06 mayo 2025

Una referencia al libre albedrío

Barrunto que así como llegamos a interesarnos en la literatura por mera casualidad, y no precisamente por que dispongamos de una cierta disposición, estoy también persuadido de que llegamos a interesarnos en un autor específico por pura serendipia, por un casual motivo. Para el caso del autor norteamericano John Steinbeck (1902-1968), me interesé en él, gracias a Chiquita, una mujer muy culta, profesora de literatura moderna y hermana de mi querida amiga Marcela Blomberg. Fue a ella a quien escuché referirse al escritor, como poseedor de un estilo que lo convertía en uno de los mejores autores estadounidenses. Pronunció ‘Shteinbeck’ quizá debido a la vocalización alemana del apellido original del escritor (Großsteinbeck).

Ya tenía leída La perla, una novela corta de Steinbeck, pero enseguida me preocupé, tan pronto como al día siguiente, de acudir a mi librería de viejo; así obtuve la obra que le haría merecedor al Nobel, Of mice and men (De ratones y hombres) que la adquirí en inglés; y Las uvas de la ira, novela que ha sido considerada como su obra más representativa. Fue entonces, ya animado por el carácter que estos trabajos tienen, que me propuse internarme en esa otra gran novela que es Al Este del Paraíso. Hoy me propongo traer a colación un interesante y conocido episodio bíblico que Steinbeck comenta en el Capítulo 22 de esa sugestiva obra.

 

Se trata de algo que persigue Samuel, uno de sus personajes: sabedor él de que Adam (Adán), uno de sus vecinos –hombre abandonado por su esposa– no ha dado todavía nombre a sus dos hijos recién nacidos (son mellizos), utiliza como sustento los 16 versículos de todo un Capítulo del Genesis para convencerlo de no postergar más ese inaplazable trámite. ¿No ha pensado en los primeros hijos que Adán tuvo?, le pregunta. “Caín quizá fuera el nombre más conocido que existe pero lo ha llevado una sola persona. Hay dos historias que nos obsesionan y persiguen desde el principio de los tiempos; el pecado original y Caín y Abel. Abel, quien no tuvo descendencia fue pastor de cabras y ovejas, pero Caín fue un labrador… Caín ofrendó al Señor de los frutos de la tierra, pero Abel escogió lo mejor de su ganado para agradarlo”…

 

Caín notó que su ofrenda no había agradado al Señor y anduvo resentido. “¿Por qué andas furioso y cabizbajo?, le preguntó el Señor. Si obras mal, el pecado estará agazapado a tu puerta, te acechará como una fiera y deberías dominarlo”. Fue entonces que Caín dijo a su hermano “Vamos al campo” y, cuando estuvieron ahí lo mató. Entonces el Señor preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano?“, y este respondió: No sé, ¿acaso soy guarda de mi hermano? Ante eso, dijo el Señor: “¿Qué has hecho? La sangre de Abel clama desde la tierra. Maldito serás. Cuando labres, la tiarra te negará sus frutos, andarás fugitivo y errante sobre la Tierra”. Dijo Caín: “grande es mi castigo, andaré fugitivo y errante, me arrojas de mis cultivos y cualquiera que me encuentre me matará”. “No, le respondió el Señor, si alguien te hace daño serás vengado siete veces” y le puso una señal para que nadie lo confundiera. Caín se refugió en Nod, al Este del Edén.

 

“Esto siempre me pareció una injusticia”, replicó entonces Adam (en la novela). “Ambos le ofrecieron lo mejor que producían. Jamás lo comprendí”. “La Biblia es un libro escrito para un pueblo de pastores, no de agricultores”, un criado aportó. “Es que Caín se sintió herido, Adam arguyó, y cuando un hombre se resiente, se trata de desfogar. Dios había puesto a Caín un estigma, Samuel añadió, pero no lo hizo para destruirlo sino para protegerlo. Y, como Abel nunca tuvo descendencia, bien pudiéramos ser no solo hijos de Adán, sino también de Caín”…

 

Más tarde, en el Capítulo 24, Steinbeck vuelve sobre el mismo tema. Esta vez se refiere a las diferentes versiones que tienen las traducciones bíblicas. Al hacerlo, compara dos de ellas y hace notar que aquel “deberías dominarlo” o “deberías saber dominarlo”, que emite Dios respecto al pecado, bien pudiera interpretarse no como una orden sino como una promesa… En efecto, la palabra hebrea “timshel” significa el condicional “pudieras”, lo que querría decir tanto pudieras hacerlo como también que no… En suma, haría referencia a la gran libertad que Dios dio al hombre, el libre albedrío, la facultad de poder escoger…

 

Ha sido también por pura casualidad, y también sin querer, que he pensado en otro Caín, la breve novela escrita por ese formidable autor que fuera José de Souza Saramago. En ella, el lusitano hace reflexiones parecidas a las comentadas; lo hace, a pesar de su condición de agnóstico, pues los temas de la religión y de la Biblia fueron parte de su formación familiar y constituyen esa impronta que, cual una sombra, marcaría sus creencias y sentido moral.


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