31 diciembre 2014

De viudas y travestis

De niño, nunca me gustaron los payasos; aunque no aquellos de circo, que fueron diferentes, sino aquellos otros, los callejeros, esos personajes que incordiaban a los menores  y que se presentaban armados de un chorizo embutido de aserrín o de retazos. Esos eran arteros y aleves personajes, cuya gestión estaba a medio camino entre la crueldad y la travesura. A uno de ellos alguna vez se le fue la mano en el ejercicio de sus bromas y, como su diversión incursionó en un campo que estaba cercado por los linderos del respeto, mi padre salió furioso a buscar al abusivo mozalbete que de alguacil pasó a convertirse en bufón alguacilado, pues nada hay más cierto que aquello de que “donde las dan, las toman”…

Los fantoches abundaban antes en la temporada de fin de año. Era cuando ellos asomaban; y entonces hacían su agosto (aunque en pleno diciembre) los lugares de expendio de caretas y disfraces, o los múltiples negocios donde se alquilaban esas prendas y artículos de fantasía. Pero era, precisamente, en el más postrero de los días del año, cuando la costumbre de la quema de los llamados años viejos -tradición que se ha venido a censurar con el tiempo- invitaba a un considerable contingente de personas, y de preferencia varones, a disfrazarse con atuendos de procedencia doméstica, y de un carácter luctuoso y casi siempre femenino. Eran aquellas viudas plañideras las que lloraban la inminente defunción del año y que mendigaban cualquier centavo que sobrara en las faltriqueras de los ingenuos.

No se puede negar que algo de mercantil había en los arrestos luctuosos de aquellas viudas de ocasión. Pero lo que siempre me produjo una cierta cuota de curiosidad era esa morbosa tendencia de algunos individuos a buscar una indumentaria que no estuviera exenta de túrgidos promontorios anatómicos y de atrevidos escotes sugestivos. Con tales vestiduras, parecía que las viudas perdían la naturaleza melancólica de su apariencia y pasaban más bien a convertirse en rameras mal presentadas portadoras de provocativo designio.

En esos lejanos años de mi nunca olvidada niñez, quienes optaban por aquel magro ajuar fueron casi siempre los muchachos de edad temprana. Poco a poco, sin embargo, con el paulatino cambio que experimentó la tradición, los niños fueron cediendo su lugar a los muchachos de mayor edad, y luego estos a los jóvenes de universitario estamento. El traje luctuoso, más tarde, fue cediendo paso a una indumentaria tropical y multicolor, claro testimonio de que la vieja costumbre de vestir duelo como signo de congoja había ido desapareciendo; y a esta vestimenta de colorido jaez se fueron añadiendo contradictorios elementos que podían definir el atavío de una prostituta de ocasión y precio disminuido.

En pocas palabras, la vieja tradición de los infantes disfrazados de luctuosa plañidera fue dando margen al de los multicolores, desenfadados e impúdicos travestis. Hoy la costumbre se manifiesta sólo en la última tarde y noche del año que está por fenecer, pero lo hace con imagen grosera y torpe, ahíta de un aire ramplón que no genera tradición, que se arrima en el agreste y áspero terreno de la ordinariez y la chabacanería. Es una pena reconocerlo, pero trocamos la gracia de una centenaria tradición por la prosaica manifestación de una vestimenta –y quién sabe si también, de una sexualidad- de estofa y condición indefinidas.

En nuestro días hay una distinta postura frente a las tendencias sexuales que son atípicas. En cierta manera, el abuso de retratar a una minoría con la inclinación de vestir prendas del sexo contrario, no hace sino provocar un sentimiento de escarnio e incita a una burla frente a quienes expresan sus distintas preferencias.

Share/Bookmark

28 diciembre 2014

Una postal de Cambodia

Había nacido en Kampuchea como Saloth Sar, aunque nadie afuera de su país de origen habría de recordarlo nunca por ese nombre. Tenía, el líder, una dentadura regular que dominaba su sonrisa; algo en la inquietud de sus ojos, sumado a sus pómulos pronunciados, le daban a su apostura un carácter enigmático. De joven,  había ganado una beca para ir a estudiar electrónica en Francia; allí se habría contagiado del comunismo europeo y habría gastado sus noches como bohemio en la Ciudad de las Luces. Sus amigos le recordarían más tarde como un inquieto joven a quien le gustaba discutir de política en su apartamento del Latin Quarter.

Hijo de un cultivador arrocero, el futuro revolucionario habría fallado varios intentos para aprobar sus estudios, obligado así a retornar a Cambodia -en ese entonces una colonia francesa- el mismo año de su independencia. Más tarde, cuando llegó al poder formando parte del “Khmer Rouge”, adoptaría el nombre de guerra de Pol Pot, probablemente una contracción de la expresión francesa “Politique Potencielle”, y se empeñaría en instaurar una forma de socialismo agrario que cobraría la vida de cerca de dos millones de sus conciudadanos.

A Saloth Sar le tomó algo más de veinte años llegar a la cima del poder y desde los inicios de su gobierno totalitario procuró desarraigar a las clases pudientes de su condición urbana y les movilizó con toda suerte de estratagemas al campo con la intención de triplicar la producción de arroz, con el propósito de lograr una economía agraria autosuficiente. En ese empeño, trató de prescindir de todo tipo de asistencia comercial foránea y emprendió en una política exterior caracterizada por la xenofobia. Odiaba todo lo que pudiera parecer extranjero.

Fruto de esa enfermiza actitud, fue la expulsión de los restauradores franceses de uno de los monumentos más importantes que existen en el mundo, el templo de Angkor Wat, cerca de Siem Reap. Angkor es realmente una gran ciudadela, un conjunto de edificaciones construidas hace casi un milenio para rendir homenaje a Vishnu, el dios hindú ordenador del universo. Siglos más tarde Angkor pasaría a convertirse en un templo budista; y luego, el descuido iría propiciando un raro paisaje fantasmal, pues la naturaleza se iría montando a horcajadas sobre las paredes y esos interminables bajo relieves que abundan en temas mitológicos.

Angkor es reputado como el templo más grande que existe en el mundo. Hace algo más de cuatro siglos esta extraordinaria estructura fue abandonada en manos de la negligencia. El daño no ha sido tan grave, no obstante, pues la selva no ha devorado su entorno, gracias a la existencia de un foso que lo circunda. Otra ventaja que habría permitido su formidable conservación es la ausencia de viviendas y otros tipos de estructuras; esto en parte se debe al concepto que caracteriza a los templos de Oriente, que son un lugar donde se puede ir “a estar” y sentir, en un espacio abierto, la presencia tutelar y benefactora de los dioses.

Existen teorías de que Angkor Wat habría sido construido inicialmente como un mausoleo, es decir con un propósito funerario, como es el caso de esa otra joya de la arquitectura que es el Taj Mahal, cerca de Agra en la India. De ser cierto, este ingente esfuerzo estaría considerado como el mayor derroche de energía del que el hombre ha sido capaz con la sola intención de enterrar un cadáver.

Angkor destaca por su proporción y magnífica armonía; es la primera expresión arquitectónica de este tipo donde se utilizaron piedras que probablemente fueron transportadas por más de treinta kilómetros, las mismas  que se acoplaron usando una variedad de cal y resinas naturales. De todos modos, la mano de obra involucrada en extraer, transportar desde las canteras, tallar y colocar aquellas rocas constituye uno de los arrestos más significativos que se han dado en la historia de las construcciones en que se ha empeñado el hombre.

Share/Bookmark

De Nicolás a Santa y Papá Noel *

* Tomado de "La palabra del día" de Ricardo Soca

El viejecito de ropas rojas y barba blanca que vemos en vísperas de Navidad en los shoppings de todo el mundo se ha convertido en ícono cultural de la sociedad de consumo del tercer milenio. El sonriente personaje, que encanta a los niños, fue forjado a lo largo de los últimos diecisiete siglos, basado en la historia de un obispo que vivió en el siglo IV.

La ciudad de Mira, en el antiguo reino de Licia, actual territorio de Turquía, tuvo un prelado llamado Nicolás, célebre por la generosidad que mostró con los niños y con los pobres, y que fue perseguido y encarcelado por el emperador Diocleciano. Con la llegada de Constantino al trono de Bizancio —ciudad que con él se llamó Constantinopla—, Nicolás quedó en libertad y pudo participar en el Concilio de Nicea (325).

A su muerte fue canonizado por la Iglesia católica con el nombre de san Nicolás. Surgieron entonces innúmeras leyendas sobre milagros realizados por el santo en beneficio de los pobres y de los desamparados. Durante los primeros siglos después de su muerte, san Nicolás se tornó patrono de Rusia y de Grecia, así como de incontables sociedades benéficas y, también, de los niños, de las jóvenes solteras, de los marineros, de los mercaderes y de los prestamistas. Ya desde el siglo VI, se habían venido erigiendo numerosas iglesias dedicadas al santo, pero esta tendencia quedó interrumpida con la Reforma, cuando el culto a san Nicolás desapareció de toda la Europa protestante, excepto de Holanda, donde se lo llamaba Sinterklaas (una forma de san Nicolás en neerlandés). En ese país, la leyenda de Sinterklaas se fusionó con antiguas historias nórdicas sobre un mítico mago que andaba en un trineo tirado por renos, que premiaba con regalos a los niños buenos y castigaba a los que se portaban mal.

En el siglo XI, mercaderes italianos que pasaban por Mira robaron reliquias de san Nicolás y las llevaron a Bari, con lo que esa ciudad italiana, donde el santo nunca había puesto los pies, se convirtió en centro de devoción y peregrinaje, al punto de que hoy el santo es conocido como san Nicolás de Bari, un lugar que él nunca conoció.

En el siglo XVII, emigrantes holandeses llevaron la tradición de Sinterklaas a los Estados Unidos, cuyos habitantes anglófonos adaptaron el nombre a Santa Claus, más fácil de pronunciar para ellos, y crearon una nueva leyenda, que acabó de cristalizar en el siglo XIX, sobre un anciano alegre y bonachón que en Navidad recorre el mundo en su trineo, distribuyendo regalos.

Hasta los primeros años del siglo XX, Santa Claus era representado como un hombre muy alto y delgado, con una imagen que inspiraba temor. La campaña publicitaria que lanzó la Coca-Cola en 1921 lo convirtió en un hombre regordete, sonriente y de rostro sonrosado, que vestía las ropas con que lo conocemos, del color rojo que caracteriza la propaganda de esa compañía. De esa forma, Santa Claus se convirtió rápidamente, en los Estados Unidos, en símbolo de la Navidad, en estímulo de las fantasías infantiles y, sobre todo, en ícono del comercio de regalos navideños, que anualmente moviliza miles de millones de dólares.

Esta tradición no demoró en cruzar nuevamente el Atlántico, ahora remozada, y en extenderse por varios países europeos, en algunos de los cuales Santa Claus cambió de nombre. En el Reino Unido se le llamó Father Christmas (papá Navidad); en Francia fue traducido a Père Noël (con el mismo significado), nombre del cual los españoles tradujeron solo la mitad, para adoptar Papá Noel, que se extendió rápidamente a América Latina.

Share/Bookmark

25 diciembre 2014

El caso de los maníes

Decir en inglés que algo vale o representa “peanuts” (maníes) quiere decir que ese algo vale poco o que no tiene importancia. Hay inclusive un aforismo popular en ese idioma sajón que enuncia “pague maníes y conseguirá monos”, haciendo referencia a la mano de obra no especializada o poco calificada que se puede obtener si no se hace un esfuerzo por ofrecer salarios más atractivos. Y nuestro propio idioma hace referencia al supuesto valor exiguo de lo que al sur del río Grande se denominan “cacahuates”, cuando decimos de algo “me vale un maní”.

Pero el caso que voy a comentar no tiene un carácter baladí, ni reviste escasa importancia; se refiere a lo que ha sucedido en una aerolínea para la que este humilde marqués solía trabajar hace un par de décadas y todo por un puñado de maníes. Quién no ha comido unos granos de maní. Pocos, sin embargo, conocen que esas pepitas de color dorado, que devoramos en forma casi involuntaria y bastante adictiva, vienen dentro de una cascarita “coriácea”, según el diccionario, que tiene dentro “según la variedad, dos a cuatro semillas blancas y oleaginosas, comestibles después de tostadas”. Esto lo aprendí en el famoso hotel Raffles de Singapur, en cuyo Long Bar proporcionan generosas cantidades de este fruto, cuyas cortezas los visitantes son cordialmente invitados a arrojarlas en el piso.

El asunto es que el episodio de marras sucedió en un avión de la Korean Air que se disponía a despegar desde el aeropuerto Kennedy de Nueva York con destino al de Incheón, vecino a Seúl, en la capital de Corea del Sur. Y como digo, “todo por un maní”. Sucede que el alboroto se armó porque uno de los auxiliares de vuelo, lo que llamamos comisarios de a bordo o azafatas, no sirvió estas controvertidas semillas a una pasajera de primera clase, nada menos que a la vicepresidente de la propia empresa, de la forma tradicional y civilizada; es decir, contenidas en un pozuelo o en un adminículo de loza como demandan los cánones de la etiqueta y del buen servicio. Por el contrario, el insolente encargado osó presentar dichos granos, a la disgustada ejecutiva, encerrados en una vulgar funda plástica.

En efecto, enfurecida por la afrenta, la agraviada funcionaria, solicitó al comandante que suspendiera el carreteo previo al despegue y que retornara a la puerta de embarque, con el ánimo de dejar en tierra al impertinente comisario, con lo que, más tarde, las instancias administrativas de la empresa consideraban su cesación laboral, lo que hoy se conoce con el eufemismo de “desvinculación”. Como se verá, el protocolo que utilizó el auxiliar de cabina era el correcto; lo malo fue que cuando tuvo que explicar el motivo por el que no estaba supuesto a ofrecer el servicio como era demandado, no supo dar una adecuada explicación.

Esto es justamente lo que está sucediendo en el mundo, que la gente aprende los procedimientos y más protocolos, pero no se da la molestia de averiguar o de aprender cuál es su razonamiento o explicación. Idéntica situación nos sucede muchas veces a los pilotos, cuando efectuamos una “lista de chequeo”, que en algunos casos las cumplimos como loros, sin meditar en cada ítem individual en el porqué, en el motivo, en el razonamiento o la correcta disquisición. Lo mismo está ocurriendo con los procesos de capacitación y entrenamiento. Se menciona el qué y el cómo; pero, no se otorga el preámbulo del porqué, de la razón.

Estoy seguro que todo el guirigay que se ha montado, juicios y renuncias aparte, y la exposición que ha tenido el ridículo caso frente a la opinión pública coreana, e inclusive frente al escrutinio internacional, bien pudo haberse ahorrado. Esto si, de la misma forma cortés con que el comisario había atendido el presuroso pedido, hubiera también respondido a la solicitud de la pasajera con una corta explicación: aquella de que “por razones de seguridad” no le estaba permitido ofrecer ningún tipo de alimento en recipientes que, por su naturaleza, pudieran lastimar a los propios pasajeros durante las maniobras de despegue o aterrizaje.

Share/Bookmark

08 diciembre 2014

De hábitos y concordancias

Ciertas circunstancias, relacionadas con una nueva actividad, me han alejado temporalmente de la atención que he venido asignando a este blog (no estoy muy seguro si ese término que hoy se utiliza en las redes sociales, ese de "muro", es el que se aplica para esta suerte de periódico mural personal, que eso y no otra cosa es un blog). En esto, soy un poco lo que uno de mis buenos amigos expresa cuando a él se le encarga una actividad en la gestión pública: "yo que soy por lo general descuidado e irresponsable en mis asuntos privados -confiesa-, soy en exceso escrupuloso, prolijo y responsable para los asuntos públicos".

Esto del blog es algo más que un artilugio para dar rienda suelta a la pasión por escribir y al afán de expresar unas ideas y pensamientos. Cuando el que escribe percibe una respuesta de sus lectores, aquello se convierte en una suerte de compromiso. Entonces deja de ser sólo un recurso para satisfacer un deseo de confesión, en un mero desahogo, o en un interés por expresar sus deseos, sus temores y sus aspiraciones íntimas; ello se convierte en una responsabilidad que ya no sólo pertenece a quien escribe: pasa a ser propiedad de quienes consultan la opinión de otro, si no para enriquecer sus puntos de vista, para hallar una referencia que refuerce o contradiga, que oriente o aclare su propia posición.

En lo que no he transigido, a pesar de las restricciones en mi tiempo libre, es en aquella costumbre, con probables visos de obsesión, que para mí, desde siempre, fue la de la lectura. Ayer nomás, cuando ponía en orden los libros y textos de mi querida biblioteca, reconocía que tengo la suerte y el privilegio de haber leído buena parte de lo que esos estantes exhiben. En este sentido, todavía utilizo mis libros para mis ocasionales consultas, pues no he sucumbido a la avalancha de lo digital. Ya no compro libros impresos con la asiduidad con que lo hacía antes; y no precisamente por razones económicas, ahora utilizo el recurso digital más bien por comodidad.

Con el tiempo me fui convirtiendo en un madrugador (quizá debería decir que devine en un "desvelado"). Ha sido este un proceso gradual: poco a poco fui advirtiendo que iba reduciendo mis horas de sueño, y que en forma paulatina se me iban haciendo más largas e inevitables (aunque nunca tediosas) mis prolongadas horas de vigilia. El problema no es que mis horas de sueño se hayan vuelto cortas; sino que acudo al llamado de Morfeo demasiado temprano cada noche. De resultas, acabo por "recordarme", como decía la abuela, a una hora aún signada por la oscuridad y el silencio. Tal es mi personal "rosario de la aurora".

Y mis lecturas empiezan en esa temprana cláusula matutina. Es el crepúsculo el primer testigo de mis madrugadores escarceos periodísticos y cibernéticos. Es ineludible, entonces, echar una ojeada a lo que pasa en el país y en el mundo, y es cuando asigno importancia a la lectura de los principales artículos de opinión. A veces encuentro poca atención a la correcta puntuación; y no sé si los escritores se han hecho hoy menos prolijos o se cometen lamentables errores de edición, pero voy descubriendo -cada vez con mayor frecuencia- errores de concordancia que podrían corregirse con una simple revisión. Aquí van dos sencillos ejemplos (ambos encontrados en la página editorial de un mismo medio, el día de hoy):

* "Si bien parte de este beneficio puede ir a los gobiernos debido a la manera como funcionan los impuestos sobre el petróleo en algunos países (especialmente en Europa) el efecto global general será la de un impulso en el consumo y bajos costos de producción en países que han estado luchando para superar el malestar prolongado en crecimiento y el empleo". Aquí se me ocurre que la frase es en exceso larga y sobresale ese poco elegante "la de un impulso", por "el de un impulso"; pues, se está hablando de "el efecto": género masculino…

* Otro más: "En este punto del desarrollo de la humanidad se hace más que nunca forzoso ir a situaciones de Estado mínimo, en los cuales la prioridad sea proteger a los ciudadanos de sus gobiernos". Nuevamente, otra muestra de concordancia desprolija, aquí se habla de "las situaciones"; por lo tanto, lo adecuado debió haber sido escribir "en las cuales". Otro descuidado gazapo!

Share/Bookmark

23 noviembre 2014

Dudas e incertidumbres

No sé por qué, pero siempre tuve dudas con la conjugación del verbo "haber". Nunca entendí por qué era incorrecto decir "hubieron casos", pero correcto decir "existieron casos", por ejemplo. Quizá mi renuencia, y probable testarudez, se haya debido, más que a un uso incorrecto de las reglas de la concordancia, al convencimiento del significado similar que tenían los verbos haber y existir. Tal vez, tampoco caí en cuenta -o no me di la molestia de considerar- que muchas veces haber es impersonal y que, por lo mismo, carece de sujeto. Por lo tanto, sólo debe usarse en la tercera persona del singular: hubo bullas, hubo tormentas. 
El diccionario en línea de la Real Academia tiene herramientas para consultar estas incómodas incertidumbres. Aquí transcribo su autorizada información, la misma que bien puede servirnos a quienes hacemos de la costumbre de escribir una forma de entretenimiento, un oficio o una necesidad. Lo siguiente se refiere a la conjugación del verbo "haber", que fuera en el pasado fuente recurrente de mi personal confusión. Sigue un extracto que puede sernos de enorme utilidad:
* "Hubieron":

La forma verbal hubieron es la que corresponde a la tercera persona del plural del pretérito perfecto simple o pretérito de indicativo del verbo haber: hube, hubiste, hubo, hubimos, hubisteis, hubieron.
- Uso correcto:
Esta forma verbal se emplea, correctamente, en el caso siguiente:
Para formar, seguida del participio del verbo que se está conjugando, la tercera persona del plural del tiempo compuesto denominado pretérito anterior: hubieron terminado, hubieron comido, hubieron salido. Este tiempo indica que la acción denotada por el verbo ha ocurrido en un momento inmediatamente anterior al de otra acción sucedida también en el pasado: Cuando todos hubieron terminado, se marcharon a sus casas; Apenas hubieron traspasado el umbral, la puerta se cerró de golpe. En el uso actual, este tiempo verbal aparece siempre precedido de nexos como cuando, tan pronto como, una vez que, después (de) que, hasta que, luego que, así que, no bien, apenas. Prácticamente no se emplea en la lengua oral y es hoy raro también en la escrita, pues en su lugar suele usarse, bien el pretérito perfecto simple o pretérito de indicativo (Cuando todos terminaron, se marcharon a sus casas), o bien el pretérito pluscuamperfecto (Apenas habían traspasado el umbral, la puerta se cerró de golpe).
- Uso incorrecto:

No se considera correcto el uso de la forma hubieron cuando el verbo haber se emplea para denotar la presencia o existencia de personas o cosas, pues con este valor haber es impersonal y, como tal, carece de sujeto (el elemento nominal que aparece junto al verbo es el complemento directo) y se usa solo en tercera persona del singular. Son, pues, incorrectas oraciones como: Hubieron muchos voluntarios para realizar esa misión; o No hubieron problemas para entrar al concierto; debe decirse: Hubo muchos voluntarios para realizar esa misión; o No hubo problemas para entrar al concierto. 
* “Había muchas personas, ha habido quejas, hubo problemas”:
Cuando el verbo haber se emplea para denotar la mera presencia o existencia de personas o cosas, funciona como impersonal y, por lo tanto, se usa solamente en tercera persona del singular (que en el presente de indicativo adopta la forma especial hay: Hay muchos niños en el parque. En estos casos, el elemento nominal que acompaña al verbo no es el sujeto (los verbos impersonales carecen de sujeto), sino el complemento directo. En consecuencia, es erróneo poner el verbo en plural cuando el elemento nominal se refiere a varias personas o cosas, ya que la concordancia del verbo la determina el sujeto, nunca el complemento directo. Así, oraciones como: Habían muchas personas en la sala, Han habido algunas quejas o Hubieron problemas para entrar al concierto son incorrectas; debe decirse: Había muchas personas en la sala, Ha habido algunas quejas, Hubo problemas para entrar al concierto.

Share/Bookmark

08 noviembre 2014

Un rincón del pasado

Fui a Nueva York -propiamente a Manhattan- en forma regular, aunque siempre fugaz, por cosa de veinte años seguidos (de 1976 a 1997). Luego habría de visitar la metrópoli en forma menos frecuente. Si hubo un tiempo en que visitaba la urbe más de una vez por semana, después de 1997 -mientras trabajé con diversas aerolíneas asiáticas- mis periplos a Nueva York se fueron haciendo menos repetidos y creo que bastante más esporádicos. Sospecho que sólo alrededor de uno por trimestre.

El rincón más familiar, en los primeros años de mis apresurados y abreviados viajes, fue el entorno del afamado hotel Roosevelt, ubicado en la calle 45, entre Madison y Vanderbilt, a escasos pasos de la estación Grand Central. Sus diminutas recámaras fueron mudos testigos de mis iniciales barruntos y trasiegos. No fue ese el primer hotel en el que me habría de alojar en la Gran Manzana. Recuerdo que por asuntos de renovación del contrato de alojamiento, hubo un tiempo cuando se nos ubicó en un hotel de Jamaica, avecinado al aeropuerto Kennedy. Desde ahí había que tomar un bus “local” para poder conectar con el servicio del tren subterráneo.

Conjeturo que tal vez fue el modo en cómo estaban diseñados los itinerarios de la compañía, el que no facilitó que pudiéramos disfrutar de ciertos aspectos de la vida nocturna neoyorquina, como el teatro de Broadway y toda esa bullente actividad que da tanta luminosidad y colorido a aquellos sectores donde el espíritu artístico se transforma en expresión bohemia y da paso ocasional a un incontenible desenfreno. Nuestros vuelos llegaban muy tarde, y eso cuando operaban a tiempo; además, la mayoría de esos viajes duraban menos de veinticuatro horas y los preparativos para el retorno se producían también a una hora temprana e inconveniente…

El Roosevelt tenía algo de aristocrático, aunque justo es reconocer que había en él una pátina de rancia tradición de principios de siglo, no exenta de un polvillo opaco y mortecino. Resaltaba allí una extraña mezcla de solemnidad y de nostalgia. Su gran ventaja era su central ubicación. Nada más salir, nos encontrábamos con almacenes de la tradición y categoría de Brooks Brothers o de un Paul Stuart, lugares que más que marcar la moda, eran un símbolo del buen gusto de los habitantes de la urbe.

El hotel quedaba entonces a corta distancia de la principal estación ferroviaria de la ciudad; pero, al mismo tiempo, se ubicaba a un tiro de piedra de la Quinta Avenida y a pocos minutos de caminata de varias tiendas de departamentos, museos, centros de entretención y de una rica variedad de restaurantes internacionales. Nueva York es una ciudad donde se puede encontrar de todo y para todos, y donde la industria culinaria ha perfeccionado la especialidad de impensables procedencias y donde la preparación de esos deliciosos bocados ha alcanzado cotas muy destacadas.

Hacia poniente de la Quinta Avenida, la calle 45 se convertía en un centro de especialidades electrónicas, preferentemente de expendio de equipos de música. En aquellos sitios, lo único que hacía falta era una mayor disposición de tiempo para poder gozar de los últimos adelantos que prometían las flamantes novedades. Allí descubrimos la revolución que produjo el primer CD, nos impresionamos con un poderoso amplificador o sucumbimos frente a un par de vigorosos y sorprendentes parlantes. Allí aprendimos también de esa extraña sensación en que se convierte la tentación por algo nuevo, esa difícil disyuntiva entre el antojo y el escrúpulo...

Más arriba, en la calle 47, se concentraban las joyerías y los almacenes de fotografía. Los atendían propietarios de procedencia invariable: los “jasidistas” judíos. Vestían estos personajes unos trajes de color oscuro, cuya prenda superior semejaba un largo abrigo; usaban un sombrero magro y portaban una luenga barba. Su rasgo característico eran unos tirabuzones o caireles ensortijados que surgían de sus patillas, las mismas que, por disposición de su secta, nunca estaban en condición de recortarlas. Siempre me extrañó esa anacrónica indumentaria, que les daba una singular apostura, a medio camino entre la tradición y la extravagancia.

Share/Bookmark

06 noviembre 2014

Feriado de finados

Hace pocos años el país vivió una difícil encrucijada política. Una polémica iniciativa de orden fiscal habría de desembocar en una controversia que habría de tener hondas repercusiones en la vida nacional; atendiendo al momento de emisión de la medida y en consideración a que esta favorecía a quienes debía castigar, en lugar de convertirlos en beneficiarios, la intuición popular llamó a dicho episodio con el sugestivo título de "feriado bancario". Hacía así referencia a un periodo de asueto y también a un acto de prodigalidad y derroche en aquella disposición gubernamental.

De modo similar, y aprovechando el pasado feriado de finados, ha sido la Corte Constitucional, la que se ha apresurado a dar carta blanca para que la Asamblea Nacional pueda proceder a refrendar la pretendida aspiración del partido de gobierno, que apunta a la reelección indefinida, mediante la aprobación de una simple enmienda constitucional. Hay algo de atropellado y de perentorio en esta resolución de la Corte; pero hay quizá, también, algo de furtivo y de subrepticio.

Para nadie era un secreto que dicha resolución, más que un ingrediente jurídico tenía un claro tinte político; pero tal disposición se aleja de un sentido de integridad y delicadeza cuando sus actores optan por dar la razón al mismo grupo político que los había designado para que ejercieran sus altas responsabilidades. Resulta, por lo mismo, imposible no recordar una frase de Plutarco que nos advertía que así como hay una sola palabra para designar la virtud y la valentía, el coraje; así mismo, tal coraje, sin asomo de virtud, sólo nos precipita en el cinismo y en la desvergüenza.

Se me ocurre que este es un momento crucial para la vida política de nuestro país; es un momento de definiciones, no sólo en la acepción de optar por derroteros, sino en el sentido de darle un significado a lo que queremos que sea nuestra democracia. Como siempre entendí, esta es una forma de gobierno que supone una permanente oportunidad para dar tribuna a todos los actores y para tolerar todas sus ideas, por opuestas, descabelladas y contradictorias que pudieran parecernos. Sin oportunidad para que las minorías se expresen, la democracia no existe; sólo se convierte en una ficción, en una burda parodia de lo que debería ser la participación política.

Empero, aunque se nos antoje espuria la comentada medida, o tan sólo inadecuada, ella es también un recurso político. Es decir, aunque a muchos observadores independientes nos parezca que carece de la debida legitimidad, la misma surge como una herramienta de un grupo que está persuadido, tal vez honestamente, que su visión es justamente la que debe protegerse, porque sus proyectos, iniciativas y decisiones son los únicos que darían los ansiados resultados sociales; todo lo demás, para ellos, significaría estancamiento y retroceso; en su enfoque, el fracaso del país.

Esta postura se expresa, desde luego, como una posición extrema; y justamente revela su principal debilidad o deficiencia: ella parte de una visión sesgada que nada tiene de democrática y menos de pluralista. Y aún va mucho más allá: proclama que discrepar y cuestionarla equivaldría a un propósito desestabilizador, que pondría en riesgo -paradójicamente- lo que ellos entienden por armonía y estabilidad políticas. La guinda en el pastel la ha puesto el propio presidente -quien promueve y avala dicha medida-, que en una frase de escaso acierto y felicidad habría mencionado, palabras más palabras menos, que "la enmienda no hace a nadie autoridad, son los votos los que crean un alcalde o un presidente sin restricciones, esto es democracia sin límites"(?)... Sin duda una visión confusa, no exenta de cierto absolutismo.

Un cambio amañado de las reglas del juego democrático no es saludable para fortalecer las instituciones en las que se debe sustentar nuestra organización política. El insistir en ese capricho, en mi opinión, sólo hace daño al propio partido de gobierno, al fortalecimiento de nuestra democracia, a un sentido de comunidad que hoy más que nunca nos debemos empeñar en enriquecer; ello nos desune como país y no propende a robustecer un necesario espíritu de madurez y de tolerancia.

Share/Bookmark

31 octubre 2014

La vida a cuadritos

De repente, aunque sea sólo de repente, tengo la impresión que estas que yo llamo "mis reflexiones", y que no son sino testimonio de mis frustraciones y de mi inveterada inconformidad, no siempre caen en saco roto. Sospecho que algún trasgo diminuto e impenitente, escondido bajo el desordenado escritorio de algún funcionario municipal, hinca con afilado lápiz la pálida canilla -y la cómoda desidia- de algún mal dormido burócrata y, con esa su voz trasnochada y meliflua, le conmina e invita a que alguna vez, sólo alguna vez, me haga caso...

Eso es lo que tiene que haber pasado, cuando las instancias responsables han emprendido en la iniciativa de crear una zona de obligatoria movilización en muchas de las más congestionadas bocacalles capitalinas. Dicha zona, en la teoría y en la intención, evita que los vehículos invadan la intersección a menos que el semáforo se encuentre en verde y que, además, exista espacio -después del mismo- para que el vehículo en referencia pudiera continuar movilizándose. Dicho en pocas palabras, representa un espacio en donde los automotores no están en condición de detenerse: estos sólo pueden transitar o movilizarse.

Dicho espacio, ha sido conspicuamente marcado con una cuadrícula que, para el efecto, ha sido pintada en el pavimento de aquellas encrucijadas. La medida emula una iniciativa que ya se aplica en las principales y más modernas ciudades del mundo; sin embargo, a mi juicio, aquí adolece de dos limitaciones o defectos importantes: el primero es que tales zonas han sido dibujadas en espacios que ya disponen de control policial, o ya están adecuada y suficientemente controladas (casi pudiera decirse que han sido instaladas justamente donde no son requeridas); y, segundo, su implementación se ha producido sin que exista ninguna campaña de educación vial. Mucha gente no sabe aún cuál es la utilidad, para qué sirven, ni cuál es el objeto de que hayan pintado aquellas cuadrículas.

Es urgente, por lo mismo, que el Cabildo emprenda en una efectiva campaña de promoción para dar a conocer a la ciudadanía, y a los conductores en particular, la finalidad de la medida. Resulta, por ahora, insólito que las zonas estén debidamente marcadas y delimitadas y todavía no se consiga el efecto anhelado porque la gente simplemente no conoce su objetivo… Con una campaña de promoción adecuada, no sólo que se conseguiría el alcance propuesto por la saludable iniciativa, sino que la medida pudiera hacerse extensiva a la mayoría de bocacalles de la urbe, con lo que se establecería una sana costumbre que vendría a dar agilidad y orden al ya caótico y congestionado tránsito de la capital.

Quito es una ciudad que ha crecido de un modo inusitado. Desde los albores del siglo pasado, viene quintuplicando su población cada cincuenta años. Justo es reconocer que este acelerado crecimiento se fue produciendo por una serie de factores coyunturales. En este sentido, debe esperarse que este crecimiento ha de tener un carácter lineal tan sólo por un par de décadas adicionales. En otras palabras, nadie espera que la cifra registrada al dar la vuelta al siglo (1’300.000) se vaya a quintuplicar para cuando la urbe haya llegado al año 2050 (6’000.000).

Hace tan sólo treinta meses una reunión de la CEPAL para población y desarrollo (mediados de 2012) estimaba que la población ecuatoriana habría de duplicarse para el año 2040. Si esta proyección trasladamos a las principales ciudades, no es descabellado pensar que la ciudad ha de contar para entonces con algo más de cuatro millones de habitantes. Estos estimados no pueden ser tan "optimistas" (si un crecimiento caótico y desordenado podemos calificar con este término) debido a que la tasa de crecimiento tiende a ralentizarse por la sencilla razón de que las familias tienen cada vez menos hijos y la natalidad tiende a controlarse.

Otros muy interesantes estudios del INEC anuncian que para el año 2030 estaremos "bajo el umbral de remplazo". "Esto quiere decir -dice el informe- que a partir de ese momento ya no nacerá suficiente gente para remplazar la población actual y poco a poco el proceso de envejecimiento hará que la población empiece a reducirse en tamaño”. Mientras tanto, se va a seguir produciendo un crecimiento demográfico difícil de enfrentar. La vida se nos va a poner cada vez peor. Sin duda, vamos a enfrentar una realidad "a cuadritos"...

Share/Bookmark

29 octubre 2014

El dilema de los árabes

Hay un escritor libanés que quizá no ha alcanzado todavía renombre por estas latitudes. Poco a poco, sin embargo, su extraordinario talento ha ido adquiriendo un reconocimiento cada vez más universal. Se llama Amín Maalouf; reside en Francia, donde se ha exilado luego de la guerra civil que afectó a su país de origen. Su obra tiene la particularidad, y la virtud, de combinar dos visiones a menudo contradictorias: la perspectiva occidental y esa otra que se nos antoja incomprensible y, a veces, impredecible: la mentalidad árabe.

He devorado con fruición, hasta aquí, dos de sus principales obras; aunque no son ni las más famosas ni las más relevantes. Me he entretenido con “El viaje de Baldassare”; y después he disfrutado con un texto histórico fascinante: “Las cruzadas vistas por los árabes”. En este relato, Maalouf hace referencia a los episodios de dos cruciales siglos de nuestra Historia, los mismos que, más que consolidar la hegemonía musulmana, habrían de establecer aquel aislamiento religioso y cultural que todavía persiste entre esas opuestas concepciones.

Si la narrativa contenida en “Las cruzadas” me ha obligado a subrayar tantos sucesos curiosos, y tantos datos y anécdotas de contenido trascendente, ha sido su epílogo el que ha tenido el raro efecto de hacerme meditar, no sólo en ciertos aspectos de la actitud árabe-musulmana, sino especialmente en la probable influencia que esa mentalidad pudo habernos legado, a través de la permanencia árabe en el Al-andaluz -la España que soportó tal influjo hasta el umbral mismo del descubrimiento-, en nuestro enfoque social y en nuestra estructura política.

Así, más importante que relatar las correrías de Saladino o los mutuos recelos que exhiben esas facciones irreconciliables, la obra del libanés tiene el extraño efecto de hacernos meditar en que las cruzadas, lejos de contener el avance del Islam, supo más bien provocar su efecto contrario… Sería con las cruzadas que el centro cultural del mundo habría de desplazarse hacia Occidente. En el criterio del autor libanés, esta traslación sólo fue posible debido a ciertas carencias (“taras” las llama él) que desde siempre aquejaron al pueblo árabe.

Maalouf argumenta que los más importantes héroes y dirigentes musulmanes que protagonizaron las cruzadas siempre fueron turcos, kurdos o armenios, pero que nunca fueron árabes; aquellos se habían asimilado como hombres de Estado, pero es sintomático reconocer que nunca se propusieron hablar en idioma árabe. Dominados y oprimidos, como extraños en su propia tierra, los árabes nunca pudieron consolidar el florecimiento cultural que habían iniciado en el siglo VII.

Pero la mayor carencia que Maalouf descubre es su incapacidad para crear y mantener instituciones estables. Mientras los europeos demostraron pericia en este sentido, los árabes comprobaban cómo toda monarquía quedaba amenazada a la muerte de su soberano y degeneraba en una nueva guerra civil… ¿Habría que culpar de esto a las sucesivas invasiones?, ¿o, tal vez, al origen nómada de sus diferentes pueblos? Lo cierto es que la ausencia de esas instituciones dejó consecuencias lamentables en lo atinente a las libertades. Los europeos, cuyo concepto de justicia tuvo aspectos que los árabes juzgaron de “bárbaro”, eran vistos como una sociedad “distribuidora de derechos” que se caracterizaba por un gran sentido de equidad. En cambio, en el mundo árabe el poder excesivo del príncipe supuso un retraso para el desarrollo comercial y el avance de las ideas.

En distintos campos, los europeos mucho aprendieron de los árabes. A través de ellos recuperaron la herencia de la civilización griega; adaptaron palabras como “cénit, nadir, acimut, álgebra, algoritmo o, sencillamente, cifra”; aprendieron a fabricar papel y a trabajar el cuero, desarrollaron el arte de destilar el alcohol y elaborar el azúcar (estas últimas, palabras árabes). Pero, esas mismas cruzadas, que propiciaron un auge económico y cultural en Europa, provocarían para los árabes siglos de decadencia y oscurantismo. Quizá estos no supieron resolver un primordial dilema: ¿era necesario perder su identidad a efecto de modernizarse, o fue necesario rechazar la modernidad con el afán de no perder esa identidad?

Share/Bookmark

25 octubre 2014

Cuestión de redaños

Me ha escrito mi buen amigo y ocasional lector AP (cualquier parecido con esas sugestivas y excluyentes siglas es pura coincidencia). Me remite, el susodicho personaje, una jocosa como adefesiosa “tesis doctoral”, que intenta ser un cómico “divertimento” alrededor del sustantivo plural “huevos”. Me dice, mi provocador colega, a manera de reto o desafío, que “me apuesta ‘Un Huevo’ (las mayúsculas no son mías y desconozco si su propósito es otorgarle a la expresión un carácter superlativo) a que no me animo a escribir un artículo sobre esto”. Así que, aquí le va… y no me queda sino plantarle cara a tan incitante como jactancioso duelo!

He de empezar por referirme a dicho intento de “ensayo” alrededor de la voz “huevos”: el mismo se explaya frente a un término que en nuestro idioma tiene diversas acepciones, no sólo la relativa a aquel cuerpo redondeado que producen las hembras de las aves y que contiene el germen del embrión, ni tampoco la relacionada con los conocidos atributos masculinos… Empieza tal divertimento haciendo referencia al cambio en el sentido de la frase con tan solo modificar el numeral que acompaña al sustantivo. Así, el hablar de uno solo (como en ‘me costó un huevo’) implicaría una cuestión financiera; dos significaría arrestos o valentía (como cuando se insinúa que alguien tiene ‘un par de huevos’); tres significaría desprecio (como cuando declaramos que algo nos importa tres de aquellos suplementos). De idéntico modo, el uso de la fracción insinuaría dificultad (‘me costó un huevo y la mitad de otro’).

La nota hace caer en cuenta, además, en cómo el verbo acompañante transforma el sentido del sustantivo. Tener sugeriría ánimo o valentía (tiene huevos); cortar implicaría amenaza o riesgo (te corto, o me corto, los huevos). Hinchar, apuntaría a expresar molestia o hastío (me hincha los huevos); rascarse aludiría a vagancia (como en aquello de “estarse rascando los huevos”). El uso del color tendría también la virtud, o el defecto, de alterar el significado; así, la mención del violeta insinuaría frío (me quedaron los huevos morados); el uso de la altura aludiría a una condición de hartazgo (los tengo en el piso); el desgaste señalaría oficio o experiencia (como en ‘los tengo pelados de tanto hacerlo’)… Y así, por ese orden.

Como se puede colegir de la “enjundiosa” información, es claro que hay gente que parece tener tiempo de sobra para importunar con auténticas “huevadas”, voz que en una de las hermanas repúblicas meridionales también se utiliza para referirse a cualquier cosa, asunto o situación. Claro que, en dichas latitudes, no hay frase que no se consiga dar por terminada a menos que se decida escoltarla con el expletivo (y aumentativo) de “huevón”… En esos lugares, un “hueón” no es alguien con los testículos grandes, sino tan solo alguien tan tonto o tan zopenco que sus pesados adminículos lo convierten en flojo o no lo dejan pensar. Pero, así usado, no es precisamente una mala palabra, sino tan sólo una forma coloquial.

El uso del adjetivo es ya tan generalizado que, en algunos lugares, ni siquiera discrimina al sexo femenino (no es infrecuente el uso de “huevona”…). De aquí podemos dar un salto también a la mutación del término en la forma verbal de “huevear” que quiere decir incordiar, molestar y hasta haraganear, y no lo que un término parecido (huevar) implicaría, esto es “poner huevos”. Similar uso sería el del vocablo “ahuevar” o “ahuevarse” que no se refiere al procedimiento de dar limpidez al vino mediante el uso de claras de huevo, sino más bien a la condición de acobardarse para acometer una cierta empresa. En este sentido, sería idéntico a lo que en inglés se conoce como no tener “guts”, es decir entrañas o redaños.

Como se ha de notar, sí he tenido las agallas, o el necesario coraje, como para dedicar unas pocas letras a este poco enjundioso asunto… Me temo que, con esta publicación, alguien va a perder algo más que “un huevo”, y todo por andar en huevadas y creer que el uso de voces de uso general, por impúdicas que estas nos parezcan, no es parte del contenido natural que suelen tener los idiomas. No! Para cosas así, no me tiemblan los redaños (mesenterio o repliegue anatómico localizado en el peritoneo). No, ni siendo tan “hueón”, pu “hueón”!

Share/Bookmark

23 octubre 2014

La semántica de las expectativas

Parecería que el final del apasionante capítulo que ha tenido relación con mis prolongadas incertidumbres está por concluir; o que, por lo menos, ya está a la vuelta de la esquina… Ha sido este último semestre, más que un período caracterizado por una cierta nota de suspenso, uno signado por ese factor tan contradictorio y perjudicial en que a menudo se nos convierte la esperanza. Esto, porque confiados en unos resultados que se auspician como positivos, optamos por dejar pasar el tiempo, por estar “pendientes”, por “no hacer nada”.

Hubiese creído que, satisfecho el protocolo de inactividad profesional que se me había impuesto como consecuencia de una intervención médica, todo hubiese sido cuestión de recuperar los privilegios que derivaban de mi re-certificación aeronáutica. Mas, en la práctica, esto no ha sucedido con la esperada fluidez. En parte, se ha debido a que he tenido que duplicar este proceso con las autoridades médicas europeas; en parte, también, a que sus métodos de comunicación oficial prescinden de los medios modernos; y, finalmente, debido a esas coincidencias de las que nunca están exentas nuestras circunstancias. Al fin y al cabo, como creo que dice Stefan Zweig en su biografía de Américo Vespucio, la vida no es más que un travieso “desbarajuste de casualidades, errores y malentendidos”.

Así, aunque un poco tarde, había preferido “curarme en sano” y había decidido considerar unas pocas opciones -escasas a mis años- que me hubiesen permitido permanecer activo y productivo por unos pocos meses (años?) más. Es curioso como la edad y la experiencia pueden, en determinadas circunstancias, pasar a convertirse más bien en una rémora y en un impedimento. Esta es una etapa cuando pasamos a advertir que nuestras destrezas nos empujan hacia el absurdo e inesperado abismo de “saber demasiado” o de estar “sobre-calificados”…

Entre esas oportunidades -todavía disponibles- hubo una que atrajo mi atención. Se trataba de una opción para gestionar el área administrativa del departamento de aviación de una compañía petrolera. La oferta suscitó enseguida mi interés; probablemente debido a que fue precisamente en ese tipo de operación en el que desarrollé mis primeros años de aviación y porque entendí que pudiera tratarse este de un reto motivador, no carente de asuntos novedosos, de procesos en los que pudiera aplicar mis pasadas experiencias; en fin, un interesante desafío.

Luego de un prolongado trámite de selección, he sido notificado que habría sido escogido. Advierto, sin embargo, que aunque no he concretado un compromiso definitivo y formal (no he firmado un contrato todavía), todo parece indicar que cumplidos los requisitos de “vinculación” e “inducción” pronto se ha de producir mi incorporación definitiva. La posición es de tipo gerencial; sin embargo, en la nómina consta la función con el sugerente título de “coordinador”. Cuando me han preguntado en las entrevistas si frente a esto tengo algún tipo de reparo o de oposición, sólo he atinado a ponderar la riqueza semántica del verbo coordinar.

Efectivamente, el diccionario define “coordinar” con dos acepciones distintas: una, la de “disponer cosas metódicamente”; y otra, aquella de “concertar medios, esfuerzos o elementos para beneficio de una acción común”. Para desarrollar este doble concepto, hurgo otra vez en el diccionario, insisto en mi prurito de la búsqueda de definiciones y encuentro así que “disponer” goza de una generosa cuota de sentidos: ordenar (en el sentido de mandar); valerse de algo; ordenar en el sentido de colocar en orden; organizar o poner en situación conveniente. Disponer podría también significar preparar, en el sentido de prevenir.

En cuanto a “concertar”, el pesado texto se refiere al término con el alcance de distintos y variados conceptos: como componer y ordenar; pactar y acordar; cotejar y traer a identidad; concordar y poner en correspondencia una cosa con otra. Encuentro, por lo mismo y en resumen, que esto de coordinar cubre y suple las características y requerimientos de la tarea que me he propuesto encontrar. No escapa a mi humilde criterio el que habré de poner énfasis, al cumplir con mis nuevas funciones, en un sentido de orden, de enlace y de efectiva comunicación…

Share/Bookmark

17 octubre 2014

El hombre que saludaba

Hoy lo he visto una nueva vez. Caminaba por la otra orilla de la calle y lo hacía en idéntico sentido. Paraba de trecho en trecho, se detenía para hacer un breve comentario o simplemente para responder un apretón de manos o contestar a una sonrisa con un abreviado gesto. Algún día lo recordaré como al "hombre que saludaba", aunque no me anime la certeza de que habré de ser yo el que primero tenga que abordar aquella rauda y misteriosa nave de derrotero impreciso...

Nos une la identidad en la cronología, pertenecemos a una misma generación; hoy coincidimos en un mismo oficio, si es lícito llamar así a la falta de ocupación. Ambos sabemos que la vida muchas veces nos castiga con sus caprichos, a unos les reprende por su candor o por su exceso de generosidad, a otros por que quizá se atrevieron a pensar distinto... Nunca, o casi nunca, nos hemos visitado, en ocasiones paramos en nuestras caminatas y nos ponemos a charlar, no siempre nos identificamos en nuestras apreciaciones y conceptos, pero tanto él como yo sabemos que así de mutuo es nuestro aprecio y nos reconocemos como "amigos".

No sé hoy mismo qué es lo que hace, encuentro indecente preguntarle cuál es su forma de sustento. Las circunstancias de la política, que casi siempre son fugaces, me dicen al oído que ha de llegar un tiempo que sabrá devolverle el ejercicio de su oficio. Mas, por ahora, medio excomulgado como está, su vida se circunscribe a esperar, a gozar de esa costumbre que alimenta aquella ficción de ser feliz: ese hábito de la lectura que a él le ayuda a satisfacer la renovación de su esperanza... Por lo menos hasta que algún día pierda vigencia esa su condena personal, ese su inesperado ostracismo, decretado por un oscuro y atrabiliario "santo oficio".

Pienso en la condición de quienes se dedican a un cierto quehacer y que, de pronto, se ven forzados a tenerlo que abandonar; en lo arduo de esa circunstancia, en lo tardío y paradojal de abocarse a considerar una actividad distinta de la tarea que les otorgó su especialidad. Medito también en su callada resignación, en que tal vez su solitaria esperanza se restrinja ya sólo a la postergada promesa de prepararse a gozar de aquellas "setenta y dos vírgenes perpetuas" que, es de suponer, Alá les tendrá tal vez reservadas en el paraíso...

Setenta y dos huríes de grandes y hermosos ojos que, cual en remozada versión del mito del legendario Prometeo, regenerarán la huella de su instantánea pasión tras el esforzado clímax de cada nuevo como perentorio encuentro. ¿No resultará ésta una concepción demasiado libidinosa de esa forma de erótica y paradisíaca diversión? Y, si dichas vírgenes siempre han de recuperar su perdida condición, pienso yo, ¿para qué querremos seis docenas, si nos habría de bastar con unos cuantos ejemplos? Y esto, en la nunca consentida premisa de que esa sanguinaria forma de copulación se fuera a convertir en ansiado ideal del placer venéreo.

"Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre", proclama el sabio aforismo. Creo que si del tema tratásemos con "el hombre que saludaba" él ha de coincidir con mi haragana cavilación, y estará de acuerdo conmigo en que hemos de preferir una generosa dotación de textos de lectura para paliar las horas de tedio (cansados ya de deambular por la vereda de enfrente) cuando nos encontremos, sin tener qué más hacer, allá en el paraíso... A fe mía que algo anda mal en las alcoránicas promesas, en aquel nirvana de plazos ofrecidos.

¿Quién sabe?… Setenta y dos! Estoy persuadido que esa sola mención se le ha de antojar al "hombre que saludaba", como un guarismo orondo e innecesario, una ecuación de carácter, si no perturbador, harto cansino y, por tanto, excesivo…

Share/Bookmark

13 octubre 2014

Una “cossa” non sancta

Hago cuentas y advierto que no habría cumplido todavía doce años. Para entonces, debo haber estado cursando los últimos días de primaria. Era junio y me habían mandado a “guardar turno” en la clínica del Seguro Social, ubicada frente a la iglesita donde supuestamente me habían bautizado. De pronto, un ruido desacostumbrado empezó a escucharse por toda la ciudad, era que las campanas tocaban a rebato. Había fallecido Giuseppe Roncalli, un papa de catadura rolliza y talante bondadoso que había escogido el nombre de Juan XXIII.

Roncalli era un hombre sencillo que exudaba bondad, pertenecía a una humilde familia de aparceros o comuneros. Es probable que su primera muestra de sabiduría haya sido justamente la elección de su nombre pontificio. Y es que en la época oscura del Cisma de Occidente -esos tristes y nunca olvidados cuarenta años cuando llegaron a reinar simultáneamente hasta tres papas- ya había existido otro pontífice con el mismo nombre (también Juan XXIII), que hoy es conocido como un antipapa. Su nombre era Baldassare Cossa, había sido electo cuando todavía era un cardenal muy joven a quien habían ordenado sacerdote el día anterior!

La confusión creada en el medioevo cuando habrían existido dos papas de nombre Juan que reinaron en el mismo año, sumado al deseo de Juan XXI de saltarse el orden para arreglar de una vez por todas el conflicto (nunca hubo un papa Juan XX), le habría puesto a Giuseppe Roncalli en idéntico predicamento. Y quizá en el ánimo de consolidar el carácter espurio del antipapa Baldassare optó por seleccionar un nombre que asignaba nuevamente un sentido de orden a la inexacta numeración. La historia de la iglesia está llena de estos episodios donde más de una vez encontramos vicarios o impostores. La leyenda habla incluso de una “papisa” que, por coincidencia, habría también tomado el nombre de Juan…

Había sido en el reinado “paralelo” del primer Juan XXIII que supo destacarse un secretario papal de quien parece que la historia ya se ha olvidado. Su nombre era Poggio Bracciolini, un humanista de principios del siglo XV que supo distinguirse por su irrefrenable afán por encontrar libros y manuscritos que no se habían descubierto o que se los daba por extraviados. En una historia apasionante, que inclusive habría de hacerle merecedor del Premio Pulitzer, el escritor Stephen Greenblatt narra en “El Giro” la historia de ese buscador, erudito y copista que tuvo la fortuna de dar con el “De Rerum Natura” de Tito Lucrecio Caro, un poema de la antigüedad que rescataba la olvidada filosofía del sabio griego Epicuro.

Ese descubrimiento, el de “Sobre la naturaleza de las cosas”, habría no sólo de motivar un cambio de dirección en nuestra filosofía, sino que impulsaría el cambio de actitud que habría de consolidarse en lo que la Historia habría de conocer más tarde como “Renacimiento”. El influjo que produjo el extraviado poema de Lucrecio es incalculable, su mérito estuvo en recuperar las ideas de Epicuro, cuyo pensamiento se había distorsionado al interpretarse que él predicaba que el objetivo fundamental de la vida era la búsqueda del placer.

Desde cuando se produjeron los esfuerzos investigativos del erudito Bracciolini, las ideas de Epicuro han servido de contrapeso y punto de equilibrio en nuestra cultura, han servido de sustento al pensamiento de gente como Giordano Bruno o M. de Montaigne, han procurado redimirnos de aquellos miedos a los dioses y a la muerte que caracterizaron por siempre a esos dogmas de los que se impregnó nuestra concepción religiosa. Para Lucrecio, eso de vivir aterrados por la idea de la muerte resultaba una necedad y una locura. Era importante saber aceptar lo de efímero que hay en la vida y saber disfrutar los placeres que ofrece el mundo.

Con el descubrimiento del poema de Lucrecio, poco a poco se ha ido produciendo un cambio de paradigma en la filosofía occidental. Hemos ido comprendiendo que no puede haber nada de perverso en la curiosidad o en el individualismo, y tampoco en la búsqueda ocasional del placer, en el deseo de satisfacer nuestras exigencias corporales. Hemos comprendido que nada de malo existe en disfrutar de la vida y en dar gusto de vez en cuando a nuestros deseos… Es que, la vida es más auténtica cuando sabemos prescindir del premio o el castigo.

Share/Bookmark

06 octubre 2014

Meditaciones de un quijote

No, ya no me gusta viajar por nuestra Sierra en estos días. Siento una extraña mezcla de ira, pena y frustración. Observo esos rescoldos apagados, esos bosques chamuscados, esas laderas calcinadas y me estremezco con un aire de repulsión, coraje y pesimismo. ¿Cómo es posible, pienso, que se hayan dado esos torpes episodios en los que se han juntado la indolencia y la negligencia, la estúpida travesura y la criminal intención? ¿Cómo es posible, me pregunto, que esta absurda insensatez tenga que repetirse, una y otra vez, cada nuevo verano?

Cierto es que no todos esos siniestros se han producido necesariamente como consecuencia de la acción insensata o desaprensiva. No escapa a mi reflexión que muchas de estas desgracias son la lamentable consecuencia de la conjunción extraña de accidentes marcados por la casualidad. Una fogata mal apagada, un cigarrillo abandonado en el lugar equivocado, un recipiente de vidrio dejado en un paraje desatendido, pueden provocar -a su turno- un flagelo de consecuencias incalculables. Yo mismo, que siendo todavía niño provoqué alguna vez un devorador incendio en mi propio hogar, sé cómo se producen esos accidentes.

Y pienso en todo este trágico derroche mientras conduzco frente al que fuera el "viejo" aeropuerto capitalino. Y advierto que me invade idéntico sentimiento… Experimento una curiosa mezcla de impotencia, nostalgia y confuso desasosiego. ¿Cómo fue posible, me pregunto, que a nadie se le haya ocurrido mantener esa importante infraestructura para darle una mejor utilidad, o justo para aquellos casos en que la naturaleza nos demuestra que no deja de tener sus motivos?...

Hoy mismo, que con tan buenas y publicitadas carreteras, un leve temblor de tierra ha venido a recordarnos que no basta con unas pocas vías en formidable estado, que estas no son suficientes si no existen también caminos alternativos, creo que no podemos dejar de aprovechar el mensaje que nos deja la naturaleza y considerar que en caso de interrupción de un solo puente o del daño temporal de la vía al aeropuerto, la ciudad de golpe se quedaría aislada porque no existe una alternativa para -por lo menos- poder gestionar la parte más importante del tránsito que maneja el actual aeropuerto capitalino: los vuelos Quito-Guayaquil.

Es que, si bien se medita, lo medular del tránsito aéreo que maneja el aeropuerto de Tababela es el intercambio institucional, comercial y empresarial que existe entre las dos principales y más populosas ciudades del país. Este movimiento, por propia cuenta, ya justificaría y satisfaría, la reapertura del viejo aeropuerto, hoy convertido en impreciso y desarticulado parque público o área de solaz y entretención. Este, adecuadamente re-acondicionado, bien pudiese atender la utilización de aviones del tipo que hoy en día se utilizan para las operaciones de intenso cabotaje, que es lo que se conoce en otras partes como "puente aéreo".

Lo mejor de todo es que no se tendrían que efectuar gastos onerosos. La pista, el terminal aéreo, los estacionamientos y otras facilidades ya se encuentran allí. Sólo se trataría de hacer estudios, resolver su reinauguración y optar por la decisión política. Así, las distancias y sobre todo el tiempo, volverían a acortarse. El viejo aeropuerto volvería a convertirse en un instrumento de consolidación para un tipo de tránsito que debe ser atendido y estimulado. Las relaciones entre la capital y el puerto principal pasarían a ser un motivo no sólo de intercambio, sino que constituirían un medio efectivo que aporte a la integración nacional.

No hay argumentos técnicos para no proceder en este sentido. La infraestructura que debe proveerse no implica erogaciones significativas. El que las dos pistas tengan que compartir un tramo de viento en la aproximación no es tampoco un insoluble inconveniente, como alguna vez se dijo. Este es un asunto que, como lo pueden testimoniar los operadores de tránsito aéreo, puede gestionarse sin mayor riesgo ni dificultad. Tendríamos, además, una pista idónea para hacer frente a cualquier imprevisto o emergencia. En suma, recuperaríamos también un aeropuerto de alternativa.

Share/Bookmark

02 octubre 2014

Plus ultra

Guarda en su poder uno de mis familiares políticos un secreto y fabuloso tesoro. A simple vista luce como uno de esos libracos enormes que se encuentran olvidados en las bibliotecas públicas; o quizá uno de esos pesados compendios de discutible valor que se observan en los anticuarios o en esas viejas librerías que exhiben antiguallas. Pero no, se trata de una suerte de álbum que contiene alrededor de un centenar de litografías de procedencia azteca. Los grabados son una reproducción de una serie de dibujos que se habrían rescatado para la posteridad en forma de "códices"; es decir, son libros de tan anciana edad que su valor resulta inestimable.

Hay algo de mensaje elemental en esos coloridos dibujos. Salta a la vista una forma de interpretación del hombre y de su entorno que traduce con fuerza la forma cómo esa sociedad aborigen interpretó al ser humano, a su organización social, a la naturaleza, a las fuerzas que consideró como parte de su realidad y de su cultura. Quién sabe, son esos grabados también una forma primigenia de comunicación, una suerte de proto-escritura, una caprichosa manera de conservar para la posteridad ciertos hechos y episodios relevantes. Exhiben además, estos códices, insistentes representaciones de cómo vieron los artistas aztecas a sus conquistadores.

Esta valiosa colección habría llegado a manos de su propietario como un legado de familia. Se da el caso de que uno de sus bisabuelos ocupó hacia finales del siglo diecinueve la dignidad de presidente de la República; como tal, y con ocasión de celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, él habría recibido como obsequio personal aquel maravilloso documento. Imagino el incalculable valor que posee para hombres de ciencia e historiadores. Este códice, por cuenta propia bien pudiera satisfacer las vitrinas de toda una sala de un bien montado museo.

Empero, ha sido una especie de dedicatoria que se encuentra hacia el final de este rico compendio, la que me ha llamado la atención porque destaca una sencilla como sugerente leyenda. Se trata del escudo de armas español, en donde se observan dos palabras escritas, las mismas que rodean a un par de columnas. "Plus Ultra" reza la extraña inscripción; y esto es lo interesante, porque se prescinde esta vez del "Non" tradicional. No proclama "nada más allá", sino solamente "más allá". Plus Ultra!

Fueron los hombres de la antigüedad clásica los que imaginaron que no había nada más allá del estrecho de Gibraltar. Ahí, o cerca de allí, ellos ubicaron lo que dieron en llamar "los pilares de Hércules". Imaginaban o recelaban que ese era el fin del mundo; más allá sólo podía existir un profundo precipicio donde las aguas se hundían en un abismo insondable. Aquellas columnas fueron entonces una suerte de ominosa advertencia: "nada más allá!". Nótese que la expresión no prescindía del "non" y, como tal, más tarde empezó a utilizarse para significar algo magnífico, superior o insuperable.

Pero, habría de ser el emperador español Carlos V quien, en una época de descubrimientos y conquistas, habría querido replantear aquello del "nada más allá". Su espíritu emprendedor y expansionista habría querido modificar la limitación contenida en la expresión latina y, con sólo suprimir el "non", habría creado un moto para su gestión imperial que se habría convertido en razón de vivir, en verdadero emblema, en grito de guerra y proclama de conquista: ¡Más allá!

Hoy medito en que tan inspirador como sugestivo "más allá" es una forma de imbuirnos y de impulsarnos para no contentarnos con el status quo, para siempre tratar de desafiar los esquemas, para retarnos a nosotros mismos e ir siempre más adelante... Este reto debe motivarnos y ayudarnos a superar la intransigencia, la intolerancia y el conformismo. "Plus Ultra" debe ser una permanente invitación para no contentarnos con lo establecido, para replantear nuestras ideas y decisiones, para reconsiderar día a día si lo que hemos hecho y resuelto no es susceptible de revisarse o de poderse mejorar.

Share/Bookmark

26 septiembre 2014

El secreto del claroscuro

Vuelvo de tarde en tarde al barrio donde transité el final de mi adolescencia (mi mujer dice que esa es una edad en la que los hombres nos quedamos para toda la vida... Claro que yo no le discuto. Siento que tiene razón y que a todos mismo nos pone la vida en idéntico predicamento). Allí, en La Floresta, en una callejuela que antes estuvo poco transitada, hoy han instalado un pequeño cine cultural que dispone de dos salas diminutas. Y, en clara referencia a la inolvidable película de Federico Fellini, lo han bautizado de "Ocho y Medio".

Fui allá invitado para asistir al preestreno de un documental relativo a la vida y obra de ese sueco genial que fuera Rolf Blomberg. Su director, Rafael Barriga, había optado por un título sugestivo: El Secreto de la Luz (ello explica el nombre de este artículo). Hay en ese Ocho y Medio un ambiente más bien bohemio. Bulle en su concurrido bar una algarabía contagiosa; pulula allí una juventud inquieta (que decirlo ya es un pleonasmo) que se reúne con fines no siempre ligados a cinematográficos motivos.

Los demás, los que no hemos acudido con una intención profana, tenemos un claro cometido. Luego de los saludos, los encuentros inesperados y una corta espera, somos invitados a pasar a un pequeño recinto. Reina en la sala un cierto aire de nostalgia, pero ante todo, una muy comprensible expectativa. Luego de unas breves palabras dirigidas por el anfitrión, se da paso a la proyección de la esperada cinta. Me ubico en una butaca cercana al lugar donde se encuentra mi amiga Marcela, la hija de Rolf, y otros miembros de su familia.

Es El Secreto de la Luz, un gesto de gratitud, una reverencia a la memoria. Se destaca el guion por una estructura bien enhebrada y por su fidelidad con la vida de Rolf, con su obra y su biografía. En cierta medida, la presentación luce como un collage realizado con las cintas que fueran filmadas por el propio Rolf y con una serie de sus diapositivas que han sido insertadas para provocar un juego de escenas que ponen de relieve sus viajes, sus obsesiones, las pasiones que se convirtieron en motor y brújula de toda su vida. Y, en medio de ello, sobresale su primera obsesión, el íntimo disfrute de su propia familia.

La música consigue un logro preponderante. Otro encomiable acierto es la animación de los dibujos y bosquejos efectuados por el propio Blomberg en sus incansables y siempre bien documentados viajes. En este sentido, la película rescata la curiosidad, el espíritu liberal y explorador del personaje, así como su conciencia étnica de diversidad, su personal asombro por todo lo no descubierto, por lo lejano, por lo misterioso, por las sorpresas que descubre en la gente o las que le ofrecen los requiebres de la geografía.

Pero quizá sea esa profunda admiración que supo demostrar Rolf Blomberg por nuestro país, el factor más preponderante. Y este debe interpretarse como el más noble rescate que consigue esta bien estructurada cinta. Hay en ella una propuesta que obliga a revisar nuestro sentido de colectividad, a reconocer nuestra identidad sobre la base de aceptar nuestra diversidad, una invitación a no transigir con unos valores que a menudo son distorsionados por la ceguera, la mezquindad y la intolerancia que suele proponer la confrontación política...

Destaco una imagen que no por persistente está desposeída de un carácter emblemático. En ella, y en ese blanco y negro que fuera como la rúbrica artística de Rolf, él se sienta a explicar la tortuosa y descomunal distancia que había hace cincuenta años entre Suecia y el Ecuador. Mirando fijamente a su propia cámara y acompañado de ese mapamundi que fuera como un símbolo y amuleto en sus viajes por la vida, Blomberg toma una hoja plana de papel y la estruja para depositarla sobre una mesa. "Así es el Ecuador", impasible explica.

Nos queda la indeleble impresión, a los agradecidos espectadores, que el ademán de Blomberg conlleva un mensaje que trasciende la pura geografía. Ese papel arrugado refleja la diversidad de nuestra propia identidad como pueblo. Una diversidad frente a la cual aún no hemos hecho un esfuerzo por aceptarla y reconocerla.

Share/Bookmark

25 septiembre 2014

El rigor de las premisas

Un suceso inesperado, probablemente un evento colegial de orden deportivo, tuvo la nunca bienvenida circunstancia de alterar mi acostumbrada ruta a casa el otro día. Y, mientras lidiaba con la impaciencia que provocan esos trancones, tropecé de golpe con un graffiti que alguna mano anónima había borroneado en la pared de una estrecha calleja en el barrio de La Vicentina. “Si no aprecias lo que tienes -decía su abreviado texto -, pronto perderás lo que necesitas”… A veces en la vida, una sola frase de apariencia inocua, o quizá la repentina despedida de alguien a quien hemos conocido, nos puede poner frente a la revisión de nuestros códigos de conducta; o -lo que más importa- puede provocar un urgente replanteo de nuestros paradigmas…

Hago estas inopinadas y repentinas reflexiones mientras leo un grueso libro que me había recomendado en Seattle el dependiente de una librería. “Si está interesado en la lectura de Orwell -me dijo- debería interesarse en el “Atlas Shrugged” de Ayn Rand. Debo confesar que renuncié al impulso de comprar la obra -Ayn Rand fue una novelista rusa que había vivido gran parte de su vida en los Estados Unidos- más bien por un motivo impregnado de futilidad: el Atlas es un libro enorme, difícil de manipular. Tiene más de mil seiscientas páginas! Me atrajo, sin embargo, aquel curioso adjetivo (shrugged), el mismo que no puede traducirse literalmente porque, aunque contiene un significado, no tiene una total equivalencia en nuestro idioma.

Este “to shrugg” es efectivamente un verbo sin correspondencia en el castellano. Consiste en esa casi involuntaria acción de subir o contraer nuestros hombros para manifestar desinterés, apatía o indiferencia. Un “Atlas, encogido de hombros” no hubiera calzado comercialmente; por eso, comprendo la decisión editorial de haber convenido con aquel título por el que habría optado: “La Rebelión de Atlas”. Dice su prólogo que en una supuesta encuesta que se habría realizado, los lectores habrían determinado que es el libro que más les habría influenciado, después de la Biblia.

Atlas promueve la premisa de que el ser humano es un fin en sí mismo, que jamás puede convertirse en un medio para satisfacer los fines ajenos, y que no hay nada que justifique la propia inmolación. “No hay nada importante en la vida -dice un personaje- excepto el modo en que se cumple la propia tarea. Nada. Tan sólo eso. Todo cuanto seas procede de ahí. Es la vieja medida del valor humano". No extraña que la autora proclame, más tarde, variadas reflexiones: "Solo existe una forma de depravación humana: el hombre que carece de propósito". O: “No existe un trabajo despreciable, tan solo hombres despreciables a quienes no importa su tarea”.

Transcurrido el primer tercio del texto, Rand hace una formidable apología de ese valor hoy vilipendiado en el mundo: el factor dinero. Su diatriba procura reprochar aquel reclamo de que éste es la causa de los males de la humanidad. Su discurso nos obliga a revisar nuestros pretendidos silogismos. Sus meditaciones nos constriñen a cuestionar nuestras conclusiones. Muchas veces tendremos que admitir que si estas estuvieron equivocadas fue porque las premisas que usamos también eran falsas.

Atlas en la mitología es aquel personaje sacrificado que, exhibiendo la agonía de su sufrimiento, carga sobre sus hombros el inaudito peso de la esfera celeste (hoy se ha distorsionado aquella imagen y se le ha hecho que cargue el globo terráqueo). Por eso la autora rechaza que unos “solo tengan que dar y otros que recibir, que uno sea el que tenga que producir para que los demás solo tengan que consumir”. Esto quizá implique un replanteo de nuestros códigos morales… Un cambio de paradigma!

Hay una pregunta recurrente en la trama de la obra: “¿Quién es John Galt?”. Especie de ambiguo perífrasis que reemplaza a un: “¿Y, a quién le importa?”. La respuesta llega casi inadvertida y golpea como si fuese un desdeñoso reproche: “John Galt es un Prometeo que cambió de actitud: luego de siglos de ser picoteado por los buitres, en castigo por haber dado al hombre el fuego de los dioses, rompió sus cadenas y retiró su fuego… hasta que los hombres por fin se llevaron a sus buitres”…

Share/Bookmark

24 septiembre 2014

Errores simples *

* Por: Raúl Amaguaña Lema
   Diario El Universo
   Martes, 23 de septiembre, 2014

Actualmente, junto a la obra pública se pueden leer carteles publicitarios del Gobierno que rezan: “La Revolución Ciudadana financia esta obra”. Irónicamente, alguien podría comentar lo siguiente: “Pensé que esta obra se realizaba con fondos públicos que son de todos los ecuatorianos, pero parece que los Alvarado, los Mora, los Patiño y tantos otros ‘revolucionarios’ han tomado a conciencia su condición y han decidido donar sus fortunas para darnos obra pública”. Señores del Gobierno, rectificar es de caballeros dicen, lo más sensato sería mandar a reemplazar esa información que falta a la verdad por otra que diga: “Esta obra se financia con los dineros de todos los ecuatorianos”.

Este es uno de los errores más simples y entendibles que de alguna forma sintetizan los errores y aciertos del actual régimen. Es una pena que los frutos positivos del Gobierno actual sean enturbiados por los terribles desaciertos, que poco a poco empiezan a germinar el descontento de diversos sectores sociales, que ya han empezado a movilizarse, y más que movilizarse a desmotivarse de la llamada Revolución Ciudadana.

La marcha de los trabajadores convocada por el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y otras organizaciones, como la Conaie, del pasado miércoles 17 de septiembre, fue inédita y masiva en el actual periodo presidencial. Según reportes de los medios de comunicación, se dieron enfrentamientos violentos entre los manifestantes opositores a la política del Gobierno central y miembros de la Policía Nacional, con un saldo de varios heridos y más de un centenar de detenciones.

Cabe señalar que las manifestaciones pacíficas y el derecho a la resistencia están consagrados en la Constitución de nuestro país; pero como siempre en estas circunstancias, mantener la calma y la cordura se torna difícil por la intromisión de los miembros del orden público y los ánimos exaltados de los manifestantes. En cuanto a los chicos que participaron en la última manifestación, no sería justo que la célebre rebeldía juvenil, de la que habló Juan Montalvo, sea reprimida con prisión y expulsión del estudiante. Sería otro error.

Recordemos que en Imbabura, una de las provincias que mantuvieron un apoyo contundente a Rafael Correa y su lista 35 desde el inicio de este proceso político, en las últimas elecciones el oficialismo perdió estrepitosamente, a pesar de una acertada inversión pública en toda la provincia. Pero el problema del Gobierno no está en las obras de infraestructura que se realizan en todo el país, de la que nos sentimos agradecidos; el problema está encasillado bajo la lógica de una “revolución” centralista, vertical y autoritaria, que ha permitido la degradación de la libertad de expresión, la imposición de leyes improvisadas e inconsultas, la metida de la mano a la justicia, la criminalización de la protesta social, la arremetida a la Constitución, el caudillismo, entre tantos otros.

La visión extremadamente contrastada de la realidad, que tiene el actual régimen, permite erróneamente dividir la realidad entre blanco y negro, entre derecha e izquierda, entre buenos y malos: “buenos los que están conmigo; y malos, mediocres, corruptos, limitaditos el resto”. Esta manía de ver la realidad política puede generar una peligrosa polarización del país, de insostenibles e impredecibles consecuencias…

Share/Bookmark

18 septiembre 2014

Un domingo en el vagón

Cumplir el trayecto entre el norte de Quito y la estación de Chimbacalle, durante las tempranas horas de un día de fin de semana, puede convertirse en una breve travesía. No bien se cubre el tránsito de la Vía Oriental, se toma un enlace que bordea la quebrada del río Machángara y se llega a la avenida P. V. Maldonado. Luego de una discreta cuesta, se llega al remodelado y bien mantenido edificio de los Ferrocarriles del Estado. Es un corto viaje que no toma más de diez minutos.

He vuelto a “la estación” medio siglo después. No puedo alejar de mi memoria las veces que venía acompañando a mi padre que, ante la falta imprevista de uno de sus conductores, debía tomarles la posta para satisfacer sus compromisos logísticos. Gestionaba él una pequeña compañía que transportaba varillas de acero desde allí hasta el centro de la urbe. Hoy el edificio luce limpio y bien cuidado; me recuerda a las estaciones españolas. Aprecio los esfuerzos que, en el área del turismo, han realizado las diversas iniciativas públicas.

Nos han convocado en forma muy temprana para realizar un abreviado paseo. El ferrocarril ha de iniciar su periplo desde ese lugar hacia la estación de Boliche, situada en el nudo de Tiopullo -en el límite más meridional de la provincia-. La circunstancia de efectuar un pequeño paseo en tren y compartir el itinerario con inéditos compañeros de viaje, hasta entonces desconocidos, crea un sentido de evidente como curiosa expectativa. Luego de los saludos iniciales y la toma de fotografías, se inicia el perezoso desplazamiento.

Iniciado el fragoso recorrido, la guía inicia sus explicaciones y relatos. Se trata de informaciones relacionadas con la historia del ferrocarril y la narración de datos anecdóticos que se suman a la descripción del paisaje. Este se refleja en una inesperada perspectiva. Eso de sentirse transportado en un medio que ya no es de uso corriente, crea un inevitable sentimiento de nostalgia, crea la conciencia de esa diferencia que existe entre el tiempo que ha creado la cronología y ese subjetivo valor que para cada uno produce la existencia. No se puede escapar a esa olvidada sensación que nos daban las montañas al parecer que retrocedían.

El panorama poco a poco va tornándose más rural. Es un peregrinaje a través de un conjunto de cumbres que se yerguen altivas y majestuosas. Así, se pasa revista a montañas que han dado margen a una diversidad de leyendas. Debido al nublado clima, aún no ha querido asomarse el retraído Cotopaxi. Mientras se disfruta del paisaje, uno no puede menos que apreciar la labor que en beneficio del turismo ha producido el esfuerzo de las instituciones. Una infrecuente nota no deja de sorprendernos: la ausencia casi total de turistas extranjeros.

El vehículo se detiene en las estaciones de Tambillo y de Machachi. Estas interrupciones se producen con orden y están alegradas con la presencia de grupos folclóricos. Surge la impresión que ellas tienen un carácter mingitorio, pues pronto se advierte que los vagones carecen de letrinas. Hacia esta parte del trayecto ya se han producido incipientes y animados reconocimientos y se han hecho inesperadas amistades. Los pasajeros han sido invitados a compartir sus personales anécdotas y a comentar acerca de sus pasadas experiencias.

Luego de un dilatado trayecto a través del pueblito de Chaupi, el sinuoso trajinar concluye en el esperado destino. Reina allí un tipo de vegetación diferente, donde prevalecen las coníferas, la floresta de altura y el pajonal. La estación se ubica a pocos metros de una vieja estación de rastreo satelital. Me recuerda las múltiples ocasiones que atravesé ese páramo en mis olvidados tiempos de copiloto de un parsimonioso C-47, luego de que, avistado el puente de Jambelí, se continuaba la travesía de ese paso hacia Latacunga con un rumbo de ciento ochenta grados…

El viaje de retorno se efectúa en un bus de turismo. El billete incluye un sabroso yantar en una amigable y bien dispuesta hostería ubicada en Aloasí. Una vez terminado el almuerzo, los viajeros son invitados a recorrer una de las granjas más diversas que jamás hayan podido visitar en su vida. Se destaca su cicerone, un aldeano locuaz en quien se funden, en raro y delicioso maridaje, la gracia del sentido común y la fuerza de la sabiduría. Su nombre es Ludovico, mezcla de prestidigitador, maestro de escuela y nigromante dotado de lozana picardía.

Share/Bookmark

12 septiembre 2014

Un tributo a la agonía

La muerte tiene sus sorpresas. Y tiene sus misterios… Y uno de esos insondables enigmas sucede aunque ella se acerque anunciada para darnos su ya inexorable manotazo; cuando se sabe que ya viene, sin ningún drama, sin atisbo de sorpresa. Es que hay veces cuando la vida se alarga demasiado y la agonía se convierte en un inaudito tormento para quien sufre y, además, para aquellos familiares que también padecen, porque también esperan… Es ahí -cuando lo irremisible se prolonga- que la vida debería ser una opción para quienes ya nada esperan…

Se ha ido mi querido tío Luis Aníbal. Algunas veces lo había mencionado en estas notas; tenía ya la admirable edad de noventa y siete años, casi una centuria! No hace mucho recuerdo haber escrito una nota en su homenaje. Cumplía entonces una cifra admirable: noventa años. Por un motivo que desconozco, los años nos van pareciendo más cortos en la medida que más envejecemos. Advierto también algo perverso y contradictorio: los sepelios de los ancianos se evidencian como mucho menos concurridos en la medida que se hacen más viejos… Qué injusto!

Su deceso fue, por lo mismo, algo que podía acaecer en cualquier momento. Hasta hace muy pocos meses se lo veía todavía bastante sano. Esto, a pesar de que en los últimos tiempos había experimentado una serie de intempestivas caídas, culpa de aquellas infames obstrucciones que en forma abusiva se han dado por instalar en las entradas de los garajes, en veredas y en esquinas, con el razonamiento de evitar que se estacionen arbitrariamente los automóviles, práctica que no sólo no se compadece con los peatones, sino que puede producir -y de hecho produce- graves como aparatosas caídas a minusválidos y ancianos.

Pocos días antes de que sucediera su tránsito, me llamó una mañana. Su voz sonaba premiosa y entrecortada. Quería recordarme una recomendación que semanas atrás me había efectuado; al menos, eso es lo que yo me imaginé: que me había llamado para recordarme una promesa. Mas, ingenuo como soy, tardé en advertir que realmente me llamaba para decirme su anticipada despedida.

Pocas semanas atrás me pidió que lo fuera a visitar. Lo encontré abatido, sombrío y desconsolado; su tortuoso quebranto, su triste y angustiosa tribulación, habían doblegado ya su ilusión por prolongar su vida. “No se te ocurrirá vivir hasta tan viejo -me dijo-, no sabes la zozobra y el martirio que es vivir así”. Me impresionó aquel concepto, la idea de que la vejez pudiese ser la respuesta a una “ocurrencia” y entonces pensé en aquel verso de la milonga de Troilo, ese que estuvo inspirado en la obra de algún escritor argentino, y que más o menos decía así: ”La muerte es una costumbre que suele ocurrírsele a la gente”…

Luis Moncayo fue un símbolo y un emblema para nuestra familia. Para muchos de sus sobrinos fue algo más que un segundo padre, no sólo fue el tío preferido, fue una suerte de héroe, fue nuestro personaje favorito. Su recuerdo será para nosotros fuente permanente de emulación, constituirá el ejemplo del hombre íntegro y cabal, el arquetipo del hombre generoso. Será por siempre un referente.

La tarde de aquella madrugada que concluyó su dilatada agonía, su viuda quiso que apreciara su gesto sereno y apacible en el lecho de su postrera despedida. No quise hacerlo, fiel -como soy- a uno de mis antiguos convencimientos. Pero no pude ya excusarme y transigí. Me extrañó que no completara su apostura aquel infaltable artilugio que habría de acompañarle durante toda su vida: esos sus espejuelos oscuros. Entonces se me ocurrió que no los utilizaba para esconder su minúsculo defecto, sino para disimular aquel candor que albergaba su corazón, esa especial magnanimidad de la que sólo era capaz la generosidad de su alma.

Un hombre tan bueno, como fue él, no puede sino merecer la paz en su sepulcro!

Share/Bookmark

07 septiembre 2014

De plegarias y ridículos

Mi madre había sido favorecida por una rara habilidad para el diseño y la alta costura. Esas destrezas suyas aportaron a satisfacer en buena medida los ingentes gastos que requería el presupuesto de nuestra familia. De hecho, uno de mis primeros recuerdos es una pequeña extensión que existía en su recámara, la misma que hacía las veces de taller de costura. Allí  habían instalado un pequeña cama angosta que la recuerdo cubierta de un blanco y espartano cobertor. Es la más vieja memoria que tengo de lo que fuera mi primer dormitorio. Hoy imagino que el haber tenido que compartir "mi propiedad" con aquella máquina Singer y esas enormes cestas de mimbre donde prolijamente ella ordenaba sus encomiendas, artilugios y retazos, debe haber morigerado en forma muy temprana mi ya incipiente altanería...

Su más secreta ilusión fue la confección de prendas que diseñaba y cosía para sus pequeños hijos. Ciertas tardes nos acicalaba con esas expresiones de su costurero ingenio, tomaba con nosotros uno de esos inolvidables colectivos que cubrían el precario transporte urbano y nos llevaba al centro del apacible Quito para hacer las diferentes compras que su oficio requería. No faltaron las visitas a esos almacenes donde expendían géneros de todo color e infinita clase de textura; no puedo olvidar a sus orondos propietarios, hábiles mercaderes de talante apacible que parecían pertenecer a una raza para mí aún desconocida. Luego de realizadas las necesarias adquisiciones, el itinerario se completaba con la fugaz visita a un templo, trámite sólo apurado por la perentoria promesa de la infaltable visita a una rica confitería.

Fueron esas abreviadas visitas a aquellos callados y mortecinos lugares de culto, sumadas a la oración que ella nos hacía rezar a la hora de ir a la cama, las únicas expresiones de piedad a las que estuvimos sometidos. Esto habría de cambiar muy pronto, ya que acaecida su prematura despedida, los trasiegos religiosos eran de muy alto rigor en el lugar donde fuimos a continuar la infancia: la casa de mi abuela. Allí era obligatorio el rezo del rosario vespertino, con sus repetitivos padrenuestros, glorias y avemarías; y, sobre todo, con esa ajena reiteración que conocían como letanía y que sólo la abuela, con su impecable dicción, noche a noche repetía. Era ésa una cláusula en la que sucumbíamos al tedio y a la modorra, sólo aligerada por la convicción de que el cumplimiento de aquel latino rumor era ya prometedora señal de que la devota ceremonia pronto concluiría.

Hoy sé que aquella mística repetición, que se profería y contestaba hacia el final del rosario familiar, se conocía como "Letanía de Loreto"; consistía en un rito de súplicas y alabanzas a la Virgen María que se ha conservado por casi quinientos años. Con el paso del tiempo (luego del Concilio Vaticano) la plegaria ha sido traducida a los diferentes idiomas, pues antes -al igual que la mayoría de los ritos y ceremonias religiosas del cristianismo católico-, se conducía utilizando un idioma (el latín) que poco a poco fue perdiendo su tradicional prevalencia. Vale decir, con lástima, que estuvimos repitiendo en forma casi automática una oración cuyo texto, en la mayoría de los casos, lo intuíamos pero nunca entendimos su cabal significado!

He recordado esas casi olvidadas e infantiles invocaciones al enterarme de la burda e insólita "adaptación" del padrenuestro católico que, sin cumplir con un mínimo sentido de respeto religioso y proporción, ha impulsado el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela que, en grosera muestra de plagio y carencia de imaginación, ha compuesto su "oración del delegado", con la que se expresa con ese lamentable cáncer que es el culto a la personalidad de ciertos líderes políticos.

Igual que nos sucedió a nosotros cuando éramos niños, hoy barrunto que tan nostálgicos devotos no tendrán idea del sentido de sus irreverentes y poco originales ruegos. Me queda la persuasión -convertida en método de consolación- que al igual que aquella letanía lauretana que en nuestro cansancio y sopor de infancia entonces repetíamos, su lectura ha de ser señal cierta de que los excesos del “chavismo” estarán viviendo ya sus postreros estertores un una patria que en forma harto diferente alguna vez soñó Bolívar. Amén.

Share/Bookmark

02 septiembre 2014

La felicidad, jajá, jajá

Aquel martes de diciembre uno de mis hijos, que a la sazón cursaba su primer año de colegio, vino a decirme que -como ya se acercaba su cumpleaños- quería irse al cine el sábado siguiente con todos sus amigos. Llegado el viernes, vino a recordarme de lo que para él ya se había convertido en una promesa; quería asegurarse que le iba a ayudar a satisfacer su ilusión, ya que yo mismo estaba ocupado, ese mismo día, en preparar una parrillada, ese preciso fin de semana, para mis propios amigos.

Al día siguiente, y mientras disfrutábamos del entretenido coloquio, el muchacho vino a despedirse, porque ya debía salir para la anunciada matinée y necesitaba de los requeridos fondos para financiar su presupuesto. Saqué entonces de mi cartera el dinero que juzgué sería suficiente para cubrir el importe de la película y cualquier otro antojo que pudiera presentarse en su excursión cinematográfica y sabatina. De golpe, noté en él un inesperado gesto de desilusión y de sorpresa. ¡Papi -me dijo- acaso que con esto voy a poder invitarles al cine a todos mis amigos!

La vida es así mismo, nos hacen "felices" cosas siempre distintas. No sólo que no necesariamente nos contentan asuntos y logros que en apariencia complacen a los otros, sino que muchas veces deja de ser importante o de halagarnos lo que un día nos llenó de satisfacción a nosotros mismos... Y es que, si algo caracteriza a ese valor que llaman felicidad, es justamente su carácter subjetivo. La felicidad es algo que no es susceptible de ser evaluado con estadísticas. Es imposible de cuantificar.

Es curioso, pero recuerdo que el concepto de felicidad fue un tema de conversación obligado en nuestra adolescencia. No sé, hoy mismo, si aquella forma de pretensión la ejercitábamos a objeto de asignarnos mayor importancia o fue, simplemente, nuestra primera y más inédita manera de iniciar nuestros escarceos en el recién descubierto arte de filosofar. Pero, pronto habría de comprender -o advertir- con mis condiscípulos, que eran justamente aquellos que más estaban interesados en debatir acerca del reiterativo tema, los que parecían no haber sido favorecidos por la cálida sonrisa de aquella dama elusiva y misteriosa que ellos llamaban felicidad.

Por mi parte, ya desde aquellos prematuros paliques, habría de comprender que discutir acerca del insípido asunto resultaba un tanto insulso y que, sobre todo, era muy dispar y variado el concepto o significado de lo que los demás podían entender por "felicidad". La felicidad no sólo era algo fugaz, efímero y -de nuevo- elusivo, sino que era algo tan transitorio que no merecía un nombre tan rimbombante, como si se tratase de un valor final. ¿No sería que así habían dado en llamar a unos huidizos y ligeros momentos de dicha? ¿No era eso, y no otra cosa, lo que llamaban felicidad?

Superados esos coloquios "existenciales" y ya abocados a la realidad de la vida, unos un tanto menos ingenuos hemos ido descubriendo que quizá lo que deba merecer tan ostentoso nombrecillo, no sea otra cosa que la paz interior. Ese extraño estado, en apariencia tan esquivo, que llena de plenitud y que consiste en la complacencia con la propia condición y que nos induce a una rara sensación de tranquilidad.

Por esto, me ha parecido tan presuntuoso y ridículo leer una entrevista efectuada a un funcionario público que se siente autoridad para hablarnos de un tema tan personal como es este de la felicidad. No sólo pretende darnos lecciones acerca del tema, el cándido personaje, sino que intenta convencernos que "ahora somos más felices que antes", pues en su ingenuo criterio la felicidad es susceptible de ser medida y las acciones gubernamentales son capaces de asegurarnos el "buen vivir" y darnos felicidad...

En los tiempos de mis primeras fiestas o "humoradas" juveniles, se hizo famosa una canción de Los Iracundos, que repetía el estribillo: "Felicidad, felicidad, mi mariposa que te vas"… Pronto vino la respuesta del otro lado del Río de la Plata, se trataba de otra tonada, interpretada por Palito Ortega, que a su turno proclamaba: "La felicidad, jajá, jajá, de sentir amooooor..." Empezó siendo una balada, pero pronto le pusieron ritmo de polka… Cuando uno la escuchaba era síntoma de que la fiesta había llegado a su punto de exaltación extrema. Pero también era anuncio y señal de que la farra estaba por terminar... Y, claro, todo gracias al amor!


Share/Bookmark

01 septiembre 2014

Como un acto de fe...

La vida se nos convierte a veces en una cláusula de espera, en un acto de fe. Eso han sido para mí estos últimos meses: como un acto de fe! Y es que... aquel día de marzo todo ocurrió demasiado rápido, casi sin que yo mismo cayera en cuenta… Y, para cuando se había decidido que me sometería a un cateterismo, para confirmar una posible obstrucción cardiovascular, era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Se hubiese encontrado o no la mencionada irregularidad, este era considerado ya como un “procedimiento invasivo”, un tipo de intervención que, a pesar de su asombrosa sencillez, determina una suspensión de seis meses en un oficio que lo he venido ejercitando los últimos cuarenta y cinco años de mi vida. Y así, sin que hubiese tenido tiempo para evaluar las implicaciones ni las consecuencias, en pocas horas tuve que admitir mi inminente nueva condición: debía afrontar una inesperada para médica para el siguiente semestre de mi profesión y de mi vida!

Podría pensarse que los seguros médicos vienen en nuestro auxilio en casos como este. La verdad es que -como la experiencia nos enseña y todos lo saben- los seguros no siempre son tan bondadosos, precisamente cuando uno más los necesita. Las pólizas con frecuencia contienen cláusulas excluyentes, aquellas que nunca nos dimos el trabajo de analizar ni de descubrir: la ominosa y nunca advertida "letra pequeñita"... Y es que, además, el mío es un contrato atípico, un "no contrato" si se quiere, en razón a que la mía es una relación "freelance", una que efectúo sólo cuando estoy disponible y solamente cuando “me necesitan”.

Esta situación particular implica que el seguro médico que debería protegerme en forma general y permanente, sólo es efectivo cuando me encuentro en actividad de vuelo; dicho de otro modo: “sólo cuando estoy disponible para realizar tareas relacionadas con el itinerario que ha sido organizado por mi empresa”. Esto suena -en principio- algo injusto, aunque tiene su implacable lógica, pues no existe una relación laboral permanente, no hay lo que se llama una “relación de dependencia”. El mío es un trabajo destinado a efectuar una tarea particular, un compromiso "a destajo" para realizar una tarea específica.

Es por este motivo, que utilizando una vieja nota humorística, puedo decir que en estos últimos meses he estado afectado por el SIDA (sin ingresos desde abril). Lo más importante: no he podido tampoco realizar una actividad que disfruto y que todavía me permite sentirme productivo.

No me ha quedado más remedio que "ponerme a esperar a que pase el tiempo". Existe para estos casos un protocolo que no sólo determina una suspensión temporal, sino un proceso de re-certificación específico que exige un número determinado de pruebas para confirmar la capacidad médica y garantizar la seguridad aérea que, como en este caso, pudiera estar involucrada. Cabe comentar que nunca me sentí mal médicamente y que si decidí someterme a la mencionada intervención fue justamente para asegurar mi idoneidad física.

Frente a esto, existen hoy varias posibilidades debido a que mi actividad está respaldada en dos licencias distintas: la nacional en la que consta la habilitación para el equipo que vuelo, y la islandesa que convalida la primera a efecto de que pueda ejercitar -en el ámbito europeo- sus prerrogativas y atribuciones. Puede inferirse entonces que he tenido que someterme a un proceso un tanto largo y riguroso; pero lo he aceptado consciente de las probables contingencias…

Ha surgido, sin embargo, un inesperado ingrediente de última hora: hoy existe un nuevo trámite para la renovación de visa para el país en el que me basa mi compañía. A pesar de que esa visa se me venía concediendo en el aeropuerto de ingreso, y de que nuestro país mantiene normales relaciones diplomáticas con ese país en forma específica, la entidad hoy encargada ha negado la renovación de mi visado debido a la nacionalidad de mi pasaporte (?). Espero que este asunto pronto sea revisado y corregido. Mientras tanto, he de sentirme abocado a un nuevo período de espera. Será, sin duda, como un nuevo acto de fe...

Quito

Share/Bookmark