29 julio 2013

Disquisiciones perrunas

Quién lo hubiera dicho! Fue aquella una desgracia que me habría de marcar para toda la vida, fue lo que otros llaman un “turning point”! Desde ese momento, o desde que me sucedió aquél insólito episodio, puede decirse que todo adquirió un rumbo distinto; fue lo que los humanos llaman “una desgracia con felicidad”…

Todo comenzó aquella tarde que nos llevaron al parque y nos subieron en la parte de atrás de esa camioneta de cajón. Conducía el hijo de don Álvaro, que es un poco apresurado para manejar. Por eso, él no se ha de haber dado cuenta que estuvo tomando las curvas con exceso de velocidad. Me habían llevado a la peluquería esa misma mañana y ese es el motivo por el cual, como me habían cortado las uñas, no podía agarrarme para mantenerme en equilibrio e iba de un lado para el otro en ese maldito cajón. Así, cuando ya íbamos llegando al pueblo, lo que tenía que pasar pasó… dieron una curva brusca y me caí del balde, donde yo estaba con los demás perros, y fui a dar con mis greñas en la cuneta lateral!

El susto no me dio tiempo para nada; cuando traté de perseguir al auto que nos llevaba, yo estaba ya muy estropeado como para intentar esa proeza. El carro tomó raudo por un sendero sinuoso y, a pesar de mis esfuerzos, pronto se perdió en la distancia! Mis otros compañeros se pusieron a ladrar, pero me pareció que no lo hacían con el debido entusiasmo… Interpreté, sin embargo, que me dejaban un mensaje: “espérate nomás, que ya te vendremos a recoger”. Por eso me quedé a esperar, aunque nunca volvieron ni cuando se hizo la noche… Ahí, empezó a darme miedo porque otros vehículos seguían pasando a gran velocidad!

De pronto se hizo más oscuro y empecé a sentir un poco de hambre. A esas horas se me hacía evidente que no se habían dado cuenta que me había caído. Hoy, ya en retrospectiva, pienso que el hijo de don Álvaro no solo que jamás se habría dado cuenta que me había apeado, sino que habría creído que yo nunca me había subido con los demás perros, al momento de embarcarnos para ir al parque!

Yo seguí esperando, hasta que comenzaron a apagar las luces de esos almacenes donde se compra comida y otras cosas. En eso, se me acercaron unos muchachos que yo creí que me invitaban a subir a otro carro para llevarme de vuelta a casa. Debo confesar que me trataron con afecto; en seguida pude darme cuenta que no me llevaban a mi casa sino a otro barrio. No era que me habían raptado, pero creo que viéndome ahí en la calle, tan solo e indefenso, deben haber pensado que se habían encontrado con un perrito abandonado y les pareció normal llevarme a su casa y ofrecerme un nuevo hogar. Tenían ellos una tienda de abastos donde abundaban las golosinas, por lo que al principio -al menos- no me sentí tan mal.

Pero pasaron unos pocos días y fue cuando ya comencé a extrañar… Sentía nostalgia por mi amo, por cómo él me consentía y me mimaba, me rascaba en el cogote y me regalaba comida cuando yo le hacía caso y me ponía a girar. Yo hasta dormía en su cama y me ponía todo el tiempo a sus pies esperando que me llame por mi nombre y me invite a recostarme en su regazo. Fue cuando me agarró la depresión y hasta estuve a punto de lanzarme debajo de un camión… Entonces pasó lo que pasó; y no sé cómo fue que percibí aquel olorcito familiar y reconocí que la María, la empleada de don Álvaro, había estado justo caminando por ahí!

Así es cómo volví otra vez a mi primer hogar. Hoy le agradezco al cielo porque soy un caniche bien tratado. Tengo ya cuatro años, lo que en mi especie equivale a haber superado la pubertad. Tengo hasta una compañera! A veces don Álvaro no puede llevarme consigo; entonces me quedo solo en la casa, pero como él también me extraña, suele llamarme por teléfono, me dice “Pojque, Pojque” y no se queda tranquilo hasta que me escucha ladrar… Pobre don Álvaro, ha de llevar una vida de a perro! Dizque no puede ni concentrarse en su entretenimiento favorito sólo por estar pensando en mí; dicen sus amigos que pierde casi todos los partidos y comentan que él lo deja todo, con tal de venirme a acompañar…

Quito, julio 29 de 2013
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