14 junio 2024

Ex libris

“Ex libris” es una expresión latina. Como se podrá inferir, está relacionada con los libros. Al inicio, no fue más que una marca, un sello inscrito en los libros o papiros para denotar su propiedad; de hecho, el ex libris más antiguo habría pertenecido a un faraón egipcio y tendría más de tres mil años de antigüedad. No olvidemos que entonces eran textos que se encontraban en pocas manos; a ellos solo tenían acceso los soberanos, los copistas o escribanos –por lo general monjes– y, quizá, unos pocos sabios, filósofos y hombres de ciencia que los cuidaban con mucho celo. Ex libris era una impronta para indicar pertenencia.

Antes de la invención de la imprenta, los libros tuvieron un carácter reservado; los copistas se encargaron de cuidarlos y preservarlos; de su oficio dependió en buena parte la transmisión del saber y la cultura. El empleo de estos distintivos fue una forma de advertencia: alertaba a los eventuales lectores inescrupulosos de los castigos o penalidades que se podrían esperar si se sustraían esos textos o se les daba un uso indebido. Esas alertas podían incluir maldiciones o simples amenazas y, en tratándose de textos religiosos o pertenecientes a las instituciones monásticas, incluso sanciones tan drásticas como la excomunión papal.

 

Pero además, y en el uso coloquial, la expresión pasó a adquirir un carácter figurativo. En algún momento se la empezó a utilizar para indicar que constituía un emblema, la “marca de fábrica”, algo que podía ser considerado como típico de una persona, institución o familia. Así, en una determinada dinastía, por ejemplo, si sus integrantes tenían las cejas muy pobladas o sus quijadas estaban signadas por el prognatismo, aquellos rasgos sobresalientes pasaban a considerarse como su “ex libris”: el sello peculiar de su linaje.

 

Ya aplicado a los libros, el ex libris pudo haber sido un jeroglífico, un sello conspicuo, y hasta un dibujo algo más elaborado. Literalmente significaba “de (o entre) los libros”, con el sentido de que el ejemplar pertenecía a la colección de un determinado propietario. Pero los libros no son sus lomos ni sus carátulas (lo que vemos); son, sobre todo, sus páginas; esto es: sus palabras, las historias o temas que están contenidos en ellas. Así, lo que cuenta no es ya estar rodeado por los libros –vivir “entre” ellos–; lo que verdaderamente importa es estar uno mismo “dentro” de ellos: y, para poder vivir esa inédita e insospechada vida paralela, solo tenemos acceso a la misma si sabemos adentrarnos y sumergirnos en sus vericuetos…

 

Mi vida personal ha sido un continuo romance con los libros. Jamás podré olvidar unos diminutos volúmenes que me obsequió papá luego de uno de sus viajes; él quizá habría ya descubierto mi temprana inclinación por la lectura, y fue él quien acicateó mi afición por esos arcanos e inesperados “nuevos viajes”. Hoy que lo pienso, cumplí en mis lecturas –sin habérmelo propuesto– una suerte de circuito itinerante, similar al que tuvieron mis innumerables y consecutivas moradas o residencias. Aquel circuito tuvo siempre un curioso comportamiento circular, uno que se desplazaba en sentido contrario al de las manijas del reloj…

 

Y es que mi afición por los libros se roforzó luego de que regresé de Estados Unidos, una vez terminado mi entrenamiento de vuelo. Habría sido mi intención formar una modesta estantería… pero, más temprano que tarde, esta se convirtió en librero y, luego, ya en biblioteca. Desde mi más remoto lugar de vivienda ya existe un rincón o un ambiente destinado a ubicar mis libros. Hoy, en ese dedicado lugar, los libros ya cubren sus paredes. Pero no lo utilizo para leer ni para escribir: es tan solo un lugar de almacenamiento.

 

Al principio, esos libros solo fueron usados para su exploración o lectura; pero, más tarde, vinieron en mi auxilio y se convirtieron en estímulo para ensayar también con la escritura. Todavía era un muchahcho soltero cuando descubrí que me gustaba contar. “¿Y, de qué se te antoja escribir?” –uno de mis hermanos alguna vez me preguntó–. “Creo que me gustaría dedicarme al cuento”, me parece que respondí. “Nunca te olvides que no se puede vivir del cuento”, socarrón él me contestó…

 

Existe un epígrafe lateral en este blog, en él expreso mi intención por provocar o inspirar. De no ser factible, al menos aspiro a ayudar a ver la realidad –la de las posturas y otros asuntos– desde otra esquina, desde otros ángulos, desde un punto de vista inédito o, al menos, diferente. En el fondo, solo soy un peregrino que aprendió a hablar “en quiteño” y que hace un esfuerzo para escribir en ese idioma prodigioso –aunque a veces esquivo y elusivo–: nuestra lengua, el sin par castellano que heredamos de nuestros padres…


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