30 agosto 2022

La casa como alegoría

Como dice mi amigo Pato: “caduno es caduno”. Con ello lo que quiere decir es que cada cual tiene su propia tesitura (o sea, sus propios problemas y circunstancias). Creo que fue el perro de Pascal, o algún otro mastín importante, que alguna vez había dicho en una entrevista, eso de que “Los perros tienen razones que otros perros desconocen”… Con lo que anticipo lo que hoy quiero contar, que todo se aplica para cada cual de acuerdo a su propia circunstancia.

 

Y es que estuve escuchando (y viendo) la tele la otra tarde y un futbolista, sí nada menos y nada más que un simple futbolista, que por ahí alguien puede pensar que quizá no está en capacidad para decir asuntos interesantes, dijo algo genial que me “dejó en Babia” (aquí la mayúscula es intencional, pues Babia según el Diccionario, es una comarca de las montañas de León, lo cual permite un juego verbal, por su relación con baba). Decía, el interfecto, que los distintos equipos o clubes para los que colabora un jugador de fútbol tienen un muy cercano parecido a la serie de casas que le sirven de residencia en su vida personal.

 

Comentaba el conspicuo representante de las clases del balón, convertido en discípulo tempotal de Séneca, que uno empieza en el club del barrio o directamente en el primer club de su vida, y que esto equivalía a su primera morada que no era otra que la casa de sus padres. Que luego se dejaba seducir por otros equipos que venían a ofrecerle alternativas más jugosas y atractivas; eso es como cuando se empieza a tener novias y otras pretendientes, dijo el improvisado Platón, y ese es un momento que uno sabe que si quiere tener un mejor futuro debe dejar la casa de sus padres y opta por tener un piso de soltero. Ese primer apartamento independiente –dijo el ídolo deportivo– equivale al siguiente (o siguientes) equipo temporal, hasta que llega la mujer que le ha reservado el destino, aquella con la que “sabe” que va a tener que casarse. Y entonces se va a vivir con ella en su propia y definitiva casa…

 

Lo dijo el “crack” con tal desparpajo y seguridad que me pareció un símil irrebatible. No sé si la comparación era inédita y original, o quizá reproducida de las meditaciones de algún otro filósofo–futbolista. El punto es que ahí mismo me propuse copiar la metáfora para aplicarla a mi propio oficio de filósofo, estoico o cínico, que, por obra de la fortuna y la casualidad, un cierto día terminó convertido en “avionista”; y así resolví cuáles fueron las distintas aerolíneas u operadoras aéreas que, mientras fungí como piloto, dieron lugar a que hoy las compare con las diferentes residencias en las  que tuve la oportunidad de servir como aviador. O, para efecto del símil, de morar o vivir.

 

Mi primera casa, la más temprana, sería TAO, Transportes Aéreos Orientales. Esa sería la casa de mis padres (aunque en realidad era la de mis tíos), donde no tenía chance de hacer travesuras, tenía que ser “bien portado”. Ahí es donde hice mis primeros vuelos, aprendí de mis mayores, era muy formalito, me fueron enseñando cómo proceder en la vida y solo tenía una obligación para no tener que pagar arriendo: ayudar con las tareas de la casa, respetar a mis mayores y tratar de ser obediente… Ahí, en TAO, ya me hice capitán, que era como decir que seguía viviendo en la misma casa, pero que me habían dado una tarea adicional: tenía que ayudar a los menores a hacer sus deberes escolares…

 

Mi segunda casa –o, si prefieren, mi “depa” de soltero– fue la de TEXACO, realmente de su contratista, a través del cual me entregaban mis emolumentos, Ecuavía Oriente, cuyo dueño de casa era el hombre más sencillo que jamás he conocido en mi vida: Luis Estrada Icaza; no tengo duda que llegué a convertirme en su “inquilino” favorito. El “Barbón”, como con cariño le trataban mis mayores, era un tipo enorme (y dotado de un monumental corazón); un buen día vino a mi casa a tomarse un trago con mis compañeros y me preguntó si tenía música clásica, le puse algo de Bach y se sentó en el suelo a escucharla, todo para demostrarnos (ya era presidente de Ecuatoriana) que no tenía problema en ser lo que ya era: un hombre sin poses, un “down to earth”, un hombre humilde con los pies en la tierra…

 

Mi residencia de casado sería Ecuatoriana de Aviación, esa fue mi morada definitiva. En ella aprendí “a ser hombre”, a entregar lo que había recibido de niño, a ser responsable y a dar ejemplo de lo que era ser buen hijo y de lo que era ser buen padre. Fue una buena casa. Como diríamos: hecha a mi gusto; aunque, claro, lo que más disfrutaba era cuando estaba fuera… en los jardines. Pero, un día se acabó, y, como pasa también con los matrimonios, ya tuve otras casas, muchas otras. Puede decirse que incluso salí a vivir en “otras casas que quedaban fuera”… Este es un escueto resumen de lo que han sido mis equipos”, quiero decir “mis casas”. Que era lo que queríamos demostrar… LQQD.


Share/Bookmark

28 agosto 2022

Al buen tuntún

Decía el Flaco Rosales, mi amigo y colega de la vieja Ecuatoriana, que en el país las empresas aéreas fracasan porque todo se hace con el criterio del “yo creo” o del “ a mi me parece”. La verdad que el Flaco llevaba más razón que un santo; esa ha sido la triste historia de nuestra aviación nacional. Se han tomado decisiones por ignorancia o novelería, sin reflexión ni previsión y, peor aún, sin planificación o asesoramiento (cuando no por conveniencias…). Jamás, ni siquiera en los aciagos días previos a sus inminentes bancarrotas, las aerolíneas se dieron el trabajo de realizar un análisis serio de sus rutas o de su equipo de vuelo; o, por lo menos, de considerar si esas rutas que volaban, las frecuencias que mantenían o el equipo de vuelo que conformaba su flota, era el más adecuado para su operación.

 

Pero esa no es una verdad válida únicamente para la industria o el quehacer aeronáutico; se aplica para cualquier emprendimiento que se intente en el país: se hacen las cosas “al buen tuntún”, sin cálculo adecuado, a la buena de Dios. Había por ahí un ingenio azucarero, por muestra de ejemplo, donde se detectaba que este desperdiciaba el bagazo de la caña y se le propuso, sin cálculo de sus reales capacidades de producción, sin análisis de la verdadera demanda y sin conocimiento del negocio y de la eventual competencia, emprender en la conformación de una fábrica de tableros aglomerados para utilizar el bagazo. Por lástima se compró equipo inadecuado; simplemente eran máquinas complejas y muy caras de operar y –como consecuente resultado– la buena iniciativa fracasó.

 

En aviación sucede lo mismo. En la década de los sesenta la compañía Área optó por dos tipos de avión que se pusieron de pronto “baratos” en el mercado: el uno, el Comet 4, que empezó a tener una serie de problemas con sus motores; y, el otro, el Convair 990, cuya compra se creía indispensable porque era necesario competir con las aerolíneas extranjeras con un equipo similar de vuelo (había llegado la era del jet), pero se adquirió un tipo de avión de costoso mantenimiento, que más tarde sería superado por los Douglas y los Boeing, que se terminaron imponiendo en el mundo de la aviación comercial. Con un poco de candidez, para no llamarle de ingenuidad, sus dirigentes habían imaginado iniciar una ruta alterna para volar a Madrid: habían pensado que al pasajero no le importaría hacer múltiples escalas intermedias de reabastecimiento en Manaos, Belém, Dakar y Casablanca…

 

Algo parecido ocurrió cuando se quiso construir un aeropuerto internacional en Manta: no se pensó en el tráfico real de pasajeros que generaba la provincia de Manabí o si el aeropuerto de Guayaquil ya satisfacía esa demanda, lo que se quiso fue construir un nuevo terminal –con la nueva pista correspondiente– a efecto de impulsar dicho tráfico (así se llama en aviación al tránsito aéreo), desconociéndose un principio fundamental de la aeronáutica moderna. Y es que la gente compra un pasaje aéreo no porque el aeropuerto le queda cerca, sino porque quiere o necesita viajar. Esto siempre ha pasado, y gente con buenos propósitos ha terminado insistiendo en planes inadecuados. Tampoco está lejos el día que los directivos de otra empresa petrolera nacional compraron un jet innecesario para su operación aduciendo que esa era la nueva tendencia en el mundo, volar en jet. Sí, eso dice su informe “técnico”.

 

Dice en forma coloquial otro de mis amigos, el Gringo, para expresar un “lo que a ti te parezca” o “lo que tú creas preferible”: “haz lo que a tú más te convenga”. Así es como se hacen las cosas y se tratan los asuntos importantes en nuestra aviación, lamentablemente. Sin estudios, sin asesoramiento y sin considerar la real necesidad de adecuar la solución al verdadero requerimiento: actúan “al buen tuntún”. Claro que la expresión suena a algo así como “a lo tonto” o “al apuro” (que así mismo es), pero parece que esta es la deformación de una frase o expresión latina, ad vultum tuum, que quiere decir eso: “a tu favor” o “ a tu conveniencia”, “como a ti mejor te parezca”…


Share/Bookmark

26 agosto 2022

Volver la vista atrás

No es del todo malo eso de “regresar a ver”. De hecho, es lo que hacemos a primera hora, aun antes de levantarnos, todos los días, cuando recordamos y reflexionamos en lo que antes hicimos y “en lo que pudo haber sido y no fue”, aunque hay quienes piensan que nada de provecho se obtiene con volver la vista atrás. Nuestra cultura judeocristiana utiliza una metáfora admonitoria, la de Sodoma y Gomorra, para recordarnos que no siempre es bueno regresar a ver, para solo ahogarnos en las aguas de nuestro propio arrepentimiento. Pero no necesariamente es así; meditar en nuestros fracasos o errores no siempre equivale a “restregarnos la herida”, también puede servir para aprender de nuestras falencias o equivocaciones y para tratar de evitar su repetición. ¿No es eso acaso la sabiduría?

 

He meditado en estos días en el poema “Cantares” de Antonio Machado (hay quien piensa que el autor de su letra es Joan Manuel Serrat…), aunque lo he hecho más debido a su liviana filosofía –la misma que nunca deja de sorprendernos– que a su cadencioso ritmo: “Al andar se hace camino/ Y al volver la vista atrás/ Se ve la senda que nunca/ Se ha devolver a pisar/ Caminante no hay…” Sí, porque hay algo de la persistente dialéctica de Heráclito de Éfeso en el párrafo de aquel poema, ese “nadie se baña dos veces en el mismo río”, para recordarnos que nada es estático, que cambian las condiciones y sus circunstancias; en suma, que todo cambia… Por ello que, aunque aprendamos de nuestros errores, las lecciones que obtendremos al meditar en ellos, quizá ya no tengamos la posibilidad de aplicarlas nunca… justamente por lo mismo, ¡porque todo cambia!

 

Escuché la otra noche el siempre popular poema, pronunciado –parcialmente– por la boca de un hombre sabio, lúcido para la provecta edad que ya tiene: 93 años. Lo utilizó al desgaire (como con descuido) Simón Espinoza, en el acto de presentación del libro de mi amigo Jaime “el Gringo” Mantilla: “HOY, Un diario que enfrentó al poder”. Lo hizo, Simón, mencionando otra estrofa de la misma poesía: “Nunca perseguí la gloria/ Ni dejar en la memoria/ de los hombres, mi canción/ Yo amo los mundos sutiles/ Ingrávidos y gentiles/ Como pompas de jabón”… Estrofa que nos hace de nuevo meditar en la sugestiva filosofía del poeta hispalense.

 

“Volver la vista atrás” tiene un múltiple e invalorable beneficio. Primero, nos favorece con el fruto y provecho de la memoria; bien pensado, el hombre es el único ser que, usando el recuerdo, se favorece de la ventaja de “repetir” lo pasado. Vive, en cierto modo, dos veces, e incluso más de dos. Ese “ya lo pasado, pasado”, tema de alguna otra tonada, solo sirve para no reciclar el arrepentimiento o la amargura, pero no para sacar lecciones de vida como es el propósito de un reflexivo volver la vista atrás. Visto así, la memoria pudiera tener un beneficio catártico (curativo o purificador). Aquello de ser prudente y previsor, solo consiste en aprovechar del pasado para no sufrir por el mismo motivo en el futuro. Ese “no tropezar dos veces en la misma piedra” es lo que el mundo conoce como “experiencia”…

 

Y, claro, eso de hacer ocasional –aunque fugaz– auditoria del pretérito, es lo mismo que de repente hago temprano en las mañanas cuando leo las noticias o reflexiones ajenas; o cuando me baso en las controversias que se producen en la sociedad y las comparo con mis propias posturas o con lo que –relacionado con aquello– yo mismo he escrito en el pasado. Así confronto mis puntos de vista con lo que otros piensan, o me apoyo en ello para reforzar mis convicciones; o, lo medito otra vez, y así aprendo que no siempre tenemos las mejores respuestas. Así aprecio el beneficio de tratar de entender a los otros, la utilidad de hacer un esfuerzo por comprender las circunstancias ajenas y logro fortalecer mi propio espíritu de tolerancia.

 

Pensar ocasionalmente en el pasado –repensarlo– nos ayuda a meditar en el valor de saber disculparse. Nunca hay afrenta ni vergüenza en tener que hacerlo; saber disculparse es un gesto de humildad y de nobleza, que, asimismo, tiene su valor curativo. Además, y sin querer caer en el cinismo, ofrecer disculpas es una excelente estrategia: uno demuestra con ello que no es ningún fatuo o presumido y, lo más importante, debilita (e incluso destruye) la razón del reclamo o el argumento de quienes quieren atacarnos. Obviamente, no nos disculpamos con tan pueril propósito: lo hacemos para resarcir, compensar o reparar el mal causado, para expresar de forma sincera nuestro deseo de enmendar o para manifestar nuestro arrepentimiento.

 

Ah, pero una opinión: es preferible ser breve. Como hubiera dicho, con su conocido aforismo, Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sí, todo se aprende: “Caminante, no hay camino/ Se hace camino al andar”…


Share/Bookmark

23 agosto 2022

Los “Diez Asuntos”

Alguna vez escribí una nota en este blog respecto a los Diez Mandamientos, lo hacía en el sentido de que sería preferible que fueran referencias positivas, disposiciones emanadas para recomendarnos hacer el bien, lo cual sería preferible a emanar prohibiciones que nos obliguen a no hacer el mal. “Nunca había pensado en eso –me dijo uno de mis hijos–, voy a robarme la idea para comentar o elaborar algo al respecto”. La verdad es que existen demasiados NO en los preceptos del Decálogo, palabra que en la Septuaginta (la Biblia traducida del hebreo al griego por setenta sabios) viene de las voces griegas deca y logos que querrían decir “Diez Palabras”, “Diez Asuntos” o “Diez Tratados” (no matarás, no robarás, no mentirás, no fornicarás, no codiciarás esto o no codiciarás aquello...).

 

Pero claro, ya siendo realistas, aquello es inevitable, eliminar esos “no” iría contra la tendencia díscola de la naturaleza humana, nótese que incluso el Diccionario no tiene reservada una palabra para el plural de no (ni nos, ni noes), síntoma tal vez de que eliminar el repetitivo no, es francamente imposible… Parece que para respetar una restricción el hombre necesita “un estate quieto”, un “no” claro y definitivo, una bien definida cortapisa; evitarlo simplemente no es factible. El mismo Moisés, que según la tradición había subido al monte Sinaí para orar y recibir las Tablas de la Ley, habría regresado feliz para participar a su pueblo que había recibido las “Diez Palabras” de manos de Dios, solo para comprobar que los israelitas ya se habían entregado a otros placeres y a otros dioses más permisivos…

 

No estoy muy seguro, qué es lo que pasó con esas benditas “tablas”, que –aunque tablas– estaban simbólicamente fabricadas con piedra; no eran de madera. Desde entonces nos habría quedado la expresión “escrito en piedra” para significar algo indeleble y firme, que debe cumplirse y que no puede obliterarse. De hecho, Moisés (a quien siempre le pintaron con cuernos desde antes de la Edad Media, porque en la traducción de la Septuaginta confundieron el vocablo rayo, o destello luminoso, con la palabra cuerno), se vio obligado a “hacer un nuevo pedido” para reemplazar esas primeras tablas que, en un arrebato irascible, él mismo las había despedazado.

 

El Decálogo representa un código de prácticas que  deben cumplirse para satisfacer el Convenio con Dios. En él se establecen principios éticos que son la base moral de religiones como el judaísmo o el cristianismo. Contiene instrucciones o también prohibiciones contra diferentes flaquezas o pecados, como la idolatría o la deshonestidad, el asesinato o el robo, la mentira o el adulterio. Preceptos y prohibiciones cuya forma de ser enumerados o de ser interpretados varía de acuerdo a la respectiva religión o grupo religioso, pues existen versiones distintas, en las que en la práctica existen más mandamientos que solo los supuestos diez (se contabilizan alrededor de veinte). La Iglesia católica sigue la división de San Agustín que omite el prólogo y divide la prohibición de codiciar en dos.

 

Los Mandamientos aparecen dos veces en los libros de la Biblia católica: en el Éxodo (34:28) y en el Deuteronomio (10:4). El Éxodo es el segundo libro del Pentateuco, que realmente quiere decir “cinco cajas”, ahí se cuenta la salida de los israelitas de Egipto. El Éxodo es conocido con el título de “Nombres” en la Biblia hebrea; en él se encuentran recomendaciones de culto y hasta asuntos un tanto curiosos, algunos relacionados con la guerra, de la misma que exime a los hombres que están por casarse, listos para cosechar frutos o para estrenar una casa nueva… Deuteronomio, por su parte, viene de las voces griegas deuteros y nomos, que juntas significarían “la segunda ley”, este es el último libro del Pentateuco, libro que algunos sectores tradicionales atribuyen a la autoría de Moisés. En hebreo lo llaman Devarim, que quiere decir "estas son las palabras", expresión con la que empieza su texto.

 

Hay distintas versiones en cuanto a qué estuvo escrito en cada una de las dos tablas. Filón de Alejandría, sostenía que el Decálogo estaba dividido en dos tablas de cinco mandamientos cada una: en el primer lado habría ubicado los preceptos referentes a la piedad; y en el segundo  los relacionados a “la prohibición”. Para los demás filósofos (con pequeñas variaciones) la primera tabla contendría los cuatro primeros Mandamientos, los relacionados con el amor a Dios; y, la segunda, contendría los otros seis preceptos, los relacionados con el amor al prójimo.

 

No está claro si esas prodigiosas historias, que cuenta la Biblia, realmente sucedieron o si solo constituyen una gran metáfora que representa el acercamiento espiritual del hombre con la divinidad. En “blanco y negro”, contendría historias con carácter más bien de tipo legendario; así, no deberían ser consideradas como textos históricos.


Share/Bookmark

19 agosto 2022

Itinerancia de dos fundaciones (3)

Respondo a algunas inquietudes que pudieron despertar mis dos artículos anteriores:

 

¿Hubo dos expediciones luego de las fundaciones efectuadas cerca de Colta? Sería imposible, significaría que Benalcázar estuvo en dos expediciones distintas a la vez, y con antagónicos objetivos.

 

¿Qué necesidad tenía Benalcázar de trasladar Santiago de Colta a Guayaquil? No había necesidad y tampoco ningún valor práctico. Santiago había quedado solo como destacamento; si Benalcázar la levantó en su regreso a Piura, fue para aprovechar los recursos que podían serle necesarios, no con intención de “reciclar” un nombre. Su obsesión era descubrir El Dorado; se había propuesto establecer varios asentamientos para la futura expedición.

 

¿No era acaso perjudicial para su hoja de vida efectuar el traslado de Santiago a la costa sin autorización? Hubiese sido un suicidio, desde el punto de vista histórico, que colabore él mismo para destruir lo que significaba ostentar la gloria de haber sido ya el fundador de San Francisco de Quito.

 

¿Cuál fue el motivo para llamar Santiago a la ciudad fundada en Colta? Santiago es el santo patrón de España. De acuerdo a la leyenda, fue uno de los discípulos que viajó a Hispania a predicar la buena nueva. Su nombre era Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor. Habría muerto decapitado por orden de Tiberio y sus discípulos lo habrían trasladado a la península Ibérica para enterrarlo. Ha sido parte de la inspiración religiosa de los españoles en sus luchas contra los árabes, al grito de “Santiago y cierra España”. Santiago de Compostela lleva su nombre.

 

¿Por qué cambiaron el nombre de Quito, de Santiago a Francisco? Parece que en honor al santo de Asís o a los monjes franciscanos. Aunque pudo haberse escogido el nombre en honor a Pizarro, uno de los principales socios de la empresa de conquista del Perú. Almagro no estaba en buena relación con él, pudo ser un gesto reconciliatorio.

 

¿Por qué se llamó Santiago al primer asentamiento que fundó Benalcázar en Guayaquil? El nombre, como cualquier otro, estaba disponible. Santiago era el santo tutelar de los conquistadores. Benalcázar no estaba obligado a utilizar el nombre ni veía con ello ninguna ventaja política. No era su preocupación utilizar el nombre para supuestamente “trasladar” Santiago (el de Colta) a Guayaquil.

 

¿Era necesario que Benalcázar aplicara la Cédula Real de 1534 para refundar Quito? Es probable que no, pues parece que tampoco fue necesario ningún permiso especial, o delegación interpuesta para realizar la segunda de las fundaciones; pero quizá Benalcázar prefirió ampararse en la Cédula Real emitida por Carlos V, el 4 de mayo de 1534, que le daba facultad para que “cada y cuando le pareciera (al funcionario) que un pueblo fundado o que fundare se deba mudar de sitio la pudiese mudar al que le pareciere, con su nombre”. Sin embargo, si este amparo fue utilizado efectivamente, dejaba sin ningún valor las fundaciones efectuadas previamente.

 

¿Por qué tenían recelo, los habitantes del quinto asentamiento, de las retaliaciones de Pedro de Puelles, Gobernador de Quito, si ya había muerto? El alcalde, en el penúltimo asentamiento era –desde abril de 1547– Rodrigo Vargas de Guzmán, designado por Pedro de La Gasca, quien había ordenado la ejecución del anterior alcalde, Miguel de Estacio; temían por lo mismo, que Pedro de Puelles se desquitara, pues tanto él como Estacio eran hombres de Gonzalo Pizarro. Se dice que Puelles era reputado de “valiente aunque inescrupuloso”. Lo que con seguridad los guayaquileños no conocían era que ya no hubiesen tenido de qué preocuparse, pues Puelles había muerto a fines de mayo a manos de una turba de facinerosos. El asesino, un tal Rodrigo de Salazar, pasó a reemplazarle; dicen que cumplía órdenes del propio La Gasca, quien por esos mismo años venció a Gonzalo Pizarro y dispuso su muerte.

 

¿Cuándo mismo se asentó Guayaquil junto al cerro Santa Ana? La relación del último traslado cuenta que este habría tomado un total de tres meses, luego de que Estacio fue ejecutado (abril de 1547), por orden de La Gasca. Este tiempo fue necesario para efectuar los preparativos, como apertrecharse de balsa y otras maderas, y embalar las pertenencias; luego, bajar por el Guayas y remontar el río con la marea, dando la vuelta a la isla Santay. Estas diligencias pudieron haber tomado hasta junio, lo cual coincide con las referencias. La decisión de “mover la fecha” al 25 de julio, obedecería a la intención de hacer coincidir la efemérides con el santoral, que reserva ese día para honrar a Santiago Apóstol. De todos modos, la primera fundación no se había hecho en julio sino en el otoño de 1535; asimismo, la fundación de Santiago (la de Colta), tampoco se había efectuado en julio sino el 15 de agosto de 1534.


Share/Bookmark

16 agosto 2022

Itinerancia de dos fundaciones (2)

La fundación de Guayaquil es algo un poco más complejo, no solo porque hubo cinco, si no seis, intentos distintos, sino porque hay algo que se debe dilucidar previamente, pues urgido Almagro por fundar Quito, debido a la inesperada llegada de Pedro de Alvarado a la serranía, opta por fundar Quito en un lugar cercano a Colta, al que bautiza de Santiago. Cuando más tarde Benalcázar funda Quito, aplica el tenor de la Cédula Real del 4 de mayo de 1534, dejando sin efecto las fundaciones previas. Sería inadecuado, por tanto, hablar de un “traslado” de Santiago a la desembocadura del Guayas. Aquel primer Santiago había quedado reducido a temporal campamento militar.

Seis meses más tarde, Benalcázar regresaría a Piura para entregar a Pizarro los expolios del saqueo quiteño. Al pasar por Colta, levanta el castro de avanzada, ya con la idea de utilizar dicho campamento en la siguiente tarea que, con permiso de Pizarro, pretende emprender. Ha quedado impresionado por la ruta tomada por Alvarado hacia la serranía. Ello recomienda fundar un puerto junto al Guayas. Es frágil, por tanto, el argumento del eventual traslado de la primera Santiago, en cuanto a la versión de que, luego de su anulada fundación, se habrían formado supuestamente dos expediciones. Benalcázar no podía estar en dos expediciones al mismo tempo.

 

Benalcázar llega a Piura a mediados de 1535, da un mes de descanso a sus hombres e inicia los preparativos para emprender, desde Paita, el viaje hacia el futuro primer asiento de Guayaquil. En el trayecto, pacifica Puná y remonta el Guayas. El siguiente sería un breve resumen de los diferentes asentamientos (1535–1547)

 

1. Octubre o noviembre de 1535: Benalcázar encuentra una pequeña aldea, “Guayaquile”, está ubicada junto a un estero localizado frente del lado oriental de la isla Santay. La funda con el nombre de Santiago de Guayaquil. Cumplido su cometido, deja 40 españoles y nombra dos alcaldes: Antonio de Rojas y Diego de Daza. Al poco tiempo, los pobladores empiezan a sentir la hostilidad de los nativos. En efecto, los “chonos” (habitantes del lado oriental del Guayas) dan muerte a la mitad de los nuevos pobladores; Daza decide pedir auxilio a Quito y Francisco Pizarro dispone a Hernando de Zaera, uno de sus capitanes, reubicar y refundar la villa.

 

2. Zaera llega en 1536, reubica la villa al sur de la confluencia del Yaguachi con el Babahoyo; es un lugar que se conocía entonces como Yagual. Zaera, siguiendo órdenes de Pizarro, se ve forzado a partir de regreso a Lima, debido a la rebelión de Manco Inca; deja, por lo mismo, desprotegida la ciudad. Este es también territorio de los indómitos chonos y la tragedia acaecida frente a la isla Santay vuelve nuevamente a ocurrir.

 

3. Francisco de Orellana, Teniente de Gobernador de Puerto Viejo, es designado por Pizarro para reubicar la villa en un emplazamiento distinto. Lo hace (hacia 1537) en un lugar llamado La Culata (hoy quizá 'La Puntilla), al sur de la actual península de Samborondón. No obstante, debe volver debido a los preparativos de su viaje al Amazonas. La recurrente beligerancia de los chonos hace que nuevamente se pierda parte de la población. El gobernador encargado, Diego de Urbina, se ve obligado a reubicar Santiago más hacia occidente, al otro lado del río Daule.

 

4. En mayo de 1542, el mismo Diego de Urbina reubica la ciudad en el norte del actual Guayaquil; la denomina esta vez Santiago de la Nueva Castilla, pero tiene que reconocer su inopinado error: había considerado a los huancavilcas (los nativos del occidente del río Guayas) como gente de paz, pero no resulta así.

 

5. Urbina reubica nuevamente la ciudad en septiembre de 1543. El nuevo asiento se sitúa al sur de Durán; el nombre definitivo será Santiago de Guayaquil y serán llamados guayaquileños sus pobladores. Hacia 1544, Gonzalo Pizarro obliga al Cabildo a reconocerlo como Gobernador y nombra en su reemplazo a Miguel de Estacio. Sin embargo, a principios de 1547 el Pacificador Pedro de la Gasca, ordena ejecutar a este funcionario y lo reemplaza con Rodrigo Vargas de Guzmán (padre de su escolta Martín Ramírez de Guzmán), quien es designado Alcalde.

 

6. Por temor a las retaliaciones del pizarrista Pedro de Puelles, gobernador en Quito, y para proteger la ciudad, se decide trasladarla hacia el lado occidental del Guayas, al otro lado de la isla Santay. Los 150 habitantes, con sus aperos y animales, se establecen cerca de la playa de Las Peñas. Hay discrepancias de si esto sucedió en junio o julio, debido a los incendios posteriores. Se ha conservado el 25 de julio como fiesta patronal por corresponder al santoral de Santiago Apóstol, Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor. Este asentamiento habría ocurrido hacia junio de 1547, junto al Cerrito Verde o Cerro de Santa Ana, próximo a la ribera del río, colina “con figura de silla jineta o estradiota” (cual montura de caballería) como la describió fray Reginaldo de Lizárraga. Desde entonces, el cerro se ha convertido en símbolo tutelar de la urbe, a la vez que en emblema de nuestra nacionalidad.

 

• Esta reseña se ha respaldado en información tomada del Archivo Histórico del Guayas.


Share/Bookmark

12 agosto 2022

Itinerancia de dos fundaciones (1)

Cuando Ortega y Gasset decía que “el hombre es él y sus circunstancias”, infiero que similar expresión podríamos aplicar para las ciudades, en especial en cuanto a su fundación. Para el caso de nuestras urbes principales, podríamos analizar en qué manera la instalación de la una afectó al proceso fundacional de la otra; en cómo las cambiantes circunstancias históricas gravitaron en esos episodios; en cómo pudieron haber incidido tanto la época en que se vivía, como la religión y su cosmología, la reacción o rechazo de los nativos, la legislación aplicada por la Corona y, claro, entre otros múltiples aspectos, la codicia y ambición de los propios conquistadores, sus recelos y desconfianzas mutuas. Y, quizá, hasta la fortuna o casualidad. 


Quito tuvo tres intentos de asentamiento inicial (1534) y Guayaquil tantos como seis (1535–1547). Se vivía el siglo de los grandes viajes y descubrimientos, eran años de las grandes expediciones, del conocimiento de nuevas tierras: su posesión, colonización y conquista; eran esfuerzos en busca, no solo de fama sino de gloria y de riqueza. Pascual de Andagoya había explorado el noroccidente de América del Sur, en especial la costa pacífica de la actual Colombia; aquello solo había dejado desilusión y una agobiante sensación de fracaso. Su informe final, sin embargo, despertaba inéditas expectativas: Andagoya había oído hablar de un reino poseedor de tesoros fabulosos. Aquel Birú anticipaba una probable e incalculable fortuna. Los viajes efectuados por Bartolomé Ruiz prefiguraban que, avanzando un poco más hacia el sur, habría mundos que invitaban a los audaces y curiosos para que se los pudiera desvelar…

 

Francisco Pizarro, había conseguido permiso (1528) para efectuar sus viajes de conquista, se le juntaron Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque; había consiguido la incorporación del sevillano Gaspar de Espinoza para financiar su proyecto, este estaba dispuesto a aportar con los fondos, pero procuraba mantener un perfil discreto. Pizarro sería jefe de la empresa, Almagro se encargaría de lo militar, Luque de las finanzas, y Espinoza supervisaría el plan general. Zarparon de Panamá en diciembre de 1530, con 100 hombres y 4 caballos, prefirieron eludir el litoral selvático. Llegaron a Tumbes, que Pizarro ya conocía, y la casualidad quiso que al dirigirse a la sierra coincidieran con el Inca Atahualpa y fueran protagonistas de la captura y muerte del príncipe nacido en Caranqui.

 

Espinoza, que estaba en Piura, se había enterado de los acuerdos firmados por el gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado. Se le había autorizado a conquistar las tierras no exploradas por Pizarro. Espinoza pidió a Sebastián de Benalcázar, su protegido, adelantarse por la sierra para anticipar la llegada de Alvarado; este había partido de La Posesión el primer día de enero de 1534, con 10 embarcaciones, 600 soldados y 223 caballos… Desembarcó en Bahía de Caráquez, se adentró en el litoral agreste, navegó el Daule, remontó el Babahoyo y, orientado por el Chimborazo, coronó la serranía solo para descubrir  que otros se le habían adelantado. Poco antes, recelando traición, Almagro había perseguido a Benalcázar a paso forzado. Una vez juntos, se enteraron de la proximidad del invasor y decidieron la urgente fundación de Santiago de  Quito, con el objeto de respaldar la posesión efectiva de las nuevas tierras. Lo hicieron cerca de Colta; era la mañana del 15 de agosto de 1534, día de la Asunción de la Virgen María.

 

En su apremio, Almagro habría incumplido el trámite administrativo de rigor: no incorporó el croquis ni cumplió la necesaria asignación de solares. Queriendo ganar tiempo, ofreció a Alvarado (conocido también como "Tonatiuh") una alternativa irrenunciable: una retribución de 100.000 pesos de oro a cambio de que abandonase su empresa. Satisfecho el gobernador de Guatemala, renunció a su propósito y cedió parte de su flota. Así, trece días más tarde, Almagro encontró otro asentamiento y refundó Quito con el nombre de San Francisco, lo hizo para contentar a Pizarro; hecho esto, encargó a Benalcázar la pacificación y saqueo de Quito; mas, en su urgencia por volver al Perú, olvidó firmar el Acta de Fundación. Lo efectuado bien pudo carecer del adecuado respaldo jurídico...

 

Cuando hubo partido Almagro, Benalcázar (cuyo nombre familiar era Sebastián Moyano y Cabrera) continuó hacia la tierra de los Shyris, patria consentida por los incas, con la intención de saquearla y pacificarla. La encontró arrasada e incendiada; uno de los generales quiteños, el fiero e impasible Rumiñahui, la había destruido y ocultado sus tesoros. Sebastián Moyano y sus hombres cumplieron esta vez el establecido protocolo, utilizaron una Cédula Real, emitida el 4 de mayo de ese año, para justificar el traslado de la fundación original. Una vez asignados los solares, firmaron el acta, elaboraron el tradicional “rollo” y dieron por fundada la definitiva San Francisco de Quito. Era el 6 de diciembre de 1534; atrás había quedado la nonata Santiago, convertida en temporal campamento militar.


Share/Bookmark

09 agosto 2022

Y al prójimo como a ti mismo…

Todos los días presenciamos o somos testigos de un sinnúmero de trágicos e incomprensibles accidentes de tránsito. Lo de “incomprensibles” hay que decirlo con el beneficio de la duda, porque luego de reconocer nuestra pésima cultura de manejo y, especialmente, nuestra indisciplinada idiosincrasia, lo que realmente debe parecernos incomprensible es que no existan más accidentes. En alguna otra ocasión ya hemos tratado este espinoso tema: lo hemos hecho analizándolo desde el punto de vista de las consecuencias; hoy creo que sería interesante analizar ciertas inveteradas costumbres que vemos a diario, pues sabemos a priori que ellas son las que terminan por ocasionar muchos de estos absurdos accidentes que, cuando se los analiza, reconocemos que pudieran ser evitados.

 

He de empezar por reconocer que, cuando conducimos, pocos caemos en cuenta de que no solo se trata de hacerlo con precaución y prudencia, sino que hay que saber contar con la imprudencia y desprolijidad ajenas. Muchas veces esa imprudencia es consecuencia de nuestros apresuramientos, que asimismo dependen de nuestros atrasos; pues existe mucha gente que vive ansiosa, impaciente, atolondrada, tratando de ganarle tiempo al tiempo, y que jamás ha meditado que para no andar alocada y poniendo en riesgo a todo aquel que se cruza en su camino, debería salir un poco más temprano de su casa y administrar un poco mejor su tiempo, lo cual contribuye a asignar una mayor cuota de cortesía hacia los demás conductores. Nadie tiene porqué pagar por nuestra impuntualidad.

 

Un tema descuidado es el desconocimiento de ciertas reglas generales, asunto que pudiera superarse con una mejor educación vial, que depende del tipo de aprendizaje inicial y del sistema de evaluación de pericia que deben efectuar en forma obligatoria los agentes encargados de realizar dicho escrutinio. Es inconcebible que exista gente que desconoce asuntos elementales como no estacionar junto a una vereda señalizada con una franja de color amarillo (que obviamente identifica la prohibición de estacionar), o de las reglas relacionadas con el llamado “derecho de vía”. Hay quienes no saben relacionar derecho (en cuanto a ir hacia la derecha) con derecho, en cuanto a la prerrogativa de poder virar y gozar de prioridad. En inglés esto se conoce como “right of way” y es un principio básico, no solo de lo que debe ser nuestra permanente conducta, la civilidad, sino también del orden y de la propia seguridad.

 

Este derecho de vía es una forma de acuerdo social, una manera de hablar el mismo idioma y de sobreentenderse mutuamente. Bien sé que el lenguaje “sobreentendido”, en muchos oficios y tareas, es una mala manera de comunicación, pero en temas relacionados con el tránsito pudiera convertirse en una buena manera de colaborar con el sistema, de anticipar la prioridad y evitar los desencuentros y los accidentes.

 

Todo esto puede quedar en buenas intenciones cuando alguien quiere darse de “más listo”. Y eso puede convertirse, justamente, en una de las principales causas de los accidentes, pues genera un efecto multiplicador: la súbita competencia para determinar quién puede fungir de más listo, de quién es el más agresivo “sapo vivo”… Demencial, absurdo y tonto como pueda parecernos, esto es lo malo de quien empieza con el irrespeto a los demás, que no solo afecta a quienes nada tienen que ver con sus atolondramientos, sino que los obliga a actuar con similares estrategias, ya que no estarán dispuestos a tolerar esta suerte de demostración de sagacidad o viveza del que así empieza.

 

Creo que todo esto se resume, en cuanto a nuestro ideal comportamiento, a lo comentado en los evangelios (Mateo 33: 37-40 y Marcos 12: 28-34), cuando Jesús fue consultado en forma capciosa por los fariseos en cuanto a cuál era, según Él, el más importante de los Mandamientos, a lo que Jesús habría respondido: “Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Ese es el más importante mandamiento. Y el segundo es semejante al primero: amarás al prójimo como a ti mismo, por amor a Dios”.

 

Cuando entro a un redondel o a un espacio congestionado, convertido ya en campo de batalla entre una masa enorme de conductores convertidos todos en vulgares sapos vivos, luchando entre ellos por salir vencedores en esta inusitada competición para determinar quién queda campeón mundial de la picardía criolla o del “más listo sapo vivo”, no puedo sino convenir en lo fácil que todo sería si supiéramos pensar un poquito más en los otros, en nuestros "semejantes", cederles el paso, sonreir y dejarlos pasar… Pues, ¡qué lejos está esa fea forma, tan mezquina y huraña, de la manera como debemos tratarnos con los otros, con una más auténtica y cristiana forma de cordial civilidad!


Share/Bookmark

05 agosto 2022

Malacrianzas y dragoneos

Un artículo que leí en la madrugada empezaba por advertir que su título (Malacrianza) “era un americanismo por ‘malcriadez’, otro americanismo”. En él se comentaba uno de esos desplantes que suelen tener nuestros políticos, tan susceptibles, ellos, a decir o hacer cualquier cosa que llame la atención, destinada a buscar la acogida de los titulares. Había allí, sin embargo, un par de palabras que se usan en nuestra tierra, aunque con diverso o no exacto sentido: malacrianza y dragoneo. La primera la escuché en mis tiempos de infancia; la otra, en mis días de piloto.

 

Consultado el sentido de la primera, el diccionario me remitió a “malcriadez”, haciendo referencia a una crianza mal efectuada. Como recuerdo, en mis tiempos de escuela también se oía aquello de “hacer malacrianzas”, como expresión verbal, y también se escuchaba malacrianza, precedida a veces de artículo (la malacrianza), como sustantivo. Tengo la impresión de que, usada como nombre, tenía un doble sentido: el efecto propiamente dicho y las “partes pudendas”. Eso de hacer malacrianzas (como acción) consistía en algo obsceno, en aquello que se hacía para provocar a otro; o, para mencionar también, lo relativo a “aquello que se suele hacer con otro... Implicaba pues algo impúdico ejecutado con sigilo, algo furtivo u ofensivo al pudor. No estaba exento de cierta sicalipsis (malicia sexual o picardía erótica).

Revisados los diccionarios de ecuatorianismos que normalmente consulto, obtuve diversos resultados:

  • El de Carlos Joaquín Córdova lo mencionaba separado (mala crianza), y presentaba dos acepciones: “Conducta inconveniente por descortés o incivil; y, comportamiento mal educado como el que a veces tienen los niños, acto obsceno de escolares”; 
  • El de Fernando Miño decía: “Palabra o gesto grosero y ofensivo (malcriadez); actitud descortés y mal educada que muestra una persona, generalmente un niño”; y, 
  • El de Susana Cordero anotaba lo que incluye el DLE, respecto a que la palabra se usa solo en ciertos países, y mencionaba que también se lo hacía en Ecuador. Decía, además, que se debía escribir en una sola palabra.

 

Por tanto, el uso más parecido al que dábamos en la infancia pertenece a C.J. Córdova. Para nosotros, eso de hacer malacrianzas era hacer actos impúdicos reservados para adultos, actos obscenos, como eso de mostrar las partes íntimas. Por otro lado, hacer malacrianzas –ya más tarde, y con más edad– equivalía a efectuar actos que merecen la intimidad y el pudor pertinentes. O, hacerlo sin testigos pero cuando otros tenían conocimiento. Por extensión, y como sustantivo, podía llamarse así (la “malacrianza”) a las partes pudendas o genitales, si se hablaba en forma coloquial; y se podía decir: “le vio o le agarró la malacrianza”, en lugar de esas “partes íntimas”, por ejemplo.

 

“Dragonear”, mientras tanto, es un verbo usado en la milicia y, aunque menos, en el ambiente aeronáutico. Significa: prepararse para ser considerado para una promoción. El único diccionario que lo menciona (con la voz “dragoneante”) es el de F. Miño, que recoge lo siguiente: cadete o conscripto que, por sus méritos, desempeña funciones de mayor responsabilidad y ejerce mando en la tropa. En tanto, que el DLE replica: (1) Ejercer un cargo sin tener el título para ello; (2) Hacer alarde, presumir de algo; (3) Coquetear con alguien o flirtear con la mirada; (4) Seguir algo con la mirada con la intención de obtenerlo. Anoto que aquello de actuar de dragón puede ser mal visto, sobre todo si se trata de “hacer méritos”, pues, como dice el texto del DLE, equivale a “Preparar o procurar el logro de una pretensión con servicios, diligencias u obsequios adecuados”… Exigiría pues saberlo hacer sin afectar a los demás interesados.

 

Ahora bien, el artículo referido no tenía que ver con la semántica ni el caprichoso significado de las palabras, sino con una especie de fobia que parecen tener algunos políticos latinoamericanos, a lo que se llama justamente “obsesión norteamericana”. Se refiere a actitudes descomedidas o desaires contra los funcionarios de Estados Unidos. Estos gestos pueden ir desde evitar el saludo hasta alguna otra forma de indelicadeza protocolaria, todo con la intención de conseguir un golpe de efecto con fines muchas veces electoreros. En este caso, se refería a la payasada de un presidente que no tuvo rubor en faltar a una cita cumbre porque no se había invitado a sus pares ideológicos, pero que no había tenido empacho en solicitar audiencia al agraviado para presentarle una lista de pedidos…

 

El episodio me recuerda lo sucedido en Punta del Este, en abril de 1967, cuando el presidente Otto Arosemena fue el único que se negó a firmar la Declaración de Presidentes, quizá por considerarla incompleta y sin valor práctico. Pero, son más bien otras las “extravagancias que sorprenden sin seducir, como con elegancia lo hubiera dicho Stendhal.

 

San Rafael


Share/Bookmark