21 mayo 2024

Las formas de la insularidad

La entrada anterior me ofrece oportunidad para hablar de algo que unos llaman espíritu y otros mentalidad. Sin embargo, es un concepto que va más allá de lo meramente geográfico, que puede incluso caer en el terreno de la psicología o de la antropología. Es, en todo caso, un concepto sociocultural: lo conocen como “insularidad”. Yo mismo no sé si es un tipo de fortaleza, pues –bien visto– parece, más bien, una forma de debilidad. Tal vez solo se trate de un prejuicio o quizá sea la respuesta de cierta gente a vivir en un lugar remoto, alejado de todos los demás… La palabra “insular” deriva de isla; es una de las pocas en nuestro idioma que sirve como verbo, adjetivo y sustantivo, no en vano da lugar a voces que no solo se relacionan con algo que es distante o alejado, sino también que es separado, apartado o segregado; me refiero a palabras como aislado, aislamiento o, ¿por qué no?, a “insulación”…

Nunca antes se me había ocurrido pensar en este controvertido tema, hasta que me tocó ir a volar como piloto en Arabia. Mientras estuve basado allí, mi trabajo consistía en volar para una aerolínea de bandera europea, su base de operaciones estaba ubicada en Reikiavik, que es la capital de un país insular ubicado más cerca de Groenlandia que lo que pudieran estar Noruega o el Reino Unido. Este se llama Islandia; su nombre proviene del islandés island que, a su vez, viene del nórdico antiguo y significa “tierra de hielo”. Muchos se cuestionan si no será la misma Thule que había sido visitada por un antiguo navegante griego llamado Piteas; existe mucha polémica al respecto. Con un nombre similar (Última Thule) se designaba en el mundo antiguo a los territorios que estaban situados mucho más allá del mundo conocido…

 

Sucede que en Air Atlanta Icelandic (así se llamaba la aerolínea para la que trabajé en Arabia Saudita) había una cultura “diferente”… sus pilotos actuaban de una forma sui generis. Algo había de “distinto” en su forma de proceder y comportarse; aquello nos hacía pensar, a los pilotos expatriados, que ellos actuaban con cierta evidente y no muy disimulada hostilidad… O quizá era, simplemente, que “eran especiales”… Nada era más obvio que cuando nos reuníamos para desayunar: nunca compartían con los extranjeros la misma mesa. Pronto nos habríamos de dar cuenta que ahí había algo así como tres “clases sociales”: los “de primera” (los de origen islandés que estaban, además, sindicalizados); los islandeses no sindicalizados; y, al final, nosotros, verdaderos “intocables”: los “expatriados”, los desdeñados pilotos extranjeros.

 

Fue entonces, cruzando opiniones con otros compañeros “de la misma casta”, que topamos el tema. Alguien reconoció que ya había investigado la razones para esa curiosa actitud, o mejor, para sus subyacentes motivos. Ello tendría que ver con un oscuro fenómeno, la “mentalidad insular”, la percepción de quienes se sienten rodeados por agua, de que las costas son como un umbral, circunstancia que los separa del eventual acoso, ataque u hostilidad del extranjero… Esto los haría reservados y los obligaría a actuar con “independencia y resistencia” (aunque no siempre con rechazo y, aun menos, con agresión) para no tener que lidiar con una sensación de invasión o conquista… El insular no consideraría aquel “umbral” como una forma de conexión, lo cual le haría reaccionar expresando ese particular “espíritu de conservación”.

 

Esta insularidad no es un concepto definitivo, “convenido” o universal. En la práctica, ni siquiera tiene que ver con lo insignificante, distante o pequeña que pudiera ser una isla determinada, Inglaterra y Australia son “islas” pero su gente no expresa una actitud parecida; de hecho, Australia es incluso considerada un continente y la enorme Groenlandia constituiría el caso opuesto. Si bien lo pensamos, son tan extensos los océanos (ocupan la mayor parte del planeta) que incluso todas las naciones o territorios que forman parte de “tierra firme”, bien pudieran ser considerados como si fueran parte de otras “inmensas islas”…

 

Yo mismo viví por doce años en una isla diminuta: Singapur. Allí no se percibía la sensación de que el país estaba aislado. Primero, porque está separado de Malasia solo por un angosto canal; segundo, porque por un tiempo los dos países conformaron una misma entidad; y, tercero, porque se intuye –por aspectos como las finanzas o la tecnología– que la suya es una nación integrada al mundo, que se encuentra conectada al progreso y a la comunicación. En este sentido, es importante recordar que hay países insulares que constan entre los más desarrollados del mundo (Inglaterra, Japón) y que la misma Islandia consta entre las más progresistas del planeta. Y es también significativo que uno de los más aislados, no sea una isla: Irán.


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