'Mus' es una
palabra del vasco, quiere decir ‘mosca’. Por su cercanía fonética, es probable
que venga del francés mouche, o del
latín mus, (yo callo). Mus es un
juego de cartas muy común en España, utiliza la baraja española (40 naipes en
cuatro pintas: oros, copas, espadas y bastos). Se juega en parejas y, al igual
que nuestro 40, utiliza tantos y quien completa 40 gana un juego. El mus sigue una
secuencia y si alguien desea cambiar de cartas dice ‘mus’. En el mus, un ‘envite’
es un desafío y cuando se declara un ‘órdago’, es que se quiere jugar “el todo
por el todo”.
Es un poco lo que ha hecho Bernardo. mi primer hijo, un joven viudo con dos hijos en el fin de su adolescencia (18 y 19 años). Él, al igual que sus demás hermanos, tuvo la fortuna de disfrutar del más maravilloso beneficio que me regaló mi oficio: aprovechar de una cláusula de vida familiar en el exterior y tener la posibilidad de educarse en prestigiosos centros educativos alrededor del mundo. Pero no todo es fortuna en la vida: toda ventaja tiene sus perjuicios. Los hijos se quedan fuera, conocen otras gentes, se casan y escogen quedarse a vivir lejos…
Bernardo vive en Australia, no hay para nosotros un lugar más lejano en el mundo (volar al Ecuador toma más de 20 horas de vuelo); uno de sus vástagos tiene una condición médica que no solo que obliga a su padre a suspender su actividad profesional, sino que le exige dedicarle una total atención. Esta vez, se ha jugado su 'órdago', lo ha dejado en Sydney encargado a personal especializado, y ha venido con su otro hijo (su primogénito), por dos semanas, con el propósito de celebrar el jubileo matrimonial de sus padres. Nuestras 'bodas de oro' como pareja.
Este 'otro' hijo suyo ya está en la universidad, dedica su tiempo libre a una de sus pasiones: la fotografía. Capta y registra todo lo que él encuentra distinto o fascinante en la naturaleza. Habíamos planeado dedicar sus primeros días en Ecuador, a tratar de cumplir con ese propósito. Querían hacer unas tomas del Cotopaxi; continuar a la laguna del Quilotoa; y, luego, dirigirse a la sierra central para fotografiar la montaña más alta del Planeta (si se la mide desde el centro de la Tierra): el majestuoso Chimborazo. Necesitaban movilizarse, así que me ofrecí a acompañarlos.
La acomodación estuvo previamente reservada: pernoctamos una noche en ‘La ciénaga’ y la siguiente, frente al último destino, en la hostería ‘La Andaluza’. La movilización no tuvo ningún contratiempo; sabíamos que el clima pudiera constituir un inconveniente, sobre todo por las tardes, pero el estado de los caminos estuvo mejor de lo esperado. Pasado el control del Parque Nacional Cotopaxi, el bien cuidado pavimento fue reemplazado por una vía lastrada que no nos causó ninguna contrariedad. Llegamos a Limpiopungo antes del mediodía, y aunque el volcán estuvo alternativamente nublado, logramos conseguir unas tomas bastante auspiciosas.
Para entonces, el cielo amenazaba con tormenta. Decidimos almorzar en Latacunga y dejar el viaje al Quilotoa para el día siguiente. La primera hostería estuvo lejos de la expectativa: ni las facilidades ni el servicio estuvieron de acuerdo a lo esperado. ‘La ciénega’, no está a la altura de lo que exige una instalación de primera clase: it is overrated. Nos sentimos de alguna manera estafados. Su nombre es un vocablo extraño: ciénaga o ciénega quiere decir lodazal…
Partimos temprano; el viaje al Quilotoa nos tomó unas dos horas. El día estuvo despejado y el paisaje, sobre todo hacia el final (antes de llegar a Zumbahua), fue francamente inesperado. Los cerros de sus alrededores conforman una imagen de las más sorprendentes que haya visto en mi vida. Fuimos a admirar una laguna de aguas color turquesa, pero volveríamos para disfrutar de la silueta del Cóndor Matzi que, más que una montaña, es un conjunto de riscos que exudan dignidad. Hay también un pequeño cerro de caprichosa figura: parece un monje cartujo que ha cubierto su rostro en ademán de actitud reverente y contrita. Más tarde, el Chimborazo lució también algo esquivo, pero bastaron unos pocos minutos para registrar su grandeza; más bien tuvimos suerte con un instante de coquetería que nos obsequió el Carihuairazo. Empero, hasta completar las tomas del primero, este ya se había ocultado…
Termino con un par de notas respecto al camino: la vía entre Lasso y la entrada al paso lateral de Ambato tiene hasta ocho carriles, bien pudieron ser seis o cuatro… Con la diferencia en el precio pudieron construir accesos y egresos laterales, para así evitar los continuos semáforos que, en una vía como esta –de alta velocidad–, invitan a la imprudencia, si no a la temeridad, y pueden convertirse en absurdas trampas mortales. El paso lateral, por su parte, dispone de una señalización precaria: claras directrices serían de gran ayuda para el confundido viajero.


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