28 enero 2018

Una cornucopia de nostalgias

Pocos días atrás había recibido una llamada de Nelson Maldonado para decirme que quería entrevistarme. “Estoy en una nueva radio -me comentó- y la estamos rompiendo”. “Quiero saber si podría contar contigo para invitarte al programa la próxima semana”. Estaba yo saliendo para Esmeraldas al día siguiente, para estar presente en una diligencia personal; y, aunque suponía que la gestión habría de tomar solo un par de horas, no estaba seguro si cualquier cambio, por insignificante que fuera, habría de cambiar la programación que tenía anticipada. “Llámame el miércoles -le contesté- y entonces te confirmo cuándo podríamos hacerlo”.

Así que, lo dejamos para el día siguiente. Había pasado algún tiempo desde la última vez que me habían entrevistado. Siempre me ha llamado la atención esa voz cavernosa y de timbre un tanto metálico con que uno se escucha a sí mismo cuando después revisa las grabaciones de radio o televisión. He resuelto que el fenómeno sucede porque uno posee su propia caja de resonancia, lo que hace que uno termine por escucharse con una voz diferente a cómo nos escuchan los demás. En cuanto a la “performance” no siempre depende de uno mismo; esto, en gran parte, tiene que ver con el interlocutor, quien es, a la final, y con el ritmo que propicia o establece, quien permite u obstaculiza la calidad de la exposición que se pretende realizar.

“Prepárate unas cuatro anécdotas” me había sugerido Nelson, un larguirucho personaje de voz acompasada a quien había conocido años atrás como padre de un compañero de uno de mis hijos. Es Nelson un gran pianista y un hombre enamorado de los tesoros arquitectónicos coloniales que tiene nuestra ciudad. Con él, alguna vez compartimos el directorio de la fundación Colegio Americano de Quito. Para decir verdad, nunca pensé que quienes escuchan su programa pudieran encontrar interesante lo que pudiera contar un piloto retirado.

Empezamos hablando del miedo, del miedo a volar; y Nelson confesó que padecía desde muchacho de pánico a montarse en los aviones. Le comenté que este era como creer en un Ser Superior, que crees o no crees, y ya no depende de ti. Todos tenemos miedo a algo en la vida, expresé, unos a las alturas, otros a la oscuridad; y hasta quienes dicen no tener miedo a nada, terminan por tener pavor a sentir la posibilidad de tener miedo. Yo mismo, que de niño tenía miedo a caminar por la cornisa en la casa de mi abuela, nunca me hubiera imaginado que terminaría convertido en piloto y ejercitando un oficio que me mantendría alejado del suelo.

El programa tuvo una duración de dos horas. Es tal su estructura, que permite que la gente que escucha aporte con variadas como interesantes preguntas y que el entrevistado termine provocando nuevas inquietudes que, poco a poco, lo van involucrando en una variedad de temas que lo van animando a hablar de “lo humano y lo divino”. De pronto, uno ya no está hablando solo de aviones y periplos; empieza a divagar acerca de sus opiniones y experiencias, y decide aportar con inéditas reflexiones que lo van llevando, a su vez, por senderos y vericuetos insospechados e imprevistos. Así, y de golpe, los recuerdos se confunden con la nostalgia.

Estoy consciente, y en la entrevista lo repetí un par de veces, que tanto como piloto como persona no me distingue ningún merecimiento, que entendía que me habían invitado para que hablase de una actividad que despertaba la curiosidad en los demás; pero que, como profesional o como ser humano, tan solo había tenido la fortuna de ejercitar una maravillosa profesión que me dio la oportunidad de desempeñar un oficio que me llevó por todos los confines de la tierra. Volar es como un entretenimiento lúdico manifesté, un juego entretenido y formidable qué hay que desempeñarlo con responsabilidad y con enorme compromiso.

Hablamos de ciertas maniobras, de momentos críticos, del error humano, de los accidentes de aviación (qué curioso, la palabra “aviatorio” no está reconocida en el diccionario), de mis propias experiencias; de cómo reaccionar en los momentos de tensión, de cómo aplicar el entrenamiento y la experiencia. También coincidimos en la necesidad de enfrentar los momentos críticos sin atolondrarnos ni apurarnos; recordé una frase de antología, la de un querido amigo golfista que suele repetir que “solo se apuran los ladrones y los malos toreros”... Y así, sin apurarnos, concluimos el programa en medio de más anécdotas y más nostalgia.

Lo que vino después fueron las consideraciones de parientes y amigos que me comentaban que habían disfrutado del programa, que apreciaban la forma sencilla con que había respondido y transmitido mi mensaje; y que me manifestaban -quién lo hubiera creído- que me había sabido comunicar con cierta facilidad con mi cautiva audiencia (cuento esto no sin cierto pudor, exento de toda vanidad). Lo cierto es que quedó mucho de tinta en el tintero. Y, como concluyó Nelson, ya habrá oportunidad para prolongar la experiencia...

Share/Bookmark

19 enero 2018

Aprobar o autorizar

Me hubiera parecido que aprobar algo o autorizarlo eran una sola y misma cosa; pero, eh aquí, que no necesariamente. Se me había ocurrido que hay instancias administrativas en las cuales alguien aprueba alguna decisión, acción, resolución o procedimiento, y luego viene otra persona, de más alta jerarquía, revisa lo aprobado y autoriza lo que antes algún funcionario inferior habría dado su aprobación para que continúe su proceso. Mas, sucede que no siempre hay tal, no siempre es así; hay veces en que el funcionario inferior autoriza, y luego viene el de mayor nivel y es él el que aprueba lo ya autorizado por su subalterno.

Eso es lo que sucede en la empresa donde por algo más de dos meses presto actualmente mis servicios (he regresado a la posición administrativa que había dejado un año y medio atrás). Trátase de una empresa petrolera donde dirijo su departamento de aviación y tengo a mi cargo la transportación aérea de su personal hacia los campamentos donde se produce la actividad operativa; más exactamente hacia ciertos lugares en la selva del Oriente ecuatoriano. Es aquí, en esta empresa, donde he aprendido qué hay veces que se solicita mi autorización, y autorizo, pero viene alguien con más rango y responsabilidad que yo y aprueba lo que yo ya había autorizado... ¡Qué confusión!, a veces apruebo y otras autorizo...

Medito en esta curiosa o contradictoria dicotomía mientras reflexiono en porqué es que ocurren, y siguen ocurriendo, tantos accidentes de tránsito. Sugiero, como es lógico, que estos ocurren, y no dejan de ocurrir, por una variedad enorme de razones. Me he propuesto mencionarlas para, una vez intentado ese somero diagnóstico, tratar de sugerir métodos y conductas que nos permitan avizorar una pequeña reducción de estos estúpidos accidentes, que producen no solo pérdidas cuantiosas en lo económico, sino, lo que es más preocupante y triste, la pérdida de vidas valiosas por una serie de ridículos e incomprensibles motivos.

Es conveniente anticipar que este ligero análisis está relacionado principalmente con el tránsito que se desplaza en las vías de mayor velocidad; en nuestro medio a veces mal identificadas como “autopistas”, vías que, por lo general, no tienen o soportan cruces transversales, pero que distan mucho de poseer las características que en otras latitudes hacen tan convenientes y especiales a los “freeways”.

Encuentro entre las principales razones o motivos para los accidentes de tránsito a los siguientes:

  • Exceso de velocidad, que demuestra una actitud díscola e indócil de quienes conducen.
  • Imprudencia. Lo cual refleja no solo falta propia de precaución, sino -ante todo- un cierto desprecio por la posibilidad de los errores que se producen por la impericia ajena.
  • Falta de previsión, a menudo por falta de atención o motivada por las distracciones que pudieran ser ocasionadas por el mismo tránsito.
  • Tratar de recuperar el tiempo cuando vamos tarde, expresada por aquella angustia por no atrasarnos que, a la larga, termina por descuidar los riesgos que están escondidos.
  • No anunciar debidamente el cambio de carril: se ha ido imponiendo una cultura de desprecio a quien ocupa un carril ajeno y se producen cambios inesperados sin la advertencia o permiso de quien es nuestro vecino. Claro que también hay una contrapartida: la actitud de quienes se sienten dueños de los carriles y no dan paso a quienes quieren cambiar el suyo o rebasarlos.
  • Manejar muy cerca del que va adelante. No existe una disciplina en ese sentido; sobre todo en términos de conservar una distancia equivalente a la longitud de un automóvil por cada quince kilómetros por hora, por ejemplo. Esto, ni siquiera es sugerido en los folletines en que se basan las pruebas de aptitud que se requiere aprobar para renovar la licencia de manejo.
  • Conducir muy lento o dejando inconvenientes espacios en el flujo, que obligan a otros conductores a realizar maniobras temerarias. En este aspecto, conducir muy lento puede ser tanto o más peligroso que conducir muy rápido.
  • Coches sin la revisión adecuada, luces defectuosas o frenos en mal estado.
  • Distracción con otros quehaceres o tareas. Uso desaprensivo e indiscriminado del teléfono celular. A ello se suma la moda de enviar mensajes de texto mientras se conduce en medio de un tránsito intenso y congestionado.
Todo esto se exacerba o amplifica con la presencia de lluvia y, obviamente, durante las horas pico. No de otra forma se comprende el porqué de que en esas horas, y con presencia de lluvia, existan tantos accidentes, muchos de ellos espeluznantes.

Al mencionar estas causas, hemos tomado únicamente en cuenta aquellas que tienen que ver con las costumbres o cultura de los conductores. Sin embargo, hace falta también revisar qué no están haciendo las autoridades o qué pudieran hacer los organismos de control para reducir el número de estos frecuentes accidentes:

  • Mejor control; esfuerzo obviamente restringido por la falta de personal y de recursos adecuados.
  • Instalar o implementar artilugios de reducción de velocidad, para forzar el límite de velocidad en los sectores más proclives a las colisiones.
  • Radares disuasivos para que los conductores traten de evitar las multas establecidas. Esto, lamentablemente, produce, a su vez, una cultura cínica y contraproducente: se reduce para pasar el control y luego se acelera en forma temeraria e imprudente.
  • Campañas de educación vial: hace falta insistir en buenas normas de conducción y cortesía. Un mensaje repetido cien veces va dejando una lección que va cambiando la idiosincrasia y los paradigmas.
  • Restringir el tránsito de camiones y otros vehículos pesados en horas de congestión. O prohibir su tránsito en ciertas horas inadecuadas. Punto.
Con todo esto, estimado lector, y sujeto a que contemos con su amable aprobación, quedamos atentos a que alguien reconozca esta preocupante condición, haga el correspondiente estudio e implemente medidas para que alguien se preocupe de autorizar las que fueren más efectivas. O, las apruebe... ¡aunque sea!

Share/Bookmark

07 enero 2018

De predios y depredaciones

La palabra “predio” viene del latín “praedium”, cuya etimología puede resultar controvertida o un tanto confusa. Mi traductor digital dice que la voz significa “finca”. Y digo controvertida porque, con la costumbre, que a fin de cuentas es la que convalida el significado de esos términos que conforman el lenguaje, dicho sentido parece que ha ido variando con el tiempo. Si antes quiso decir terreno o solar, hoy parece referirse a cualquier tipo de propiedad que tenga la característica de ser un inmueble (lo que no es mueble o que puede moverse). Así, en la actualidad, un predio puede ser también una casa, una oficina o un apartamento.

Es por ello que cuando hablamos de “predio rústico”, nos referimos normalmente a un terreno rural, que “queda fuera de las poblaciones (sugiere el diccionario), y que se ha dedicado a uso agrícola, pecuario o forestal
. Mal haríamos, por lo mismo, en catalogar -como predio rústico- a una casa o construcción que se encuentre fuera de las poblaciones. De acuerdo con el portal “Etimologías de Chile”, predio sería, más bien, un “término jurídico que se refiere a una propiedad con la suficiente entidad como para ser objeto de garantías económicas o cauciones”. El vocablo sería derivado de “praedis”, que significa “prenda en favor de un deudor”.

Sea lo que sea, el punto que quisiera comentar, es que hemos asistido en estos días a una situación inédita en la ciudad de Quito; se trata de una revisión excesiva y desconsiderada del monto de pago del Impuesto Predial que aportamos los habitantes de la capital. Como decíamos en días pasados, refiriéndonos a otro tema, nos ha parecido arbitrario y abusivo (aunque, en este caso particular, pudiera tener los visos de una decisión que presuma de legal). Según se conoce, el reajuste tendría una subida considerable: alrededor, en promedio, de un doscientos cincuenta por ciento (250%), cifra que excede lo que hubiese sido razonable, y que hubiese cumplido con la expectativa de buena parte de nuestra colectividad.

En el ánimo de tratar de entender las motivaciones y razonamientos de los principales directivos municipales, aunque nunca sería mi intención aquello de ejercer de “abogado del diablo” en asunto tan injusto y desproporcionado, quisiera reconocer que la ciudad vive momentos de difícil gestión edilicia, dados principalmente por la ingente construcción de su obra principal: el sistema subterráneo de transportación que aquí también se ha convenido en llamar con el nombre de Metro. Pero, el aspecto central de mi inquietud, es que este tipo de alzas y reajustes debe someterse a un proceso paulatino, poniendo como eje de consideración la capacidad adquisitiva de la población, la misma que debería tener acceso a un plan de pagos o cumplimiento que pudiera tener la característica de progresivo y gradual.

De otra parte, pudiera decirse que la generalidad de los quiteños ve sus calles mal pavimentadas, repletas de baches (léase cráteres), sus vías están descuidadas y desatendidas. Ellos reconocen que su sistema de transportación es todavía deficiente; sienten angustia y exasperación cuando comprueban la lenta y parsimoniosa movilidad del tránsito vehicular. En estos mismos días, han presenciado como la recolección adecuada de basura no ha funcionado ni con eficiencia ni tampoco con la debida puntualidad. Frente a todo ello, es sumamente difícil que vean estos ajustes con aceptación y sin renuencia.

Por tradición, tanto en Quito como en la mayoría de las principales ciudades del país, la imposición tributaria a la propiedad se ha basado siempre en un cálculo porcentual del verdadero valor comercial. De pronto, el municipio capitalino ha decidido utilizar un criterio que no va ni con esa tradición, en materia impositiva, ni con la capacidad de erogación y, sobre todo, con la posibilidad de una paulatina aceptación de nuevos valores de referencia, más aún si estos no gozan de la justificación y adecuada explicación que era de esperar.

Hay en el idioma inglés una palabra parecida a la de predio. Se trata del término “predator” que quiere decir depredador. Bien es sabido que donde existe un depredador tiene que existir una presa. Claro está que se trata de dos voces con raíces etimológicas y sentidos distintos; sin embargo, eso es lo que sienten ahora los ciudadanos, cuando no se toman las decisiones con moderación y siguiendo un adecuado proceso, que “lo toman o agarran por sorpresa”, en idéntica forma a como lo hace un saqueador, un pillastre o un bandolero…

Share/Bookmark

03 enero 2018

Inquietudes aeroportuarias

No quisiera caer en la pretensión de llamar a esta entrada en forma similar a la que, en su columna de los días sábados, escribe en un rotativo local un distinguido economista a quien guardo particular estima. En ella él analiza, con objetiva lucidez y desde una perspectiva económico-política, la controvertida situación del país; la titula "Inquietudes nacionales". Nada, más alejado de dicha intención. Sin embargo, de cuando en vez, he de procurar hacer un breve análisis de algunos asuntos que pueden revisarse; o, he de proponer alternativas a diferentes situaciones del aeropuerto capitalino que merecen atención. Eh aquí unas pocas:

No voy a mencionar el nombre de la institución, en este caso se trata de un prestigioso banco capitalino que no está dando, en el terminal aéreo, el servicio y tratamiento al que nos ha acostumbrado. Se da, en su agencia, la incómoda y negativa situación de que únicamente se ofrece una sola ventanilla de atención para los fastidiados clientes que concurren a realizar sus retiros y depósitos. Para colmo, el servicio es interrumpido a la hora del mediodía, evidentemente por la necesidad de satisfacer el almuerzo de su única dependiente. En apariencia existe espacio suficiente para re-diseñar aquella agencia bancaria. Solo hace falta un poquitín de consideración a los mal atendidos usuarios.

Pero, habiendo mencionado la falta del sentido de atención de la institución financiera a que hago referencia, hace falta reconocer una lamentable realidad, la misma que, a más de agravar la situación comentada, no hace sino reflejar la escasa consideración que los ciudadanos en general otorgan a sus congéneres. Resulta evidente, especialmente en días de pago salarial, que quienes hacen los depósitos, han recibido el encargo de sus propios colegas de trabajo de hacer por ellos los depósitos que no están en condición de efectuar por su cuenta, con lo que la congestión se incrementa en forma desconsiderada y lamentable.

Sin embargo, la mayor limitación que hoy enfrenta el terminal aéreo capitalino -desde el punto de vista de la comodidad del usuario- es la carencia de puestos de estacionamiento cubiertos; y, más que eso, de accesos también cubiertos hacia y desde las zonas de aparcamiento, que estén en condición de proteger a los visitantes del aeropuerto de las inclemencias del clima. Si el viento y el sol ya representan incomodidades suficientes, la presencia de la lluvia torna, la visita al aeropuerto, en una experiencia desagradable. Para empezar, no se entiende cómo se planificó y diseñó un aeropuerto, que pretende tener el membrete de moderno, con una falencia de este tipo, que se ha convertido en su mayor y más desatendida inconveniencia.

Efectivamente, no solo que los administradores del aeropuerto no parecen contar con un plan para solventar este inconveniente y proporcionar tal esencial servicio, sino que no han exigido al actual concesionario las provisiones en este sentido. Son de tal naturaleza las molestias que esto causa, sobre todo a los pasajeros y acompañantes que utilizan el terminal por corto tiempo, que resulta inadmisible que no se haya exigido que el concesionario no tenga un plan para aminorar y mitigar estas potenciales molestias. Es ya evidente que la principal carencia del terminal es la de un edificio de estacionamientos de varias plantas que sea cubierto y que se conecte fácilmente con el edificio terminal.

Esta situación ha ido creando un adicional inconveniente: los sitios de parqueo quedan cada vez más lejos del edificio terminal. Esta circunstancia, a su vez, obliga a los conductores, especialmente a los que lo utilizan por tiempo reducido, a buscar pequeños rincones que, pudiendo ser adecuados o aparentes, no están oficialmente reconocidos por el concesionario como sitios de estacionamiento. Y aquí viene lo inaceptable: en lugar de que se haya instalado rótulos disuasivos o señales en este sentido, se ha implementado un sistema de multas (?) que francamente nos parece arbitrario, abusivo e ilegal. Aquello de que se impregne, en forma antojadiza, un adhesivo de pésima calidad en la mitad del parabrisas, se convierte no sólo en un castigo desmesurado, sino en un potencial e irresponsable peligro.

Con referencia a la multa mencionada, habría que ver si un concesionario, es decir un explotador privado, está realmente en condición (o si tiene la atribución) de establecer multas pecuniarias que parecen haberse convertido en una estrategia comercial manejada como si se tratase de un adicional objetivo. Pienso que en lugar de estar patrullando el aeropuerto para aplicar una calcomanía de pésima calidad, bien haría la empresa contratista en instalar una caseta para pago en efectivo, que mucha falta hace en la zona de egreso de aquel mal protegido estacionamiento.

Share/Bookmark