12 septiembre 2023

Hershey’s, M&M’s y… ¡chochos!

Hoy, como casi siempre me pasa (y “para variar”), voy a ponerme un tanto “ecléctico”, es decir les voy a hablar de todo un poco…

 

Verán… soy uno de esos individuos –y para colmo piloto– que puede decir, sin rubor y con total desparpajo, que tengo hijos por todo el mundo. Esto no es ninguna confesión ni tampoco un secreto; es simplemente “la verdad de la milanesa”, es decir la pura y neta verdad. Así, el primero es viudo y tiene dos hijos (mis primeros nietos), vive en Australia; un segundo, sin mujer ni hijos, vive en Pichincha; un tercero mora en una isla diminuta vecina de un barrio “posh” transplantado desde Gringolandia, al oriente de una península ubicada entre el Daule y el Babahoyo, que –para colmo– se ha robado el nombre de un pueblo vecino llamado Samborondón, tiene mujer y dos geniales enanitos; y aun hay un cuarto: este está casado, tiene una preciosa princesita y no vive muy lejos del Puget Sound y del Seattle Paine Field (el aeropuerto de la Boeing)…

 

No les cuento más, porque mi mujer y mis vástagos con frecuencia me reclaman ese prurito mío de estar contando “nuestras cosas” a todo el mundo. Yo, como ya lo habrán notado, lo cuento con un disimulado orgullo y lo comento sin vergüenza (asunto que no me convierte ipso facto en un “pobre sinvergüenza”). El punto es que eso de “vivir lejos” es un verdadero problema; y a mi y a mi mujer –o al revés– nos encanta ir a visitarlos y, asimismo y de nuevo, tan pronto como insinuamos que queremos ir a verlos, ¡saz!, como por arte de magia (lo que llaman por ahí “arte de birlibirloque”), los hijos nos mandan los pasajes. La verdad es que es muy lindo aquello de tener hijos por todas partes y, sobre todo, eso de ser abuelo…

 

Hace poco, y mientras mi conyugue sobreviviente estaba en Seattle, el tercero de mis hijos me pidió que fuese a pasar unos días con mis nietos en ese barrio –del que ya les comenté– que es parte de Guayaquil. Ahí existe, no faltaba más, un IHOP idéntico a los que hay en los EE UU (para los que no conocen o no recuerdan, IHOP son las siglas en inglés de uno de los lugares más famosos que hay en el mundo para nomás de ir a desayunar; quiere decir International House of Pancakes). Era la primera vez que uno de mis hijos me invitaba al IHOP; pues antes, como casi siempre que íbamos de vacaciones con ellos a los EE UU, era yo –yo y mis pobrezas– el que, como es lógico, se hacía cargo de darles todo gusto y pagaba la cuenta.

 

El asunto es que fue un desayuno dominical de antología, como en los viejos tiempos; en suma: un desayuno con todas las de ley, un desayuno “como dios manda”. Mi nieto Felipe –Felipín para los amigos– se pidió unos mega waffles. Enormes, del tamaño de una casa. Todos creo que estábamos al acecho de que no los terminase para ayudarle con la “consumición”. Pero no hubo tal; el mejunje era del tamaño de una pequeña pizza y de no menos de tres centímetros de alto. Estaba dividido en cuadrantes (y cada cual tenía introducida una paleta, cual si se tratara de cuatro helados): una parte estaba cubierta de crema batida, banana y frutillas; otra, de un jarabe de maple; otra, tenía embutida una crema de “nutella”; y, finalmente la última, venía cubierta de esos chocolates diminutos que llaman M&M’s (se pronuncia “emenems”).

 

En resumen, fue un desayuno opíparo, uno “de a de veras”. Sin embargo, aquello de los emenems me dejó como pensando… tuve que ir a averiguar la razón para el nombre y por qué era que los habían llamado así… Verán: los M&M’s son unas golosinas de chocolate con leche que están recubiertos de una película coloreada de azúcar; vienen en dos tamaños distintos; unos son del tamaño de un chocho y otros, más grandecitos, tienen el tamaño de una canica de esas que en la escuela llamábamos ‘bolas chinas’. Unos y otros vienen en una serie de diversos colores, más específicamente verde, anaranjado, marrón, azul y amarillo. 

 

El nombre viene de dos apellidos: Mars y Murrie (Mars quiere decir Marte, pero nada que ver). Esas iniciales son las de los dos socios que aportaron con la idea: Forrest E. Mars Sr. (el fundador de los chocolates Mars) y Bruce Murrie (hijo del fundador de los chocolates Hershey, un señor llamado William F. R. Murrie). Se colige que esto explica también el nombre de esos otros deliciosos chocolates que también a mi me encantan y que se llaman Mars. Ah, y en cuanto a los chochos… son el fruto de una planta leguminosa que en España conocen como altramuz; en América la llaman también tarwi o tarhui. La he encontrado, creciendo silvestre junto a los arroyos de altura. No hay que confundirla con otros chochos, como los abuelos que chochean o que se quedan medio lelos de puro cariño. Tampoco con lo que pudieran estar pensando…


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