29 agosto 2014

Kimchi, otra vez…

Confieso que soy un entusiasta de la comida oriental. Nada existe que satisfaga más mi paladar que ciertos platillos japoneses; pero los que más llaman mi atención no son precisamente los más tradicionales -aquellos como el “sushi”, el “sashimi” o el “tempura”-; los que son mis favoritos son, más bien, los que tienen una fuente menos comercial, que representan recetas de consumo familiar y que están presentes en la dieta de los hogares nipones. Uno de ellos es una muy fina chuleta apanada de cerdo que se sirve sobre una cama de arroz, cebolla y huevo, y que llaman “catsu-don”. Eso es algo como para realmente lamerse los dedos!

La comida coreana está también entre mis favoritas; lo malo es que no siempre se logra encontrar la verdadera, la auténtica. Sin embargo, si se tiene la suerte de hallar un lugar con el genuino sabor tradicional, especialmente en lo relativo a esos pequeños pozuelos que se sirven como generosa guarnición, esta puede ser una señal anticipada de la calidad que ha de tener la sazón de los platos que vendrán luego. Cuando se toma el gusto a la comida coreana es imposible no querer volver a disfrutar esas sopas picantes y aquellos otros sabrosos platillos en que se combinan los vegetales con mariscos o carnes de diferentes tipos.

Fue precisamente en uno de esos nuevos restaurantes coreanos que han abierto en mi tierra, que hace pocas semanas creí haber dejado olvidados mis lentes de lectura. Lástima que ya había llegado a casa cuando advertí que los había extraviado. Como muy pronto había hecho “migas” con el amigable propietario, disponía por fortuna de la tarjeta de negocios del local y opté por hacer una llamada para averiguar si los había dejado sobre la mesa que había ocupado.

No me contestó el ciudadano coreano. Quien me reconoció y trató de asistirme fue el salonero nacional que fungía como su asistente. Pude apreciar, mientras esperaba en la línea, cómo él consultaba a las personas que atendían en la barra, si yo había dejado olvidados mis anteojos sobre la mesa en la que me habían atendido hasta hace tan poco rato. Para mi sorpresa, el empleado -al tratar de identificarme- se refirió a mi persona como a “ese señor mayorcito”…

Ha de comprenderse que, a pesar del ultraje del que fui objeto… mucho ha de gustarme la comida coreana que, agraviado y todo, no he dudado -desde aquél oprobioso episodio- en volver al mentado local, muy a pesar de la irreverencia en cuestión. Pero no debo echarle la culpa al mozo injurioso y desaprensivo, pues he empezado a darme cuenta que he pasado a ser efectivamente un hombre viejo -“un señor mayorcito”- para muchas de las personas que tienen que interactuar conmigo. Hoy mismo, leyendo la novela “1984”, de Orwell, me he topado con una nueva lindeza. El autor presenta a Mr. Charrington, uno de sus personajes, como a un “viejo” viudo “de sesenta y tres años”! Sesenta más IVA, como ahora dicen…

Ahí, en el restaurante coreano que hoy comento, una pareja de enamorados saboreaba una bandeja de sabrosísimo “pulgogi”, trocitos finísimos de carne que se los envuelve en una crujiente lechuga para introducirlos en la boca con las manos. Ellos lo hacían, no obstante, usando un método bastante más romántico: preparaban sus respectivos bocados, pero no introducían estas delicias en su propia boca, sino en la del compañero que tenían al frente... No pude dejar de reconocer y comentar que algo de obsceno encontré en aquel delicado trámite…

Entonces advertí que, así como existe el “kimchi” y esa infinidad de guarniciones -que en la comida coreana son una cortesía de la casa-, abundan también en nuestro idioma una serie de palabras que se refieren a temas similares, aunque no suenen del todo parecidas. Me puse a pensar, por ejemplo, en la diferencia entre obsceno y pornográfico. Caí en cuenta que lo obsceno involucra al pudor, pero que no necesariamente implica pornografía. Por esa cantera andan otras voces como erótico, profano, promiscuo y blasfemo. Términos que, sin querer, nos vienen a la mente cuando vemos a otros comer con un estilo diferente, no exento de apetito…

Quito

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25 agosto 2014

El golf, embrujo y seducción

* Publicado en la revista Summer EC
   
   Edición # 20. Agosto - Septiembre de 2014

Imagine, amable lector, uno de los siguientes escenarios: un partido de basquetbol donde el tablero, en que se ha instalado la canasta, es reubicado antes de cada nueva jugada elaborada; o, quizá, un encuentro futbolístico en cuyo campo de juego se han colocado diferentes obstáculos, como serían depresiones cubiertas de arena, matorrales, estanques o sinuosos riachuelos; o, tal vez, un partido de tenis en el cual los participantes recibirían puntos de ventaja, sea por su precario nivel de destreza o por su convenida ubicación en un escalafón de jugadores -un acordado "ranking"-, lo que sus cultores habrían dado en llamar con el nombre de "handicap".

Sume a todo eso, un conjunto de reglas confusas y un tanto restrictivas, una etiqueta de comportamiento asaz rigurosa, la dificultad inherente a tener que golpear una diminuta pelota con una vara flexible, lo que complica aún más una geometría elusiva que determina resultados imprevistos. Añada a todo aquello, amigo lector, el paciente proceso de caminar algo más de seis kilómetros en procura de introducir una pequeña bolita, de superficie irregular, en dieciocho hoyos repartidos en un paisaje adornado por interminables jardines y escenarios de privilegio...

Aporte ahora con una cuota de su imaginación, e interprete usted los necesarios segundos de no repartida concentración que son indispensables para golpear esa pequeña pelotita y ponerla en juego… Y entonces tendrá una parcial idea de lo que es el golf, ese extraño juego que solo parecen practicar los que desdeñan el valor del tiempo. Acompañe ahora, sólo por una corta caminata, a uno de esos fanáticos practicantes de forma tan estrambótica de entretenimiento, y entonces quizá llegue a captar una o incompleta idea de por qué es que esos cultores se han dado a tan absorbente hábito, y se han dejado cautivar por la curiosa adicción con la que seduce tan estrafalario esparcimiento!

Claro que pocos logran percibir la prolongada cláusula de distensión, las cuatro horas de compartida camaradería, la importancia de esa caballerosidad que ha impuesto la tradición, el respeto a unas normas que se respaldan en un sentido de honor y de honestidad mutua. Todo, en medio de un paraje de rincones aventajados, donde los árboles se yerguen majestuosos, trinan y vuelan con curiosidad las aves; uno admira la solemnidad de los nevados, el inquieto rumor del follaje o esa melodía irregular que regala el inquieto riachuelo... Solo ahí se logra entender qué es lo que motiva a quienes practican esa forma de pasión y se puede comprender a quienes jornada tras jornada sueñan con volver a compartir un nuevo y entretenido juego.


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22 agosto 2014

Un “cuento” sin final feliz

Ha empezado a parecerme que el problema con el totalitarismo no está en sus defensores a ultranza, en sus entusiastas, en aquellos fanáticos que creen que no hemos advertido cómo ha cambiado su metamorfoseado discurso. La dificultad está en quienes no se dan cuenta de la proyección de esa perversa proclama, en quienes habiendo caído en la ingenuidad, creen que el nuevo tinglado que se ha ido estructurando en la sociedad se ha de precipitar al suelo y se ha de esfumar con la misma velocidad con que se había organizado. Para entonces, todo resulta ya demasiado tarde y quienes no supieron reaccionar a tiempo, sólo comprueban que lo que nunca creyeron que se impondría es ya una inexorable realidad.

De esto conversábamos el otro día; y, aunque todos mis contertulios parecían participar de un convenido acuerdo, me fue dando la impresión de que no habían caído en cuenta del alcance de tan espantosa condición. El problema es que la mayoría tarda en advertir que esa realidad es factible de que algún día llegue a suceder, tanto que simplemente piensa que está perdiendo el tiempo si se pone a preocupar por los aspectos de su maligna trama, no se diga por su desenlace.

Y de eso se trata justamente el pequeño librito que estuve leyendo en mi último viaje aéreo, tan revelador y apasionante que casi no advierto que el avión había aterrizado en un aeropuerto que no era el destino que estuvo previsto. Y es que eso es justamente “La granja de los animales”, una alegoría política y una sátira contra la estupidez humana, escrita por George Orwell, que resulta harto difícil no leerla de corrido y reconocer la brutal advertencia que su texto representa.

Lo grave de los sistemas totalitarios es que terminan siendo precisamente lo que habían empezado atacando y se convierten en peores que el anterior sistema que sus promotores se propusieron derrotar. Al final del día, lo único que cambia es que una élite diferente se adueña del poder y entonces utiliza recursos aun más infames, adueñándose de mayores prebendas cuando ha conseguido mandar.

Creo que hay pocos libros tan visionarios como este “cuento de hadas” de Orwell. Si algo produce, a la vez, hilaridad como coraje, es ese cambio casi imperceptible de las reglas en las que se había fundado la comunidad inicial. Pronto se advierte que los “siete mandamientos” originales son alterados de manera tan impúdica, que la regla de oro de la comunidad queda transformada en una fórmula ridícula que ahora expresa que “todos los animales son iguales, aunque algunos lo son más que otros”… Absurdo axioma que compendia la triste realidad que imponen siempre los nuevos estratos reinantes, que terminan no sólo por aprovecharse del poder, sino haciendo exactamente lo mismo que al principio combatieron.

El cuento de Orwell no es un cuento feliz. Hay en él todos los ingredientes que suelen estar presentes en política: la ilusión y obediencia de la masa, el engaño de los postulados que vende con facilidad el romanticismo, la lucha cínica por la hegemonía, la posterior traición a unos principios, el cambio del discurso que sustentó la rebelión inicial, la persecución contra los desilusionados que pasan a convertirse en desertores, la manipulación de la información con el respaldo de la tecnología, la distorsión del lenguaje que hace más fácil la disuasión general, la hipócrita nueva condición de privilegio de unos líderes que se convierten en explotadores de esos mismos “compañeros” a los que prometieron redimir…

No hay nada que pueda ser más peligroso que un cándido romanticismo. Por eso es tan refrescante la fábula de Orwell que, al más puro estilo de Esopo o de La Fontaine, nos ofrece una lección moral y nos hace una oportuna advertencia. Es que, nada puede ser más trágico que aquel episodio final de la historia, cuando los humanos y los cerdos se miran unos a otros y no pueden distinguir quién es quién, quién es cerdo de quién no lo es… No, no sucede entonces un final feliz!

Quito

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19 agosto 2014

El desafío de las palabras

Le pido que me recuerde su año de nacimiento; me responde que es el mismo de una famosa novela. En principio, sólo puedo recordar el título del libro de Gavin Menzies “1421, El año en que los chinos descubrieron el mundo”, en el que se conjetura que el almirante chino Zheng He, de la dinastía Ming, habría llegado a América mucho antes que Colón. Descarto esa posibilidad  por incongruente -en exceso temprana- e improbable, mientras yo empiezo a buscar en mi memoria algún guarismo que resulte coherente. “1984”, entonces me dice, recordándome el titulo de la novela de Orwell que tengo que admitir que todavía no he leído.

Entonces ejerce su ventaja. “¿Sabe cómo termina?”, me pregunta; y él sabe que esa frase es un acicate a mi curiosidad, una forma de invitación para que busque la obra y me entere de su argumento. Por lo pronto, cedo a la inquietud y navego la enciclopedia para averiguar la trama de “Nineteen Eighty-four” y anticiparme a su contenido. Es cuando encuentro esa primera palabra, la misma que como en un laberinto, poco a poco, me va llevando a encontrar nuevos e impensados términos que, como en un jardín donde los senderos se bifurcan (la frase no es mía), me lleva a una incesante tarea que me ha de deparar tesoros escondidos.

Dice mi fuente de consulta, que se trata de una novela “distópica” y mi búsqueda subsecuente me aclara que “distopia” o “distopía” es exactamente lo contrario de utopía, un término utilizado por primera vez por Tomás Moro, hacia principios del siglo XVI, para referirse a una isla donde existía una sociedad ideal o ficticia, creando así una palabra de su invención para un concepto que ya existía desde la antigüedad. “Distópica” sería una sociedad caracterizada por poseer un gobierno totalitario, afectada por la deshumanización o el desastre ambiental. En resumen, algo “demasiado malo como para que podamos anticiparlo”.

Mientras consulto acerca de esa novedosa “distopía” caigo en cuenta que sólo consigo encontrar el término en la enciclopedia, pero que el mismo no ha sido reconocido todavía por la Academia y, por tanto, no ha sido incluido aún en el diccionario de la RAE. Al seguir con mi indagación, encuentro una frase que llama mi atención: “la sociedad es desviada por una 'hamartia' (?) dentro de la propia humanidad”, y decido hacer una nueva consulta con esta extraña palabra que se define como “un error trágico donde lo correcto no puede lograse o hacerse”.

Compruebo así, una vez más, como nuestras exploraciones cibernéticas nos van llevando a menudo por caminos insospechados; y lo grave no son esos nunca esperados encuentros -o desencuentros-, sino que, un tanto tarde, uno cae en cuenta de los andurriales y vericuetos hacia los que esas búsquedas nos van transportando, tanto que, en un buen número de casos, no se atina a desenredar el hilo de Ariadna que esas mismas investigaciones han ido propiciando. Así caigo en tópicos de una diversa y variada índole que, a simple vista, parecerían no tener ninguna relación ni darían apariencia de estar emparentados.

Estos rastreos cibernéticos, cuando la búsqueda se realiza con fruición y avidez, nos conducen por meandros que no habíamos sospechado. Así, distopia puede llevarnos a indagar acerca de “dominio público”, por ejemplo, una locución emparentada con los derechos de autor; hamartia puede ponernos frente a una autora como Ayn Rand o a la poética de Aristóteles; y de este filósofo frente a la voz peripatético o a la diferencia entre razonamiento inductivo y deductivo.

En cuanto a mi primera motivación, la indagación me hace caer en cuenta que si uno de mis principales desafectos es el totalitarismo, no puedo dejar de leer y tener en mi humilde biblioteca las obras de Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, el formidable -y quizá profético- ensayista y novelista inglés.

Seattle

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17 agosto 2014

Juicio y opinión

He pasado estos últimos días visitando al menor de mis hijos, al más chiquito. Con el tiempo, él se fue convirtiendo en el más alto de ellos, no digo en el más grande… Sabe, sin embargo, que para llegar a serlo sólo hace falta ser humilde, saberse sentir más pequeño… Por fortuna, Agustín aprendió -supo- desde muy temprano que no es necesariamente más feliz el que más tiene y que, para llegar a serlo, siempre hace falta esa actitud que hace más fácil la vida de los demás.

Agustín es un muchacho enjuto que vive la vida, su matrimonio y su trabajo con enorme ilusión. Es parte de ese contingente de hijos que optaron por quedarse fuera y que “volaron de su nido”… Uno va aprendiendo en la vida un nuevo oficio, el de padre ausente, y va adaptándose a esa inexorable realidad de serlo. La suya es una mente matemática, circunstancia que invade su personalidad y su actitud. A veces siento que son cartesianos sus valores y hasta sus morales conceptos…

Con él, medito en que de todo se puede tener una opinión, pero que no es lícito eso de decir “a mí no me ha de pasar” o “yo no lo hubiera hecho”; porque uno no sabe cuáles son las circunstancia ajenas, uno no sabe si alguna vez hemos de estar en la misma situación de los demás, y porque uno nunca sabe cuál sería la reacción y la decisión que, en ese caso, uno pudiera tomar al respecto. Según él, insinuar esa posibilidad, es ya una manera de juzgar; y, aunque se puede tener una opinión frente a las motivaciones ajenas y a su acción, entrar a calificar esa conducta es lo que ya nos convierte en jueces, sin estar autorizados para serlo.

Reconozco que no estamos frente a un tema muy claro; no todo en la vida, nada mismo, es blanco o negro. Hay gente de otras culturas que cuando he realizado un comentario, o he expresado una opinión, han creído que mi intención era la de juzgarlos, justo y precisamente cuando no era mi propósito el de hacerlo. Es, por ello, harto difícil enterarse de algo, ser testigo de una determinada situación, y no emitir una opinión, aun a riesgo de que se nos acuse de que pretendemos ponernos en la condición de jueces, sin estar acreditados para serlo.

Tomo el caso de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, como ejemplo. Es una entidad que está gobernada por el mismo individuo, ya por demasiado tiempo. Es probablemente -no lo sé- un buen dirigente, es quizá un individuo capaz, pero me cuesta creer que no exista otra persona que lo pueda reemplazar, que aporte con frescas y nuevas ideas, y que haga confiar al país, y especialmente a los que dan tanta importancia a ese deporte, a quienes son sus aficionados, que en esas repetidas reelecciones no hay algo de “clientelar”, de retribución de favores…

Se ha dado la circunstancia de que la FEF ha costeado los gastos de viaje al último mundial, realizado en Brasil, de casi un medio centenar de dirigentes deportivos, entre ellos la mayoría de los presidentes de los clubes profesionales y de las asociaciones provinciales, incluso de las que no son parte de la Primera División. Estos costes no sólo han involucrado boletos para los partidos, gastos por alojamiento y movilización, sino que han incluido, además, la provisión de gravosos viáticos para las personas a las que con este privilegio se ha favorecido!

¿Es la Federación una entidad realmente millonaria, que pueda erogar -sólo lo barrunto a ojo de buen cubero- la nada despreciable suma de medio millón de dólares? ¿Es justo que esa institución privilegie a un puñado de dirigentes que son favorecidos con un dinero que no les corresponde, porque ostentan una posición circunstancial o han sido elegidos “a dedo”? ¿No es esta actitud poco considerada -un tanto abusiva- y otra forma de hacer mal manejo de fondos que son considerados públicos? Y, por sobre todo, ¿en qué ayuda al desarrollo de nuestro fútbol ese alegre como dispendioso desplazamiento? ¿No hay, acaso, mejores prioridades en la FEF, otros proyectos para hacer una mejor inversión?

Hay veces que no sólo habremos de opinar, que hace falta convertirnos en jueces. Caso contrario, de “observadores” nos convertimos en cómplices. Aquí no cabe el silencio, aunque se insinúe que juzgamos, aunque se tergiverse nuestra opinión.

Seattle

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15 agosto 2014

La “destreza” de los zurdos

En mi entrada anterior remito información etimológica relacionada con la palabra “zurdo”. Allí puede notarse, en el segundo párrafo, de la supuesta “destreza” de quienes favorecen el uso de la mano izquierda. Nótese, en este caso, el aparente contrasentido que existe con la utilización de ese término, ya que la palabra destreza viene de “diestro”, que no sólo quiere decir “hábil o experto” sino también que “tiene tendencia natural y preferencia para usar la mano derecha”. A este respecto, la Academia incluye otras curiosas acepciones de la palabra diestro, como son “favorable, benigno y venturoso”…

Alguna vez aprendí que en italiano zurdo se decía “mancino” (se pronuncia “manchino”) y que curiosamente quería decir falso, engañoso o solapado, y también siniestro, funesto, malévolo o perverso. Al hacer una breve investigación de la etimología de palabras como “zurdo”, “diestro” y “destreza”, me he topado con conceptos y significados sorprendentes, a la vez que harto interesantes.

En efecto, la página electrónica de “etimologías de Chile” explica que… “La palabra ‘zurdo’ proviene del latín soccus, una especie de pantufla empleada por la mujeres y los comediantes. De hecho, soccus era el calzado que en el teatro romano antiguo llevaban los cómicos, a diferencia del coturno, con el que elevaban su estatura los trágicos. La palabra zocato, de la que deriva zurdo, se aplica al hombre torpe y obtuso. De aquí que, un zurdo es un torpe, un tonto, que no entiende lo que se dice.”

Respecto a “diestro” y “destreza”, he aquí lo que encuentro: “La palabra ‘destreza’ viene de diestro, sobre el sufijo –eza que indica cualidad. La palabra diestro viene del adjetivo latino dexter, que quiere decir diestro, del lado derecho, de cuya forma femenina viene diestra (antónimo de siniestra). Diestro (en la forma de su acusativo dextrum) significa derecho, que está a la derecha. Es propia de los augurios la asociación del lado derecho con un presagio favorable, así como también es vieja la asociación con la mano derecha, que en la mayoría de los casos es la mano más habilidosa. Dextra es en latín mano derecha. Otras palabras derivadas son diestra, destral (hacha pequeña que se maneja con la mano derecha), destreza, ambidextro”.

Dexter se deriva de la raíz indoeuropea *dek- (tomar, aceptar) que también dio en latín el verbo docere, “enseñar” (de donde vienen docente, dócil, doctor, docto, ducho, doctrina y documento); el verbo decere, “ser apropiado” (de donde vienen decente y decencia); el sustantivo decus o decoris, “decoro, adorno” (de donde proceden decoro e indecoroso), el adjetivo dignus, “digno, merecedor” (que dio digno, dignatario, fidedigno y desdeñar) y el verbo discere, “aprender” (de donde vienen disciplina y discípulo)”.

La historia más interesante es la de la palabra ambidextro o ambidiestro, que es un adjetivo que literalmente quiere decir “que tiene dos diestras, o dos manos derechas”. Los ambidiestros no son necesariamente más “diestros”, ni son diestros con ambas manos; lo único que quiere decir es que manejan ambas manos con la misma habilidad y que no tienen preferencia por ninguna de ellas.

No es alto el porcentaje de zurdos que existen en el mundo. Es probable que la manera más fácil de identificarlos sea por la forma que utilizan los instrumentos de escritura manual. Esto, no obstante, no siempre es exacto ni inequívoco, debido a una cierta forma de pedagogía que todavía subsiste, pues muchos de los zurdos han sido enseñados a escribir con la mano derecha. De hecho, existen deportistas que favorecen su lado izquierdo pero que escriben sus notas con la mano derecha (diestra), que no es precisamente “la más diestra”…

Seattle

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La palabra “zurdo” *

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* Por Ricardo Soca
   Tomado y reeditado de “La palabra del día”

El 13 de agosto fue el Día Internacional del Zurdo, que se celebra en todo el mundo desde 1992 con el fin de concientizar a la gente sobre esa característica compartida por el 10% de la población mundial, que tiene sus inconvenientes pero también sus ventajas, como demuestran las hazañas de zurdos célebres como Messi, Maradona y el brasilero Roberto Carlos. O, si se prefiere, de Aristóteles, Miguel ángel y Benjamín Franklin.

Como ocurre con muchas conductas y actitudes, la zurdera es congénita, ya viene configurada en el cerebro desde la gestación. Hasta hace algunos años, se buscaba "curarla" atando la mano izquierda de los niños y obligándolos a escribir con la derecha, así como muchos pretenden, incluso hoy, "curar" la homosexualidad. La preferencia por el uso de la mano izquierda no es un defecto, ni una enfermedad, ni una minusvalía; los zurdos tienen la misma destreza de quienes no lo son, aunque los dispositivos que tienen que manejar cotidianamente (tijera, mouse, sacapuntas, reloj pulsera, comandos del automóvil) no estén configurados para ellos.

El cerebro tiene dos hemisferios exactamente iguales y que cumplen idénticas funciones en todos los mamíferos menos en el hombre. Para el 98% de las personas diestras, las funciones intelectuales que requieren un alto grado de organización, tales como el lenguaje, el razonamiento matemático y la habilidad musical residen en el hemisferio izquierdo, cuya circunvolución controla los movimientos del lado derecho del cuerpo. Por su parte, el hemisferio derecho, que controla la creatividad y el gusto artístico, entiende las metáforas y disfruta los chistes, se ocupa también de los movimientos del lado izquierdo del cuerpo.

Esta división de funciones, llamada "lateralización del cerebro", ocurre exclusivamente en los seres humanos. Algunos individuos, por razones que todavía se desconocen, nacen con el cerebro lateralizado a la inversa, con las funciones altamente organizadas situadas en el hemisferio derecho, lo que hace que el lado izquierdo del cuerpo sea en ellos dominante. Pero esto no significa que ambos hemisferios funcionen independientemente uno del otro puesto que, si así fuera, el funcionamiento de la personalidad se vería afectado. Por el contrario, las dos mitades del cerebro están unidas por una conexión por donde pasan más de doscientos millones de terminales nerviosos que las conectan como una gigantesca red de cables más compleja que el tendido telefónico de una gran ciudad. Esta conexión, llamada "cuerpo calloso", permite que el órgano funcione como una unidad perfectamente coordinada y sincronizada.

¿Por qué el cerebro del homo sapiens es el único que se lateraliza? ¿Por qué ocurre esto con los humanos y no con los demás animales? ¿Por qué no hay animales zurdos? En los últimos veinte años, la neurociencia ha alcanzado más conocimientos sobre el funcionamiento cerebral que todo lo que se sabía antes, pero todavía no ha logrado establecer con certeza la respuesta a esas preguntas.

La hipótesis más aceptada es que el cerebro se lateralizó con el surgimiento del lenguaje, una función que apareció por evolución hace unos 150/200.000 años, que permitió a ciertos simios homínidos convertirse en humanos, al abrir el camino al pensamiento abstracto, a la posibilidad de prever y planificar acontecimientos futuros, y luego al desarrollo de las matemáticas, la ciencia y las técnicas. La palabra zurdo, documentada en castellano desde 1475, está emparentada con el vasco zur 'avaro' y zurrun 'inflexible, pesado', según Corominas; parece estar asociada en sus orígenes a la torpeza que en cierta época se atribuía a los zurdos.

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13 agosto 2014

Una fábrica de hacer aviones

Había nacido en Detroit, Michigan, y le habían dado el mismo nombre que a su exitoso padre, este era un ingeniero alemán que había hecho mucho dinero en el negocio de la madera. Al volver de estudiar en Europa, el hijo se convenció que ya era hora de americanizar su nombre; entonces de Wilhelm Böing pasó a llamarse “William E. Boeing”, el mismo que más tarde sería el fundador de una sociedad que con el tiempo se convertiría en la empresa aeronáutica más grande del mundo.

William Boeing -hijo- también habría de dedicarse al negocio de la madera de construcción. Así adquirió extensos bosques cerca de Seattle y, mientras estaba allí, un día observó por primera vez un aparato volador. Desde entonces quedó encantado con la aviación y se propuso aprender a volar. Por lástima (aunque la fortuna no deja de tener sus paradojas) pronto tuvo que enfrentar los fastidiosos desperfectos del pequeño avión que se había comprado. Fue cuando descubrió que fabricarse uno nuevo le iba a tomar menos tiempo que esperar por los repuestos del que se hallaba imposibilitado…

Así, más o menos, empieza la historia de la Boeing hace casi un siglo. William Boeing inició su empresa y pronto vendió un medio centenar de aviones a la marina norteamericana (eran los tiempos de la Primera Guerra). Así nació también un servicio de correos que más tarde habría de convertirse en United Airlines. Cuando casi veinte años después el gobierno acusó al señor Boeing de monopolizar ciertas prácticas industriales, este no tuvo más alternativa que separar su imperio en varias empresas independientes. De ahí en adelante, la Compañía Boeing habría de dedicarse exclusivamente a la fabricación de aviones.

Poco antes de la Segunda Guerra, Boeing produjo el 314 Clipper, un aparato anfibio, considerado en sus días como el avión comercial más grande del mundo, con una capacidad de cerca de cien pasajeros. Pronto, el fabricante habría de desarrollar el 307 Stratoliner, el primer aparato con cabina presurizada, capaz de ascender hasta 20.000 pies. Durante la guerra la compañía se dedicó únicamente a la construcción de bombarderos y más tarde, una vez concluida esta, optó por la construcción del  Stratocruiser que vino a ser un desarrollo del B-29, la “Superfortaleza volante”.

Pero, la verdadera historia de Boeing, y su supremacía en el campo de la fabricación de aeronaves de transporte civil, realmente empieza a comienzos de la segunda mitad del siglo veinte. Es cuando la empresa empieza el desarrollo del 367-80 (del que ya habíamos hablado en una anterior entrada) que habría de dar paso al famoso y mundialmente conocido B-707. Es para mediados de los sesenta que Boeing decide involucrarse en la construcción de la primera aeronave de cabina ancha (wide body); así habría de nacer el más distinguible de todos los aviones en el cielo, un avión que transformaría la industria: el Boeing 747, el inigualable Jumbo.

Fue entonces que el fabricante decidió construir una nueva planta de ensamblaje en Everett, cincuenta kilómetros al norte de Seattle. Allí, en el campo de Paine Field, se habría de construir una fábrica cubierta que estaría llamada a ser la más grande del mundo. En 1968 el enorme edificio ya tenía una extensión de 43 acres (casi veinte hectáreas); luego, en 1980, fue ampliado a 63 para abastecer la producción del B-767; y fue finalmente agrandado en 1993 al increíble tamaño de 98 acres (400.000 metros cuadrados) para satisfacer la  producción del más grande bimotor de la era del jet, el primer “fly-by-wire” de la  Boeing: el “triple siete”.

Boeing Aircraft es ahora un monstruo de compañía. El año pasado sus ventas casi llegaron a los noventa billones de dólares (un billón equivale a mil millones) y es considerada como la empresa que más exporta desde los Estados Unidos. Cuando se visita Everett y se atraviesa cerca de las enormes puertas de ese fabuloso hangar, uno no puede sino sentirse diminuto, quizá sólo como un minúsculo remache en comparación con el tamaño total de uno de esos formidable aviones que se van ensamblando, en forma modular, en aquella enorme fábrica de producir aviones!

Seattle

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09 agosto 2014

Un autogol fiscalizado

Sí, yo creo que es una pena lo que ha pasado con el “Tin”. Me refiero a Agustín Delgado, el recordado delantero de la selección nacional convertido, por esas circunstancias (triquiñuelas?) que tiene el destino, en nuestro legislador y en fiscalizador de los hombres que gobiernan a nuestro pueblo: en asambleísta.

Es una lástima, porque -en un comprensible afán por justificar su importante posición como miembro de la Asamblea- habría solicitado que se le prepare un documento de carácter social para leerlo en el recinto legislativo (la otra posibilidad es la de que le hubieran pedido que tome la palabra y dé lectura a tal escrito, que alguien más lo habría preparado). Y es una lástima, porque el “Tin” -que se había convertido en un deportista tan querido- en lugar de hacer una presentación que justifique su participación, sólo consigue una lectura premiosa -verdaderamente humillante y tortuosa- que llena de desengaño y de tristeza.

¿Es esto culpa del ex-futbolista? Quizá sólo en parte. Y aquí calza, como anillo al dedo, aquel olvidado -pero tan sabio- aforismo de “zapatero a tus zapatos”. En este sentido, resulta paradójico que quien se hizo famoso por sus habilidades en el “área de candela” de los equipos contrarios, y que nos dio tantas alegrías como sobresaliente artillero de los equipos que un día alentamos, precisamente por sus toques magistrales, usando muchas veces ese artilugio llamado zapato, “meta las de andar” en un hemiciclo que alguien -que hoy le defiende a ultranza- alguna vez le hizo creer que, para llegar a él, sí se encontraba debidamente preparado…

Mucho de esto, es -en parte- falla del propio Agustín, porque si su intención fue hacer una presentación importante -y sobre todo, decente- en la Asamblea, debió primero cerciorarse y asegurarse de que él mismo entendía el contenido de lo que expresaba, él debió repasar su alocución y pedir que le ayuden a encontrar un válido y efectivo método para leer con agilidad y más claridad un texto con el que evidentemente no estaba familiarizado. Pero la mayor culpa es únicamente responsabilidad de sus propios asesores que, en su afán -ellos sí de justificar su probablemente onerosa contratación- le dieron a comer alcachofas sin haberle comentado previamente cómo debía de hacer para pasar aquel bocado.

Pero lo que más lástima y disgusto nos debe dar no es el disparate cometido, dislate comparable con errar un gol cantado frente a un arco desguarnecido, lo que realmente produce mayor desazón y pesadumbre, es esa inusitada defensa del legislador porque supuestamente su participación haya provocado esos comentarios, y no porque el asambleísta desnude su propia falta de capacidad, sino porque pertenece a una minoría, porque el congresista es de raza negra!

Creo que, en este punto, muchos de sus esforzados defensores se equivocan del medio a la mitad. Al honorable congresista lo han tomado en cuenta y se lo ataca -si es que efectivamente eso se hace- no porque pertenezca a una raza que desde siempre ha sido postergada y excluida, sino porque él evidencia que no está preparado para desempeñar sus delicadas funciones como asambleísta. Claro que en ese mismo predicamento se encuentra un alto porcentaje de sus propios colegas, miembros del parlamento, pero el punto que se elude es el de la real capacidad que parece estar ausente en la Asamblea para que aquellas gentes que “nos representan” y que han de elaborar nuestras leyes tengan la preparación y el nivel educacional mínimo que todos esperan.

El “gaffe” del Tin no es un desliz que sólo debe producir embarazo al propio protagonista, ni siquiera a los presuntos autores de este confuso documento -independientemente de cuál hubiese sido su intención-, no es siquiera un desacierto que avergüence a su propio partido o a la Asamblea, o a la raza que representa. El lamentable tropezón tiene la virtud de jalarnos de las orejas, de hacernos meditar en las serias limitaciones de nuestra educación y, de manera especial, en el incipiente nivel académico de nuestra clase política. Nos hace meditar en como se usa al pueblo, y en como ese burdo engaño se institucionaliza!

Seattle

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País de triple moral *

* Por Marlon Puertas
   Diario Hoy, 9 de agosto de 2014


"El discurso del Tin Delgado en la Asamblea ha pasado, para vergüenza nuestra, a la historia. Y no por lo que todo el mundo ya ha dicho en dizque profundos debates, que en realidad son un choque de intereses particulares, sino porque ha dejado en evidencia que seguimos siendo el mismo país lleno de complejos de siempre, y que somos incapaces de agarrar el tema con honestidad y seriedad, para intentar comenzar a sanar unas falencias profundas que nos impiden ser una nación de verdad.

Es una lástima. Cuando hay la oportunidad de plantearse discusiones serias sobre nuestras taras, todo termina convertido en quién lleva más agua para su molino. El remedo de debate acaba en quién aprovecha mejor la metida de pata del enemigo, para reivindicar con sus torpezas nuestro pretendida superioridad intelectual y moral -palabras grandes- en un campo de batalla lleno de soldados famélicos que solo quieren cobrar su venganza.

Lo sabemos todos. Ecuador es un país repleto de racismo, de intolerancia, de exclusión, de demagogia, de populismo, y de esa maldita pretensión de creer que quien no está con nosotros vale menos que un pepino. Y nada ha cambiado, desde entonces. Cambian los protagonistas, cambian las cúpulas, se modifican las formas, se alternan los apellidos, unos más castizos que otros, pero la actitud sigue siendo la misma; esa repudiable que entierra a los más débiles, pero los débiles auténticos, no aquellos que se embadurnan de fragilidad solo para su propia conveniencia.

Mientras tanto, de nada servirán las pretenciosas revoluciones que dejan intacta la división que ya parece eterna en una sociedad pequeñita, que, por lo menos en estas cuestiones básicas, debería tener firmado, hace años ya, un código de honor. No se trata de constituciones, no se necesita meter a la cárcel a nadie por esto. Solo se requiere aplicar lo que no está escrito y no lo está, porque no es necesario, pues se supone que seguimos siendo humanos y no unas bestias que se engullen unas a otras.

El hecho es que la doble moral nos ha quedado corta. Dependiendo de nuestra cómoda posición, adoptamos el discurso que convenga de acuerdo al momento histórico que nos ha tocado. Llegan entonces las modas de la inclusión, del respeto por las minorías sexuales, de los abrazos con los indios y los negros. Todo falso, déjenme decirles. Son imágenes repletas de hipocresía que siguen el guion trazado por una mente más despierta que ve más allá que el resto, y que el resto se esmera en imitar, sin cuestionar absolutamente nada.

Ecuador está repleto de gente que no sabe leer bien, y si sabe leer, no entiende nada de lo que lee. Y si alguien lo entiende, no lo cuestiona, porque nadie le enseñó que no todo lo que está escrito es la pura verdad.  Y si hay uno por allí que quiere cuestionar, se lo calla, porque hay uno más poderoso que le impuso el silencio, a las buenas o a las malas, pretendiendo que su genialidad sea la única que prevalezca. Y así podrá funcionar un país, pero jamás una nación."

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07 agosto 2014

Reflexiones de carretera

Un hecho innegable es la evidente mejora de las carreteras de nuestro país. Hoy se observa por doquier nuevas y mejores vías, caminos rectificados y modernizados; y puede comprobarse que, a más de ese permanente empeño por construir nuevas y mejores vías, las que ya existen se encuentran bien atendidas y en buen estado. Este asunto aporta comodidad al transporte, lo hace más seguro y ahorra tiempo a los usuarios; permite disfrutar en mejor forma los paseos y aprovechar del paisaje.

La mejora física de las carreteras nacionales debería, no obstante, estar acompañada de un redoblado esfuerzo por educar a los usuarios con el propósito de mejorar, asimismo, la cultura vial en nuestro país. Cuando este esfuerzo se coordine y ponga en práctica, se han de disfrutar en mejor forma los beneficios, los caminos han de hacerse más seguros y el mismo tránsito ha de fluir con mejor orden y efectividad. Vayan aquí unas pocas observaciones a lo que existe y hacia lo que pudiera hacerse:

De mis últimos desplazamientos fuera del país, he podido apreciar como existe en otros países una clara disposición para que los vehículos pesados se movilicen única y exclusivamente por el carril de la derecha. Ese es el caso de las rutas que existen en Brasil, por ejemplo. Ahí los camiones y más vehículos de ejes múltiples sólo pueden transitar por el carril de la derecha; ocupan el que queda a su izquierda exclusivamente para rebasar y siempre y cuando no exista ningún vehículo liviano transitando por el carril que han de ocupar temporalmente. Una vez que han efectuado esa maniobra, regresan inmediatamente a su carril original.

Estoy hablando de carreteras que no son autopistas, en este caso. Estas vías, por lo general, tienen dos carriles en cada sentido, con la particularidad de que su trazado no siempre sigue un idéntico recorrido. En otras palabras, hay ocasiones en que la vía de ida va hacia un lado del río o la depresión que intenta seguir, y la vía de regreso ha sido construida justamente al otro lado de ese mismo accidente. Este método hace a la vía mucho más segura, evita los adelantamientos temerarios y los accidentes imprevistos, y ayuda a que la movilización tenga un ritmo más uniforme.

Pero, lo que más llama la atención es la construcción, en ciertos trechos, de un tercer carril para uso exclusivo de los vehículos pesados. Con esto se consigue una  mayor cuota de seguridad con las maniobras de adelantamiento, tanto para los mismos camiones y vehículos de ejes múltiples cuanto para los vehículos menores que encuentran la vía más libre y expedita. En resumen, puede advertirse la existencia de un sistema destinado a hacer más ágil y seguro el transporte de los vehículos más vulnerables: los constituidos por el parque automotor menor.

Algo que hoy no se encuentra debidamente atendido es la provisión de suficientes pasos peatonales sobre las vías de alta velocidad. Además, la gente lamentablemente no ha desarrollado la cultura de usarlos adecuadamente. Por doquiera que uno va, encuentra que, en los lugares en que se los ha instalado, la gente prefiere evitar su utilización y optar por carreras a través de las vías que ponen en riesgo la seguridad vehicular y, principalmente, sus propias vidas. En este sentido, mucho ayudaría la construcción de vallas sobre los parterres para que se obstaculice dicha costumbre.

Otro asunto que merece atención es la instalación de estaciones de servicio y puestos de auxilio en muchas de las vías, especialmente en las recién terminadas, con lo que se ofrecería una mayor seguridad a los usuarios de esos caminos. Pero no todo merece una crítica, por constructiva que esta sea; si en algo se ha adelantado de manera importante en los últimos años, es en señalización y en la instalación de dispositivos que hagan más eficiente, cómoda y segura la movilización vehicular. Esto es mejor apreciado en las horas nocturnas, cuando estos útiles y efectivos implementos ofrecen una excelente ayuda para una más segura transportación.

Seattle

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01 agosto 2014

¿Paraíso o impostura?

No sé si se trate de estulticia, o quizá sea ese inveterado complejo de inferioridad que a algunos identifica, o tal vez sólo se trate de desmemoria o de ignorancia histórica, o quizá -quién sabe- se trate de una combinación de todos esos factores; pero cada vez que escucho las reclamaciones de ciertos revolucionarios de escritorio, respecto a los abusos ejercitados durante la conquista y al supuesto estado de felicidad de nuestros pueblos aborígenes antes de la llegada de los españoles, no puedo sino esbozar una conmiserativa sonrisa.

¿Cómo es posible que por tantos años, y a lo largo de lo que hoy conocemos como Latinoamérica, se siga rindiendo culto a la impostura de que nuestros indígenas vivieron una vez un estado de felicidad y paraíso inigualables? ¿De dónde surgió aquello de que la explotación de las razas vernáculas había sido un hecho inédito, que sólo se produjo tras la llegada de los descubridores? ¿Qué fenómeno hizo crear la ilusión, a los descontentos y desafectos con los métodos de los nuevos invasores, que antes había existido un estado de armonía, carente de abusos y desigualdades? ¿Cómo se entiende que se haya falseado así la realidad histórica?

Creo que mayor es la impostura -ese torpe engaño con apariencia de realidad- cuando se desconoce y olvida cómo las principales civilizaciones que señoreaban sobre los pueblos amerindios, hacia los albores del siglo XVI, estaban constituidas principalmente por imperios invasores y foráneos, como fue el caso de los Aztecas y de los Incas. Ellos habían sojuzgado a pueblos menos avanzados y más débiles, e impuesto un infamante régimen discriminatorio. Esto explica la colaboración recibida por los barbados decubridores.

Con esto, no pretendo justificar los excesos de los conquistadores ibéricos que, a pretexto de ofrecer "la salvación" gracias al mensaje contenido en su "verdadera fe", establecieron un sistema abusivo que obliteraba su propia justificación y no hacía sino prolongar el agobio y sufrimiento de los pueblos que domeñaron. Además es bueno recordar que la mayoría de los principales personajes que libraron esas primeras campañas, estuvo constituida por gente aventurera e ignorante, por individuos inescrupulosos y analfabetos que sólo veían en sus correrías una oportunidad para obtener beneficios y enriquecerse a cualquier precio.

A estas reflexiones llego cuando leo la “Historia de la Conquista de México”, escrita por Francisco López de Gómara, en la que comenta el denigrante régimen de supremacía que ejercitaban las autoridades indígenas. Cierto que Gómara no fue un cronista, y ni siquiera estuvo en América, pero sus relatos fueron escritos con el testimonio del propio Hernán Cortés y lo único que puede restar objetividad a su relación es la desmedida admiración que profesaba al audaz y temerario conquistador que se había propuesto dominar todo un imperio con la exigua ayuda de un medio millar de hombres y el contingente de escasos dieciséis caballos...

Lo importante aquí es destacar el oprobioso sistema de esclavitud que ya existía en México antes de la llegada de Cortés. Según cuenta Gómara, los aztecas habían tiranizado esa tierra y habían usurpado su dominio, allí "los cautivos de guerra no servían de esclavos, sino de sacrificados, y no hacían más que comer para ser comidos"... En cuanto a Moctezuma, tenía un serrallo de treinta mujeres, con más de cien que le servían y tenía más de mil criados, sólo para su guarda y servicio... “De las señoras, hijas de señores, que eran muchísimas, tomaba para sí las que bien le parecía; las otras las daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores. Y así, dicen que hubo vez que tuvo ciento cincuenta preñadas a un tiempo...”

En cuanto a las desigualdades, basten unos extractos de la descripción que hace el historiador del entorno de Moctezuma: “Andaban criados suyos de dos en dos, poniendo y quitando mantas por el suelo, para que no pisase en la tierra"... “Los demás venían con los ojos en tierra, para no mirarle a la cara, que era desacato”... “Tenía con los suyos tanta majestad, que no les dejaba sentarse delante de sí, ni llevar zapatos ni mirarle a la cara”... “Todos hacían tres o cuatro reverencias. No le miraban al rostro, hablaban humillados y andando para atrás”... En tanto, las casas de los demás eran "pequeñas y ruines" y la ciudad estaba llena de mendigos.

Quito


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