24 septiembre 2024

El hablamierda en campaña *

 * Por Juan Gabriel Vásquez, escritor colombiano. Para El País (reeditado para satisfacer el formato de IN)

Lo primero que hice el miércoles, después del debate que enfrentó a Kamala Harris con Donald Trump, fue releer On Bullshit, de Harry Frankfurt. El autor es un profesor de filosofía moral que murió el año pasado, a sus 92 años, después de ver cómo su pequeño ensayo se convertía en una suerte de manual de instrucciones para nuestro momento político. On bullshit se publicó hace 20 años, pero empezó a leerse con atención bien entrado el siglo, y después, hacia el año 2016, con algo parecido al frenesí. En español se publicó con un título prudente: Sobre la charlatanería. Frankfurt dedica muchos párrafos a explorar la palabra bullshit, que se distingue de la mentira, el simple engaño y otras formas de la deshonestidad por la sugerencia escatológica: un bullshitter o hablamierda no sólo profiere falsedades, sino excrementos, lo más desechable del pensamiento, los desperdicios sin forma de la razón humana.

 

Donald Trump es un charlatán barato: en Estados Unidos es común compararlo con un vendedor de coches usados, oficio que —acaso injustamente— se ha convertido en una metáfora de la palabrería diseñada para engañar a otro y sacar provecho. El diccionario propone otras opciones como sinónimo de charlatán: embaucador, embustero. Pero ninguna tiene la fuerza ni la expresividad, ni tampoco la riqueza semántica, de este trozo de argot colombiano. Reconocemos al hablamierda no sólo porque diga mentiras, sino porque dice cualquier cosa; no porque sepa cuál es la verdad y quiera disfrazarla, sino porque no le importa la diferencia entre verdad y mentira: está dispuesto a decir hasta lo más ridículo e insensato, si eso es lo que necesita en un momento. Lo que lo distingue es, como escribe Frankfurt, “hacer aseveraciones sin poner atención a nada distinto de lo que le sirve decir en ese momento”.

 

Para quien conociera el ensayo de Frankfurt antes del martes, ha de haber sido muy difícil no recordarlo en varios momentos del debate. Donald Trump ha sido un proveedor generoso de instantáneas para la historia de la indignidad, el narcisismo, el infantilismo moral o la estupidez política, pero yo tengo para mí que se superó a sí mismo cuando, a medio debate, combinó los cuatro ingredientes anteriores para defenderse de una acusación que le dolió más que ninguna otra. En el curso del debate, Kamala Harris lo llamó delincuente convicto, mentiroso, inmoral; lo acusó de complicidad con los enemigos de Estados Unidos; recordó las acusaciones probadas de acoso sexual. Pero lo que realmente ofendió a Trump fue cuando ella comentó, en medio de una respuesta sobre la inmigración y los problemas de la frontera, que los asistentes a sus mítines —los de Trump— los abandonaban por cansancio o aburrimiento.

 

El espectáculo fue fascinante. “Déjeme que conteste a lo de los mítines”, le dijo al moderador como niño malcriado. “La gente no va a sus mítines, y a los que van los llevan en buses y les pagan”. En su pantalla, Harris dejaba que apareciera su sonrisa fantástica que quería decir muchas cosas, pero sobre todo una: “Es increíble, pero ha picado. Le he puesto una trampa infantil evidente y ha caído. Vamos a ver qué pasa”. Y lo que pasó fue que Trump se lanzó a un monólogo desquiciado que habría hecho las delicias de Ionesco o de Beckett, y que debo transcribir porque transcribir es poner orden, y esa es la ausencia más conspicua en los monólogos desquiciados de esa pobre cabeza caótica.

 

“La gente no se va de mis mítines”, dijo Trump. “La gente va. ¿Sabe por qué? Porque quiere recuperar su país. Y lo que está pasando aquí, vamos a terminar en la Tercera Guerra Mundial, para hablar de otro tema… Lo que le han hecho a nuestro país permitiendo la entrada de millones … Mire lo que está pasando en muchos pueblos… Muchos no quieren hablar de esto porque les da vergüenza. En Springfield se están comiendo a los perros, la gente que está llegando se come a los gatos… a las mascotas…. Esto está pasando en nuestro país, y es una vergüenza. En cuanto a los mítines… la razón por la que vienen es porque les gusta lo que digo. Ella está destruyendo este país, Y si es elegida, este país no tendrá ninguna oportunidad. No sólo de éxito. Terminará siendo Venezuela con esteroides”.

 

La sonrisa de Harris era impagable. Es la sonrisa divertida de quien ve al embaucador hundirse en su propio delirio. Las estadísticas del debate mostraron dos cifras reveladoras: una, Trump habló mucho más; dos, estuvo mucho más a la defensiva. La primera interesa, porque es elocuente. El hablamierda no es solamente artífice de una deshonestidad: es víctima de la necesidad de hablar. Las respuestas de un debate como el del martes deben cumplir con ciertos requisitos de tiempo, y el principal es no extenderse más allá del límite. A veces, los contendores tenían dos minutos; a veces, sólo uno. Cualquiera que haya debatido con seriedad, siguiendo las reglas y respetando las limitaciones, sabe lo difícil que es llenar el tiempo con ideas pertinentes y precisas: es decir, sin hablar mierda.

 

Vimos a Trump desesperado por llenar sus dos minutos, no conocía su material ni lo había estudiado, no tenía cifras ni datos concretos que defendieran sus posiciones; demasiadas veces tuvo que echar mano de las groseras herramientas de la charlatanería. Un ejemplo fueron las referencias falsas: se me acabó la paciencia escuchando las veces que a Trump “alguien” lo elogió, o “mucha gente” lo consideró el mejor, o “muchos líderes europeos” dijeron que lo respetaban, o “muchos economistas” lo elogiaron... Otro ejemplo fue la hipérbole innecesaria: él es incapaz de pronunciar una frase sin hablar de lo peor que le ha pasado al país en toda su historia, si habla de Harris; o de lo más grande que se ha hecho en el mundo, si habla de él mismo. Uno siente que le está tratando de vender un coche.

 

El hablamierda puede ser motivo de risa, y está bien que así sea. Riámonos de Trump, pero es peligroso. El charlatán (o hablamierda), dice Frankfurt, “no rechaza la autoridad de la verdad, como hace el mentiroso, oponiéndose a ella. Simplemente no le presta atención. En virtud de aquello, hablar mierda es más poderoso que decir mentiras”. Y nos quedan dos meses de eso, y los cuatro años que vienen. Eso, sin contar con los imitadores de medio mundo. Porque los hablamierda están por todas partes…


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