25 junio 2024

Egos y personalidades

Estuve viendo un programa deportivo en días pasados y escuché un par de conceptos –miren por dónde– que me parecieron muy interesantes. El programa consiste en un tipo de tertulia en la que se comentan y analizan asuntos que interesan a los aficionados del deporte; y, en vista de que su temática es netamente futbolera, se revisan los episodios y acontecimientos más destacados de esa disciplina. Le llaman al encuentro: “El chiringuito de jugones”.

 

El coloquio se transmite desde España y, como es lógico, solo participan periodistas españoles. Un chiringuito es en España un quiosco, una suerte de cabaña instalada en un espacio abierto, un lugar donde se expenden refrigerios y bebidas. Un ‘jugón’, de acuerdo con el diccionario, es una persona “que tiene especial habilidad o es muy diestra en el juego”. Desconozco si esos contertulios han sido previamente futbolistas, pero son –por lo que parece– gente con un sólido criterio, amplio conocimiento del balompié (equipos jugadores y torneos); a todo lo cual añaden evidente pasión y vivacidad en sus opiniones.

 

Pero hubo ahí, en una entrevista a un conocido y exitoso entrenador, algo que captó mi atención. Le preguntaron al invitado cómo gestionaba el ego que caracterizaba a sus famosos jugadores; individuos que, como se puede suponer, se saben reconocidos, son bien remunerados y se sienten imprescindibles, asunto que, en ocasiones, puede provocar la búsqueda de su propio lucimiento, en detrimento del desempeño del equipo. El entrevistado reconoció que no era lo mismo ego que personalidad; que el ego por sí mismo no era negativo (de hecho, todos lo tenemos), y que este es parte de la personalidad de todos los individuos. Declaró que no le importaban los egos inflados, en la medida en que estuvieran sustentados por una personalidad bien formada; y que el ego más bien podía ser beneficioso para el liderazgo del jugador y el éxito del conjunto; y que lo importante era que el jugador lo supiera controlar.

 

No soy un experto en psicología, no se diga en el comportamiento de personajes que pueden llegar a actuar cual auténticas “prima donnas”, como gente engreída, que –si ellos no tienen la madurez requerida para saber administrar su fama– pueden llegar a sentirse como el centro de atención de todo el mundo y convertirse en un elemento conflictivo… Pero, por lo mismo y justamente por mi carencia de un conocimiento especializado, nunca dejan de interesarme las cuestiones relacionadas con el tema. Me refiero a asuntos como: las diferencias entre ego y personalidad; a los distintos métodos o estrategias aplicadas para evitar que el ego se convierta en perjudicial para los objetivos grupales; y a cómo aprovechar en forma positiva el ego de ciertos jugadores para convertirlo en un liderazgo beneficioso para todo el equipo.

 

Y es que muchas veces el ego actúa como un escudo, como un mecanismo de protección que interviene para defendernos y validar nuestra autoestima; pero a veces puede también ejercer un impacto negativo y transformarse en una fuerza corrosiva y dominante. Así, el ego puede actuar como una máscara y convertirnos en personajes para que no mostremos lo que somos, sino solo lo que pretendemos ser, lo que queremos que los demás vean en nosotros... Entonces nos exhibimos como lo que quisiéramos ser, como lo que queremos ver en el espejo y hacemos que el ego se convierta en una falsa máscara social. “El ego –ha dicho el escritor Deepak Chopra– vive y se alimenta de nuestra dependencia en la aprobación ajena; el ego nos trata de controlar, pues busca y se ampara en el poder, porque se instala en el temor”…

 

De acuerdo con lo que he investigado, existen algunas sencillas fórmulas o estrategias para administrar en mejor forma nuestro ego y poderlo encauzar. Apunto unas pocas:

  • Aceptar nuestras debilidades y limitaciones, y no compararse constantemente con las demás personas (Aceptación);    
  • Prestar atención a nuestros sentimientos y emociones, y tratar de comprender sus respectivos acicates o motivaciones (Auto-reflexión);
  • Practicar la empatía con los demás (y con nosotros mismos), y comprender que todos tenemos nuestros propios problemas, luchas y desafíos (Empatía).
  • Cultivar una actitud de reconocimiento. Apreciar lo que hemos hecho con esfuerzo y lo que los demás tratan de hacer, sin estar obligados, por nosotros (Gratitud).
  • Mantener una actitud sin aspavientos, y no tomarnos muy en serio. Aprender a reírnos de nosotros mismos y a ser un poco más flexibles en nuestros puntos de vista (Humildad).



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