29 septiembre 2023

Deus ex machina

Recién había iniciado mi lectura de Los hermanos Karamázov, cuando por casualidad tropecé con un artículo que hacía referencia al humanismo de Dostoyevsky. La nota se relacionaba con la confrontación entre Rusia y Ucrania; su autora, de origen balcánico, expresaba su extrañeza por la persistencia en un conflicto entre dos pueblos eslavos identificados. Hacia el final del escrito se comentaba que, de estar vivo el escritor ruso, jamás habría callado su voz para propiciar un alto al fuego, en una guerra así de absurda y necia, como por fratricida.

 

Las guerras por lástima, y para mayor infortunio de sus víctimas, no atienden a identidades ni coincidencias; ellas se exacerban por mínimas discrepancias que enfrentan a países que comparten valores y participan de una historia en común. Piénsese si no en los incesantes conflictos que han enfrentado a la gran mayoría de nuestros países. Esas hostilidades, cual reflejo de las tragedias griegas, han llegado a una eventual conclusión –casi siempre temporal y pocas veces definitiva– gracias a la inesperada aparición de un mecanismo o subterfugio que pudiera atribuirse, no a la buena voluntad de sus actores, sino a una suerte de mágica deus ex machina, artilugio o artificio que permitió la inesperada solución del conflicto.

 

Este recurso, utilizado ya en los dramas de la antigüedad, fue ideado cinco siglos antes de nuestra era por un genial escritor conocido como Eurípides (484 a 406 a.C.). Dice la tradición que habría sido hijo de una verdulera, lo cual parece no corresponder a la verdad; fuentes mejor informadas sostienen que no solo pertenecía a una “buena familia” sino también a un linaje de gente acomodada. La distorsión y probable falsa historia sería fruto de la inquina y el sarcasmo de otro escritor coetáneo, Aristófanes, quien no solo persistió en su antipatía, sino que hizo objeto de su ironía a un filósofo de gran enjundia y estatura moral: Sócrates.

 

Eurípides tuvo a su servicio una envidiable biblioteca personal; además, fue muy cercano a los sofistas. Su contacto con las nuevas ideas le hizo exhibir un espíritu iconoclasta hacia los mitos, leyendas y peculiaridades de la religión helénica; veía en la mitología una insulsa colección de historietas sin un real soporte y profundidad moral. Llegó a escribir más de 90 piezas, de las que sobreviven alrededor de 20. Sus personajes exhiben sus flaquezas y su vulnerabilidad; los argumentos exponen las controversias, incertidumbres y actitudes que caracterizaron a la sociedad de su tiempo. Eurípides estaba persuadido de que el destino trágico emanaba de la naturaleza frágil de las personas y de sus pasiones alborotadas.

 

El SS V a.C. fue un punto de eclosión no solo para las artes y ciencias de la Grecia antigua, lo fue también para su organización social y política. En relación con el teatro, fue el momento germinal para las obras de Esquilo y Sófocles, quienes basaron la argumentación en un mundo que combinaba la realidad con la fantasía, y cuyos personajes reflejaban la mitología que les había transmitido Homero. En tales obras dramáticas los mortales se enfrentaban con dioses traviesos, que estaban poseídos por los más variados caprichos; además, debían contar (o batallar) con “héroes” que dependían de los antojos y manías de esas mismas deidades…

 

Pero llega Eurípides y prescinde del panteón de la mitología. Sus personajes son gente común y corriente, enfrentada a pasiones y conflictos del día a día; representan a gente humilde, sin grandes atributos, que perciben que sus angustias son miradas con indiferencia por los dioses. El dilema del autor es ahora, saber cómo concluir o hallar solución para los conflictos planteados en el drama, sobre todo si no puede ya contar con el carácter sobrehumano de sus héroes, ni quiere echar mano de la indulgencia de los dioses; utiliza entonces personajes y subterfugios que dan inesperadas y casi mágicas respuestas a esos conflictos. Surge como mecanismo el deus ex machina, un artilugio o artificio no siempre exento de artimaña.

 

Eurípides preserva la estructura creada por Esquilo y Sófocles, aunque procura humanizar el drama griego; utiliza como prólogo un monólogo, para anticipar la situación y comentar el carácter de los actores. Al final, logra una efectiva respuesta del espectador con un toque de sensacionalismo que utiliza para exponer las angustias y desgracias. En la trama, cada cual confronta la consecuencia de sus actos, de sus acciones u omisiones; cada quien cosecha lo sembrado, nadie escapa a la imprevista circunstancia de un venturoso o fatídico destino. En los trabajos de Eurípides destaca la emotividad; los más brillantes momentos coinciden con las reflexiones de los personajes, en particular cuando aflora en ellos la pasión o la locura.


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26 septiembre 2023

Una forma de impunidad

“Soy el desordenado hacedor de las más escondidas rutas, de los más secretos atracaderos. De su inutilidad y de su ignota ubicación se nutren mis días”. Álvaro Mutis. La Nieve del Almirante.

Resuelvo que me encantan las entrevistas que se hacen a los escritores. Sí, definitivamente. No sé cómo no se me ocurrió pensar en eso... Estuve leyendo una vieja entrevista que le habría hecho una pareja de escritores al poeta y novelista colombiano Álvaro Mutis y me he puesto a meditar en si la condición del viajero, de aquél que se aleja de su casa (o del que opta por un itinerante oficio) es verdaderamente eso: una forma de libertad sin condiciones (sin muchas por lo menos), un periplo en que vamos ajenos al escrutinio de gente que no nos conoce; vaya, una extraña forma de impunidad, una exención amparada en el anonimato y la distancia…

 

“Hay un aspecto del viaje –responde Mutis en la entrevista– que he venido descubriendo a la altura de mis años, que me ha inquietado mucho, y es el interés por desplazarme. En el viajero hay una irresponsabilidad muy grande, hay una soledad gratificante. Tú no eres de ese lugar a donde has llegado y puedes decir y hacer lo que quieras. El ser un desconocido en una ciudad y caminar por los parques, meterse en un bar - que tiene el mismo valor que una estación de tren y donde todo el mundo está en tránsito-, en un bar de Chicago, en el barrio irlandés, a tomarse allí unos whiskies y bajarlos con cerveza, y hablar con los cargadores de los muelles; o quedarse en un bar de Curazao, Paramaribo, New Orleans, San Francisco, Madrid o Barcelona, es estar esencialmente de paso y, ante todo, ser un desconocido. Esta impunidad puede ser una de las razones que me causa ese placer de viajar”.

 

Pero, veamos: ¿qué es exactamente eso de “viajar”? Pensemos en un viaje a Marruecos, por ejemplo. Pudiera decirse que ausentarse involucra dos aspectos: uno es el traslado o el desplazamiento efectuado, el viaje mismo, el ir desde el punto de partida hasta el de destino y viceversa; el otro consiste en la condición errabunda, en la exploración o peregrinaje. Quizá también pudiera decirse que en aquello del periplo hacia un lugar ajeno, sea este distante o no, está incluida una forma, fugaz o prolongada, de aquel desacostumbrado ejercicio que llamamos migrar

 

Ahora bien, ¿para qué “vagamos”? o, lo que sería lo mismo, “navegamos sin rumbo” (aunque esa gestión itinerante ya esté preestablecida en el itinerario del viaje previamente planificado o previsto): en teoría, lo hacemos para saber de otras formas de vida (otras culturas), ver nuevos paisajes y disfrutar de esos antes desconocidos lugares. Pero también, y quizá por sobre todo, lo hacemos para sentirnos alejados de todo lo que significa rutinario o cotidiano, para sentir esa libertad con el tiempo y con el espacio que significa el aislamiento, aquella forma particular de ejercitar nuestra impensada y recién descubierta solitaria libertad. Así, alejarse se convierte –sin que nos lo hubiésemos propuesto– en un prescindir de los que nos conocen, de los que pudieran cuestionar lo que decimos y cómo nos expresamos, de los que nos pudieran criticar.

 

Porque esto también es viajar, esa ausencia del eventual “castigo” que menciona el escritor colombiano; y, más que eso, esa curiosa conciencia de ese anonimato en el que se respalda esa disponible e inopinada impunidad. Para eso también viajamos, no solo para descubrir y disfrutar de lo que existe en otros lugares distintos –o ver los mismos con ojos nuevos–, lo hacemos también para sentir que somos “un nuevo producto”, que somos algo nuevo, una hoja en blanco para actuar como si fuéramos distintos, una posibilidad de pensar, expresarnos y actuar con la ventaja de que se nos mira sin prejuicios; sí, somos no solo un libro abierto, somos “una hoja en blanco” para los que todavía no nos conocen, para los que ya se encuentran en ese diferente paraje, en ese “allá”.

 

Y es allí, donde no habrá nadie que pueda decirnos qué tenemos, o no tenemos, que hacer, donde –a lo mucho– alguien nos pueda sugerir o recomendar. Somos nosotros los que tenemos la posibilidad de escoger qué hacer con el espacio y con el tiempo, y eso ya es una manera de ejercitar y disfrutar del sentido más pleno que pudiera tener nuestra libertad. Quizá, la única forma de que aquella impunidad pudiese no estar asegurada sería el no saber disfrutar de nuestro viaje. Ello, no solo desmerecería la posibilidad de anulación de un eventual castigo; convertiría nuestra gandulería en condición imperdonable. Viajar es un privilegio, una oportunidad única para saborear una circunstancial lejanía, es una prodigiosa oportunidad para sentirnos repentinamente extranjeros. Solo así podremos vernos como distintos, y darnos la oportunidad de mejorar. 


Esa será la consecuencia del propósito que habremos hecho de conocer algo más de nosotros mismos, solo para luego tener que aceptar que aún no nos hemos terminado de conocer…


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22 septiembre 2023

De yanacona(s) y otros oficios

En días pasados cayó en mis manos un interesante artículo que comentaba que, de acuerdo a recientes investigaciones efectuadas por académicos norteamericanos, el emplazamiento de Machu Picchu no habría sido un templo o tal vez un “serrallo” como inicialmente se creía, sino más bien una especie de fortaleza, tambo o pucará; y que, por lo mismo, la evidencia de restos encontrados (34 fósiles de ambos sexos) revelaría que este no se trataba de un lugar dedicado a formar un conjunto de núbiles doncellas, vestales o “vírgenes del sol”, sino destinado a reunir a grupos de asistentes administrativos o servidores especializados. Hoy se los llamaría “servidores públicos” (aunque el artículo los catalogue como “criados” en forma inexacta).

 

La investigación ha encontrado que no solo existían mujeres jóvenes sino hombres y mujeres de una gran variedad de tipologías y de todas las edades, variedad genética que contribuiría a pensar que se trataba de individuos que estaban a cargo de una muy amplia gama de actividades y fines específicos. De un tiempo a esta parte, va descartándose la idea que originalmente se tenía: aquella de que Machu Picchu era un sitio dedicado a rituales religiosos, sino más bien la de un lugar que reunía a sacerdotes, sabios, curacas, contables y transmisores del saber. Del mismo modo, parece que ya había un conocimiento reservado de la existencia de la ciudadela, aun antes de ser revelada al mundo –en 1911– por el americano Siram Bingham.

 

Esos asistentes habrían llegado de todos los rincones del imperio, desde el sur de la actual Colombia hasta Chile, y desde la costa hasta la amazonía. Se los conocía como “yanacona(s)” que, para escribirlo en forma correcta en castellano, y evitar la innecesaria repetición, se diría realmente “yanas”, pues el término yanakuna resulta de la fusión de dos palabras: yana que quiere decir negro (piénsese en Yanasacha, Yanaurco, etc.) y del sufijo kuna que expresa el plural en idioma quechua. Estos yanaconas habrían desempeñado una serie de diversos trabajos: de mediana hasta muy alta importancia (no eran siervos o criados precisamente). Todos ponían su especialidad al servicio de la aristocracia incaica. Más tarde, el término sería mal interpretado y habría pasado a tener una connotación negativa, como la de traidor o de persona servil y cobarde.

 

También existían “acllas”: estas eran doncellas hermosas, poseedoras de especiales cualidades, habilidades y atractivos. Habían sido reclutadas en diferentes partes del imperio. Se consideraba un honor para sus pueblos y familias que ellas fueran preparadas por mujeres más experimentadas (llamadas mamacunas) con el objeto de cumplir propósitos religiosos o para, eventualmente, ofrecer favores sexuales y compartir el lecho del inca o de los varones de la nobleza; ello les otorgaba cierto prestigio social. No eran consideradas sirvientes, en el sentido moderno de la palabra.

 

Esto de conocer como yanas, a esos servidores, no era necesariamente un tratamiento despectivo, no se los identificaba como ‘negros’, con el sentido discriminatorio o racial que hoy pudiera tener el vocablo. Es probable que se les conociera con ese sobrenombre porque asumían tareas exclusivas y excluyentes, o trabajaban en horas “oscuras” o reservadas. De hecho, su trabajo parece que era esforzado y permanente (requería total y obsecuente dedicación). Hasta me atrevería a conjeturar que aquella expresión –hoy considerada discriminatoria– de “trabajar como un negro”, bien pudiera venir de estas delicadas pero esforzadas, y aun sacrificadas, tareas.

 

En nuestros días se cree que el uso de la palabra negro tiene un contenido racista; sin embargo de que a lo mejor se trataría de un simple reconocimiento para alguien que hace un trabajo sin descanso. Existe otra expresión, usada en otros países, la de ‘trabajar en negro” que tampoco nada tiene de discriminatoria, significa laborar sin estar afiliado a la seguridad social. El vocablo probablemente tenga que ver con los registros de contabilidad de las oficinas de recursos humanos: yo, que he sido servidor público por alrededor de un cuarto de siglo, he sentido a veces que “trabajaba como negro” es decir sin el descanso adecuado.

 

Hoy creemos ver intenciones racistas en una gran variedad de expresiones. Se consideran discriminatorias aquellas que incluyen la palabra negro; parecería que ya ni siquiera se pueda decir “blanco y negro”… ¡Nadie sabe cómo llamar a los afro-descendientes sin que parezca “políticamente incorrecto”! Mientras tanto, existe exclusión –realmente un castigo– para que las personas jubiladas pudieran volver a trabajar, y así poder mejorar sus ingresos; el IESS establece una retención del 40 % del monto de jubilación en perjuicio de quienes deciden volver a trabajar, asunto que obliga a los interesados a reconsiderarlo. Es una disposición excluyente que debe ser revisada.


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19 septiembre 2023

A propósito de un trabalenguas

Siempre me atrajo la vida en los trópicos; me refiero particularmente a la vida en ciudades de clima tropical, en especial si son urbes cercanas al mar o ciudades. porteñas. Fue allí donde encontré, desde siempre, unas costumbres distintas, una actitud más amplia, amigable y asertiva hacia la vida. Ahí, a pesar del bochorno –a veces exasperante– del clima y del malestar ocasional que me provocaban los mosquitos, encontraba que había otros olores y otros sabores. Y no solo eso, sino que disfrutaba de otro tipo de vegetación y de otros paisajes, descubría que incluso las razas me parecían distintas… Así, y aunque en forma fugaz y un tanto efímera, viví alguna vez, por unos pocos meses, en Guayaquil.

 

Eran inicios de los años setenta. TAO, la empresa a la que ofrecí mis primeros servicios, había cerrado en forma inesperada sus operaciones de vuelo, y la poca demanda de profesionales que entonces existía en la aviación de transporte pesado, me obligó a probar fortuna en otro tipo de actividad aérea –siempre más variada– que existía en el litoral del país. Aquel puerto, ubicado apenas al sur de la confluencia de los ríos Daule y Babahoyo, era por esos años todavía una ciudad pequeña, los edificios de más de cinco o seis pisos eran casi inexistentes y la ciudad no se extendía más allá del barrio Centenario, por el sur, y las ciudadelas de Urdesa y de Los Ceibos por el norte. Poco tiempo atrás se había inaugurado el puente de la Unidad Nacional que unía, a través de la Puntilla, a Durán con Guayaquil.

 

Era entonces fácil orientarse; el tránsito era menos congestionado, no era ese bullente y agitado guirigay que hoy invita no solo al trámite audaz y temerario, sino al gesto agresivo y descortés, en el afán de eludir –o quién sabe si responder– el ardid del que siempre quiere ganar ventaja: el infaltable “sabido”, el nunca extinto “sapo vivo”. La ciudad me gustaba, siempre se me hizo fácil reconocer sus avenidas y vías principales, poseedoras de nombres sonoros que rendían homenaje a sus principales gestores y hombres ilustres: Carlos Julio Arosemena Tola, Víctor Emilio Estrada, Carlos Luis Plaza Dañín, Juan Tanca Marengo… Sería la primera vez que encontraba vías con semáforos sincronizados: las avenidas Quito y Machala.

 

Hace poco realicé un corto viaje entre Samborondón y Salinas; iba acompañado por dos de mis pequeños nietos, quienes –de paso– han nacido en Guayaquil. En esta ocasión, traté de evitar las rutas que llevan a la vía Perimetral por el lado norte de la ciudad; preferí utilizar una vía que cruzara la ciudad en forma diagonal, con el objeto de tomar –en forma más ágil– la vía a la Costa. Estando a la altura del aeropuerto, encendí una aplicación buscando una referencia que hiciera el trámite más conveniente. “En 200 metros, gire derecha; tome avenida Juan Tanca Marengo”, sugirió la ubicua aplicación. “En 200, derecha, Juan Tanca Marengo”, sumiso repetí. “Abuelo, ¿qué es ‘tanga-tanga-marengo’? –inquirió el precoz y siempre curioso Felipín–, ¿es ese uno de esos ‘trabaluengas’, que me enseñan en la escuela?”…

 

Algo feliz sucede con los médicos en Guayaquil; me parece que ellos van un poco más allá de su línea del deber. No solo están dispuestos a cumplir con su juramento hipocrático, a preocuparse por la salud y la vida de sus pacientes; sino que, en muchos casos, tratan de ir todavía un poco más allá: procuran hacer algo más por su comunidad, quieren servir a su ciudad y terminan siendo también funcionarios y políticos importantes, son hombres valiosos que terminan desempeñando gestiones de gran relevancia en beneficio de su ciudad y de la Patria. Ese fue el caso de ese ilustre y querido hombre público, hijo de inmigrantes italianos que fuera el doctor Juan Tanca Marengo.

 

Nacido hacia fines del siglo XIX (1895), Tanca Marengo habría estudiado con los jesuitas en el primer colegio Luis Gonzaga y posteriormente habría escogido la carrera de medicina que continuó y culminó como mejor egresado (Premio Contenta) en la Universidad de Guayaquil. Pocos años más tarde habría viajado a Francia donde se especializó como gastroenterólogo. A su retorno habría participado en la fundadación de la clínica Julián Coronel.

 

No contento con ser un destacado galeno, en 1945 Tanca presidió la Junta Patriótica e integró la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Más tarde, participó en la fundación de SOLCA y fue designado miembro de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Luego, en el breve gobierno de Carlos Julio Arosemena Tola (1947–1948), se desempeño con acierto como gobernador de la Provincia de Guayas. Al año siguiente, en el gobierno de Galo Plaza Lasso, y ante el inesperado fallecimiento de su vicepresidente Manuel Sotomayor y Luna, fue considerado por el Congreso para reemplazar al occiso, pero la designación fue cuestionada (por su supuesto nacimiento fuera del Ecuador). Al final, el Congreso optó por designar a otro distinguido médico, también guayaquileño: el Dr. Abel Gilbert Pontón. Juan Tanca Marengo falleció en 1965, de un infarto masivo.


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15 septiembre 2023

Vuelo 123 de Japan Airlines *

 * Escrito por Alec Wignall para Aerotime Hub; con mi traducción y edición.

 

Era el atardecer del 12 de agosto de 1985. El vuelo 123 de Japan Airlines había despegado del aeropuerto Haneda de Tokio con destino a Osaka. El avión, un Boeing 747SR **, con registro JA8119, tenía una configuración de asientos de alta densidad, diseñada para rutas domésticas. Menos de 45 minutos después del despegue, la aeronave, que llevaba un total de 524 ocupantes, se estrelló contra la cima del monte Takamagahara, al noroeste de Tokio, a una altitud de 5.135 pies. El desastre cobró la vida de 520 personas; solo hubo 4 sobrevivientes. Es el accidente de un solo avión con más fatalidades en la historia de la aviación mundial.

 

Un vuelo anterior, el JAL 115

La historia del vuelo 123 empieza siete años antes, cuando un 2 de junio de 1978 el mismo avión (JA9119), operando el vuelo 115 de Japan Airlines, estaba aproximando a Osaka. Al poner ruedas, el aparato boteó fuertemente, el piloto haló la columna de control en forma excesiva provocando con su acción un golpe severo en la cola de la aeronave. El accidente produjo lesiones en 25 pasajeros que iban a bordo y ocasionó una fisura en el mamparo posterior de presurización. A pesar del daño, el avión fue reparado y regresó al servicio.

 

12 de agosto de 1985

Ese Boeing 747 voló sin problemas hasta aquel malhadado día de agosto de 1985, cuando doce minutos luego del despegue del vuelo 123, estando a 24.000 pies, el avión sufrió una súbita descompresión. La fuerza de la condición ocasionó que el techo interior de la cabina colapsara, dañando la parte trasera de la aeronave y cortando las 4 líneas hidráulicas necesarias para operar los controles de vuelo y el estabilizador vertical que se había separado del avión. Los pilotos enviaron una señal de emergencia al control de tráfico aéreo de Tokio y empezaron a luchar con el malogrado 747. Sin embargo, ya sin sistemas hidráulicos y sin estabilizador vertical el aparato había pasado a convertirse virtualmente en incontrolable.

 

El avión había empezado a oscilar lateralmente, ascendiendo y descendiendo con rangos de hasta 4.000 pies, que duraban por alrededor de 90 segundos; mientras que, al mismo tiempo, giraba sin control de lado a lado. La tripulación de mando procuró usar desesperadamente técnicas alternas –como potencia asimétrica– con el propósito de recuperar el control y estabilizar la aeronave. En preparación para la aproximación se optó por bajar el tren de aterrizaje y los pilotos extendieron los flaps pero esto produjo mayor desbalance, con una caída de la nariz del avión y un fuerte banqueo hacia la derecha. A las 18:56, hora local, ya con un banqueo de 40 grados, el avión rozó los arboles y la ladera de la montaña; instantes después el ala derecha impactó una cumbre, partiendo el avión y ocasionando que cayera entre dos promontorios.

 

Lo que vino después

Solo 4 pasajeros sobrevivieron a la tragedia. Se había pedido a una base cercana que no colaborara en la operación de rescate y se dejara la responsabilidad a la brigada japonesa de búsqueda y salvamento. Sus integrantes, dada la remota ubicación del siniestro, no llegaron oportunamente al sitio del siniestro. Al encontrarse los cuerpos de los accidentados, era evidente que hubiese habido más sobrevivientes pero muchos perecieron de traumas, exposición al frío nocturno en la altura y lesiones que no hubieran sido fatales si se hubiesen atendido prontamente.

 

Los pilotos lucharon corajudamente con el avión y, contra toda circunstancia, se mantuvieron volando por 32 minutos sin poderlo controlar. La causa oficial del siniestro se atribuyó a lo ocurrido siete años antes en Osaka, en el mismo aparato, con el daño del mamparo trasero. Las investigaciones posteriores determinaron que las reparaciones subsecuentes no habían cumplido con las especificaciones aprobadas por la Boeing. La inadecuada reparación redujo la efectiva resistencia a las fracturas producidas por fatiga. Consecuentemente, acumulados los continuos ciclos de presurización, el mamparo se empezó a trizar y se debilitó la parte cercana a los remaches que sostenían el área de la reparación previa, hasta que la pieza finalmente colapsó. Hoy existe un lugar dedicado a la memoria de las 520 víctimas del vuelo 123, cerca del sitio del impacto. Cada aniversario los familiares suben a la montaña para recordar a sus seres queridos y dedican un momento de silencio a las 18:56, la misma hora del accidente.

 

** Nota del editor: se trata de un Boeing 747-300SR (short range), una versión diseñada para rutas cortas. Tenía una cabina superior extendida (extended upper deck); por lo general estaba equipado sólamente con clase turística.


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12 septiembre 2023

Hershey’s, M&M’s y… ¡chochos!

Hoy, como casi siempre me pasa (y “para variar”), voy a ponerme un tanto “ecléctico”, es decir les voy a hablar de todo un poco…

 

Verán… soy uno de esos individuos –y para colmo piloto– que puede decir, sin rubor y con total desparpajo, que tengo hijos por todo el mundo. Esto no es ninguna confesión ni tampoco un secreto; es simplemente “la verdad de la milanesa”, es decir la pura y neta verdad. Así, el primero es viudo y tiene dos hijos (mis primeros nietos), vive en Australia; un segundo, sin mujer ni hijos, vive en Pichincha; un tercero mora en una isla diminuta vecina de un barrio “posh” transplantado desde Gringolandia, al oriente de una península ubicada entre el Daule y el Babahoyo, que –para colmo– se ha robado el nombre de un pueblo vecino llamado Samborondón, tiene mujer y dos geniales enanitos; y aun hay un cuarto: este está casado, tiene una preciosa princesita y no vive muy lejos del Puget Sound y del Seattle Paine Field (el aeropuerto de la Boeing)…

 

No les cuento más, porque mi mujer y mis vástagos con frecuencia me reclaman ese prurito mío de estar contando “nuestras cosas” a todo el mundo. Yo, como ya lo habrán notado, lo cuento con un disimulado orgullo y lo comento sin vergüenza (asunto que no me convierte ipso facto en un “pobre sinvergüenza”). El punto es que eso de “vivir lejos” es un verdadero problema; y a mi y a mi mujer –o al revés– nos encanta ir a visitarlos y, asimismo y de nuevo, tan pronto como insinuamos que queremos ir a verlos, ¡saz!, como por arte de magia (lo que llaman por ahí “arte de birlibirloque”), los hijos nos mandan los pasajes. La verdad es que es muy lindo aquello de tener hijos por todas partes y, sobre todo, eso de ser abuelo…

 

Hace poco, y mientras mi conyugue sobreviviente estaba en Seattle, el tercero de mis hijos me pidió que fuese a pasar unos días con mis nietos en ese barrio –del que ya les comenté– que es parte de Guayaquil. Ahí existe, no faltaba más, un IHOP idéntico a los que hay en los EE UU (para los que no conocen o no recuerdan, IHOP son las siglas en inglés de uno de los lugares más famosos que hay en el mundo para nomás de ir a desayunar; quiere decir International House of Pancakes). Era la primera vez que uno de mis hijos me invitaba al IHOP; pues antes, como casi siempre que íbamos de vacaciones con ellos a los EE UU, era yo –yo y mis pobrezas– el que, como es lógico, se hacía cargo de darles todo gusto y pagaba la cuenta.

 

El asunto es que fue un desayuno dominical de antología, como en los viejos tiempos; en suma: un desayuno con todas las de ley, un desayuno “como dios manda”. Mi nieto Felipe –Felipín para los amigos– se pidió unos mega waffles. Enormes, del tamaño de una casa. Todos creo que estábamos al acecho de que no los terminase para ayudarle con la “consumición”. Pero no hubo tal; el mejunje era del tamaño de una pequeña pizza y de no menos de tres centímetros de alto. Estaba dividido en cuadrantes (y cada cual tenía introducida una paleta, cual si se tratara de cuatro helados): una parte estaba cubierta de crema batida, banana y frutillas; otra, de un jarabe de maple; otra, tenía embutida una crema de “nutella”; y, finalmente la última, venía cubierta de esos chocolates diminutos que llaman M&M’s (se pronuncia “emenems”).

 

En resumen, fue un desayuno opíparo, uno “de a de veras”. Sin embargo, aquello de los emenems me dejó como pensando… tuve que ir a averiguar la razón para el nombre y por qué era que los habían llamado así… Verán: los M&M’s son unas golosinas de chocolate con leche que están recubiertos de una película coloreada de azúcar; vienen en dos tamaños distintos; unos son del tamaño de un chocho y otros, más grandecitos, tienen el tamaño de una canica de esas que en la escuela llamábamos ‘bolas chinas’. Unos y otros vienen en una serie de diversos colores, más específicamente verde, anaranjado, marrón, azul y amarillo. 

 

El nombre viene de dos apellidos: Mars y Murrie (Mars quiere decir Marte, pero nada que ver). Esas iniciales son las de los dos socios que aportaron con la idea: Forrest E. Mars Sr. (el fundador de los chocolates Mars) y Bruce Murrie (hijo del fundador de los chocolates Hershey, un señor llamado William F. R. Murrie). Se colige que esto explica también el nombre de esos otros deliciosos chocolates que también a mi me encantan y que se llaman Mars. Ah, y en cuanto a los chochos… son el fruto de una planta leguminosa que en España conocen como altramuz; en América la llaman también tarwi o tarhui. La he encontrado, creciendo silvestre junto a los arroyos de altura. No hay que confundirla con otros chochos, como los abuelos que chochean o que se quedan medio lelos de puro cariño. Tampoco con lo que pudieran estar pensando…


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08 septiembre 2023

Variaciones sobre un mismo tema

Acabo de terminar (disculpen por el aparente pleonasmo) Norwegian Wood, una muy entretenida novela de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Se me hubiera hecho inevitable averiguar el sentido de ese Wood (bosque, aunque también madera en inglés), si no fuera porque la misma lectura de la novela ofrece una probable explicación: es el título de una de las primeras canciones de los Beattles. La letra de la tonada, sin embargo, nada tiene que pudiera relacionarse con la trama de la novela, a menos que al título lo interpretemos con el sentido de su posible inspiración: un affaire extramarital. No hay que olvidar que la melodía tuvo un título alternativo: This bird has flown (Este pájaro ha volado).

 

No era mi primer libro de Murakami (también escribe ensayos y cuentos); antes había leído Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y La caza del carnero salvaje. La primera me enganchó, aunque tuve que prometerme una segunda lectura; algo de confuso había en la trama que un par de veces me hizo extraviar, supuse que debía desentrañar con más exactitud su simbolismo. La otra, aquella del carnero, estaba escrita con similares recursos pero me hizo sospechar que quizá se trataba de un tema de traducción, el mismo motivo por el que siempre estuve convencido de porqué no se me hacía fácil la lectura de las novelas de Kundera. Para colmo, son ya tres años desde aquellas lecturas (pre-pandemia) y aunque las hice en digital, e hice algunos apuntes, esos libros fueron parte de un grupo de obras que desapareció de mi biblioteca digital…

 

Es probable que, para evitar innecesarias confusiones, los editores hayan preferido utilizar un título alternativo: Tokio Blues, con lo que no han logrado su propuesto objetivo ya que “blues” es también un término equívoco, pues, a más de ser el plural de un adjetivo (azul), significa tanto un estado depresivo como un estilo de música que combina e intercambia diversos elementos, una forma de jazz. En lo personal, creo que esa pudo haber sido justamente la intención: identificar distintos episodios afectivos que se combinaban con imprevistos encuentros físicos, tal como si se tratase de variaciones sobre un mismo tema, similar a esas expresiones que parecen tener las muestras de intimidad en las relaciones humanas. Esto, amén de que la obra desarrolla también varias coyunturas depresivas.

 

La correcta traducción de algo escrito en otro idioma, es no solo un factor influyente sino esencial para la comprensión y disfrute de la obra literaria; una sola palabra con un sentido inexacto –no se diga diferente– puede no solo resultar en la distorsión del alcance de una expresión, o del concepto contenido en una frase, sino que puede representar el disfrute del lector frente a un relato o su inesperado tedio; o, incluso, el abandono de la obra en cuestión. Un mismo escrito en manos de dos traductores puede darnos la frustrante impresión de que estamos frente a dos documentos distintos. Sería como presenciar una película en otro idioma y comprobar que los subtítulos no coinciden con lo que dicen sus protagonistas…

 

Traducir una obra literaria es algo más que plasmar una redacción equivalente, algo más que proponer una interpretación. Requiere no solo de un cierto grado de alta exposición al idioma a ser convertido, sino –además– de una cierta cultura general y –en algunos casos– de un cierto grado de erudición. Imposible no considerar también que habiendo en la obra literaria una búsqueda por la exquisitez en la frase y hasta una cadencia o ritmo en el estilo de expresión, la tarea del traductor no puede dejar de tomar en cuenta esa musicalidad que está integrada en el propósito del autor. Ello demanda oficio y, claro, mucho esfuerzo (es realmente un trabajo artesanal); entraña toda una actitud con la que el traductor debe asumir su oficio, única manera de conservar la belleza del relato o el sobreentendido que esconde una locución.

 

Dos días me ha tomado devorar “Madera noruega”, la amena novela del escritor japonés; ya estoy por iniciar Kafka en la Orilla. El éxito de Murakami consiste en haber interpretado el profundo cambio que se ha dado en la cultura nipona luego de la Segunda Guerra, vale decir: luego de haber soportado el influjo de Occidente. Una cultura es un conjunto de valores, actitudes y creencias; pero es, ante todo, una forma de mirar la vida. En esa línea, me siento afortunado de haber sido testigo de tan interesante proceso. La japonesa es una cultura de valores milenarios cuya gente busca la felicidad con una noción práctica, lo hace sin tener que abandonar su sentido de dignidad, el espíritu comunitario y su profunda espiritualidad.


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05 septiembre 2023

Pioneros de la aviación *

 * Con el título “Nueve figuras más influyentes en la historia de la aviación”, la revista Aerotime Hub enumera una serie de personajes (realmente 10) que se han destacado en el desarrollo de la aviación moderna. Hubiese sido preferible que se mencionen a los pioneros, a aquellos individuos relacionados con esta hermosa actividad, que sobresalieron por su iniciativa e hicieron posible tan prodigioso desarrollo en tan solo un siglo. Coincido, por lo mismo, solo con los primeros cinco nombres; los demás, son candidatos destacados pero, en su mayoría, obedecen a iniciativas –o desarrollos aeronáuticos– de las que solo fueron parte. Hubiese sido preferible incluir a aviadores de la talla de Charles Lindbergh o de Amelia Earhart. El que sigue es un resumen de la publicación:

 

Sir George Cayley – (Dic. 27, 1773 – Dic. 15, 1857) 

 

En 1799, Cayley –el verdadero padre de la aviación moderna– conceptualizó el avión moderno como una máquina voladora de ala fija que tuviera sistemas separados para sustentación, propulsión y control. Él construyó el primer modelo de un aeroplano. Era británico, identificó las cuatro fuerzas que intervienen en el vuelo: peso, sustentación, resistencia e impulso. En 1853 registró el primer vuelo que llevaría por el aire a un adulto por una distancia de 300 metros. ¿Quién fue ese primer valiente?: un cochero llamado John Appleby.

 

Otto Lilienthal  (May. 23, 1848 – Ago. 10, 1896) 

 

Alemán, apodado el “hombre volador”, sus avances servirían a pioneros como los hermanos Wright. Sus mejores logros los consiguió en vuelos con planeadores, circuitos que dieron confianza para que los primeros vuelos de aparatos “más pesados que el aire” fueran de verdad posibles. Su más famosa máquina voladora fue el Normal–Segelapparat que tenía una envergadura de 6.7 metros, pero que era difícil de controlar pues el piloto estaba obligado a sostener la estructura, lo que limitaba su habilidad para controlar la dirección. Murió en un accidente, volando un planeador. Fue considerado por Wilbur Wright como responsable del más importante avance aeronáutico.

 

Hermanos Orville y Wilbur Wright – (Ago. 19, 1871 – Ene. 30, 1948) (Abr. 16, 1867 – May. 30, 1912)

 

Con seguridad, nadie es sinónimo de aviación como fueron los hermanos Wright. Nacidos en Dayton, Ohio, Orville y Wilbur fueron a la escuela pero nunca se graduaron. Se dedicaron primero a la imprenta y luego montaron un taller de bicicletas. Más tarde, pusieron sus habilidades mecánicas al servicio de la construcción de aviones. Su más importante hallazgo fue comprender que el control de la aeronave era tan importante como las alas y los motores.

 

El 17 de diciembre de 1903, cerca de Kitty Hawk, Carolina del Norte, un aparato más pesado que el aire, bautizado como “Wright Flyer”, piloteado por Orville voló por 12 segundos. En 1904, los hermanos fueron todavía más lejos cuando ambos volaron el  Flyer II alrededor del aeropuerto por más de cinco minutos, haciendo un circuito circular. Los Wright merecen nuestro más importante reconocimiento.

 

Alberto Santos-Dumont  - (Jul. 20, 1873 – Jul. 23, 1932) 

 

Alberto Santos-Dumont es considerado todo un héroe en su Brasil natal; es conocido como un pionero de la aviación alrededor del mundo, a pesar incluso de que los hermanos Wright se le adelantaron. Su saga se inició con los llamados dirigibles; famoso es su vuelo en el No. 6 desde Parc Saint Cloud a la Torre Eiffel en una muy celebrada carrera parisina. El 23 de octubre de 1906 en el campo de Bagatelle, en París, su aeroplano voló por casi 30 metros; poco después, su avión se sostuvo en el aire por casi 300. Un monoplano suyo, el Demoiselle (‘saltamontes’) se vendió en todo el mundo y pasó a ser reconocido como el paradigma del avión ligero moderno.

 

Los otros “aviadores influyentes”, como señalados por el autor del artículo, son:

 

Bessie Coleman – Americana, primera mujer afro–descendiente en pilotar un avión.

Frank Whittle – Británico; genio matemático, primero en idear el motor turbojet.

Paul Tibbets – Americano, Comandante del B-29 que lanzó la primera bomba atómica en Japón.

Charles -Chuck- Yeager – Americano, primero en romper la barrera del sonido (1947).

Neil Amstrong – Piloto americano; hizo historia siendo el comandante del módulo lunar del Apollo 11. Primer hombre que puso sus pies en nuestro satélite (era el 20 de julio de 1969).



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01 septiembre 2023

La Asamblea, esa tragedia

A propósito de una de mis últimas entradas (“Demonios coronados”, IN de 22 de agosto), también había pensado que los únicos “demonios coronados” que conozco son los nunca extrañados miembros de la hoy cesante Asamblea Nacional. Demonios, por su lesivo, torpe y ladino accionar; y, coronados, por la múltiple gama de inmerecidos privilegios de que están rodeados. Tal es la farsa de su real actuación que, de unos años a esta parte, su mañoso accionar me hacía pensar en una comedia, pero debo confesar que –en estricto sentido– es probable que hubiese estado equivocado: no era una comedia sino, realmente, una tragedia.

 

A esa conclusión llegué el otro día al leer La palabra del día de Ricardo Soca, un compendio de etimología y origen de las palabras, que traía esta relación del vocablo ‘tragedia’:

 

“Obra dramática cuya acción presenta conflictos de apariencia fatal, que mueven a compasión y espanto, con el fin de purificar estas pasiones en el espectador y llevarlo a considerar el enigma del destino humano. Obra dramática en la que predominan algunas características de la tragedia. Suceso de la vida real capaz de suscitar emociones trágicas.”

 

“Palabra originada en la antigua Grecia como tragoidía, que significaba ‘canto de un macho cabrío’, de tragos ‘macho cabrío’ y oidé ‘canto’. Se cree que este significado se originó en el coro del teatro griego, cuyos participantes se presentaban ante el público vestidos como sátiros. Estos eran divinidades campestres con figura de hombre barbado, orejas y patas cabrunas, y cola de caballo o de chivo, como hemos señalado en la entrada correspondiente.“

 

“A partir de autores dramáticos como Esquilo, Sófocles y Eurípides, el teatro griego presentó conflictos generalmente fatales para los protagonistas, con el objeto de sacudir y conmover al espectador a fin de hacerlo reflexionar sobre el destino humano. Porque se trata de la denominación de un género dramático con tales características, el significado de la palabra tragedia se enriqueció con una nueva acepción: ‘suceso de la vida real, infausto y profundamente conmovedor, capaz de suscitar emociones trágicas’.”

 

Los acontecimientos de meses anteriores, que tuvieron como protagonistas a los integrantes de la Asamblea que, a fuer de haber conformado una díscola mayoría, quisieron defenestrar al presidente de la República –dignatario elegido democráticamente–, persuadidos cómo estaban de que aunque no tuvieran respaldo y razón, “tenían los votos y eran mayoría”, me habían llevado a constatar la gravísima distorsión de su rol que había engendrado ese cuerpo legislativo; su absurda deformación del sentido de la democracia; y en lo insólito que es que –a cuento de “representatividad”– seres sin criterio, individuos que no saben hablar, exponer ni redactar; seres ágrafos, analfabetos e ignorantes participen en decisiones cruciales y trascendentes para la nación y para sus ciudadanos, sin estar debidamente preparados.

 

Salvando las imprescindibles excepciones (que toda regla tiene) es inadmisible e intolerable que no exista un sistema de selección que, dadas las circunstancias, no permita –es decir evite– que personas no solo carentes de preparación sino de valores y méritos morales, sean parte de una institución que por tradición siempre congregó a las personas más idóneas, más sabias y más capaces. Los actuales “representantes”, lamentablemente, dicen representar a unas “mayorías” que, por lástima, también están integradas por gente sin preparación, pero aquello nada tiene que ver con sus verdaderos intereses y menos con los de la Nación.

 

Se está en la Asamblea para discutir proyectos e iniciativas, para legislar, para contribuir a conseguir un país mejor, pero se han olvidado esos propósitos en favor de la farsa, el arreglo mañoso, el acomodo y el sainete. La Asamblea –por la forma como está integrada y por como en realidad funciona–  coincide con la etimología de la voz tragedia; sus miembros se han transformado en un raro engendro, que emiten un vulgar “canto de chivos” que, sin recursos intelectuales ni éticos, sin recato ni pudor, están ahí para “pastorear”; no para ejercitar su labor con sindéresis ni para actuar con apego a la justicia y al derecho. No debaten por ideas y grandes propósitos; atienden a bajas pasiones y responden a oscuros objetivos, venden su voto al mejor postor, influenciados como están por motivos viscerales. ¿Es ese su concepto de lo que debe ser la dignidad?

 

Los chivos jugando en el precipicio y actuando cual borregos… ¡Qué despropósito!


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