03 junio 2025

Que para qué leemos

Enfoquemos la pregunta (o, más bien, el aserto, ya que no he usado signos de interrogación). No digo “por qué”, en cuyo caso la respuesta pudiera ser algo más simple, como: porque nos gusta, porque tenemos la costumbre, porque entretiene, porque queremos utilizar mejor el tiempo. Pero leemos “para” cumplir con otros objetivos, como seguir una historia interesante, proporcionarnos un reto a nuestra cultura o imaginación, “vivir” una historia o argumento desde la perspectiva de otro (el autor), para descubrir formas más bellas o diferentes de decir, para encontrar nuevas ideas o argumentos en la vida, para reflexionar en temas diferentes; o, simplemente, para estimular nuestras inquietudes y procurar puntos de inspiración.

Pero, pudieran haber otros objetivos. Como serían: no sentirnos solos o sentirnos ocupados; o para hacer un uso del tiempo que nos haga sentir pendientes o distraídos con algo; para descubrir otras formas de contar una trama; para explorar nuevas técnicas, construir un argumento, conocer autores y obras nuevas; o tratar de entender el desarrollo y los recursos que se van utilizado en la literatura, para satisfacer el afán autodidacta de suplir la limitada información que nos dieron en el colegio. En suma: para tratar de ser más cultos… O quizá leamos para ayudarnos a disimular nuestra ignorancia y revelar que algo conocemos.

 

Lo hacemos también como una forma de compensación: reconocemos que nos interesa el pensamiento ajeno pero encontramos que hoy existe un exceso de ‘columnismo’ político. Algunos también lo hacemos para administrar mejor el tiempo y disfrutar mejor de nuestra edad (es el caso de quienes ya vivimos la vejez). Alguien dijo que en esa edad, en la senectud, hay misterio y confusión; así tendremos que: si soportamos mucha confusión nos sentiremos menos inquietos; si enfrentamos demasiados misterios, estaremos impelidos a tratarlos de resolver…

 

He dicho más arriba que “más cultos”, pero aquello pudiera constituir algo subjetivo, pudiera ser la impresión que uno puede o no puede causar. Lo ideal sería ser (no parecer) más sabio. Y ser sabio no es solo “saber más”, es ante todo saberse apoyar en lo que se aprende, en la acumulación de lo que se sabe, para aplicar mejor nuestra inteligencia. Esa sería la mejor, si no la única, manera de enfrentarnos a nuestros nuevos desafíos y de solucionar nuestros problemas, para contrarrestar así, las vicisitudes e imponderables que tiene la existencia. La buena lectura es un talismán: tiene el sortilegio de convertir lo cotidiano en excepcional.

 

Uno aprende que disfruta más cuando vive con pasión, pero la vida no solo es pasión, ni siempre nos da motivos para sentirla. Ahí es donde puede intervenir, como sucede en otras entretenciones, la literatura. Es curioso, ya que lo menciono, el sentido que tiene esa voz, la palabra “entretención”, que parecería sugerir –aunque no implique– que es lo que está en medio de dos tensiones (a pesar de la discrepante presencia de la ‘ese’ en su ortografía).

 

Alguien me dirá que para lo que he elegido como razón o propósito para la lectura, bastaría con el cine y aun con aquellos mini-videos que nos traen las redes sociales… “Con el cine pudiéramos hacer en dos horas lo que leyendo nos tomaría una semana” (o cincuenta horas de lectura), me dirán. Y, en cuanto a las redes, pudiéramos conseguir con ellas similares beneficios en cuestión de minutos… Yo les diría que no. Y no que no estoy muy seguro de ello, sino radicalmente que no. Soy de los que creen que la lectura es un placer puramente distinto, que se ejercita teniendo total y privativo control sobre su “tempo”. Nos detenemos para saborear una frase o una expresión que nos gusta, para aclarar un episodio o para plantearse un determinado silogismo. En los libros hay silencios (espacios) que permiten procesar ya sea el súbito giro de un episodio o la propuesta de un argumento. Leer es algo más que seguir unos renglones: es una invitación a la reflexión, una provocación continua…


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