que ahora efectúo, en forma preferente, son viajes movilizando a peregrinos que van a, o vienen desde, la Meca, la ciudad santa de los hermanos musulmanes. Comentar estos periplos, quizá no sea tan arduo; lo que probablemente se me torne más difícil, dada la “cultura” de los pasajeros que están involucrados en estos viajes, es comentar ciertas cosas que a menudo sorprenden y que se repiten con frecuencia; hechos y circunstancias que por sí solas ya representan una irrepetible e inagotable experiencia.

En mis escarceos como “facilitador” o instructor de CRM, es decir de “gestión de recursos de cabina” para mis colegas aeronáuticos, a menudo he encontrado la dificultad de explicar por qué es que es tan difícil cambiar la cultura empresarial; he comentado que equivale a tratar de cambiar la personalidad de los individuos. Y me he topado con que: así como hay sujetos aviesos -con quienes no sirve ninguna política o protocolo-, es probable que tampoco pueda hacerse nada con los modos y costumbres que se enraízan en la gente. Me refiero a su cultura.

Así, el árabe -por ejemplo- es reacio a aceptar ciertos controles, no quiere admitir que se le exija que utilice el cinturón de seguridad. Tan pronto como le han obligado a que utilice el mecanismo, se lo vuelve a desabrochar en lo que parece una muestra de rebeldía. Es probable que, en esta actitud, intervenga una certidumbre de carácter religioso: si él se va a ir al cielo, de todos modos, qué necesidad tiene de utilizar ese inútil artificio… Claro que esto se observa en los vuelos comunes y cotidianos; ahora quiero referirme a lo que veo en los vuelos que se realizan solamente con peregrinos: los vuelos que se efectúan a la Meca.

Es odioso generalizar; sin embargo, los patrones de conducta están circunscritos a las nacionalidades. Los indonesios son los más dóciles, los mejor portados; ellos no solo que se comportan como los más disciplinados, sino que -al parecer- realizan un cursillo previo para viajar y actúan en forma admirable. Es notorio su conspicuo atuendo. Se diría que, uniformados como van, se han escapado de un parvulario donde están sometidos a un régimen que dirige sus actividades… Los que por lo general desconocen las reglas elementales de la etiqueta social son los iraníes y los paquistaníes: cuando llega el turno de su yantar, todo lo tiran en el piso, todo lo descartan a su costado! Cuando por fin concluye su tránsito fugaz, uno no alcanza a comprender cómo han convertido los pasillos en verdaderos basurales!

Es posible que quienes realizan estas distantes peregrinaciones sean pasajeros de similares características a los que van a Fátima, Santiago de Compostela, Jerusalén o Lourdes. Es decir, muchos van por motivos de salud, tienen lesiones, sufren de parálisis o de enfermedades incurables. Veo, por ejemplo, en los vuelos de Bangladesh, que en su mayoría se trata de gente de avanzada edad: casi todos renguean al caminar; exhiben problemas de sobrepeso o achaques de salud. No quisiera imaginar, en caso de una evacuación, cuales pudieran ser los resultados.

Un problema frecuente es el uso del inodoro… Y es que en esas culturas no existe el tipo tradicional, el que usamos en occidente. En gran parte de las culturas del Medio Oriente y del sur del Asia, el inodoro está instalado a ras de piso; esto porque la gente efectúa sus necesidades en cuclillas, poniendo los pies en el piso y acercando las asentaderas a sus calcañares. Cuando se encuentra con nuestros “servicios”, ese pasajero, no sabe dónde poner los pies y los coloca en el borde de la taza, en lo que nosotros utilizamos para sentarnos… Además, se topa con una enérgica advertencia: que no está permitido “botar papeles u otros objetos en los sanitarios”… Ayer nomás se armó el pandemonio: el jefe de cabina vino a verme muy alterado: un ingenuo pasajero había utilizado para “eso” el diminuto lavabo! Parece que habían logrado confundirle con esas incomprensibles instrucciones…

Marrakech, Marruecos
Share/Bookmark

30 octubre 2013

Mi amigo Matt

Me recuerda a otro amigo, a uno que ya no está entre nosotros y que se llamaba Juan; uno que también era un inconforme, aunque un tanto más sumiso… Él me decía que, en la vida, “es mejor ganar poco por mucho tiempo, que mucho por poco tiempo” y aquello otro de que “es mejor ser cabeza de ratón, que cola de león”. Siempre me pregunté si esas eran las únicas posibilidades, o si esa era la única alternativa. Con el tiempo, uno de mis hijos me ha facilitado la mejor de las respuestas: “es mejor ganar mucho por mucho tiempo” o, lo que es lo mismo, “es mejor ser cabeza de león” y dejar que los ratoncitos entierren a sus muertos…

Pero Matt es un inconforme, un proyecto permanente del iconoclasta. Siempre está renegando de la autoridad y de sus decisiones, piensa que detrás de toda acción existe una especie de confabulación: le fascinan las teorías conspirativas! Él está persuadido que detrás de todo cambio de itinerario que le afecta, está de por medio la codicia y la falta de escrúpulo de alguno de sus colegas de trabajo… Hoy lo encuentro en el comedor del hotel: no está de buenos amigos, está de un talante que se lo llevan los diablos: es que otra vez le han cambiado su itinerario!

No tiene los dientes superiores; o los tiene muy incompletos. Siempre está diciendo que le van a hacer una prótesis desde que tuvo ese accidente inaudito. Se había ido de “segunda luna de miel” con su esposa y se contagió en el hotel con lo que le dijeron, más tarde, que era una intoxicación provocada por los alimentos que había ingerido. De resultas, perdió el conocimiento y se fue de bruces contra el filo mismo de la vereda. Así fue como perdió parte de su querida dentadura, se rompió el hueso de la mandíbula y tuvo que someterse a una delicada cirugía. Quedó por unos pocos meses con la boca amordazada, su cavidad bucal quedó llena de unos garfios, clavijas y artilugios que no solo que no le permitían probar bocado, sino que incluso le incomodaban para pronunciar las palabras con normalidad. Pasó a alimentarse con un sorbete: solo líquidos!

Entonces fue que le ocurrió lo que me cuenta como algo insólito: era ya tarde cuando tuvo que ir al hospital para que le retirasen esos extraños mecanismos. Pasó muchas semanas manteniendo la boca fija y en estado de fastidiosa inmovilidad; y tenía problemas para articular las palabras con relativa facilidad, hasta que sintió al fin una renovada dosis de tranquilizador alivio. Más tarde le dieron un astringente para que se efectuara un enjuague (o enjagüe) bucal y, luego de recetarle algún analgésico, le dieron de alta en forma definitiva. Ahora sentía que eso de haberse librado de aquella incómoda mordaza constituía el mejor de los calmantes, el sedante perfecto, el más insospechado paliativo!

Estaba tan contento que no cayó en cuenta, al volver a casa, que había pisado el acelerador en demasía. Lo que tenía que pasar pasó; pronto sintió a sus espaldas aquella sirena ominosa pues le seguía la policía! Cuando los representantes de la autoridad iniciaron sus preguntas y pesquisas, advirtieron que trabucaba al hablar, que mantenía cerrados los dientes al pronunciar las palabras y que su boca emitía un olor característico, el inconfundible olor a la bebida… En su afán de explicar con coherencia su situación, Matt lucía algo confuso, su extraña forma de balbucear le hacía aparecer como que mascullaba con irresoluta porfía.

Matt no logró superar el chequeo de alcohol. Era obvio: el enjuague que le habían dado en el hospital había dejado residuos que no habían desaparecido enseguida. La procedencia de esos inocuos vestigios casi no la pudo explicar y por culpa de aquel ingenuo desconocimiento casi se lo llevó la policía. Hoy Matt está confuso, y sobre todo muy inconforme. En cuanto a sus desavenencias con la fortuna… no sabe a quién mismo debería demandar: si al hotel donde sin preverlo se intoxicó, o al hospital, causante de su embarazoso azoramiento en medio de la autopista…

Nueva Delhi, India
Share/Bookmark

28 octubre 2013

El escote de Escohotado

Consulto el diccionario en busca del sentido de “descote” y descubro que es lo mismo que escote. Entonces me pregunto si acaso el prefijo “des” no establece más bien un sentido de negación o inversión de significado (como en deshacer o en descubrimiento) y me topo con que esa es una partícula de multi-uso en los tráfagos de la lengua. Sucede que puede tener un sentido de exceso o afirmación, como en deslenguado o despavorido. No dejo de pensar, sin embargo, en aquello que provocan los escotes: curiosidad y pudor, esto último a pesar de su atractivo…

Por ello me pregunto también si no existe un cierto capricho en la Academia a la hora de establecer eso tan ecuménico que son las definiciones… Dice, por ejemplo, un pensador español de extraordinaria lucidez, a quien he tenido el gusto de escuchar en una entrevista, que no solo que esa distinguida institución ha perdido su carácter democrático, sino que inclusive él cuestiona la necesidad de su existencia. Siente que esto de la necesidad de contar con unas academias es un requerimiento para las lenguas muertas; pero no para la nuestra que es una lengua inquieta, dinámica y cambiante; y, por lo mismo, muy viva.

El malestar de este filósofo, historiador y ensayista peninsular se debe a que, según él, la Academia ha alterado el sentido de dos importantes palabras hacia fines del siglo pasado; ambas tienen relación con el concepto de “ciencia”. Ellas son “curiosidad” y “asombro”. Según Antonio Escohotado (Madrid, 1941) estas se recogen ahora con un distinto y deformado significado. Curiosidad, como aquel deseo de conocer algo “que a uno no le concierne”; y asombro, ya no como lo que fue, como el origen del conocimiento filosófico, sino solo como “susto o espanto”.

Discrepo con el ilustre pensador en aquello de poder prescindir de la Academia. Pienso que en la sociedad se requiere de la presencia y fortalecimiento de ciertas instituciones para normar algunas iniciativas y actividades. Lo digo muy a pesar de mis propias convicciones -un tanto insumisas, si no de tendencia ácrata-, y esto porque: cómo podría regularse el tránsito vial -por ejemplo-, o cómo sería posible manejar el -como nunca antes- congestionado espacio aéreo? Se me hace imposible pensar en la carencia de un órgano rector en la navegación aérea.

Pero coincido con Escohotado en aquello de los caprichos y en la arbitrariedad con que a veces se procede en esto de las definiciones. Coincido también en eso de que los mejores valores del hombre son la curiosidad y la valentía; y en que los mayores logros de la humanidad siguen siendo la ciencia y la tolerancia (sus respuestas). Escohotado es un reconocido profesor universitario; su vida la ha dedicado a una gran pasión: la normalización en el uso racional de las drogas.

Confiesa que sus dos grandes pasiones coinciden con dos intereses que existen en la humanidad: la droga (eso de consentirse a sí mismo) y el comunismo (el permiso o anuencia para consentirnos la envidia). Sostiene que el hombre vive siempre entre dos conceptos contrapuestos: la libertad y la seguridad. Cree que aquello de que los pobres aspiren a lo que los ricos tienen, siempre será un proceso interminable, un cuento de nunca acabar. Cree, por lo mismo, que siempre van a existir pobres, así como también aquella inconformidad que surge precisamente como consecuencia, mas no a pesar, del estado de bienestar o -más exactamente- del de prosperidad. Advierte que lo malo del comunismo es que el miedo propende a excesivos controles por parte del estado. Que es una lástima que esa envidia sea el acicate para los odios y para el complejo de inferioridad…

Con Escohotado reflexiono en que a menudo olvidamos que la realidad no es algo rígido, que solo es parte de un proceso; en ella no calzan ni los catecismos ni los dogmas. Escuchándolo me afinco en mi convencimiento de que solo la curiosidad lleva al conocimiento y que solo cuando conocemos mejor nos es posible dominar nuestros miedos. Quizá esto demuestre el porqué de la ignorancia. Y quizá esto explique el propio epitafio que él dice que le gustaría inspirar: “Quiso ser valeroso y aprendió a estudiar”… La curiosidad consiste en el renovado amor al saber y en aquello tan maravilloso de seguirnos asombrando por lo que nos parece nuevo!

Jeddah, Arabia
Share/Bookmark

26 octubre 2013

Curiosidades gramaticales *

El vocablo “reconocer” se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa.
En el término “centrifugados” todas las letras son diferentes y ninguna se repite.
En aristocráticos, cada letra aparece dos veces.
En la palabra “barrabrava”, una letra aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuarta cuatro veces. 
El vocablo “cinco” tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número. 
El término “corrección” tiene dos letras dobles...
Las palabras “ecuatorianos” y “aeronáuticos” poseen  las mismas letras, pero en diferente orden.

Con veintitrés letras, se ha establecido que la palabra “electroencefalografista” es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia de la Lengua Española. 
El término “estuve” contiene cuatro letras  consecutivas por orden alfabético: s,t,u,v. 
Con nueve letras, “menstrual” es el vocablo más largo con solo dos sílabas. 
“Mil” es el único número que no tiene ni o ni e. 
La palabra “pedigüeñería” tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i.
La palabra “euforia” tiene las cinco vocales y sólo dos consonantes...  

Entre los matices que distinguen a la lengua española, figuran en un sitio relevante las curiosidades. Pongo de muestra un caso de acentuación. Aquí se  trata de una oración en la cual todas sus palabras - nueve en total - llevan tilde. Ahí  les va: “Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose después muchísimo más íntimamente”. A lo mejor es una construcción forzada, pero no deja de ser interesante. 
La palabra “oía” tiene tres sílabas en tres letras.
El término “arte” es masculino en singular y femenino en plural.

Regla ortográfica: 
En  español, el plural en masculino implica ambos  géneros. Así, que al dirigirse al público, NO es necesario ni correcto decir "mexicanos y mexicanas", "compañeros y compañeras", "hermanos y hermanas". Mencionar ambos géneros es correcto SOLO cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: "mujeres y hombres", "vacas y toros", "damas y caballeros", etc. 

En español existen los participios activos como derivados verbales. Como por ejemplo: el participio activo del verbo atacar, es atacante; el de sufrir, es sufriente; el de cantar, es cantante; el de existir, existente; etc.
¿Cuál es el participio activo del verbo ser? El participio activo del verbo ser, es "ente". El que es, es el ente. El que tiene entidad. Por esta razón, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega la terminación “ente”. 

Por lo tanto, a la persona que preside, se le dice presidente, no “presidenta”, independientemente de su género. Se dice capilla ardiente, no “ardienta”. Se dice estudiante, no “estudianta”. Se dice adolescente, no “adolescenta”. Se dice paciente, no “pacienta”. Se dice comerciante, no “comercianta”. Se dice cliente, no “clienta”. Un mal ejemplo sería: “La  pacienta era una estudianta adolescenta  sufrienta, representanta e integranta  independienta de las cantantas, y la velaron en la capilla ardienta ahí existenta”.

* Autor desconocido. Tomado del reenvío registrado por un buen amigo (mi reedición).

Dhaka
Share/Bookmark

25 octubre 2013

Por qué no soy “(monte)cristiano”

"Nadie te puede devolver lo perdido, ni se puede caminar cargando con una mochila de dolor en la espalda y mirando la mochila; la vida es tan bella, tan hermosa, que hay que defenderla, vivirla, hay que tener la actitud de volver a empezar”. José Mujica, presidente uruguayo.

Hacia 1927 Bertrand Russell dictó una conferencia magistral (“Por qué no soy cristiano”) que luego la recogió en uno de sus libros. Russell fue con probabilidad no solo el pensador más influyente, sino el más lúcido que produjo el Siglo XX. En esa charla el filósofo británico expuso las razones para su agnosticismo (postura que declara nuestro inaccesible entendimiento de lo divino) y explicó el porqué de la existencia de las religiones. En su criterio, la gran mayoría de los hombres adopta una religión porque la recibió en su hogar o por influencia del medio; o simplemente por un sentido de seguridad o porque le tiene miedo a algo.

Russell nos hace meditar en aquello que realmente resulta tan antagónico: la crueldad de que pueden ser capaces quienes, en nombre de esa religión que creen que es la única verdadera, persiguen y lastiman a otros hombres, probablemente por otra forma de miedo…

Por eso que he querido “tomar prestado” parte del título en referencia. Lo hago para explicar por qué no me he dejado tentar por ciertos cantos de sirena; unos que ya tenían alas y cobraron vuelo desde la constitución de Montecristi; por qué no sucumbí al embrujo y por qué no fui presa de esa tan sorprendente como inexplicable forma de seducción. Estoy persuadido que desde entonces, desde el “concilio” de Montecristi, se ha ido transformando una postura política en otra forma de religión… Así tenemos unos dogmas y unas creencias; existe un sumo pontífice; hay un culto por ciertos ritos y ceremonias; hasta han existido conatos de cisma; y tampoco han faltado ni los feligreses, ni los conversos, ni los herejes...

Debo aclarar que yo no vivía en el país cuando el líder se hizo conocer en forma tan inédita como apabullante. En otras palabras, cuando volví, el ya había llegado al poder y así pude quizá abstraerme de esa su inicial influencia. Por eso, cuando regresé, si algo me llamó la atención fue aquello de encontrar, no solo un estilo distinto, sino un presidente pendenciero que seguía actuando como si todavía fuera candidato, usando el resentimiento como combustible para su fuego, como si aún estaría en una electoral contienda… Por formación, siempre he procurado ser un conciliador; y creo que los odios conducen al miedo y este -a su turno- a la crueldad; la historia de la humanidad está llena de esas tristes experiencias.

Soy, por otro lado, un hombre convencido de la necesidad de la independencia de poderes; y creo que tal condición, así como el respeto hacia las minorías, es el principio fundamental de la democracia moderna. Lo que ocurrió después de Montecristi, es políticamente comprensible pero moralmente condenable: nos ha llevado a una “democracia” sin controles independientes, donde el sistema se ha vuelto campo fértil para el dogma, la intolerancia y el autoritarismo; y para que campeen el adulo, la arbitrariedad y la persecución política.

Estoy convencido que quien nos ha de llevar hacia el primer mundo, ha de ser el líder que tenga la visión y la osadía de gobernar prescindiendo del complejo, del odio y del resentimiento; que gobierne sin desaprovechar esa irrepetible fortuna de contar con tanto recurso; y que sepa utilizar el diálogo y la cooperación de los demás -sobre todo, de quienes más tienen- para hacer más fácil la vida de los marginados. De otro modo, el intento se convertirá en una oportunidad perdida!

Jeddah
Share/Bookmark

22 octubre 2013

De macanas y pericotes

Siguiendo en la misma tónica de lo que conversábamos ayer, pienso que quizá fuera preferible que si preguntamos acerca de qué palabras creen que son las que nos identifican, no lo hagamos a nosotros mismos -los habitantes de un determinado país- sino más bien a los extranjeros. Con la lengua quizá pase lo mismo que cuando nos vemos nosotros mismos en el espejo: que no logramos advertir ni discriminar nuestros propios defectos…

Y esto porque, es solo en esa condición, la de ser extranjero, que muchas veces advertimos el uso de palabras cuyo sentido desconocemos; o de otras que son utilizadas con un sentido diferente al que acostumbramos o que nos resulta diverso. No puedo dejar de recordar mi primera visita a Caracas en mis tiempos de colegio; al finalizar la cena en mi primera noche como huésped de una casa de familia donde tuvieron la gentiliza de alojarme, el dueño de casa se dirigió a su esposa en los siguientes términos: “Oye Chucha, que tal si tiramos un palito”… Solo más tarde pude darme cuenta que lo que el anfitrión insinuaba a doña Jesusa era solo que le parecía adecuado y pertinente que tomáramos un traguito!

Igual confusión se me presentó una tarde en mi primera llegada a la ciudad de México. En medio de tanto uso de pinche, padre y chingón, no lograba captar el completo y cabal sentido de la voz “naco”. Entonces le pregunté al dependiente de la recepción en el hotel y este muy orondo me contestó que naco quería decir pinche; mas, cuando de nuevo le indagué por el sentido de este último término, lo que me supo responder fue ya para la risa: “pinche, pos lo mismo que naco!”, me dijo, sin reparar en mi desconcierto…

Creo que solo siendo forastero uno puede captar todas aquellas voces que nos resultan ajenas o que, no siéndolo, se utilizan con un sentido diferente. Voces y expresiones como catire, carajito o echarle pichón (Venezuela), lisura (Perú), macana o quilombo (Argentina), descueve o raje (Chile), güey o güero (México), peste -por gripe o enfermedad- (Colombia), pisto o culebrón (España), solo nos convencen de la riqueza formidable que puede tener un idioma; y a la vez nos persuaden que el sentido que tienen las palabras no es otro que el que queramos darles nosotros mismos.

Cuál no sería mi sorpresa cuando un día escuché a una amiga colombiana que decía que le habían “motilado la capul”, con lo que quería expresar que le habían recortado su cerquillo. Fue ella misma quien me comentó otro día que en Colombia se usaba el término “chucha” para designar a una rata enorme: es decir, a nuestro poco atractivo pericote!

Idéntico asunto puede suceder con nuestra personal forma de hablar, ya que parece que no caemos en cuenta, en nuestro trasiego coloquial, que tendemos a insistir en los mismos términos. De este modo, parece que se nos va haciendo costumbre el uso repetitivo de las mismas palabras. Una tarde descubrí que unos individuos un tanto traviesos (pues de todo hay en la viña del Señor) les habían apodado con el remoquete de “los espectaculares” a una pareja de otros buenos amigos, todo porque se habían dado a utilizar para sus siempre superlativos alardes, y en forma bastante insistente, ese no muy imaginativo adjetivo…

Con las voces -y en particular con los adjetivos- se corre el desdichado riesgo de que cuando las repetimos con insistencia, estas van perdiendo su fuerza; y ello sucede de tal manera, que pronto terminan por carecer de vigor y pierden, además, su semántico contenido. Cosa grave es la distorsión de los apelativos!

Dammam, Golfo Pérsico
Share/Bookmark

Tenaz! O sea, digamos…

En estos precisos días se está celebrando en Panamá el VI Congreso Internacional de la Lengua Española. Allí, con la presencia de importantes personalidades y de destacados escritores de habla hispana (o, si se prefiere, castellana), se están dando cita una serie de expertos y académicos para hablar de nuestro idioma. Este encuentro de carácter semi-ecuménico será, a su manera, una oportunidad para celebrar los quinientos años del descubrimiento del Mar del Sur, por Núñez de Balboa.

Con esta ocasión, el diario El País de España, ha invitado a una serie de conocidos escritores (no muy conocidos, en algunos casos) para que, en representación de los países de los que proceden, propongan una sola palabra que, en su criterio, se destacaría en el habla de donde se originan. Dicha palabra, de acuerdo con lo que parecería ser la intención, no solo que sobresaldría por su manejo y frecuente utilización, sino que además exhibiría un tratamiento casi exclusivo en relación con los países vecinos. Palabras como pinche, cipote, vaina, boludo o huachafo constarían, para el propósito, como emblemáticos y vernáculos ejemplos.

Quien estaría representando al Ecuador, una dama que obedece al nombre de Gabriela Alemán (no tengo el privilegio de conocerla y debo confesar que jamás he escuchado su nombre), ha propuesto como la palabra más sobresaliente -y se entiende que de uso preponderante y corriente- la voz “yapa”. Ella asevera que el término nos viene de la voz francesa “lagniappe” que, con el sentido de adicional, o de regalo, nos habría llegado por medio del inglés, a través de Louisiana (?).

Mas, sucede que ni la palabra es tan corriente en el habla del Ecuador, como insinúa la distinguida señora, ni nos viene desde Europa como postula la dama. Yapa es una voz que se la usa únicamente en los mercados de carácter popular; casi no la conocen -o por lo menos nunca la utilizan- las nuevas generaciones, aquellas conformadas por muchachos que si alguna vez han acudido a comprar víveres, solo lo han hecho en los supermercados. Yapa es ya una palabra reconocida en el diccionario de la RAE y, como se sabe y está perfectamente establecido, viene de una voz quichua que quiere decir aumento o añadidura.

Es el mismo DRAE el que nos ilustra en cómo es que vino a utilizarse el término en la forma general en que hoy se usa -no solo en Ecuador sino en muchos otros países de América-: “Azogue que en las minas argentíferas se añade al mineral para facilitar el término de su trabajo en el buitrón”. Es interesante señalar que la definición que tiene la palabra “buitrón” es la que sigue: “lugar donde se benefician los minerales argentíferos, mezclándolos con azogue y magistral después de molidos y calcinados en hornos”. Yapa es pues una palabra quichua que ha sido españolizada; como lo fueron longo, pite o guambra.

Quizá las palabras más usadas en nuestra tierra sean las que contienen un sentido genital o escatológico (empiezan con ch, v o m), aunque no las quiero expresar por un sentido de pudor y para no dar pábulo para que las repitan mis nietos… Pero estas, al igual que el universal pendejo (con perdón) y sus derivaciones, no son exclusivas, ni tampoco preponderantes, en el habla ecuatoriana. Las que podrían considerarse como comunes -y hasta quizás como propias- serían otras voces y expresiones como: al pelo (magnífico), bestia, no me digas, hecho! (convenido), de una (en seguida), a toda (rápido), papelito (flamante), el cague (una belleza), capaz (en el sentido de “a lo mejor” o quizás). E incluso el verbo saber (en el sentido de soler o acostumbrar) y el raro “severendo”, entre otras…

Además tenemos un adjetivo que sirve para todo, es decir hasta para llenar los espacios. Es el ubicuo “tenaz”, que no solo quiere decir firme, porfiado y pertinaz, sino que significa: duro, oscuro, brillante, desabrido, salado, horrible, difícil, feo, arduo, cansino, asfixiante, tenebroso, empalagoso, pesado, lluvioso… En fin, todo lo que usted quiera y para cualquier menester que a usted se le ofrezca! Sin que debamos olvidarnos tampoco de los infaltables y repetitivos “o sea” y “digamos”.

Jeddah
Share/Bookmark

20 octubre 2013

Entre la opción y la pacatería

Digo yo que con esto de la confirmada penalización -o frustrada despenalización- del aborto, lo que bien podríamos llamar “el aborto de la despenalización”, quizá debieron los legisladores (que en su inmensa mayoría, no son especialistas en ninguna disciplina, ni técnicos en nada) contar con el consejo y asesoramiento de quienes tienen conocimientos y experiencia en estos menesteres. Por lástima, los peritos -para este tipo de cuestionadas como delicadas intervenciones- no son ni siquiera los mismos facultativos (todos sabemos que estando penadas por ley las prácticas de interrupción de embarazo, mal pudiera pedirse que sean los mismos médicos quienes sean declarados “autoridad competente” para estos casos).

Por lo mismo, creo que a quienes debieron consultar era a los pilotos aviadores! Sí, a quienes debieron pedir consejo, y consultar su enjundioso parecer, no era a otros que a los señores comandantes de aeronave. Y en esto se han equivocado los honorables legisladores porque, claro, a ellos no se les exige que realicen en forma recurrente un tipo de entrenamiento que se fue poniendo en boga y que los especialistas de seguridad aérea y de eficiencia aeronáutica dieron en llamar como CRM, siglas que en inglés quieren decir Crew (Cabin) Resource Management, o lo que es lo mismo: “Manejo de Recursos de Cabina”. Esta forma de gestión está dirigida a los aviadores para que, entre otras cosas, optimicen su comunicación y no desaprovechen los recursos que tienen a la mano.

Por eso es que los aviadores saben que “eso de abortar” no solo que es una opción y un preponderante recurso a la hora de tomar decisiones, sino que en sus continuos entrenamientos se les hace hincapié en que si lo que ven delante, en sus delicadísimas maniobras de despegues o aterrizajes, no es seguro -o si tienen la más mínima incertidumbre de que pudiese no serlo-, están en la perentoria obligación de suspender, o abortar, dichas inminentes maniobras.

Con esta sencilla filosofía, bien puede decirse que el paradigma ha cambiado: el concepto no es ya el de que los aviones vienen a aterrizar, por ejemplo, y de que si algo no va como se esperaba tienen que abortar esa maniobra, o irse al aire. La nueva idea es la de mentalizar al piloto para que cuando haga su aproximación a una pista determinada, venga preparado para abortarla y solo, y únicamente, si todo encuentra perfecto y en óptimas condiciones, acepte y continúe con dicho aterrizaje!

Este sencillo cambio de paradigma, esta nueva filosofía, es en gran parte motivo para los sorprendentes márgenes de seguridad que ahora exhibe con orgullo la aviación moderna. A pesar de ello, los peritos e investigadores aeronáuticos se siguen preguntando por qué es que siguen sucediendo tantos accidentes. Lo que encuentran con asombro es que algunos pilotos olvidaron el axioma y decidieron aceptar ese despegue o aterrizaje a pesar de que las circunstancias no eran como se esperaban. En otras palabras: se aferraron al viejo paradigma…

Por ello que en las escuelas de vuelo y en las aerolíneas, en las aulas, corredores y oficinas de operaciones, se observa por doquier una serie de anuncios y avisos gráficos (antes les llamaban “posters” y hoy les dicen gigantografías). En ellos se les recuerda a los pilotos que no solo que el aborto es la herramienta más efectiva y adecuada que tiene la seguridad aérea, sino que esa opción es a menudo el recurso más profesional con el que cuenta el operador aeronáutico.

En cuanto a los “otros” abortos… En el mundo moderno se está imponiendo el concepto de que el aborto puede justificarse en casos de violación, de comprobada y evidente malformación de la criatura o cuando se encuentra en peligro la vida de la madre. En un mundo que propicia la mojigatería, donde las operaciones clandestinas ponen en riesgo la vida de tantas madres jóvenes, sigue siendo inaudito que, a pretexto de “salvar la vida”, se sigan tolerando tantos dramas que pueden ser evitables.

Jeddah
Share/Bookmark

19 octubre 2013

La voz del “Rey de la Cantera”

Los hijos, al igual que los buenos amigos -que los verdaderos amigos- suelen ser regalones, nos miman y nos toleran, saben consentirnos con su magnanimidad y condescendencia; pero de repente también saben retrotraernos a la realidad, nos recuerdan que no somos ese ser medio perfecto que a menudo creemos ver en el espejo… Y él es uno de ellos, una especie de hijo pródigo. Mas, no en la semblanza bíblica; lo es en el sentido de que siendo generoso, ha ido descubriendo que, por esa misma prodigalidad, la gente no siempre sabe interpretar nuestra intención en la vida… Que no siempre conseguimos lo que merecemos; y que, como ya dijo un poeta: “cuando no se vive como se piensa, se acaba por pensar como se vive”…

Y cuando él habla de deportes, y de esa su pasión que es como la savia de su vida, sabe expresarse con una voz recia, contundente y seductora. Entonces su aliento cobra un ímpetu que cautiva y reverbera. Su pecho se inflama y su voz se expresa con un eco perspicaz con el que deja hablar a su inteligencia. Entonces ya no es el muchacho sagaz que busca persuadir con el embrujo de su lengua; ahí pronuncia verdades inapelables y se convierte en un ineluctable “Rey de la Cantera”.

Fue un habilidoso delantero, luego de que advirtió que la posición de portero no iba al socaire del reconocimiento y de la gratitud de las multitudes. Y, más tarde, cuando los rigores del entrenamiento le demandaban disciplina y perseverante entrega, tuvo que reparar en que los sacrificios que se le exigía no eran parte de su propia naturaleza; disputaban además con su oronda tendencia… Hoy me ha escrito, desde esa tierra lejana donde ahora se encuentra. Lo hace para hablarme de futbol, de lo conseguido por nuestra selección, del inconformismo de quienes dicen que la respaldan, de la exigencia de la hinchada que con nada se contenta:

“Muchos se quejan de que Ecuador no juega de lujo, y que el técnico no tiene ni idea. A veces me molesta que la gente no entienda de las cosas del futbol. Las eliminatorias sudamericanas son las más difíciles del mundo; se juega contra equipos llenos de figuras multimillonarias. Nosotros tenemos DOS jugadores en Europa, y el resto tiene jugadores que con el valor de uno, se podría comprar toda la plantilla de nuestro equipo (además el 100% de las otras plantillas juegan en Europa). Nosotros tenemos las posiciones cubiertas con las justas, a diferencia de los otros equipos que tienen suplentes envidiables”.

“Debemos estar satisfechos con haber clasificado jugando un futbol poco vistoso. A veces se clasifica o se ganan campeonatos técnica o tácticamente (el Inter de Milán lo hizo para ganar la Champions League contra el Barcelona de España). De igual forma, jugar bien tampoco nos garantiza nada! Uruguay jugaba bonito y se fue al repechaje! Inclusive nosotros jugábamos bonito en la eliminatoria pasada y contábamos con el mejor equipo de nuestra historia. Y aun así, nos quedamos fuera…”

“No me gusta decirlo, pero si no fuera por la altura de Quito, no estuviéramos en el mundial. La regla fácil para clasificar al mundial es: ganar todos los partidos en casa, no dejarse golear afuera y sacar unos tres puntos de visita. Ecuador hizo los deberes. En esa regla fácil cumplió en un 90% y por ende estamos en el mundial. Todas las eliminatorias van a ser de esa manera! Unos sugieren que nos ayudó mucho que Brasil no jugara las eliminatorias. Ahí se equivocan, porque Brasil le quitaba puntos a todos los equipos y en Quito siempre le ganábamos nosotros!”.

“Estamos mal acostumbrados. Como ya antes habíamos clasificado, pensábamos que era obligatorio clasificar; y, además, queríamos clasificar jugando un futbol vistoso. Lo mismo pasó con Liga, que ganó la Libertadores -algo inaudito- y ahora, que el equipo está en proceso de recambio, sus hinchas han dejado de ir al estadio y de todo se quejan… Nos deja una moraleja esta clasificación: la de que “no hay que contar los huevos antes de tener los pollitos”… Habíamos empezado a hablar en portugués desde hace ocho meses, hasta creíamos que ya teníamos comprados los paquetes para el mundial y a dar por hecho que clasificábamos. Pero tuvimos que esperar hasta la última fecha. Clasificamos por gol diferencia y solo por cuatro goles nos salvamos del repechaje…”

Washington
Share/Bookmark

17 octubre 2013

Impresiones, al vuelo

Si una lección nos enseña la vida es que con demasiada frecuencia las cosas que recibimos tienen un valor inferior al costo que habíamos pagado por ellas. Esto nos sugiere que aquellos objetos y servicios -que como resultado final recibimos- poseen un valor muy inferior a aquél que en apariencia representan. Por una razón que no siempre consigo elucidar, es justo en nuestros viajes, en aquellas ocasiones que se nos presentan cuando nos alejamos de nuestro entorno cómodo y protector, que somos testigos de diversos episodios que nos recuerdan de esta irónica realidad cual si todo esto se tratase de una aleccionadora advertencia.

Estoy obligado, por ejemplo, a tomar reiteradamente una aerolínea cuyo trato al pasajero y cuya calidad de servicios dejan mucho que desear. Pudiera decirse que estos aspectos demandan algo más que un reclamo: exigen un serio rechazo al torpe como desdeñoso tratamiento que los usuarios recibimos de parte de sus ariscos empleados. Sin embargo, y muy a pesar de mis reiteradas promesas en el sentido de que no he de volver a utilizar esos mal llamados servicios, me veo en la recurrente necesidad de incumplir con mis insistentes propósitos. Esto se debe a las convenientes conexiones que esa aerolínea ofrece, que nos obligan a renunciar a nuestras porfiadas proposiciones por la sola razón de este beneficio.

Hay que reconocer que este virtual deterioro en la prestación de los servicios aéreos se ha ido haciendo cada vez más evidente. Pudiera decirse -y esto sucede en casi todas las empresas norteamericanas- que los detalles que fueron la característica y rúbrica del servicio aeronáutico en el pasado, prácticamente han desaparecido. Si bien es entendible, aunque cuestionable, que en la actualidad se hayan eliminado ciertos atractivos que antes representaban un pequeño costo, no es aceptable en cambio que la actitud, la diligencia y la cortesía -que fueron un día consideradas paradigmas en el trato al pasajero- hoy se hayan desvanecido.

Es probable que esta ausencia de delicada consideración y cortesía se haya ya impregnado como normal en los servicios aéreos y que esté afectando a quienes cumplen con sus tareas o nos venden sus productos y nos ofrecen sus servicios. Hoy fui testigo de que llamaron por lo altoparlantes a un pasajero que habría de ser informado que debía someterse a un chequeo de seguridad aleatorio, el que ciertas aerolíneas realizan hoy en día en forma intempestiva. Lástima que se lo efectúa en un lugar inadecuado y sin que se ofrezca la privacidad debida. Por contrapartida, la misma empresa no dispuso, más tarde, de bebidas alternativas y tampoco ofreció una opción a la hora de repartir a los pasajeros sus comidas.

Mientras esperaba la salida del vuelo pude apercibirme de un episodio insólito y exasperante: un individuo que se encontraba delante mío, canceló en un kiosco de bebidas una cantidad determinada utilizando un billete de veinte dólares; al recibir el refrigerio que había adquirido, el hombre cayó en cuenta que el cambio no era equivalente al que le correspondía. La cajera le porfiaba que solo le había entregado un billete de diez dólares. Al haber aportado yo mismo con la prueba de lo que por casualidad me constaba, la empleada decidió realizar un breve arqueo de caja para comprobar el superávit que el pasajero reclamaba. Para mi propia sorpresa y para malestar del afectado, la curiosa “auditoría” demostró, ya sin ninguna apelación, que el cliente estaba equivocado… ¡La casa siempre gana!

Por otra parte, resulta palmario comprobar como desde los funestos años de la des-regulación tarifaria, se han deteriorado y han perdido el sentido de calidad y de excelencia los servicios de transportación aeronáutica. Si algo resulta ahora incomprensible, y además inaceptable, es aquello de que los usuarios estemos pagando tarifas distintas, cuando es evidente que todos estamos recibiendo el mismo producto y, además, el mismo mediocre y poco esmerado servicio.

Miami
Share/Bookmark

14 octubre 2013

El color de la alegría

Han transcurrido ya bastantes años desde que una noche, al salir de una sala de variedades de Broadway, luego de experimentar toda aquella mágica sensación que producen los dramas de teatro, con su música y sugestivo colorido, que descubrí que un grupo de artistas morenos -lo que en ciertas regiones se ha dado por llamar con el eufemismo de “afroamericanos”- había invadido la vereda para ganarse unas pocas monedas. Habían estos improvisado un concierto de bongos, tambores y otros instrumentos de percusión mientras sus integrantes ensayaban un zapateo cadencioso. Había algo en aquel ritmo sugestivo y contagioso que surgía como espontáneo, una suerte de vibrante sensibilidad que la sorprendida audiencia reconocía como privativo de aquella enigmática estirpe.

Muchas veces identificamos y encasillamos a la negritud usando estereotipos que contienen una cuota de desdén o se enmarcan en el prejuicio. Mas, pocas veces le asignamos a esa alegre raza el reconocimiento que se merece por todas aquellas expresiones y valores que la definen en forma tan única, que se reflejan como su huella, que se saben manifestar como lo que son: como el sello con el que se los reconoce e identifica. Hay algo en su franca actitud, en su ritmo, en su cimbreante contoneo que denuncia su vocación y su extraordinaria predisposición artística.

Pero hay algo más: es esa innata capacidad y habilidad espontánea que tiene el negro para destacarse en las disciplinas deportivas. Una vez que él reconoce su propia aptitud -y actúa aupado por tal confianza- hace cosas diferentes, procede con desplazamientos inesperados, sorprende e improvisa; entonces el esquema estratégico cede ante el recurso de su intempestiva innovación, ante el aparente irrespeto a un guion que quizá ya cuenta con esas insospechadas inventivas.

Hasta hace tan solo una generación, no era usual -ni tampoco frecuente- que los morenos se destacasen en nuestro país como los mejores o los más reconocidos futbolistas. Un delantero de Ancón, de rostro apacible y cabeceo formidable, habría sido el único que había conseguido triunfar en un equipo internacional, el mismo que tenía fama de ser uno de los más populares del sur del continente. Se llamaba Alberto Spencer y se había ganado el apelativo de “Cabeza Mágica”. Sus goles regalaban triunfos y campeonatos a sus parciales y eran motivo de grato orgullo para sus admirados compatriotas, especialmente para aquellos cándidos emuladores que jugaban descalzos en las calles de los pueblos humildes y soñaban con poder repetir algún día sus hazañas y ser admirados por el fervor de la muchedumbre.

No fue sino hasta que se conformó un bisoño equipo con personal reclutado por la institución armada, que los futbolistas de raza negra, pertenecientes al valle del Chota y a la provincia de Esmeraldas, empezaron a destacarse en forma predominante y casi excluyente. Años más tarde, con la contratación de un metódico y experimentado entrenador europeo, los jugadores morenos fueron paulatinamente adquiriendo un sentido disciplinado de estrategia y de posición táctica que habría de sumarse a sus aventajados atributos y a esas sus naturales habilidades. Poco a poco el seleccionado nacional fue conformándose con más y más elementos de gente de color que, gracias a métodos efectivos de autoestima y motivación, habían adquirido conciencia de su valor y de sus posibilidades.

Quién lo dijera… son esos mismos prietos contingentes los que nos han permitido competir como país en dos campeonatos mundiales! Y, hoy mismo, el equipo nacional está otra vez a las puertas de conseguir el derecho a una nueva participación. Los aficionados que apoyan a su selección -en la práctica, todos los ecuatorianos- saben que su equipo no aspira a un performance excepcional en este torneo que concita la atención del mundo deportivo, pero están seguros de que estará conformado por un conjunto de hombres que sabrán exhibir en su divisa esos colores que han de propiciar la identidad de un pueblo esperanzado.

Casablanca, Esmeraldas
Share/Bookmark

08 octubre 2013

Los caminos de la obcecación

Confirmo con una nota de prensa un insistente rumor que he venido escuchando desde hace unas pocas semanas: la posibilidad de que la vía Collas – Tababela vaya a enfrentar un encarecimiento de ochenta millones de dólares en el costo que fuera originalmente presupuestada. Efectivamente, dicho incremento en el precio de construcción de la mencionada ruta se debería a que no se habrían realizado ciertas consideraciones técnicas elementales como la naturaleza del terreno y la presencia de una falla geológica en el sector donde se efectúa la obra.

La noticia nos llena de asombro e incredulidad pues en su oportunidad se habían desechado otras dos alternativas que a simple vista parecían más convenientes para la comunicación con el nuevo aeropuerto, aunque ciertamente parecían más costosas. La opción de construir la vía de Collas recibió un trato preferencial en su realización porque “en el papel” aparecía como más barata y más corta, y -ante todo- como la más fácil y rápida de construir. Sin embargo, por lo que ahora se conoce, esta obra ni siquiera estaría terminada para cuando se había previsto, debido a los problemas de carácter técnico que ha enfrentado su construcción.

Hay quienes argüirán que “solo” se trata de ochenta millones; mas, cuando el presupuesto original era de ciento diez millones de dólares, el nuevo precio (190 millones) viene casi a duplicar el costo inicialmente acordado… Esto es harto preocupante, no solo por la enorme diferencia con el nuevo valor, sino ante todo porque lo que fue la primera alternativa (la vía Gualo – Aeropuerto) tenía un costo que se habría presupuestado en ciento veinte millones de dólares. Dicha alternativa incluía la realización de tres puentes y hubiese proporcionado una vía más directa y con menos (o ninguna) congestión hacia el nuevo aeropuerto.

Resulta, por lo mismo, incomprensible que se haya actuado con tanta testarudez y no se haya procedido a licitar una carretera que no solo pudo haber costado mucho menos, sino que hubiese proporcionado una vía más expedita y que habría aliviado la congestión que experimenta la única vía que hoy puede ser utilizada: el sinuoso camino que conduce a Cumbayá y Tumbaco; y ahora, por medio de estas dos poblaciones, al nuevo aeropuerto de Tababela.

Cierto es que la llamada ruta VIVA se encuentra en pleno proceso -y en estado bastante avanzado- de construcción, pero esta no hará sino proveer de un elemento de descongestión a la que hoy sirve a las poblaciones antes mencionadas. El punto central es que Quito necesita todavía -a más de esa ruta en construcción- de una vía de enlace rápido y directo con el nuevo aeropuerto. En este sentido la vía de Gualo es y sigue siendo una prioritaria necesidad.

Esto se debe a que el tránsito medular de pasajeros que van y vienen de Tababela se origina en un segmento de clase media que vive, y se desplaza, principalmente desde el centro norte de la ciudad. En este sentido, la ruta de Collas puede ser una alternativa para un cierto sector de tránsito pesado, pero solo serviría para la movilización de los barrios que están situados hacia el norte del antiguo aeropuerto. Lamentablemente, esos barrios -en su inmensa mayoría- representan a un segmento socio-económico que no utiliza de manera mayoritaria el nuevo aeropuerto. Tampoco se estima probable que quienes residen o se movilizan desde los barrios ubicados en el sector centro-norte estén tentados a utilizar aquella ruta pues les apartaría de su más lógico recorrido.

No resulta comprensible por qué se dio prioridad a una vía -como la de Collas- que no ofrecía la mejor alternativa de movilidad para las reales necesidades de la urbe. Sin embargo, resulta perentorio que se reactive la iniciativa de promover la construcción de la ruta directa -vía Gualo- pues tendría un costo factible de ser adecuadamente financiado y produciría el más apropiado y eficiente método de movilización entre el nuevo aeropuerto y el sector más productivo de la ciudad.

Quito
Share/Bookmark

07 octubre 2013

Hábitos y postales

Con estos breves artículos -que pretenden reflejar unas esporádicas y fortuitas reflexiones- sucede quizá lo mismo que nos pasa cuando tratamos de cuidar unas plantas ornamentales en nuestras casas: que una vez que las hemos adquirido se nos hace imprescindible seguirles echando agua; caso contrario, esos productos de nuestra original adquisición terminan por quedar marchitos y olvidados por culpa justamente de esa forma de negligencia y de nuestra ausencia de cuidado.

En mi caso personal, no he logrado establecer una metodología preventiva -que he podido observar que suelen aplicar otros vecinos de blog-, aquella otra de no publicar en forma inmediata la entrada, el mismo día que se la había escrito; sino que difieren su publicación en base a un cronograma que previamente lo habían establecido. Este es un método al que no me siento inclinado a suscribirme, ora por el riesgo a que dichas reflexiones experimenten la pérdida de oportunidad, ora porque es únicamente con el producto terminado -y ya satisfecha su edición- que pueden hacerse revisiones en el ánimo de dar por “terminado” al contenido.

Este sistema tiene por lástima su inconveniente contrapartida: pueden existir etapas de inactividad cuando no se produce esa “predisposición” especial que es necesaria para sentarse a pergeñar unos comentarios u organizar unas notas o reflexiones. Coincido con quienes expresan que para “sentarse a escribir” no es indispensable una cuota de inspiración (tal vez este no sea el caso de la pintura o de la poesía), pero siento que sí es necesario rodearse de unos elementos que hagan más fácil la tarea de cumplir con un proyecto y plasmar una finalidad.

Soy de hábitos sencillos y por mucho predecibles. En esa tónica, mi organismo también ha ido adoptando costumbres que se caracterizan por su regularidad. Ese es el caso de mis períodos de sueño – vigilia, por ejemplo, que obedecen a un cierto orden o simetría que parecería ajustarse al sistema sexagesimal… Y es que solo consigo dormir por seis horas diarias, pero esa etapa de sueño nunca logra prolongarse más allá de las seis de la madrugada. Esto posee una contrapartida adicional: la de que no me despierto con el día y con sorprendente frecuencia me encuentro ya en vigilia mucho antes de que el alba haya decretado su despertar.

Esta circunstancia conlleva otra exigencia a manera de contrapeso: el protocolo indispensable de rendir homenaje a una cierta cuota de silencio, en el ánimo de preservar las mejores relaciones de buena vecindad… Dedico, por lo mismo, las dos primeras horas de la madrugada a revisar los editoriales y las informaciones más interesantes que pueda traer la prensa cuotidiana, antes de adentrarme en la continuación de la trama o texto que haya acaparado mis hábitos de lectura. Si esta última es electrónica, tengo el beneficio de poder prescindir de la lámpara de noche, caso contrario debo acudir a leer en mi escritorio, donde la presencia de luz eléctrica me permite uno de mis acostumbrados artilugios, uno que se me ha convertido ya en indispensable: el errático y arbitrario prurito de subrayar!

Esa es también la hora de los paisajes, hora en que estos sucumben a esa forma aleatoria de difuminación y de metamorfosis que entrega el nuevo día. Esa es una cláusula que si no provoca la contenciosa inspiración, por lo menos nos regala esa predisposición, aquel marco que sugerimos que demanda nuestra hora ritual de introspección, para poder recordar el pasado, para cavilar en los episodios que nos ocupan en el presente, para anticipar el futuro y el porvenir… y para buscar nuevas formas de rendirle homenaje al tiempo y hacer más provechoso y gratificante nuestro tránsito por ese don inefable y fortuito que llamamos “vida”.

Quito
Share/Bookmark

Bahía de los Rechazos

* Publicado en la revista Summer / EC
   Edición Octubre - Noviembre de 2013

Abandonado el socavón, el enorme vehículo raudo se adentra en un sendero cimbreante donde una naturaleza voraz cede sus obcecados y mezquinos espacios a la proximidad de los enjutos edificios. Es un tránsito desquiciado avecinado al filo inminente del barranco, donde la alquitranada serpentina del asfalto parece colgarse de la traviesa montaña para ofrecer un paisaje insospechado, provocado por la excitación y enardecido por el vértigo.

Nadie sabe por qué le llaman así ni a qué debe aquel paradójico título. Y, cuando pregunto, observo que nadie conoce la historia detrás del nombre. Nadie atina a contestarme… Repulse Bay: Bahía de la Repulsión, Bahía Repulsiva, Bahía de los Rechazos… Vaya un nombre para un paraje cuyos farallones invitan al suicidio y cuyo panorama es una romanza a la vida, una alegoría que brinda exultación, una propuesta para el goce y la ilusión en travieso y feliz maridaje. Con un paisaje así, quién pudo insinuar con un nombre una apelación que sugiera algo repugnante?

Es Repulse Bay el callado secreto de ese poema a la aglomeración que la gente de Cantón diera en llamar Hong Kong; y que más tarde, los británicos contribuyeran a edificarlo como aquel enclave contradictorio y formidable. El viajero que llega a aquella rara mezcla de naturaleza y atropellada construcción, que es la singular metrópoli, no pudiera sospechar que hacia el meridión de la isla pudiese existir un paraje que no tiene qué envidiar a la impresión que provocan las islas griegas, las inexploradas costas adriáticas o los desfiladeros sugerentes de Amalfi.

Un corredor subterráneo lo vincula a la zona más tradicional y reconocida de la urbe; aquella que vista desde la península de Kowloon, provoca esa impresión majestuosa e imborrable. Cómo imaginar que, con solo adentrarse en aquella estrecha galería, pueda aquella misma tierra ofrecer un paraje que oblitera la aversión que sugiere su nombre, una cláusula tan apacible que, con su argentino espejo, incita al disfrute con su visual derroche. Bahía de los Rechazos, Cañada de la Aversión. Despeñadero inimitable!
Share/Bookmark

02 octubre 2013

Ladrones y también pelones

Si algo sorprende en los relatos del viaje que Fernando de Magallanes realizó a través del Pacífico, es la ausencia de referencia al sinnúmero de pequeñas islas que hoy pueden identificarse en los mapas modernos. Durante los casi cien días que duró la épica travesía, nunca -ni en el diario de Antonio Pigafetta, el cronista oficial de la expedición; ni en la bitácora de Francisco de Albo, el piloto de la Trinidad- se hace referencia a la continua presencia de aquellas islas. Es como si Magallanes las hubiese querido evitar intencionalmente…

Esto pudiera deberse a dos posibilidades: que las islas que pudieron hallarse no fueran de significativo tamaño (o que no dispusieran ni de agua ni de alimentos que invitaran a interrumpir la travesía); o que sería tan ansiosa la espera por llegar a las Molucas, que el Capitán General y sus hombres, atormentados ya por el hambre y los efectos del escorbuto, habrían preferido evitar estas minúsculas y poco importantes exploraciones en beneficio de acelerar la llegada a su destino.

Los registros de viaje y otros importantes testimonios solo mencionan un par de pequeños islotes y atolones. Pero cuando la expedición encuentra otras islas de mayor tamaño, Magallanes y sus hombres se detienen en Rota y Guam, un par de pequeñas islas volcánicas del actual archipiélago de las Marianas. Ahí se produce un primer contacto entre esas dos formas distintas de ver la vida y de interpretar el mundo. Las islas estaban habitadas por aborígenes que más tarde los españoles habrían de llamar “chamurres”, voz derivada del nombre de las castas más altas. Posteriores generaciones habrían de conocerles como “chamorros”, término que significa “sin pelo” o “esquilado” en el idioma de los peninsulares.

Los chamorros poseían unas embarcaciones que sorprendieron a los españoles por su versatilidad y ágil desplazamiento (las “proas”). Pero si algo habría de llamar profundamente su atención fue el sentido de relación social que regía las costumbres de los isleños que favorecían un concepto de jerarquía harto distinto y nada vertical. Constituían una sociedad matrilineal, que además carecía de un concepto de propiedad privada. Los peninsulares habrían de comprender que estaban frente a unos modos de conducta intrincados y sutiles. Magallanes y sus hombres tardaron en interpretar que su actitud belicosa tenía un carácter más bien ceremonioso y ritual: era como si los indígenas solo jugaran a hacer la guerra…

Esa forma de relación social confundió a los exploradores: los indígenas veían como normal el compartir sus bienes o el aprovechar aquellos otros que encontraban útiles, sin importar si eran o no de su propiedad. Magallanes tuvo gran dificultad en comprender a los aborígenes que se aproximaban a sus embarcaciones para provocar disputas a efecto de apoderarse de las provisiones, y regresaban más tarde con frutos y alimentos para compartirlos con la cada vez más confundida y fastidiada expedición… Así se les hacía arduo vivir entre el júbilo y la desconfianza!

Los isleños llegaron a provocar la ira de Magallanes al haberse apoderado de su pequeña embarcación personal. Por ello, enojado el navegante, preparó una ofensiva para recuperar sus pertenencias e incendió hasta un medio centenar de viviendas como gesto de represalia. En esa escaramuza dio muerte a un grupo de aborígenes. Se hacía difícil para los expedicionarios entender que al otro lado del mundo habitaba un pueblo que se guiaba por diferentes reglas, o por ninguna simplemente. Por eso llamaron a esas tierras como las “Islas de los Ladrones”.

Quito
Share/Bookmark