20 junio 2025

Como un ventarrón...

Soy católico, uno de esos que de rato en rato hacen la señal de la Cruz… Ello me recuerda que dicha señal es una profesión de fe. Fe en la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fe en la Creación, la Redención, y fe en la Gracia y Sabiduría divinas. El Gloria fue una de las primeras plegarias que aprendí: ella menciona al Espíritu Santo. Más tarde, en una Palestra, aprendí a invocarlo: Ven Espíritu Santo / Ven a darnos tu gracia / Ven a darnos tu luz…

Pero… hay momentos en mi vida que –aunque sienta que así llamamos, con ese nombre, a la Gracia Divina, al “aliento de vida”, a la Santa Sabiduría– yo no vea necesario que en esa forma (tan irreverente y quizá inconsciente) hayamos compartimentado a Dios en “tres personas distintas en un solo Dios Verdadero”… La Biblia hebrea no menciona al Espíritu Santo; lo menciona el Nuevo Testamento (en las Epístolas y Hechos de los Apóstoles) en el día de Pentecostés. Esta era para los judíos una fiesta para celebrar el quincuagésimo día posterior a las cosechas. Para los cristianos representaría la venida del Espíritu Santo, 50 días después de la Resurrección.

 

Dicen las Escrituras que mientras los Apóstoles y la Virgen estaban reunidos, un viento muy fuerte azotó el lugar; de golpe, todos parecían tener una lengua de fuego sobre sus cabezas y, como si tratase de un milagro, todos hablaban en diferentes idiomas, aunque podían entenderse. Parece que no estaban solos: había ahí un centenar de testigos. Es curioso, la palabra viento en griego (pnéuma) expresa también otros conceptos: espíritu y aliento (de vida).

 

En los primeros siglos existieron muchas discrepancias en el aspecto doctrinal. Fue entonces importante tomar en cuenta el criterio de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Hasta el fin de la persecución romana (año 313), las “triadas” de la mitología pudieron haber influido con el carácter místico que implicaba el número tres. Después de ello, la labor teológica de refutar errores respecto a Dios y a Cristo mantendría ocupada a la Iglesia durante los primeros concilios. La palabra “Trinidad“ se habría arraigado recién hacia fines del siglo II; de ese modo, el término griego trias ya se usaba en el año 180. Teófilo de Antioquía lo explicaba en el año 215 d.C. con estas palabras: “la Trinidad se compone de Dios (el Padre), el Verbo (Logos) y la Sabiduría (Sophia)”.

 

La fórmula se afincó con el paso del tiempo y fue establecida definitivamente en el siglo IV. La resolución del Concilio de Nicea (325) sostenida, con mínimos cambios, por las principales denominaciones cristianas, había consistido en afirmar que el Hijo era consustancial (ὁμοούσιον, homousion, ‘misma sustancia’) al Padre. Esta fórmula sería revisada y la Iglesia pasó por una sucesión de conflictos hasta que el Credo de Nicea fue confirmado en el I Concilio de Constantinopla (381) que acordó que el Espíritu Santo también sería glorificado junto con el Padre y el Hijo.

 

Pero aún hay algo más: a finales del siglo VI algunas Iglesias latinas agregaron las palabras "y del Hijo" (cláusula Filioque) en la descripción de la llamada “procesión” del Espíritu Santo, ya que esas palabras no habían sido incluidas en el texto de los concilios previos. De esta manera, recién se incorporaron en la liturgia de Roma en el año 1014. Con el tiempo, esta nueva cláusula se convertiría en una de las principales causas del Cisma de Oriente y Occidente (año 1054), y del fracaso de posteriores intentos de unificación. Sin embargo, el Credo de Nicea ya incluyó esa cláusula (que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo), lo cual no fue aceptado por los ortodoxos, quienes creen que solo procede del Padre. 

 

Para colmo, en el IV Concilio de Letrán (1215) se conoció, y debatió, el que un escriba “bien intencionado” habría incluido una frase, de su aparente invención, en una traducción de la Septuaginta griega a la Vulgata latina, con la finalidad de respaldar el dogma de la Santísima Trinidad... Al final, se aceptó la frase: "El Padre engendra, el Hijo es engendrado, y el Espíritu Santo 'procede', pues son consustanciales”.

 

Pasado el tiempo, Erasmo –encargado de revisar las traducciones de la Biblia– concluyó que dicha frase no existía en las versiones originales griegas y que, por tanto, no se ceñía a lo establecido en el Canon. A pesar de ello, un teólogo español disputó su hallazgo. Más tarde, Erasmo ofreció retractarse –e incluir la frase– si se demostraba que esta ya existía en esas versiones. Así, la frase fue reinsertada y sirvió de apoyo para que fuera incluida en la versión Reina-Valera que la usó posteriormente. No obstante, nunca se le ocurrió a Erasmo asegurarse de si esa (supuesta) versión no era, a su vez, tan solo una traducción reversa de otra de la Vulgata latina… En cuanto a mis dudas, bien sé que: “la herejía es pecado de soberbia”; aunque el error involuntario no nos convierte en herejes, y que tan solo lo hace “la negativa a aceptar un dogma establecido por la Iglesia”…

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