18 noviembre 2025

El robo en el Louvre y el humor

“Los museos son los templos de la infamia”, creo que había dicho Jorge Luis Borges. Hablar de “joyas de la corona” ya es hacerlo de expolios, latrocinios y privilegios. Un quinto de lo que en la conquista de América se descubría o confiscaba debía reservarse como beneficio para “su majestad”. Pienso en ello mientras releo a Bernal Díaz del Castillo y su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y me entero del insólito robo en el museo de Louvre.

El hecho ha ocurrido el domingo 19 de octubre, pasadas las 9 de la mañana. Los asaltantes se habrían movilizado en dos motocicletas y utilizado –para tener acceso a un balcón trasero del museo– un camión-escalera que, asimismo, lo habían “tomado prestado” de un concesionario de mudanzas. Una vez en el interior del edificio, los rateros se habrían apropiado de un racimo de joyas de valor incalculable y han utilizado una sierra amoladora (máquina radial, también la llaman) para hacerse con el fabuloso botín. Se trataría de una decena de piezas que pertenecieron a la realeza, entre las que estarían diademas, collares, broches, pendientes e incluso una corona, que había pertenecido a Eugenia de Montijo, que los bandidos han dejado olvidada fuera del museo.

 

Me entero del raro delito por la prensa, casi ipso facto (4am, en el Ecuador), y, fiel a mi vieja costumbre, repaso los principales comentarios de quienes han leído la noticia. Hay, como puede esperarse, todo tipo de reacciones. Destacan, sobre todo, las de los infaltables eruditos, quienes porfían respecto a la identidad de quienes poseyeron las alhajas (que se trataba de tal reina y no de la otra; o que las piezas pertenecieron a la madre de Napoleón II y no a la de Napoleón III…). Merecen mi atención las de los redomados descontentos (cabreados porque el diario no usa la palabra museo y prefiere la incorrecta de pinacoteca); o las de los amantes de teorías conspirativas; y, claro, las de quienes todo lo toman en broma (dicen que pudo ser Trump o, incluso, que Maduro)…

 

Entre estas últimas, figuran las de quienes reclaman que el periódico no ha dado suficiente información respecto a los ladrones (sí, ‘que pongan fotos’, dice otro); o, las de quienes desde ya sugieren que se encargue la pesquisa al inspector Clouseau (a aquel de la Pantera Rosa), al belga Hércules Poirot y, ¿por qué no?, a uno de los más insignes estafadores que en el mundo han sido: el reputado Arsene Lupin (pronuncie ‘Lupán’). No cabe duda, como dijo otro: "El humor es, muchas veces, un mecanismo de defensa, una manera de relacionarse con el conflicto: él nos protege de la angustia". Frase digna de un Camus, de un Kafka; o, cuándo no, del mismísimo Freud.

No tuve sino que esperar que llegue la madrugada, para embarcarle en el auto al Aoki-san, y correr a mi inveterada tarea de visitar la panadería. Para mi sorpresa, tenía delante de mí, en la cola, a un par de clientes que hablaban de política (creo que eran correístas); ellos también hacían conjeturas sobre quiénes pudieran ser los probables sospechosos del latrocinio: “Creo que pudo ser el Noboa”, dijo el uno; “pero, por qué lo dices”, inquirió el otro. “Verás –contestó–, debe ser alguien a quien le gustan los relojes, las alhajas o las perlas, que tal vez le gusten los aviones o las motos, alguien que sepa de escaleras”. “Pero… ¿por qué las escaleras?, replicó el segundo. “Es que es chiquito”, dijo el primero. Ya no me cupo duda… eran solo unos vulgares envidiosos. ¡Sí, tenían que ser correístas!

 

Hoy, pasados unos días, pareciera que ya saben quienes son los maleantes; se sabe también que está a salvo la corona que perteneció a Eugenia de Montijo, una joya con más de 1.300 diamantes y 56 esmeraldas… Mientras tanto, los autores pudieran estar desolados: se han enterado que en su apresuramiento habían dejado abandonada, ahí junto a la escalera que ellos mismos habían transportado (pues no podía estar ahí “por coincidencia”), lo que para ellos era la verdadera “joya de la corona”: aquella pesada y descomunal pieza de oro y piedras preciosas que perteneció a una emperatriz desconocida. O, ¿quién sabe? Quizá la dejaron ahí a propósito…

 

Este insólito descuido habría ocurrido mientras quien sostenía la joya y estaba encargado de cuidarla, la puso, por un breve momento, en el estribo del camión-escalera. Quizá desatendió su obligación cuando otro rufián le hizo caer en cuenta de que llevaba la cremallera abierta… (¡qué imperdonable descuido!). En su prisa por cumplir con los tiempos acordados, subió a su motocicleta sin advertir que dejaba olvidada la inapreciable joya de orfebrería. Aunque... hay quién sospecha que quizá no se trate de descuido; que quizá sea un gesto de desapego, de alguien que sabe que ya ha ganado suficiente, y que la tentación más peligrosa pudiera ser la codicia…


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario