Sin embargo, el diccionario define “lamprear” como algo distinto: “Componer o guisar una vianda, friéndola o asándola primero, y cociéndola después en vino o agua con azúcar o miel y especia fina, a lo cual se añade un poco de agrio al tiempo de servirla”. Nótese que no hace referencia al sabor opuesto de tales ingredientes (dulce y salado), sino más bien al método de preparación -se debe asar o freír, primero, y luego cocer añadiendo ciertos aderezos específicos-; y se entiende, además, que en el resultado se ha de combinar lo dulce con lo amargo.
Y esto es lo que nos pasa cuando hacemos revisiones, que -aunque caemos en cuenta un poco tarde- advertimos que hemos incurrido en el mismo error con relativa e insistente frecuencia. Recién he terminado de leer una novela nacional, por ejemplo, en la que se insiste en un sinnúmero de “aun”, en el sentido de “todavía”, escritos sin tilde, como si se los quisiera utilizar con el sentido de incluso o inclusive; o de siquiera (como en “ni aun”). Pero, en el ánimo de no tomarme yo mismo muy en serio, he resuelto que este tipo de incidentes pueden suceder a cualquiera, inclusive a quienes tratan de ser un poco más cuidadosos; no se diga a quienes hacemos esfuerzos por conseguir resultados más modestos.
Así es como he caído de golpe en la cuenta (y por propia cuenta) que he venido escribiendo la locución adverbial “sobre todo” como si fuese una sola palabra. Desde luego que, en la forma como yo la he utilizado, no se ha prestado a ningún tipo de confusión o anfibología, con la consecuencia inconveniente de provocar varias interpretaciones; lo he estado haciendo simplemente cometiendo un error ortográfico porque escrita así -como una sola palabra- significa una “prenda de vestir ancha, larga y con mangas, en general más ligera que el gabán, que se lleva sobre el traje ordinario”. Lo que en América llamamos abrigo o impermeable…
Al contrario de lo que pudiese esperarse, este tipo de “gazapos” resultan en nuestros días un tanto inevitables. Y esto, precisamente ahora cuando se dispone de programas de corrección en los ordenadores. Una palabra puede estar mal escrita; sin embargo, no es debidamente detectada si así, mal escrita como está, adquiere un significado distinto. En este sentido, los computadores, no solo que no resultan infalibles; sino que pueden amplificar los no deseados defectos.
No es agradable cuando encontramos que hemos venido cometiendo -con cierta asiduidad- los mismos errores; por fortuna nuestras herramientas de redacción cuentan hoy en día con recursos que permiten corregir con cierta facilidad este tipo de indeseadas imperfecciones. Esto “sobre todo” si tenemos la paciencia de efectuar revisiones ocasionales y de corregir estos descuidos y equivocaciones.
Jeddah, 10 de junio de 2013

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