30 junio 2013

El misterio del Pájaro Blanco

He leído en estos días una reseña en el International Herald Tribune, según la cual un entusiasta investigador septuagenario, llamado Bernard Decré, estaría empeñado en demostrar que unos aviadores franceses se habrían adelantado, en mayo de 1927 -en algo así como con diez días-, a la hazaña de haber cruzado por primera vez el Atlántico, que hizo famoso a ese individuo desgarbado que logró realizarlo por primera vez: el legendario Charles -El Águila Solitaria- Lindbergh.

En efecto, el rotativo La Presse se habría anticipado en informar de la increíble epopeya proclamando el triunfo de la aviación francesa, llegando inclusive a detallar el amarizaje del aparato frente a las costas del puerto de Nueva York y la ruidosa aclamación de los maravillados testigos. Pero, aquellos titulares jamás pudieron confirmarse ya que el avioncito, un monomotor biplano construido con lienzo y madera, y bautizado como “L’Oiseau Blanc” -El Pájaro Blanco-, realmente nunca más fue encontrado y, por lo mismo, nunca llegó a su esperado destino.

El biplano había salido desde Le Bourget, en sentido inverso a la travesía que realizó Lindbergh, capitaneado por otro Charles, un aristócrata de apellido Nungesser, un aviador loco y temerario -¡como debería ser!-, y un “as” de la aviación francesa, quien se había hecho acompañar por su navegante, un antiguo marinero tuerto y ex hombre de infantería, un tal Francois Coli. Por motivos de peso, ellos se habrían deshecho del tren de aterrizaje luego del despegue, e incluso habrían llegado a prescindir de un equipo de radio. Todos sabemos el inaudito peso que esos equipos tenían hasta hace, tan solo, unos pocos años…

Nungesser y Coli iban en pos del premio Orteig, instaurado por un millonario hotelero francés, radicado en Nueva York, que había ofrecido la fabulosa suma de veinticinco mil dólares a quien fuese el primero en conseguir la inédita hazaña. Al parecer lo lograron, o casi, ya que habrían existido testigos que escucharon, y otros que inclusive “vieron” como una mañana un tanto nublada el Pájaro Blanco se estrellaba frente a las costas de Saint-Pierre, una diminuta isla perteneciente a Francia que está ubicada unas diez millas al sur de la isla de Newfounland.

De acuerdo a la información de la que dispondría el ávido investigador, existirían récords de archivo que sugerirían que el avión habría sido abatido por el servicio de guardacostas norteamericano, habiéndoselo confundido con una misión irregular de contrabando. Eran, esos, años de la posguerra y de la “prohibición” (1920-1933), cuando la elaboración y comercialización de alcohol habían sido restringidas por el estado. Y que, como sucede con tales esfuerzos, lo único que consiguen es la proliferación de la hipocresía y el rápido auge del fraude fiscal.

Tres meses después del supuesto accidente, y de acuerdo a la información de otros supuestos archivos, una de las alas habría sido encontrada flotando frente a las costas de Virginia; por lo que se conjetura que la misma debió haber sido rescatada y quizá fue a parar en algún hangar o bodega de muelle; mas, desde entonces, nadie sabe de su paradero ni se la ha vuelto a encontrar… El empeño de Mr. Decré es dar con el destino de los demás restos, los que él sugiere que se encuentran frente a Saint-Pierre, para así probar la anterioridad de la proeza.

Olvida el septuagenario (uno tiende a olvidar los asuntos a nuestra edad) que en este tipo de epopeyas el “casi” no cuenta para propósitos de escribir la historia. Sabido es que esas gestas heroicas sirven de preámbulo para otras -aquellas con las que el destino premia a sus escogidos-. Mas… aun en el caso, no comprobado, de que los aviadores franceses hubieran caído frente a Saint-Pierre, ellos jamás completaron su misión, ni nunca lograron arribar a su destino; y la historia no se escribe ni con figurados barruntos, ni con empresas inconclusas.

Arabia, 30 de junio de 2013
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28 junio 2013

La “saga” de Snowden

Por todas partes que voy estos días se menciona al Ecuador -y no precisamente por las más deseables razones y motivos-; y se comenta acerca de la saga, nada épica según parece, en la que se ha involucrado el ex-contratista de la CIA, el estadounidense Edward Snowden, quien estaría implicado en la diseminación de información, tanto confidencial como secreta, de ciertas actividades del gobierno americano. Al parecer el gobierno nacional estaría ya tramitando su concesión de asilo…

Cuando aún no es ni un año de similar concesión por parte del gobierno del Ecuador al fundador de WikiLeaks, el australiano Julian Assange, uno no puede dejar de hacer ciertas reflexiones y hacerse ciertas preguntas fundamentales. Una de ellas es: ¿por qué se lo hace? Otra que viene de cajón es: ¿qué sacamos o qué ganamos con todo esto? Y la otra que, si somos coherentes y responsables debemos atender es: ¿qué es lo que arriesgamos? O, ¿a qué nos exponemos?

Resulta contradictorio, por decir lo menos, que un gobierno que restringe las opiniones antagónicas o diferentes a su estilo, se esté empeñando en aparecer ante el mundo como el adalid de la libertad de expresión. Y entonces uno no puede dejar de hacer una meditación adicional: ¿no hay en esto una especie de doble discurso, una cierta hipocresía? ¿De cuando acá estamos de pronto empeñados, como se dice en la tierra, en actuar como “defensores de pobres”? ¿Cómo así queremos andar de “priostes” de todas estas nuevas novelerías?...

Pero, vamos por partes, ya que el objetivo primario debe ser la coherencia. ¿No dependen nuestras exportaciones, en gran parte, de nuestras buenas relaciones con los Estados Unidos? ¿No es un interés del país, la renovación beneficiosa de unos tratados comerciales con un país que, hoy por hoy -y nos guste o no-, es el país más poderoso de la tierra? ¿No viven en ese país acaso, millones (sí, millones) de ecuatorianos que se benefician (ellos y sus familias) de su presencia en los Estados Unidos de Norteamérica?

Mayor incoherencia -y mojigatería- me parece, que quienes de alguna manera debemos parte de nuestra formación académica o profesional al país del norte, ahora despotriquemos contra sus políticas y estrategias, sean estas comerciales o diplomáticas. Entonces ¿cuál es la inquina contra los americanos? ¿Qué es lo que nos han hecho? Mientras escribo esta nota, escucho una canción de Roberto Carlos llamada “Desahogo” y creo que esa pudiera ser la única razón que pudiese explicar “nuestra” absurda posición internacional: una suerte de desahogo frente a un oscuro y pasado resentimiento! Un turbio desahogo! ¿Qué más podría ser?...

No obstante, gente con más suspicacia que la mía me ha sugerido que nuestro gobierno tiene casi la seguridad que Estados Unidos no propiciaría la renovación de los tratados comerciales que mantiene con el Ecuador. En este sentido, la declaración unilateral por parte de nuestro gobierno de que renuncia a renovar esos tratados -que otorgan beneficios comerciales y preferencias arancelarias- se inscribiría en esa seguridad. ¿Se trataría, entonces, de una retaliación anticipada?

Espero que este afán de “darles una lección a los gringos” no obedezca solo a un deseo de buscar protagonismo internacional. Y que no suceda, como ya pasó con el affaire “Assange”, que nuestra postura -a pretexto de mostrar “soberanía”- no pasó de ser un prolongado berrinche y se convirtió solo en un inocuo pataleo!

Manila, 27 de junio de 2013
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26 junio 2013

Sunrise, sunset

Pocos días atrás el mundo celebró, una vez más, “el día más largo del año”. El Ecuador no se abstrajo a dicha exaltación debido a la costumbre, ya tradicional, de solemnizar el “Inti Raymi”, que no es sino un hábito ancestral: el de venerar al sol en el solsticio de verano. Aunque… no exactamente! De acuerdo a uno de los cronistas, el Inca Garcilaso, lo que realmente se celebraba en tiempo de los incas era “el día más corto del año”, es decir el solsticio de invierno; y esto tiene su sentido, porque en el hemisferio meridional -esto es, al sur del ecuador- este fenómeno, la disminución de la exposición solar, ocurre en estos meses del año.

Parece que la ceremonia para los incas marcaba un doble objetivo: establecer el principio del año calendario y, por otra parte, rendir homenaje al dios Sol; al que, de acuerdo a su propia mitología, se debía el nacimiento de la estirpe imperial.

En lo personal, tengo el particular convencimiento que nuestros antepasados (los del actual Ecuador) deben haber heredado de los incas esta celebración como una festividad civil y no como la confirmación de un fenómeno que, para ellos también, reflejaba la cambiante longitud de los días. Y digo esto, porque -haciendo abstracción de los mínimos cambios que se producen debido a la inclinación de la eclíptica- la duración de las horas de claridad a lo largo del año, en nuestra latitud, es prácticamente la misma.

En efecto, y en la práctica, los que vivimos junto a la línea equinoccial poco nos damos cuenta de las variaciones que se producen en la duración del día a lo largo del año. Es tan mínima esta diferencia, que quienes somos “equinocciales”, en la práctica, podemos “adivinar” la hora exacta en una determinada cláusula de los crepúsculos, los mismos que -en nuestras latitudes- tienen una duración casi invariable y suceden de forma muy parecida durante todo el transcurso del año.

Por eso es que resulta tan sorpresivo, y nos afecta tanto, cuando quienes hemos vivido en un país ecuatorial tenemos que desplazarnos a otras latitudes, donde no solo que cambia en forma drástica el clima a través del año, sino que -y esto parece que es lo más significativo- cambia sustancialmente la hora a la que el sol se asoma y se oculta con el paso de los meses y de los días. Postulo, por lo mismo, que este fenómeno no deja de afectarnos en forma parecida a la que produce el pernicioso “jet lag” cuando, por habernos desplazado a otros meridianos, debemos soportar los molestosos efectos del cambio de hora.

Esto parece que fue lo que me aconteció cuando, siendo todavía muy joven, tuve que radicarme por unos pocos meses en la Florida, donde recibí mi inicial formación aeronáutica, y en donde -en el verano- aclaraba antes de las cinco de la mañana y oscurecía después de las ocho de la noche… Más tarde habría de descubrir que en ciertos lugares de habla castellana se dice, por ejemplo, algo que nos causaría hilaridad: “las ocho de la tarde”…

En el año noventa (me cuesta reconocer que ya va a ser un cuarto de siglo) me tocó en suerte viajar a Suecia, durante el mes de junio, para cumplir con un curso de seguridad aérea. Para mi sorpresa, la claridad del día duraba alrededor de veinte horas, las horas de oscuridad eran realmente de penumbra y el cielo sólo llegaba a adquirir un color indefinido, uno en el que prevalecía el azul cobalto!

Sí, nuestros antepasados aborígenes no pudieron haber caído en cuenta de la duración real de los días. Ni teniendo relojes, digo yo, y no me anima la ironía…

Jakarta, 26 de junio de 2013
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24 junio 2013

El hombre del arcón

“El destino jamás se muestra demasiado magnánimo con sus favoritos. Rara vez les es dado a los mortales coronar más de una hazaña inmortal”. Stefan Zweig - “Momentos estelares de la humanidad”.

Hacia finales de este año, más exactamente el 25 de septiembre, el mundo ha de celebrar los primeros quinientos años desde que un rebelde aventurero llamado Vasco Núñez de Balboa “descubriera” el Mar del Sur. Las comillas que he puesto se deben a que este océano, mejor conocido con el nombre de “Pacífico” -que le diera Magallanes- ya era navegado por los orientales. Sin embargo, el mismo no había sido conocido todavía por los europeos, es decir por “toda la humanidad”.

Lo del “más exactamente” que he mencionado tampoco es muy exacto, porque casi tres cuartos de siglo después de aquel histórico descubrimiento -que se produjo en 1513- el papa Gregorio XIII ordenó que se eliminasen diez días del mes de octubre, cuando luego de las consultas de rigor, decidiera reformar el inexacto calendario juliano. Pero esa es la fecha recogida en las crónicas, la que pasó, y se ha de quedar, para la historia. Ese fue el día en que “Balboa” con un medio centenar de hombres serían los primeros en la historia que mirarían simultáneamente el brillo metálico de los dos mares…

Sin quererme poner pesado, aquello de “Balboa” también es inexacto, porque si seguimos la costumbre castellana de aquellos años, este era (si el descubridor no lo usaba como toponímico) sólo su apellido materno. Esto es lo más seguro, pues se cuenta que Vasco Núñez era inclusive un hidalgo de “noble cuna”.

De cualquier manera que queramos nombrarlo, lo importante de resaltar es que Vasco Núñez llegó por segunda vez a América como polizón de barco, escondido en un cofre, con el objeto de burlar a sus acreedores, y que nadie advirtió el ardid de su artificio. Esta no fue, por lo mismo, ni su primera ni su única travesía.

Su épica hazaña es narrada por Stefan Zweig; es una odisea que el formidable escritor da en llamar “La huida hacia la eternidad” y que está contenida en su libro “Momentos estelares de la humanidad”. El viaje de Núñez de Balboa se produciría en un momento de la historia en que España estaba “trastornada” por las noticias del oro y las supuestas riquezas americanas; por ello no sorprende que aquellas primeras expediciones hubieran estado abarrotadas de maleantes y truhanes.

Es, gracias a su valor y astucia que, una vez en el Darién, Núñez de Balboa se apodera de la expedición de Martín Fernández de Enciso y emprende en la exploración sugerida por un cacique indígena, para descubrir “un mar inmenso” que habría de encontrar más hacia el sur, donde también podría hallar una tierra repleta de fabulosas riquezas. Se refería a un país conocido como “Birú”.

Así, en medio del calor y la humedad imposibles, martirizado por los pantanos y torturado por los mosquitos, luego de tres semanas de insoportables penurias y sin las provisiones adecuadas, llega Vasco Núñez de Balboa a una cima desde donde puede mirar hasta el infinito. Dos días después, en la víspera del día de San Miguel, y acompañado por veintidós de sus hombres, el héroe hunde por primera vez sus pies en las aguas del Mar del Sur. Entonces, enarbola el real estandarte y toma “perpetua posesión” del océano más extenso de la tierra en nombre de los reyes de Castilla, y declara que su propiedad es “para ahora y para todos los tiempos, mientras perdure el mundo y hasta el día del Juicio Final”…

Islamabad, 24 de junio de 2013
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23 junio 2013

Hallazgos "internáuticos"

Como aviador y “navegante” que soy, eso de “desplazarme con unas referencias” se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Y eso de navegar, a más de ser una actividad exploratoria fascinante, no está exenta de réditos imprevistos.

Y todo ello, solo requiere de una cierta cuota de curiosidad, y de una especie de vocación por afirmar o ensanchar el bagaje de lo que antes nos habían enseñado o de aquello que, por nuestra cuenta, antes habíamos aprendido. Así, luego de explorar el Atlas del planeta, caigo en cuenta que, con la sola excepción de Centro América, no existe otra zona en el mundo, con un verdadero racimo de países diminutos, como aquél rincón de África ubicado hacia la parte sur-occidental de la llamada África Occidental. Aunque visto con un mayor detenimiento, los países de Europa bien pudieran también representar idéntico predicamento.

Así observo y caigo en cuenta que, en el espacio territorial equivalente a no más de cuatro veces la superficie actual del Ecuador, existe casi una docena de países cuyo nombre no cabe a veces en el tamaño que se les ha asignado en las cartas o mapas políticos. Allí, entre Mauritania, al norte, y Nigeria, hacia el oriente, existe una medialuna de diminutas naciones, una de las cuales no alcanza a superar en extensión a una de nuestras provincias australes, las de Loja o del Azuay… Y uno, claro, se pregunta ¿qué hizo posible que surjan estas extrañas circunstancias? ¿Fue, acaso, un exceso de nacionalismo o identidad; o el hecho se debió a una carencia de voluntad para consolidarse y poder federarse? ¿Se trató, quizá, como sucede en el caso europeo, de barreras de orden social, religioso o lingüístico?

Ahí, y yendo en el sentido con que escribimos, existe toda una parafernalia de países soberanos  e independientes: Senegal, Gambia (que prefiere ser conocida como “La” Gambia), Guinea-Bissau, Guinea, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Burkina Faso, Ghana, Togo y Benin. Todo, un total de once naciones! Y casi todas lindantes con el Océano Atlántico Meridional. Una de ellas, Gambia -perdón, La Gambia- parece en el mapa, y en la realidad, a punto de ser atrapada por las fauces de la vecina de casi todas sus fronteras; vecina que por muchos siglos conformó el borde más occidental de las tierras continentales conocidas por los europeos: Senegal. De todas estas naciones, solo una es, en cuanto a área territorial, ligeramente más extensa que el Ecuador: se trata de Costa de Marfil.

Asimismo, navegando la red con el objeto de comparar las superficies de estos países con las de las provincias del Ecuador, he encontrado tanto la extensión como la población de las diferentes provincias ecuatorianas, sólo para descubrir que Imbabura cuenta no solo con un temprano exponente de nuestras letras, sino también con un personaje aborigen que bien pudiese ser considerado como un verdadero precursor y como un adalid de la libertad de expresión!

Se trata nada menos que de un cacique imbabureño llamado Jacinto Collahuazo, nativo de Ibarra; quien, a pesar de la discriminación de la que habría sido objeto por parte de los españoles, habría aprendido a leer y a escribir en castellano; su obra la habría compuesto en idioma quichua, apoyándose en el alfabeto latino. Collahuazo hubo de soportar la infamia del presidio y ver como todo su trabajo era entregado a la siniestra voracidad de las llamas. Un fragmento de una de sus obras habría sido descubierto sólo más tarde, cuando una cuadrilla de albañiles restauraba las paredes de un templo quiteño y se encontró con el escondido manuscrito. Era la traducción de un retazo de una poesía suya, en la que rendía homenaje a otro indígena de su raza: era su “Elegía a la muerte de Atahualpa”.

Esto tiene de fascinante la navegación; y su virtud no solo consiste en espolear nuestra curiosidad, sino que puede transportarnos desde las indagaciones de la geografía a las raíces mismas de nuestra heredad. Y ella puede descubrirnos la estatura de esos hombres altivos que nos precedieron. Ellos, con su entereza moral, supieron legarnos su mensaje de libertad. Su obra fue un testimonio de dignidad y también una proclama para reivindicar unos inalienables derechos!

Jeddah, junio 23 de 2013
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22 junio 2013

Romance de nuestro destino

Mantengo, ¿cómo decirlo?... una especie de blog privado al que yo tengo acceso exclusivo. Consiste en un archivo que se encuentra clasificado dentro del menú de mi correo electrónico. Está bautizado como “Vizcasa”, que no es sino el mismo nombre de una línea aérea imaginaria que alguna vez soñé con crear cuando yo todavía era niño. Con el tiempo se fue convirtiendo en una entidad etérea que englobaba a los asuntos de mi casa, especialmente aquellos  que involucraban a mis hijos. Hoy el término ya casi tiene una personalidad jurídica propia y a dicho archivo van a parar sus cartas, sus mensajes; aquellas notas y comentarios que tienen que ver con sus inquietudes y pasatiempos favoritos…

Y ellos me escriben. Y no solo porque saben que me encuentro en un país lejano, sino porque ellos también han tenido que irse a vivir muy lejos… Esa constituye la circunstancia reversa con la que nos ha castigado el caprichoso designio del destino. Y, si acaso usted no sabe, amigo lector, qué significado tiene aquella voz, la de “lejanía”, hoy le voy a contar en qué consiste aquello de sentirse lejos:

Bernardo es el primero de mis hijos. Vive en Sydney, una ciudad de novela, una urbe que representa una de las más distendidas expresiones que la humanidad pudiera disfrutar sobre la tierra. Está casado con una mujer asiática maravillosa que es su exacto complemento. A ellos les tengo encargados unos dos “chinitos” fascinantes de los que vivo enamorado; se trata de mis nietos, mis inolvidables y nunca bien consentidos “majaderos”. Bernardo también está signado con una cuota de idéntico destino: vive en Australia, pero debe ocasionalmente desplazarse por su trabajo al Golfo Pérsico; así, él también está muchas veces alejado de quienes más quiere, que se obligan a adaptarse y a soportar aquello de saberle lejos…

Sebastián no quiso quedarse en otras partes, vive en la ciudad donde nació, ejerce su actividad con dedicación y empeño. Él es, por hoy, el único radicado en Quito. Y ¿cómo les digo?… está instalado en un rincón “alejado” de la plaza Foch, detrás de un colorido rótulo que reza “Brau Platz”, donde se anuncia Pilsener, Corona, Heineken, Stella Artois y otros brebajes para sedientos insatisfechos! Allí, el “pobre” Sebas, vende cerveza y salchichas que da contento! Ahí, entre el tiempo que le permite su negocio y las cláusulas de holganza que le consienten sus propios motivos, me escribe de su vida y de sus planes, y me regala algo de su mejor virtud: ser amigo inalterable y leal. Amigo, así, simplemente amigo!

Felipe (Felipao, como lo llaman sus amigos) trabaja en distintos lugares de este mundo. Sus funciones lo desplazan por lugares envidiables y también por otros sitios ubicados en el patio de atrás de la geografía. Hoy puede estar en unas islas de ultramar, mañana en un lugar arrimado a la cordillera o, incluso en una tierra que alguna vez regentaron los zares con sus extravagantes caprichos. Sus viajes no dejan de ser continuos y son muchas veces imprevistos. Él es, como muchos saben, un inquieto deportista y amigo pertinaz de los sociales compromisos; vive para alegrar la vida de los demás, porque ser solidario es su pasatiempo preferido; nadie sabe de dónde heredó aquél espíritu empresarial que lo distinguió desde que era un crío. Me escribe y me cuanta de por dónde anda: me comenta de sus planes y me habla de esas apasionantes aficiones; esas que, los dos, todavía compartimos!

Y al final, pero no por menos, está el más espiritual y blando de corazón, el más resignado de mis hijos. Agustín aporta con sus mensajes concretos y sus reportes sucintos. Estos, breves como son, nunca desmerecen de su natural bondadoso y saben estar impregnados de un esperanzador positivismo. Las circunstancias de su trabajo lo han desplazado a vivir en otro lugar alejado de las cartas de viaje; uno situado hacia el sur del África Occidental, Ghana, en donde siente que Dios le ha regalado la oportunidad evangélica de multiplicar los peces… y de reeditar, a su manera, la más humana de las metáforas, la parábola bíblica de los talentos…

Así, ellos y yo, podemos estar en los cinco continentes a un mismo tiempo... Eso nos recuerda que debemos mantenernos en contacto para no sentirnos lejos. A fin de cuentas, la lejanía nunca está en la distancia, sino en lo incomunicados que podamos estar de quienes más queremos. Porque, solo eso y de verdad, es lo único que merecería ser llamado con esa triste expresión: la de “sentirse lejos”!

Arabia, junio 22 de 2013
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20 junio 2013

Una paradójica semblanza

No es una reseña para enorgullecer a nadie, ni tampoco para prestigiar a ningún gobierno. Es, más bien, una crónica vergonzante. Releo, una vez más, la revista “The Economist” y advierto que, casi sin quererlo, he empezado a subrayar la semblanza de este líder “moderno” y controversial.

Menciona que es el más importante paladín de su país, luego de quien fuera -en el siglo pasado- su más venerado caudillo. Goza el mandatario de una enorme popularidad, pero esa inconformidad -que poco a poco ha ido desatando- corre el riesgo de esparcirse como un incendio de verano. Su nombre empieza con R y su gobierno ha empezado a cosechar resentimientos debido a la naturaleza de sus contradictorios proyectos. El problema radica en la desdeñosa ausencia de consultas y acuerdos; el detonante está en el estilo que ostenta, en el modo autoritario que ha querido imprimir a su régimen. La real lección de lo que despierta está contenida en su autoritarismo. Su pueblo no está preparado para aceptar que un demócrata de clase media se comporte como un sultán otomano.

En muchas áreas pudiera decirse que el líder lo ha hecho bastante bien. El GDP (producto interno bruto) se ha mantenido relativamente alto desde que su partido asumiera el mando. Hay muchas aspectos en los que el país muestra mejora y crecimiento; esto explica las tres importantes victorias electorales que ha conseguido su movimiento. Él permanece popular, especialmente entre los propietarios de pequeños negocios y en el campesinado conservador, quienes se relacionan con los millones de migrantes que se han incorporado a las grandes ciudades. Enfrentado a una oposición inútil, bien podría triunfar una nueva vez.

Pero desde hace mucho tiempo hay preocupación: el gobernante ha declarado que la democracia es un tren del que hay que apearse cuando se llega a la estación. Él ha despreciado a la burguesía citadina; su partido, cual si se tratase de una institución moralista, ha restringido inclusive la venta de licores. Y por la curiosa idea que el partido tiene de la democracia, el concepto de esta puede haberse convertido en una contradicción. Muchos, que antes lo habían auspiciado -e incluso acompañado-, desaprueban su estilo y encuentran como muy estrecha su interpretación personal de lo que deber ser la democracia.

El tema es que el adalid tiene un noción “mayoritaria” de lo que es la política; si ha ganado una elección, está persuadido que tiene derecho a hacer lo que le dicte su voluntad hasta que venga el siguiente gobernante. A veces, como cuando debilita a los militares -tradicionalmente adictos a la sedición-, ha usado el poder con efectividad. Sin embargo, con el paso del tiempo, la fiscalización sobre su tarea se ha esfumado; y es que el partido nombra los jueces y es quien maneja los gobiernos regionales, y los amigos ganan los contratos. El gobernante ha intimidado a la prensa, forzándole al rincón de la auto censura. Ahora, los canales de televisión prefieren presentar espacios de cocina y exhibir a pingüinos en su programación.

En su propio partido la gente tiene temor a enfrentársele. Su autoestima hace mucho que se inflamó para convertirse ya en evidente intolerancia. Su conservadurismo social se ha deformado en ingeniería social. El riesgo es que ahora quiera aferrarse al poder con mayor codicia: bajo las reglas actuales no se podría volver a reelegir, este sería su último mandato. Pero podría estar tentado a cambiar la constitución o a seguir mandando detrás de bastidores (colocando en el mando a algún incondicional); o, simplemente, a cambiar o a interpretar la ley para enquistarse en el poder de modo indefinido.

Su nombre es Recep Tayyip Erdogan. Corre el riesgo de tirar por la borda sus esfuerzos, sus logros y su legado. La gente se ha empezado a cansar de su estilo y Recep va a empezar a sentir que su pueblo es ingobernable. No debe olvidar que tiene que empezar a cuidar por esas consecuciones que todavía son frágiles y que de golpe se pudiesen desintegrar. Los turcos han encontrado un vigoroso sentido de unidad, uno que a la vez puede promover una nueva, genuina y pluralista democracia. A menos, claro, que el sultán estuviese todavía dispuesto a escuchar...

Todo esto dice la revista… Cualquier parecido es pura coincidencia!

Jeddah, 20 de junio de 2013
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Mi unicornio azul, también!

“Y puede parecer acaso una obsesión/ pero no tengo más que un unicornio azul/  y aunque tuviera dos, yo sólo quiero aquél… / Mi unicornio azul se me ha perdido ayer. Se fue”… Silvio Rodríguez. "El unicornio azul".

Ahora, por fin, creo que sé a qué se refería su autor. Y ahora, después de haber perdido el mío, al fin sé cuál pudo haber sido el sentido de la extraña canción. Es que ayer fue un día de esos… de esos que -con perdón por la soberbia- uno sólo quisiera verlos terminados o, preferiría que nunca hubieran comenzado. Uno de esos que desprecian el intervalo aritmético de sus horas, y terminan dándonos la idea de que han durado muchas más… Por eso siento como que este ayer hubiese en realidad empezado anteayer. Por eso que me habría levantado como cansado, como con la resaca de la víspera, como sintiendo que se habría de convertir en uno de esos cansancios de los que no nos podemos redimir, que se transforman en crónicos; por eso que tal vez ya sabía de antemano que aquella fatiga se iba a prolongar…

Todo creo que empezó la madrugada de la víspera, cuando de golpe desperté de uno de esos confusos sueños... En él percibí que alguien acechaba al final de un angosto corredor y esto me obligó a reaccionar en forma intemperante; como consecuencia, respondí con un perentorio manotazo que tuvo la virtud no sólo de despertarme, sino también de lastimar los espejuelos que descansaban sobre el ordenador que, en mi tardía duermevela, había dejado descuidado encima del cobertor. El accesorio voló hacia alguna parte, por lo que tuve que encender la lámpara del velador para no destrozarlo más tarde con un imprudente pisotón.

Debí advertir a tiempo el mensaje del aciago episodio: como si fuese un augurio de lo que vendría después! Esa mañana debía salir hacia Bangladesh, con un vuelo interminable que retornaría el mismo día a través de Damman, en el Golfo Pérsico, para luego desplazarme a Riyadh en condición de pasajero. Habíamos despegado desde Riyadh acarreando un desperfecto electrónico que no se pudo reparar. Se trataba de una de las dos pantallas de monitoreo ubicadas en el panel central. Fue ahí que, lo que se estima que “no es factible que suceda” sucedió… y, enseguida del despegue, una nueva pantalla dejó de funcionar… así, conjugando el pretérito perfecto del verbo marchar, esta nueva pantalla también marchó!

¿Qué hacer cuando se ha despegado con el máximo peso permitido y cuando, para regresar a aterrizar, hay que arrojar una ingente cantidad de combustible? ¿Qué hacer, sobre todo, cuando se tiene la seguridad, no solo la conciencia, que el repuesto requerido no está disponible en el aeropuerto de destino y que el vuelo no se podría reiniciar -desde el mismo- hasta que el defecto no se logre reparar?

Luego de consultas con la estación base, se resolvió que volviésemos a Jeddah donde el desperfecto podría ser corregido y subsanado; para lo cual, de todos modos, debía echarse por la borda parte del combustible mientras procedíamos al aeropuerto recomendado (esto es lo que en inglés irónicamente se conoce como “diversion”, no con el sentido de goce, pero con el de desviación). Con tan absurdo desperdicio, confieso que el hecho de observar cómo se expulsa aquél costoso combustible desde las alas, como si estas se tratasen de pródigos surtidores, produce una extraña sensación en medio del trámite de ese tipo de “diversión”.

El resto del viaje sucedió sin incidencias ni contratiempos. Sin embargo, hacia el final del vuelo, cuando me liberaba de los arneses, percibí que el prendedor de corbata que portaba –uno de mis accesorios favoritos-, volaba por los aires; e incluso alcancé a escuchar cómo emitía aquél ruidito metálico que se produce cuando estas piezas chocan contra el piso. Concluidas las listas de chequeo y los demás trajines de rigor, me apresté a escrutar su incierto destino. No tenía por qué perderse, pero ya nunca lo pude encontrar aunque lo busqué con ánimo prolijo. Lo había adquirido veinte años atrás en un mercado de pulgas parisino; nunca supe si era de oro y lo más seguro es que no lo hubiera sido. Pero… le había tomado afecto y lo conservaba con cariño! Y así, al igual que en la canción que nunca entendí, mi unicornio azul ayer también se me perdió! Y se fue…

Riyadh, 19 de junio de 2013
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16 junio 2013

¡No, no hay derecho!

Se llamaba Rafael, me llevaba tal vez con cuarenta años de diferencia y desde un día que -siendo yo todavía soltero- le acompañé a realizar un prolongado viaje, puedo decir que nos convertimos en buenos amigos. Yo tenía a la sazón -cuando realizamos aquel inconcebible periplo- tan solo veintitrés años; así fue como lo conocí (gente con más suspicacia que la mía insinuaría que así fue como él me conoció a mí). Lo cierto es que así fue como aprendí a ganarme su confianza y, sobre todo, a respetarlo. Así fue como él y yo nos hicimos amigos.

Se había destacado en la vida pública; aunque, debido a sus posturas, había despertado reacciones e inconformidades; los valores que proclamaba y defendía no siempre le ganaron amigos. Como militar que había sido, creía en la lealtad, la gratitud y el espíritu de cuerpo. En lo personal, era un extraordinario anfitrión, era un hombre generoso y cuidaba con mucho celo el sentido familiar. La casualidad -lo que otros llaman destino- quiso un día que nos convirtiéramos en “familiares políticos”. Siempre me supo tratar con consideración y deferencia. A ratos me dejó la impresión que me había convertido en su yerno favorito.

Siempre sospeché que no le resultaba atractiva la idea de expresarse en público –algo inimaginable en un político-; quizá se había dado cuenta que su dicción no era muy clara y que los “Demóstenes de profesión” utilizan embelecos y recursos que él no había ni ensayado, ni -menos aún- aprendido. Por ello es que utilizaba frases de impacto (con el beneficio que en física tiene el “golpe de ariete”), frases que le ayudaban a reconfigurar su exposición y a disimular una cierta falta de elegancia a la hora de declarar unas propuestas o desarrollar unos contenidos.

Por ello me acostumbré a ciertas frases que el Coronel usaba con insistencia (nunca quise llamarle por su nombre de pila); y creo que fue así como mi oído se fue acostumbrando a ciertas muletillas que repetía con relativa frecuencia: “entre gallos y medianoche”, “sin beneficio de inventario”, “ yo no sé de esas cosas”, “¡no hay derecho!”. Esas fueron frases que, cuando él hablaba, pudiera decirse que yo ya las anticipaba o me las prefiguraba. No solo eso: siento que en ciertas ocasiones me dejé llevar por la marea de su influencia y, más pronto que tarde, se convirtieron en frases que, muy probablemente, yo también utilicé…

Hoy mismo, frente a la ausencia de un debate formal en la Asamblea Nacional para aprobar una Ley de Comunicación que representa los intereses del partido de gobierno, me ha dado la impresión que el procedimiento empleado ha creado la percepción de que aquello fue realizado “entre gallos y medianoche”, que aquél inusitado apremio no encontraba justificación y que, por lo mismo, se había procedido -con tan atolondrada actuación- sin que realmente hiciera falta (la mayoría parlamentaria tiene los votos para aprobar cualquier iniciativa en la Asamblea) y sin que realmente existiese un “beneficio de inventario”…

Me produce democrática inquietud que se proceda de tan innecesaria manera. ¿Se lo hace por soberbia? ¿Acaso por ineptitud, intolerancia o intransigencia? ¿Prima tal vez la convicción de que existiendo -como ciertamente existe- una mayoría para decidir en cualquier votación, eso de “debatir” no es sino una pérdida de tiempo? Son, estas, preguntas sin respuesta, acciones que a muchos nos generan malestar, artificios que parecerían esconder una embozada intención, la intolerante propuesta de imponer una oscura y dogmática visión. No puedo sino repetir con lástima: ¡No hay derecho, no hay derecho!

Riyadh, 16 de junio de 2013
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15 junio 2013

¡Los vientos, ya llegan los vientos!

Con este título no pretendo parodiar aquella comedia americana que habríamos visto alguna vez en el cine cuando todavía éramos adolescentes: “Ya llegan los rusos, ya llegan los rusos”. Pero, la llegada de los vientos de verano y su efecto en la recién inaugurada pista del nuevo aeropuerto quiteño ha sido tratada con una óptica que pudiera producir hilaridad. Lejos está de constituir una comedia.

Para empezar, no muchas personas saben realmente en qué consiste ese factor atmosférico o, si se prefiere, ese fenómeno meteorológico que llamamos “viento”. Por definición este no es otra cosa que simple “aire en movimiento”. Ahora bien, ¿por qué se mueve el aire? Simplemente porque este tiende a desplazarse hacia zonas de distinta presión o temperatura; y cuando se presentan tales diferencias, estas determinan la mayor o menor intensidad del viento.

El asunto no es tan sencillo, sin embargo. La irregularidad en el relieve de las diversas áreas que existen en la tierra, la diferencia de temperatura en dichas zonas y las condiciones del clima, producen una serie de interrupciones en el flujo regular del aire y alteran su tranquilo desplazamiento. Esto influye no solo en la velocidad del viento sino también en su regularidad y produce esos incrementos ocasionales de velocidad (las ráfagas); esos incrementos producen los zigzagueos de dirección; y ocasionan, a su vez, cambios abruptos que generan zonas diminutas de turbulencia: son las llamadas “cortantes de viento”.

Este fenómeno es más común durante nuestro verano cuando se intensifica con mayor fuerza la velocidad del viento. La alteración en su desplazamiento es más evidente cuando el aire debe deslizarse sobre colinas y quebradas, ocasionando corrientes que chocan y se contraponen, produciendo inestabilidad y creando un tipo de turbulencia que es imposible de predecir –y por lo mismo de evitar- y que es el que genera tanta incomodidad y malestar en los pasajeros aéreos.

Esta forma de inestabilidad se agrava sobre la cordillera y sobre los valles de la serranía; primero, porque el efecto se amplifica sobre los cerros (es la llamada “onda de montaña”); y segundo, porque el aire se arremolina al subir y, especialmente, al bajar cuando sigue el relieve natural de las colinas y collados (lo que en meteorología se conoce como “sotavento” y “barlovento”). Es en estas condiciones que el aire forma ondas y torbellinos que producen perturbación y alteran la quietud y estabilidad del vuelo. Aunque no impliquen peligrosidad.

Los vientos de verano en nuestra serranía no son tan intensos ni dramáticos como se comenta en la prensa que leemos. Estos nada tienen que ver con los que afectan a otras zonas insulares en el mundo, por ejemplo, donde la configuración de los acantilados, sumada a las temperaturas de los mares, produce vientos de enorme intensidad agravados por cortantes que se alteran en forma brusca y que afectan en modo muy severo a las operaciones de vuelo. Quienes han volado y han aproximado a pistas ubicadas en ciertas islas en medio del océano, saben de lo fuertes -y dificultosos de controlar- que suelen ser estos inusitados vientos.

Lo propio sucede en aquellas áreas que son afectadas por tormentas tropicales, huracanes o tifones, en cuya proximidad la operación aeronáutica llega a ser suspendida e incluso cancelada. Esos vientos son capaces de afectar la seguridad de los más modernos y gigantescos aviones. En cuanto a nuestros incómodos y desagradables vientos de verano: no hay nada que se pueda hacer, a excepción de preferir horas de menor temperatura cuando escogemos nuestros vuelos.

Hong Kong, 14 de junio de 2013
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14 junio 2013

Entre la roca y el concreto

Sólo como una aldea, como una aislada y diminuta aldea. Así habrían empezado un día las formidables y sorprendentes mega-ciudades. Y uno se pregunta: ¿qué fue lo que movió a unos hombres a privilegiar esos iniciales asentamientos, qué los impulsó a favorecer su crecimiento y desarrollo? ¿Y qué fue lo que convirtió a aquellas urbes en mimadas de propios y extraños, en favoritas de lugareños y hombres de paso, en preferidas de unas gentes que tuvieron la intención de allí asentarse o de unos hombres visionarios que las vieron como una oportunidad para invertir y crecer con ellas? ¿Fue acaso solo una ocasión social o comercial -quizá política- propiciada por una cierta coyuntura? ¿O fue también la gracia y el hechizo de su aventajado entorno, de ese su panorama paradojal y fascinante?

Medito con fruición en el contexto geológico de esos enormes asentamientos humanos y no puedo dejar de intuir que algo de la belleza natural del contraste que exhibe su geografía, debe haber atraído y estimulado el afincamiento masivo y continuo de sus habitantes. Y no solo -y en forma única- deben haber incidido en ello las oportunidades económicas o los atractivos que potenciaron sus medios de vida. Observo, además, que casi siempre ha sido el mar el que, de manera indefectible, ha sido parte de esos panoramas que las hacen atractivas, y tan dueñas de ese carácter que orgullosas ostentan como centros cenitales.

Son siempre aquellos riscos los que se precipitan en forma vertical sobre unas portentosas ensenadas y bahías. Ellos parecerían desplazar con terquedad al hombre para que pudiera satisfacer la realización de las construcciones que se propone; pero, a la vez, le regalan la posibilidad de aprovechar un marco estético que incentiva su imaginación y le obliga a extremar su creatividad para propiciar flamantes ambientes y conseguir novedosas soluciones. Entonces, la huella de su modernidad surge; y no a pesar del escollo físico o del impedimento natural sino como consecuencia feliz de que existan aquellos obstáculos y más dificultades.

Pienso en estas metrópolis importantes y emblemáticas que andan repartidas por el mundo, en donde a su prodigioso -e inconcebible- adelanto urbanístico hay que añadir el envidiable privilegio de su inherente fisonomía; y no creo que podamos imaginarlas sin reconocer la presencia de sus majestuosos entornos. Ahí están, a guisa de ejemplo, ciudades como Río de Janeiro, Hong Kong, Sydney o Vancouver... Ellas han sabido resolver su problemática espacial mediante el uso admirable y agresivo de la verticalidad y gracias al lúcido aprovechamiento de sus recintos subterráneos.

Allí, los abismos y escollos que plantea la naturaleza son desafiados por los que con sus sorprendentes estructuras ha respondido el hombre; allí el vértigo de la roca transige ante la temeraria imaginación del arquitecto, ante la imprudente provocación del constructor, ante al asedio aventurero de quienes fantasean con sus porfiados proyectos y forjan el futuro de estas insólitas metrópolis.

Estas urbes constituyen un símbolo de imaginación y laboriosidad. Representan el fruto de una simbiosis formidable entre las cúspides señeras de la civilización y la vigorosa herencia que exhiben las más variadas manifestaciones que tiene la cultura. Ellas constituyen un testimonio de la vocación del hombre y una prueba de su capacidad para imaginar y vislumbrar, para proyectar y concebir, para improvisar y culminar. Y demuestran, ante todo, esa voluntad que él expresa cuando propone unas formas y planifica unas estructuras; cuando prefigura unas obras y pergeña unas construcciones. Así, y en callado acuerdo, es como parecen irse distinguiendo estas ciudades colosales!

Stanley, 13 de junio de 2013
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10 junio 2013

Gazapos y otros conejos

Tengo a veces una sensación contradictoria, se produce cuando caigo en cuenta que ha estado cometiendo un repetido error ortográfico y tengo que dedicarme a la tarea de enmendarlo; es algo dulce-salado, lo que en mi casa -cuando era niño- hubieran dicho de algo que estaba “lampreado”. Qué no daría por tener a la mano la obra de ese hombre fascinante que fue Carlos Joaquín Córdova, “El Habla del Ecuador”, para consultar con qué sentido es que usamos en nuestro país el verbo “lamprear”. Como recuerdo, usábamos en casa para referirnos a algo que tenía de dulce y de salado, o que se había preparado utilizando ambos ingredientes.

Sin embargo, el diccionario define “lamprear” como algo distinto: “Componer o guisar una vianda, friéndola o asándola primero, y cociéndola después en vino o agua con azúcar o miel y especia fina, a lo cual se añade un poco de agrio al tiempo de servirla”. Nótese que no hace referencia al sabor opuesto de tales ingredientes (dulce y salado), sino más bien al método de preparación -se debe asar o freír, primero, y luego cocer añadiendo ciertos aderezos específicos-; y se entiende, además, que en el resultado se ha de combinar lo dulce con lo amargo.

Y esto es lo que nos pasa cuando hacemos revisiones, que -aunque caemos en cuenta un poco tarde- advertimos que hemos incurrido en el mismo error con relativa e insistente frecuencia. Recién he terminado de leer una novela nacional, por ejemplo, en la que se insiste en un sinnúmero de “aun”, en el sentido de “todavía”, escritos sin tilde, como si se los quisiera utilizar con el sentido de incluso o inclusive; o de siquiera (como en “ni aun”). Pero, en el ánimo de no tomarme yo mismo muy en serio, he resuelto que este tipo de incidentes pueden suceder a cualquiera, inclusive a quienes tratan de ser un poco más cuidadosos; no se diga a quienes hacemos esfuerzos por conseguir resultados más modestos.

Así es como he caído de golpe en la cuenta (y por propia cuenta) que he venido escribiendo la locución adverbial “sobre todo” como si fuese una sola palabra. Desde luego que, en la forma como yo la he utilizado, no se ha prestado a ningún tipo de confusión o anfibología, con la consecuencia inconveniente de provocar varias interpretaciones; lo he estado haciendo simplemente cometiendo un error ortográfico porque escrita así -como una sola palabra- significa una “prenda de vestir ancha, larga y con mangas, en general más ligera que el gabán, que se lleva sobre el traje ordinario”. Lo que en América llamamos abrigo o impermeable…

Al contrario de lo que pudiese esperarse, este tipo de “gazapos” resultan en nuestros días un tanto inevitables. Y esto, precisamente ahora cuando se dispone de programas de corrección en los ordenadores. Una palabra puede estar mal escrita; sin embargo, no es debidamente detectada si así, mal escrita como está, adquiere un significado distinto. En este sentido, los computadores, no solo que no resultan infalibles; sino que pueden amplificar los no deseados defectos.

No es agradable cuando encontramos que hemos venido cometiendo -con cierta asiduidad- los mismos errores; por fortuna nuestras herramientas de redacción cuentan hoy en día con recursos que permiten corregir con cierta facilidad este tipo de indeseadas imperfecciones. Esto “sobre todo” si tenemos la paciencia de efectuar revisiones ocasionales y de corregir estos descuidos y equivocaciones.

Jeddah, 10 de junio de 2013
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07 junio 2013

Recordando a Teté...

No puedo dormir. Tengo una gripe de Angora y la tos me ha despertado en medio de la noche. Para colmo, el antitusígeno me ha reestimulado el reflujo gástrico y he tenido que acudir a un nuevo medicamento. Estoy convertido, por lo mismo, y sin saber leer ni escribir, en un verdadero “señor de los remedios”…

Entonces me pongo a meditar en el Pojque, el perrito de mi amigo (para los que no han aprendido, como yo, el sueco, la jota se pronuncia como i griega y ya está! Yo aprendí sueco en un curso intensivo que realicé en una empresa ecuatoriana donde serví por más de tres lustros y donde, desde que entré, me dí cuenta que había que “hacerse el sueco”; salí porque no logré el éxito requerido…). Pero, estoy haciendo una digresión innecesaria. Pensando en el Pojque me he dado cuenta de cómo los hijos se parecen a sus padres; y, de cómo ellos, los padres, tratan de parecerse (en las barbas y las greñas) también a sus propios hijos…

Él, el padre del cachorro, es mi gran y cercano amigo; una suerte de “alter ego”. Nos conocemos ya por más de cuarenta años; o sea casi la misma edad que la que nos conocen nuestras mujeres; y muchos, muchos años más que el tiempo que nos han conocido nuestros hijos. Nos relacionamos después del colegio, en una universidad distinta que tiene la profesión y la vida, en una facultad de primores ecológicos, cuyas aulas obedecían a nombres cantarines y sugestivos: Curaray, Pañacocha, Tivacuno o Pavacachi. Ahí, en uno de aquellos corredores, cada uno oyó del otro, hicimos un primer contacto, nos “dimos un comprendido” y así fue como nos conocimos y nos hicimos amigos.

Hemos hecho desde entonces, juntos, el camino de la aviación y de la vida, en ese sendero nos hemos llenado de ilusiones, hemos luchado contra las ausencias y la soledad, hemos enfrentado a las realidades de la pérdida familiar, la enfermedad y el dolor. Hemos hecho nuestras mojigatas travesuras. Tratando de compartir nuestras concupiscencias de hombres nos hemos hecho más y mejores amigos.

La Providencia nos regala unos hermanos que nos dan su ternura y se convierten en más que amigos; y nos favorece también con unos amigos que viven atentos a nosotros, que saben que no somos perfectos, que nos toleran y acompañan, y se convierten así, y desde el primer día, en nuestros hermanos especialísimos. Esos son pocos, se cuentan con los dedos de la mano, son nuestros verdaderos amigos.

Odia los remoquetes y sobrenombres. De hecho, está persuadido que nunca los ha tenido; aunque, como siempre pasa, hay veces que nos referimos a él con uno de aquellos con que su propia apariencia ha hecho compromiso… Hoy le ha dado a él por enemistarse con el barbero; y no estamos muy seguros si lo hace para parecerse un poco más a ese hijo que ya parece nieto o lo hace para confundir a los gendarmes municipales y obtener la lenidad en su tratamiento. Hay quienes creen que con su pelaje profuso evita que le confundan con algún personaje de tira cómica quien ha hecho de un turgente bigote su emblema característico…

Él es una especie de Quijote: sólo vive para sus planes: sus proyectos redivivos. Vive encariñado con los sabores y con los olores; el futuro es su entretenimiento favorito. Su escudo es la solidaridad, sus lanzas el chiste oportuno, la insinuación irreverente, el valor humano que siempre sabe hallar en lo divino. Un día inoculó en mí la vacuna formidable contra la impaciencia y la apatía (sus dosis vienen en unas ampollitas de dieciocho hoyos); es un tipo de deporte que con frecuencia compartimos y que nos permite simular que somos adversarios de ocasión y que nos signa con esa rara condición que tienen los “íntimos” enemigos.

Así es como juntos hemos aprendido a perder y a ganar. A veces ganamos como jugadores, pero nunca perdemos como amigos. En cuanto a las otras “tarjetas”, a las de nuestras otras travesuras… yo no fui, fue Teté. Y eso, es todo lo que digo…

Jeddah, 7 de junio de 2013
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06 junio 2013

Lo que ahora pienso…

Me parece que no debemos tratar siempre de pontificar; es decir, de tener la razón y tratar de tener siempre la última palabra. Y digo también esto, muy a sabiendas de que pudiese estar equivocado… El punto que quiero subrayar es que en muchas cosas de la vida, sobre todo frente a las que antes creía que tenía un concepto claro y definido, yo también he tenido que ir cambiando de opinión, he ido derivando hacia una postura, si no opuesta, por lo menos diferente a aquella con la que antes me había identificado. Esto debo reconocerlo. Y no puedo quedarme callado!

Hoy se ha puesto de moda el tratamiento, y el reconocimiento legal, frente a las aspiraciones de ciertas minorías. Asunto que, independientemente de lo que pensemos, me parece que no ha sido debidamente tratado ni encausado. Uno de los temas que está en la palestra es el referente a la unión civil de las personas del mismo sexo (nótese que, con intención, no uso términos como ‘matrimonio’, ni tampoco ‘gay’, palabra anglosajona que vendría a su vez de una voz occitana -provenzal- que quiere decir ‘alegre’ o ‘gozoso’; y que al igual que la castiza ‘gayo’ vendría también del latín ‘gaudium’, gozo).

Creo en primer lugar que, si una insidiosa contrapartida conlleva la democracia moderna es la de que, a pretexto de la voluntad de la mayoría, se desconocen las aspiraciones y los derechos de quienes pudiendo tener la razón, no tienen el respaldo de quienes controlan el voto. Esto pasa no solo en las decisiones de la colectividad; sucede en las reuniones de padres de familia o en las asambleas de vecinos. Hay un grave riesgo cuando el elemento cualitativo cede ante la tiranía del número, ante el aporte cuantitativo de la mayoría. Pero, así es la democracia!

La otra falencia que tiene dicho sistema es que quienes adquieren tal potestad -la de tomar decisiones que afectan a las minorías- representan una clase de gente que no siempre está debidamente preparada para cumplir con esa delicada función o que, en el mejor de los casos, se encuentra ya influenciada por ciertos prejuicios. ¿Qué puede esperarse si, como sucede hoy en día, se toma en cuenta para que se nos legisle a ciudadanos que, como muestra de ejemplo, se han destacado en el deporte pero no han terminado ni siquiera el sexto grado de escuela?

Pienso que, cuando se intenta legislar acerca de estas situaciones, hay dos aspectos que no pueden dejar de tomarse en cuenta: el concepto íntimo y personalísimo que tiene la felicidad individual y la aceptación, sin prejuicios ni reticencias, de que hay condiciones que aunque nos son ‘típicas’ en la naturaleza (me resisto a llamarlas ‘normales’), están sin embargo ahí… Ellas son ‘naturales’!

Hubo un tiempo que yo no aceptaba del todo a quienes eran ‘diferentes’. Lo hice por un doble motivo: uno, porque al esconder y disimular su condición muchas veces se convertía en causa de la infelicidad ajena; y dos, porque me producía la ocasional impresión que, cuando se los aceptaba, unos pocos trataban de obtener ventaja y de alardear de su condición. Mas, como lo he indicado ya más arriba, la vida me ha ido enseñando que no todo es blanco y negro, y que para tratar de entender la situación ajena, la de nuestro prójimo, debemos tratar de ponernos en sus zapatos y de entender (sí, sé que es muy difícil) su ‘diferente’ condición.

Tal vez nadie pueda entender esa realidad debidamente si no imagina que en ella puede verse involucrado un ser querido. Es más fácil entender esta circunstancia cuando imaginamos comprometido en ella a alguien cercano; a un hermano o a un hijo, por ejemplo. Entonces lo que primero surge, como no puede ser de otro modo, es un sentimiento de apertura y de simpatía. Vamos a coincidir, por muy diferentes que sean nuestras creencias y valores morales -en sí, un subproducto de los tiempos, la costumbre y la cultura- que esos seres queridos tienen también derecho a vivir en paz y a buscar su seguridad, a vivir con alegría y a ser felices.

En lo que podría coincidir es en que debería buscarse un término diferente. Soy del parecer que ‘matrimonio’ no es la palabra adecuada. Quizá ‘unión civil’. En fin… como dije al principio: uno debe aprender que no siempre tiene todas las respuestas y, sobre todo, que no siempre tiene ni la mejor, ni la última palabra.

Jeddah, 6 de junio de 2013
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05 junio 2013

Elogio de la vejez *

* Extracto de: “Elogio de la vejez”, por Hermann Hesse. iBooks.
Tomado de los capítulos “Hoja de apuntes” y “Lluvia de otoño”.

“El pathos (ver nota**) es una cosa hermosa, y para los jóvenes a menudo representa algo maravilloso. Para la gente mayor es más apropiado el humor, la sonrisa, el no tomar las cosas muy en serio, la transformación del mundo en una imagen y el considerar las cosas cual fugaces juegos de nubes al atardecer.

Envejecer no es simplemente un desmontar y marchitarse. Como cualquier estadio de la vida tiene sus propios valores, su propio encanto, su propia sabiduría, su propia tristeza y, en tiempos de una cultura un tanto floreciente, se ha demostrado con razón una cierta veneración a la ancianidad, veneración que hoy reclama la juventud. No queremos sentirnos ofendidos por las exigencias de la juventud; pero tampoco queremos dejarnos engañar con que la ancianidad no tiene valor alguno.

Envejecer es en sí un proceso natural y un hombre de sesenta y cinco o setenta y cinco años, si no pretende ser joven, está perfectamente sano y es tan normal como otro de treinta o de cincuenta. Pero por desgracia no siempre se está de acuerdo con la propia edad, a menudo nos apresuramos internamente y con mayor frecuencia aún nos quedamos atrás… y entonces la conciencia y el sentimiento de la vida están menos maduros que el cuerpo, y nos defendemos contra sus manifestaciones naturales mientras le exigimos algo que de por sí no puede prestar.

La madurez siempre rejuvenece. También a mí me ocurre, aunque eso quiere decir poco, porque en el fondo he conservado siempre el sentimiento vital de mis años adolescentes; y mi llegada a la edad adulta y mi envejecimiento siempre los he percibido como una especie de comedia.

Quien ha llegado a viejo y presta atención al dato puede observar cómo, pese al debilitamiento de las fuerzas y facultades, hay una vida tardía que cada año hasta el final ensancha y multiplica la red infinita de sus relaciones y enlaces, y cómo, mientras la memoria se mantiene despierta, nada se ha perdido de todo lo transitorio y pasado.”

“La vejez tiene muchos achaques, pero tiene también sus ventajas. Una de ellas es la capa protectora de olvido, de cansancio, de afecto, que se interpone entre nosotros y nuestros problemas y sufrimientos. Puede ser desidia, anquilosamiento, odiosa indiferencia; mas, vista con otra luz, puede significar también serenidad, paciencia, humor, alta sabiduría”.

“La necesidad de la juventud es la de poder tomarse a sí misma en serio. La necesidad de la vejez es poder sacrificarse a sí misma, porque por encima de ella hay algo que toma en serio. No me gusta formular dogmas de fe, pero creo realmente que entre esos dos polos tiene que discurrir y contar una vida espiritual. Porque el cometido, el anhelo y el deber de la juventud es llegar a ser, mientras que el cometido del hombre maduro es deshacerse o, como dijeron antaño los místicos alemanes, ‘dejar de ser’.”

Nota**: “Pathos” es un sustantivo que, de acuerdo a mi traducción del diccionario británico Merriam - Webster, se refiere a: “un elemento en la experiencia o en la representación artística que evoca piedad o compasión”; o, a “un sentimiento de simpatía” -sympathetic pity- (creo que se refiere aquí a la solidaridad). Dice que “su origen es griego; quiere decir sufrimiento, experiencia, emoción. Viene de ‘pathein’, experimentar, sufrir”. (Querría decir lo mismo que “sufrir con el otro”).

Jeddah, 4 de junio de 2013
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03 junio 2013

Minaretes y más minaretes!

Poca gente sabe o, más bien, reconoce cuánto les debemos a los sumerios, aquel pueblo que hace casi diez mil años se asentó en una tierra que se ha dado en llamar “la Medialuna Fértil”, enclave situado entre los ríos Tigris y Éufrates, y que es mejor conocida por su nombre griego: Mesopotamia. Ellos descubrieron los primordiales principios de la agricultura y del pastoreo; fundaron las primeras ciudades, por lo que pudiera decirse que inventaron la civilización. Ellos también habrían inventado la escritura (no el alfabeto, este fue inventado por un pueblo fenicio, los cananeos, hace ya casi tres milenios y medio); por lo tanto, bien puede decirse que fueron ellos quienes inventaron la historia.

Es probable que hayan sido los sumerios, que como queda dicho fundaron las primeras ciudades, los que habrían surgido con ciertas ideas novedosas como la de tener unos líderes a los que convirtieron en reyes. Y fueron estos, conscientes ya de sus privilegios e importancia, los que se vieron en la necesidad de venerar y oficializar a unos dioses; crear un cuerpo sacerdotal; construir unos templos; y propiciar unos ritos y la emisión de un código de normas con carácter abstruso, subrepticio y sagrado; que no otra cosa es lo que los hombres hemos dado en llamar “religión”.

Fue esa gente, perteneciente a lo que hoy llamamos Medio -o Cercano- Oriente, la que ya se preocupó de la astronomía y de las matemáticas, que inventó el carro con ruedas, y que nos legó el calendario. A ellos debemos el año de doce meses, el día de veinticuatro horas, la hora de sesenta minutos y el minuto de sesenta segundos; en suma, el sistema sexagesimal. De ellos hemos heredado también un concepto que se ha convertido en universal: la semana de siete días.

Fue en esta tierra donde, pasado el tiempo, florecieron otras civilizaciones -como los acadios, los babilonios o los asirios-, donde probablemente por motivos de orden religioso, los hombres construyeron las primeras torres, precursoras de nuestros campanarios y de los musulmanes minaretes, que ellos construyeron con el extraño nombre de “zigurats”. Todo parece indicar que la historia bíblica de la torre de Babel no es sino la de un altísimo edificio que se erigió en la antigua Babilonia (su nombre griego; traducido de Babel, el nombre hebreo).

Dicen los historiadores que los zigurats fueron muy anteriores a las pirámides de Egipto. Por lástima, no han resistido incólumes al paso del tiempo debido a una falencia de su ingeniería: no estuvieron construidos como las pirámides, con granito, sino con lo único que estuvo disponible: barro y ladrillo (que no es más que barro cocido). Por eso es que los formidables zigurats desaparecieron, con el paso del tiempo, debido a las inundaciones posteriores. Aunque, no del todo…

Esas torres que quieren acercarse al cielo persisten todavía en el mundo islámico en la forma de aquellas conspicuas agujas que custodian sus mezquitas: son los ubicuos e incontables minaretes. Su hermoso nombre es una voz turca que probablemente nos ha llegado al castellano por vía del francés. En el Magreb las mezquitas sólo disponen de un minarete, aunque en el mundo árabe lo usual es que siempre estén adornadas por dos. Un caso especial es el de la Mezquita Sagrada de La Meca que exhibe seis. En Estambul, la llamada Mezquita Azul ostenta igual número -seis-, aunque a la famosa iglesia bizantina de la Sagrada Sabiduría (o Hagia Sophia), los otomanos le añadieron cuatro cuando la convirtieron en mezquita...

Yo, mientras tanto, estoy de vuelta a este país -Arabia Saudí-, donde abundan las mezquitas y, por lo mismo, esas torres que son utilizadas para llamar a los fieles a la oración: los omnipresentes alminares o minaretes. Equivalen a lo mismo que nuestros campanarios. Uno se pregunta por qué es que existen tantas y tantas mezquitas en Arabia, sobre todo si, a la hora de ponerse a rezar, los musulmanes lo hacen en cualquier parte, en la vereda del centro comercial o en la entrada al supermercado… Creo que no exagero si comento que hay una mezquita por cada cuatro manzanas. Casi como en el centro de Quito, donde no es difícil encontrar hasta tres iglesias “compitiendo” en una misma cuadra…

Jeddah, 3 de junio de 2013
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