27 diciembre 2016

Feminicidios en el castellano

Es una vieja controversia y, al parecer, no existe una regla clara en nuestro idioma para el uso del femenino cuando se trata de los participios activos. Leo con frecuencia, en las redes sociales, acerca de la renovada discusión de si debe decirse la presidente o la presidenta; hay quienes insinúan que se debe utilizar la primera opción para el caso de que esa importante dignidad sea ejercida por una dama y la segunda si se trata de referirse a la esposa del presidente.

Algunos sostienen que es impropio hablar de presidenta pues creen que no debería utilizarse el femenino para el caso de palabras que terminan en ante o ente, como en los siguientes ejemplos: amante, principiante, ambulante, conducente, equivalente, permanente, complaciente o conveniente. Nótese que hablamos indistintamente de sustantivos o de adjetivos, o también de adjetivos sustantivados, es decir de palabras que se escriben en idéntica manera, pero que a veces actúan como adjetivos y otras como sustantivos.

En casos como los anteriores siempre será incorrecto usar el femenino. No sería adecuado decir de una mujer que es "inteligenta" o "pedanta". Por ello, hay que reconocer casos como agente, conferenciante, dibujante, estudiante u oyente, en los que se debe mantener una forma única, en ellos solo cambia el artículo y no se altera el sustantivo o adjetivo. En similar forma deberíamos construir el femenino con aquellas palabras terminadas con el sufijo ente, lo cual es el caso de adjetivos o sustantivos adjetivados. Para esto, pueden servir de ejemplo palabras como doliente, maloliente, entrante o saliente.

Es probable que la confusión se deba a que existen situaciones en que se ha generalizado el uso del femenino (la fuerza de la costumbre), sucede con ciertas posiciones y oficios, como asistente, sirviente, cliente o dependiente, palabras en las que está aceptado el uso del femenino. Idéntico argumento se aplicaría para la primera magistratura; por tanto sería legítimo utilizar cualquiera de las dos alternativas, es tan correcto decir presidente como presidenta. La Academia también acepta voces como tenienta o parienta.

Para añadir insulto a la lesión, como dicen en inglés, existe algo que pudiera producir una confusión adicional: se trata de esos oficios que su identificación se realiza por medio de sustantivos que son comunes tanto para el femenino como para el masculino; es el caso de actividades como deportista, guionista o terapeuta. Adviértase, sin embargo, que lo propio no sucede con casos como modisto, conserje o sastre, para los que la Academia no parece utilizar un criterio único, en cuanto a que se deba cambiar únicamente el artículo.

Como decíamos al principio, y volviendo a los sustantivos o adjetivos terminados en ante o ente, parecería que existe mucho de capricho y arbitrariedad, hay un aparente exceso de libre albedrío, la norma estaría dada por la costumbre, no existiría por lo tanto una regla clara y definida. Piénsese, por ejemplo, en otros sustantivos y/o adjetivos como comediante, galante, ausente o presente. Este es el caso de palabras que no están directamente relacionadas con verbos; en estas situaciones, sería obviamente incorrecto utilizar el femenino (presenta, galanta, ausenta o comedianta...)

Lo que sucede es que el castellano no siempre es un idioma fácil, los extranjeros que procuran aprender o perfeccionar el uso de nuestra lengua, encuentran muchas veces que tienen dificultad con el uso de las conjugaciones y con la aplicación del participio activo. Además, no siempre la letra final, sea esta a u o, determina el género ni define algo como femenino o masculino. No se diga en casos de palabras, como las antes señaladas (deportista o terapeuta, que terminan en a) o  de otras que terminan en o y que son utilizadas para ambos casos, como serían modelo, piloto o testigo.

En resumen, no existen reglas definitivas, especialmente para aquellas palabras de las que hemos querido encargarnos en esta entrada, aquellas terminadas en ante o ente (sin que incluyamos a las terminadas en mente, convertidas en adverbios de modo). La única fórmula que podría ser aplicada como válida es que: admiten el femenino aquellas palabras que se han formado con esa terminación o sufijo y que representan a ciertos oficios, cargos o actividades. Pero, aun en casos como estos, la regla tampoco es definitiva, parece depender del aval de la costumbre... O sea que, quién sabe!

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22 diciembre 2016

De espejos y juramentos

La enciclopedia que fuera compilada hace ya un cuarto de milenio, y que es atribuida a la Ilustración; aquella que debemos al esfuerzo de sabios del calibre de Voltaire, Diderot o D'Alembert, no fue la primera iniciativa del hombre con este objetivo. Antes ya hubo por lo menos tres intentos pioneros de compilación léxica y de conocimiento. La intención era la de hacer un registro y, digo bien, no se trataba de escribir algo inédito, la misión que se propusieron sus promotores fue la de compilar o recopilar el conocimiento.

Este fue el caso de la Suda, o Souda, escrita por un tal Suidas hace diez siglos. Este pudo haber sido el primer intento de recopilar el significado de muchos términos y de lo que había atesorado la humanidad en cuanto a conocimientos de orden general, preferentemente de carácter filosófico o científico; fue también una manera de recuperar lo que se sabía de la vida y obra de los hombres más relevantes que se habían destacado en el pasado; así la Historia habría de rescatar, para el futuro, el saber y conocimiento de quienes fueron, en la antigüedad, sus hombres más prominentes. Suda quería decir fortaleza, fue un esfuerzo enciclopédico bizantino y recogía el saber de Occidente, acumulado alrededor del Mediterráneo.

Algo similar a este empeño es lo que emprendió un fraile dominico, Vicente de Beauvais, un par de siglos más tarde. Vicente llamó a su obra Speculum Maius, o Espejo Mayor, procurando que su trabajo recogiera la mayor parte de la sabiduría que había acopiado la humanidad hasta ese momento. El nombre mismo del tratado era sugestivo: la intención era la de "reflejar" lo que hasta entonces se conocía, la idea era compendiar el pasado conocimiento. La obra de Vicente fue por muchos siglos la enciclopedia más completa de la Edad Media. Más tarde otro dominico, Tomás de Aquino, haría un aporte adicional incluyendo aspectos de orden moral.

Otro emprendimiento importante, en este sentido, se habría realizado en el mundo islámico; se trataba de un trabajo académico contemporáneo al de la Suda, conocido como Kitab, que se atribuye al persa Ibn Al Nadim; esta obra tenía características similares y parecidos objetivos. Todos estos afanes implicaron un triple esfuerzo: el de recolectar, discriminar y reorganizar la información que ya existía respecto al conocimiento.

Es por medio de la Suda, o Souda, que hemos tomado conocimiento de un famoso galeno griego, nacido en la isla de Kos, que habría de convertirse en el paradigma y referencia de la profesión médica. Se trata de Hipócrates, un sabio que vivió quinientos años antes de nuestra era, en el llamado siglo de Pericles, fue la más grande autoridad que tuvo la antigüedad con respecto al desarrollo y avance de la medicina y propuso un código moral que habría de marcar una filosofía y un comportamiento. Esta propuesta ética es lo que hoy se conoce como Juramento Hipocrático. Cierto es que no siempre todos los galenos, hacen en la actualidad honor a esa premisa, pero el propósito del sabio griego fue el de acuñar un sentido de promesa, poner por delante el respeto a la vida cuando se trate de la salud de pacientes y demás enfermos.

Pero el juramento iniciado por Hipócrates no sólo debería aplicarse para quienes ejercen la medicina; su intención es de tal naturaleza que debería ser la norma esencial, el código de conducta, de todas las actividades y oficios que tienen que ver con la vida del hombre, pues la vida humana no sólo tiene que ver con el oficio de los galenos, con el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades o con el celo por la salud, que es el fin último de la medicina. En este sentido, todos o casi todos los oficios y actividades humanas, deben participar de idéntico código moral, similar al propuesto para la medicina.

Mirando en perspectiva, los métodos y técnicas que se aplicaron en tiempo de Hipócrates pudieron estar equivocados, pues, a pesar de su carácter experimental y pionero, no todos habrían de aportar beneficios para el futuro de la medicina. Lo importante es señalar que el sabio fue el primero en legar un mensaje moral de compromiso que habría de influir, con un sentido de integridad, en toda actividad que tenga que ver con la salud y bienestar del hombre y, por extensión, con todo aspecto relacionado con la vida. Ese fue el mayor aporte que debemos reconocer al llamado "Padre de la medicina".

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19 diciembre 2016

Error, errar, vagabundear

Acabo de terminar una pequeña novelita de Jorge Amado intitulada “De cómo los turcos descubrieron América”. Realmente debí decir “empezar y terminar” porque la mencionada lectura no me ha tomado más de dos o tres horas. No se trata de un texto de Historia, sino, como queda indicado, de una pequeña historia novelada, un “romance”, como creo que le llaman en portugués, la lengua del escritor brasileño.

La obra me ha hecho recordar cómo llamaban en nuestra tierra, cuando yo era todavía niño, a los inmigrantes o descendientes de la gente que provenía de la parte oriental del Mediterráneo, preferentemente a árabes, sirios y libaneses, no se diga a los turcos propiamente dichos. En efecto, era con el apelativo de “turcos” como se identificaba en forma indiscriminada a todas estas nacionalidades. En aquellos tiempos, los de mi niñez, se acostumbraba a tratarlos de turcos, sin que hayan nacido en Turquía, sin que fuera correcto hacerlo. Hablaban, como recuerdo, un español medio contaminado por su lengua árabe original, se dedicaban en forma preferente al comercio de telas y géneros. Les llamaban turcos, sin serlo.

Leyendo el librito de Amado he caído en cuenta que así llamábamos a los recién llegados (o lo hacían nuestros abuelos), pero no con una intención peyorativa, y ni siquiera por un motivo emparentado con el prejuicio. Se llamaba de esta manera a los individuos provenientes de esos países, que forman parte del así llamado Medio Oriente, porque todos esos lugares, hasta sólo algo más de un siglo, fueron parte del Imperio Otomano (en honor a Osman, uno de sus primeros líderes), imperio que tuvo en jaque al oriente europeo por más de seis siglos.

No se puede olvidar que la última capital de los otomanos fue la sorprendente Estambul, una de las ciudades más cautivantes que existen en el mundo, no solo por su arquitectura, sino por sus paisajes naturales y por su privilegiada historia. Antes tuvo dos nombres inolvidables: primero Bizancio y luego Constantinopla; fue cuna de Solimán el Magnífico, como se ha dado en llamarlo en español, que fue un gran organizador, un soberano pacificador que se preocupó de codificar e implementar las normas jurídicas de las que carecía su pueblo. En Estambul están dos de las más hermosas e importantes mezquitas del mundo musulmán: la que fuera construida por Solimán y la hermosa de Hagia Sophia, esta última convertida hoy en museo.

La parte europea de Estambul -la que queda hacia occidente- es la más tradicional; en ella se hunde el Cuerno de Oro y está bañada hacia levante por el Bósforo, que no es sino un estrecho que comunica el Mar Negro (conocido en la antiguedad como Ponto) con el Mar de Mármara; y que separa a la ciudad del Asia Menor. En las orillas del lado europeo pueden todavía apreciarse los espléndidos “yalis”, los palacios de verano de la élite otomana. Estuve más de una vez en esta ciudad sorprendente, sólo para lamentar que el tiempo de estadía del que disfruté fue siempre exiguo, porque éste siempre me pareció insuficiente.

La gente que se origina en, o proviene de, el Cercano Oriente, es también parte de aquella interminable secuencia de olas migratorias que, por ya más de quinientos años, no han dejado de venir a residir en América. Los ahora locales no dejamos de sorprendernos por este ocasional ímpetu migratorio y, muchas veces, expresamos nuestra inconformidad, y aún nuestro rechazo, por estas iniciativas y emprendimientos. Tendemos a olvidar que ese incesante proceso que se llama mestizaje no es otra cosa que el resultado natural de todos esos viajes, movilizaciones y asentamientos. Cuántas ilusiones, frustraciones y tragedias no serán parte de aquellos procesos.

Si bien se ve, la vida del hombre ha sido por siempre una permanente reubicación en busca de un mejor lugar para encontrar nuevas oportunidades y conseguir más felicidad y mejor bienestar. Resulta curioso que exista un verbo en el castellano que no solo significa desplazarse sin un rumbo definido, sino también una probabilidad -convertida en la más humana y definitoria de las posibilidades-, aquella de fallar en nuestros esfuerzos y tentativas, la contingencia real de poder equivocarse… Me refiero al verbo “errar”, verbo que no solo contempla esas dos acepciones, sino que, además, reconoce dos tipos disímiles de conjugación, confusas y caprichosas…

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12 diciembre 2016

"Pepe's galley" en el recuerdo

El hombre se llamaba José y, claro, todo el mundo lo conocía como Pepe, que resulta ser el hipocorístico de uno de los nombres más populares que existen en el castellano. Era él, este inolvidable Pepe, el ufano y orgulloso propietario de un bien montado café y restaurante que estaba avecinado a un inquieto boliche que habían instalado junto al hotel donde nos alojaban en la estación de Los Ángeles. Este Pepe era un orondo y parlanchín inmigrante mejicano que había bautizado a su negocio como "Pepe's galley" o, si se quiere,"La cocina de Pepe".

Aquí, es importante insertar una breve digresión: Galley es una palabra inglesa que no tiene exacta traducción en nuestro idioma; sí, no la tiene, galley quiere decir galera (igual que esas naves que utilizaban corsarios y piratas), pero también es un término para identificar a la estación de servicio donde se encuentran los hornos y donde se preparan las comidas en los barcos y en los aviones. Allí es donde se almacena y se calienta la comida antes de servirla.

A veces los tripulantes preferimos hablar de "los hornos" cuando nos referimos a aquellos galleys, y así llamamos a la estación donde desempeñan parte de sus tareas y funciones aquellos otros tripulantes que están encargados de atender a los pasajeros. ¿Quién anda en los hornos de adelante?, decimos por ejemplo, es nuestra manera de ubicar en qué zona se encuentra uno de los miembros de la tripulación. Aunque lo decimos en sentido coloquial, únicamente.

De vuelta a lo que queríamos comentar:

Fue así como, cuando volábamos a Los Ángeles y debíamos soportar aquellas prolongadas estadías cuando permanecíamos en California -las mismas que duraban hasta cinco días interminables-, que habíamos establecido la pantagruélica costumbre de ir a tomar nuestros nada frugales desayunos -eran verdaderos almuerzos- por lo general en el lugar del opulento Pepe. Por ello conveníamos, casi siempre, en reunirnos en el café del extrovertido propietario.

Allá íbamos nueve de cada diez ocasiones, esa era nuestra inamovible costumbre: ir a lo de Pepe. Y, claro, muy bien educados, y mejor portados, como éramos nosotros, los aviadores de "la que en vida fue", nuestra querida y nunca olvidada Ecuatoriana de Aviación, con esa suerte de superávit de confianza que cuando salíamos de casa de golpe asumíamos, que entrábamos en aquel lugar y procedíamos a saludar a su dueño. Cuando se iniciaba el breve intercambio, utilizábamos el acostumbrado "¿cómo le va, Pepe?"; a lo que él siempre contestaba en forma inalterable: "Pos aquí, como usted ve. Vendiendo "hamburguers" que es un contento!"

Ayer nomás he recordado al industrioso José y, claro, a esos opíparos desayuno-almuerzos que preparaba en su cocina, culpables aquellos del inicio de mi ya irreversible deformación abdominal. Sobre todo, he recordado su invariable forma de responder a nuestro saludo, y he descubierto, aunque un poco tarde, qué mismo quiere decir aquello de "vender hamburguers que es un contento" (él pronunciaba el sustantivo como "jamberguer", lo hacía con ese acento del latino residente que sabe valorar sus logros y alardear de sus méritos, no faltaba más), y he comprendido que no se refería a la repetición de una tarea hasta llegar al tedio intolerable de hacer lo mismo y lo mismo, me he dado cuenta que expresaba la satisfacción de hacer algo hasta sentir la dicha, hasta sentir esa sensación que produce la compensación del esfuerzo.

Este pasado fin de semana me había propuesto darle una mano a mi segundo hijo, Sebastián, quien se había comprometido con un pequeño y esforzado emprendimiento. Ahora sé, y en forma literal, qué es aquello tan gratificante de vender hamburguesas hasta saciarse, y sentir, como el recordado Pepe, qué mismo es eso de "vender 'jamberguers' que es un contento!"

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05 diciembre 2016

Entre la tragedia y la gloria

Es quizá una herencia misional, pero el Estado se ha quedado con un nombre que parece más bien apropiado para apellidar a un monasterio: Santa Caterina le dicen y es, a excepción de su vecino, Campo Grande do Sul, la entidad política más meridional del país más grande que existe en Sudamérica. El Estado mismo parece una cuña enclavada entre Paraná y el mencionado Campo Grande do Sul. Su capital es una ciudad insular, Florianápolis, que antiguamente se conocía como Nuestra Señora del Destierro y cuyo nombre hace honor al Mariscal Floriano Peixoto, el segundo presidente que tuvo Brasil.

Hacia el lado occidental del Estado, aquel que limita con ese cuerno que dibuja el mapa de Argentina, existe un pequeño municipio cuya capital es la industriosa ciudad de Chapecó. Su población alcanza tal vez a un tercio del de la capital del Departamento; su gente, como sucede con la afición deportiva de todo el Brasil, había ido fortaleciendo el entusiasmo porque su equipo de fútbol, que no hace mucho había escalado a primera división, consiguiera algo sólo reservado para los equipos llamados grandes en su país: obtener un título continental.

Era este el caso típico del conjunto de una ciudad pequeña de provincia que consigue lo inesperado e impensable: representar a su país en un certamen internacional. Esta hazaña había gozado del respaldo y simpatía no sólo de los aficionados de su pequeña ciudad, no se diga de todo el Brasil, sino también de todo el continente. Algo parecido había acontecido en el Ecuador, con un equipo de Sangolquí, el humilde Independiente del Valle. Pero tal parece que a veces la gloria camina en la cornisa misma de la desgracia... Esa es la terrible ironía que esconde la fortuna -la mala fortuna-, esa es la fuerza que suele tener el destino.

Y, como en la mayoría de los tristes y lamentables accidentes aéreos, tuvieron que juntarse una serie de errores y fatídicas circunstancias para que toda la ilusión de un grupo de deportistas, y la expectativa de todo un pueblo, terminara en un insólito accidente, uno que nunca debió ocurrir, uno que era evitable, hasta que se produjo una conjunción de equivocaciones e irregularidades. Así es como ocurren las tragedias; LaMia había sido una diminuta "aerolínea" (nunca, como en el caso, es tan inadecuado que se use este sustantivo) que no había satisfecho los requisitos de certificación en su nativa Venezuela.

No todos los aviones sirven para lo mismo, unos se utilizan para un cierto tipo de ruta, otros para una cierta capacidad de pasajeros. Así surgen conceptos como el de rango o autonomía. Los aviones de LaMia estaban diseñados para ser utilizados en rutas cortas, de reducida autonomía (el BAe-146 era justamente un avión jet cuatrimotor designado como RJ, lo que lo identificaba como un jet regional), es decir diseñado para cumplir rutas de dos o tres horas de duración.

¿Quiere decir que el avión no estaba calificado para volar entre Santa Cruz de la Sierra y Medellín? No, sino que la aeronave no estaba en capacidad de hacerlo directamente. No tenía la autonomía; debía utilizar escalas intermedias para poder abastecerse adecuadamente. Esto, por lástima, tenía una implicación: más tiempo de operación. La empresa conocía que esto hacía al vuelo menos atractivo desde el punto de vista comercial y, además, que un aterrizaje adicional encarecía la operación: hacía al vuelo menos rentable. La solución, por lo mismo, era efectuar el vuelo sin tener que hacer una escala intermedia de re-abastecimiento; salir de todos modos, y si más tarde el combustible lucía exiguo o insuficiente, se aterrizaba en forma no programada.

Parece que el consumo real no se fue acomodando a esta expectativa. Pero, por lástima, el piloto (que también era uno de los propietarios de la compañía) se habría acostumbrado a jugar con fuego. Las vicisitudes económicas de la empresa aérea lo habrían acostumbrado a caminar por el filo de esa cornisa... Su gran error fue no comunicar a tiempo su precaria condición de combustible y, al parecer, se opuso a que su bisoño y poco asertivo copiloto, advirtiese al control de tránsito de su riesgoso predicamento. Nunca comunicó en términos claros su peligrosa situación; no declaró oportunamente su crítica emergencia.

El mundo sabe ya lo que pasó y quizá resulte improductivo analizar el "por qué" de lo que ocurrió. Lo que ahora realmente importa es insistir en cómo evitar que vuelvan a lamentarse estos ridículos accidentes, estas estúpidas tragedias.

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