24 mayo 2024

Una paz muy arisca

Es una verdad de Perogrullo que las guerras surgen de imprevistas discordias, de súbitos desacuerdos o de renovados resentimientos; pero, una cosa es cierta: el combustible que las propaga o prolonga siempre está integrado por la hipocresía y el cinismo. De hecho, ellas sobreviven gracias a esos silencios acomodaticios convertidos en complicidad. Frente a ello, y a través del tiempo, siempre ha sido valioso el papel que ha sabido asumir la literatura. Esa disposición o postura no se ha generalizado por desgracia. Hoy mismo, son muy pocas las voces que repudian los conflictos bélicos que se mantienen en el mundo; de veras parecería que ellos a pocos importan. Pasan pocas semanas y, al cabo, los medios dejan de informar.

Ya en la antigüedad, el gran Eurípides juzgaba como una forma de necedad aquello de tratar de ganar fama buscando, en el combate, remedio para los conflictos entre los pueblos. Por esa misma línea han sabido levantar sus lúcidas voces escritores como Louis Ferdinand Céline, Jorge Luis Borges o José Saramago (para citar unos pocos y sin seguir necesariamente un orden alfabético).

 

Céline se refirió a nuestra “arisca paz” en su Viaje al final de la noche. Rechazó la inútil futilidad de la guerra “por todo lo que esta entraña”; “no la deploro, ni me involucra –dijo–, no quiero tener nada que ver con ella”. Se refirió a todos esos soldados muertos, a esos hombres desconocidos que luego nadie los recuerda. Y, con ese lenguaje violento, satírico y, a veces, obsceno que lo caracterizaba, desafió por medio de uno de sus personajes a recordar el nombre de uno solo de ellos: “Resultan tan anónimos, indiferentes y más desconocidos que un detrito matinal –dijo–, ¡murieron para nada, absolutamente nada, como cretinos!”

 

Borges también se dejó escuchar: “A pesar de ser nieto y bisnieto de militares… soy pacifista. Creo que toda guerra es un crimen. Además, si se admiten guerras justas, que sin duda las hubo —la guerra de los Seis Días, por ejemplo—, si admitimos una guerra justa, una sola, eso ya abre la puerta a cualquier guerra y nunca faltarán las razones para justificarlas; sobre todo, si se las inventa y se encarcelan como traidores a quienes piensan de otro modo. De antemano, no me había dado cuenta de que Bertrand Russell, Mahatma Gandhi, Juan Bautista Alberdi y Romain Rolland tenían también razón al oponerse a la guerra; y quizás se precise más valor ahora para oponerse a la guerra que para defenderla o, incluso, para participar en ella”.

 

El premio Nobel José Saramago tampoco estavo ausente en este reprobador empeño. Poco antes de su muerte había estado trabajando en una novela de carácter pacifista a la que había titulado Alabardas, espingardas. En ella, una pareja mal avenida convierte el espinoso asunto en una alegoría doméstica: ella es una militante pacifista y antagoniza con su consorte que, para colmo, trabaja para una industria fabricante de armas. Lástima que el portugués no alcanzó a cumplir con su cometido (solo había dejado unos pocos capítulos). Tengo, entre mis planes continuar con ese proyecto. Me encantaría concluir aquella tarea…

 

Pero ha sido también una mujer, Rosa Montero, quien ha “puesto su pica en Flandes”. En un valiente artículo, publicado en El País hace pocos días, expresa muy firmes y consistentes conceptos: “Todas las culturas son belicistas –señala–. Se nos educa desde la misma cuna en una falsa épica, en un heroísmo de latón pintado… las batallas nunca son bonitas, excitantes o enardecedoras… (Allí) todo es grotesco, innecesario, aterrador, idiota y miserable. Un sufrimiento colosal carente de la más mínima brizna de sentido y de nobleza… la guerra es un horror sin paliativos”… La española utiliza frases terribles contra Napoleón; las cotejo por un minuto con el espíritu de la Primera Enmienda norteamericana y dudo que pudieran ser toleradas en esa sociedad; ahí la libertad de prensa exige dos requisitos: acusar con la verdad y no incitar al odio o la violencia.

 

Pienso en la empecinada obsesión de Putin por mantener la guerra contra Ucrania, pienso en la ironía de los judíos haciendo con los palestinos lo mismo que el mundo condenó por lo que hicieron con ellos y no lo puedo creer, ni procesar… Es fundamental que la geopolítica deje de basarse en posturas estrechas que solo miran a los intereses y la ideología. Las guerras son absurdas e insensatas, lo primordial no es resolver los pretextos sino saber atender a los aspectos humanitarios. Solo con acuerdos, cediendo en nuestras intransigencias y mirando el beneficio global, podremos sobrevivir en un planeta que ejercite la fraternidad y recupere la fe en su futuro colectivo. ¡Ya basta!, me digo a mí mismo. Y creo que no hace falta decir más.


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