27 septiembre 2017

Seamos machos: hablemos del miedo al avión *

* Por: Gabriel García Márquez
Tomado del El País de España. Domingo 26 de octubre de 1980

El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la oscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues sólo existe desde que se inventó la ciencia de volar, hace apenas 77 años. Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces.

No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende. Yo recuerdo con nostalgia los vuelos líricos del bachillerato, en aquellos aviones de dos motores que viajaban por entre los pájaros, espantando vacas, asustando con el viento de sus hélices a las florecitas amarillas de los potreros, y que a veces se perdían para siempre entre las nubes, se hacían tortillas, y había que salir a media noche a buscar sus cenizas del modo más natural: a lomo de mula.

Una vez, siendo reportero de un diario de Bogotá, en una época irreal en que todo el mundo tenía veinte años, me mandaron con el fotógrafo Guillermo Sánchez a perseguir una mala noticia en uno de aquellos Catalinas anfibios que habían sobrado de la guerra. Volábamos sobre la plena selva de Urabá sentados en bultos de escobas, porque asientos no había en aquel sepulcro volante, ni una azafata de consolación a quien pedirle el número de su teléfono en el paraíso, y de pronto el avión se metió a tientas por donde no era y se extravió en un aguacero bíblico. No sólo llovía afuera, sino también adentro. Agarrándose a duras penas, el copiloto nos llevó un periódico para que nos tapáramos la cabeza, y vimos, con asombro, que apenas si podía hablar y le temblaban las manos.

Ese día aprendí algo muy alentador: también los pilotos tienen miedo, sólo que a ellos, como a los toreros, no se les nota tanto en el temblor de las manos como en las supersticiones. Un amigo español -tan temeroso del avión que nunca viajaba sentado- lo descubrió una mala noche de invierno en que lo invitaron a presenciar el decolaje en la cabina de mando. Era en Nueva York, durante una tormenta de nieve, y la tripulación permaneció muy serena en la cabeza de la pista, hasta que le dieron la orden de decolar. Entonces, como si fuera un requisito técnico insalvable, todos se persignaron al unísono. Mi amigo, comprendiendo que en el fondo de su alma también los pilotos tenían miedo, le perdió para siempre el miedo al avión.

Yo tuve una prueba todavía más sutil volando por entre las estrellas sobre el océano Atlántico. Hablando de todo, le pregunté al comandante por otro piloto amigo que había sido mi compañero de escuela. Yo ignoraba, por supuesto, que se había estrellado en el aeropuerto de Tenerife cuando trataba de aterrizar en medio de la borrasca. El comandante me lo dijo de otro modo, pero más revelador:

-Se retiró de la compañía hace tres años, en las islas Canarias.

Sin embargo, el buen miedo al avión no tiene nada que ver con las catástrofes aéreas. Picasso lo dijo muy bien: «No le tengo miedo a la muerte, sino al avión». Más aún: hubo muchos temerosos que perdieron el miedo al avión después de sobrevivir a un desastre. Yo lo contraje como una infección incurable volando a media noche de Miami a Nueva York, en uno de los primeros aviones a reacción. El tiempo era perfecto y el avión parecía inmóvil en el cielo, llevando a su lado esa estrella solitaria que acompaña siempre a los aviones buenos, y yo la contemplaba por la ventanilla con la misma ternura con que Saint-Exupery veía las fogatas del desierto desde su avión de aluminio. De pronto, en la lucidez de la vigilia, tuve conciencia de la imposibilidad física de que un avión se sostuviera en el aire, y me juré que nunca volvería a volar.

Lo cumplí durante diez años, hasta que la vida me enseñó que el verdadero temeroso del avión no es el que se niega a volar, sino el que aprende a volar con miedo. Es una especie de fascinación. De todos los temerosos insignes que conozco, el único que de verdad no vuela es el arquitecto brasileño Oscar Niemayer. En cambio, su compatriota George Amado, que es un timorato aéreo de los más grandes, ha tenido la audacia poética de volar en Concord desde París hasta Nueva York, para allí tomar un barco que lo llevara a Río de Janeiro. El escritor venezolano Miguel Otero Silva y el director de cine brasileño Ruy Guerra, por distintos caminos, han llegado a la conclusión de que la única manera de combatir el miedo al avión es volando con miedo, y lo combaten casi todos los meses.

Carlos Fuentes, que no voló durante quince años y hacía unos viajes épicos de ocho días, cambiando de trenes, desde México hasta Nueva York, no sólo ha vuelto a volar, sino que la semana pasada fue a dictar una conferencia en la Universidad de Indiana, en una avioneta de un solo motor. Sin embargo, entre los grandes especialistas del miedo al avión no hay ninguno mejor que don Luis Buñuel, que a los ochenta años sigue volando impávido, pero muerto de miedo. Para él, el verdadero terror empieza cuando todo anda perfecto en el vuelo y, de pronto, aparece el comandante en mangas de camisa y recorre el avión a pasos lentos, saludando a cada uno de los pasajeros con una sonrisa radiante.

Mi madre no ha volado más de dos veces en su larga vida. Nunca ha sentido miedo, pero conoce muy bien el de sus hijos -que son doce-, de modo que mantiene siempre una vela encendida en el altar doméstico para proteger a cualquiera de nosotros que se encuentre en el aire. Su fe es tan cierta, que a uno de sus hijos -que es ingeniero de caminos- se le cayó hace poco un buldózer en una cuneta. Mi madre oyó decir que el rescate podía costar más de 100.000 pesos, y le dijo a mi hermano que no gastara ni un céntimo, pues ella iba a encender una vela para sacar el buldózer. Mi hermano la reprendió: «Sólo a ti se te ocurre que una vela puede sacar un buldózer de una cuneta». Mi madre, impasible, le replicó:

- Cómo no va a sacarlo, si sostiene un avión en el aire!

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24 septiembre 2017

Derechos y opiniones

En días pasados el presidente Lenin Moreno planteó la posibilidad de una consulta popular. La intención que anima al presidente parecería ser la de apoyarse, cada vez que fuere necesario, en la opinión de sus mandantes, para fortalecer la gobernabilidad que haría falta en el país. Curiosamente, han sido miembros de Alianza País, el mismo partido de gobierno, quienes han expresado su inconformidad con la posible medida.

Obviamente, tales dirigentes (y "dirigentas") no pueden decir que están en desacuerdo con que se consulte a la ciudadanía; ello significaría expresar su inconformidad con la posibilidad de que sea el propio pueblo el que se pronuncie (con mayor razón en un momento en que el flamante presidente, gracias a su estilo conciliador, parece gozar de gran popularidad). Por ello que sus "co-militantes" (aunque no tanto) han empezado a enarbolar la rancia muletilla de que la consulta procedería en tanto en cuanto "no signifique un retroceso en derechos"... Dicen ellos (y ellas, principalmente) que la nuestra es una "constitución de derechos" y que las solas o simples opiniones no pueden estar sobre los derechos alcanzados por los ciudadanos (?).

No deja de tener su ironía que sean justamente los representantes de una postura política que se ha empeñado en normar las preferencias de los ciudadanos, y que se dedicó en la década pasada a obstaculizar todo tipo de opinión divergente (incluso utilizando como recurso la mofa, el denuesto y la persecución), quienes ahora pretendan erigirse en defensores de unos supuestos derechos, sacrosantos e irrenunciables, a cuento de que fueron conquistados en el pasado y que, por lo mismo, no son sujetos de una eventual regresión...

Me pregunto, entonces, de qué derechos están hablando los dirigentes aliancistas, ¿de los suyos?, ¿de los de su supuesto millón de militantes?, ¿de los pretendidos por su reverenciado líder? ¿O los de los otros subestimados habitantes que existen en nuestro país? ¿De cuáles?

Sorprenden, sobre todo, los argumentos de ciertas dirigentes de ese grupo político, obsecuentes defensoras del absolutismo, la arbitrariedad y la megalomanía, quienes no logran disimular su evidente fanatismo, y que sostienen que "el nuestro no es un estado de opiniones sino de derechos", y "que el dar preferencia a nuevas opiniones solo significaría retroceder en los derechos ya alcanzados". Y yo me pregunto: ¿cómo se postulan y concretan esos derechos si no es en base a una opinión? ¿Acaso opinar no es también un derecho y, como tal, uno de los más importantes, y que ellas ayudaron a conculcar en el pasado?

Es, por estas incoherencias, que resulta una ironía que hoy hablen de derechos quienes hasta hace poco los restringieron y desconocieron con el objeto de beneficiar a un sector elitista y excluyente. Pues esa es la otra distorsión, ya que para quienes defienden al régimen anterior, su supuesto millón de afiliados representa a la opinión de la mayoría. Olvidan que ese millón, en un país de 16 millones no llega ni al 10%. Sin embargo, y en base a la manipulación del método de D'Hondt, han copado las funciones de elección popular y, a través de ello -y sin atender a un democrático concepto de auténtica representatividad-, los diversos organismos de control.

Al parecer, para ciertos representantes de Alianza País contaría únicamente una sola opinión -y un solo interés político-: el suyo. Con ese criterio, solo su opinión constituiría derecho... Pero, como lo expone José Hernández en su portal de opinión, respecto a lo que él identifica como un proyecto totalitario: "En realidad, Alianza País clausuró el juego político. Tras imponer su poder, se dedicó a formular leyes, proteger el proyecto, asegurar la impunidad para la nomenclatura y armar las coartadas semánticas destinadas a ocultar la realidad". Hernández, al hablar de la institucionalización del cinismo y la corrupción como sistema de gobierno, cree que es inviable hablar de democracia con la aplicación de la constitución de Montecristi.

De vuelta al tema principal, creo que es importante priorizar la institucionalidad del país frente a supuestos y pretendidos derechos que benefician a unos pocos. Cuando esto sucede, el mecanismo adecuado es discutir y dialogar; y esto sólo se consigue cuando se puede expresar el propio pensamiento. A eso se llama opinar; ello permite revisar cualquier situación anómala.

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20 septiembre 2017

La resiliencia como destreza * (2)

* Tomado de la revista aeronáutica AeroTime, con mi traducción y edición

La Escuela de Medicina de Yale realizó un estudio del cerebro entre gente resiliente y no resiliente; el mismo demostró que se producía un cambio físico en el cerebro en gente resiliente: un grupo de soldados. Uno de los descubrimientos fue que sucedía un saludable alargamiento del hipocampo. Este juega una papel muy importante en una parte del pensamiento racional, la memoria, la misma que necesitamos para solucionar problemas. Ella ayuda a inhibir el secuestro que produce la amígdala cerebral, que está asociado con el miedo y la ira. Adicionalmente, el estudio mostró que los soldados son mejores produciendo dopamina, una hormona relacionada con el sistema de recompensa cerebral, lo que les proporciona una mejor resistencia al estrés.

Entonces, hay algo que es posible, y que se lo ha venido haciendo por años. De hecho, el entrenar pilotos alrededor del mundo es una forma de entrenamiento en resiliencia, solo que no habíamos tenido aún una palabra para ello. Dado que la resiliencia es diferente para cada persona, de acuerdo con su experiencia, somos capaces de entrenar a todos en forma independiente, igual que cualquier otra destreza o habilidad.

Estas son algunas de las particularidades de la gente resiliente:
- Confianza: una profunda seguridad de lo que uno es capaz de hacer con un resultado positivo. Siendo posible cometer errores y aprender de ellos.
- Apoyo social: construyendo y utilizando buenas relaciones, siendo capaces de buscar apoyo y pedir ayuda.
- Adaptabilidad: estando abiertos a condiciones y situaciones cambiantes, y a nuevas ideas. Siendo capaces de entender los fallos, reflexionar en ellos y hacer cambios adecuadamente.
- Sentido de propósito: teniendo una idea clara de qué es importante para uno, sus objetivos y valores.
 
Sería importante subrayar dos aspectos que se pueden ejercitar para fortalecer la propia resiliencia:
Uno: meditación. Un tiempo tan corto como diez minutos diarios, puede tener un favorable efecto en el cerebro, ocasionando un agrandamiento del hipocampo.
Dos: ejercicio. El que mejor resultados ofrece es el ejercicio cardiovascular, que aumenta el ritmo del corazón. Un estudio de la Universidad de Columbia demuestra que la sintonía corporal, por su cuenta, no da buenos resultados. Es necesario subir el tono para conseguir beneficios en el hipocampo.

Por último, para el hecho de convertir todo esto en algo positivo en la cabina de mando, en una situación de emergencia o cuando se enfrenta a la adversidad, podemos ver que ser resiliente es un enorme capital humano en los procesos para solucionar problemas y tomar decisiones.

Yendo al aspecto de la vida cotidiana del piloto, existe un asunto en particular que afecta al cerebro y que hay que mencionar: la fatiga. Las interrupciones en los ciclos circadianos, el jet lag y los turnos de trabajo tienen un importante efecto en el hipocampo. Con respecto al estrés crónico, los estudios demuestran que el hipocampo puede terminar reducido y esto se ve como un exceso de actividad de la amígdala cerebral. Esta es la realidad del oficio hoy en día, sea que se hagan vuelos largos o vuelos cortos, afectados por el jet lag a través del Atlántico, o volando por tercer día consecutivo, o haciendo entre seis y ocho sectores en Escandinavia.

Entonces, ¿se puede asignar la responsabilidad de ser resilientes a los pilotos? Uno puede preguntarse si se les ha proporcionado el ambiente adecuado para que puedan demostrar su resiliencia. Pero, ¿será que se toman en cuenta las necesidades humanas cuando se establecen los requisitos y las responsabilidades de desempeño para los aviadores? Las respuestas están volando por ahí... Y, claro, todavía no han aterrizado.

Nota: artículo preparado por Gitte Furdal Damm, dueña e instructora de "About Human Factors".

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17 septiembre 2017

La resiliencia como destreza * (1)

* Tomado de la revista aeronáutica AeroTime, con mi traducción y edición

Luego del accidente de Germán Wings en los Alpes, se efectuó una encuesta con unos dos mil pilotos de USA y Europa. Los resultados fueron publicados en el Jornal de Salud Ambiental de diciembre del año pasado; uno de ellos refleja que un 12.6 % de pilotos estaban en el umbral de depresión clínica. El trabajo pone luz en una realidad distorsionada por tabúes y la noción preconcebida de lo que se supone que son los aviadores. Pero estos, desde luego, no son diferentes al resto de la gente, y sienten sus experiencias igual que todo el mundo.

Desde el 2016 el Desarrollo de Resiliencia ha pasado a ser parte integrante del entrenamiento de Manejo de Recursos de Cabina (CRM). Pero, ¿qué es resiliencia?, y ¿estamos realmente capacitados para enseñar a los pilotos a ser resilientes? Resiliencia es un término psicológico que apareció en los setentas. Los psicólogos que trabajan con familias disfuncionales, cayeron en cuenta que hay miembros de familia capaces de reaccionar en forma diferente, a pesar de compartir un pasado caracterizado por condiciones parecidas. Mientras unos siguen el mismo patrón de sus padres, otros rompen con eso y procuran una vida mejor. Son más resilientes. Aunque hay distintos tipos de resiliencia, esta se define como la habilidad para navegar altos niveles de desafío y cambio, y de reaccionar ante eventos traumáticos y llenos de estrés.

Luego de muchos años de hablar de gestión de estrés, resiliencia puede ser el nuevo término utilizado por los pilotos para lidiar con una industria que está cambiando rapidamente. Resiliencia implica estar preparado no solo para lo que se está entrenado, pero también para lo inesperado. Nunca sabemos cuán exactamente responderemos o, en otras palabras, cuán resilientes nos comportaremos, hasta que algo suceda. Los estudios demuestran que la gente es más resiliente de lo que cree cuando tiene que enfrentarse con la adversidad.

El incidente del río Hudson es el caso de una tripulación con un alto sentido de resiliencia, que tuvo que enfrentar lo inesperado. A pesar de tener procedimientos y listas de chequeo inadecuados e incoherentes, para la situación que tenían que enfrentar, fueron capaces sin embargo de reaccionar en una forma tranquila y competente, no obstante la enorme presión de tiempo y la alta carga de estrés. Todos los días existen situaciones, en los aviones que vuelan alrededor del mundo, que exhiben tripulaciones con muy alta resiliencia; simplemente no hemos oído hablar de ellas porque evitaron con su comportamiento resultados catastróficos.

La adversidad, el desafío y los cambios inesperados vienen en diferentes tonos. Echando una mirada al desarrollo de la industria en las últimas décadas, bien pudiera decirse que los pilotos han demostrado bastante resiliencia: han pasado por una variedad de cambios y desafíos en la forma de quiebras financieras, adaptándose a un cambiante mundo  global (a menudo a costo del tiempo con su familia), de aceptar condiciones menos beneficiosas, en términos de su salario o de sus seguros de pérdida de licencia, compensaciones de retiro, etc. Y han vuelto a volar.

Revisemos la habilidad de actuar con resiliencia. ¿Qué diferencia hay entre gente resiliente y no resiliente? Hay tres maneras de enfrentarse a condiciones adversas: 1. Reaccionar con una erupción de ira; 2. Dejarse superar por emociones negativas, bloqueándose, imposibilitándose de reaccionar; y 3. Alterándose frente al evento, pero luego lidiando con él.

Desde la perspectiva del cerebro humano, existen tres respuestas relacionadas con el estrés: luchar, derrotarse o bloquearse. La erupción de ira y la sensación de sentirse superado es trabajo de la amígdala cerebral, que asegura nuestro modo de supervivencia cuando enfrentamos la amenaza, y que envía señales para la emisión de hormonas como adrenalina, noradrenalina y cortisol. Lo que se ve en gente menos resiliente, es que estas hormonas permanecen activas por más largo tiempo, causando la sensación de una amenaza más persistente, lo que interfiere para que el cortex pre-frontal del cerebro racional siga enganchado.

Pero lo que se ve en gente más resiliente es la misma emisión de hormonas, aunque estas desaparecen más rápido cuando la amenaza ya no está presente. Esto significa que ellas también son alteradas por el cambio disruptivo, pero consiguen enganchar más rápido el cortex pre-frontal y, por lo mismo, entran en modo rápido de solución y responden mejor.

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13 septiembre 2017

Y, ¿quién era el señor Hubris?

Existen en medicina una serie de afecciones que llevan nombres específicos. Así tenemos, por ejemplo, los síndromes de Asperger, de Guillain Barré, de Tourette o el de Down; estos llevan nombres relacionados con quien identificó sus síntomas, aunque no siempre pudo identificar las causas de los males que estudió. Pero existen otras afecciones que no han sido bautizadas con el nombre de sus pioneros o descubridores. Esos otros no son síndromes con prosapia, llevan nombres algo más prosaicos, como síndrome del colon irritable.

Hoy se habla mucho del síndrome de Hubris o Hybris. He recurrido a la enciclopedia y a varios medios de consulta para averiguar por qué les llaman así a algunas formas de dolencia. Aquí va un breve resumen de algunas de las afecciones mencionadas:

Síndrome de Tourette: Georges Gilles de la Tourette fue un  médico francés que estudió los tics nerviosos o reflejos involuntarios. Sin embargo, fue otro francés, el médico Jean Marc Gaspard Itard, quien describió por primera vez los síntomas que más tarde se conocerían con el nombre del primero. Gaspard había sentado también las bases para el método de escritura y lectura Braille para ciegos, un sistema que fue perfeccionado más tarde por otro francés, Louis Braille, que consiste en un método táctil de seis puntos. Como se ve, el bautizo que reciben ciertos descubrimientos no siempre hace justicia a su primer investigador o pionero.

Síndrome de Down: no debe su nombre a una depresión fisiológica o deficiencia (down quiere decir bajo o debajo en inglés), sino al médico inglés John Langdon Down, quien fue el primero en reconocer que quienes sufrían la condición la padecían debido a una deformación genética. Casi un siglo más tarde, otro investigador llamado Jerôme Lejeune descubrió que el trastorno se debía a una alteración en los cromosomas (realmente, la presencia de una copia extra del cromosoma 21). La deficiencia es conocida a veces como mongolismo porque sus pacientes reflejan características físicas similares a las de los habitantes de cierta región de Mongolia.

AS o Asperger: Con el síndrome del espectro autista sucede algo similar. Habría sido un pediatra austriaco de nombre Hans Asperger, quien hacia mediados del siglo pasado analizó las características de un grupo de niños que tenían dificultad para comunicarse e integrarse. Los chicos parecían tener una inteligencia normal pero compartían dificultades de empatía y comunicación, no habían desarrollado sus habilidades físicas, tenían problemas de lenguaje y su interés parecía concentrarse en un tema absorbente. Asperger describió la afección como un trastorno caracterizado por el aislamiento social y lo llamó "psicopatía autista". Fue una médico inglesa la que al analizar síntomas similares los identificó como síndrome de Asperger.

En cuanto a la afección que da título a esta entrada, se trata del síndrome de Hubris, que es la enfermedad de los adictos al poder. Estos personajes se sienten en la capacidad de conseguir logros extraordinarios, idealizan el apoyo y ciega reverencia de las multitudes, adquieren un patológico convencimiento en su falsa infalibilidad y llegan a creerse irreemplazables. La suya es la enfermedad de los líderes, ellos se apasionan y sueñan con el afecto y adulación de todos aquellos a quienes creen haber favorecido. El suyo es un delirio de inmortalidad y de grandeza. El convencimiento de que con ellos comienza la Historia.

La palabra hubris viene del término griego hybris, que quiere decir desmesura. Del mismo modo que los síndromes que hemos comentado anteriormente, el síndrome fue descrito e identificado por otro médico, el británico David Owen, quien asoció el exceso de autoconfianza y el mesianismo como características de los líderes que han probado las mieles del poder. No es una enfermedad, propiamente dicha, pero se considera como una manifestación de la personalidad que se caracteriza por una actitud emparentada con la arrogancia y la soberbia. Para los griegos actuar con desmesura era una condición deshonrosa ya que a menudo se confunde con la megalomanía, el narcisismo y la conducta bipolar.

Como se sabe, curarse no significa eliminar los síntomas sino eliminar las causas de cualquier dolencia, trastorno o enfermedad. Por lo mismo, para quienes padecen de la enfermedad de la desmesura, solo hace falta que dejen el poder. Solo allí, aunque lo añoran -como cualquier forma de adicción-, pierden su delirio de grandeza, ponen pies en tierra y vuelven a la realidad.

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10 septiembre 2017

Historia de dos enamorados

Hacia principios del pasado milenio (pleno medioevo, realmente fines del siglo XI y principios del siglo XII) vivió en Bretaña un filósofo escolástico enamorado de la dialéctica. A pesar de su romance con los silogismos, su verdadera pasión había sido una de sus alumnas, una joven que le quitaba el sueño; la dama se llamaba Eloísa. De Pedro Abelardo, y más exactamente, de su debate acerca del "problema de los universales" me enteré por medio de Umberto Eco, gracias a esa novela histórica y filosófica, de crímenes y de misterio, que es "El nombre de la rosa". Para los entendidos, Abelardo habría sido el más profundo e importante filósofo de su tiempo.

Abelardo había nacido en un hogar acomodado; había recibido una esmerada educación y eso le hacía un tipo encantador y distinguido. En París se había convertido en un respetado académico que era admirado por sus alumnos; estos estaban entusiasmados con sus enseñanzas filosóficas y metafísicas. Pero, como a veces nos sucede en la vida, la fortuna parece reservar vericuetos que nunca imaginamos que pudieran aparecer a la vuelta de la esquina... Eloísa era sobrina de un canónigo en cuya casa fue a vivir por casualidad Abelardo.

Y entonces lo que tenía que pasar pasó: los jóvenes se enamoraron en secreto y empezaron a entrevistarse a escondidas. Todo fue hasta que el tío entró en sospechas y trató de separarlos. Obligados a encontrarse en forma clandestina, el romance se hizo cada vez más intenso hasta que los enamorados descubrieron que ella se había quedado embarazada. Entonces, Abelardo secuestró a su compañera y encargó a su familia su cuidado hasta que diera a luz un hijo al que llamaron con el nombre de un artilugio. Lo bautizaron de Astrolabio.

Pasado el tiempo, Abelardo hizo arreglos para oficializar su matrimonio y optó por enviar a Eloísa a un convento para protegerla de aquel tío rígido e intransigente. Creyendo que ella se hallaba enclaustrada en contra de su voluntad, el tío contrató a unos forajidos para que castraran al enamorado. Abelardo, avergonzado, decidió internarse en un monasterio, mientras Eloísa no se resignaba a la decisión del joven, de continuar su vida recluido en un convento.

A propósito de "El nombre de la rosa", resulta imposible leer la novela y no poner atención a las disquisiciones filosóficas que se produjeron en la Edad Media entre materialistas e idealistas. Allí se exponen los criterios nominalistas que eran debatidos por Pedro Abelardo y Guillermo de Ockham. Eco se habría inspirado en la frase final de su propia novela para poner título a la absorvente historia. Se trata, según lo relata el autor en "Apostillas al nombre de la rosa", de un verso extraído de un poema de Bernardo de Cluny, fraile benedictino del siglo XII, que dice: “stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”, frase que equivaldría a decir: "de la rosa primitiva sólo queda el nombre desnudo"; o, si se prefiere: "al final solo quedan los nombres".

Fue Gertrude Stein, en los años de la Primera Guerra Mundial, quien escribió un poema y con él popularizó una frase que habría de convertirse en famosa: "La rosa es una rosa es una rosa es una rosa", cuyo sentido en nuestro idioma sería algo parecido a "así es como pasa en la vida" o "las cosas son lo que son". Parece que por mucho tiempo se utilizó a la rosa como símbolo en la filosofía; pero habría sido Abelardo, el filósofo enamorado, quien supo darle a la palabra el diverso contenido con que se la identifica, tanto en los asuntos relacionados con la filosofía como con aquellos otros relativos a las cosas de toda la vida: los de la vida y del corazón.

Abelardo se destacó por su extraordinaria habilidad para la lógica y la dialéctica. Fue acusado de herejía, vivió en un tiempo en que existían clérigos que llevaban una vida desordenada y disoluta, lo hacían porque no estaban obligados a someterse a ninguna forma de control o disciplina. Los llamaban "goliardos" (término emparentado con el demonio y que tiene un origen incierto); vivían escribiendo poemas y dedicados a la literatura, criticaban a la Iglesia y dedicaban sus esfuerzos a realizar composiciones líricas con las que hacían apología de la bebida, el juego y las mujeres. Karl Orff se inspiró en estos monjes vagabundos para componer su Carmina Burana. En cuanto a Eloísa, también se hizo monja, la nombraron abadesa y cuando murió, muchos años después que Abelardo, fue enterrada con él y ahora comparten la misma tumba...

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06 septiembre 2017

Discrepancias y definiciones

La lectura de un artículo de opinión, me ha hecho caer en cuenta que el delito de peculado tiene un alcance mucho más amplio que la definición del diccionario. Tal incorrección (por llamarla de alguna manera), de acuerdo con el DRAE, significa "delito que consiste en el hurto de caudales del erario, cometido por aquel a quien está confiada su administración".

Por esto que sería conveniente, transcribir el primer inciso del artículo 278 del Código Orgánico Integral Penal (Sección Tercera. Delitos contra la eficiencia de la administración pública), para comprender el amplio alcance que este delito tiene en la legislación vigente:

"Peculado.- Las o los servidores públicos y las personas que actúen en virtud de una potestad estatal en alguna de las instituciones del Estado, determinadas en la Constitución de la República, en beneficio propio o de terceros; abusen, se apropien, distraigan o dispongan arbitrariamente de bienes muebles o inmuebles, dineros públicos o privados, efectos que los representen, piezas, títulos o documentos que estén en su poder en virtud o razón de su cargo, serán sancionados con pena privativa de libertad de diez a trece años."

Aun a precio de subestimar la enrevesada y peregrina redacción que tiene el párrafo en referencia (cuándo no), es preciso subrayar que su alcance no es ya únicamente el relativo al hurto de caudales públicos (como define el diccionario), sino también -y de modo general- el abuso, apropiación, distracción o disposición arbitraria de estos bienes. En otras palabras, no es requisito indispensable el hecho de robar dineros o efectos que los representen; basta con que se traten y administren dichos bienes públicos, sean dineros o no, con desprecio por su gestión correcta y apropiada. Es decir que todas aquellas infracciones que incluyen abuso o tratamiento arbitrario son de hecho consideradas como peculado. Nótese además que no es indispensable la condición de actuar en provecho propio. Puede serlo en beneficio de terceros.

Estas consideraciones son importantes a la hora de analizar el uso y abuso de los bienes del Estado (los vehículos al cuidado de los funcionarios gubernamentales y los aviones al servicio de la presidencia son algunos de los ejemplos), cuando sucede exactamente lo contemplado en la Sección Tercera del COIP, aun en el caso de que no exista hurto específico de dineros o efectos (documentos, etcétera) que los representen.

Y esto es precisamente lo que sucede con algunos de nuestros dignatarios y principales funcionarios, que se sienten o creen nuevos ricos, que subestiman el costo real de sus extravagantes "generosidades" (pues con dinero ajeno, sabido es que cualquiera es pródigo) e incurren en ciertas decisiones o autorizaciones que representan egresos incalculables, gastos que jamás son auditados y que, por sobre todo y principalmente, nunca llegan a ser resarcidos, y ni siquiera facturados. Todo esto no solo que es grosero e insólito sino también inaceptable. Además, y para el efecto, es causa de sanción y, desde luego, también constituye peculado.

Peculado viene del latín "peculatus" porque uno de sus componentes léxicos es "pecus" que quiere decir ganado o dinero, y que está emparentado con términos como peculio, peculiar y pecuario. Peculio también viene de pecus y significa el dinero que tiene cada uno, el caudal que ha ahorrado. Peculiar tiene también un similar origen ya que representa lo que es propio de cada uno, lo perteneciente al peculio. En la antigüedad el trueque no se lo realizaba con dinero sino con el mayor de los bienes muebles, que era justamente el ganado. Esto sucedió hasta el advenimiento de la moneda, que al principio contenía la imagen del dios Jano.

Jano era el dios de los comienzos y los finales, por ello los romanos le dedicaron el primer mes del año. Jano devino en januario que luego se convirtió en enero. El Jano bifronte apareció en las primeras monedas, consistía en una efigie con dos rostros opuestos, vistos de perfil. A veces me pregunto si esas dos caras que también representan a la hipocresía no serán una advertencia latente y premonitoria de un posible peculado...

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02 septiembre 2017

De los pedales a los peroles

Es posible que yo haya tenido la creencia, cuando era todavía niño, que los restaurantes no eran sino un lugar disponible para la gente que no estaba en capacidad de hacerlo en su propia casa, o que no tenía donde ir a comer. Con el tiempo, debo haberme imaginado que eso de ir a comer en un restaurante era más bien una especie de posibilidad adicional, una alternativa. Un lugar al que uno iba por su propio gusto o conveniencia.

En esos años, quizá había advertido que existían dos tipos distintos de restaurante (todavía no se había impuesto el concepto de la comida rápida, donde se expendían hamburguesas, pizzas o pollo frito). El primero era una clase de comedor que solo ofrecía un menú único que variaba de día en día. No tenía el llamado comensal la posibilidad de ordenar a la carta o de escoger un plato que fuese distinto. A estos sitios los conocían con el nombre de "fondas" y en muchos de ellos expendían unas tarjetas prepagadas donde se iban registrando, mediante marcas, y una a una, las subsecuentes comidas que su propietario iba consumiendo.

El segundo tipo era de mejor nivel (y, desde luego, más costoso); podría decirse que era un lugar más privado y selecto. Si uno se paraba fuera de la puerta, no podía ver cómo era el salón en su interior, y los olores que emanaba se reconocían desde antes de estar cerca del establecimiento. Esto sucedía, por ejemplo, a la vuelta de la esquina de la casa donde viví cuando era niño, donde existían -por lo menos- dos restaurantes que obedecían a nombres que desde siempre me parecieron sugestivos, se llamaban "Capri" y "Las Palmas".

Cuando me fui "haciendo grande" (solo es un decir), fui observando que había en esos sitios, no sólo olores, sino -probablemente- sabores ajenos y peculiares. Olores y sabores que parecían no existir en mi propia casa. No me había imaginado todavía que, por culpa de mi futura profesión, iba a estar obligado a comer en restaurante un promedio de cinco a seis veces por semana. Hoy, que intento hacer un cálculo somero, reconozco que, si no hubiese repetido el mismo lugar, habría contabilizado tal vez diez mil lugares distintos...

Hay ocasiones en que los comensales tenemos la oportunidad de observar cómo se preparan ciertos platillos. A veces quienes cocinan nos participan de sus recetas, e incluso, si tenemos suerte, nos dejan conocer uno que otro de sus tradicionales secretos. Pero, si no, aun si no somos afortunados, uno va reconociendo, poco a poco, los ingredientes principales de los platos que hemos llegado a preferir o de cualquier otro que hayamos escogido. Así es como, también paulatinamente, vamos aventurándonos con la cocina por propia cuenta y más tarde vamos desarrollando esa pasión que algunos adquieren: el gusto por cocinar.

Esas experiencias que se viven, en razón de los viajes que se van realizando, o la repetida exposición que se tiene respecto a diferentes costumbres culinarias y a ciertos productos que antes no habíamos conocido, nos van enseñando a identificar muchos de los distintos sabores que existen en el mundo y nos animan a aventurarnos a preparar las múltiples y variadas recetas que existen en otros lugares. Esto se refiere no solo a las variadas maneras que existen de combinar sabores, sino también a las distintas formas de utilizar otros métodos y procesos; que, al final, son solo formas diferentes de cocer los mismos ingredientes.

He efectuado este largo preámbulo, para comentar de la iniciativa que hemos desarrollado, con mi hijo Sebastián, de poner en servicio un nuevo concepto de restaurante en Quito. Se trata de un "Steak House", donde hemos querido replicar (en la medida de que lo permita el paladar de nuestros potenciales clientes) el concepto de un corte que es muy apreciado en Francia, particularmente en un sitio conocido como "Le Relais de Venice". Se conoce el corte como "entrecôte" (entre costillas), siendo este plato su principal atractivo.

Estamos conscientes de los sacrificios que demanda la propuesta culinaria y de lo importante que es mantener un producto excepcional combinado con un superior servicio. Mi aventura se convierte así en un tránsito entre la aeronavegación y los peroles, entre los controles de mando y los sartenes... Vamos a procurar que nuestros clientes disfruten de un buen pedazo de carne y de una deliciosa copa de vino; esperamos que todos salgan contentos y con la promesa de regresar. Así que... salud y bienvenidos!

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