“Nunca
he dicho que fuera fácil. La vida es compleja, contradictoria, burlona. Es,
sobre todo, indomable e irreductible. Intentar simplificarla y encerrarla
dentro de una cómoda cajita es caer en el dogma y el error”. Rosa Montero.
Antes no hacía falta suscribirse pero cierto día tuve que hacerlo o, no sé, simplemente lo hice. Probablemente eché mano de alguna promoción; pero lo cierto es que un buen día (solo es un decir) me cambiaron la cotización y subieron el costo; así, de pronto y sin consultarme. Lo importante es que disfruto de su lectura “y punto” (como diría mi mujer). Estoy persuadido de que tanto su formato como su temática me permiten entretenerme y buscar puntos de coincidencia e inspiración. La lectura muchas veces constituye una posibilidad alternativa, nos hace sumergirnos –sin que siquiera nos demos cuenta– en otra realidad. Nos hace vivir otra vida más: una vida paralela.
Lo que cuenta es que estoy suscrito, ya por unos tres años, a El País de España y, aunque siento que ya no escriben para ese medio ciertos autores; o que algunos que todavía lo hacen se han ido tornando predecibles; o que no siempre encuentro información respecto a lo que estoy interesado, me gusta el periódico y sigo creyendo que es una de las buenas alternativas que tuve para escoger y que sigo teniendo. Todo ello a pesar de que encuentro muy sesgados muchos de sus artículos relacionados con contenidos que se refieren a la política de “mi país”, los mismos que, en su inmensa mayoría, no representan ni el criterio mayoritario de mis conciudadanos ni, tampoco, la realidad de lo que se expone. En fin, todo el mundo tiene derecho a pensar lo que le parezca; nadie está obligado a ser neutral (la pura neutralidad no existe), solo aspiro a que todos tratemos de ser, cada vez, un poco más objetivos.
Leo ese periódico digital en forma cotidiana; disfruto revisando los distintos temas que me interesan y estoy, día a día, pendiente de lo que escriben –o se les ocurre a– mis columnistas preferidos (¿hay alguna diferencia entre preferido y favorito; o, qué tal entre preferido y predilecto?). Y, a propósito de favoritos, hoy nomás revisaba una mini columna que mantiene ese genial escritor que es Juan José Millás; en ella, él analiza el escondido (o, imaginado) sentido de una determinada fotografía y trata de dar una interpretación alterativa de una toma. Esta vez la imagen hacía referencia al comedor de uno de esos mastodónticos transatlánticos o buques de turismo que, según los ecologistas, van hoy por los mares del Planeta contaminándolo todo…
Al hacer la descripción de ese cerrado como opíparo ambiente, Millás lo compara con una jaula de oro, similar a la que usamos para mantener en cautiverio a uno de esos desgraciados ratoncitos, a los que nuestra inutilidad lingüística insiste en llamarlos “hámsters”, y creo que conjetura que ¿qué sucedería si en la realidad seríamos nosotros los cautivos y los roedores nuestros dadivosos alimentadores?… Mi lectura nunca termina con el texto; salto, como es mi costumbre, a los comentarios de los lectores y encuentro que alguien compara esos refectorios (ahora exacerbados por la novelería y el esnobismo) con lo que han pasado a convertirse las modernas redes sociales que nos mantienen cautivos. Y sugiere, quien comenta, que en lugar de “encerrarnos” y dejarnos enajenar por esos sitios de cautiverio, deberíamos dejarnos acompañar por la lectura de un interesante libro…
Pero entonces, decido ser justo y medito, a la vez, en si esa sugerida lectura no terminaría, también, en otro lugar de aislamiento (uno escogido libremente, pero a la final eso mismo: otro medio de aislamiento); y si, a la hora de ejercitar nuestro libre albedrío, lo que realmente importa no es hacer lo que de verdad nos entretiene y lo que más disfrutamos… Es cuando salto a la columna de Rosa Montero (favor releer el epígrafe inicial) y me topo con esa frase tan humana como sugestiva: “Intentar simplificarla (se refiere a la complejidad de la vida) y encerrarla dentro de una cómoda cajita es caer en el dogma y el error”… y resuelvo que: qué llevadero (o más fácil) sería el mundo si tendríamos la sabiduría (¿la valentía?) de mirar la vida con ojos nuevos, si optáramos por respetar las opciones ajenas y diéramos paso a la tolerancia... si supiésemos optar por una sincera aceptación de la mundana diversidad…
Sí, hoy, más que nunca, la vida es un llamado a la empatía, a hacer un esfuerzo para hablar con un poco más de tino; y, en la medida de lo posible, con un poquito más de sabia, aunque esforzada, inteligencia… De veras, creo que hay que intentarlo. Bien vale la pena…
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