29 septiembre 2022

¡Stop all that clutter!

Bullicio, desorden, congestión, interferencia, caos, desarreglo, basura; almacenar sin orden, ruido innecesario… “Clutter” (o “to clutter”) es una de esas palabras del inglés que no tienen traducción exacta o que tienen múltiples y muy disímiles significados de acuerdo con el tema que pudiera estarse tratando. El uso más generalizado pudiera ser el de almacenar algo en forma desprolija, sin orden ni concierto; también querría decir congestión caótica, o aquello de amontonar –sobre todo artículos o efectos sin valor– sin el respectivo cuidado o esmero. Durante mi actividad como piloto, “clutter” era una palabra de uso más bien frecuente y quería decir distorsión, estorbo, interferencia…

 

“Clutter” es por ejemplo cuando se apunta con la antena del radar muy hacia abajo y los retornos que se reciben se mezclan con la detección del terreno, entonces reconocemos que existe “ruido” o interferencia. Lo propio sucede con las comunicaciones aeronáuticas por culpa de la estática, o debido a ciertos fenómenos que son ocasionados por la atmósfera o por las condiciones meteorológicas; entonces se producen interferencias que no solo interrumpen, distorsionan e imposibilitan las comunicaciones de radio (particularmente en HF o alta frecuencia) sino que estas crean un ruido insoportable y de los mil demonios. También se dice que hay “clutter” cuando se opera en áreas congestionadas, como en la proximidad de un aeropuerto y el uso desaprensivo e indiscriminado de la radio interfiere con el control de tránsito aéreo, asunto que pudiera afectar directamente a la seguridad aérea.

 

Desde temprano, en el ejercicio de nuestro oficio, los pilotos aprendemos a discriminar lo accesorio de lo esencial, lo importante de lo precindible; y se nos enseña que lo excesivo e innecesario muchas veces no solo que interfiere en una positiva y segura forma de comunicación, sino que toda esa bulla o ruido–basura pudiera convertirse en un serio impedimento para la eficiencia de la operación, o incluso en causa de distracción y de que se produzcan lamentables accidentes. No extraña, por lo mismo, que se utilice, en las fases críticas del vuelo, un estricto protocolo que no permite ningún tipo de conversación o comunicación insustancial que pudiera alterar la concentración y afectar, como consecuencia, a la seguridad aérea.

 

Esto que es parte de lo que llámanos “procedimientos estándares de operación” (o SOPs, por sus siglas en inglés) es una muy buena costumbre, y lo hemos incorporado de manera tan celosa en las tareas relacionadas con nuestra actividad que, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha pasado también a convertirse en un hábito en nuestras actividades cotidianas. Esto nos ha ayudado a ser más ordenados y prolijos, y –sobre todo– a soslayar todo asunto superfluo o innecesario que nos pudiera hacer descuidar lo verdaderamente prioritario e importante.

 

Estoy convencido de que en la actualidad existe un abuso indiscriminado de transferencia de basura cibernética en las redes sociales. No estamos considerando que eso de pasar cualquier tipo de información, porque sí o por el simple prurito de copiar algún asunto, no aporta nada positivo para nuestros contertulios. A más de entorpecer el flujo rápido y eficiente de buena y relevante información, solo estamos creando una innecesaria sensación de fastidio en quienes no desean recibir el sucedáneo de ese correo–basura que en el pasado solía llegarnos, mucho antes de que el internet y los celulares pusieran a nuestra disposición todas estas magnificas herramientas que hoy utilizamos. 


Hace falta un cierto grado de conciencia para establecer una ya necesaria política de consideración y mutuo respeto. Debemos tratar de evitar ese anodino “clutter”, esa congestión indiscriminada de intrascendente información, compartiendo solo lo importante y estrictamente necesario. Si enviamos basura, solo podremos esperar que también se nos envíe basura de regreso. Si congestionamos estos formidables instrumentos que hoy nos sirven para comunicarnos y vivir mejor, lo único que estamos consiguiendo es que se “contaminen nuestros propios retornos” y terminemos confundiendo –y confundiéndonos– con toda esa innecesaria interferencia.


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27 septiembre 2022

La trampa, ¿señuelo o artimaña?

Hay trampas que se ponen o construyen y otras que se ejecutan, se realizan o se hacen. Me explico: trampa es el artificio o artefacto, como el aparato para cazar ratones, por ejemplo; pero es también la acción vil y engañosa, el ardid fraudulento para ganar algo o aprovecharse de la rectitud o la ingenuidad ajenas. Claro que en ocasiones pudiera darse una sórdida competencia entre tramposos en la que ganaría el rufián que exhibiría más destreza, pero eso ya es otra cosa. Ya se sabe: quien roba a ladrón… También pudiera darse algo aún más sórdido: ello sucedería si alguien fabricaría una trampa, haría trampa en su instalación y, vistos los resultados, también haría trampa procurando ocultar la razón de su fallido y desastroso experimento…

 

A este tipo de trampas quizá se refieren sendos conceptos que hallamos en el Diccionario de la Lengua para definir la porfía del tramposo. Ellos están contenidos en las acepciones 6, 7 y 8. Revisemos: 6. f. Contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio; 7. f. Infracción maliciosa de las reglas de un juego o de una competición; 8. f. Ardid para burlar o perjudicar a alguien.

 

Eso de trampear (o “to cheat”, en inglés) hace daño al afectado, no solo porque lo perjudica sino porque mina su confianza en el otro. Con la trampa se entrega el mensaje de que si se lo hizo una vez, no hay seguridad de que no se lo vuelva a repetir. Ninguna relación perdura si se lastima la confianza, ninguna sociedad subsiste sobre las arenas movedizas de la desconfianza o de la confianza erosionada. Nada hay más vergonzoso que una trampa evidenciada, nada más deshonroso que el ardid descubierto en evidente flagrancia. Nada tan ruin como el engaño o la argucia; nada peor que la jugarreta o la estratagema intencional que ha sido puesta en evidencia. Por eso duele más el engaño que el perjuicio ocasionado.

 

Trampear es un verbo que se conjuga en todos los tiempos y también en todos los pronombres... Por ello, puede decirse que cuando la sociedad ha perdido sus valores, aquello de trampear se convierte en un gerundio intolerable. En cuanto al vocablo “tramposo”, el diccionario reserva sus dos primeras acepciones para quien engaña a su pareja y para quien incumple con la palabra empeñada respecto a sus obligaciones financieras: 1. tr. coloq. Engañar a alguien o eludir alguna dificultad con artificio y cautela; 2. intr. coloq. Pedir prestado o fiado con ardides y engaños.

 

Pero le hace falta una acepción al diccionario: aquella de traicionar a propósito y con evidente intención la confianza ajena. Es lo que hizo Boeing, la empresa fabricante de aviones, que –por razones puramente comerciales– desinformó a sus propios inversionistas, a la industria aeronáutica y al público en general acerca de las deficiencias de diseño del avión 737 MAX; y particularmente de la instalación de un computador defectuoso (MCAS), el mismo que disponía de un sensor sin la redundancia (“back-up”) adecuada. Boeing ocultó a los operadores su chapucera instalación. Aquella negligencia produjo la escalofriante pérdida de 346 vidas humanas en dos accidentes distintos. Además, los pilotos nunca fueron alertados de la existencia de dicho equipo. Y como no estuvieron entrenados, tampoco supieron qué hacer en caso de un mal funcionamiento…

 

En resumen, Boeing fabricó una trampa y –apartándose de su línea de conducta tradicional– cometió el fraude de callar, engañar y no advertir a la industria. Una vez que sucedieron las tragedias tampoco tuvo la honradez de reconocer oportunamente su responsabilidad. Estos días la “Securities and Exchange Commission”, SEC (Comisión de Valores Bursátiles) ha aplicado una multa de USD 200 millones a la Compañía Boeing por la negligente conducción del irregular proceso. Pero lo que representa una vergüenza, y un mal chiste, es la multa impuesta al ex-director del fabricante, Dennis A. Muilenburg, por un millón de dólares. Muilenburg, pese a su desastrosa participación, cobró la bicoca de USD 60 millones de compensación por su bien merecido despido… ¡Todo un premio para una trampa!


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25 septiembre 2022

Boletín de Prensa de la SEC *

* Boletín de la Comisión de Valores (USA), Washington 22 de septiembre de 2022. Con mi traducción.

 

La Comisión de Valores y Bolsa acusó hoy a la Compañía Boeing y a su ex CEO, Dennis A. Muilenburg, de que efectuaron declaraciones materialmente engañosas tras los accidentes de dos aviones Boeing en 2018 y 2019. Los accidentes involucraron al  Boeing 737 MAX y a una función de control de vuelo llamada “Sistema de Aumento de Características de Maniobra” (MCAS). Según el examen de la SEC, luego del primer accidente Boeing y Muilenburg ya sabían que el MCAS planteaba un problema continuo de seguridad en esos aviones pero aseguraron al público, , sin embargo, que el 737 MAX era "tan seguro como cualquier otro avión que haya volado por los cielos". Más tarde, luego del segundo accidente, también aseguraron al público que “no había deslices ni lagunas en el proceso de certificación con respecto al MCAS”, a pesar de ser conscientes de información contraria.

 

"No hay palabras para describir la trágica pérdida de vidas provocada por estos dos accidentes aéreos", dijo el presidente de la SEC, Gary Gensler. "En tiempos de crisis y tragedia es especialmente importante que las empresas y sus ejecutivos proporcionen revelaciones completas, justas y veraces al mercado. Boeing y su ex CEO, Dennis Muilenburg, fracasaron en esta obligación tan básica. Ellos engañaron a los inversionistas al proporcionar garantías sobre la seguridad del 737 MAX, a pesar de conocer graves problemas de su seguridad. La SEC sigue comprometida con erradicar la mala conducta cuando las empresas públicas y sus ejecutivos no cumplen con sus obligaciones esenciales con los inversionistas".

 

Según el examen, un mes después del vuelo 610 de Lion Air, con un avión 737 MAX que se estrelló en Indonesia en octubre de 2018, Boeing emitió un comunicado de prensa, editado y aprobado por Muilenburg, que destacó selectivamente ciertos hechos de un informe oficial del gobierno indonesio que sugería que un error del piloto y el mal mantenimiento del avión contribuyeron al accidente. El comunicado de prensa también dio garantías de la seguridad del avión, al no revelar que una revisión de seguridad interna había determinado que el MCAS planteaba un "problema de seguridad del avión" y que Boeing ya había comenzado a rediseñar el MCAS para abordar el problema, de acuerdo con el informe de la SEC.

 

Aproximadamente seis semanas después del accidente de marzo de 2019 del vuelo 302 de Ethiopian Airlines, con otro 737 MAX, y la puesta en tierra –por parte de los reguladores internacionales– de toda la flota del 737 MAX, Muilenburg, que estaba consciente de la información que cuestionaba ciertos aspectos del proceso de certificación relacionado con el MCAS, dijo a los analistas y reporteros que "no hubo sorpresa o brecha... que de alguna manera podía haberse presentado en el proceso de certificación" y que Boeing "había vuelto la vista atrás y confirmado de nuevo... que habíamos seguido exactamente los pasos de nuestros procesos de diseño y certificación que producen constantemente aviones seguros".

 

"Boeing y Muilenburg pusieron las ganancias por sobre la seguridad de las personas, engañando a los inversionistas respecto a la seguridad del 737 MAX; todo en un esfuerzo por rehabilitar la imagen de Boeing después de dos trágicos accidentes que resultaron en la pérdida de 346 vidas y un dolor incalculable para tantas familias", dijo Gurbir S. Grewal, Director de la División de Cumplimiento de la SEC. "Pero las empresas públicas y sus ejecutivos deben proporcionar información precisa y completa cuando hacen revelaciones a los inversionistas, sin importar las circunstancias. Cuando no lo hagan, los haremos responsables, como  lo hemos hecho aquí".

 

El informe de la SEC, respecto a Boeing y Muilenburg, encontró que se habían violado negligentemente las disposiciones antifraude de las leyes federales de valores. Sin admitir ni negar los hallazgos de la SEC, Boeing y Muilenburg dieron su consentimiento para “cesar y desistir” órdenes que incluyen sanciones por 200 millones de dólares y 1 millón de dólares, respectivamente. Se establecerá un “Fondo Justo” en beneficio de los inversionistas perjudicados de conformidad con la Sección 308 (a) de la Ley Sarbanes-Oxley de 2002.

 

La investigación fue llevada a cabo por la Oficina Regional de Nueva York con asistencia de la Unidad de Primera Instancia. La SEC agradece las asistencias de la Sección de Fraude de la División Penal del Departamento de Justicia y de la Oficina Federal de Investigaciones.


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22 septiembre 2022

Crónica de un rechazo anunciado

Dice alguna prensa que el mundo mira “con enorme sorpresa” los resultados del referéndum chileno. No pienso así; creo que los pueblos son volubles e impredecibles, igual que somos los seres humanos. ¿Cómo interpretar el rechazo de comunidades enteras a la multiculturalidad de los pueblos aborígenes?, ¿o que las mujeres votaran contra una propuesta feminista, o que una mayoría de gente postergada rechazara un texto “garantista”? La respuesta no luce simple, pero la gente habría respondido –por una vez– con un rezago de sabiduría, se habría dado cuenta que el documento era una quimera y se dijo: “no, no quiero la luna, solo quiero que alguna vez me traten con cariño”.

 

Lo único claro es que si la mayoría no respaldó la propuesta, tampoco estuvo de acuerdo con las protestas callejeras de 2019; así, con su voto, apagó el incendio que habían provocado los violentos. El fracaso confirmaría, además, la real existencia de la sospechada infiltración de gente ajena –con oscuros intereses– en esas manifestaciones; o, tal vez, que el supuesto vacío constitucional fue solo un mero pretexto para las protestas. La lección a aprender, para los demás países de la región, es que existió, con harta probabilidad, un excesivo ingrediente ideológico en la conformación de la Convención, toda vez que sus miembros fueron elegidos después de las protestas; por ello, dadas las reglas del juego, no sería raro que los “independientes” no lo hubieran sido realmente.

 

Una carta magna no es lo mismo que una ley cualquiera. Una constitución requiere de un distinto tratamiento; para empezar, debe prescindir de ese alto contenido ideológico que inspira a las leyes. Su alcance es más conceptual: se refiere a la estructura del estado, a la relación con los ciudadanos, a su organización política. Por tanto, no se entiende la integración de una constituyente donde estén ausentes los juristas y, de preferencia, los constitucionalistas. En cuanto a las ideologías, es inevitable que los juristas puedan tener también una tendencia política. Ser neutral o imparcial es casi imposible, pero se puede al menos tratar de ser objetivo.

 

Para el caso chileno, esa selectiva presencia de juristas no fue consolidada con oportunidad; además, la votación efectuada para escoger a los eventuales integrantes tuvo un claro tinte político, que se contaminó con el carácter pendular de las elecciones partidistas y con el desencanto que pudo haber acumulado un presidente joven e inexperto, aspectos que marcaron diferencia. Ya se sabe: una cosa es con guitarra y otra con violín, una cosa es criticar, gritar y tirar piedras y otra muy diferente gobernar. El exceso de ímpetu ideológico y la carencia de una voz ecuánime pudieron erosionar el espíritu inicial y todo quedó en novelería. La prueba es que no se logró estructurar un texto equilibrado y al final se quiso proponer un documento algo novedoso pero todavía irrealizable…

 

La propuesta pecó por muy extensa. Esto se debió a que redundaba en ciertos conceptos o, con mayor probabilidad, a que recogió asuntos que bien pudieron ser incluidos en otras leyes. Una constitución debe ser un documento que defina y exprese el concepto que se quiere tener del Estado y de su sistema democrático; debe tener, por tanto, un número más reducido de artículos, que persigan establecer esos importantes conceptos con claridad.

 

Una nueva constitución no equivale a refundar un país, lo que se quiere es conservar lo bueno y corregir lo malo; se debe evitar lo novedoso, aquello que por su impacto produce la apariencia de ser esencial. No extrañaría que pudiera haber habido un excesivo aporte generacional que incidió en la redacción final de la propuesta. Una constituyente requiere de gente mesurada y ecuánime, con más experiencia, que esté persuadida de que es mejor un cambio paulatino y moderado; gente que entienda que asuntos como la plurinacionalidad, la paridad de género y el ecologismo son muy relevantes pero no tan urgentes ni esenciales.

 

La nueva convención tendrá que evitar una tonalidad ideológica, y un discurso que genere temores respecto a la propiedad y a lo que deba entenderse respecto a las “nacionalidades”. Un estado puede ser multicultural, e incluso multinacional, pero se debe tener claro qué se quiere decir con un término que puede sugerir diversos significados. Además, debe evitar que se establezcan categorías entre los ciudadanos, con diferentes derechos u obligaciones.


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20 septiembre 2022

Elogio del maestro remendón

La Caldas, como la recuerdo, consistía en una cuesta de gradiente pronunciada en sus dos sentidos. Si la carrera Guayaquil la partía en forma longitudinal, pudiera decirse que viví en el lado occidental de la Caldas por algo más de diez años, desde cuando sucedió el penoso tránsito de mi madre. La Caldas (llamada así en honor al prócer, sabio y mártir colombiano Francisco José de Caldas Tenorio Gamba y Arboleda, quien vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX) era entonces una calzada pavimentada de aceras más bien generosas. Hace pocos años la habían adoquinado, quizá con el propósito de darle un carácter más a tono con el centro histórico.

 

Pero la Caldas del lado occidental, no era así de ancha a lo largo de toda su extensión. De la Guayaquil hacia arriba, yendo hacia poniente, o como quien se dirige a la Basílica del Voto Nacional, la vía –por lo menos en los tiempos en que ahí residí– lucía como una especie de embudo. En efecto, la fachada de las primeras casas del lado norte de la calzada (es decir, subiendo hacia mano derecha) invadía el límite de la línea de fábrica establecida. Además, la vereda –en esa parte– estaba revestida con lajas de piedra, lo que la hacía sobremanera resbalosa. Era cuestión de tiempo para que esas casas fueran demolidas (o que se les ordenara ajustarse a la ordenanza); por lo que, con los cambios arquitectónicos que produjo más tarde la remodelación de la plaza de San Blas, ello efectivamente sucedió.

 

Había, entonces, una ostensible irregularidad (un diente) en el trazo rectilíneo de la vereda, saliente que originaba un notorio recoveco convertido en indeseable rincón pestilente. Da pena comentarlo, pero el recodo se había transformado en ocasional y recurrente urinario público. Allí apuraban sus incontinentes trámites no solo los borrachos y oficinistas apresurados, lo hacían también los mozalbetes desaprensivos y los tarambanas trashumantes. En suma todo aquél que se había olvidado de efectuar sus líquidas deyecciones antes de salir de casa, y esto –además– si es que al desvergonzado no se le había ocurrido también aprovechar de la sombra que proyectaba un poste que allí mismo existía para evacuar sus sólidos detritos malolientes…

 

Era ese un oscuro rincón que afeaba la cuadra. Por lástima, estaba avecinado a la residencia de quienes fueron los amigos más cercanos que tuvimos en nuestros años de niñez (no digo “infancia”, porque es vocablo de curiosa etimología: viene del latín ‘infans’ que quiere decir “el que no habla”). Ahí mismo, al lado del fétido y evitable ángulo, un laborioso sastre de contradictorio apellido, había instalado el discreto taller donde realizaba sus tareas de alfayate (era una injusta ironía que un individuo tan industrioso y cumplidor mereciera ese apellido). El local no albergaba únicamente su taller; ahí mismo, en un pequeño espacio protegido por una frágil mampara, había instalado los pocos bártulos que conformaban su lúgubre dormitorio. Pudiera decirse que aquel lugar era también su mísera morada.

 

Fui en repetidas ocasiones a la modesta sastrería. Allí no solo confeccionaban y alteraban prendas de vestir; otro de sus servicios era el de planchado. Aquél era un recinto de regular tamaño, pero nunca dejaba de llamar la atención que, tanto el abnegado “maestro” como el resto de su familia –para no mencionar a sus operarios– pudieran realizar tan variadas tareas, no siempre relacionadas con el oficio, y sobre todo, las referentes a los asuntos privados, en espacio tan reducido. Si las gavetas de las máquinas y mesas de trabajo habían recibido el gráfico remoquete de “cajones de sastre”, la totalidad misma de aquel taller-vivienda también merecía similar forma de metáfora. Todo ese lugar era un verdadero “cajón de sastre”, donde –para colmo– se expendían también diminutos peces tropicales.

 

Pienso en el sencillo y atiborrado espacio donde vivía toda la familia de ese cordial y siempre sacrificado padre de familia, y no puedo sino hacer reverencia a la forma empeñosa y puntual con que ejercía su honrado oficio. Hoy rindo homenaje a todos aquellos otros artesanos que hacen más fácil y llevadera nuestras vidas y que cumplen con portentosa efectividad sus –en apariencia– insignificantes labores. Medito en tantas otras humildes tareas efectuadas por quienes, si no existieran, simplemente dejarían sin realizar muchas de esas actividades. Piénsese –en cuanto a reparaciones– en el trabajo del electricista, del albañil o del plomero (fontanero o gasfitero de otras latitudes) y no podremos sino alabar su prodigiosa destreza y agradecer su servicial compromiso.

 

Esos maestros costureros fueron gente sencilla, un colectivo que siempre acicateó mi gratitud y admiración, un gremio de artesanos diligentes y confiables. Ahí estuvieron –con tiza, aguja y alfiler– los Jaya y los Contreras, los Llumiquinga y los Pumasunta; prosapia laboriosa que atendió mis encargos y soslayó mis quisquillosos remilgos.


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18 septiembre 2022

¿Qué hacer? *

* Escrito por Juan José Millás, para El País de España.

 

Me hallaba comiendo en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora…

 

Estaba comiendo con un amigo en un restaurante japonés cuando me manché la camisa con una gota de salsa de soja, de modo que bajé al baño para limpiármela antes de que se secara, y al subir aparecí en otro restaurante, asturiano ahora, donde me esperaba un colega con el que por lo visto también había quedado.

 

Me hallaba comiendo, en fin, en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora. Por alguna anomalía inexplicable, aquellas dos dimensiones paralelas de la realidad se habían cruzado provocando una situación insólita. Le conté la experiencia a mi amigo como si me la hubiera imaginado, para no dar la impresión de que me había vuelto loco, y dijo que eso de estar en dos sitios a la vez era normal en el mundo subatómico.

 

Zanjada la cuestión, continuamos hablando de nuestras vidas, aunque yo no dejaba de darle vueltas al asunto. En el segundo plato, cuando ya habíamos dado cuenta de una botella de vino, mi amigo preguntó con quién estaba comiendo en el restaurante japonés. Le dije que con Paco, al que también él conocía. “Anda un poco deprimido”, añadí, “por problemas económicos y de salud”. “De Paco”, me advirtió entonces mi amigo, “no hay que fiarse, se queja de todo y es un sablista; me debe dinero desde hace dos años. Cuídate de él”.

 

Me pareció mal que hablara así de un amigo común. Pedimos otra botella de vino y, cuanto más bebía, más agresivo se ponía. La agresividad me da náuseas, de modo que me disculpé y bajé al baño para vomitar. Al subir, volví a encontrarme en el restaurante japonés, donde continué comiendo con Paco, que es un tipo triste, de acuerdo, pero buena persona. Invité yo, porque sé que no le va bien con la tienda de marroquinería que heredó de su padre. Lo que no esperaba es que me pidiera un préstamo. Le dije que sí, ¿qué iba a hacer?


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15 septiembre 2022

Cartas de referencia

Vivimos tiempos difíciles. El otro día tuve un apuro y aunque hoy parezca un anacronismo me pidieron un par de cartas de referencia. Se trataba de un trámite para una institución pública, que –se entiende– tiene registros y conocimiento de todo lo que se mueve en nuestra sociedad. Bueno, resulta que anduve un poco estrecho y me vi obligado a solicitar un préstamo quirografario (sí, como en el título de la telenovela, “los ricos también lloran”). Cuando creí que ya había terminado de procesar el necesario trámite, zas, van y me piden una referencia bancaria, con información de los movimientos realizados en los dos últimos años, así como también una referencia comercial.

 

Estos son tiempos de verano, a la vez, lo que quiere decir que “todo el mundo” (literal) parece que anda de vacaciones; de modo que -tras cuernos palos- justo las dos personas encargadas de procesar los trámites, y de cuya gestión dependía la emisión de los benditos certificados, también estaban “en goce de vacaciones” (lo del “goce”, claro, puede ser un eufemismo). Aquí no puedo dejar de comentar que en estos días ya la gente no sale de vacaciones cuando realmente quiere (o puede) sino cuando las empresas o instituciones deciden que sus empleados deban hacerlo, pues ha disminuido la demanda de sus respectivas actividades…

 

Para empezar, cómo se entiende que una institución pública, como el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, IESS, que basa sus prestaciones en los propios aportes de sus afiliados, les solicite, a modo de garantía, documentos de respaldo, que pudieran no ser fidedignos? Se entiende que estos pudieran dar fe de la respectiva honorabilidad (o solvencia) de quien ha decidido echar mano de este perentorio recurso, para tal vez aprovechar condiciones “más convenientes” y evitar seguirse endeudando a un régimen más alto y punitivo de intereses. Y, ya que lo menciono, tampoco tan “convenientes”: un préstamo del IESS, otorgado a 50 meses, termina recargando intereses por un valor equivalente a un tercio del valor concedido.

 

Todo esto sin tomar en cuenta la aplicación de un incomprensible “seguro de desgravamen”, lo que querría decir que de no contratárselo la familia del interfecto (la del afiliado fallecido) pasaría a ser responsable del pago del saldo correspondiente. En resumen, ¿cuál es entonces el beneficio de ser o de estar afiliado? En otras palabras, ¿qué ventaja tiene ser un jubilado?, ¿acaso sus largos años de aportaciones (el mínimo de tiempo requerido para acogerse a la jubilación) no son suficientes, como garantía de respaldo, para un simple préstamo personal?

 

El asunto es que estuve obligado a echar mano de este “último recurso” y, como requisito, me vi abocado a esa tramitación adicional para obtener los referidos certificados. El emitido por el banco parece asunto fácil (de hecho, se lo consigue en la propia “página web”), sin embargo este documento solo proporciona información de la actividad relacionada con el último semestre y no con los dos últimos años, como solicita el Instituto.

 

Hay necesidad, por tanto, de efectuar una solicitud especial al mismo banco, cuyo trámite puede tomar hasta otros diez días hábiles. Así que… ¡paciencia! Para el caso del certificado comercial, lo más seguro es que este solo pueda ser emitido por “la persona encargada”, quien –para variar– tampoco pudiera estar disponible; y no sería raro que también se nos diga: “hay que esperar que fulanito o zutanita regrese, porque se fue de vacaciones”…

 

Como se ve, un préstamo quirografario, cuyo desembolso final, en teoría, solo toma 72 horas luego de su autorización, bien pudiera tomar mucho más tiempo del anticipado, todo por culpa de los superfluos requisitos adicionales que he comentado. ¿Cuál es el real objetivo de estos documentos?, pregunto yo. “Para evaluar la real capacidad de pago”, me dirán, lo cual no resulta convincente. A fe mía, que solo se trata de satisfacer aspectos burocráticos.

 

Ahora bien, ¿Son realmente “quirografarios” estos préstamos? Quirógrafo, de acuerdo con el diccionario, quiere decir todo aquello que “no es público”, lo que se hace sin necesidad de acudir al notario: lo “privado”. Estos procesos adicionales, por lo mismo, tienen mucho de los que son tratados como públicos. A menos que no se quiera dar a la voz “privado” su sentido natural, el sentido de aquello “que se ejecuta a la vista de pocos, sin formalidad ni ceremonia” y más bien el de algo que sería “personal o particular”. No quisiera ni pensar en la aplicación de las acepciones 7 y 8 del DLE, que resultan –por escatológicas (relacionadas con los excrementos)– francamente impublicables…


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13 septiembre 2022

Una gira truncada

Enrique Santos Discépolo, un morocho porteño, autor de famosos tangos como Cambalache, Yira Yira o Malevaje, es quien habría dicho aquella frase inmortal que define al celebrado ritmo: “El tango es un pensamiento triste que se baila”. Pero el tango no siempre se cantó y quien empezó a ponerle letras y a convertirlo en canción (el tango-canción) fue un extraordinario cantor, nacionalizado argentino, apodado el “Morocho del Abasto” o el “Zorzal criollo”, su nombre era Charles Romuald Gardés o, si prefieren, Carlos (o Carlitos) Gardel.

 

Gardel habría nacido en Francia o pudiera ser uruguayo. Lo único cierto es que, por un misterioso motivo, él mismo tuvo mucho cuidado de no mencionar su origen. Lo importante, sin embargo, no es dónde mismo nació, ni en qué año (también hay inconsistencias en este sentido), sino porqué es que nunca fue claro él mismo. Lo más seguro es que quiso proteger algún asunto de tipo familiar para evitar incomodar (o perjudicar) a su madre o a la mujer que estuvo a cargo de sus primeros años y que se preocupó, por lo mismo, de su atención, formación y cuidado.

 

Según la versión francesa”, Gardel habría nacido en Toulouse el 11 de diciembre de 1890, de padre desconocido y en el hospital de La Grave; su nombre sería Charles Romuald Gardès, apellido que más tarde españolizó como Gardel. Según esta posibilidad, sería hijo de Berthè Gardès, dueña del apellido original de quien pudo haber sido bien sea su madre, su madre adoptiva o su eventual madrastra. En contra de esta teoría existirían varios documentos y un asunto adicional: cuando sucedió el accidente de Medellín, donde falleció Carlos Gardel, se habría encontrado un pasaporte uruguayo en el que Gardel constaba como nacido en Tacuarembó, en 1883.

 

De acuerdo a la interpretación uruguaya, el autor de El día que me quieras, Volver o Por una cabeza, habría nacido en Tacuarembó, ciudad ubicada unos 300 kilómetros al norte de Montevideo, entre 1883 y 1887 (existen fotografías escolares de Gardel que lo respaldan). Habría sido hijo ilegítimo de un coronel uruguayo y puesto al cuidado de una sirvienta de nacionalidad francesa. El cambio del año de nacimiento se habría producido para ubicar al cantante dentro de un margen de edad (aparentar una mayor edad), lo cual le hubiera liberado de tener que prestar servicios militares en el lado francés durante la Primera Guerra Mundial.

 

Cualquiera que fuese la versión verdadera, el iniciador del “tango canción”, habría vivido con su madre, o con quien hizo sus veces, desde muy chico en un conventillo de Buenos Aires (un conventillo es una casa donde viven hacinadas varias familias). Más tarde habría formado un dúo inicial con otro intérprete de nombre José Razzano. Esta pareja artística se habría mantenido como tal desde 1915 hasta 1925. Este tipo de tango, la melodía cantada, habría surgido como una suerte de lamento, como una melodía nostálgica. Se sabe que sería por esos años cuando Gardès se habría nacionalizado argentino, haciendo honor al país que fue testigo de su infancia y de su desarrollo artístico.

 

Respecto a su personalidad se sabe que era muy meticuloso con su acicalamiento, que siempre procuraba vestir y parecer como miembro de las clases altas; de cabello siempre engominado, dicen que “los hombres lo admiraban y las mujeres lo adoraban”. De acuerdo a la plataforma virtual Biografías y Vidas, “Gardel fue en la intimidad un hombre tortuoso, retraído y contemplativo, atenazado por una oscura tristeza y víctima fácil del abatimiento. En cuanto a su vida sentimental, confesaría que nunca se había enamorado de mujer alguna, porque todas valen la pena de enamorarse y darle exclusividad a una es hacerles una ofensa a las otras

 

Su muerte no escapó tampoco a ese aire de leyenda (hay quienes creen que habría sobrevivido a la tragedia y que su rostro se habría desfigurado). Falleció en Medellín en un accidente aéreo ocurrido durante el despegue; hubo 17 fallecidos. Era un vuelo de la empresa SACO (Servicio Aéreo Colombiano) que se dirigía a Cali y que se había iniciado en Bogotá; era un Ford trimotor. Las reseñas mencionan F-31 como el modelo del avión; lo más seguro es que sea su número de matrícula, pues no existe ninguna versión del “Tin Goose” (o “Ganso de Hojalata”) con ese nombre. Un modelo parecido, el Junkers– 52, voló para la Fuerza Aérea y para varias aerolíneas hasta los años 60 en el Ecuador.

 

Lo más probable es que tuvo una falla de motor que le hizo perder el control direccional. Se estrelló contra un avión de SCADTA (hoy AVIANCA) que también se preparaba para despegar. Eran tiempos que todavía se volaba sin copiloto y se recibía un entrenamiento muy precario, lo cual impedía volar estas aeronaves con mayor seguridad.


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11 septiembre 2022

Crimen y castigo

Por fin he terminado mi lectura de Crimen y Castigo, la formidable novela de Fiódor Dostoievski. Lo de “por fin” no se relaciona con la finalización de tan postergada lectura, sino más bien con la continuidad de su inicio y su exitosa comprensión. Había hecho algunos intentos anteriores, solo para reconocer con desilusión que la historia tenía demasiados personajes… Un poco tarde habría caído en cuenta que en ella tendemos a identificar como distintos a los mismos personajes porque se los llama con nombres diferentes. Crimen y Castigo es no solo una de las obras más geniales que jamás se hayan escrito; es un prodigioso tratado psicológico y además una cautivante novela policíaca. Quizá sea importante hacer una pequeña advertencia: su lectura requiere de un cierto derrotero.

 

Para disponer de una guía, existen dos métodos parecidos. Uno consiste en obtener referencias previas acerca de los actores; y, otro, el que yo mismo intuí y que recomiendo: ir construyendo una breve sinopsis que incluya el apellido; los nombres; el apodo o la forma familiar de llamar a cada personaje; con la función que cada uno cumple en la novela. Así por ejemplo: los nombres Rodion Romanovich corresponden a Raskolnikov, que es el apellido del protagonista principal, un estudiante introvertido y austero, aunque febril y de extraordinaria inteligencia; sin embargo, Rodia, el hipocorístico (diminutivo) de Rodion, es la forma familiar con que también se lo conoce. De modo que la confusión es inevitable, por la mezcla de las diversas modalidades, cuando se hace referencia al sujeto en referencia.

 

La palabra “crimen” tiene una curiosa etimología; no se relaciona con homicidio o asesinato, como se pudiera imaginar. Crimen viene del latín y quiere decir acusación, aquella de un acto grave por el que alguien es investigado, o se ha “incriminado” (nótese el sentido que esta voz tiene). He pensado en el vocablo en estos días cuando ha ocurrido el supuesto atentado de la señora Kirchner en  Argentina. Digo “supuesto” con intención, porque dada la fama que la mandataria tiene, sus propios conciudadanos sospechan que no se trata de algo real sino tan solo de un montaje…

 

Pero primero lo primero: si el atentado fue auténtico, merece el rechazo general; la vida humana está por sobre cualquier otro tipo de consideración. Esto no quiere decir que no puedan también censurarse las actitudes arbitrarias de políticos que despiertan consecuente indignación, sea porque han abusado de los fondos públicos, o porque creen que están sobre un código elemental de decencia o por encima de la ley. En casos así, la situación se torna más reprochable si el presunto culpable procura aprovecharse de la excesiva lenidad de la justicia o trata de influir en el dictamen de los jueces. Esta dudosa e irregular impostura procesal es un trámite hoy conocido como “lawfare”.

 

El caso de la vicepresidenta es particular porque la mujer del César no solo tiene que ser honesta sino que, además, debe parecerlo. La fortuna de los Kirchner parece todo menos bien habida, hay demasiados asuntos oscuros, para no llamarlos sospechosos. Y también está lo otro: su desaforado afán por enquistarse en el poder, lo cual significa solo dos cosas: su escuálida vocación democrática y el deseo de asegurar su propia impunidad. Cuando existen tantas evidencias, una persona honesta debe dar un paso al costado, no solo para proteger su legado político sino para respetar el debido proceso y dejar que las instancias jurídicas determinen su inocencia o culpabilidad.

 

En casos así, lo que hace daño a la democracia no es un atentado; hacen más daño el irrespeto al juego limpio, el abuso del poder, el atropello a los límites que impone la verdadera democracia, no esa vicaria distorsión que permite el gobierno de los sabidos y de los corruptos, de esa gentuza aviesa e ignorante que se cree irremplazable. En cuanto a condenar el discurso de odio que incita a la violencia: nada es peor que gobernar sin integridad; nada fomenta más el odio que la gestión amañada y desaprensiva, ese vergonzoso imperio de la impudicia que se ampara en los siniestros mecanismos de la impunidad, pues toda falta debe merecer su correspondiente castigo.

 

El gobierno argentino ha hecho un llamado para “defender la convivencia democrática”. Esta no se protege con proclamas, y menos decretando feriados para soliviantar a los afectos al régimen; se lo hace con honestidad y transparencia. En cuanto a la señora Kirchner, esa es su fatal circunstancia: su ambición cínica e irresponsable, su megalomanía y vanidad. La suya es la versión más arrogante que pudiera tener el populismo. No lo digo yo, es el triste convencimiento de la gran mayoría de los propios argentinos. Es hora de que se vaya a su casa, a disfrutar de lo que ella y su familia dicen haber  “ahorrado” (con tanto empeño y religiosa dedicación –digo yo– y, sobre todo, con tan contumaz y porfiado “sacrificio”). Lo demás es impostura y distorsión de la realidad, indolencia o fanatismo.


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