19 septiembre 2023

A propósito de un trabalenguas

Siempre me atrajo la vida en los trópicos; me refiero particularmente a la vida en ciudades de clima tropical, en especial si son urbes cercanas al mar o ciudades. porteñas. Fue allí donde encontré, desde siempre, unas costumbres distintas, una actitud más amplia, amigable y asertiva hacia la vida. Ahí, a pesar del bochorno –a veces exasperante– del clima y del malestar ocasional que me provocaban los mosquitos, encontraba que había otros olores y otros sabores. Y no solo eso, sino que disfrutaba de otro tipo de vegetación y de otros paisajes, descubría que incluso las razas me parecían distintas… Así, y aunque en forma fugaz y un tanto efímera, viví alguna vez, por unos pocos meses, en Guayaquil.

 

Eran inicios de los años setenta. TAO, la empresa a la que ofrecí mis primeros servicios, había cerrado en forma inesperada sus operaciones de vuelo, y la poca demanda de profesionales que entonces existía en la aviación de transporte pesado, me obligó a probar fortuna en otro tipo de actividad aérea –siempre más variada– que existía en el litoral del país. Aquel puerto, ubicado apenas al sur de la confluencia de los ríos Daule y Babahoyo, era por esos años todavía una ciudad pequeña, los edificios de más de cinco o seis pisos eran casi inexistentes y la ciudad no se extendía más allá del barrio Centenario, por el sur, y las ciudadelas de Urdesa y de Los Ceibos por el norte. Poco tiempo atrás se había inaugurado el puente de la Unidad Nacional que unía, a través de la Puntilla, a Durán con Guayaquil.

 

Era entonces fácil orientarse; el tránsito era menos congestionado, no era ese bullente y agitado guirigay que hoy invita no solo al trámite audaz y temerario, sino al gesto agresivo y descortés, en el afán de eludir –o quién sabe si responder– el ardid del que siempre quiere ganar ventaja: el infaltable “sabido”, el nunca extinto “sapo vivo”. La ciudad me gustaba, siempre se me hizo fácil reconocer sus avenidas y vías principales, poseedoras de nombres sonoros que rendían homenaje a sus principales gestores y hombres ilustres: Carlos Julio Arosemena Tola, Víctor Emilio Estrada, Carlos Luis Plaza Dañín, Juan Tanca Marengo… Sería la primera vez que encontraba vías con semáforos sincronizados: las avenidas Quito y Machala.

 

Hace poco realicé un corto viaje entre Samborondón y Salinas; iba acompañado por dos de mis pequeños nietos, quienes –de paso– han nacido en Guayaquil. En esta ocasión, traté de evitar las rutas que llevan a la vía Perimetral por el lado norte de la ciudad; preferí utilizar una vía que cruzara la ciudad en forma diagonal, con el objeto de tomar –en forma más ágil– la vía a la Costa. Estando a la altura del aeropuerto, encendí una aplicación buscando una referencia que hiciera el trámite más conveniente. “En 200 metros, gire derecha; tome avenida Juan Tanca Marengo”, sugirió la ubicua aplicación. “En 200, derecha, Juan Tanca Marengo”, sumiso repetí. “Abuelo, ¿qué es ‘tanga-tanga-marengo’? –inquirió el precoz y siempre curioso Felipín–, ¿es ese uno de esos ‘trabaluengas’, que me enseñan en la escuela?”…

 

Algo feliz sucede con los médicos en Guayaquil; me parece que ellos van un poco más allá de su línea del deber. No solo están dispuestos a cumplir con su juramento hipocrático, a preocuparse por la salud y la vida de sus pacientes; sino que, en muchos casos, tratan de ir todavía un poco más allá: procuran hacer algo más por su comunidad, quieren servir a su ciudad y terminan siendo también funcionarios y políticos importantes, son hombres valiosos que terminan desempeñando gestiones de gran relevancia en beneficio de su ciudad y de la Patria. Ese fue el caso de ese ilustre y querido hombre público, hijo de inmigrantes italianos que fuera el doctor Juan Tanca Marengo.

 

Nacido hacia fines del siglo XIX (1895), Tanca Marengo habría estudiado con los jesuitas en el primer colegio Luis Gonzaga y posteriormente habría escogido la carrera de medicina que continuó y culminó como mejor egresado (Premio Contenta) en la Universidad de Guayaquil. Pocos años más tarde habría viajado a Francia donde se especializó como gastroenterólogo. A su retorno habría participado en la fundadación de la clínica Julián Coronel.

 

No contento con ser un destacado galeno, en 1945 Tanca presidió la Junta Patriótica e integró la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Más tarde, participó en la fundación de SOLCA y fue designado miembro de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Luego, en el breve gobierno de Carlos Julio Arosemena Tola (1947–1948), se desempeño con acierto como gobernador de la Provincia de Guayas. Al año siguiente, en el gobierno de Galo Plaza Lasso, y ante el inesperado fallecimiento de su vicepresidente Manuel Sotomayor y Luna, fue considerado por el Congreso para reemplazar al occiso, pero la designación fue cuestionada (por su supuesto nacimiento fuera del Ecuador). Al final, el Congreso optó por designar a otro distinguido médico, también guayaquileño: el Dr. Abel Gilbert Pontón. Juan Tanca Marengo falleció en 1965, de un infarto masivo.


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