29 marzo 2017

Tránsito de la gallina ciega

Hoy quisiera contarles un cuento, o algo así… Algo que no todos saben y que he querido llamar "El cuento de la gallina ciega". Pero que no es un cuento -ustedes me han de decir-, que aquello de la gallina invidente es un juego, con el que nos entreteníamos cuando éramos niños, y que consistía en vendar los ojos a uno de los participantes hasta que encuentre a uno de los demás miembros de la citada entretención, quien -una vez descubierto e identificado- pasaba, a su turno, a desempeñar la tarea de quien antes lo encontró.

Gallinita, gallinita, ¿qué se te ha perdido?
Una aguja y un dedal en el medio del pajar,
Date tres vueltas, gallinita, y los encontrarás.

Mi cuento se trata de una larva que se convierte en escarabajo. El proceso le toma, -cáiganse de espaldas-, entre tres y cuatro años! A la larva la conocen en otras latitudes como "nixticuil", "anoxia villosa", "melolontha", gusano blanco de tierra y... (ustedes creo que ya lo han de haber adivinado): gallinita ciega. La larva destruye grandes extensiones de cultivos, es difícil detener los estragos de su voraz apetito. La conocen en la región interandina del Ecuador con una palabra quichua; le llaman "cuzo" o "cusso". Pero, como cuento, este orondo gusano se convierte en un coleóptero, en un diminuto escarabajo. Ya, en ese estado, sólo vive unos pocos días y de pronto aparece muerto por todas partes. Es el "catzo" de nuestro país.

Yo prefiero llamarlos cuzo y catzo, así con zeta. Esto, a pesar de que estoy advertido que no existe la zeta en nuestra lengua vernácula. Pero así lo hago, porque algo interior me dice que así escritas reflejan su sonido en mejor manera. Sin embargo, dice un conocido especialista en estos temas, que él sugiere utilizar la doble ese (ss), pues: "la doble consonante sirve para señalar la articulación sonora alveolar silbante, como la z en durazno, la segunda de sesgo, o -pasando al inglés- como la z de dizzy, o en francés, la s sencilla de poison". Lo cierto es que yo doy preferencia a la zeta exactamente por el mismo motivo.

El cuzo es un gusano gordo en forma de "C" que llega a alcanzar unos cuatro centímetros. Aparece en épocas lluviosas (alrededor de otoño y primavera), que es cuando se lo puede ver junto al resultado de su perniciosa acción. La larva destroza el pasto en aquellos sitios donde se ha tratado de mantenerlo corto y bien cuidado: así, dan testimonio de sus aviesos merodeos, los parques y los campos de un juego tormentoso y elusivo que yo practico de tarde en tarde: el ceremonioso (aunque un tanto humilde) jueguito del golf.

Basta con rozar la yerba con uno de los palos, para que -en la huella que el artilugio deja- asomen, como por arte de birlibirloque, una buena media docena de estos intrusos dispuestos a lucir su parsimonia y babosa catadura. Me dicen quienes saben de culinarios menesteres, que hay quienes los llevan al sartén y se sirven con ansiosa fruición. Y claro, se los comen también en estado de escarabajo; que es cuando, según lo testimonian ciertos golosos comensales, se convierten en más crocantes, y cuando su estrambótica ingesta se transforma en exótica pasión... No puedo imaginarme: escabeche de cuzos, o "malanuevas" (así llaman a los escarabajos en el Azuay) a la termidor!

Pero hay algo más, y casi me olvido: existe un ave nocturna de mediano tamaño a la que llaman también gallinita ciega, se trata de los engañapastores, añaperos, chotacabras o chupacabras (chotar es un verbo en desuso que quiere decir mamar); ave que la gente supersticiosa del campo cree que chupa por las noches la leche de las cabras. No sería raro que esta gallina ciega (el chotacabras) se alimente de esas otras (los gusanos blancos de tierra), que se han dado a destruir el pasto y otros tipos de plantaciones...

El gusano blanco es una plaga que ocasiona terribles daños en el césped. La larva se alimenta de las raíces del pasto y su mera presencia provoca el acercamiento de pájaros y roedores que amplifican los perjuicios provocados. En resumen, un ciclo interminable, un "cuento de nunca acabar". Como aquél del chupacabras!

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25 marzo 2017

Chivos expiatorios

... “8 Sorteará los dos machos cabríos: uno para el Señor y otro para Azazel. 9 Tomará el que haya tocado en suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio expiatorio.” Sagrada Biblia. Levítico, 16.8.

El Levítico es el tercero de los cinco libros del Pentateuco, llamados también libros de Moisés. Aunque aquellos son atribuidos a este profeta hebreo, es evidente que él sólo dirigió su escritura (se supone que nadie está en condición de narrar su propio fallecimiento). En cuanto a su extraño nombre sólo quiere decir "acerca de los levitas"; que, como se sabe, no eran sino ciertos sacerdotes que eran escogidos de la tribu de Levi, o Leví, y que estaban encargados de supervisar, normar y organizar el culto entre los practicantes del judaísmo.

El Levítico es tal vez el menos leído o consultado de los textos bíblicos, habla de temas relacionados con la tradición litúrgica judía, de las ceremonias religiosas y otros temas morales que no tienen relevancia para los que no son judíos. Se habla ahí, por ejemplo, de lo relacionado con la forma como los judíos debían realizar los sacrificios. En él se menciona por primera vez un rito que ha dado lugar a varias expresiones, como "ángel caído", "víctima propiciatoria" o "chivo expiatorio"; que no tienen otro significado que el de sugerir la existencia de alguien inocente que es acusado de ser el culpable en una determinada circunstancia. Así, este se convierte en la víctima propiciatoria o en la "cabeza de turco".

No estoy seguro de que en inglés se use esa expresión, "cabeza de turco", sea su traducción o algo parecido. Lo que sí he escuchado utilizar, con idéntico sentido, es aquello de "fall guy" (era el título de una vieja serie de televisión) en referencia a quien es agarrado como víctima y "cae" detenido, sin que sea en realidad culpable ni que exista aparente motivo. Lo que también se usa es la expresión "scapegoat", idéntica a la de chivo expiatorio, con relación al macho cabrío que se menciona en el epígrafe inicial, y relacionado con el rito judío.

Históricamente, y por tradición, pocas culturas son tan religiosas como lo es la del pueblo judío. Es notorio su celo y respeto por las distintas manifestaciones litúrgicas y por el rito ceremonial. Sin embargo, de vez en cuando el pueblo judío habría transigido ante la concupiscencia y la tentación (seres humanos y falibles al fin); ahí es cuando han surgido líderes y profetas que les recuerdan que deben retornar al camino recto y adorar a un solo dios. Estos conductores les predican que no deben rendirse ante otros dioses; y les reconvienen, entre otras cosas, cuando relajan sus costumbres o incurren en la llamada "fornicación".

Esta última es una curiosa y, quizá, un tanto olvidada palabra. Por ello, me pareció que podía ser interesante averiguar su etimología y sentido. ¿Por qué se dice así y qué es lo que significa "fornicar"?... He descubierto que el verbo viene de una palabra latina, "fornix", que quiere decir bóveda, que es el elemento arquitectónico que se encuentra en arquerías o portales. Tal parece que esos edificios eran los lugares escogidos -en el mundo romano- por las "mujeres de la vida" que desde tiempos inmemoriales se han dedicado a tareas de comercio carnal. Con el tiempo estos lugares abovedados o arcadas fueron asociadas con los burdeles. En cuanto a la palabra fornicar, su sentido se relacionó con el de ayuntamiento o cópula carnal fuera de matrimonio.

Esas prostitutas estaban relacionadas con la esclavitud y, por lo mismo, con las castas inferiores de la sociedad. Su actividad se efectuaba con múltiples clientes y era tan breve como instantánea. En Grecia se las conocía con el término "pornai" que más tarde daría origen a la palabra "pornografía". En cuanto a la actividad de hacerlo con menos clientes y estar disponible por mayor tiempo, ésta estaba asignada a las hetairas, mujeres más refinadas y que ofrecían otros tipos de entretención; eran verdaderas "escorts", geishas o damas de compañía.

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23 marzo 2017

Uvas, vinos y varietales

Nada tan sencillo como tomar una copa de vino. Nada tan complejo, sin embargo, en saber cómo plantar unos viñedos, cosechar unas uvas y tratar unos zumos para luego mezclarlos. Esto de combinar cepas, poco a poco se ha convertido en una ciencia, cuyos secretos ya no son del dominio exclusivo de unos pocos. Así, es inevitable tomar y saborear un buen vino y no hablar de sus componentes y de sus distintivas características.

Esto fue lo que nos pasó en un almuerzo entre amigos el otro día, cuando uno de los asistentes decidió brindar una botella de un delicioso Carmenere (se pronuncia Carmenier). No sé si muchos sepan que el Carmenere no es chileno en origen, está hecho con una uva que era muy utilizada en Burdeos y que es muy parecida a la del Merlot. De hecho, cuando yo iba a Chile la llamaban "Merlot Peumal". Lo que sucede es que hace ciento cincuenta años hubo Europa una plaga conocida como "phylloxera" que destruyó muchos viñedos, algunos de los cuales -por rara y feliz coincidencia- sobrevivieron en el Nuevo Mundo.

Por lo que me han contado, Carmenere viene de carmín y no se refiere ni al color del vino que produce, ni al color de la uva, sino al color que toman las hojas del viñedo antes de que la uva se encuentre lista para la cosecha. Es probable que su nombre original sea "Vidure" y que tampoco sea originaria del sur-occidente francés -la zona de Bordeaux-, sino que ya desde tiempo de los romanos parece que se la encontraba como una variedad autóctona en la península ibérica. Sin embargo, el Carmenere fue desde siempre una de las seis cepas utilizadas para los vinos de Bordeaux, siendo los otros: el Merlot, el Cabernet Sauvignon, el Cabernet Franc, el Petit Verdot y el Malbec.

Yo tiendo a asociar al Carmenere con Chile y al Malbec con los mejores vinos argentinos. Es más, a veces los confundo porque ambos son frutosos, en color son similares y ambos son bajos en taninos, no tienen la astringencia característica del Cabernet Sauvignon. Cuando digo que asocio el Malbec con los mejores argentinos, no digo que sea superior a otras variedades, pero creo que el Malbec argentino parece no tener competencia ni comparación.

Cuando decimos que un vino es Malbec, Merlot o Carmenere, no estamos diciendo que se haya utilizado ese tipo de uva exclusivamente. Dependiendo de la forma de certificación de cada país (o región, en algunos casos) decir que un vino es Pinot Noir o Chardonnay, por ejemplo, sólo quiere decir que su preponderancia supera un cierto porcentaje, a menos que la etiqueta anuncie que está elaborado sólo con uvas de una determinada variedad. Hay vinos, como los del sur-oriente francés (Cote du Rhone) donde, según he leído, se utilizan hasta dieciséis variedades distintas, aunque se privilegie el uso mínimo de alguno en forma particular. Ejemplo: se prefiere el Granache (Garnacha) para elaborar el Chateauneuf-du-Pape.

En Europa, por lo general, se mezclan algunas, y diferentes, variedades de uva, más específicamente: los caldos que se han elaborado. Este es un concepto utilizado para mejorar no sólo el sabor, sino para satisfacer las preferencias del consumidor (en esto consiste la comercialización). En el Nuevo Mundo (Argentina, Chile, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica) es más frecuente utilizar "varietales", es decir sólo la misma uva o la misma variedad cosechada en zonas o plantaciones ("states") distintas.

El Cabernet Sauvignon y el Merlot constituyen las variedades para vino tinto más utilizadas en el mundo, así como el Sauvignon Blanc y el Chardonnay lo son para la elaboración del vino blanco. Hay ciertas variedades que se emplean con preferencia en ciertos países; es el caso del Tempranillo o del Garnacha en España; del Sangiovese, el Nebbiolo o el Primitivo (Zinfadel) en Italia, el Shiraz en Australia, el Malbec en Argentina, y por ese orden...

La forma de la botella puede ser también una manera -aunque no definitiva- de identificar un tipo determinado de varietal. En Francia, por ejemplo, una botella de vino con cuello identifica a los vinos típicos de Bordeaux (Cabernet, Merlot, Sauvignon Blanc); mientras que una botella de perfil oblicuo (sin cuello) se asocia con los vinos de Burgundy (Borgoña) como son el Pinot Noir, el Beaujolais o el Chardonnay. Pero, no hay que dejarse confundir por la botella; para muestra de ejemplo, un sensacional vino del Penedés, el Mas La Plana, se disfraza de Borgoña pero es un inconfundible Cabernet Sauvignon.

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20 marzo 2017

Ñaños y ñañitos, panas y panitas

Dos de mis hermanos (realmente un hermano y una hermana) se dirigen a mi persona usando esa forma de prefijo que es común, para dirigirse entre hermanos, en el habla ecuatoriana: el sustantivo "ñaño". En esto, yo no estoy muy seguro de si soy recíproco; noto, por temporadas, que me dejo arrastrar por esa curiosa forma de nombrarnos y cedo a eso de llamarlos ñaño Mullo (a mi hermano Luis Eduardo) y, aunque no con la misma frecuencia, ñaña Lolita a mi otra hermana menor.

Hace un par de meses, mi hermano me preguntó que de dónde venía aquel término de ñaño y me hizo el comentario de que pronunciado tenía una mejor presentación. Ante su inquietud, no tardé en intuir que se trataba de una voz que, con seguridad, provenía del quichua, pero nunca sospeché que ya hubiera sido registrada en el diccionario de la Academia; y que este reconocimiento la Autoridad lo hacía, con varias acepciones, además de la de hermano. El DRAE reconoce los términos ñaño y ñaña, y establece que su etimología está relacionada con la voz quichua (o quechua) 'ñaña' que significa 'hermana de ella'.

Como referencia, es oportuno comentar los otros sentidos que señala el DRAE, los mismos que son: unido por amistad íntima; consentido, mimado en demasía; homosexual (en Panamá, como inclinado hacia individuos del mismo sexo); hermano (persona hija del mismo padre y de la misma madre); y finalmente, niño (forma esta última utilizada en el Perú). Es la penúltima acepción, sin embargo, la que tiene preponderante uso y aplicación. Sospecho que de ahí surgen otros apelativos como el aumentativo "ñañón", o como la referencia que se hace al amigo costeño a quien a veces se identifica en la serranía como "ñaño mono".

Con este antecedente, el de mi somera revisión del diccionario, contesté a mi hermano que sólo se trataba de una palabra quichua españolizada y, además, cambiada de género para el caso del masculino ya que no existía la palabra ñaño en quichua, únicamente la palabra ñaña. Le comenté, además, que para mi breve investigación había consultado el diccionario de ecuatorianismos, "El habla del Ecuador", de Carlos Joaquín Córdova. Fue en ese importante (imprescindible como dicen ahora) texto que encontré la siguiente información:

"En quichua la relación de hermana a hermana, lleva el nombre de ñaña; pero, la de hermana para el hermano es "pani" (eso sería una hermana para su hermano, su "pani", que no su ñaña). "En otras palabras, se dice ñaño sólo por analogía". "En quichua, hermano con respecto al hermano lleva el nombre de "huanqui"; en tanto que la relación de hermano respecto a la hermana se dice "turi". Termina su explicación Carlos Joaquín comentando lo siguiente: "La rica, sutil e ingeniosa nomenclatura quichua no tiene paralelo en nuestra lengua". Aclaro que la nota del paréntesis es de mi propia aportación.

Mi indagación no ha quedado allí. Me he topado con la interesante inquietud que desarrolla el mismo lingüista en el sentido de si otra voz, "pana", con el sentido de compinche, amigote, camarada o compañero, es también deformación del quichua "pani" (la hermana para el hermano) como ha quedado señalado. Para el distinguido lingüista "pana" significa hermandad grande, sugiere una confianza íntima, algo como un sentimiento fraternal. "El cambio vocálico en la sílaba final -complementa C. J. Córdova-  no es cosa extraordinaria. De aquí que el origen de pana bien puede estar en la palabra quichua".

En estos días de contienda electoral y confrontación política, tal parece que se han enojado ciertos ñaños, panas o compadres. Extraña que estos amigos de antaño no quieran prolongar ya la relación que tenían cuando compartían sus preferencias e identidades. Cuando escucho estos sustantivos coloquiales no puedo dejar de pensar en otro que no recogen los diccionarios, uno que parece que también escapó a la portentosa erudición del autor que he mencionado; me refiero a la voz "adúo", término que probablemente tiene una explicación más simple de lo imaginado. Proviene tal vez de la expresión "entre dos" o "a dúo", con lo que se sugiere una amistad muy cercana, única, indisoluble y entrañable.

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17 marzo 2017

Algo más de las aviadoras

Me gustaría concluir mis reflexiones respecto a por qué no existen suficientes vocaciones femeninas en el mundo del pilotaje aeronáutico, con ciertos comentarios relacionados con mi propia experiencia personal: esto es, mis vuelos como comandante acompañado de copilotos mujeres en una aerolínea europea: Air Atlanta, a veces conocida como Air Atlanta Icelandic.

Ya me había retirado de vuelo -por límite de edad- cuando un día respondieron a una aplicación laboral que ya casi había olvidado y me invitaron a Boston para asistir a una entrevista de trabajo. Se trataba de Air Atlanta. Me explicaron que la misma era una empresa islandesa que hacía ACMI o "wet lease" (ACMI es un acrónimo, significa "aircraft, crew, maintenance and insurance"), es decir que se encargaba de proveer aviones con tripulación, mantenimiento y seguro a otras líneas aéreas que estaban cortas de aeronaves. Air Atlanta realmente daba este servicio, en esos días, a una sola empresa aérea: Saudia, la aerolínea de Arabia Saudita.

Air Atlanta arrendaba alrededor de dieciocho Boeing 747-400 a Saudía; de ahí la enorme demanda que tenía de pilotos. Los vuelos eran programados para atender los viajes de peregrinación a La Meca y Medina, para así satisfacer la aspiración (y mandamiento religioso) del mundo musulmán. Son los vuelos llamados "umrah" (peregrinación corta) y "hajj" (el viaje de una vez en la vida o peregrinación tradicional). Los pilotos extranjeros éramos  contratados con la modalidad de "free lance", lo que equivale a decir: de acuerdo a nuestra propia disponibilidad y en base a los requerimientos de la compañía. Esas "romerías" estaban programadas por nueve meses en el año, aunque AAI nos necesitaba por seis. Trabajaríamos la mitad del año... Sonaba bien, parecía interesante!

AAI era una aerolínea que pertenecía a Islandia, aunque no volaba con base en su capital, Reikiavik, sino en Jeddah, junto al Mar Rojo. Había en la empresa una mentalidad un tanto particular. El insular desconfía del extranjero, se atrinchera en forma natural y es receloso de lo continental. Esto se manifestaba en mi nueva aerolínea con una clara e inconveniente división en el estatus laboral de sus pilotos: había un grupo de islandeses sindicalizados (no pasaban de cien), había otro de islandeses no asociados y un tercero (la casta de "los intocables") que estaba conformado por nosotros, los pilotos extranjeros o expatriados.

El sistema de promoción profesional era sumamente rápido en Air Atlanta (probablemente esto de debía a la alta demanda comercial de la aerolínea y también a la alta rotación de los pilotos extranjeros, debido a su edad). Esto se expresaba en un bajo nivel de experiencia profesional en los pilotos nacionales, muchos de los cuales habían sido pescadores, convertidos en aviadores.

Pero... "a la vejez, viruelas". ¡Quién iba a pensarlo! Ahí, por primera vez, tuve la oportunidad de volar con mujeres piloto. Había seis chicas que ejercían como copilotos. Era fácil adivinar que nos habían asignado un copiloto femenino: el apellido de los islandeses se forma con el primer nombre del padre y termina en "son" (hijo) en el caso de los varones y en "dóttir" (hija) en el de las mujeres. Siempre me impresionó el nivel profesional que exhibían esas aviadoras. Como estaban conscientes de que podían estar sujetas a nuestra evaluación y escrutinio, hacían siempre un trabajo meticuloso y muy ordenado.

Pero algo había de peculiar en esas chicas, y era la forma como -debido a las restricciones del código de vestimenta islámico- portaban su uniforme de piloto. Ellas estaban obligadas a esconder su cabello (un tabú en las mujeres árabes) con una gorra que hacía de velo, el que se había diseñado para que cumplieran con ese protocolo. Además, y como es conocido, el uniforme de las mujeres piloto tiene todavía una impronta masculina que se deriva de la tradición militar.

Resulta inaudito que en un país liberal como Francia recién se haya derogado -hace tan sólo cuatro años- una ley de 1800 que no permitía a las mujeres usar pantalón y que obligaba a quienes "deseaban vestirse como hombres" a obtener con antelación una justificada autorización… Quizá vaya siendo hora de que los uniformes femeninos de piloto tengan también su propia identidad.

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14 marzo 2017

Anatomía de una (débil) vocación

En mi entrada de 10 de marzo, y con el título de "Mujeres a los pedales", traduje un artículo publicado en la revista AeroTime. En él se procuraba explicar el motivo para que, en pleno siglo XXI, sean todavía muy pocas las mujeres que optan por aprender a volar y que se deciden por incorporarse a una carrera que se presenta -en teoría- como popular e inmensamente atractiva: la apasionante y diferente de piloto de avión.

Hacia el final del artículo, la publicación hacía una propuesta: invitaba a los lectores a comentar cuáles pueden ser las razones para que exista ese curioso ausentismo: ¿por qué es que sigue siendo todavía tan exiguo el número de mujeres piloto, sobre todo en las aerolíneas? ¿Por qué es que -como lo define la revista- la mujer es todavía "un ave rara” en los cielos del mundo? ¿Por qué es tan bajo su porcentaje de participación en la carrera de piloto aeronáutico (la cifra no supera el diez por ciento)? ¿Se trata de un asunto de vocación, o debemos más bien hablar de desigualdad de oportunidades? ¿O es que ya vamos hacia un cambio de paradigma?

Por ello, es mi intención hacer un pequeño análisis de por qué no entusiasma tanto a las mujeres eso de subirse a los aviones. Para empezar, es necesario reconocer que hay algo de atávico en aquello de que a las mujeres no les guste jugar con algo que represente riesgo o peligro (por lo menos, no tanto como a los varones); además, parece que a las féminas no les parece entretenido andar jugando con "fierros", sea porque no les gusta ensuciarse, o porque hacerlo constituiría una manera de exponerse a lastimarse o a desarreglar su cuidada imagen. Si no, ¿por qué no hay más mujeres en los oficios relacionados con los talleres mecánicos o conduciendo autos en las carreras de Fórmula Uno?

Lo que pudiera estar sucediendo es que: siendo la profesión de piloto una actividad que se encuentra expuesta al escrutinio público, la mujer se siente un poco más vulnerable a las miradas, insinuaciones y comentarios de la gente; simplemente porque no ha sido frecuente la imagen de una mujer piloto, aunque hoy se la acepte como algo "casi" normal. Esto del "casi" quizá tenga que ver con una concepción inicial que tuvo la aeronáutica, que implicaba una idea de alto riesgo, coraje (asociado con lo masculino) y, ante todo, temeridad.

Pero hay algo más: "hacerse piloto" no sólo implica erogar una suma importante para completar las primeras doscientas, o más, horas iniciales (por lo general los padres de familia no siempre están dispuestos a hacer esta costosa inversión en hijos que no sean varones); sino que es necesario -para estos flamantes pilotos- movilizarse a lugares recoletos y a menudo un tanto aislados para sólo así poder conseguir un trabajo temporal que les permita acumular más horas de vuelo.

Esos son ambientes en que las mujeres se sienten menos cómodas enfrentando las naturales carencias e incomodidades. Además, con frecuencia podrían verse expuestas al acoso, al abuso de probables "benefactores"; o, por lo menos, a un tratamiento no preferente, si no discriminatorio. Hay aún, por contrapartida, una actitud que intenta cierta "caballerosidad", por parte de algunos colegas varones, que distorsiona el sentido de asignación de roles y jerarquía que es inherente a la aviación. Es, tal vez, cuando no existe esa línea clara que delimita los roles y responsabilidades, que se difumina la gradiente de autoridad y que el ambiente de trabajo pudiera prestarse para una inadecuada e inconveniente indefinición.

Existe un prejuicio que aún subsiste en el mundo moderno, el de que las mujeres están menos favorecidas con dotes de liderazgo y de autoridad para ejercer funciones de decisión y comando. Pero esto no necesariamente tiene que ser verdad. El mundo de la industria aeronáutica va descubriendo que cualquier persona puede desarrollar y fortalecer su autoridad y liderazgo sobre la base de disciplina, pericia, adecuado desempeño y aplicación de conocimientos. Estos elementos constituyen la base del buen criterio que, a su vez, enriquece la capacidad de decisión, la misma que se expresa como liderazgo y sentido de autoridad.

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11 marzo 2017

Un partido inaudito

¿Fue realmente una "goleada" la que recibió el PSG a manos del Barcelona? ¿Se puede hablar objetivamente de una "paliza", como calificó a aquel 6 a 1 la Associated Press? Yo creo que no. Es más, opino que ese fue un resultado espurio y, no sólo eso, estoy firmemente persuadido que este tipo de injustos resultados no deberían refrendarse en el fútbol moderno. No, NO fue una paliza, el PSG simplemente no debía perder. El cuarto gol de Barcelona será por siempre un monumento a la trampa y a la capacidad teatral de un pésimo histrión llamado Luis Suárez, un clavadista que juega en el deporte equivocado.

Porque, dicha sea la verdad, un hombre que merodea en el área para simular, sorprender y engañar, no debería permitirse jugar en ningún escenario del mundo. Sorprende que las autoridades no sancionen este tipo de tramposas actitudes, que no se utilice la tecnología para descalificar estas vergonzosas "jugadas", que no se instruya debidamente a los árbitros y que se permita que el ardid artero tenga respaldo y convalidación en el mundo deportivo. No, el cuarto gol de Barcelona nunca debió ocurrir, no fue penal, no hubo ninguna falta. Era la tercera vez que Suárez se lanzaba torpemente al piso. Lo único que debió hacer el juez fue expulsar a ese tramposo delantero que quiso mentir a todo el mundo!

En justicia, la única paliza fue la que PSG le propinó al Barcelona en el primer partido (4 a 0). O, quizá, la que el PSG se propinó a sí mismo en el segundo encuentro por tratar de sostener su ventaja con una estrategia equivocada, con un fútbol timorato y defensivo. Si el PSG encaraba el partido como uno más, sin encerrarse, sin "aparcar el bus", tal resultado no hubiese ocurrido jamás, hubiese encajado dos o tres goles como máximo.

La prueba es que cuando PSG ya perdía por 3 a 0 y se animó a atacar por un lapso de cinco minutos, Cavani golpeó un remate en el vertical y luego convirtió un gol que, si más tarde el árbitro no se hubiera dejado engañar por la astucia de Suárez, hubiese producido un resultado imposible de remontar. La goleada fue la que recibió la gente que todavía cree que el fútbol es un deporte justo, esa misma gente a la que la prensa insiste en engañar validando este tipo de resultados como que fueran algo apoteósico o sensacional.

Porque eso es lo que dice, por ejemplo, un conocido comentarista argentino, Jorge Barraza (¿quizá inclinado a favorecer a ese ídolo de su país que juega para el Barcelona?), cuando dice que el resultado fue "Histórico… Memorable… Único… Colosal… Inigualable… Apoteósico… Epopéyico… Legendario… Heroico…" (yo no utilizaría tanto calificativo, porque el resultado de ese absurdo y demencial partido sólo merecía uno: VERGONZOSO). ¿Cómo puede Barraza utilizar cualquiera de esos calificativos si él mismo reconoce, a renglón seguido, que la pena máxima, que ejecutó Neymar, fue un penal "QUE NO FUE"?

De hecho, abunda cualquier adicional comentario. El cuarto gol, el tiro libre de Neymar, ese sí que fue un tiro formidable y exquisito, uno que sólo los jugadores privilegiados lo saben ejecutar. Pero eso hubiera sido todo, si es que no se premiaba con aquella infame pena máxima la argucia de un hombre que ya ha dado mucho que hablar en el mundo del deporte. Luis Suárez es un futbolista de una habilidad extraordinaria, con un sentido de área y un espíritu depredador excepcional, no necesita recurrir a la engañifa para apuntalar un buen resultado para su equipo. Suárez hace creer a los niños del mundo que pasarse de listo es adecuado, que simular y lanzarse al piso es "heroico, memorable, colosal"...

No, la paliza no está en ese infame 6 a 1, estuvo en el abuso descarado de la ingenuidad de los verdaderos aficionados, de aquellos que todavía creemos que el fútbol es un deporte donde los resultados deben respaldarse en criterios imparciales y objetivos. Sí, porque este tipo de resultados ya no deben refrendarse, no deben siquiera producirse, exigen que se atienda a un universal clamor: es hora de aplicar la tecnología. No es válida la torpe muletilla de que se afectaría a la dinámica del juego, que se le restaría intensidad.

¿Y a quién le importa?, preguntó yo. ¿Para qué quiero un transcurso ágil, si no nos permite una ocasional interrupción para confirmar una jugada como sucede en otras disciplinas? ¿A quién le importa, si un injusto resultado puede dar la razón al que no la tuvo, se burló del público o hizo una vergonzosa trampa? No, es hora de dejar de favorecer a los equipos que producen más altas taquillas. Hay que convertir a los estadios en templos para reverenciar una virtud esencial en el ejercicio mismo de cualquier deporte: la INTEGRIDAD!

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De mujeres y cabrillas

Creo que hasta que llegué a la que sería mi alma mater, la academia de aviación en la que aprendí a volar, allá por 1969, jamás había conocido a una mujer piloto (creo que ni siquiera me había imaginado que ellas existían). Pero, claro, eran tiempos en que -por lo menos en Quito- las mujeres no fumaban ni manejaban (eran contadas con los dedos de las manos las que lo hacían). Era, por lo mismo, impensable encontrar una mujer taxista, piloto o policía.

De modo que cuando llegué a Vero Beach, Mrs. Kate Qualls fue la primera mujer piloto que conocí en mi vida. Todavía no había escuchado hablar de Amelia Earhart, aquella heroína de los albores de la aviación que tratando de dar una vuelta al mundo desapareció en algún lugar del Pacífico. Mrs. Kate tenía lo que a mis dieciocho años me parecía tal vez una edad casi decrépita. Ella no sólo que volaba, estaba también encargada de los chequeos de evaluación y fue quien efectuó mi primera auditoría de progreso. Yo la había visto subirse al frágil Champion Citabria y al poderoso AT-6. Quien se subía a esos aviones era para hacer acrobacia y para ello hacían falta pantalones. Y ella, claro que los tenía...

Algo había de bondadoso en doña Kate. Quizá era que su catadura era la de una mujer acostumbrada a hacer cosas distintas en la vida y que por ello trasuntaba la imagen de una mujer parsimoniosa e impasible. La consideraban con respeto los oficiales de administración y, desde luego, los otros instructores. No se diga, los demás estudiantes. Tarde o temprano caeríamos en sus manos y era mejor que nos identificara como "ese chico enjuto que siempre que se cruza conmigo hace una venia y saluda cordialmente". Ella era, como dejo dicho, una mujer de edad y no creo que jamás haya vestido una falda alguna vez en su vida.

De vuelta al Ecuador, no había conocido a otra piloto -por lo menos en mi tierra- hasta que fui comandante de la entrañable Ecuatoriana. Allá vino a dar una agraciada jovencita que había ejercido como instructora de vuelo en aviones menores (en español los llamamos con un nombre femenino: avionetas). Eran tiempos en que los futuros copilotos primero debían volar dos o tres años como ingenieros del Boeing 707, hasta hacer un poco de experiencia y hasta que exista la oportunidad para su promoción para copilotos en la aerolínea.

Como se sabe, los ingenieros no se sentaban frente a los controles de vuelo; su asiento estaba ubicado detrás de los pilotos, es decir que: justo al medio y por detrás del pedestal central, donde precisamente estaba ubicado el calibrador del timón de dirección (rudder trim, en inglés), lo que vale a decir que cada vez que se lo utilizaba había que meter la mano entre las piernas del ingeniero de vuelo... Era necesario, por lo mismo, hacer una ocasional advertencia cuando se volaba manualmente y cuando ese "ingeniero" pertenecía al antes llamado sexo débil: perdone señorita -le decíamos- que me meta entre sus cosas...

Con el tiempo, a ella me encomendaron para que le diera entrenamiento de vuelo en el simulador de PanAm en Miami. Fue ella uno de los primeros pilotos a quien tuve oportunidad de proporcionar entrenamiento inicial. Aquel era un programa integral de algo así como doce sesiones de cuatro horas que las realizábamos, debido al horario del simulador, casi todas las medianoches por casi dos semanas consecutivas. En ella puse el mejor de mis empeños, no sólo para que tuviera éxito en su promoción, sino para pasarle todo lo que yo ya sabía del venerable 707, para transmitirle sin egoísmo todo lo que otros me habían enseñado, lo que yo había aprendido.

Pasado el tiempo (yo me había ido del Ecuador por veinte años), un día tomé un vuelo de TAME, para viajar a Esmeraldas. Cuando el comandante habló a sus pasajeros, reconocí que se trataba de ella, de la misma chica a la que una generación atrás yo había entrenado. Le transmití un cordial saludo desde mi asiento en la cabina de pasajeros e imaginé que en algún momento me haría llegar una nota recíproca. La nota nunca llegó, ni durante ni después del vuelo. Quise pensar que mi antigua discípula, dadas las responsabilidades y tareas propias de su oficio, se había visto imposibilitada de ofrecerme un sencillo gesto de gratitud o simpatía...

En cuanto a por qué es que son tan pocas las mujeres que optan por aprender a volar y siguen la carrera de la aviación, ya me encargaré de comentarlo en un próximo artículo.
 

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10 marzo 2017

Mujeres a los pedales *

* Tomado de la revista AeroTime, con mi traducción y edición

Imagínese a un hombre y a una mujer trabajando en un avión. En qué piensa? En una azafata y en un capitán, ¿verdad? Quién puede culparle. Sólo existe una en veinte posibilidades de encontrar un vuelo con una mujer como uno de los pilotos. Pero, ¿por qué es que hay tan pocas mujeres piloteando aviones? Tan lejos como en 1986, un portavoz de la Asociación de Pilotos (ALPA) declaraba que la razón para que hubieran sólo dos mujeres al mando de los Boeing 747, era porque "las mujeres piloto eran un fenómeno relativamente reciente y a que todo en la industria aeronáutica se hacía en base a jerarquía y antigüedad (seniority)".

Los tiempos cambian y con ello la percepción de igualdad. Se supondría que ambos géneros deberían tener cuotas similares en las posiciones de piloto. Los números, por lástima, no reflejan dicha equidad. Hay líneas con un contingente femenino alto, pero ello sucede sólo en compañías regionales o en operadoras con menos de cien pilotos. En las grandes aerolíneas el porcentaje es desalentador: un pobre 4%. ¿Por qué tan bajo?

Ser piloto en los 60s o 70s era casi como convertirse en astronauta. El hecho de que volar en esos tiempos era un lujo y de que el número de personas que lo intentaba era muy pequeño, probablemente reforzaba el prestigio de ser aviador. Mirando los pósters de aviación de esos años, se aprecia que existía una visible división de roles entre hombres y mujeres en la industria. Las chicas se presentaban como sonrientes auxiliares de vuelo, llevando una bandeja. Los hombres, mientras tanto, aparecían con su solemne expresión junto a leyendas inspiradas en la milicia para que su trabajo se viera como más atractivo.

Tal separación pudo haber inspirado ciertos recelos entre las mujeres que soñaban con pilotear un avión. El más común era que ese era un club exclusivo para hombres. "Los medios refuerzan dichos estereotipos exhibiendo a los pilotos como varones ejerciendo un oficio masculino (fuerza física y psicológica, horas de trabajo largas y no regulares, elevado estatus y trabajo prestigioso, altos salarios, etc.)", comentó un representante del Instituto de Equidad de Género.

Asimismo, una piloto retirada mencionó que las cosas han cambiado desde que ella ingresó a Northwest Airlines como la cuarta mujer piloto en 1981. "Ya había unas 60 mujeres piloto en otras aerolíneas en 1980; pero empresas como Northwest y Delta no contrataban mujeres, tal vez porque estaban conformadas por rígidos pilotos ex militares que no creían que las mujeres pudieran desempeñarse. Los hombres no querían (y aún no quieren) que las mujeres volemos. Se creía que había que ser macho para poder ejercer la actividad. Y el hecho de que las mujeres pudieran hacerlo les hacía sentirse menos importantes y lastimaba sus egos".

No es difícil imaginar las dudas que se presentaban en las damas que optaban por la carrera de la aviación, dejando la familia por largos períodos, volando a lugares distantes, sin ver a sus hijos crecer y estando ausentes de los hechos importantes. "Combinar la familia con la carrera fue un desafío, pero se lo podía hacer", sostuvo otra de las entrevistadas. "Era más duro en los viejos tiempos, los chequeos eran más difíciles, los capitanes nos retaban cuando entrábamos en la cabina de mando, con advertencias o con abusos verbales".

Aunque el derecho femenino a volar es hoy algo reconocido, muchas mujeres han tenido que luchar por ello. Fue el caso de una australiana que tuvo que pelear su caso de discriminación de género con Ansett en 1980. Luego de haber descubierto su pasión por el oficio y de volar muchas horas como instructora de vuelo, ella trató de aplicar por una posición en esa aerolínea y no se conformó ni renunció a su aspiración cuando empezó a recibir continuas negativas. Le dijeron que "no era suficientemente fuerte, que entraría en pánico con facilidad, que se llenaría de hijos y que luego no se volvería ni a presentar"...

El camino fue más dificultoso para las mujeres piloto en el pasado. Hoy, una profesional de Ryanair se siente mejor aceptada y, por lo mismo, mucho más cómoda. "Sólo recibo voces de aliento, tanto de capitanes como de pasajeros, que a menudo hacen buenos comentarios luego del aterrizaje. Cuando escucho volar un avión, siento orgullo y sé que puedo ejercer ese trabajo; por eso les digo a las que sueñan que no se desilusionen. Mientras más mujeres pilotos existamos, más mujeres se darán cuenta de que pueden hacerlo". Sólo el tiempo dirá si la abundancia de ejemplos es capaz de crear un efecto de avalancha que dé como resultado más diversidad de género en las cabinas de mando.

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07 marzo 2017

De humos y significados

En días pasados revisé un artículo del columnista Leonardo Valencia que, con el título "El humo de los diccionarios", se publicó en el diario El Universo. Me pareció estimulante que se subraye una inquietud que se viene expresando últimamente: que la Academia de la Lengua -con su diccionario y autoridad- no siempre está en condición de sancionar qué voces deben o no utilizarse; y que, más bien, debe desarrollar un propósito, que es el de indagar con qué sentido se utilizan ciertos términos en los distintos -y tan diversos- lugares que conforman el inagotable mundo de la hispanidad. Por ello, me permití -por vía epistolar- hacer un par de comentarios y observaciones al antes mencionado columnista:

Estimado Leonardo:

Me ha parecido muy interesante su inquietud semántica relativa a la palabra "botado". Soy un quiteño de sesenta y cinco años; y, aunque he vivido la mitad de mi vida fuera del país (tuve un oficio itinerante: piloto de aerolínea), no he escuchado el término en ninguna otra parte. Por lo menos no con el mismo sentido. A mis años quizá he dejado de escuchar esa voz, al menos con la asiduidad con que quizá se la usaba en la casa de mi abuela (ahí se decía "medio botado"), pero coincido que hay en la expresión un cariz de lugar abandonado, descuidado, proclive a la sorpresa si uno anda en solitario; en fin , un sitio inseguro, desatendido, propicio a la presencia de roedores y de alimañas, que sugiere algo desolado, con algo de basural.

Efectivamente, el diccionario no incluye esta acepción nuestra (no estoy seguro si estamos hablando de un "quiteñismo", de una expresión de la serranía, o de un "ecuatorianismo"); los significados que reconoce, o que por lo menos menciona, son todos regionales o coloquiales. Es más, aquellos sugieren sentidos tan disímiles como: generoso, pródigo, abundante, perfecto o afluente. También menciona otros significados, de tono más bien derogatorio, como barato, asequible, desprestigiado o de mala fama. Pero, de lugar abandonado, peligroso o inseguro, como los basurales o nuestras quebradas y cañadas, nada, nadita de nada...

Cuando tengo este tipo de inquietudes, suelo acudir a una maravillosa herramienta que un buen día me obsequiaron unos buenos amigos; se trata de los tres tomos de "El habla del Ecuador", verdadero diccionario de "ecuatorianismos" del inolvidable Carlos Joaquín Córdova, de quien tengo el orgullo de haber sido su amigo (era padre de un concuñado mío). Ahí encuentro referencia a la voz botado, aunque reconozco que para Carlos Joaquín tiene además un sentido relacionado con el expósito (el recién nacido abandonado o confiado a un convento o a alguna institución benéfica). Quizá por ello, sugiere él, se da la relación con abandonado.

Transcribo la indagación de mi referencia:

Botado, da. adj. Expósito, abandonado, hijo de la piedra. // 2. Infeliz, ruin. // 3. Dicho de un lugar: Desierto, abandonado, solo: "Los ejercicios los hacíamos en El Ejido, sitio botado por esos años", J. Paz y Miño, (El Com., 26/dic/71).

El sentido dado a botado (continúa Carlos Joaquín) como sinónimo de expósito es traslaticio y objetivo por el hecho de que a la criatura a la que se la abandona o bota (v. botar) en los portales, zaguanes, portones de iglesia, se la echa así por dolorosa decisión, o por acto criminal. Pero luego se recoge al recién nacido en casa asistencial para su crianza y educación futuras. Por la misma razón anterior, con sentido extensivo en la 2a.

Hasta aquí la explicación del prestigioso lingüista. En cuanto a la otra voz de su sugerencia (botar) la referencia es demasiado larga y quizá no sea de su interés. A excepción quizá de la expresión "botar la piedra", figura vulgar para referir la satisfacción del deseo sexual (Tomo I, página 212). En todo caso, barrunto si esto de botado no estará emparentado con botadero, otro de nuestros ecuatorianismos y si ambos usos no estarán de alguna manera relacionados.

Sí, hay humo en los diccionarios, pero también, y más, puede haberlo en el habla popular...

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03 marzo 2017

Interpretaciones y motivos

Creo pertenecer a esa extraña cofradía de los lectores impenitentes. A veces me pregunto ¿por qué leo?, o ¿para qué leer? Reflexiono y me respondo, que lo hago para entretenerme, para aprender, para disfrutar de una historia o de algo nuevo, para gozar de esa especie de vida paralela que contiene una trama que nos tiene pendientes de su desarrollo y desenlace. Reconozco, sin embargo, que muy pocas veces profundizo en cuál pudo haber sido el sentido escondido de la narración, en cuál pudo haber sido la intención -si alguna tuvo el autor- de su mensaje. Además, recabo en que la lectura es un acto solitario que nos expone a la interpretación subjetiva, e incluso a la equivocación.

En "Cómo leer y por qué", Harold Bloom, un crítico literario norteamericano, hace un visionario compendio de ciertas obras que a su juicio deberíamos tratar de leer en nuestra vida. Claro que es una apreciación centrada en la influencia de nuestra civilización occidental y, por lo mismo, de nuestra literatura; pero la intención de su libro no es la que el lector imagina, no es la de enseñarnos una técnica o una metodología de cómo leer, sino más bien la de cómo tratar de escudriñar cuál es el sentido, el tema escondido de la obra literaria, más allá de lo que parece su trama, la misma que -en cierto modo- no es más que una sutil máscara, una especie de pretexto para esconder el mensaje o la real intención.

Yo no había meditado en cuál pudiera ser el espíritu central de la novela por excelencia, aquella que es considerada no sólo como la más destacada entre las escritas en habla hispana, sino como el paradigma y obra cimera de la literatura universal, la historia del "Don Quijote de la Mancha". Es probable que nadie se haya anticipado a la propuesta de Bloom: la de que El Quijote no es la historia de un alucinado que había leído demasiados libros de caballería y que anduvo empeñado en realizar un periplo lleno de hazañas y demenciales aventuras; tampoco un empecinado itinerario de gestas y más vicisitudes que surgen de la fortuna o de las calenturientas fiebres a que puede someternos la sinrazón.

El Quijote, simple y llanamente, es la historia de la amistad entre dos hombres, dos tipos que saben escucharse, que se quieren y, además, se admiran entre sí, que saben respetarse con reciprocidad. El Quijote es la historia de dos amigos que se saben distintos y que se proponen acompañarse para enfrentar riesgos y aventuras, reales o inventadas, para "desfacer" agravios y entuertos, es decir peligros y amenazas, producidos por fuerza de las circunstancias o por aquellos predicamentos en los que nos involucra nuestra propia y traicionera imaginación.

Para Alonso Quijano "el toque está en desatinar sin motivo"; lo que equivaldría a decir que la gracia está en hacer locuras o travesuras sin razones que las justifiquen (bien decía un viejo amigo mío de profesión, que "lo lindo de la vida son los excesos"...). Sería una manera de que sólo así Dulcinea entienda que "si ello puede hacerse en seco, qué cosas no podrían hacerse cuando en mojado?" Bloom subraya que "aunque en el Quijote pasa prácticamente todo lo que puede pasar, lo más importante son las conversaciones que Sancho y Don Quijote no cesan de mantener”... Por ello es que "aun en los momentos más feroces, ambos practican una cortesía inquebrantable, y escuchándose aprenden constantemente. Y al escuchar cambian."

Sostiene Bloom, aunque discrepo, que siempre hay algo equívoco en la amistad entre dos hombres; que, por lo mismo, esa amistad es imposible de concretar. Cree él que no existe, en cambio, tal limitación en la amistad entre las mujeres. Mas, siguiendo su propio discurso yo interpreto que cualquier relación es factible, en la medida de que exista vocación de escucha, simpatía o afecto, y mutua atención a lo que es valioso y prioritario en los valores de los otros.

Este sería el gran mérito cervantino, según Bloom, el retrato de "dos almas excepcionales que se escuchan, se aman y se respetan mutuamente". Mientras tanto, nosotros "aprendemos a encariñarnos con ambos personajes y, a través de ello, a conocernos a nosotros mismos". A fin de cuentas, todos tenemos algo de Quijotes, pero algo tenemos
también del humilde Sancho...

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