30 agosto 2022

La casa como alegoría

Como dice mi amigo Pato: “caduno es caduno”. Con ello lo que quiere decir es que cada cual tiene su propia tesitura (o sea, sus propios problemas y circunstancias). Creo que fue el perro de Pascal, o algún otro mastín importante, que alguna vez había dicho en una entrevista, eso de que “Los perros tienen razones que otros perros desconocen”… Con lo que anticipo lo que hoy quiero contar, que todo se aplica para cada cual de acuerdo a su propia circunstancia.

 

Y es que estuve escuchando (y viendo) la tele la otra tarde y un futbolista, sí nada menos y nada más que un simple futbolista, que por ahí alguien puede pensar que quizá no está en capacidad para decir asuntos interesantes, dijo algo genial que me “dejó en Babia” (aquí la mayúscula es intencional, pues Babia según el Diccionario, es una comarca de las montañas de León, lo cual permite un juego verbal, por su relación con baba). Decía, el interfecto, que los distintos equipos o clubes para los que colabora un jugador de fútbol tienen un muy cercano parecido a la serie de casas que le sirven de residencia en su vida personal.

 

Comentaba el conspicuo representante de las clases del balón, convertido en discípulo tempotal de Séneca, que uno empieza en el club del barrio o directamente en el primer club de su vida, y que esto equivalía a su primera morada que no era otra que la casa de sus padres. Que luego se dejaba seducir por otros equipos que venían a ofrecerle alternativas más jugosas y atractivas; eso es como cuando se empieza a tener novias y otras pretendientes, dijo el improvisado Platón, y ese es un momento que uno sabe que si quiere tener un mejor futuro debe dejar la casa de sus padres y opta por tener un piso de soltero. Ese primer apartamento independiente –dijo el ídolo deportivo– equivale al siguiente (o siguientes) equipo temporal, hasta que llega la mujer que le ha reservado el destino, aquella con la que “sabe” que va a tener que casarse. Y entonces se va a vivir con ella en su propia y definitiva casa…

 

Lo dijo el “crack” con tal desparpajo y seguridad que me pareció un símil irrebatible. No sé si la comparación era inédita y original, o quizá reproducida de las meditaciones de algún otro filósofo–futbolista. El punto es que ahí mismo me propuse copiar la metáfora para aplicarla a mi propio oficio de filósofo, estoico o cínico, que, por obra de la fortuna y la casualidad, un cierto día terminó convertido en “avionista”; y así resolví cuáles fueron las distintas aerolíneas u operadoras aéreas que, mientras fungí como piloto, dieron lugar a que hoy las compare con las diferentes residencias en las  que tuve la oportunidad de servir como aviador. O, para efecto del símil, de morar o vivir.

 

Mi primera casa, la más temprana, sería TAO, Transportes Aéreos Orientales. Esa sería la casa de mis padres (aunque en realidad era la de mis tíos), donde no tenía chance de hacer travesuras, tenía que ser “bien portado”. Ahí es donde hice mis primeros vuelos, aprendí de mis mayores, era muy formalito, me fueron enseñando cómo proceder en la vida y solo tenía una obligación para no tener que pagar arriendo: ayudar con las tareas de la casa, respetar a mis mayores y tratar de ser obediente… Ahí, en TAO, ya me hice capitán, que era como decir que seguía viviendo en la misma casa, pero que me habían dado una tarea adicional: tenía que ayudar a los menores a hacer sus deberes escolares…

 

Mi segunda casa –o, si prefieren, mi “depa” de soltero– fue la de TEXACO, realmente de su contratista, a través del cual me entregaban mis emolumentos, Ecuavía Oriente, cuyo dueño de casa era el hombre más sencillo que jamás he conocido en mi vida: Luis Estrada Icaza; no tengo duda que llegué a convertirme en su “inquilino” favorito. El “Barbón”, como con cariño le trataban mis mayores, era un tipo enorme (y dotado de un monumental corazón); un buen día vino a mi casa a tomarse un trago con mis compañeros y me preguntó si tenía música clásica, le puse algo de Bach y se sentó en el suelo a escucharla, todo para demostrarnos (ya era presidente de Ecuatoriana) que no tenía problema en ser lo que ya era: un hombre sin poses, un “down to earth”, un hombre humilde con los pies en la tierra…

 

Mi residencia de casado sería Ecuatoriana de Aviación, esa fue mi morada definitiva. En ella aprendí “a ser hombre”, a entregar lo que había recibido de niño, a ser responsable y a dar ejemplo de lo que era ser buen hijo y de lo que era ser buen padre. Fue una buena casa. Como diríamos: hecha a mi gusto; aunque, claro, lo que más disfrutaba era cuando estaba fuera… en los jardines. Pero, un día se acabó, y, como pasa también con los matrimonios, ya tuve otras casas, muchas otras. Puede decirse que incluso salí a vivir en “otras casas que quedaban fuera”… Este es un escueto resumen de lo que han sido mis equipos”, quiero decir “mis casas”. Que era lo que queríamos demostrar… LQQD.


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