13 octubre 2005

Montecasino

(Carta a mi familia desde Johannesburgo, África del Sur)

Llegué ayer de Bruselas. Venia con toda la expectativa y la curiosidad que este vuelo había despertado en mi. Era mi primera vez en Sudáfrica y la primera vez que atravesaba el continente africano "desde el Carchi hasta el Macara". El vuelo, el viaje y la experiencia han sido, hasta aquí, toda una revelación. El vuelo, en si, fue muy interesante, por las limitaciones que la mayoría de los países africanos tienen con las comunicaciones y porque Johannesburgo es un aeropuerto de altura: esta a casi 6.000 pies, por lo que se debe tener un poco de precaución, dado el alto peso de aterrizaje.

Fue un vuelo muy largo, a través de Bélgica (desde luego), Luxemburgo, Francia, Suiza, Italia, el mar Mediterráneo, Lybia, Chad, Republica Centro Africana, El Congo Democrático y la Republica del Congo (que "Belga" ya no se llama así), Zambia, Zimbawe y finalmente la tierra del Apartheid. Me toco tomar el primer descanso (éramos una tripulación de tres y yo venia de diputado), me logre mantener despierto toda la noche, gracias a los efectos de la curiosidad y a los efectos de un polvito oscuro que viene en unos diminutos adminículos que dicen "Nescafe".

Estoy pues en esta ciudad que se avecina a Pretoria, la capital política de Sudáfrica. Veo por todas partes muestras sorprendentes de avance civilizado, de economía capitalista y de industrialización. Si se entra en un centro comercial, se tiene la impresión de estar en Australia o Nueva Zelanda. Las calles y autopistas, asimismo, están muy ordenadas y bien delineadas; y uno va viendo que, poco a poco, este país del rincón mas meridional del continente negro, ha ido entrando en un proceso de muy interesante desarrollo y organización.

Se ven, sin embargo, las evidentes secuelas de un sistema injusto y opresor que ha durado en denunciarse y que recién ha empezado a ser corregido. Nos hacen advertencias de seguridad por todas partes; y, con tanta insistencia, que a veces sospecho si no serán solo los recelos que ha ido creando la discriminación racial y la injusticia laboral y económica (Alberto Presidente!!!).

Estoy alojado en un hotel que parece parte de Disneylandia. Se llama Montecasino, como la famosa abadía italiana. Pero creo que el nombre tiene la secreta intención onomatopéyica de sugerir la presencia del casino de juego mas sorprendente y fabuloso que haya visto jamás en mi vida. Efectivamente, la construcción esta efectuada en un espacio cerrado que debe duplicar al de un centro comercial moderno; todas las calles, casas y demás construcciones están edificadas a imagen de los pueblos italianos medievales y el cielo esta iluminado con luz indirecta y artificial.

El resultado es que uno se siente transportado a un mundo alejado en la distancia y en el tiempo; pierde la noción de la hora del dia, porque a toda hora parece la hora crepuscular; y va encontrando, por todas partes, plazas, fuentes y obeliscos, que a uno le hacen tener la impresión que se encuentra totalmente en otro lugar. En definitiva, uno siente el valor lúdico y circunstancial que suele tener la vida; y, en estas condiciones, no hay quien quiera resistirse a lo que aquí se han propuesto: que la gente se sienta asombrada y, desde luego, que se ponga a jugar!

Pero yo, de jugar ni hablar. Sobre todo desde que me mandaron de chiquito a hacer las compras en el mercado del centro capitalino y me fui gastando toda la plata de las verduras en las ruletas de San Blas. Ya pueden imaginarse de la paliza a rabo pelado (y con correa de maleta) a la que me hice merecedor. Ahí mismo se me terminaron para siempre mis curiosidades lúdicas y mi intención de meter la pelota en un huequito esquinero y sacarme una motocicleta, que nunca iba a poder montar...

Ay, la vida misma es un juego, y uno no quiere nunca acabarse de enterar. No va mas. Paren las apuestas. La casa gana.

Alberto Bacarat
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