Ahí, en Medina del Campo, habría nacido en la última década del siglo XV, Bernal Díaz del Castillo, cronista, autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Hoy, pasados muchos años desde mi primera lectura, caigo en cuenta del motivo para ese único adjetivo que parece haberse colgado al azar de su título: Díaz, que había llegado al Caribe con tan solo 20 años, acompañando a Pedrarias Dávila (Furor Domine Pedrarias), había preferido quedarse en Cuba para tomar parte en los primeros viajes a la actual costa mexicana y la conquista de Nueva España.
A medio camino en la redacción de sus memorias (tendría entre 30 y 60 años), Díaz se habría anoticiado de la existencia de “otra historia” referida a similares episodios, cuya autoría pertenecía a alguien que nunca había pisado las tierras donde sucedieron los acontecimientos. Pensó él que esa nueva crónica (Historia general de las Indias), decía asuntos inexactos, contaba hechos jamás ocurridos, o incluía datos no ajustados a la realidad; ese texto estuvo proscrito por un tiempo. Lo contado por el clérigo Francisco López de Gómara no calzaba con el rigor histórico; y echaba por la borda el justo deseo del cronista: ver sus esfuerzos retribuidos. Gómara era un admirador de Hernán Cortés, aunque quizá no lo había tratado mucho; en otro de sus libros relataría su vida.
Como con frecuencia ocurre: siempre hay defensores y detractores… Los cronistas no siempre fueron escritores destacados; muchos, ni siquiera participaron en los hechos que relataron. Movidos por la fama o la recompensa, a veces lo hicieron por encargo. A Díaz quizá le motivaba una auténtica pulsión; su desengaño fue conocer un relato espurio: forjado por alguien que solo había escuchado, pero que no lo había vivido. Ironías de la vida: hay quienes dudan de que Bernal escribiera su Historia… sostienen que él no hubiera sabido cómo hacerlo, y hasta que nunca estuvo allí. Piensan que pudo ser alguien más culto, quizá el mismo Hernán Cortés… Un prestigioso académico, Juan M. Zunzunegui, arguye que Bernal no solo no pudo hacerlo, por ser “un anciano decrépito haciendo un ejercicio de memoria”; conjetura que ni siquiera existió. Se plantea que si fue tan cercano a Cortés, cómo es que este ni siquiera lo nombró. Pero, se sabe que Bernal fue regidor en Guatemala; vivió allí su vejez. Y está enterrado en la Antigua…
Esta es la delicia que ofrecen aquellas crónicas: parecen contarnos aparentes nimiedades que resultan en valiosos detalles históricos. Estoy avanzando en una nueva lectura de la Historia (30 o más años después) y vuelvo a encontrar asuntos interesantes –que o se desconocen, o que son desdeñados por los más importantes textos–. ¿Qué era Tierra Firme?, o ¿dónde estuvo Nombre de Dios? ¿Dónde Castilla de Oro o cuál fue la inicial ubicación de la Habana?
Tierra Firme fue el nombre genérico que se dio a los territorios costeros de la actual América Central y el norte de Suramérica (desde Nicaragua hasta las Guayanas); en 1502 una parte de aquello pasó a llamarse Castilla de Oro. Su capital era Nombre de Dios, lugar visitado por Colón en su cuarto viaje; la llamó puerto de Bastimentos. Avecinada a una ciénaga insalubre, era un lugar difícil de fortificar. Saqueada en 1572 e incendiada en 1596 por Francis Drake, fue abandonada y reemplazada por Portobelo en 1597 (el Almirante la habría llamado Puerto Bello por sus encantos); estaba ubicada en el norte del istmo, cerca de Colón). Más tarde, una carretera de piedra (el “Camino Real”), uniría Nombre de Dios con la Ciudad de Panamá.
El “reyno” de Tierra Firme constaba de tres entidades: una primera se llamó Veragua; iba desde el Cabo de Gracias a Dios (nororiente de Nicaragua) hasta el golfo de Urabá (cerca de la actual Colombia). La segunda fue Castilla de Oro; su parte costera se llamó Nueva Andalucía (iba desde Urabá hasta el Cabo de la Vela). Hacia levante estaba Venezuela (pequeña Venecia), entre el golfo de Maracaibo y el de Paria, junto a lo que es hoy la isla más meridional de las de Barlovento (“de dónde viene el viento”): Trinidad y Tobago. Cuando Núñez de Balboa cruzó el istmo, descubrió que había otro mar, lo llamó Mar del Sur; y lo que entonces había estado al suroeste del Caribe, pasó a llamarse Mar del Norte. Así es… a la Historia se la puede cambiar; no a la Geografía: ella sigue allí. Solo cambian sus nombres.


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