18 abril 2025

Una madrugada incierta

Es la madrugada del 13 de abril, domingo de Ramos y, a su vez, día de elecciones, día del ‘balotaje’ (evento que definirá el ganador para la presidencia de la República). Me siento algo estropeado, pienso que pudiera ser la ronda de golf que jugué el día anterior, no he caído todavía en cuenta que el malestar pudiera ser consecuencia de un virus que he contraído por accidente… Pienso en el posible resultado electoral y advierto un extraño hermetismo; reparo, con vaga incertidumbre, en el mutismo del candidato-presidente y de su equipo de gobierno. Reflexiono en sus seguidores (algunos inoculados ya por la ceguera del fanatismo).

No sé por quién votar… Más bien dicho: sé por quién NO debo hacerlo; pero hay algo en mi interior, en mi cándida conciencia que me tienta, que me hace dudar, ella sabe que he estado a punto de coquetear con la posibilidad de votar en blanco. Me ha decepcionado el manejo de Noboa y los argumentos que ha aplicado para soslayar a su vicepresidente; percibo que sus asesores se apoyaron en sofismas amañados, sin fundamento jurídico: una lamentable chapucería… Y hay algo que todavía me desanima: es esa ausencia de un fervor que contagie, esa carencia que puede erosionar su gobierno con el paso del tiempo. Si gana, debería consolidar su apoyo legislativo; tendría una oportunidad única para efectuar las reformas que el país necesita.

 

Por eso… sería la mejor opción o, quizá, la única. Ellos (los correístas) vienen a emular a Proust (no solo en la búsqueda sino en el desquite por el tiempo perdido). Con el ejemplo de Maduro, se quedarían en el poder por un tiempo impredecible: “su” democracia es solo un pretexto. Desconocen que esa entelequia exige rendir cuentas, que no transige ante la corrupción, que tarde o temprano les perseguirá y les morderá el trasero. Me invade, a la vez, una preocupante desconfianza en el sistema electoral; lo percibo frágil, vulnerable, supeditado a las presiones y a los devaneos del poder. Existen demasiadas artimañas, demasiados trucos y manoseos…

 

Pero, no me he levantado todavía… Es cuando me incorporo y me pongo a revisar lo que dice la prensa internacional. Encuentro un artículo en El País de España (está escrito por Federico Rivas y Carolina Mella, de tendencia izquierdista), habla de que Ecuador está abocado a escoger entre dos modelos de país distintos –y quizá antagónicos–. Sugiere el escrito que todo se circunscribe a apostar ya sea por el poder económico o por el “poder social”. En su visión, esta última es el único derrotero. No han caído en cuenta que tal alternativa es tan solo una ficción, una que representaría (otra vez) el autoritarismo y la arbitrariedad, la intolerancia y la cooptación integral de los poderes, la corrupción y el retorno a un régimen de cinismo.

 

Mientras medito en que lo suyo sería para largo plazo (al menos 30 años, porque ya sabemos lo que pasará…), reflexiono en esa inédita inseguridad que se fue apoderando del país, y que ellos afirman que la van a arreglar “solo invirtiendo en educación, salud y bienestar”. Se me hace inevitable discrepar con los autores, a pesar de que sus fuentes sostienen que hemos pasado de ser “una isla de paz” a ser el país más violento de América Latina. En efecto, de acuerdo con la investigación de un experto académico, existen hoy 38 muertes violentas por cada 100.000 habitantes (pudieran subir a 48). Aunque, aun así, el correísmo propicia la vuelta de los militares a sus cuarteles; tan simplista es su visión que la solución es educación y nuevos subsidios.

 

En medio del momento, el presidente ha vuelto a decretar un nuevo “estado de excepción”. Hay una evidente incertidumbre en los resultados electorales; predomina un temor que va a influir en las preferencias de voto: es el riesgo, y miedo consecuente, de caer nuevamente en una inminente deriva autoritaria y la posibilidad de que terminemos como Venezuela. Pero, ¿es esa una real amenaza o es solo un temor infundado? Los resultados dirán si la advertencia prosperó… En tiempos así de convulsos la gente no sabe qué partido tomar; la insistencia en las proclamas hace temer que puedan no existir –en ambos lados– propósitos sinceros; se percibe que priman la codicia, la vanidad y el personalismo. En ese esquema, no prevalecen ni la razón ni la sabiduría: campean la ignorancia, el culto a la personalidad, la improvisación.

 

Miro con la perspectiva del tiempo: un triunfo de la otra opción significaría que habríamos perdido toda una generación para retomar la institucionalidad, obligaría a que pase otro cuarto de siglo para poder intentarlo de nuevo… No dejará de ser una ironía que, más tarde, la perdedora hablará del “fraude más grotesco de la historia”, cuando ha sido su partido el paradigma de actuar sin honestidad y de gobernar con el más impúdico autoritarismo.

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