11 marzo 2007

Desde la maternidad...

Queridos tíos: 

Les escribo aprovechando del recreo de las nueve, aquí en el hospital. Me dijo el abuelo Alberto que les escribiera porque el ya no iba a tener tiempo, porque "se iba a volar' (?). Así que les escribo por primera vez esta carta, ahora que tengo un poquito de tiempo de mis tareas en la maternidad. 

La verdad que aquí casi no tengo mucho que hacer; así que me paso casi todo el tiempo durmiendo. Y no me queda otra, porque aquí no tenemos televisor, ni nos dejan salir a jugar con las otras chicas, porque son así de estrictas las regulaciones de este hospital. Tampoco podemos salir al cine, ni a pasear por Orchard Road, y menos aun a los bares nocturnos de Mohamed Sultán. En cierto modo, yo digo que mejor, porque una mamadera dizque cuesta $ 12 en los bares de Mohamed Sultán; con lo que –haciendo cálculos– con tres mamaderas ya se me acabaría lo que me dan de refrigerio para toda la semana en esta casa asistencial. Y como ustedes saben, tres mamaderas es todavía insuficiente para sentirse un poco "mamado" (palabra esta ultima, que según entiendo, es prohibida en la casa de mi abuelita Alicia, la mamá de mi papá). 

Aquí, en el hospital, se está bastante cómodo. Me paso, como les contaba hace un rato, sin tener mucho que hacer, y he empezado a disfrutar de la comida que, aunque es nutritiva, no tiene mucha variedad. Lo malo es que no tenemos cuarto privado, y nos tienen a casi una docena de chicos de los dos sexos (y quién sabe si de los tres) en una misma habitación en este hospital. La ventaja es que uno está un poco como acompañado y, por lo menos, podemos ponernos a conversar de nuestros sueños nocturnos o de nuestros planes para el futuro, cuando salen las enfermeras y creen que estamos dormidos, solo porque hemos dejado de berrear. 

Yo casi no lloro mucho. Mi abuelo Alberto dice que "este guambra creo que va para santo", solo por esta minúscula pendejada de que no tengo todavía ganas de llorar. El dice que si no me hacen papa, por lo menos me han de nombrar obispo o cardenal. Pero la verdad, si voy a tener que vivir sin poder vacilar a las mujeres, yo no quisiera siquiera quedarme de sacristán! Lo cierto es que no lloro por dos razones: primero, porque no se todavía en qué idioma mismo llorar. Como me hablan en inglés, mandarín, cantonés y en español, no sé mismo, mismo, en qué idioma mismo tengo que ponerme a llorar. 

Además, me he dado cuenta que las otras chicas del dormitorio, lloran por todo, hasta por las huevas y tengo la sospecha de que lloran solo porque quieren llamar la atención. Creo que han oído en alguna conversación o telenovela eso que dizque dicen por ahí los mayores: que "niño que no llora no mama". Pero como les dije un poco antes, creo que es más bien por llamar la atención; o por no perder la costumbre de quejarse; o, como dice mi abuelo no sin cierta sabiduría: "Sólo por jode, Benjitas. Por jodé, y nada más". 

Estoy contento con el nombre que me han escogido. Aunque a menudo me confunde como lo pronuncian: a veces me dicen Benjamín y otras Benyamin, y yo no se todavía porque será. Mi abuelo Alberto me llama calladito Benjitas, porque creo que ha descubierto que esto de que de tan chiquito ya me anden endilgando apodos no es del gusto de mis papás. Pero creo que él lo hace porque es un viejito cariñoso, que le encanta venir a contarme cosas de cuando era niño y a veces calladito viene a verme sin que sepa nadie más. El abuelo parece un viejo buena gente; me trata con simpatía y con ternura; pero creo que en el fondo algo le preocupa, no se si será lo que el llama "las cosas de la vida y del corazón" o algún asunto de ustedes o de la familia, pero parece una de esas personas que diera cualquier cosa por ver bien a su familia (o tal vez por leer las cartas de ustedes...). Pero algo creo que le preocupa al viejo y yo no se lo que será. 

En mi cuarto hay un mundo de hembritas y yo, sin querer, ando viendo muchos "rabitos". Esto porque a uno de "guambra" le subestiman y le dejan en cueros cuando le vienen a limpiar. Tengo la sospecha de que algún secreto encanto han de tener las nalguitas, cuando tanto se empeñan en que mis otras amigas las tengan que ocultar. Esta es una de las principales razones por la que ya me quiero ir a mi casa nueva que se compraron mis papás. Ahí ya voy a tener cuarto propio y nadie va a estarse preocupando porque he hecho ninguna "cacada" (o "popó" como quiere que diga mi abuela; así que perdón); y solo entonces voy a tener alguna privacidad, aunque sea para cuando me vengan a limpiar. Claro que voy a estar a ratos solito, pero no me importa si no voy a oír el llanto de tantos otros niños, aun a riesgo de que me haga solitario como mi abuelo o de que a veces me cuente chistes yo mismo, como me he dado cuenta que sabe hacerlo mi papá. 

Bueno, tíos, ya vienen a darme de comer. Estoy disfrutando de la teta una barbaridad. Ahora entiendo porqué le gusta tanto a otros niños mayores como a mis tíos Felipe y Sebastián. Lo malo de aquí, de la clínica, es que a uno le envuelven con una bayeta los brazos, para que queden fuera y no pueda dormir con "la mano en la pena" como he oído que lo hace socarronamente mi tío Agustín, quien todavía no me ha venido a visitar. Me voy que ya viene la enfermera. Verán, "veniranme" a visitar! 

Su sobrinito, Benjamin Vizcaíno–Luá


Share/Bookmark