03 mayo 2024

30 años de una tragedia

Hay episodios que al recordarlos no ameritan una conmemoración y, menos aún, una celebración... Cuando algo así de triste y prevenible sucede, hay que lamentar lo acontecido y procurar, por lo menos, aprender la dolorosa lección. Mientras reviso el relato de un accidente del pasado, no puedo evitar el tener sentimientos contradictorios (“encontrados”). Colijo que, una vez más, se trató de otro estúpido accidente, otro que nunca debió suceder. Y que, como casi siempre acontece con las desgracias aéreas, solo se reseña lo que parece que ocurrió; nunca el verdadero motivo, la causa y el porqué.

La revista aeronáutica AeroTime publica en estos días un artículo que nos recuerda la tragedia ocurrida a ARIA, una subsidiaria de Aeroflot, durante el vuelo 593, la noche del 23 de marzo de 1994, entre Moscú y el aeropuerto Kai Tak de Hong Kong. Intentaré un breve resumen de lo ocurrido, con un avión casi nuevo:

 

El Airbus A-310-300 se estrelló en una remota región montañosa del sur de Rusia, falleciendo todos sus ocupantes (75 personas, entre pasajeros y tripulantes), cuando lo que parecía una inocente visita de dos muchachos a la cabina de mando, terminó en una insospechada tragedia. Como telón de fondo, se debe resaltar la composición de la tripulación: esta estaba integrada por un capitán de 40 años y 9.500 horas de vuelo (950 en el A-310); un copiloto de 33 con 6.000 horas (400 en el avión); y, un “relief captain”, un capitán de relevo, de 39 con 9.000 horas (900  de ellas en el Airbus A-310).

 

Es importante aclarar que quien actúa como capitán de relevo, por lo general, no es sino otro copiloto que ha recibido entrenamiento para suplir al capitán cuando éste descansa; se lo utiliza únicamente para cumplir con la regulación. Este ejercita esas funciones por efecto de su escalafón pero –en la práctica– solo recibe un somero adiestramiento; en caso de tener que enfrentar un problema importante, su obligación es comunicar al comandante para que éste regrese a su asiento y se haga cargo de la situación. No extrañaría que esté obligado a cumplir con esa función porque no pudo satisfacer su propia promoción.

 

Así, al asumir sus funciones en medio vuelo, el capitán de relevo que viajaba con sus dos hijos adolescentes, los invitó para que conocieran la cabina de mando. Ahí, optó por hacerlos sentar en el puesto del comandante para que pudieran vivir la sensación de ser los pilotos. El piloto automático del A-310 dispone de un subsistema híbrido llamado CWS (Control Wheel Steering); que permite que ciertas acciones (“inputs”), efectuadas con la cabrilla, se superpongan (hagan “override”) al piloto automático cuando éste se encuentra controlando el avión. Al escoger CWS, el piloto hace correcciones sin desconectar el piloto automático.

 

Como se desprende de las indagaciones efectuadas posteriormente, los pilotos habrían seleccionado el CWS para que los chicos “pretendieran” que eran ellos quienes realmente volaban el avión. Por lástima, mientras disfrutaban de este “juego”, ninguno de los pilotos, advirtió que el avión había excedido los parámetros aceptables para la condición del vuelo, hasta un punto tan crítico que el banqueo del avión alcanzó una postura inadecuada y la aeronave entró en falla de sustentación (“stall”); y, más tarde, en una incontrolable condición de caída en tirabuzón (se llama “barrena”) hasta precipitarse a tierra… Quizá los pilotos estuvieron distraídos con la “experiencia” de los chicos y afectados por la oscuridad de la noche.

 

Luego del accidente, los expertos llegaron a su conclusión, como era de esperarse. Su análisis tenía como veredicto que la causa del accidente era el incumplimiento del protocolo; la decisión de permitir el ingreso a la cabina de mando a personas ajenas a la tripulación… Sin embargo, ya en retrospectiva, pudiéramos advertir algo insólito: ¿cómo puede ser posible que existan artilugios en un avión cuyos pilotos no sepan para qué sirven, ni cómo usarlos, ni cómo se los debe desconectar? Y algo más: toda tripulación debería entrenarse para salir de esas situaciones llamadas “inusuales”, las mismas que, en la práctica, se pueden solventar ¡con solo nivelar las alas y poner el morro (la nariz del avión) al nivel del horizonte!

 

Más insólito todavía, es que los dos tripulantes no hubiesen hecho nada cuando advirtieron que el avión estaba banqueando en exceso y que era obvio que pronto iban a perder el control de la aeronave. Aquello ni siquiera requiere de un entrenamiento específico, es tan básico que es lo primero que se enseña a un piloto cuando se sube por primera vez a un avión. ¡Qué horror! Me pregunto: ¿qué tipo de pilotos estamos entrenando? ¿Qué instructores tenemos y qué planes de entrenamiento se están utilizando? ¿Por qué no estamos transmitiendo en forma adecuada los nuevos avances que ofrece la tecnología? ¡Dios mío, resulta inadmisible que estemos entregando a verdaderos ineptos, simples autómatas, el control de un avión!


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