31 agosto 2016

El rumor de las olas *

* Palabras pronunciadas en el matrimonio de mi hijo Felipe (un extracto).

Hace pocos días estuve buscando un pequeño libro de George Orwell que había ofrecido a uno de mis buenos amigos: "La granja de los animales". Esta es una breve novela que constituye, a la vez, una fábula y una metáfora; en ella los animales rechazan el absolutismo del poder y advierten con ironía que "todos los animales son iguales, aunque hay algunos que son más iguales que otros".

La frase trajo a mi memoria un episodio que viví en un cumpleaños de Felipe en su temprana adolescencia. Recuerdo que él me había pedido, como regalo, dinero suficiente para invitar a sus amigos para que lo acompañaran a una tarde de cine. Cuando comprobó que solo le había dado para los boletos, y no para "invitarlos a compartir cualquier otra golosina", me comentó que no era lo que él esperaba. Le expliqué que si era muy generoso, no actuaría con equidad con sus demás hermanos. "Yo sé que todos los hijos son iguales -me respondió-, pero 'habemos' unos que somos más iguales que otros". No me cabe duda que Felipe había leído a Orwell mucho antes de que yo pudiera hacerlo...

"La granja" no es el libro más conocido de Orwell. El que merece continuas referencias, en especial de los políticos, es uno que habla del "gran hermano"; este se me hace inolvidable por dos motivos: uno, por su título, "1984", guarismo que coincide con el año de nacimiento del último de mis hijos; y, dos, porque contiene una frase lapidaria, que hace referencia a la manipulación de la historia: "Quienes controlan el presente, tienen la tendencia a controlar el pasado; y quienes controlan el pasado, tienen la tendencia a controlar el futuro". Acudo, en este punto, a su indulgencia: no intento hacer aquí un alarde de erudición literaria.

Hacer esta reflexión me lleva a considerar el valor del pasado. Hay quienes piensan que lo pasado no importa pues ya pasó. No creo que sea así: el pasado es el sustento del presente y es el fundamento para aquello que los hombres llamamos con el nombre de "porvenir"... Para recordar el pasado y aprovechar de sus lecciones, Dios nos ha regalado un maravilloso artilugio: el sutil privilegio de la memoria. Apoyados en ella, enfrentamos el futuro con ilusión y con esperanza. Para ello estamos reunidos esta noche: para rendirle un homenaje a la ilusión y para solemnizar un acto de fe, un sentimiento de esperanza.

María de las Olas Ramírez Vela... ¡Qué nombre tan bonito y poético, tan lleno de implicaciones semánticas es el tuyo! Qué gran acierto, con tu nombre, es el que tuvieron tus padres! La ola es símbolo de lo transitorio, pero es, a la vez, símbolo de la perseverancia y la permanencia; su sola mención nos remite a un concepto en el que los hombres creemos, la noción de infinito, la idea de eternidad…

Cuando yo era niño, alguien puso en mi cabecera un libro de Louis Stevenson: se trataba de "La isla del tesoro"; desde entonces quedé seducido por una serie de palabras de origen marino. Voces como aparejo, estribor, barlovento, brújula, catalejo, bauprés, jarcia… fueron palabras que me obligaron a acudir por primera vez a los diccionarios y que marcaron para siempre mi afición por la literatura.

Existe un explorador español llamado Vital Alsar “Ramírez” (tu primer apellido, Mariola). Muchos saben que construyó una balsa y que con ella cruzó tres veces el Pacífico. Pocos saben que también construyó una pequeña carabela, un galeón, en lo que él llamó "alto Amazonas", en Francisco de Orellana, entre los ríos Napo, Coca y Payamino. Desde allí, surcó el Amazonas, cruzó la mar océano y llegó meses más tarde a las costas de Santander. Allí, no lejos de la playa del Sardinero, junto a la península de la Magdalena, existe una placa recordatoria de esa gesta: “Homenaje de unos hombres a la mar”. En ella está escrita una frase muy linda, llena de poesía: "La fe es la barca, pero solo los remos de la voluntad la llevan". A veces confundo su texto y digo: "las 'velas' de la ilusión"... Sean remos o velas, voluntad o ilusión, solo anhelo que ustedes, Mariola y Felipe, sean siempre felices, que la mar siempre esté en calma, que los vientos soplen favorables, y que las velas siempre permanezcan hinchadas...

Qué más puede pedir un padre, sino que nuestro Dios siempre los bendiga!

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26 agosto 2016

Alcohol y arrogancia en aviación *

* Tomado de la revista Aero-Time. Con mi traducción.

- Mala fama por arrogancia

Cada profesión está infestada por estereotipos. Cuando se trata de los pilotos, existe cierto nivel de arrogancia que ya se espera de antemano. Su imagen o, para ser más precisos, la manera cómo son percibidos por la sociedad está a menudo asociada con varias características de la personalidad que se considera que poseen. La que domina con seguridad es su arrogancia. La arrogancia es una condición por la que un buen número de pilotos tienen mala fama. Más que eso, aquellos vuelos cancelados debido a drogas, alcohol, asalto, agresión o simplemente mal temperamento son solo la punta del “iceberg de la arrogancia”.

- Muy borracho para volar?

A pesar del hecho de que el abuso de alcohol entre los aviadores es bastante raro, el “problema de que los pilotos tomen” es bastante conocido por el público ya que siempre está entre las noticias importantes. Cada mes hay por lo menos una noticia circulando de que “un piloto tomado ha sido detenido”. Este mismo mes, por lo menos dos pilotos fueron encontrados “afectados por la influencia de licor”. Un piloto de Air India falló una prueba de alcohol después de haber aterrizado un vuelo internacional. Otro de Sri Lankan Airlines no pasó una prueba en Frankfurt, momentos antes de iniciar un despegue con 274 pasajeros y la tripulación abordo.

Así y todo, a pesar de que el alcohol afecta en todos los niveles de la sociedad, las consecuencias varían dependiendo de los individuos. Solo imaginemos qué es lo peor que puede suceder potencialmente si un maestro está un poquito “alegre” en la hora de clase? En el peor de los escenarios, simplemente perderá su empleo. Claro, esto puede convertirse en más serio en el caso de un médico, ya que sus acciones pueden matar a alguien. Sin embargo, lo preocupante es cuando imaginamos el caso de un piloto, ya que una equivocación puede costar todas las vidas de un avión, incluyendo la suya propia. Desgraciadamente, cientos de pilotos alrededor del mundo dan positivo por alcohol antes y después de los vuelos cada año. No solo eso, si se toma en cuenta que estos chequeos son aleatorios, el número real puede ser aún mayor. Solo en la India más de cien pilotos han fallado estas pruebas de alcohol en la sangre en los últimos tres años.

- La aviación parece atraer a los arrogantes

Como queda dicho, la nota dominante de la personalidad de la mayoría de los pilotos es la arrogancia. Un grupo de estudios ha demostrado que la aviación atrae a individuos con un alto nivel de arrogancia. En 2004, un estudio de la NASA, con un muestreo bastante diverso, confirmó que la “personalidad de piloto” realmente existe. Más aún, indicó que la profesión aeronáutica atrae a un cierto tipo de gente que es emocionalmente estable, confiable, correcto y consciente; bajo en ansiedad, vulnerabilidad, hostilidad irascible, impulsividad y depresión. Sin embargo, alto en sentido de deliberación, búsqueda de logros, sentido del deber, competencia y con un nivel de confianza tan alto que puede realmente resultar en un comportamiento arrogante.

Desde luego, no todos los pilotos poseen estas características de personalidad; además, estos rasgos pueden variar dependiendo de la edad y la experiencia; pueden también desarrollarse o dejar de existir mientras los pilotos están sujetos a entrenamiento. No obstante, la mayoría de estos profesionales participan de intereses comunes y tienden a caer bajo un cierto tipo de personalidad, el mismo que incluye a la asertividad (la tendencia a expresar con firmeza una opinión) como rasgo sobresaliente. Los aviadores la requieren con el objeto de gestionar su responsabilidad. Ellos necesitan estar absolutamente confiados con sus decisiones, especialmente en una situación de emergencia, ya que no tienen tiempo para dudar o estar indecisos.

Sin embargo, los pilotos que se mantienen con éxito en la industria de la aviación aprenden a mantenerse humildes. Una “humilde” arrogancia mejora definitivamente la calidad de su trabajo y garantiza la seguridad de todos abordo, en la manera que esto refuerza su sentido de responsabilidad.

- Mucha arrogancia puede conllevar serias consecuencias

A veces la arrogancia simplemente se pasa de límite. La sobre-confianza de algunos pilotos puede permitirles no solo descuidar las regulaciones como, por ejemplo, consumir alcohol; puede resultar en muy serios aspectos de seguridad. En los últimos años la histeria en vuelo ha pasado a convertirse en un asunto muy preocupante. Es más, de acuerdo a estadísticas, el número de estos incidentes anda literalmente por la nubes. Titulares como “Piloto es arrestado por maltratar a un empleado de tierra”, “Piloto acusado de agredir a otro empleado” o “Piloto arrestado por agredir a un oficial de policía” ya no sorprenden a nadie.

Algunos estudios sugieren que gran parte de los aviadores tienen dificultad en aceptar las críticas ya que son muy competitivos, pero además tienen muy baja tolerancia con la imperfección ajena. Por lo mismo, tienden a modificar el ambiente en lugar de cambiar su comportamiento. Por este motivo, algunos pilotos se permiten actuar con bastante irespeto hacia sus propios colegas. En el 2011, un piloto de Southwest Airlines se quejó ante su copiloto acerca de los auxiliares de vuelo abordo ya que no estaba contento con su apariencia. Es más, se refirió a ellos como a “un atado de maricas, abuelitas y endiosados”. Para su desgracia, había olvidado de desconectar el micrófono y todo el incidente se llegó a conocer.

- Moderación en todas las cosas

Como dice el dicho, todo es bueno con moderación, una “humilde” arrogancia puede tener un efecto saludable en el trabajo de los pilotos, mientras un exceso de arrogancia muy probablemente tendrá un impacto negativo, e incluso puede despertar inquietudes de seguridad. No obstante, al final del día, la arrogancia es una consecuencia de la auto-confianza, que resulta crucial en el mundo de la aviación. Tratar de eliminarla es inútil, pero tenerla bajo control es esencial.

Por suerte, algunas medidas se han implementado. El 15 de agosto, la EASA publicó una serie de propuestas a la Comisión Europea para un ajuste en las reglas relativas a la adecuada salud de los pilotos. Las nuevas reglas darían atención especial al monitoreo de drogas y alcohol, así como a una cuidadosa evaluación de la salud mental. Por lo tanto, si las propuestas son aceptadas, se ha de dedicar más atención a la condición mental de los pilotos y se espera que el monitoreo constante vaya a reducir los aspectos del exceso de arrogancia de los aviadores hasta un “sano” nivel que no afecte a la seguridad de vuelo.

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19 agosto 2016

En búsqueda de Perseo

Comentábamos, en una entrada anterior, que existe una curiosa tendencia en la mitología griega de hacer responsable de diversas situaciones a Poseidón. Esto es probable que así haya ocurrido dada la naturaleza díscola del dios de marras. Poseidón, el dios de los mares, siempre fue visto como una divinidad caprichosa, impetuosa e impredecible; y, ante todo, voluble como las tormentas e inestable como la intranquilidad de los mares. De ahí que, no habiendo una explicación coherente para ciertos episodios, el recurso acostumbrado fuera el de involucrar a ese indócil dios en las vueltas del destino e interpretar la fortuna en base a sus arrebatos.

Esto precisamente ocurrió con otro de los mitos griegos, el de la horripilante Medusa. Se dice que era extremadamente bella, aunque caracterizada por su enfermiza vanidad. Había cometido el desliz de acostarse con el siempre travieso Poseidón; pero había dado curso a sus pasiones en el mismísimo templo de la diosa Minerva, quien enojada por la imperdonable profanación, habría convertido al hermoso cabello de la frívola Medusa en un manojo de serpientes repugnantes. Desde entonces la Medusa adquirió la propiedad de transformar a los hombres en estatuas de piedra con solo mirarlos a los ojos.

Pero, no sólo existen personajes siniestros en los mitos griegos; en su Panteón existe también cabida para los imponderables redentores. Así, los helenos inventaron otros seres legendarios, mitad dioses y mitad humanos: los inefables héroes. Este es el caso de Perseo, el gran héroe griego anterior a Hércules. Perseo es el héroe mítico salvador que decapitó a la insidiosa Medusa, es el dueño de un nombre cuya etimología sugiere la condición de aquel que asola y arruina, del que destruye y arrasa. Cuando llega Perseo es para poner las cosas en un nuevo orden; lo hace para vengar y restituir, para redimir y reparar.

Pero la mitología no está solo para dar testimonio de la imaginación del hombre, o para expresar sus temores, obsesiones y creencias. Su propósito ulterior es el de entregarnos la sabiduría de sus parábolas, participarnos de sus consejos y advertencias, proporcionarnos sus lecciones morales. El mito se convierte así en el método didáctico por excelencia; es el recurso que los hombres más sabios utilizaron en la antigüedad para recomendarnos la virtud y darnos sus moralejas.

Vivimos hoy una hora difícil para la humanidad. Ahora, los ideales de progreso luchan contra la intolerancia, el argumento maniqueo y el absolutismo, estos factores  erosionan los cimientos en los que se sustenta la democracia; pero, por sobre todo, hacen posible el debilitamiento del marco institucional que requiere la estructura de la sociedad. Sin ese marco, la automática consecuencia es el avance impune y desenfrenado de ese monstruo llamado corrupción, esa verdadera Medusa que debe ser decapitada con urgencia.

Estoy persuadido de que ni siquiera se trata ya de un asunto relativo a la ausencia de valores. El aspecto de fondo es una enfermiza condición estructural. Las circunstancias están dadas para que campeen el abuso, el desparpajo y la arbitrariedad. Así, el inmediato resultado es el voraz enriquecimiento de unos pocos cínicos; pero, la consecuencia a largo plazo es la postergación de ese estado general de bienestar al que hemos dado en llamar progreso. La ecuación es entonces cada vez más preocupante: a mayor corrupción, más tiempo tomará promover y desarrollar una sociedad.

Tengo un buen amigo que colabora como funcionario de gobierno. Un buen día, mientras compartíamos una distendida sobremesa, le pregunté acerca de cuáles consideraba que eran los mejores logros y los peores desaciertos del gobierno del que formaba parte. A lo primero respondió refiriéndose a la obra pública y a la inclusión social; en cuanto a lo segundo, su respuesta fue tan inesperada como elocuente: ¡la corrupción!, se sinceró. Nunca cuestioné la incoherencia de que persistiera en su colaboración a pesar de reconocer tal convencimiento; pero me ha quedado la inquietud de si aquel estado de corrosión sólo es posible cuando se ha desmoronado la institucionalidad que debe primar en cualquier Estado.

No hay duda, hace falta un héroe que descabece a la Medusa. Se busca un nuevo Perseo!

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09 agosto 2016

Una luz al final del túnel

Hoy quisiera hablarles de la tan publicitada “Solución vial Guayasamín”. Lo hago en la esperanza de que dicha solución no se vaya a convertir en algo aun más grave que el propio problema. No es mi intención, por ahora, abordar el aspecto político-administrativo del asunto; persuadido, como estoy, de que atendiendo al dialogo y al intercambio provechoso de ideas, se ha de propender a buscar la mejor alternativa para la situación del tránsito en esa importante encrucijada que existe en la ciudad.

Cuando hablo de problemas, me es difícil no recordar a uno de los maestros que más influyó en mi formación. Era cubano y enamorado del cine, fue mi profesor de literatura. Luis Campos Martínez instauró en Quito el cine-foro intercolegial y fue un activo motivador de temas de interés para la juventud. Su voz inconfundible, estentórea y autorizada, iluminó muchas controversias. Curiosamente, para lo que más era requerido era para que nos hablara de lo que entonces llamábamos “el problema sexual”. Eran tiempos en que, más que por la religión o las tradiciones, la conducta social estaba influenciada por un rancio tufillo de mojigatería…

Imposible insinuar entonces que una pareja compartiese un lecho sin estar casada o que dejase bullir, en forma responsable, el mutuo disfrute de ese don natural que llamamos sexualidad. ¿De qué “problema” están hablando, chico? Si el sexo no es, ni puede ser, ningún problema! Es la condición más humana y tierna que Dios nos pudo haber regalado en esta tierra! Lo que pasa es que debemos rodearlo de amor y de dignidad! Por lástima, no pudiera parodiar a mi ex maestro, y proclamar que el actual túnel "no es ningún problema", porque desgraciadamente el problema de tránsito en ese sector (la entrada desde Quito al valle de Tumbaco) se lo dejó crecer y existe. Las varias soluciones que se implementaron, terminaron por profundizarlo aún más.

Cuando hablamos del problema que nos ocupa es bueno distinguir dos aspectos: el túnel propiamente dicho y el distribuidor de tránsito que debería haber en ese sector. Respecto al túnel, nunca se lo construyó, por problemas de presupuesto, como estuvo planificado; y, desde entonces, el crecimiento del tránsito, hacia el sector que sirve, ha superado totalmente las expectativas. Esto, debido al enorme e inesperado crecimiento demográfico que tuvo ese sector; asunto que se agravó debido al componente socio-económico que caracteriza a sus pobladores. Este asunto incide en el número de autos que utilizan la vía interoceánica y el mencionado túnel.

Además, el tránsito se ha visto afectado por la incorporación de la ruta VIVA que, aunque ha servido para crear y promover el desarrollo de múltiples sectores (principalmente el del aeropuerto capitalino), ha aumentado también en forma exponencial el tránsito que estaba previsto. Otro aspecto que no ha sido debidamente considerado es el de la ubicación y real necesidad del peaje correspondiente. Claro que con o sin peaje, a ciertas horas, de todos modos habría congestión; pero hace falta considerar la posibilidad de poderlo eliminar.

La situación de cuello de botella en que se ha convertido el sector de la plaza Argentina es consecuencia, lamentablemente, de la falta de planificación. Esta es una verdad de Perogrullo, pero hace falta un cambio de paradigma y de mentalidad: en nuestras ciudades se construyen demasiadas urbanizaciones sin que en forma simultánea se construyan calles, avenidas y autopistas interconectadas que faciliten el tránsito vehicular de mediana y alta velocidad. No solo no se quiere planificar -la muletilla es siempre la falta de recursos-, parece que nadie se diera cuenta en los organismos involucrados. Aún peor: a nadie parece que pueda importar!

Aun así, el problema no se ha disparado todavía por completo. Creo que lo que vendrá en poquísimos años va a ser todavía mucho más complejo. Hay, por lo mismo, que anticiparse con una solución definitiva e integral. ¿Cuál sería esta? La única alternativa es la de acudir al subsuelo; en este sentido, se debe planificar la construcción de varios túneles que se inicien en sitios como La Vicentina o los parques de La Carolina o El Ejido y se junten directamente con la avenida Simón Bolívar o con la ruta VIVA. Solo así se han de superar los problemas de congestión vehicular y, sobre todo, se ha de permitir que la ciudad se comunique en forma más efectiva; y que los nuevos barrios se desarrollen armónica y eficientemente.

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06 agosto 2016

Un olímpico desdén

A veces retozan desde temprano en el jardín. Sin embargo, lo más frecuente es que se los encuentre dormitando durante la madrugada. Tan pronto advierten que se ha quitado el seguro y está entreabierta la puerta de entrada a la casa, la empujan en forma indecisa y entonces sí, una vez que han superado su inicial incertidumbre, ascienden ansiosamente la grada y acuden a los dormitorios con ímpetu desbocado. Son mis dos mascotas: un rubio mastín (este es un flemático dogo de Burdeos) y un inquieto, fusco como su nombre, Schnauzer gigante.

Concluido el trámite de caricias y mimos perentorios (su común fascinación es una buena rascada en el cogote), poco a poco se apaciguan y tranquilizan; entonces se acomodan junto a  mí velador (¿por qué le dirán "mesa de noche" los sajones?) y emprenden con gustoso deleite su ceremonioso y acostumbrado protocolo: realizar su primera siesta del día. Este es un proceso ritual, cuando ociosos dormitan orondamente. Y lo ejercitan con olímpica haraganería...

Medito entonces en el sentido de la voz "olímpico" en estos días, tiempos que son de una nueva y recurrente olimpíada; acontecimiento deportivo que, como se sabe, se lo efectúa cada cuatro años desde que se lo reinició, hacia las vísperas mismas del siglo veinte. Estas competencias deportivas se realizaban en Grecia en la antigüedad con un propósito religioso, cuando los helenos suspendían sus continuas guerras y disputas, y se reunían en Olimpia, lugar situado hacia el poniente del Peloponeso, para competir en diversas disciplinas.

He estado en el Peloponeso un par de veces. Técnicamente ya no es una península; está separado de Grecia continental por un angosto canal artificial de aguas turquesas, que corta el istmo de Corinto. Ahí se encuentra la legendaria Esparta, o Kalamata (famosa por sus jugosas e inigualables aceitunas negras), o Epidauro (donde comprobé la formidable acústica de su viejo y semicircular anfiteatro, con un breve discurso en solitario). Ahí también, aunque olvidada, se ubica la anciana sede original de los juegos, la tranquila y recoleta Olimpia.

Los juegos se reiniciaron hace algo más de un siglo por iniciativa de un bigotudo aristócrata francés de nombre Pierre de Coubertin. A más de propiciar un sentido ecuménico, la idea era la de mantener el espíritu amateur de las competencias deportivas (amateur es un término francés que quiere decir justamente "amador de" o aficionado). La intención era estimular el desempeño de la excelencia deportiva en quienes la practicaban por afición, por "hobby", y que al hacerlo no recibían compensación o pago; es decir, quienes no eran atletas profesionales.

Por lástima, esta condición, la de no recibir un emolumento para ejercitar la práctica deportiva, ya no se la pone en práctica (perdón por el aparente pleonasmo) en la actividad olímpica. Sucede que, desde hace un cuarto de siglo, se ha convenido en autorizar la participación de atletas y más deportistas profesionales (actualmente no todos los deportistas son realmente atletas) en las competencias olímpicas. Esta distorsión, barrunto yo, se debe en parte a que muchos deportistas aficionados reciben pagos, subsidios o auspicios parciales que tornan el concepto en algo que incursiona en el conflictivo terreno de lo indefinido o impreciso. Así, por ejemplo, quien entrena con un sueldo a los deportistas amateurs, ¿qué mismo es? ¿Habremos en este caso de considerarlo como un profesional o como un aficionado? ¿Qué pasa si este quiere participar?

Esta situación ha dado lamentable margen para una inconveniente situación: no todos los países participan con sus mejores deportistas; sobre todo en aquellos deportes que mejor pagan y que, por tanto, son los más populares. Esto ha abierto la puerta a una insidiosa alternativa para que ciertos jugadores, por motivos de carácter comercial, prefieran no participar en estas lides mundiales. El consecuente resultado de esta contradictoria situación es que no todos los mejores exponentes de las diversas especialidades están ya participando en esta cita mundial. Se ha dado paso a una arbitrariedad que afecta la idea de lo que la competencia intentaba ser: una cita de los mejores y entre los mejores.

Así las cosas, las olimpíadas han empezado a afectarse por culpa de un sentido económico o pecuniario. Frente a ello, solo parece haber un grosero u “olímpico” desdén. Que nada tiene que ver con lo que fue la intención original: promover aquel espíritu olímpico que todavía deberían mantener los legendarios juegos...

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03 agosto 2016

Chapucerías e impertinencias

Vivo persuadido del pernicioso como perverso efecto que tienen, en todos los aspectos de la vida y del desempeño del hombre, tanto el resentimiento como el prejuicio. Este maléfico efecto produce trastornos tanto en la vida personal de los individuos, como en sus relaciones en la vida de la comunidad. Ambos aspectos o elementos, por su parte, ponen leña en un fuego que todo lo destruye, que todo lo derrumba y que todo lo carcome: el voraz incendio de la intolerancia.

Los efectos de estas dos fuerzas latentes (como son recelos o prejuicios y odios o resentimientos), están presentes, de algún modo, en todas las manifestaciones del trato en la comunidad. Y aquí es donde producen sus mayores estragos, porque minan y destruyen el principal valor que debe tener una sociedad: el sentido de comunidad y de pertenencia. Por lástima, quienes están llamados a concertar acuerdos y a inspirar a los demás para integrar a la sociedad -los dirigentes comunitarios-, más bien acuden a las más bajas pasiones e instintos de aquellos a quienes pretenden liderar para obtener su respaldo político.

Si no, mírese y evalúese el mensaje y las estrategias de partidos y de dirigentes políticos. Todo lo que se ve y escucha apunta a este abyecto panorama donde lo que se intenta y pretende, a cualquier precio, es explotar el subjetivismo de la gente, aprovechar el prejuicio del ignorante y el resentimiento del irredento. ¿No es así como se planifica y ejecuta toda estrategia electoral? ¿No es así como se utilizan los miedos y deseos de revanchismo de que puede estar cautiva una medrosa mayoría? No es así como se explotan los más sórdidos sentimientos, aprovechándose de la intolerancia de la gente y la ignorancia de la masa?

Si esto sucede en la dirección política de la sociedad, lo más preocupante es que esta grave aberración afecta también a la actitud cotidiana -la del día a día-, la del individuo que participa en el desarrollo de la sociedad, en sus relaciones con la comunidad, en su ejercicio compartido en la vida de la calle. Esto preocupa pues el hombre en general, el ciudadano de a pié, se vuelve cada vez más irrespetuoso, carente de responsabilidad, pugnaz y agresivo. Contrario a lo que debe ser un individuo en la comunidad: colaborador con la gente, solidario con sus vecinos, respetuoso con la aplicación de las normas establecidas.

Ayer nomás sucedió un lamentable accidente de tránsito en la Metrovía en Guayaquil. Todo se reduciría, en apariencia, a la acción poco prolija de un peatón que cruzó la calzada mientras un "alimentador" (vehículo que realiza tareas de tipo operativo, necesarias para este servicio) transitaba por la vía asignada, a una velocidad supuestamente reglamentaria y mientras el semáforo se encontraba en verde. Pero... ¿es así como estos frecuentes accidentes ocurren en la realidad? ¿Es así como en verdad suceden? Aun en el no consentido caso de que el peatón hubiese ingerido licor, como probablemente se establece.

Hago esta reflexión porque hace un par de días crucé la calzada en un sector donde no existían pasos peatonales, los llamados “pasos cebras”. Cometí esta probable infracción y tamaña imprudencia porque simplemente no existen cruces destinados a los peatones en aquel lugar. La gente debe movilizarse hasta dos cuadras, en esa parte de la calzada, para poder utilizar la zona de seguridad en referencia; pero todo su esfuerzo es en vano, pues de todos modos los vehículos tampoco darían paso al caminante, nadie reduce su velocidad, nadie aprecia la vida y seguridad del peatón. Simplemente, nadie transige, nadie cede el paso!

Y esto fue lo que justamente me sucedió. Que lejos de aminorar la marcha, el conductor de un bus de transporte urbano, se permitió acelerar el vehículo, en el ánimo de amedrentarme, y nunca reparó en que con su temerario avance pudo haber ocasionado un trágico desenlace si es que por casualidad yo tropezaba o resbalaba al intentar el cruce. Pregunto: ¿si el accidente llegaba a ocurrir, era culpa de mi falta de cuidado o de la aventurada acción del conductor, con su deseo de embromar, con su maniobra insensata, absurda y desconsiderada?

Así es como suceden los accidentes. Siempre parecen ser "culpa de los demás"!

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01 agosto 2016

Fue culpa de Poseidón...

Siempre que escucho el nombre de Poseidón, el dios griego de los mares, recuerdo en forma inevitable a uno de mis antiguos compañeros de colegio. Era costeño y obedecía a un apellido poco frecuente: Choez. Era más bien grueso y su estatura era pequeña; su caminar era algo patizambo y el color de su piel denunciaba que era oriundo de una tierra acariciada por los alamares marinos y por los rayos del sol. Cuando algo había que averiguar, como quién había sido responsable de una determinada travesura, o había que hallar algún culpable, la parroquia entera murmuraba con un traicionero susurro: Choez, Choez, Choez...

Lo mismo parece ocurrir con la mitología griega. ¿Hace falta culpar a alguien del nacimiento de algún héroe de padre indefinido? Fácil: es cuestión de involucrar a Poseidón. ¿Hay que encontrar al culpable del enojo de los dioses o hallar un motivo para interpretar una represalia, o quizá desentrañar la razón para una desgracia? De nuevo, como cuando el dios marino, y solo por venganza, incitó un incontenible deseo a la madre del Minotauro para que yaciera con un soberbio toro blanco, ahí está otra vez el ubicuo y siempre culpable Poseidón!

Hubo un tiempo en que me tocó en suerte viajar a Atenas con regular frecuencia. Eran los últimos años del recién terminado Siglo XX y yo fungía entonces como nuevo comandante de la flota de los flamantes A-340 de la Singapore Airlines. Este modelo de Airbus estaba encargado en esos tiempos de realizar el servicio, entre otros destinos, de las rutas europeas de menor densidad. Ciudades como París, Viena, Zurich, Copenhague, Roma o Atenas estaban atendidas por los cuatrimotores de dicha flota. El vuelo a Atenas era, por tanto, un trámite que los pilotos del equipo Airbus cumplíamos con asiduidad cada cierto tiempo.

Sucedía, sin embargo, que cuando volábamos a Atenas, no "llegábamos" a Atenas. Allí los hoteles no eran muy convenientes, no ofrecían muchas comodidades; y la misma ciudad, a pesar de sus maravillosas ruinas -como el imponente e inconfundible templo del Partenón-, daba la impresión de tener un carácter desaliñado y precario; allí, todo mismo parecía estar derruido. Atenas era entonces una urbe descuidada y polvorienta que daba la impresión, en esos días, de haber sobrevivido a una voraz y desastrosa conflagración bélica...

La aerolínea nos acomodaba entonces en un "resort" de turismo ubicado en Bouliagmeni, situado este, a su vez, hacia el sur de una pequeña aldea conocida como Glyfada. Fueron múltiples nuestras excursiones a diferentes lugares desde Bouliagmeni, como varias de las islas griegas (en barco abordado desde el puerto del Pireo); o sitios como Meteora, Epidauros o un templo ubicado en la parte más meridional de la Grecia continental (si se prescinde del Peloponeso): el de este dios griego de los mares, el mentado Poseidón, cuyas ruinas otean el Mediterráneo desde un bellísimo promontorio ubicado en el cabo Sunión.

Dicen quienes saben de ordenadores, códigos y métodos para descifrar claves, que si hay un precursor de quienes se dedican a resolver acertijos cibernéticos (los famosos y aún más temidos "hackers") es justamente el héroe griego Teseo, que dio muerte al Minotauro en la isla de Creta, a base de puñetazos. Este era un monstruo con cuerpo de humano y cabeza de toro que, de acuerdo con la tradición, se alimentaba de siete parejas cada cierto tiempo. Las leyendas y creencias de la mitología asignan a Poseidón la paternidad del héroe griego, que con la ayuda de la resuelta Ariadna, desentrañaría el código del laberinto.

No siempre los hackers son personajes siniestros. Durante la Segunda Guerra un grupo de destacados matemáticos aunó esfuerzos para dar con el código secreto que fuera utilizado por los alemanes para ejecutar sus bombardeos. El grupo se apoyaba en el genio de un joven británico llamado Alan Turing, quien cometió la indiscreción de identificarse por su preferencia sexual (entonces todavía un delito en Inglaterra). Sin que medie reconocimiento a sus méritos, y menos indulgencia, Turing fue encontrado culpable luego de un breve proceso. Se habría supuestamente suicidado, luego de ingerir una manzana envenenada con cianuro de potasio. Su decisión reflejaba un rechazo al tratamiento al que había sido sometido para “corregir” su atípica sexualidad…

No habría de ser ni la primera ni la última pérfida manzana que haría historia; hay manzanas prohibidas o envenenadas en la ficción y en la realidad. Por una manzana se dejó expulsar del Paraíso nuestro padre Adán; y una manzana envenenada fue también la que mordió la sin par Blancanieves, aquella cuya belleza signaría su destino. Quién sabe, quizá fue culpa otra vez de aquel omnipresente dios de los mares: el tormentoso, inestable y vengativo Poseidón...

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