31 mayo 2016

Curiosidades de la semántica

Hacia el nororiente de Venezuela, justo frente a la isla más meridional de las Antillas y que forma parte de lo que se conoce como República de Trinidad y Tobago, existe un accidente geográfico que lo habría reconocido el Almirante en su tercer viaje, allá hacia finales del siglo XV, seis años después de la hazaña de San Salvador; se trata de un golfo que Cristóbal Colón bautizó como “de la Ballena” y que más tarde sería conocido como “Golfo de Paria”. Esto de "paria" es probable que tenga su raíz en el sánscrito, para designar a un grupo social carente de casta, el de los “intocables”. En hindú Tamil, en todo caso, la etimología del término corresponde a “quien toca el tambor” (?). Paria habría llegado a las lenguas del romance con el sentido de condenado o réprobo.

El golfo es famoso por sus torbellinos y aguas turbulentas: allí desemboca el canal más septentrional de los que forman el delta del río Orinoco. Hacia la margen izquierda del canal se encuentra el estado venezolano de Monagas, cuya capital es la pequeña ciudad de Maturín. Es probable que yo haya estado allí, hacia finales de los años sesenta, ofreciendo mi aporte a una campaña política que se libraba en Venezuela por esos días. Con el tiempo, supe que allí mismo, en Maturín, se había establecido un parque zoológico llamado “de la Guaricha”, palabra local para designar a la infancia (relativa a los niños o “carajitos”).

Ha sido por medio de mi lectura de “Noticias del Imperio”, de Fernando del Paso, que he vuelto a encontrarme con el término guaricha; barrunto que utilizado por el mejicano con similar sentido al que lo había escuchado en la Región Oriental del Ecuador en mis primeros años como aviador al servicio de las compañías petroleras. Guaricha era la palabra que se usaba para designar a la mujer (esposa o concubina) que acompañaba a uno de los miembros de la tropa en sus desplazamientos itinerantes por los destacamentos militares de la selva.

Pocos meses atrás, durante los días que siguieron al lamentable episodio sentimental que involucró al “niño alcalde”, volví a escuchar -y hasta a descubrir- una serie de voces utilizadas en el castellano para referirse a las féminas que transigen con facilidad a la concesión de favores. Fue así como las redes sociales se encargaron de diseminar información respecto a una serie de términos que eran el equivalente a la voz infelizmente utilizada por el citado personaje, el adjetivo agradecida: chica fácil, meca, pilla, liviana, calzón flojo, suripanta, chulla, casquivana y, otra vez, guaricha… En fin, una lista interminable de acepciones para distinguir a quien se caracterizaría por su informalidad o por su grado relajado de moralidad en lo referente a las relaciones sexuales.

Fue hace pocas semanas que volví a escuchar similares términos al revisar una crónica del estado de salud del matador mejicano Rodolfo Rodríguez, mejor conocido como El Pana, quien había recibido una gravísima cornada en una plaza de Durango, que lo había dejado tetrapléjico a manos (debería más bien decir “a cuernos”) de un astado de nombre “Pan francés” que, a juzgar por lo salvaje de la acometida, obviamente nada tenía de pan ni tampoco de bueno. Frente a las secuelas de tan mortal embestida, el Pana habría pedido a los médicos que más bien lo dejen morir, consciente de que este podría haber sido su último paseíllo.

El Pana habría sido vendedor ambulante, por un tiempo panadero (de ahí el sobrenombre) y hasta sepulturero. Sus carencias lo habrían obligado a buscar gloria y fortuna; y a insistir hasta muy tarde (hoy tiene nada menos que sesenta y cuatro años) en sus coqueteos taurinos con la muerte. Alguna vez quiso tomar la alternativa para “poder comprar una casa a la autora de sus días” y hace solo una década hasta probó una tarde de despedida de los ruedos. En aquella ocasión habría expresado: “Brindo por las damitas, damiselas, princesas, vagas, salinas, zurrapas, suripantas, vulpejas, las de tacón dorado y pico colorado, las putas, las buñis, pues mitigaron mi sed y saciaron mi hambre y me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, y acompañaron mi soledad. Que Dios las bendiga por haber amado tanto”. Como se ve, El Pana toreaba incluso con las palabras.

Dice la enciclopedia que guaricha proviene del cumanagoto 'waricha' que quiere decir mujer y cuyos sinónimos son fémina, gachí y mina; y cuyo hiperónimo es el de hembra. Pero dice también que es una palabra de origen indígena que significa princesa y mujer sabia o sagrada… Lo contradictorio es que comenta que también se refiere a quien presta servicios sexuales por dinero, es decir a quien ejerce de prostituta. Más curioso resulta, sin embargo, la acepción que se utiliza en Panamá donde se refiere con ese vocablo a un tipo de lámpara portátil de keroseno. Extrañas curiosidades que puede tener la semántica…

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24 mayo 2016

Todavía es seguro volar?

Los más recientes accidentes aéreos, ocurridos alrededor del mundo, parecerían denunciar un móvil de jaez político: actos de terrorismo destinados a reivindicar una cierta postura extremista. Así nos parece, por lo menos. Pero… ¿qué tal si no se trata de estos inexplicables impulsos o motivos?, ¿qué nos quedaría, a quienes vemos con preocupación este súbito debilitamiento de la seguridad aérea, para explicar el porqué de estas catástrofes que han empezado a ser tan frecuentes?

¿Qué pasaría si muchos de estos desastres no deberían atribuirse al terrorismo, y tendríamos que averiguar si estas mismas tragedias tienen que ver más bien con motivos técnicos o con razones emparentadas con cómo el ser humano se ha adaptado (o no se ha sabido adaptar) a los avances que se han conseguido por el progreso de una tecnología que no ha permitido al personal aeronáutico -particularmente a los pilotos- absorber debidamente los nuevos conocimientos, procesarlos en forma metódica y profunda, y -especialmente- comprender una contradictoria arquitectura que, lejos de facilitar la operación de esas aeronaves, la torna de pronto más compleja en momentos de inesperada congestión de tareas y cuando se debe atender a más de un asunto a la vez?

La gente ha empezado a preguntarse: ¿qué es lo que está pasando con la aviación comercial?, ¿por qué es que ahora, cada vez con más frecuencia, suceden una serie de accidentes “absurdos”, por razones inexplicables e irrisorias? ¿Será que el avance vertiginoso que ha tenido en los últimos años la aviación comercial no ha ido de la mano con el desarrollo de la industria, con la organización de aerolíneas y más operadores, con los sistemas y métodos de instrucción aeronáutica que se han utilizado y que se han impuesto? No puede descartarse tampoco el aspecto regulatorio; es hora de averiguar si los nuevos requisitos mínimos de experiencia que se están aplicando, son realmente suficientes y, sobre todo, si los currículos de estudio y entrenamiento que se están utilizando hoy en día sirven para compensar justamente esta prematura exposición a los rigores del vuelo.

Esto justamente parecen averiguar importantes corrientes de opinión a lo largo y ancho del mundo. Por ello que la pregunta que surge como más compartida es la de si la aviación comercial es realmente tan segura como hasta aquí habíamos pensado; y si ese anterior índice de seguridad aérea no era sino un espejismo, y si lo que hasta aquí se pregonaba como un resultado de un esfuerzo compartido no era sino una complaciente e inmerecida coincidencia. ¿Es volar realmente tan seguro como habíamos creído y como nos habían dicho? Es difícil responder a todas estas inquietudes y preguntas, en momentos de una expansión aérea tan vertiginosa e inusitada; cuando, para satisfacer medianamente esta voraz demanda, es necesario adquirir cada vez más y más aviones, los mismos que son tripulados por más y más pilotos que solo han recibido un entrenamiento básico.

Pero no solo se trata de la demanda comercial, existe también una muy limitada oferta de pilotos con buena experiencia. A esto debe sumarse el ingente costo que representan los abreviados planes de entrenamiento que solamente cubren un incipiente programa y no proporcionan las destrezas necesarias a los pilotos que reciben -a menudo, apresurados por las necesidades operacionales- esos currículos iniciales de instrucción. Estas condiciones no favorables, a menudo se ven agravadas por una actitud generalizada, en las empresas comerciales, de desdén y deterioro de los planes corporativos en beneficio de la seguridad aérea. Prospera el convencimiento generalizado que invertir en seguridad resulta ocioso e improductivo, y -ante todo- costoso y ajeno al concepto de eficiencia y productividad que las empresas persiguen. Aquello de “optimizar” se convierte entonces en un pretexto y en un enemigo escondido de la propia seguridad.

Hace algo más de cuarenta años (hay quienes de burlan cuando se habla de cómo se gestionaban los asuntos de entrenamiento y de seguridad en aquellos tiempos) una de las frases de mayor impacto, que se escuchaban en el ambiente aeronáutico era justamente aquel axioma de que “el mejor mecanismo de seguridad en cualquier avión era un piloto bien entrenado”. Eran tiempos en que no se vislumbraba, ni siquiera se imaginaba, el prodigioso avance que tendría la tecnología; nadie sospechaba que los instrumentos análogos, los relojitos, serían reemplazados por “cabinas de cristal”; que habrían controles de vuelo que serían activados a control remoto o sistemas autónomos de navegación que harían redundantes los sistemas de “precisión”, en cuya operación se entrenaba con tanta exigencia a los pilotos. Esto ha dado paso, por desgracia, a un exceso de dependencia en la automatización y -resulta lamentable tener que admitirlo- a un perjudicial sentido de complacencia...

Pero todo esto ha sido inevitable, fue el resultado del desarrollo perentorio, brusco y atropellado que ha tenido una actividad que a duras penas cuenta con algo más de un siglo de vida. Este es el precio inexorable que la humanidad ha tenido que pagar por un sistema de transportación cada vez más rápido y versátil...


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17 mayo 2016

Un lejano punto de inflexión

A veces medito en cuál pudo haber sido ese "punto pivotal" de mis años de primaria; en cuál pudo haber sido ese momento crucial, el "turning point" o punto de inflexión. Ago similar a lo que los pilotos llamaban, en mis primeros cruces al Atlántico, como el "punto de no retorno". Cuando lo relaciono con el tiempo, reconozco que sucedió en forma más bien casual, pero sobre todo que me sucedió bastante temprano, mientras apenas cursaba cuarto grado de escuela. A la sazón, todavía no había cumplido mis primeros diez años de edad.

Eran tiempos en que me había dejado influenciar por una extraña fascinación: soñaba en esas horas de clase, que pronto se produjese el intervalo de recreo para salir a jugar al basquetbol con mis compañeros. Súbitamente me había percatado que, aunque no era muy hábil para amagar con la pelota ("driblar" era como lo llamábamos), había desarrollado una cierta habilidad para acertar con los tiros a la canasta. Había descubierto que tenía "buena mano", que la fortuna me había favorecido con aquello de la buena puntería. Esa práctica se me había convertido en mi entretenimiento favorito. En clase solo esperaba a que sonara la campana y que pronto se iniciase el tan anhelado recreo.

Pero no fue "en" la hora del recreo, sino algo más tarde, cuando ocurrió lo que me habría de marcar en aquellos años escolares, y todo por culpa de esa intempestiva afición mía a los goces que me producía el deporte más popular que había en el colegio. El básquetbol era un juego que se practicaba en todas las canchas, incluso lo practicaban los maestros y hasta los porteros. Lo malo fue que esos breves intermedios tuvieron una duración muy reducida y, pasados pocos minutos, volvía a sonar la ineluctable campanada, y raudos debíamos dejar esos placeres para cumplir con el obligatorio ritual de "hacer la fila" junto al aula, para cumplir con la recurrente ceremonia de volver a clases.

Sucede que, acicateado por mis fugaces como transitorios éxitos con ese juego, que entonces más nos entretenía y disipaba, no supe dar paso -una inolvidable mañana- a que amainasen mis entusiastas impulsos. Entré dando brincos a clase y mientras iba recorriendo el pasillo lateral del aula, fui saltando y dando pequeños golpecitos a los cuadros didácticos que habían colgado en la pared del costado izquierdo. Mas, hubo un largo cartelón, uno en el que alguien se había dado el trabajo de hacer más entendible el método de conjugación de los verbos, que no resistió al impulso de la presión de mis manos, pues -necio yo- había querido convertirlo en el momentáneo tablero de mis deportivos arrestos.

La cartulina se vino abajo, desprendiéndose de un frágil soporte de madera que le permitía suspenderse del gancho de su sustento. Como era de esperarse, vino enseguida la indagación de quién había sido el culpable; fui sometido al correspondiente juicio sumario y condenado sin apelación a reparar el daño y a restituir el cartelón al lugar donde había estado expuesto. No era, por lástima, una reparación menor; haría falta la ayuda de un profesional de la carpintería para devolver al cartelón a la lustrosa pared donde lo habían puesto.

Había, por lo mismo, un costo de arreglo que estaba incluido en mi involuntaria travesura. No debo haber estado dispuesto a aceptar el potencial castigo que, ya de regreso a casa, mi severa y poco indulgente abuela me hubiera impuesto. Decidí, por tanto, esperar en el oscuro corredor de salida del "refectorio" (así llamaban a su comedor los hermanos legos), para pedir las correspondientes disculpas y explicar a mi enojado juez, el religioso que fungía como mi ocasional docente, la razón para mi penoso predicamento. Pero, para colmo, y en forma lamentable, ahora aquel bendito cartel asomaba manchado por unos acuosos efluvios con los que mi propia naturaleza se había solazado en descomponerlo!

Pero un raro e inesperado milagro ocurrió de pronto... Contrario al reproche que pude haber esperado, sólo encontré un comprensivo gesto de compasión en el otrora hosco y poco amigable maestro...

Fue el día que comprendí en qué consistía la verdadera magnanimidad, y sobre todo que la autoridad no era una condición para mandar, imponer una orden o la capacidad para prescribir; sino la especial oportunidad que tenemos para ayudar a crecer a los demás, para potenciar su desarrollo y favorecer su desempeño. Este filosófico concepto está inscrito en la etimología misma de la palabra en mención; pues autoridad viene del latín "augere" que quiere decir aumentar, promover, hacer progresar. Es curioso que su raíz indoeuropea sea "aug", de la que devienen voces como auge, augusto, augurio. Autoridad significa "ayudar a hacer crecer". Eso y no otra cosa debería entenderse por ese concepto.

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11 mayo 2016

El hijo de "pan de dulce"...

Esta es una historia que tiene algo así como ochocientos años; es la historia de un Leonardo, otro Leonardo, nada que ver con el portador de aquel rostro indefinido y adolescente, Leo Di Caprio; nada tampoco con otro famoso Leonardo, así a secas, Leonardo da Vinci, aquel genio toscano universal al que nuestro personaje precedió en alrededor de trescientos años; pero, fue también matemático como este último, y de los buenos; pasó a la posteridad por su apodo, o más bien por el de su padre. Se llamaba Leonardo Bigollo (1170-1250), y fue más conocido como Leonardo Pisano, o de Pisa. La historia de las matemáticas lo recordará más bien como Filo de Bonacci o Fibonacci (hijo del “simple o bondadoso”). Heredó un nombre por la bondad de su padre.

Sucede que mientras en la India y Arabia se había utilizado por siglos un sistema aritmético de notación posicional, o se hablaba de números decimales y se conocía el concepto del cero, en Europa se seguían utilizando unos números que solo servían para marcar las fechas, numerar y determinar un orden; con ellos no se podía sumar, restar o multiplicar, eran unos números que impresionaban por la aristocracia de sus mayúsculas, pero no se adecuaban a las necesidades de la aritmética. Era como si ese mar interior, el Mediterráneo, se hubiera constituido en una formidable barrera que separaba dos mundos y que dificultaba la expansión de la ciencia y, por sobre todo, que Occidente se proyectase al futuro, aprovechando el progreso aritmético de los asiáticos.

Leonardo Bigollo, que había residido en la actual Argelia y había viajado profusamente con su padre por la costa africana del Mediterráneo, había estado expuesto desde muchacho al sistema indo-arábigo y se preocupó desde temprano por transmitir esta maravillosa y determinante información al mundo de Occidente. Hacia comienzos del siglo XIII Fibonacci (nombre póstumo) se propuso pasar a los ambientes matemáticos europeos el conocimiento que muchísimos siglos más temprano habían asimilado los árabes, de esa misma gente que había inventado una forma distinta de escribir los números, así como el uso de los decimales y el cero: los hindúes.

Pero el hijo de Leonardo "el bueno" no sólo escribió un tratado de esas diferentes matemáticas que había aprendido. Además de su "Liber abaci" ("Libro de la aritmética"), se propuso dar a conocer una progresión de características sorprendentes, una que no solo habría sido utilizada desde la antigüedad para calcular la proporción de la perfecta armonía (la proporción dorada, o de oro) en templos y edificios importantes, sino que como proporción se repetía en la naturaleza en forma curiosa y admirable. La secuencia consistía en sumar un número con el inmediato anterior (0,1,1,2,3,5,8,13,21,34,55,89,144,233... Y así hasta el infinito) con el inexplicable resultado que al dividir un número por el guarismo anterior, producía un resultado repetitivo: 1,61805555555 que ha sido utilizado por arquitectos y artistas: la llamada proporción divina.

Volví hace pocos días a escuchar de Fibonacci en un almuerzo de negocios. Fue solo un rumor, uno que culminó con una serie de comentarios y curiosas casualidades con relación al extraño comportamiento que tienen ciertos números, y los sorprendentes caprichos que encierra el mundo de las matemáticas. La reunión tuvo lugar en un local donde las féminas brillan por su ausencia, el código del lugar no otorga connivencia para la presencia de las damas. No es que en aquellos salones haya cabida para la misoginia, es simplemente que sus socios prefieren disfrutar de un lugar en el que solo se compartan aquellos temas, consideraciones e intereses que se los puede tratar con un tipo de libertad que solo consigue la ausencia de las mujeres.

Pienso para mis adentros, cada vez que acudo a esa acogedora morada, que aquella reservada oportunidad no sería posible si la tecnología y la civilización no hubieran inventado ese ubicuo como indispensable artilugio que consiste en el teléfono celular. Sin la existencia de este imprescindible instrumento, estas prolongadas tertulias fueran seguramente imposibles y terminarían por propio agotamiento... Claro, no habría mujeres, pero tampoco permanecerían de modo prolongado los varones. No, si no poseyeran un artefacto de pronta y ágil comunicación que les permite pedir permiso o perdón, y repetir un recurrente "sí, aquí estoy", o "ya mismo voy". Es siempre probable que esos aparatos marquen un código mágico que da como resultado otro conciliador algoritmo de “proporción divina”. A estas reflexiones llego, gracias al olvidado Leonardo, el hijo de un tal Filo de Bonacci, “hijo del Bondadoso”.

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10 mayo 2016

Por siempre jamás

Allá, en los que -con cada vez más insistencia- me parecen los lejanos años de mi infancia, debe haber sido cuando escuché por primera vez aquella expresión de "por siempre jamás". Pudo haber sido en una de esas representaciones de los cuentos infantiles a que acudíamos en el teatro Sucre; o, en forma más probable, en una de esas mañanas de "vermouth" que, con el subterfugio del "gancho" dominical, o de "dos con un boleto", nos congregaron en la luneta de un cine de vecindario a disfrutar de una película basada en algún cuento. Debe haber sido en una de esas historias con final feliz, que no solo gustan a los niños; historias que nos hacen creer que todo es posible, como aquella de "La cenicienta", o aquella otra de una dama de cachetes pálidos y una madrastra orgullosa: la de la sin par "Blancanieves" y sus siete enanitos.

Por esos mismos años, y con harta posibilidad en un cuento protagonizado por un jovencito que obedecía al nombre de Peter Pan, debe haber sido que escuchábamos otra expresión de carácter parecido, aquella del "país de nunca jamás", una exótica isla donde se vivía sin leyes y sin responsabilidad. Creíamos por entonces que solo se trataba de un territorio mítico, sin sospechar que pasados los años y una vez terminada una década desperdiciada y perdida, habríamos de darnos cuenta que ese improbable país no era parte de un cuento de hadas, sino elemento de la más pura realidad, un país que pudo haber sido y no fue, un territorio que nunca lo volveríamos siquiera a soñar. Es que... “nos robaron todo, hasta la esperanza”...

Pero fue en mis distendidos escarceos por los misteriosos meandros de la matemática, particularmente en mis romerías por las ignotas tierras de las secuencias aritméticas y de la teoría de los números, que fui descubriendo más tarde una alocución parecida: "ad infinitum", o "everafter" en inglés, que no quería decir otra cosa que "por siempre" o "por siempre jamás", pues las mentadas progresiones o secuencias sucedían de ahí en adelante en forma testaruda, es decir de modo obcecado, infinito e inalterable. Ad nauseam, o sea: hasta el cansancio.

Tal vez utilizo esto de "hasta la náusea" en forma inapropiada e inoportuna, pues fue en un entretenido palique, ocurrido en un almuerzo de negocios, que se me dio la rara oportunidad de volver a utilizar aquella expresión de "ad infinitum". Había en la mesa un individuo de origen hindú que se sirvió de un pequeño trozo de papel para dibujar unos guarismos con un tipo de escritura que me recordó a la forma inicial de trazar los números hindúes, que desde algo así como un milenio nuestra civilización pasó a llamar arábigos; fue cuando aproveché para tomar el mismo papel y comenté aquella vieja teoría de que la forma o figura de "nuestros" números no hace sino representar un número de ángulos. De ahí pasamos a conversar del aporte hindú a las matemáticas, de la notación posicional, de los números decimales y del concepto inédito del cero (una cifra sin ángulos).

El interés y curiosidad de la parroquia ofrecieron posterior consentimiento para seguir platicando acerca de los números. Así, de la forma de los guarismos, saltamos a dialogar acerca de su caprichoso comportamiento y caímos nosotros mismos en el predio fácil de la travesura. Hablamos entonces de la secuencia de la suma continúa de los números impares (1,3,5,7,9...) que va configurando una progresión que equivale al cuadrado de todos los números enteros (1,4,9,16,25,36...); y así, por siempre jamás, "for everafter", es decir: ad infinitum.

Pasamos entonces a mencionar números extraños o mágicos, como el 142857, que cuando es multiplicado por cualquier unidad del 1 al 6, produce resultados cíclicos en los que se repite la misma secuencia de los seis que constituyen el postulado original; que cuando se multiplica por 7 produce un resultado sorprendente: 999999; y que, cuando se lo potencia a cualquier múltiplo de siete, produce curiosos resultados en los que en forma inalterable se encuentran nueves en el centro del resultado y que con la suma de las cifras exteriores vuelven a obtenerse otros nueves! Esto, sin dejar de mencionar que 1 millón dividido para 7 da también, como resultado, la repetida secuencia del ubicuo y omnipresente 142857...

No quedó tiempo, por lástima, para hablar de otros números mágicos y de otros resultados sorprendentes. Los números recíprocos de tres dígitos por ejemplo (funciona con cualquiera), como 743 y 347, cuya diferencia más su número recíproco (396 + 693) siempre dan como invariable resultado 1089. Pero hay algo más: si a 1089 lo multiplicamos por 9, da otra vez su propio número recíproco: 9801. Ahora bien, si dividimos 1000 para este 9801, el resultado es una progresión realmente sorprendente: 0,102030405060708090... O, qué tal el 37037, como nuevo ejemplo, que multiplicado por un número igual o menor al 27 da resultados traviesos...

Estos no son trucos, representan misteriosos comportamientos que tienen ciertos números. No, no son artimañas, pero puedo mencionar un par de secuencias que sí lo son. Solo se trata de jugar con ciertos números llamados "primos". Ahí les va una: multipliquen cualquier unidad por la siguiente secuencia: x3x7x11x13x37 (todos primos) y la respuesta es la repetición de la cifra inicial, seis veces; es que, en este caso, solo hemos pedido multiplicar por 111111... Un segundo ejemplo: multipliquen cualquier número de tres cifras por 1001... Nuevamente el resultado es previsible, estamos jugando con una fórmula cocinada. Y es otro número primo!

Lástima que la comida no dio tiempo para hablar de otra asombrosa progresión aritmética: la famosa secuencia de Fibonacci (0,1,1,2,3,5,8,13,21,34,55...). Tampoco me quedó espacio en esta entrada; así que, dejémoslo más bien para el próximo (almuerzo) capítulo...

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09 mayo 2016

Llevar un mensaje a García

La expresión "llevar un mensaje -o una carta- a García" no implica la acción de transmitir un recado o entregar una encomienda, conlleva el concepto de cumplir a cabalidad con un encargo o cometido, y hacerlo sin importar las limitaciones o inconvenientes; llevar un mensaje a García equivale a realizar el trabajo que a alguien se le ha encargado "a como dé lugar". No se trata, por lo mismo, de transmitir una noticia, lo que cuenta aquí es el cumplimiento de una misión.

El origen de la expresión sería una historia de autoayuda, escrita en 1899, relacionada con un mensajero de nombre Rowan que habría sido enviado por el ejército americano a contactarse con un general de apellido García en la guerra de Cuba. El mensajero no habría hecho más preguntas, su respuesta sería la de cumplir con su deber lo más pronto posible y conseguirlo a cabalidad. Desde entonces "llevar un mensaje a García" significa dar pronta, puntual y satisfactoria realización a un encargo, constituye un símbolo y paradigma de efectividad.

En la historia nacional existió otro García que, aunque a su manera, trató de llevar en su vida pública un mensaje a García. Había nacido en Guayaquil la víspera de Navidad de 1821, había recibido una educación muy rigurosa, en un marco de profundas convicciones religiosas y llegó por primera vez al poder a principios de 1861 a la temprana edad de treinta y nueve años. Gabriel García Moreno había sido hijo de un ciudadano español, y García no era su segundo nombre como mucha gente piensa; Moreno era su apellido materno. García Moreno recuperó el poder para una tendencia relacionada en forma estrecha con la Iglesia Católica, tendencia que acusaba al liberalismo de haber secuestrado el poder con ayuda de la masonería. 
García habría propiciado profundas transformaciones en el Ecuador de la segunda mitad del siglo XIX. Fruto de sus iniciativas, y como consecuencia de su autoritarismo, fue fermentando un sentido de rechazo e insatisfacción en una sociedad que empezaba a considerar necesario el independizar a la política de la religión. Como presidente había decretado que el país estuviera oficialmente consagrado al Corazón de Jesús. Este controvertido mandatario gobernó por dos períodos y había iniciado un tercero cuando fue asesinado en los escalones del palacio, víctima de una conspiración de magnicidio que había sido organizada por sus enemigos políticos.

Respecto a este enérgico mandatario pocos conocen una serie de detalles personales que bien merecen ser comentados. García Moreno se casó en primera nupcias (a los veinticinco años) con la dama quiteña Rosa Ascásubi y Matheu que le llevaba la significativa diferencia de doce años. Doña Rosa falleció poco después de que el presidente hubiera finalizado su primer mandato. García Moreno desempeñó también las funciones de alcalde de la ciudad de Quito, por un lapso de dos años, antes de ejercer su primera presidencia. Asimismo, en el lapso que habría de transcurrir entre sus dos períodos presidenciales, ocurrió un pavoroso terremoto que destruyó la ciudad de Ibarra (1868); fue cuando el presidente en ejercicio, Juan Javier Espinosa, tomó la iniciativa de nombrarlo para que se haga cargo de las tareas de reconstrucción de esa ciudad. García puso todo su empeño y energía en dar cumplimiento a tan importante emprendimiento.

Un hermano de su esposa, Manuel de Ascásubi y Matheu, conocido terrateniente y conspicuo representante de la aristocracia de la serranía, fue también -al igual que García- alcalde de Quito; pero, por sobre todo, fue también predecesor y sucesor de García Moreno en su segunda presidencia. Manuel de Ascásubi era cinco años mayor a su hermana Rosa y es probable que esta relación familiar haya facilitado a García Moreno un ambiente de cercanía con el poder y de disfrute de influencias, que se debe haber convertido en factor determinante a la hora de marcar el protagonismo de un mandatario que de joven se había interesado en el sacerdocio.

García Moreno fue considerado por muchos como un tirano. Para quienes participaron en su asesinato, el dar fin a su existencia se habría convertido en un anticipado "mensaje a García"...

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01 mayo 2016

El club de la tristeza

Hay una voz en inglés que no tiene exacta traducción al castellano, se trata de la palabra “infamous”. Si utilizo un traductor de textos, me va a indicar que significa infame, lo cual no es ni exacto ni tiene el mismo sentido que en el idioma original. La voz en sí misma encierra un sentido contradictorio, es casi una adaptación de la voz famous (famoso), implica algo que causa o acarrea infamia, pero se refiere más bien a quien tiene una muy mala reputación, a algo que produce descrédito, deshonor, ignominia, oprobio, vergüenza, escándalo y desgracia. Ser “in-famoso” quiere decir ser famoso pero al revés, serlo por las razones equivocadas.

Medito en esta curiosidad semántica mientras reviso el informe del FMI en el que se  incluye al Ecuador -junto con Brasil, Argentina y Venezuela- en lo que el estudio llama “el club de la tristeza” al analizar la situación de la economía en esos países de Sudamérica. Ahí se nos pronostica una poco auspiciosa expectativa tanto para este año como para el siguiente. Esto constituye un muy lamentable tipo de “fama” pues significa que hemos pasado a estar en la mira de la comunidad financiera internacional; que hoy representamos un elevado riesgo y que hemos dejado de ser atractivos como sujetos de crédito. Somos, por lo mismo, parte de los “in-famosos”…

De acuerdo con el informe del FMI, Ecuador, que venía creciendo a un ritmo bastante aceptable (3.7% del PIB en el 2014), sufrió un total estancamiento en el 2015 (crecimiento de 0.0%). Pero hay algo peor: las perspectivas para este año y para el siguiente solo son más negativas para Venezuela, el país más problemático de la región, ya que nuestras tasas de decrecimiento superan los cuatro puntos (-4.5 y -4.3 respectivamente). ¿Qué ha pasado? En este sentido pueden darse diferentes y muy contradictorias explicaciones, todas ellas influenciadas por un ingrediente de carácter político: de modo que será mejor analizar la situación como se lo hace en los accidentes aéreos, donde no se pregunta ¿qué pasó?, sino más bien ¿por qué?

Es probable que, para esta triste como lamentable situación, exista una serie de causas políticas, sociales y conceptuales; pero al final del día todas las razones que queramos considerar se habrán impregnado de un componente político primordial. Entonces… ¿por qué?, ¿qué está pasando en el Ecuador? Tratemos de aportar con algo, con parte de ese diagnóstico, y busquemos el porqué:

Aspectos políticos: Ecuador ha experimentado una lamentable erosión de su institucionalidad en la última década; esto ha producido un paulatino estado de debilitamiento de los fundamentos de su estructura democrática. Se ha desarrollado en este tiempo una evidente ausencia de transparencia así como una irresponsable tendencia gubernamental al despilfarro. La corrupción campea al socaire de la impunidad: los jueces no exhiben su probidad y no destacan por su independencia. A esto habría que añadir la práctica exagerada del clientelismo (abuso de subsidios), y la confusión, en la práctica, de dos conceptos que no son sinónimos: los de Gobierno y Estado, lo que ha producido un pernicioso cautiverio de la burocracia.

Asuntos culturales y sociales: la gente, especialmente la juventud, ha estado ausente del debate de ideas; existe una deprimente veneración por las frases y conceptos repetidos, tautología que refleja conceptos vacíos que impulsan el odio y el resentimiento. Con esto se ha perdido un elemental sentido de colectividad y de pertenencia. La comunicación está secuestrada y se hacen desde el gobierno enormes erogaciones por mantener un enfermizo culto a la personalidad. Hay, por otra parte, una preocupante erosión de los valores, producto de la bonanza temporal de una nueva clase media emergente. Se hace urgente revisar y redefinir un nuevo concepto de liderazgo, uno en el que prime el objetivo de motivar e inspirar.

Aspectos conceptuales: existe un grave desajuste conceptual debido el exagerado protagonismo que se le ha otorgado al Estado (no solo en la economía, sino en toda forma de expresión social); esto ha creado no solo un desestímulo, sino además un debilitamiento general de la iniciativa privada, cuyos actores han dejado de aportar al concepto de producción que requiere un Estado saludable. A esto se suma un mal empleo de la propia dolarización, que fue creando desde el principio una absurda distorsión en la realidad de la economía. Resulta ridículo pero esto se ha expresado en la realidad del día a día: nada cuesta menos de un dólar, ni una limosna ni una propina. Todos estos factores se han sumado para configurar esta década perdida.

Ante este escenario ¿qué debemos hacer? Es indudable que tenemos que aprender a vivir en una etapa de vacas flacas, y esto amerita una muy austera actitud, como lo requiere una economía de guerra. Pero para enfrentar esta situación se debe empezar por efectuar un reconocimiento de que la condición existe. No se trata de proponerse y dar el salto al primer mundo. Un día escuché en Buenos Aires que la economía de un país es como las diferentes categorías que existen en los torneos de futbol: no se puede jugar en primera si no se ha salido previamente de segunda; y no se juega en segunda, sin haberse primero convertido en campeón de tercera… Claro que todo esto toma tiempo, pero por algo tenemos que comenzar!

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