04 junio 2024

Merodeos con la polisemia

Hace poco disfruté de una interesante entrevista. Sucedió en la tele y me dejó apreciar la sólida formación y la “fina” perspicacia del entrevistado. No en vano, había colaborado por más de 20 años con CNN: se trataba del ex Secretario de Comunicación del gobierno, a quien le habían asignado para nuevas funciones en un organismo internacional. Le consultaron si volvería a la política: “Depende de qué entendamos por política” –contestó–, al tiempo que recordaba que en inglés la palabra política (politics) entrañaba dos conceptos diferentes: el uno relacionado con la opinión respecto a los asuntos de gobierno (lo partidario) o con las artimañas para alcanzar el poder; y, el otro, con la gobernabilidad y las ciencias políticas.

No deja de ser curioso –y lamentable– que a veces lo uno no solo afecte sino que, incluso, se contraponga con lo otro. Esto parece incomprensible porque el fin de la política, no puede ser otro que el bienestar de la gente, el bien común como propósito. Y porque son “otras” políticas (no las de las posturas, ideologías e intereses) las que aportan a claros objetivos y determinan el éxito de un gobierno. La eficacia y eficiencia no necesariamente tienen que ver con las ideologías; estas muchas veces promueven actitudes a ultranza que distorsionan los objetivos y hacen que estos fracasen cuando se intenta ponerlos en práctica.

 

Es más bien ese otro tipo de política, aquel relacionado con el plan o la estrategia, la gobernabilidad o la gobernanza, el que debe ser reforzado y puesto en valor. Solo cuando así se proceda, se podrán tener verdaderas políticas de Estado, habrá menos populismo y demagogia, y existirán programas que se podrán implementar en forma permanente. La gobernanza nunca debe admitir el influjo de la politiquería, terreno en el cual rigen los intereses, las maniobras, la ausencia de rumbos y la improvisación.

 

Pero… hay otra “política” (una que solía escuchar en mi niñez). Consistía en una forma de etiqueta o cortesía, como no servirse todo lo que nos ponían en el plato, cuando íbamos a una casa ajena… Entonces se nos recomendaba dejar “algo” para no dar la impresión de que nos animaban la gula, la ansiedad o la avaricia. Esa etiqueta pudiera haber quedado en el olvido y ello pudiera obedecer a dos motivos: uno, que ésta habría pasado a considerarse como signo de desperdicio o de desprecio; y, otro, que ha empezado a primar la costumbre de servirnos por propia cuenta. Imposible olvidar el lema de un restaurante, tipo buffet, que conocí alguna vez en Los Ángeles (“The swedish smörgåsbord): “Sírvase todo lo que quiera, pero por favor –y por el bien de nuestro concepto de negocio– no se sirva más de lo que pueda disfrutar”…

 

“Etiqueta” tiene también otros significados que no están relacionados con la forma de comportarse o con un tipo especial de atuendo… Existen actividades deportivas –por ejemplo– que requieren de ciertas normas de cortesía. Este es el caso del golf, donde existen códigos de conducta, orden y respeto. En base a normas sencillas, los jugadores saben quién juega primero o cuándo deben hacer silencio; procuran no invadir la línea de tiro de sus compañeros y, una vez en el “green” (el área que rodea a la bandera), no pisan la línea que va desde la posición de la bola del compañero hasta el sitio donde está ubicado el hoyo.

 

Pero esta etiqueta nada tiene que ver con aquel membrete que se coloca en algunos productos para identificar la marca o el nombre del fabricante, o para dar información de sus principales características o componentes (tómese el caso de las botellas de vino, por ejemplo). Este es un tipo de literatura que está contenida en adhesivos que en otras latitudes prefieren llamar “marbetes”. Es así cómo se los conoce en algunas partes (y cómo los llama el diccionario de la Real Academia de la Lengua).

 

La “polisemia” (la pluralidad de significados de una misma palabra) actúa, en ocasiones, en forma traviesa, si no caprichosa. Tómese por ejemplo el masculino del primer vocablo entrecomillado más arriba: el “fino” es un tipo de vino blanco, seco y ligero, que tiene un bajo grado alcohólico, y que se produce en el Marco de Jerez, en el sur de España; este utiliza hasta tres variedades de uva: palomino fino, pedrojiménez y moscatel; sin embargo, el producido en Sanlúcar de Barrameda (ubicado junto a la desembocadura del Guadalquivir) es llamado “manzanilla”… (era aquel mismo que acostumbrábamos llevar en botas de cuero a los festivales taurinos); pero, a este, no hay que confundirlo con la infusión aromática (la digestiva camomila)…


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