10 agosto 2015

La cosa en sí

Tengo que hacer una concesión: aunque soy proclive a dejarme llevar por los devaneos de la filosofía, en cambio tengo que confesarme desafecto e inútil para desentrañar el sentido de muchos de aquellos términos que por ahí se usan y que son inherentes a la teoría filosófica.

Caigo, por ejemplo, en esta reflexión cuando consulto en el diccionario el sentido de la voz "noúmeno", incorrectamente acentuada como "nóumeno" en el cuento del mismo nombre de Adolfo Bioy Casares, de su colección "Historias desaforadas". Si la primera acepción me conduce a un laberinto ("aquello que es objeto del conocimiento racional puro en oposición al fenómeno, objeto del conocimiento sensible"); la segunda se refiere a "la cosa en sí", y no resulta menos intrincada: se define en filosofía como la "realidad hipotética independiente de las posibilidades del conocimiento humano"... ¡Vaya confusa y nada esclarecedora explicación!

Llego a estas entretenidas disquisiciones cuando reviso el nombre de un personaje que por algún motivo encuentro familiar, el del catalán Raimundo (o Ramón) Lulio, un multifacético y prolífico religioso medieval que habría influenciado en pensadores de la talla del alemán Godofredo Guillermo Leibniz. A Lulio se atribuye una de las más antiguas novelas de la literatura universal, si no la más antigua, una que habría de identificar al catalán como "la lengua de Lulio", de la misma manera que se conoce al inglés como la de Shakespeare, al portugués como la de Camões, o al español como la de Cervantes. Me refiero a "Blanquema", que fuera escrita tan temprano como en 1283, más de trescientos años antes de publicado "El Quijote".

Es probable que haya reparado en el nombre de Lull, Llull, Lulius o Lulio, en una voluminosa novela escrita por el desaparecido Roberto Bolaño. Si mi memoria no me es ingrata, creo que se mencionaba una supuesta creación suya, una "máquina de hacer pensamientos" o de pensar. Lulio se habría convertido al cristianismo luego de una vida desordenada y licenciosa; se aduce que habría tenido una revelación que motivó su transformación. Su muerte como un mártir en sus tareas misionales le habría reservado un lugar en los altares. Lulio no solo ha sido reconocido como escritor y matemático, como teólogo y místico. La Iglesia le ha asignado una fecha en el santoral y lo reconoce, en forma un tanto controversial, como uno de sus santos.

Aquí quizá sea oportuno hacer una breve digresión: en el mismo cuento de Bioy Casares que comento, hay una referencia a un lugar un tanto mítico que alguna vez me propuse encontrar en Buenos Aires y que se menciona en el tango Garufa, que dice así: "Del barrio la mondiola sos el más rana y te llaman Garufa por lo bacán, tenés mas pretensiones que bataclana que hubiera hecho suceso con un gotán. Garufa vos sos un caso perdido, tu vieja... dice que sos un bandido, porque supo que te vieron, la otra noche, en el Parque Japonés..." Si bien el sitio existió en Buenos Aires, hoy es un parque desaparecido. Mas, es probable que la letra insinúe con aquello de "bandido" una excursión a un prostíbulo, por el sentido de la palabra Garufa en el lenguaje del bajo fondo, conocido en Argentina como lunfardo.

De vuelta al personaje catalán, Raymundo Lulio sería inclusive un anticipado precursor de los computadores modernos. Es más, se insinúa que el mallorquín (había nacido en las Islas Baleares, que se habían integrado al Reino de Aragón) fue también uno de los primeros promotores de algo que, con el tiempo, ha dado margen a múltiples controversias: la metodología usada para aplicar un sistema de votación que represente en forma más ecuánime la intención de una determinada mayoría. Lulio habría renunciado a su familia para ingresar en la Orden de San Francisco, pasando a dedicar su vida a la conversión de los musulmanes.

Muchos años después de su muerte, la Iglesia desautorizaría parte de las ideas de Ramón Lulio. Sorprende reconocer que vivió hace setecientos años. Sus variados intereses  dejaron su huella en el racionalismo de Leibniz o en la cosmología del dominico Giordano Bruno (quemado en la hoguera en el Campo di Fiori en Roma, por la herejía de creer, como Copérnico, que la tierra daba las vueltas y los cielos permanecían fijos; y que podía haber vida inteligente en otros lejanos lugares). A mis años, Ramón Lulio me lleva a pensar en conceptos oscuros, como en el objeto del conocimiento sensible, o como en aquello otro que no entiendo: "la cosa en sí"...

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02 agosto 2015

Augurios y coincidencias

De pronto, la gente se ha puesto a ubicar en el mapa a una pequeña isla francesa situada hacia el oriente de otra isla enorme: la de Madagascar. Esta última, se encuentra también hacia levante de la costa oriental de África. La pequeña isla a la que me estoy refiriendo, ha tenido diferentes denominaciones a través del tiempo y ahora se la conoce como “Isla de la Reunión”; constituye un territorio francés de ultramar. Muchas veces sobrevolé esa isla volcánica; al igual que otra de similar apariencia y tamaño, su vecina la Isla de Mauricius. Tanto Reunión como Mauricio son tan solo un par de veces más grandes que nuestra isla Puná o quizá tripliquen en tamaño a otra con la que estoy más familiarizado: Singapur, isla que, a su vez, no tiene sino algo más de setecientos kilómetros cuadrados.

Ahí, en la Reunión, parecería que en forma casual habrían sido localizados restos de lo que bien pudiera tratarse del avión malasio que se extravió en forma misteriosa hace alrededor de dieciséis meses cuando efectuaba un vuelo entre Kuala Lumpur, la capital de Malasia, y Beijing, la capital de la China. Por un motivo que nunca dio margen a una coherente explicación, tan pronto como el vuelo MH370 de Malaysia Airlines habría alcanzado altitud de crucero, y había cambiado de centro de control, luego de despedirse de las autoridades de su país de origen, tomó un extraño rumbo reverso en forma incomprensible y entonces desapareció de los radares, dando pábulo así a uno de los más misteriosos como inexplicables episodios de la historia de la aviación mundial. Nunca se supo nada: ni del moderno y enorme Boeing 777 –triple siete- ni de sus 230 ocupantes.

El aún no explicado hallazgo no está exento de una cierta dosis de ironía… La isla había sido cuna de un famoso aviador, uno de similar prosapia a la de Charles Lindbergh, o de Antoine de Saint-Exupéry o de mi tocayo Alberto Santos-Dumont. Se trata nada menos que de un joven piloto que se había destacado en los albores de la aviación moderna hacia principios del siglo pasado y que más tarde, debido a su afición por el tenis, daría su nombre a un famoso estadio parisino donde se celebra anualmente uno de los cuatro torneos mejor conocidos y más importantes del mundo. Él fue el primer aviador en realizar la hazaña de cruzar el Mediterráneo en un vuelo de casi seis horas. Su nombre era Roland Garros; fallecería en un combate aéreo cuando solo contaba con treinta años de edad.

Por curiosa casualidad, fue también en la Reunión donde se produjo la primera epidemia de una infección que es transmitida por mosquitos, la misma que en forma reciente ha producido enormes estragos en las regiones costeras de nuestro país: la plaga de la chikunguña, una infección que, según se reclama, habría contagiado a principios de este siglo a una cuarta parte de la población total de esa isla de un millón de habitantes, segando la vida de por lo menos doscientas personas. La isla se encuentra en la zona ecuatorial del Océano Índico y es proclive al virulento efecto de las implacables enfermedades tropicales.

El mundo se encuentra a la espera de que el hallazgo se confirme; pues, como por ahora se barrunta, los restos hallados de un pedazo metálico de alerón pertenecerían al avión desaparecido. Los vestigios del aparato presuntamente encontrado demostrarían que el avión se habría siniestrado en las aguas del océano y sus partes habrían sido arrastradas por las corrientes marinas hasta aparecer en las orillas de esta isla francesa, en forma tan sorprendente como enigmática. Sin embargo, la sola aparición de los restos no explicaría por ahora el motivo del siniestro, y tampoco sería garantía de que más tarde se habrían de localizar otras partes o componentes. No obstante, permitiría conocer qué sucedió, aunque perduren las incógnitas del cómo y del por qué...

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