28 julio 2014

El tiempo al revés

A veces me pregunto si ciertas iniciativas políticas, incluso las distintas decisiones que toman los gobiernos, obedecen verdaderamente a las reales necesidades que enfrentan sus pueblos; o si aquellas acciones más bien obedecen a expresiones de ignorancia, a simples manifestaciones de estulticia o a ese irrefrenable y recalcitrante complejo de inferioridad que parecería haberse afincado en ciertas ideologías tercermundistas. Es como si deberíamos aceptar que hasta el tiempo, de manera traviesa, hubiese decidido marchar al revés. Y, realmente, nada puede ser peor que ir a contramano con el tiempo!

Esto y no otra cosa me animo a pensar, cuando descubro que en Bolivia se habría optado, con escasa originalidad, por diseñar un tipo de artilugio, llamado "reloj del sur", cuyas manecillas giran en sentido contrario al que normalmente marchan los demás instrumentos de medir el tiempo, los cuales caminan justamente siguiendo lo que en forma universal se conoce como "sentido horario" o "la dirección de las manecillas del reloj", es decir hacia la derecha. Ello no sólo constituye una peligrosa contradicción sino un insulso anacronismo!

Pero esto precisamente parece haber quitado el sueño a los ideólogos de nuevo cuño, y ancestral resentimiento, del país hermano que, a pretexto de hacer una declaratoria de "identidad nacional" o de "símbolo de cambio", han emprendido en una iniciativa que sólo puede generar desconcierto y confusión en su propio pueblo. Es que los números, además, han sido colocados también en dirección contraria a su ubicación tradicional. Así, lo que, por ejemplo, reflejaría las doce y cincuenta, en un reloj convencional, indicaría realmente las once y diez en este tan absurdo como adefesioso aparato de medición del tiempo...

Cierto es que muchas convenciones que se han ido adoptando en la vida de la humanidad no son sino eso: meros convencionalismos. Estos han sido adoptados por la sociedad frente al convencimiento de su comodidad y conveniencia, para justamente eludir y eliminar los riesgos de actuar de una forma que pudiera no ser uniforme. La vida civilizada está marcada por una serie de reglas que reflejan un implícito acuerdo social y esto no es más que un mero convencionalismo.

Se quiere argumentar que existiría una razón geográfica para esta inusual novelería o "revolucionario" experimento: se arguye que las estaciones se producen en forma antagónica en el hemisferio sur a cómo se producen en el hemisferio norte, se insinúa que los relojes deberían marchar hacia la izquierda o al revés porque, en esa zona, no ocurren los solsticios y equinoccios al mismo tiempo... Pero, el argumento luce como una excusa traída de los cabellos, como un pretexto, que sólo consigue evidenciar un claro complejo de inferioridad frente a un acuerdo que, aunque pudiera parecer sólo un mero convencionalismo, es un útil y válido instrumento que ayuda a hacer más fácil la vida de la gente, como tantos otros inventos.

No se puede olvidar que el reloj mecánico se inspira en su predecesor, el reloj de sol, que, como es conocido, funciona de idéntica manera en ambos hemisferios. Lamentablemente -para los nuevos genios- la tierra gira siempre hacia la derecha; y, para su ilustrado conocimiento, así lo hace también en su propio hemisferio!

Mientras tanto, las autoridades han insistido en que "no hay que complicarse" (!), que "simplemente tenemos que tomar conciencia que no estamos en el hemisferio norte"... ¡Tan fácil como se escucha! Me pregunto: ¿cuál es el beneficio real de tan antitécnica como controversial iniciativa. ¿Se trata de ignorancia, estupidez, o simple gana de fastidiar? O tal vez sea, una vez más, una nueva manifestación de ese acomplejado prurito de ver hasta en el progreso un símbolo de opresión y colonialismo. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Inventar una brújula cuyas agujas declinen hacia la Cruz del Sur, o quizá algún otro aun más revolucionario invento?

Quito

Share/Bookmark

25 julio 2014

Patria, ¿un resentimiento?

Cuando viajo por los caminos de nuestro país, encuentro por doquier esa excesiva publicidad gubernamental que se refiere a que ahora "ya tenemos patria"... ¿Qué es exactamente lo que se quiere decir con ello? Conjeturo que se trata de una proclama que encierra un evidente contenido político, respecto a que los distintos beneficios materiales, el bienestar, quizá inclusive el progreso, son ahora parte de un nuevo proceso que es participado por todos. ¿Es justo, sin embargo, que sólo eso, algo puramente material, sea todo lo que identificamos con el concepto de patria?

No puedo dejar de advertir que muchas veces se confunden ciertos términos. No es infrecuente aquel guirigay que incluye a conceptos como país, nación y patria. Alguien me recordaba hace pocos días acerca de la identidad que existe entre dos vocablos que tienen una raíz común como son “pago” y país. Pago, en efecto, es un término usado en los países del sur del continente para referirse a territorio, lugar, distrito o región. “Por los pagos de mi barrio”, dice una milonga de Daniel Melingo.

Y hoy me he encontrado con un editorial periodístico que, a pretexto de exaltar la figura de Simón Bolívar y de tratar de rescatar su memoria, insinúa que somos una patria que no sabe rendir homenaje a sus padres, pues conjetura que si patria significa "tierra de nuestros padres o antepasados", no resulta justo que no sepamos dar a nuestros héroes el tratamiento que se merecen. Recuerda el artículo el cambio de nombre del aeropuerto guayaquileño, por ejemplo, que antes honraba la memoria del Libertador y sostiene que somos una patria "huérfana de padre".

Mas, sin embargo (como decían antes los cronistas), hay en ese editorial ciertas frases que revelan ese como complejo de inferioridad que quiere renegar de nuestra herencia hispánica. Ahí se habla de aquellos "tres siglos de conquista y cadenas coloniales", de la actual celebración de "la fundación del yugo imperialista en nuestra tierra", entre otros conceptos. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible hablar de patria cuando, en el cansino prurito de aparecer "políticamente correctos", queremos desconocer una parte de los elementos de nuestra nacionalidad. Esto porque si pretendemos hablar de nación, no podemos dejar de tomar en cuenta el idioma, las costumbres, la cultura y la tradición que nos legaron los españoles.

Claro que, para hablar de nacionalidad, no podemos prescindir de un territorio que nos une e identifica (recordemos nuestro secular problema limítrofe); pero, sobre todo, no podemos dejar de tomar en cuenta todos aquellos ingredientes históricos que se fueron integrando y yuxtaponiendo. Hemos de empezar por reconocer una base aborigen -sin desconocer que aquella ya venía soportando otro sistema de dominación "imperialista", la del régimen incaico-; luego hemos de añadir el aporte cultural, religioso y lingüístico de la conquista, sin que tampoco deba desconocerse todo aquello de oprobioso que representaron las mitas, las minas o los obrajes.

Fue precisamente de ese modo, que nuestro país -como todos los demás países de América y como otros pueblos del mundo- enfrentó su integración mientras su raza experimentaba ese proceso incesante que llamamos mestizaje. Unos más blancos o morenos que otros, todos fuimos formando parte de esa diversidad que es la raíz irrenunciable de nuestra nacionalidad. ¿Cómo, por lo mismo, sería posible fortalecer esa nacionalidad si pretendemos tapar el sol con un dedo, si creemos que es factible apuntalar y enriquecer un sentido de nacionalidad sobre la base de desconocer la historia, pretendiendo que parte del pasado no hubiese ocurrido jamás?

Y es que, además, ¿a quién hacemos responsable de los abusos del pasado? ¿A quién exigimos reparación? ¿A los actuales españoles, a los hijos o nietos de los antiguos potentados o terratenientes? ¿Es justo, en todo caso, recuperar los pretendidos valores de lo autóctono sobre la base del odio, el resentimiento o la retaliación? De veras, ¿aún creemos que se puede hacer patria con la bandera del enfrentamiento fratricida, la represalia o el rencor? Creo que más que una entelequia de tipo pecuniario, la patria debe ser un sentimiento -jamás un resentimiento-, y estoy persuadido que solo haremos patria si nos esforzamos por fortalecer un concepto de dignidad y de sano orgullo; y, ante todo, un profundo sentido de comunidad.

Quito

Share/Bookmark

22 julio 2014

60 años del Boeing 707

Si para algo no soy bueno es para recordar la fecha de los cumpleaños ajenos; tanto que, si no fuera por que cae justo un día antes de finados, inclusive me olvidaría de celebrar el mío. Esto pudiera llevarme a enfrentar situaciones embarazosas porque a veces no recuerdo ni las conmemoraciones de mis seres queridos. Por fortuna hay gente como mi mujer, que se sabe de memoria los números de teléfono de todas las personas que conoce o que, semana a semana, me recuerda los onomásticos de todos nuestros conocidos. O como el Efe, ese colega mío, entusiasta incorregible, con cuya novelería es capaz de estar atento a todas las celebraciones, a todos los hitos aeronáuticos...

Y así he recordado que la semana pasada ya ha cumplido sesenta años el Boeing 707... En otras palabras, yo he de haber tenido unos escasos dos años cuando le dieron a luz. Al principio le conocieron con otro nombre, y con un distinto apellido. Le conocieron como el “367-80" cuando recién lo concibieron, y aun mientras solo fue un proyecto. Y así lo conocieron, por lo menos al principio, mientras ya asombraba como jet comercial y ejercía de prototipo. Fue justamente el 15 de junio de 1954 cuando el B 367-80 -o simplemente el Dash 80- y más tarde conocido como Boeing 707, habría de realizar su vuelo inaugural. Ese día marcaría una fecha importante, no sólo para la compañía Boeing de Seattle, para la era del jet y la historia de la aviación comercial, sino también para los viajes intercontinentales y el desarrollo de la transportación aérea, como se la conoce hoy.

Creo que mi romance con los Boeing empieza un día de verano de 1968. Era la primera vez que me subía en un jet comercial, se trataba de un Boeing 727 de Avianca, era el mismo jet que había transportado al Papa en su visita a Colombia. Me llamó la atención la comodidad de sus asientos, el espacio interior, esas como hornacinas de lisa textura y color tan discreto que servían de marco a cada ventana. Cuando el vuelo pasó por Bogotá y también cuando llegamos a Caracas, pude echar un vistazo a la cabina de mando mientras desembarcaba de la nave. Jamás hubiese imaginado que los Boeing serían parte de mi vida profesional por casi treinta años...

Pocos años más tarde, y ya siendo piloto profesional, fui requerido para viajar a Bogotá para traer una avioneta Cessna que se había enviado para una inspección en el aeropuerto de Guaymaral. En esa ocasión me tocó en suerte volar en Lufthansa, se trataba esta vez de un Boeing 707-320 y, como todavía sucedía por aquellos tiempos, luego de identificarme como aviador, el comandante tuvo la bondad de invitarme para que despegara y aterrizara en el puente de mando. Esa fue una experiencia incomparable!

Antes de ese viaje, sólo había volado en aviones de hélice por espacio de tres años. Jamás había tenido oportunidad de ser testigo de la operación de un cuatrimotor a reacción, con tripulación de tres hombres y cinco asientos en la cabina de mando. Cuando aterrizamos en Bogotá, si algo me llamó la atención, y es un recuerdo que nunca voy a olvidar, fue aquel esfuerzo mancomunado de los miembros de la tripulación -ingeniero de vuelo, de por medio- en esa tarea sorprendente en que se convertía la aplicación de reversas luego del aterrizaje... Algo realmente traumático!

Tampoco me imaginé, en ese mismo vuelo, que tan sólo dos años más tarde habrían de llamarme de Ecuatoriana para que me incorporara a su nómina de tripulantes. Era el mismo día en que yo cumplía veinticinco años, entonces habría de desplazarme a San Francisco para recibir mi entrenamiento en los simuladores de vuelo de la desaparecida Western Airlines. Tampoco habría de imaginarme que volaría los siguientes quince años en los Boeing 707 y 720; que acumularía doce mil horas de vuelo en ese tipo de avión; y que, tan sólo dos años más tarde, estaría recibiendo mi entrenamiento en las instalaciones de Pan American en Miami, para volar como comandante en aquel aparato inolvidable.

El B-707 pasó a ser mi hermano y mi amigo. Es hasta hoy, el mejor entrenador que jamás haya volado. Con él aprendí cosas que eran nuevas para mí, como la operación de los motores a reacción, la cabina presurizada, las alas "swept-back", la meteorología de gran altitud, nuevos términos y fenómenos como el "dutch roll" o el "tuck under". El 707 me hizo madurar como aviador, me hizo convencer de las ventajas de ser disciplinado; me enseñó a tomar en cuenta los criterios de los demás miembros de la tripulación, a planificar, a ser precavido, a utilizar mejor los recursos de la cabina, a ser una mejor persona, a aprender a ser un mejor "comandante"...

Quito

Share/Bookmark

18 julio 2014

Claraboya

Si se observa una de las portadas de Claraboya, la novela póstuma de José de Sousa Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922 - Lanzarote, España, 2010), no se puede menos que transigir ante la reflexión que provoca la aparente interpretación del artista responsable del dibujo. En un fondo ocre, que parece semejar un enorme portón, un diminuto hombre captado en una instantánea de curiosidad parece hacer un esfuerzo por cruzar un postigo estrecho, como apartándolo para dar paso a su catadura. De pronto, uno advierte que la oscuridad que se descubre al otro lado de la apertura, produce una sombra descomunal y contradictoria, un extraño claroscuro. Parece reflejar una sutil metáfora, una que insinúa que algo no hemos entendido.

Claraboya es una de las primeras novelas de Saramago, una que el premio Nobel la habría escrito antes de los treinta años. Cuando le llamaron desde una editorial para anunciarle que habían redescubierto el manuscrito, ya habían transcurrido otros cuarenta años y el autor, enojado por tan incomprensible falta de respeto, se opuso a la tardía propuesta de los editores que ahora estaban listos a publicar la obra, y resolvió que no lo haría mientras estuviese con vida. Para entonces ya había visto publicadas muchas de sus famosas y provocativas novelas, y gozaba del ecuménico reconocimiento que le otorgaba el mundo de la literatura.

Algo hemos de decir de Saramago, un hombre que tuvo que lidiar con la tartamudez, que nunca fue a la universidad, que había sido mecánico de profesión, y cuyos padres y abuelos fueron analfabetos. Hubo un tiempo en el que devoré la mayoría de sus novelas, las mismas que obligan a sus lectores a replantearse su misión en el mundo y a reconocer las diversas tonalidades morales que encontramos en la vida. Ahí nada es solo blanco o solo negro, nadie es totalmente culpable o totalmente inocente. Pues eso es justamente la vida, una inescrutable condición donde los hombres terminamos viéndonos en el espejo y descubrimos que asomamos distorsionados por el subjetivo lente con el que los demás nos miran.

En Claraboya se suceden esas instancias vitales, los recelos, el egoísmo, las ambiciones -esa competencia sin misericordia- que parecen ser parte primordial de toda relación humana cuando estamos sometidos a la opinión ajena y al escrutinio que anima la curiosidad de los vecinos. Claraboya es la narración de unos incompletos episodios acerca de lo que sucede, o puede ocurrir, en los espacios compartidos, en la cotidianidad de la vida del conventillo. Ahí hay espacio para lo magnánimo y para lo abyecto, para la insidia, para la bondad o la ilusión. Y todo se percibe como si se otearía desde un ventanal elevado y secreto, que nos regala la luz necesaria para ayudarnos a interpretar y la distancia para asegurarnos discreción...

Resulta sorprendente que un joven Saramago haya sido capaz de describir cuadros humanos tan complejos que piden ser pintados con el pincel de la madurez. Hay, en la presentación de esos personajes, una cuota de profunda sensibilidad, un hábil manejo psicológico de las escenas en las que ellos intervienen, y -además- una enorme fidelidad del sesgo inesperado que a menudo adquieren los intercambios coloquiales. Eso domina Saramago desde muy joven, una suerte de oficio para dejar que los diálogos fluyan. Son intercambios nada premeditados, surgen como en la realidad de la vida, empujados por la fuerza espontánea de la improvisación.

Un hombre que supo utilizar la imaginación para combinar sus más conspicuas cualidades, la compasión y la ironía (así supo reconocerlo la propia Academia sueca), Saramago dejó de publicar por cerca de treinta años, porque argumentaba que "no tenía nada que decir". Cuando hacia 1980 le sorprendió una inusitada fama, sus obras fueron de pronto reconocidas mundialmente y deleitó a sus lectores con novelas como "Manual de pintura y caligrafía", "El año de la muerte de Ricardo Reis", "El evangelio según Jesucristo", "Ensayo de la ceguera", "Caín" y "Ensayo de la lucidez". En todas ellas, el autor nunca cesó de utilizar sus parábolas para invitarnos a meditar en lo fortuito y circunstancial de nuestra humana contribución .

Casablanca

Share/Bookmark

14 julio 2014

Más allá de un virus

Se nos fue convirtiendo en un virus. Y todos, casi sin que cayesen en cuenta, empezaron a utilizar esa curiosa manera de expresarse. "Más allá de", por aquí, "más allá de", por allá. En parte, creo que tiene que ver con la influencia de una forma de decir que resulta común en el sur del continente, en el habla argentina, y que nos fue llegando a través de los comentarios deportivos y de las entrevistas relacionadas con el fútbol. Lo cómico es que se ha convertido en un clisé, en una frase copiada, en un abuso mecánicamente repetido. “Más allá de esto", por aquí y por allá.

De golpe el "más allá de" se fue convirtiendo en un omnipresente lugar común. En algo parecido al "o sea" o al "digamos", y ya no parecería existir comentarista o expositor que en algo se precie (o aprecie) que no transija al embrujo aparente de su utilización. Lo que no queda nunca claro es qué es lo que se quiere subrayar o qué es lo que se quiere obviar o esconder. Cuando lo escuchamos no logramos aprehender su real intención. ¿Quieren decir con ello acaso "no solo eso"? ¿Quizá, "aparte de"? ¿Qué mismo es lo que, quienes usan ese “más allá”, pretenden significar?

Por mi parte, he tratado de poner atención a todas esas frases en las que se ejercita su uso. Alguien que está hablando de las limitaciones técnicas de un determinado equipo, por ejemplo, empieza por advertir aquello de "Más allá de los méritos del equipo contrincante". Si uno pone especial atención a lo que parecería ser la intención de la frase en mención, ha de notar que no queda claro con qué propósito fue utilizada. Tal vez, "tomando además en cuenta"? Quizá, "sin embargo", o "no obstante"? O, tal vez, con ese siempre repetido "más allá de", se quiere expresar un "sin tomar en cuenta" o un "sin entrar a considerar" esto o lo otro...

Lo cierto es que, mucho "más allá de" lo que sus cultores quieran realmente decir, el uso se fue convirtiendo no solo en un empleo recurrente, sino en una innecesaria moda que fue adquiriendo un sesgo un tanto viral. Quisiera conjeturar que se trata de una forma usada para expresar (o quizá reemplazar) tanto un "sin embargo" como un "además de". De ahí el carácter impreciso que contiene. No se entiende si con ello se insinúa que es algo que se quiere subrayar o algo de lo cual nada se quiere decir, algo que se prefiere pasar por alto o callar.

Pero este coloquial "más allá de" nada tiene que ver con otro que en apariencia también se ha ido convirtiendo en fórmula preferida para encabezar o poner título a ciertas noticias, crónicas o ensayos. Ejemplos abundan y sobran. Les entrego dos: "Más allá de las canas", o "Más allá de la cocina", con lo que sus autores parecería que quieren expresar la idea de "algo más profundo que" o "al otro lado de" este o algún otro asunto. Piénsese por ejemplo en este sugerente titular: "Más allá de la realidad", aunque -en este preciso caso- no se trate de la intención de hablar de ultratumba; es decir, de referirse a un contingente "más allá"...

Hago estas ociosas digresiones cuando ya ha finalizado el absorbente mundial de fútbol. Sin duda, este se ha constituido en uno de los más entretenidos mundiales que ha habido en la historia. Es evidente que a su éxito, y a nuestro especial disfrute, ha contribuido el alto grado de sofisticación a que han llegado las transmisiones televisivas. A la claridad y nitidez de esas transmisiones se han sumado todos esos recursos que permiten repetir las más importantes incidencias, revisar las jugadas que generan controversia y la disposición táctica de los equipos participantes. Tal parece que poder presenciar estas transmisiones conlleva ventajas que ni siquiera obtienen quienes se hallan presentes en los mismos estadios.

Alemania ha quedado campeón. Es un justo ganador, siempre se exhibió como el conjunto más completo y mejor preparado del torneo. La gran desilusión para los latinoamericanos fue aquello de que uno de sus equipos no pudiera lograr el ansiado trofeo. En cuanto al triste y especial desengaño que sufrió el equipo anfitrión, empiezo a pensar que aquello de no tener que participar en los partidos eliminatorios, a la larga más bien le perjudicó como equipo y no le favoreció como se hubiera esperado… Ahora, a Brasil, no le queda más que prepararse y ver qué pasa luego de otros cuatro años, "más allá" de lo que el destino le pudiera deparar!

Casablanca

Share/Bookmark

10 julio 2014

Bestiario

No voy a olvidar nunca la cara de incredulidad de aquellos niños, su llanto, su contenido gesto de tristeza. Tampoco se me va a ir de la memoria el llanto de desencanto de aquel zaguero central, pidiendo disculpas a la hinchada y tratando de explicar algo que ni él ni nadie podría explicar, y que llenó de escepticismo y de sorpresa a todos los aficionados futbolísticos de todo el mundo. Es que, ¿quién podía haberlo imaginado? ¿Quién hubiese creído que -en un lapso de tan solo dieciocho minutos- Brasil habría encajado cinco goles, y que terminaría perdiendo por una diferencia tan abultada y de rasgos tan históricos como inexplicables?

Con esto se terminó el mundial para Brasil. Lo triste es que todavía tendrá que encarar un último partido para disputar un anodino tercer puesto. Alguien me decía en el entretiempo del partido con Alemania, y cuando el resultado era ya imposible de remontarse, que ahora sí se levantaría la gente y la protesta social encontraría cauces para desahogar los sentimientos de rechazo que se habían dejado en suspenso. Yo pensaba que no, que la gente había quedado tan lastimada por tan inimaginable resultado que quizá lo único que querría era volver a casa, a rumiar su desilusión, en la esperanza de que lo que vivió hubiese sido solo una horrible pesadilla, y que cuando despertara descubriese que nada de eso había sido cierto…

¿Quién puede hallar una explicación para tan histórica debacle? Hay que empezar por admitir que el actual equipo, el que en este mundial representó a Brasil, no era la mejor selección que ese país había presentado en mucho tiempo. Ya en los partidos anteriores se observó que sus líneas presentaban serios vacíos en su ensamblaje. Era notoria una preocupante falta de comunicación entre las diferentes líneas. Nunca como ahora el medio campo, que siempre caracterizó al virtuosismo brasileño, había estado tan desatendido. Brasil había sido por siempre el equipo que se había constituido no sólo en un referente, sino en el favorito de la mayoría de los aficionados latinoamericanos. Pero… ¿realmente jugó tan mal el “scratch”?

Este desproporcionado resultado no refleja una realidad cualitativa. Brasil no es siete veces menos que Alemania. No, de ninguna manera! Por lástima, hay ocasiones en que las circunstancias apuñalan con la casualidad y no queda sino reconocer que aun estos resultados sorprendentes solo se producen de vez en cuando y casi siempre por mero accidente. ¿Cómo creer, si no, que en tan corto tiempo se hubiese consolidado una goleada fabulosa que, a ese nivel, carece de antecedentes?

Es fácil -y siempre cruel- tratar de encontrar culpables; sin embargo, si Brasil se hubiese tranquilizado y no se hubiese adelantado de forma tan desorganizada después del primer gol, el resultado no solo que no hubiese sido tan lapidario, sino que bien pudo haber sido remontado. Brasil probablemente cometió un imperdonable error estratégico, que a la larga habría de producir ese resultado tan catastrófico como inesperado: ubicó a uno de sus centrales en una posición no solo muy adelantada, sino deambulando por todo el campo de juego. No jugaba a nada!

No sería bueno tampoco que solo miremos el lado de quienes hoy enfrentan el desconsuelo, hay que apreciar lo que hizo bien Alemania, que demostró que los resultados se dan cuando se es fiel a un esquema disciplinado, de transiciones rápidas, cuando se presiona al rival y se tiene una proyección de claro carácter ofensivo. Y esa quizá fue la mayor limitación que exhibió el once brasileño, su renuncia, su ausencia de lealtad, a lo que siempre le caracterizó: el “jogo bonito”.

Para los jugadores, que buscaron con tanto empeño reducir la diferencia, aunque -claro- nunca se supo si sabían qué era lo que tenían que hacer… algo que debe haberles dolido, más que ese marcador nunca imaginado, más todavía que saber que con aquella pérdida estaban defraudando a una hinchada desengañada, fueron aquellos sorpresivos "oles" que con tanta crueldad y con gesto tan poco generoso les cantó su propia “torcida”... Pero, asimismo de cruel es la desilusión cuando se junta con el resentimiento, se asemeja a un relato de bestias feroces, a un cuento fantástico…

Quito

Share/Bookmark

09 julio 2014

Aterrizajes abortados

Gran -aunque innecesario y exagerado- revuelo está generando en estos días un aparente incidente ocurrido la madrugada del 5 de junio en el aeropuerto El Prat de Barcelona. El episodio, como muchos en los que se involucran aspectos de carácter técnico, se ha convertido en fuente de opinión e inusitado comentario por eso justamente, porque en su discusión intervienen personajes que no tienen un básico conocimiento, y por lo mismo la autoridad, para hablar del tema.

He revisado la filmación fortuita del hecho que se comenta. Se advierte que se trata de una de esas grabaciones realizadas en forma circunstancial por un observador aficionado. Resulta evidente, al analizar el testimonio, que la filmación se distorsiona por la posición relativa de quien ejecuta la tarea. Para obtener una observación objetiva, es indispensable que la filmación se realice desde un ángulo que no altere la correcta perspectiva: el eje mismo de la pista.

Luego de estudiar la carta del aeropuerto, puedo observar que existe una cierta inexactitud en la información que se está diseminando: el avión de Aerolíneas Argentinas -un Airbus 340, que parecería que invade la pista y la cruza mientras un Boeing 767 de UTair trata de realizar su maniobra de aterrizaje- no está movilizándose en tierra (carreteando, en términos aeronáuticos) con destino a la pista 25R (derecha), como indican los medios, sino que se encuentra en la calle de rodaje Kilo, con la probable intención de dirigirse, para su despegue hacia Buenos Aires, hacia la pista 25L (veinticinco izquierda) del aeropuerto de El Prat.

Hasta aquí, nada de extraordinario existe en el episodio. A menudo, como cuando por razones de viento o de tránsito aéreo surge la necesidad de cambiar la pista que debe utilizarse -lo cual fue exactamente el caso-, se producen autorizaciones de carácter contingente, cuando se mantiene en suspenso el permiso de despegue o de aterrizaje hasta que la otra aeronave satisfaga aquella maniobra que impide que los controladores concedan el permiso definitivo. Se da entonces el caso, cuando la aeronave en tierra no ha tenido tiempo para satisfacer la evacuación de la pista, que se mantiene la autorización en "stand-by", y se proporciona una advertencia a la aeronave que espera la otra autorización, para que se prepare a efectuar un sobrevuelo. Es lo que en aviación se denomina "Go around" o aproximación frustrada. En estos casos, el controlador ordena a los pilotos que "aborten" la aproximación (resulta anecdótico que en Ecuador, el término que se utiliza sea el de "retacar"…).

Es tal la frecuencia de las operaciones aeronáuticas, en determinados casos, que muchas veces las aeronaves no alcanzan a abandonar la pista en la intersección prevista, o no alcanzan a cruzar la pista en tiempo adecuado mientras otra ha sido autorizada a realizar el despegue o el aterrizaje. En estos casos, el control emite una perentoria contraorden e instruye a la aeronave en vuelo que efectúe un sobrepaso. Nada trágico hay en esto. Si algo existe en el ambiente de aviación es precisamente una frase que contiene una profunda filosofía: "la maniobra más profesional es un oportuno y bien ejecutado aterrizaje abortado".

A lo largo de mi carrera, he abortado un sinnúmero de aproximaciones. Debo reconocer que a pesar de la sencillez de la maniobra, hay en ella -sobre todo para el ansioso pasajero- algo de antinatural y aun de traumático. Nadie espera volverse al aire cuando todo parecía que estaba normal y anticipado. Las condiciones de tránsito o las más caprichosas, las de la meteorología, no siempre son las que se habían esperado. Entonces se escucha una urgente y estentórea re-autorización, y los pilotos nos vemos obligados a alterar nuestros planes. Incluso, algo insólito puede llegar a suceder: que otro "Go-around" tenga que volver a ocurrir, y nadie está preparado para algo tan inesperado. Lo sé, porque me ha pasado... Incluso, he llegado a “retacar” una vez que ya había aterrizado!

En el caso que nos ocupa lamentablemente tengo que hacer de abogado del diablo... Da la impresión que el Airbus 340 fue realmente autorizado a desplazarse hacia la pista 25R -y no a la 25L- para que efectuara posteriormente su maniobra de despegue. No solo me lo dice la intuición, sino también la definitiva condición de que para una ruta así de larga, y para tal peso de despegue, normalmente los pilotos escogemos la pista de mayor longitud, para efectuar una más eficiente y segura maniobra de despegue. La pista 25R es algo más de dos mil pies más extensa que la pista paralela del aeropuerto catalán...

Quito

Share/Bookmark

08 julio 2014

"La leyenda" ya es leyenda *

* Por Javier Marías
   Diario El País, 7 de julio de 2014


En el fútbol hay poco objetivo, por más que los goles, los puntos, los triunfos, las derrotas, las eliminaciones y los títulos den a entender lo contrario. Se equivocan quienes afirman que nadie se acuerda de los finalistas ni de los segundos. Los que vimos a la Holanda de 1974 la conservamos en la retina mucho más que a la Alemania que la venció en el último y crucial partido. Se nos desdibuja hasta Beckenbauer, mientras que Cruyff, Neeskens y Rep aún bailan en nuestra memoria. Así, a quienes alcanzamos a admirar a Di Stéfano (y más aún si éramos niños y adolescentes), es difícil convencernos de que haya habido mejor futbolista a lo largo de la historia. En cuantos han venido después, algo echamos siempre en falta, por comparación o por nostalgia.

No es fácil saber qué exactamente. A Pelé nunca tuvimos mucha ocasión de contemplarlo, pero digamos que al lado de Don Alfredo nos parecía frívolo. El que más se le aproximó fue tal vez Cruyff, porque lo igualaba en inteligencia; probablemente no, sin embargo, en capacidad organizativa ni tampoco en amor propio (o fastidio ante la derrota, si se prefiere). Maradona fue sin duda más rápido y habilidoso, pero siempre dio la impresión de ser corto de luces, pendenciero y poco noble. Es seguro que Messi es más malabarista y más mortífero, pero le falta humanidad o acaso es entendimiento: se lo ve demasiado ajeno a todo, como un autómata portentoso algo desatendido del conjunto del juego y de sus compañeros.

Todo esto es muy subjetivo, ya digo. A los ídolos de la niñez es casi imposible desplazarlos, y en cierto sentido Di Stéfano compartía honores con el Capitán Trueno, y D'Artagnan, y Miguel Strogoff, y Sandokan. El físico no lo acompañaba: su prematura calva lo hacía parecer demasiado mayor a los ojos infantiles, no era sencilla la identificación inmediata. Eso quedaba paliado, compensado, por la generosidad y la nobleza que transmitía. Las masas lo adoraban, pero jamás tuvo aires de divo.

Su genialidad era incuestionable, y él, no obstante, insistía en la importancia de los compañeros sin falsa modestia, consciente de que él solo no bastaba. De tanto en tanto se le veían malas pulgas (una bronca a un defensa del equipo; una advertencia a un contrario, con ojo airado o irónico); qué menos que un héroe capaz de imponer su autoridad o su saber, o de pararle los pies a un rival irrespetuoso o sucio. También uno esperaba de D'Artagnan y del Capitán Trueno que supieran defenderse y escarmentar al que se lo mereciera.

En alguna ocasión he escrito que a los futbolistas se los reconoce en seguida por los andares y por cómo corren, como a los actores de cine inolvidables. ¿Quién no es capaz de representarse al instante los pasos de John Wayne, Henry Fonda, Cary Grant, Gary Cooper o James Stewart? La estampa de Di Stéfano sobre la hierba pertenece a esa estirpe. Quien lo vio lo sigue viendo: lo ve avanzar con el balón o sin él, dar un taconazo o colarse por sorpresa entre los defensas contrarios; impartir órdenes a sus compañeros o parar el balón y retenerlo bajo el pie —imponiendo una inverosímil pausa— en un momento de desconcierto o desarbolamiento; lo ve regatear sin florituras o rematar de cabeza, o celebrar un gol con los dos brazos en alto y un saltito, su forma tan característica, el gesto breve y sin excesos.

Yo lo veo, sobre todo, llegar solo con la pelota a la portería desguarnecida, tras superar a todos los adversarios. Detener un segundo el balón ante la línea de meta, el mínimo tiempo justo para que cien mil almas contuvieran el aliento y pudieran preguntarse: "Pero a qué espera?". El tiempo justo para que el gol inminente no fuera gol todavía. Y entonces, con la suela de la bota, hacer traspasar el balón suavemente esa línea, sin impulsarlo al fondo de la red, en modo alguno: sólo hacerlo cruzar la raya blanca y dejarlo allí depositado. Él ha cruzado ahora esa raya y está dentro de la meta, para siempre, con nuestra mayor gentileza y afecto, el imborrable recuerdo y el agradecimiento que jamás se salda.

Share/Bookmark

07 julio 2014

Canales y más canales

... y un río con nombre de cerveza!
 

Hay ciudades a las que uno sabe que va a volver. Es como si un sino oculto nos las pusiera en el camino. Son ciudades que se han convertido en favoritas del mundo, y no tan sólo de sus esforzados hijos. Ahí están, como ejemplo, París, Buenos Aires, Roma, Hong Kong o Nueva York, focos de civilización y de cultura que se han ganado un lugar en la historia de la humanidad. Ámsterdam es uno de aquellos sitios, ciudad que debe su nombre a la represa (dam) que su gente construyó en el río Amstel. Hoy los viajeros descubren que existe un río cuyo nombre se escogió para  bautizar una bebida que hace honor al represado río.
 

La conocen como "la Venecia del norte", "la ciudad de los canales", o "la ciudad de los museos"; y aun como "la capital de la fiesta" o "la sucursal del pecado"… Ámsterdam es una ciudad que ha dado albergue desde siempre a la diversidad y al libre pensamiento, que se ha caracterizado en forma permanente por respetar las opciones diferentes, las distintas y más opuestas tendencias. De esta forma, la metrópoli se fue constituyendo en un símbolo de tolerancia, en el epítome mismo de la ciudad que no otorgaba socaire a la intransigencia, de la urbe donde podían convivir los diversos credos y las más variadas preferencias.
 

Y así prosperó la ciudad, así creció y se fue impregnando de tan admirable carácter. Más allá de sus canales omnipresentes, de sus fachadas enjutas e inclinadas, de sus callejas estrechas y del bullicio vibrante e inquieto de sus calzadas peatonales, la ciudad está ahí, para demostrar que hay alternativas que el hombre todavía puede escoger, aun a riesgo de los ocasionales abusos o de la probable distorsión cuando ejercita con libertad aquellas múltiples tendencias.
 

Fundada en el último cuarto del siglo XIII, la ciudad pronto floreció debido al intercambio comercial con sus vecinos europeos. Fue, justamente, aquella altiva independencia frente a las absurdas guerras de religión, la que otorgaría refugio a todos esos prósperos europeos que buscaban aislarse del encono, fanatismo e intolerancia que caracterizaron a una época. Volver a Ámsterdam es reconocer cómo los hombres vivimos encadenados a unos recuerdos y cómo estos nos atan a la nostalgia mientras nos sentamos a escanciar un frío vaso de cerveza!

* Publicado en la revista Summer EC
   Edición # 19. Junio - Julio de 2014


Share/Bookmark

03 julio 2014

El tránsito, otra vez

Mientras se ha declarado en emergencia al transporte público de la ciudad de Quito, los ciudadanos seguimos preocupados por los diarios inconvenientes que se desprenden del insoluble problema del tránsito; y nos preguntamos si algo se está poniendo en marcha para resolver tan molestosa como perjudicial fuente de conflicto. Para un observador despreocupado el tema del transporte parecería ser el más acuciante para las clases menos favorecidas, mientras el del tránsito sería el que más afecta a los estamentos más acomodados. Pocos parecen caer en cuenta de la mutua relación e incidencia que existe entre estos dos graves problemas.

La ciudadanía ve con enorme preocupación el que día a día se vayan acentuando los atascos y se evidencie el ralentizado trajinar de la movilización vehicular en la urbe. Cabe consultar qué es lo que se tiene planificado a corto plazo para dar atención a tan fastidiosa situación, la misma que incide no sólo en la eficiencia de las actividades de la colectividad, sino especialmente en la sensación de bienestar de los habitantes capitalinos.

En estos mismos días, es curioso observar cómo el tránsito fluye con relativa agilidad en las horas que gran parte de la ciudadanía está pendiente del desarrollo de los partidos relacionados con el mundial de fútbol. Esta inesperada como inusitada fluidez hace más notorio el contraste y persuade a los habitantes que con medidas adecuadas bien pudiera conseguirse una movilidad que brinde mayor comodidad y aporte con una cuota de mejor calidad de vida para los quiteños. Efectivamente, la ecuación parecería ser bastante simple: el tránsito ha de dejar de constituir un problema cuando aumente el tamaño y número de las vías disponibles, y cuando se consiga -además- que transite un menor número de vehículos.

Dada la configuración física de la urbe, las soluciones no son de fácil implementación debido a que no existe el espacio para crear nuevas vías que se caractericen por su amplitud y permitan la movilización de un mayor número de vehículos. La única opción posible sería la construcción de vías de alta velocidad sobre las mismas vías que hoy existen para el tránsito entre el norte y sur de la ciudad. En otras palabras, lo que se necesitaría es la construcción de un par de súper carreteras sobre dos o tres avenidas principales, para que se pueda transitar sobre las ya existentes.

Es factible que el excesivo celo por atender en forma adecuada la transportación pública pudiera haber incidido en forma negativa en el otro gran inconveniente: los odiosos atascos. Esto se debe principalmente a que algunas de las principales vías longitudinales han sido alteradas en su diseño para favorecer la movilización tanto del Trolebús como de las unidades que forman parte de la Ecovía. Esto ha hecho que se reserven carriles exclusivos para un servicio que no tiene alta demanda durante buena parte del día, en una cláusula de tiempo cuando esos carriles son subutilizados y están restringidos para el tránsito de los vehículos particulares.

Sucede, por lo mismo, que en esos trechos de escaso flujo, tales carriles son ineficientemente utilizados. Contrario a lo que pudiera pensarse, tampoco estos servicios pudieran ampliar sus frecuencias porque carecen de la necesaria demanda y no sería adecuado ni conveniente que sus unidades se desplacen vacías. Al mismo tiempo, es probable que tampoco se haya estudiado la posibilidad de que tales andariveles pudieran ser utilizados por los otros buses de transporte de las líneas interurbanas que operan en forma complementaria, con lo que se agilizaría y solucionaría parcialmente la movilización de los vehículos de uso particular.

Sea lo que sea, los dos grandes acertijos que se deben enfrentar están íntimamente relacionados. El uno incide y afecta al otro. No puede resolverse el problema del tránsito mientras no se atienda al de la transportación y viceversa. Buscar una solución integral para la transportación ha de aliviar, por lo menos en forma temporal, la problemática del tránsito; y atender el intríngulis de la movilización vehicular ha de aportar con mejores soluciones a ese vía crucis monumental en que gran parte del tiempo se ha convertido el transporte colectivo.

Quito

Share/Bookmark

01 julio 2014

Todos contra todos

Estuve a punto de llamar a esta entrada "Propuestas", pues eso es lo quisiera hacer en relación a cómo se ejecuta el actual sistema de eliminación del mundial de fútbol. Sin embargo, por un momento pensé que dicho nombre tendría, sino un cierto parecido, por lo menos una probable remembranza con los títulos de los temas del cantautor brasileño Roberto Carlos ("Emociones, "Detalles", "Recuerdos", "Momentos"), pero al final opté por este de "Todos contra todos", que no es sino la traducción del sistema de eliminación que en inglés se denomina "Round Robin".

Como me pasa con frecuencia, he tenido que acudir a la Wikipedia para consultar de dónde ha salido el curioso nombre. Así he descubierto que se trata de una probable corrupción etimológica. "Robin" se derivaría del término "ruban" que significa "ribbon", que quiere a su vez decir cinta, franja o lista. Con el paso de los años, el término se habría corrompido y adaptado al inglés como Robin... Conjeturo, por lo mismo, que el sentido que se quiso dar a la expresión es el de competir con toda la lista de jugadores o equipos que conforman la rueda completa de participantes.

Para empezar, he de comentar que existe una realidad que a muchos se nos escapa. Se trata de eso, de una realidad, no pretendo aportar un elemento que podría ser considerado como una "filosofía". No es mi intención nada parecido. Me refiero al hecho incontrovertible que, de los treinta y dos equipos que actualmente participan en el evento ecuménico, solo uno llega a campeón. O, si se prefiere, treinta se van a casa de manera triste, decepcionante y prematura; y hasta la última fecha, subsisten únicamente dos: el potencial ganador y el frustrado perdedor. Si bien se ve: solo uno gana y todos los demás pierden, como sucede en todo torneo o competencia de este tipo...

Esto de que casi todos los equipos terminen perdiendo es inevitable. Pero lo que causa inconformidad, lo que realmente duele es que las eliminaciones se produzcan con un sistema que determina desenlaces injustos. Vemos, por ejemplo, cómo con el actual sistema se van a casa equipos que pierden por tiros penales la condición de invictos que mantuvieron en los partidos jugados en tiempo reglamentario. ¿Cómo es posible que se determine un forzado ganador por los tiros que ejecutan jugadores extenuados -han debido jugar previamente por dos horas-, y que se encuentran influenciados, además, por la presión del inminente resultado?

Y es que además, esto de jugar en la fase de eliminación directa, por dos tiempos adicionales para conseguir un desempate, no es parte consustancial a la tradición ni al desarrollo natural del juego. El fútbol, como se lo juega jornada tras jornada, es una competencia que dura solo noventa minutos. Esto de jugar ciento veinte no entra en el protocolo del juego, no se usa ni es parte de las normas con las que se lo practica. Noventa minutos ya son suficientes desde el punto de vista atlético. Más allá de ese tiempo, se exige de los jugadores un excesivo esfuerzo, pasan a ser deportistas deshidratados, agotados y extenuados... ¿Qué es lo que se quiere probar?

Este innecesario desgaste físico no solo incide en el posterior resultado -el que determinen los treinta minutos adicionales- sino que afecta en forma incuestionable al desempeño ulterior de los lanzadores de los tiros penales. Lo más grave no está allí; el ganador, estropeado y drenado físicamente como ha quedado, muchas veces ha de tener que enfrentarse en su próximo compromiso con un equipo que no ha tenido que enfrentar similar esfuerzo. Se pasa entonces a promover una situación injusta pues habrán de enfrentarse dos equipos en desigualdad de condiciones.

Sería preferible que se mantenga el sistema de "Round Robin" -que hoy se utiliza en la fase de grupos- hasta el final del torneo. Con el grupo de los últimos cuatro finalistas se determinaría el campeón mundial. Para esto habría que apretar el calendario y prever un contingente más amplio en las plantillas de jugadores (digamos que hasta treinta integrantes). Esta modalidad se podría satisfacer en solo cuatro semanas y produciría mejores réditos económicos (un mayor número de partidos) y, sobre todo, resultados más justos y equitativos.

Quito

Share/Bookmark