28 julio 2023

Tercera ley de Newton

Llegué por primera vez a Miami un viernes 29 de agosto, tenía diecisiete años; lo hice en un vuelo de Ecuatoriana de Aviación. Sé con exactitud la fecha porque agosto tiene treinta y un días (igual que julio), y porque ese mismo día me enteré que el lunes siguiente –primero de septiembre– no se trabajaba pues era feriado: Día del Trabajo en Estados Unidos. Significaba que no podría presentarme ese día lunes en la academia de vuelo como había previsto, toda vez que las oficinas administrativas no estarían disponibles para mi registro inicial.

 

Pasé los trámites de ingreso sin inconvenientes. Pronto me encontré en el bullicioso hall del terminal del aeropuerto. Siendo las tres de la tarde y sabedor de que el guardián que me habían asignado pasaría a recogerme, esperé con paciencia por un tiempo que se me fue haciendo interminable. Dos horas más tarde y cuando ya hice planes para dirigirme a un hotel, asomó un individuo latino de mediana edad que vestía ropa de playa. Era cubano, se llamaba John Espinoza. ¿Vizcaíno, eres tú, chico? –inquirió–. “Mira que estoy en Miami Beach con la familia y, por casualidad, he pasado por casa para recoger un documento, y solo ahora me he enterado que llegabas, tú”.

 

Yo  no dominaba entonces el idioma; mi inglés era muy precario. Cuando el martes siguiente, a eso de media mañana, llegué a Opa–Locka, inicié mi inscripción y me fui dando cuenta de que muchas cosas no funcionaban como me habían ofrecido: la escuela no contaba con un dormitorio y se había programado mi alojamiento en un departamento que debía compartir con otro estudiante. Este era teutón, mayor a mí unos diez años y vivía en Hollyvood. Estaría a casi una hora de la escuela, por lo que no solo debería depender del transporte del alemán (que tenía su propio vehículo) sino también de las contingencias de la programación de sus vuelos y de su horario personal.

 

Pronto advertí que nunca debí aceptar lo que la escuela había “coordinado”; la relación con el alemán fue haciéndose disfuncional, era un tipo raro que fue reflejándose como intolerante, corrosivo y autoritario. Enseguida opté por otro alojamiento e hice nuevos planes para cambiar de centro de instrucción. Me había parecido que ahí el entrenamiento no era personalizado y que se gastaba mucho tiempo carreteando el avión. Pronto desistí de continuar en un lugar tan congestionado y poco amigable; me cambié a Flight Safety, academia ubicada en Vero Beach.

 

Como me especialicé en ciencias filosófico-sociales, recelé que dado que ciertos aspectos de la aviación estaban relacionados con otras disciplinas, quizá debía haber escogido ciencias físico-matemáticas. Ya en mi primera semana en Flight Safety, sería Jack Prindible, mi instructor –un enjuto trigueño de tranquila catadura–, quien me averiguó si sabía algo de la tercera ley de Newton… Del sabio inglés solo sabía aquello de que le cayó una manzana en la cabeza, pero nunca de sus leyes fundacionales de la mecánica clásica, menos de aquella que estipulaba que “for every action, there is an equal and opposed reaction”… aquella ley indispensable de la acción y reacción.

 

Con el tiempo fue descubriendo cómo esa tercera ley, cual extraño conjuro, actuaba como si fuese un talismán. Hablábamos del efecto torque o del “P factor” (que generan reacción opuesta porque la hélice gira hacia la derecha) o del resultado de la curvatura aerodinámica que tiene la parte superior del ala, que producía la sustentación y contrarrestaba el efecto de la fuerza universal de la gravedad; entonces –cual muletilla o monserga repetitiva–, se me recordaba que en términos aeronáuticos, “por cada acción siempre habrá una igual y opuesta reacción”.

 

No habríamos todavía de darnos cuenta que la ley funcionaba también para los asuntos de la vida; que nuestras acciones –buenas o malas– también están sujetas a ese predicamento, que “el que la hace la paga”, que es aquí, en esta misma tierra, donde podemos encontrar nuestro propio infierno, que “donde las dan las toman”, que “no hay que hacer a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”. En fin, que las buenas acciones son retribuidas y que aun, si ello no llegaría a suceder, siempre nos quedará un motivo para nuestra más íntima satisfacción.

 

Hace poco escuché de un raro guarismo: el número 4.000. Representa el número de semanas que tendríamos asignadas en la vida –unos 77 años y es solo un promedio–. Sugiere que lo bueno o malo que hagamos alteraría esa expectativa, sumándonos o restándonos tiempo. Cuando pienso en la calidad de nuestras acciones, medito en las cosas sencillas que nos hacen felices en la vida y me pregunto por qué es que hay tanta gente a la que le gusta complicar la vida de los demás con sus reclamos y reproches, con sus inconformidades y desavenencias…


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25 julio 2023

Un extracto de Carpentier *

 * Tomado del Capítulo XXV de El siglo de las luces, del escritor cubano Alejo Carpentier (reeditado).

 

«…El sobrecargo de L’Ami du Peuple, que había ido a reconocer la nave entregada, llegó en esto con la noticia de que a bordo quedaban mujeres, muchas mujeres, ocultas en los sollados, temblorosas de miseria y de miedo, sin saber lo que en tierra ocurría. Barthélemy, prudente, dio la orden de que no las hicieran desembarcar. Una chalupa les llevó carne, galletas, bananos, y algún vino, en tanto que las gentes reanudaban el trabajo de la víspera, saliendo a la caza de nuevos cerdos salvajes. Mañana habría que regresar a la Pointe-à-Pitre con la nave portuguesa, las distintas mercancías tomadas a diestro y a siniestro, la carga de vinos y aquellos negros que irían a engrosar útilmente la milicia de hombres de color, siempre necesitadas de brazos para las arduas tareas de fortificación en las cuales asentaba Víctor Hughes su poderío.

 

Al final de la tarde comenzó la engullidera del día anterior, pero con muy distinto ánimo. A medida que el vino se subía a las cabezas, los hombres parecían más preocupados por la presencia de las hembras, cuyos anafes ardían sobre las luces de poniente, en medio de risas que se oían desde la orilla. Interrogaban algunos a los marineros que habían estado a bordo del buque negrero, pidiendo detalles. Las había muy jóvenes, las había garridas y bien plantadas –que los tratantes no cargaban con viejas, por ser mercancía invendible. Y al calor de la bebida, acudían los pormenores: «Y’en avec des fesses come ça… Y’en a qui sont a poil… Y’en a une, surtout… »  De pronto, diez, veinte, treinta hombres corrieron a los botes, dándose a remar hacia el barco viejo, sin hacer caso de los gritos de Barthélemy, que trataba de contenerlos.

 

Los negros habían dejado de comer, poniéndose de pié con inquietas gesticulaciones. Y pronto, rodeadas de una codicia agresiva, llegaron las primeras negras, llorosas, suplicantes, acaso realmente asustadas, pero sumisas a quienes las arrastraban a los matorrales cercanos. Nadie hacía caso a los oficiales, aunque éstos hubiesen desenvainado los sables… Y, en medio del tumulto, llegaban otras negras, y otras negras más, que echaban a correr por la playa, perseguidas por los marinos. Creyendo ayudar con ello a Barthélemy, que se desgañitaba en insultos, amenazas y órdenes que nadie oía, los negros, armados de estacas, se arrojaron sobre los blancos. Hubo una recia pelea, con cuerpos que rodaban en la arena, pisoteados, pateados; cuerpos levantados en vilo y tirados sobre las gravas; gente caía al mar, trabada en lucha, que trataba de ahogar a otros metiéndoles la cabeza debajo del agua.

 

Al fin los negros quedaron acorralados en un socavón rocoso, en tanto que de su nave se traían cadenas y cepos suficientes para aherrojarlos. Barthélemy, asqueado, regresó a L’Ami du Peuple, dejando sus hombres entregados a la violencia y a la orgía. Esteban, teniendo el buen cuidado de cargar con una lona húmeda para acostarse encima –conocía las añagazas de la arena– se llevó una de las esclavas a una suerte de cuna, tapizada de líquenes secos, que había descubierto entre las peñas. Muy joven, dócilmente entregada, prefiriendo esto a sevicias mayores, desenrolló la moza el paño roto que la vestía. Sus senos de adolescente, con el pezón anchamente pintado de ocre; sus muslos carnosos y duros, puestos a apretar, alzarse, o llevar las rodillas al nivel de los pechos, se ofrecían al varón en tensión y lisura. En toda la isla sonaba un asordinado concierto de risas, exclamaciones, cuchicheos sobre el cual se alzaba a veces un vago bramido, semejante a la queja de una bestia enferma, oculta en una guarida cercana.

 

A ratos cundía el ruido de una riña –acaso por la posesión de una misma mujer. Esteban volvía a encontrar el mismo olor, las texturas, los ritmos y jadeos de quien, en una casa del barrio del Arsenal de la Habana, le había revelado los paroxismos de su propia carne. Una sola cosa valía esta noche: el sexo. El sexo, entregado a rituales propios, multiplicado por sí mismo en una liturgia colectiva, desaforada, ignorante de toda autoridad o ley… El alba se pintó en un concierto de dianas, y Barthélemy, resuelto a imponer su autoridad, dio orden a las tripulaciones de regresar inmediatamente a bordo de sus naves. Quien demorara en la isla, sería dejado ahí. Hubo nuevos altercados con marinos que pretendían conservar sus negras como presas legítimas y personales. El Capitán de la Escuadra los aquietó con la promesa formal de que las hembras les serían entregadas cuando se llegara a Pointe-à-Pitre».


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21 julio 2023

Anatomía de una distorsión

“Nuestra época sucumbe por un exceso de palabras” – Alejo Carpentier, El siglo de las luces.

 

La calle es larga, debe tener unos cuatro kilómetros; corre con rumbo suroriente paralela a la autopista Gral. Rumiñahui, en el valle de los Chillos. Una vez que se cruza la avenida Ilaló, de golpe, la rúa pierde su condición de ancho y arbolado bulevar; pues, a partir de un segundo semáforo, súbitamente se convierte en vía unidireccional. Así se mantiene por cosa de un kilómetro hasta que, a partir de un tercer semáforo, vuelve a su condición previa y recupera el doble sentido. El último semáforo está ubicado en una encrucijada, pero parece que cuando lo instalaron, no se tomó en cuenta que la transversal que cruza la avenida Zamora (vamos a llamarla “Z”) no concentraba el mismo flujo de tránsito que la vía antes señalada, que debía tener un propósito de descongestión.

 

La mala programación de ese semáforo, sumada a la falta de rediseño de los carriles –en las zonas próximas a la encrucijada–, así como una inadecuada expropiación de las esquinas, por parte de las autoridades, en beneficio de la correcta distribución y flujo del tránsito en ese sector, crea hoy una innecesaria congestión en la vía “Z”, antes del 3er semáforo, en su carril derecho, único disponible para que los automotores continúen en forma ágil hacia el suroriente, especialmente durante los fines de semana. Es obvio que esto ocurre porque los usuarios ocasionales no están familiarizados con otras alternativas (rutas menos congestionadas) que los vecinos conocen y utilizan.

 

Esto sucede en la parte que la vía es unidireccional (entre el 2do y 3er semáforo), pues allí la vía “Z” solo consta de dos carriles, aunque en los últimos trecientos metros el de la izquierda solo sirve para virar hacia ese lado, pues han colocado en la encrucijada unos tubos disuasorios que no permiten continuar en el mismo sentido que quienes transitan por el lado derecho (esto es, justo antes del 3er semáforo), a menos que aquellos conductores traten de incorporarse al carril derecho con porfía y a destiempo (provocando el malestar y comprensible rechazo de quienes, con paciencia, han ido formando fila en los últimos 300 metros). Esta condición no se produce durante los días de semana, pues los usuarios que ya están conscientes de esta eventual situación, superan el escollo dando la vuelta alrededor de la última manzana, usando la transversal previa al semáforo, yendo por el lado izquierdo.

 

Pero hay algo adicional: existe también –una cuadra antes del semáforo y a manera de vía alterna–, una pequeña calleja que permite acceso a un pasaje estrecho, con lo cual se configura una “pata de perro” que permite hacer by-pass al semáforo por el lado derecho. Para usar este recurso, sin embargo, es necesario incorporarse, haciendo fila desde antes de la calleja en el carril derecho. Hay conductores, no obstante, que haciendo caso omiso de que otros se encuentran haciendo fila –en forma disciplinada y paciente– en ese mismo carril, continúan por el izquierdo, ponen la direccional derecha a último momento, y piden paso para saltarse la fila y entrar en la estrecha calleja mostrando, a la par que su espíritu ventajista –y su abusiva condición de “sapos vivos”–, su total falta de respeto hacia quienes vienen detrás suyo y esperan continuar sin interrupción por el carril que les permitirá luego virar a la izquierda.

 

Ayer nomás venía incorporado en la fila del lado derecho, listo para ingresar en la calleja, consciente de que algún vivaracho ocasional quisiera usar el dichoso subterfugio de saltarse la fila y sorprender a algún incauto ubicado próximo a la bocacalle. Y es que esta argucia se ha ido haciendo tan frecuente, que hay “sabidos” que no contentos con no respetar la fila, pretenden desconocerla porque dizque “piden paso con educación” para cruzar directo hacia la calleja, con lo que creen que quedarían excusados (a pesar de que no habrían demostrado su pretendida “cultura” respetando la fila) y sin embargo de que se habían mofado de los demás honrados conductores que esperaban su turno para tomar el atajo en forma ordenada y respetuosa, como todos sus compañeros de paciente suplicio.

 

Por supuesto que, por esta vez, no cedí a la pretensión de quien no solo que en forma aleve me reclamó por no haber atendido a su “educado requerimiento”, sino que en alarde de “viril bravuconada” me rebasó en forma temeraria, para luego detener su vehículo, delante mío, en el pasaje y reclamarme con absurdo cinismo “ya que me había pedido paso en forma respetuosa”, queriendo darme así clases de un “respeto” que antes no había sabido ofrecer. Así están las cosas, los irrespetuosos reclamando y queriendo dar clases de hipócrita consideración y cortesía. ¡Vaya cinismo!


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18 julio 2023

Raro, extraño e increíble…

Creo que lo llaman clisé o ‘clishé’, aunque esto como que se utiliza para referirse a modismos, expresiones adverbiales o a frases hechas (también se podría aplicar el término ‘muletilla’). El punto es que a lo que quiero referirme es a esas palabras, en este caso adjetivos, que en forma casi inconsciente utiliza la gente (quizá debería decir utilizamos) para salir del paso. Me parece que esto es un subproducto de la comunicación coloquial, cuando para darle agilidad al diálogo y para tratar de no parecer pretenciosos o propensos a la afectación, decidimos usar el adjetivo que se encuentre más a la mano. Así, por ejemplo, si algo nos parece digno de admiración, portentoso, prodigioso o admirable, insistimos es decir que es ‘increíble’…

 

Hoy, mientras escuchaba música en la radio del auto y volvía a casa, pude advertir que voces como ‘raro’ y ‘extraño’ han invadido también la letra de muchas canciones; y, claro, me he preguntado con qué sentido quisieron, o habrían querido, utilizar sus autores esas tan manidas palabras (no, no dejó de parecerme ‘raro’ ni tampoco ‘extraño’). Ocurrió primero con una tonada un tanto nostálgica llamada “Alma lojana” –es probablemente un pasillo– que en la parte correspondiente decía: …“cuando retorne llorando decepciones / en pos de un seno en donde sollozar / tal vez la muerte todo lo habrá acabado / seres extraños mi Loja habitarán” (?).

 

¿Qué quiso decir el autor con aquello de ‘seres extraños’? ¿Quiso significar afuereños, advenedizos o desconocidos? No sé, como alguna vez lo escuché, bien pudo haber querido decir extraterrestres. “Alma lojana” es una canción muy querida en el Ecuador, creo que ya la escuchaba desde muchacho (aunque tal vez con otra letra). Hoy sé que su música pertenece a Cristóbal Ojeda Dávila y que su letra fue compuesta por Emiliano Ortega; pero, como digo, yo ya la escuchaba siendo niño, por lo que –quién sabe– a lo mejor su autor ya no esté disponible para responder a mi inquietud, aun en el poco probable caso de que siguiera vivo. En fin, ¿quiso decir excéntricos, peculiares o infrecuentes? ¿Chalados o alterados, quizá? ¡Quién sabe!

 

Similar impresión me quedó con la siguiente melodía. Era un bolero ranchero, se lo conoce como “Un mundo raro”, lo había escrito el mexicano José Alfredo Jiménez, autor de otros conocidos boleros como “Si nos dejan”, “Ella” (“Me cansé de rogarle”), “El rey” o “Amanecí en tus brazos”. Había nacido en 1926 en el famoso pueblito insurgente de Dolores Hidalgo (Guanajuato) y había muerto de cirrosis a la temprana edad de 47 años; tampoco tiene nada de ‘raro’, dicen que sus pasiones eran el trago y las mujeres. A mí me gustaba otra canción suya que era como su ‘himno personal’; decía: “No vale nada la vida, la vida no vale naadaaa” y obedecía al  andariego título de “Caminos de Guanajuato”. ¿Era, aquel ‘raro’, un mundo ajeno, demente, estrambótico? ¿O solo algo imposible o desesperante?

 

Ahí les va una frase del corrido, para que la juzguen ustedes mismos: 

“Y si quieren saber de mi pasado / 
Es preciso decir otra mentira /
 Les diré que llegue de un mundo raro /
 Que no sé del dolor / Que triunfé en el amor / Y que nunca he llorado…

 

Ese nombre, aquel de Dolores Hidalgo, lo había oído con frecuencia desde los años noventa, desde cuando vivía en Singapur, era cuando mis colegas mexicanos cumplían a mediados de septiembre con un ‘curioso’ rito (curioso es otra muletilla). Lo llamaban el “Grito de Dolores”, era una costumbre que nada tenía de ‘rara’ ni de folclórica; era una verdadera ceremonia para honrar a su patria y así renovar el más inspirador de los sentimientos patrióticos. En medio de una alegre, colorida y concurrida celebración, se reunían en un sitio escogido por su embajada y rendían homenaje a los héroes de la independencia. Ese “Grito” era toda una tradición centenaria, que emocionaba a todo aquel que lo presenciaba (aun a los ‘extraños’). A mí se me erizaba la piel con solo escucharlo:

 

¡Mexicanos!:

 

¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad!

 

¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla!

 

¡Viva José María Morelos!

 

¡Viva Ignacio Allende!

 

¡Vivan Aldama y Matamoros!

 

¡Viva la independencia nacional!

 

¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México! (así, tres veces). 

 

 

Sí, aquello era realmente ‘increíble’…


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14 julio 2023

Los niños “perdidos”

Si usted sabe, amable lector, qué son las ‘teorías conspirativas’, puedo decirle que hoy he amanecido terriblemente ‘conspirativo’ (no confundir con ‘conspiranoico’), y todo porque creo que algo no me cuadra con el tan publicitado accidente aéreo acaecido hace poco en la vecina selva colombiana. Desde un cierto momento, me empezó a dar la impresión de que los chicos que habían sobrevivido como que no estaban tan interesados en acercarse a quienes trataban de rescatarlos; todo lo contrario: actuaban como que los eludían, como si sintiéran que eran perseguidos…

 

Pero… hubo otro factor significativo: nadie hablaba del padre del los niños, de la misma persona que habría contratado la avioneta para movilizar a su familia desde la selva hacia un lugar desconocido (hoy se dice que Bogotá). Hay algunas cosas que suenan oscuras o, por lo menos, no muy convincentes en el supuesto accidente. Para empezar, este sucedió en un aparato que antes ya había estado involucrado en otro siniestro y que había recuperado su certificado de aeronavegabilidad aparentemente sin haber cumplido los trámites regulatorios que, para estos casos, son –o deberían ser– exigidos por la autoridad aeronáutica correspondiente.

 

Digo ‘supuesto’ accidente porque ahora todos sabemos que el avioncito se cayó, pero nadie puede asegurar que el siniestro fue consecuencia de un auténtico accidente. Lo que quiero decir es que nadie sabe si el avión de veras se cayó por una circunstancia imprevista (por ejemplo, una falla del motor) o si se produjo por consecuencia de algún tipo de sabotaje; es decir, si el aparato fue contratado para darle ese destino: que se caiga… ¿No es sospechoso que únicamente hubieran fallecido los tres ocupantes adultos (incluida la madre y el piloto), pero que los menores sobrevivientes no hayan tenido ninguna lesión, ningún corte, abrasión o traumatismo?… ¡Nada!, solo síntomas de cansancio, falta de alimentación o deshidratación; meras picaduras de insecto. ¡Estaban totalmente ilesos!

 

En resumen, bien se podría elucubrar que los niños ni siquiera se encontraban en el avión en el momento del accidente y, hasta que los cuerpos pudieron no pertenecer a los supuestos accidentados (hoy improbable)… Se hace sospechoso que los chicos dejaran abandonado un biberón, que podía resultar muy efectivo para mantener tranquilo a un infante de once meses por tanto tiempo (no olvidar que este siempre estuvo en brazos de la hermana mayor). La pregunta de rigor es si ese objeto fue puesto intencionalmente donde se lo encontró, o si los niños se vieron súbitamente obligados a prescindir de un implemento que era necesario para tranquilizar al bebé. De veras, ¿no será que lo abandonaron porque –como ya insinuamos– estaban huyendo?

 

Luego está el ‘frustrado’ y prematuro anuncio de la feliz localización de los muchachos efectuado por el presidente Petro. ¿Es lo corriente que una noticia tan importante, que estaba relacionada con un tema que tenía en vilo a toda la comunidad colombiana, se la difunda sin la verificación y la confirmación correspondientes? No, no lo creo. Más tarde, ya pasado el tiempo, pasadas las semanas, se consolidó y confirmó el acuerdo de paz con el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y, como por arte de magia, se confirmó ipso–facto el ‘hallazgo’ de los niños. Y, otra vez, el padre no asomó ni dijo ni pío, nadie preguntó por él, ni nadie lo reclamó…

 

Estoy leyendo una novelita de Alejo Carpentier intitulada “El reino de este mundo” (‘nivola’ la hubiera llamado Unamuno) y encuentro el significado de lo que el escritor cubano llamó, por primera vez, lo ‘real maravilloso’, en contraposición –o como anticipo precursor– a lo que más tarde se conoció como ‘realismo mágico’, y no puedo dejar de considerar cómo en ‘nuestro mundo’ –léase en nuestra América– todo puede pasar y, de hecho, todo sucede, como sacado de la manga de cualquier taumaturgo o de la chistera de cualquier prestidigitador de feria, todo termina por maravillarnos al creerse realidad lo que no es sino pura fantasía…

 

En aviación, muchas veces la causa de los accidentes no es ‘lo que parece’. Cuando ocurre un siniestro lo importante no es averiguar qué pasó, sino por qué este sucedió. ¿Qué era lo que en realidad temía el jefe comunitario que arrendó la Cessna? ¿Alguien sabía a quién se iban a entregar los niños? ¿Fue todo este curioso episodio un accidente o solo una impostura?. ¿Por qué, si los chicos pudieron sobrevivir en la selva por 40 días, nunca hicieron señales de humo para poder ser localizados? ¿Hubo un acuerdo entre el gobierno y la prensa para controlar la información? ¿Fueron las sospechas filtradas a la ciudadanía? ¿Estaba el ‘hallazgo’ de los chicos supeditado a la firma del acuerdo de paz?... ¡Tengo la sospecha de que la verdadera historia todavía no ha terminado!...


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11 julio 2023

Sentimientos tristes

Hace poco estuve ‘hojeando’ un periódico digital; traía un interesante artículo que llamó sobremanera mi atención, hablaba de algo así como las ‘pulsiones o emociones tristes’. Luego de curiosear otros contenidos, traté de volverlo a revisar (he tomado la costumbre de auscultar los criterios de quienes hacen comentarios). Pero eh ahí que, cuando quise volver a releer el asunto, ya nunca lo pude volver a encontrar. Utilicé entonces el buscador, resaltando distintos elementos (pues no había registrado ni recordaba el título) pero la búsqueda resultó infeliz e infructuosa, obligándome a explorar otros escritos para tratar de reubicar el tema extraviado.

 

El artículo mencionaba que, de acuerdo con Baruch Spinoza, existían pasiones ‘tristes’, como el odio, la venganza, el resentimiento (y un largo etcétera), que –aparte de hacer daño al mismo individuo– influenciaban en forma negativa en quienes las presenciaban; las llamaba tristes porque infectaban la sociedad y porque, lejos de obtener un beneficio o solucionar la causa de esas formas de sentimiento, ni siquiera ayudaban al afectado a propiciar su propia tranquilidad. Además, había un comentario por ahí, quizá en otro artículo, que me pareció relacionado; “es una pena –alguien señalaba– que existan personas inteligentes cuyas almas están tan envenenadas que no solo afectan a quienes los escuchan, sino que ello no les permite conseguir su propia felicidad”.

 

Me puse entonces en plan inquisitivo, acudí a la Historia de la Filosofía de J. Hirschberger y traté de escudriñar el pensamiento de Spinoza. Algo encontré, relacionado con la esencia y origen de los afectos o del poder de las pasiones, aunque todavía nada concreto con relación a lo que me interesaba. Persistí, sin embargo, en mis escarceos cibernéticos, fui a Google, escribí “pasiones tristes” y el nombre del pensador holandés (sin descuidar la inserción de una coma intermedia) y… voilá, cual piedra de Rosetta, me encontré con un breve tratado (tenía solo catorce páginas) de una autora –de nombre Diana Lizbeth García– que recogía lo que con insistente obcecación yo mismo había estado buscando. En lo medular, ahí se confirmaba:

 

Las pasiones en la filosofía de Spinoza son parte de la esencia del individuo; las que tienen que ver con la alegría llevan a la perfección, mientras que las que se vinculan con la tristeza lo llevan a la imperfección. Las pasiones tristes representan aquello que nos separa del bienestar (…) son el resultado de la ignorancia (…). Derivan en errores y son: el desprecio, el odio, la aversión, el miedo, la desesperación, el remordimiento, la conmiseración, la indignación, el menosprecio, la envidia, la humildad, el arrepentimiento, la soberbia, la abyección y la vergüenza (…); estas limitan el obrar del ser humano y evitan que el hombre goce de la plenitud de la vida y llegue al conocimiento. Spinoza cree que solo el conocimiento y la razón pueden ayudar al hombre a quitarse las cadenas de las pasiones tristes”.

 

Baruch –también Baruj, Benito o Benedicto– Spinoza (1632–1677), fue una de las principales figuras del racionalismo del SS XVII; nacido en Ámsterdam, desde temprano se había dejado seducir por el pensamiento de Renato Descartes y las soflamas de Giordano Bruno. Pertenecía a una familia de mercaderes sefarditas que había sido expulsada de Castilla en 1492 y que se habría instalado primero en Portugal y más tarde en Países Bajos. Era pulidor de lentes, desde joven propició algunas controversias por sus ideas respecto a la Biblia hebrea y a algunas creencias de la religión judía, entrando en conflicto con la sinagoga. Tenía veintitrés años cuando fue castigado con un anatema –equivalente a la excomunión en el catolicismo– en su comunidad religiosa; se trataba de un cherem, término de raíz semítica (similar al árabe haram) que equivale a un virtual ostracismo.

 

Inquieto y brillante, tuvo muy poco tiempo para exponer sus ideas y dar a conocer su pensamiento. Su obra más importante es Ethica ordine geometrico demostrata (Ética demostrada según el orden geométrico), que se publicaría en forma póstuma el mismo año de su prematuro fallecimiento (murió antes de los 45, afectado por la tuberculosis). A su vez, influenció en el alemán Gottfried Leibniz, una docena de años menor, y con quien mantuvo una tardía y ocasional pero animada correspondencia. De educación judaica y autoformación cartesiana, algunos lo consideran “padre del pensamiento moderno”. Baruch Spinoza habría de sorprender a la posteridad, no solo por su diáfana inteligencia y prodigiosa juventud, sino por el rigor de sus bien estructuradas propuestas. No obstante, sus libros fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos que hasta hace poco mantuvo la Iglesia.


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07 julio 2023

¡Mayday! ¡Mayday! ¡Mayday! *

 * El significado de la llamada de socorro en aviación. Por Rosita Mickeviciute, para AeroTime (reeditado).

 

La industria de la aviación opera bajo estrictos protocolos para asegurar el bienestar de sus pasajeros y tripulantes; en situaciones de emergencia, una comunicación clara es crucial para obtener asistencia y salvar vidas. La llamada de socorro Mayday, que tiene reconocimiento internacional, ejerce un rol esencial en las emergencias aéreas. Este artículo explora la historia de Mayday, su importancia en la industria aeronáutica, su aplicación en la vida real por parte de los pilotos y otras llamadas similares que se utilizan en aviación.

 

Historia: ‘Mayday’ se origina en el francés ‘m’aider’ que significa ‘ayúdenme’. Adoptado como señal de emergencia a principios de los años 20, el mérito de su empleo lo tuvo Frederick Mockford, un operador de radio del aeropuerto Croydon de Londres; se lo escogió por su sonido claro y distintivo que hizo fácil que se lo reconociera sobre otras transmisiones. Las frecuencias 121.5 MHz y 243 MHz están reservadas para emergencia en aviación; se las mantiene sin uso para las comunicaciones regulares y son monitoreadas en forma permanente por el Control de Tráfico Aéreo (ATC) para llamadas relacionadas con situaciones potencialmente catastróficas. El Transmisor de Localización de Emergencia (ELT) está diseñado para emitir señales de desgracia, en esas frecuencias, cuando es activado.

 

Necesidad e importancia: El uso de Mayday en aviación respondió a la creciente demanda por estandarizar una llamada de auxilio. En la medida que los vuelos se hicieron más corrientes, asuntos como los desperfectos, las emergencias y los eventuales accidentes requirieron de un método aceptado universalmente para solicitar ayuda. Mayday llenaba ese vacío, asegurando que las situaciones críticas serían identificadas en forma inmediata, y que una rápida asistencia pudiera ser despachada. La ventaja de Mayday se sustenta en su simplicidad y reconocimiento general; sirve como claro indicio de que la aeronave se encuentra en serias dificultades y que requiere de inmediata atención. Con su uso, los pilotos pueden cortar otras transmisiones, capturando la atención del ATC, de sus propios colegas y de los servicios de emergencia. Una llamada de auxilio estandarizada refuerza la efectividad de las operaciones de ayuda, rescate y salvamento.

 

Uso en escenarios reales: En caso de desgracias inminentes, los pilotos están entrenados para seguir un estricto protocolo; la llamada Mayday es parte integral de estos procedimientos:

·   En caso de emergencia, el piloto menciona tres veces seguidas “Mayday, Mayday, Mayday”, para asegurar la claridad de su mensaje.

·  La advertencia ha de completarse con la identificación de la aeronave y su posición, proporcionando información vital al ATC y otros aviones operando en el área.

·   Una vez recibida la llamada de auxilio, el ATC toma acción inmediata y coordina la respuesta para la emergencia.

·   Los aviones operando en el área son alertados; y se los aparta eventualmente de sus rutas a efecto de que eviten el área involucrada.

·   Los servicios de rescate, como bomberos y ambulancias médicas, son movilizados para que estén pendientes para el arribo de la aeronave.

 

Otras llamadas también utilizadas en aviación: Si bien Mayday está reservada para las emergencias más severas o que constituyen amenazas para la vida, solo se la utiliza cuando el avión o sus ocupantes enfrentan peligro inminente o requieren asistencia inmediata. Mayday se usa cuando hay peligro de accidente, pérdida de control y riesgos graves de seguridad. Pero, se pueden utilizar otras llamadas, para comunicar otros niveles de urgencia, ya que la severidad está clasificada en tres categorías: Mayday, Pan-Pan y Prioridad:

·     Pan-Pan viene del francés ‘panne’ (daño o avería); está considerada un escalón debajo de Mayday pero todavía implica una situación de urgencia. También debe mencionarse tres veces seguidas. Se la usa para comunicar un asunto importante que requiere atención inmediata pero que no involucra una amenaza inminente para la vida de los ocupantes o la seguridad del aparato. Se utiliza para condiciones que requieren de pronta asistencia, como: fallas mecánicas o pasajeros con una emergencia médica;

·    También existen otras llamadas urgentes cuya intención es la de alertar de peligros potenciales o dar información relacionada con la seguridad aérea;

·     Existe otra opción para quienes no requieren declarar una emergencia: la de solicitar ‘prioridad’ o, inclusive, pedir una frecuencia ‘discreta’ para obtener atención exclusiva.


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04 julio 2023

La máquina de las mentiras

¿No fue el británico H.G. Wells quien escribió acerca de un artilugio al que llamó “La máquina del tiempo”? Pero… es de otra máquina de la que hoy quiero hablarles; unos la llaman “máquina de la verdad”, yo –como muchos que han detectado la añagaza– prefiero llamarla “máquina de las mentiras”, esto porque si bien ha sido ideada y diseñada para saber si alguien engaña, en la práctica está lejos de garantizar si alguien no dice la verdad. Se la conoce comunmente como polígrafo; se trata de un mecanismo de medición que en realidad no detecta si una persona responde con falsedad a una determinada pregunta; pues, lo que hace, en realidad, es establecer si existen cambios fisiológicos en una persona que ha sido sometida a un interrogatorio específico.

 

En la actualidad los polígrafos se usan con relativa frecuencia en países que, de una u otra manera, se han visto –si no vulnerados– al menos en riesgo de ser afectados en su seguridad interna. En otras partes, su empleo ha ido preferido por empresas o instituciones especialmente para procesos de selección de personal. No se toma en cuenta por desgracia que esas máquinas no están en condición de garantizar una total fiabilidad, o confiabilidad; no se descarta, por lo mismo, que al inocente se lo pueda declarar culpable o, lo que es mucho peor: que al culpable se lo encuentre inocente. De acuerdo a los especialistas su certeza no superaría un 85%.

 

Estudios más objetivos han establecido que el “detector de mentiras” acierta en no más de un 75% de casos; a esto hay que aplicar los falsos positivos (quienes parece que mienten cuando en verdad no lo hacen) y, sobre todo, los falsos negativos (quienes no son inocentes pero que disimulan no ser culpables). En uno y otro caso, estos contarían como una cuarta parte de ese 75%, lo cual implicaría la existencia de un 18% entre falsos positivos y negativos. En el ánimo de respetar el necesario rigor matemático, aplicaríamos tan solo la mitad de estos falsos, es decir un 9% para restar del valor inicial, con lo que tendremos que el grado de confiabilidad alcanzaría únicamente un magro 66%: es decir, en dos de cada tres individuos sometidos a la prueba.

 

¿Qué es lo que la máquina hace en realidad? El polígrafo mide los cambios fisiológicos que se producen en el individuo entrevistado, especialmente su presión arterial, la sudoración o las vibraciones de su piel, su ritmo cardíaco; la respiración, el lenguaje corporal o la dilatación que se produce en sus pupilas. No calificaría por lo tanto si el examinado miente, sino si el candidato ha sido afectado por una pregunta que se le ha formulado, sea por su naturaleza o (y esto es sumamente importante) por la forma cómo se le ha preguntado. Además, aun en el caso de que estuviéramos hablando de una máquina infalible, e inclusive de que se use el método de averiguación más adecuado, la eventual fiabilidad del proceso dependerá siempre del grado de experticia y conocimiento profesional del encargado de efectuar la evaluación.

 

Sin detenernos a considerar si estos careos interfieren con (o invaden) la privacidad –y aun la dignidad– de las personas, el sistema expone a una injusta desventaja a quienes se sienten nerviosos al dar sus respuestas; para empezar, a nadie se le consulta si no tiene inconveniente en prestarse para este tipo de prueba. Muy por el contrario, el resultado es tomado a veces como un falso pretexto para rechazar una solicitud de empleo o para justificar selecciones arbitrarias. Es por muchos conocido que con el uso del polígrafo, personas inocentes han sido injustamente declaradas culpables; o que, varios delincuentes –incluso criminales seriales– han sido, en forma inconcebible, declarados inocentes por faltas evidentes, espeluznantes y flagrantes. De hecho, los cínicos engañan con facilidad a la máquina o han aprendido a pasar el examen sin dificultad; y es que esta no mide las convicciones ni los valores éticos de las personas: no está hecha para medir la honestidad ni, menos todavía, su integridad.

 

Mentir tampoco es tan grave. Hay quien miente por proteger a los inocentes o por piedad (eso, y no otra cosa, son las “mentiras piadosas”). Todos mentimos o hemos mentido alguna vez en la vida. Bien dicen los evangelios que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Creo que fue Anatole France quien alguna vez habría dicho que “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”. Desde hace algún tiempo me resisto a tomar estas pruebas; lo hago (me resisto) porque creo que su empleo viola los derechos individuales; considero que el método es denigrante, que las pruebas son imprecisas y que están mal realizadas. A más de carecer de validez jurídica, estos interrogatorios no son infalibles ni gozan tampoco de lo más importante: una indispensable y total confiabilidad.


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