28 septiembre 2018

Corrido *

* Por Juan José Arreola (1918 – 2001). Tomado de su libro de cuentos Confabulario.

“Hay en Zapotlán una plaza que le dicen de Ameca, quien sabe por qué. Una calle ancha y empedrada se da contra un testerazo, partiéndose en dos. Por allí desemboca el pueblo en sus campos de maíz.

Así es la Plazuela de Ameca, con su esquina ochavada y sus casas de grandes portones. Y en ella se encontraron una tarde, hace mucho, dos rivales de ocasión. Pero hubo una muchacha de por medio.

La Plazuela de Ameca es tránsito de carretas. Y las ruedas muelen la tierra de los baches, hasta hacerla finita, finita. Un polvo de tepetate que arde en los ojos, cuando el viento sopla. Y allí había, hasta hace poco, un hidrante. Un caño de agua de dos pajas, con su llave de bronce y su pileta de piedra.

La que primero llegó fue la muchacha con su cántaro rojo, por la ancha calle que se parte en dos. Los rivales caminaban frente a ella, por las calles de los lados, sin saber que se darían un tope en el testerazo. Ellos y la muchacha parecía que iban de acuerdo con el destino, cada uno por su calle.

La muchacha iba por agua y abrió la llave. En ese momento los dos hombres quedaron al descubierto, sabiéndose interesados en lo mismo. Allí se acabó la calle de cada quien, y ninguno quiso dar paso adelante. La mirada que se echaron fue poniéndose tirante, y ninguno bajaba la vista.

—Oiga amigo, qué me mira.

—La vista es muy natural.

Tal parece que así se dijeron, sin hablar. La mirada lo estaba diciendo todo. Y ni un al te va, ni al te viene. En la plaza que los vecinos dejaron desierta como adrede, la cosa iba a comenzar.

El chorro de agua, al mismo tiempo que el cántaro, los estaba llenando de ganas de pelear. Era lo único que estorbaba aquel silencio tan entero. La muchacha cerró la llave dándose cuenta cuando ya el agua se derramaba. Se echó el cántaro al hombro, casi corriendo con susto.

Los que la quisieron estaban en el último suspenso, como los gallos todavía sin soltar, embebidos uno y otro en los puntos negros de sus ojos. Al subir la banqueta del otro lado, la muchacha dio un mal paso y el cántaro y el agua se hicieron trizas en el suelo.

Ésa fue la merita señal. Uno con daga, pero así de grande, y otro con machete costeño. Y se dieron de cuchillazos, sacándose el golpe un poco con el sarape. De la muchacha no quedó más que la mancha de agua, y allí están los dos peleando por los destrozos del cántaro.

Los dos eran buenos, y los dos se dieron en la madre. En aquella tarde que se iba y se detuvo. Los dos se quedaron allí bocarriba, quién degollado y quién con la cabeza partida. Como los gallos buenos, que nomás a uno le queda tantito resuello.

Muchas gentes vinieron después, a la nochecita. Mujeres que se pusieron a rezar y hombres que dizque iban a dar parte. Uno de los muertos todavía alcanzó a decir algo: preguntó que si también al otro se lo había llevado la tiznada.

Después se supo que hubo una muchacha de por medio. Y la del cántaro quebrado se quedó con la mala fama del pleito. Dicen que ni siquiera se casó. Aunque se hubiera ido hasta Jilotlán de los Dolores, allá habría llegado con ella, a lo mejor antes que ella, su mal nombre de mancornadora.”

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22 septiembre 2018

Extraños paisajes…

Existen en la naturaleza paisajes que nos dejan absortos. Muchos de estos están caracterizados por la presencia de alguna forma de vegetación; otros, como es el caso de los macizos montañosos en las cláusulas invernales, se destacan por la primacía del blanco y el brillo de la nieve; en ellos se pueden apreciar los inusitados rasgos que van adquiriendo los contornos, ofreciendo una renovada provocación a la imaginación del hombre. Piénsese en los glaciares, por ejemplo, donde la huella de aquel soberbio fenómeno semeja la forma de portentosas autopistas, construidos por máquinas descomunales, que obedecen a un caprichoso diseño de zigzagueo imperturbable.

No es ese el caso de otros insólitos rincones que existen en el planeta, donde su condición yerma, vale decir la total ausencia de vegetación, sumada a la preponderancia de los ocres telúricos, produce un espectáculo sobrecogedor, por su aridez y sus curiosas aristas, extrañas aunque fascinantes. Fue esa la sensación que siempre experimenté, allá en mis años de Ecuatoriana de Aviación, siempre que volé sobre el interminable paisaje de los salares bolivianos y argentinos, lagos enormes y carentes de líquido contenido, donde las únicas huellas visibles parecían ser las que dejaron obcecados vehículos, cuyos temerarios conductores se animaron a desafiar la soledad, las sorpresas del azar y los embelecos de la distancia.

Muchos años después, me tocó en suerte cruzar -de norte a sur y de poniente a levante- sobre esa isla enorme, árida e interminable que constituye aquel país exiguamente poblado que se conoce como Australia. Montado en mi artilugio volador, verdadero atalaya de privilegio, he podido observar un tipo de paisaje que desde niño imaginé que solo podía encontrarse en la superficie selenita, o quizá en algún lugar ajeno a nuestro sistema. Desde arriba, aquella tierra austral semeja un portentoso y descomunal terreno en faenas de arado y siembra, donde las estrías dejadas por una mano formidable y desconocida, habrían labrado unos surcos sorprendentes con las garras de unas excavadoras desconsideradas, tercas e implacables.

Hablando de otros tiempos, y de otras edades, hubo una época que sucumbí a los escarceos y las veleidades de la pesca de altura. Quienes me tentaban, entonces, eran dos de mis más cercanos amigos; con ellos aprovechábamos de la generosa amabilidad de otros buenos amigos, los dueños de la hacienda Pinantura, la familia Delgado, y subíamos con su autorización a esa laguna de aguas mansas que se llama Mica-cocha, ubicada justo a un lado de las nieves del Antisana (Pinantura es en realidad más que una hacienda, es todo un territorio que engloba al Antisana, se acerca al Sincholagua, y se desparrama hacia el Oriente, hasta casi llegar a la población de Tena). Allá subíamos, a enfrentar el frío y poner a prueba nuestra paciencia, en busca de lo que fueron nuestro tesoro y trofeo de ocasión: las lúbricas truchas salmonadas.

A la Mica se sube a través de una hendidura, o desfiladero, que se ha formado en el promontorio delantero de la montaña, pues el promontorio oculta la vista del antiguo volcán nevado, que sólo es visible cuando se lo observa desde considerable distancia. Se llega al desfiladero a través de la población de Pintag y, mientras se sube hacia la laguna, se pueden apreciar, en el fondo del barranco, otras diminutas lagunas de aguas azabaches. Poco antes de llegar a una planicie que los lugareños conocen como “la ovejería”, el paisaje se transforma: asoma, de pronto, la huella de un antiguo glaciar, es aquella una impronta formidable; no cabe duda que fue por medio de tan escarpado lecho que descendió la lava del volcán en tiempos inmemoriales. Llaman al agreste lugar Antisanilla; es aquél un paisaje extraño, tienen sus formas un carácter áspero, escabroso, quebrado, desigual, tortuoso, salvaje…

Algo parecido es, o fue, un pequeño lugar que existe (¿existía?) cerca de la comuna de Palugo, frente a la hacienda Balbanera, en las proximidades de Pifo. Por lástima, desde hace pocos meses, el sitio ha dado paso a ciertos trabajos de nivelación y relleno, que en esos parajes se encuentra realizando la empresa española Acciona. Es probable que aquel extraño paisaje, que antes llamaba tanto la atención, hoy se haya convertido en un parque industrial o, quién sabe, si en un centro de mantenimiento del equipo camionero que posee la mencionada compañía. La referida comarca constituía, hasta hace muy poco, un paisaje ajeno al entorno general. Era, aquel escabroso pago, un sitio raro y fragoso; una zona tenebrosa, lúgubre e inescrutable...

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08 septiembre 2018

La ruta de la hipocresía

No deja de sorprenderme la capacidad de inventiva semántica que tenemos los burócratas (sí, ahora soy uno de ellos). Tan pronto como quieren (o queremos) hacer una exposición, o tienen que explicar algo, se dan por utilizar expresiones que, primero, no siempre son necesarias; y, segundo, que distraen a los miembros de su audiencia, que se quedan pensando en el sentido de su inofensiva frase, o en si se han perdido algo al no atinar con el exacto significado de la expresión utilizada. Aquí va un par de ejemplos: juicio de valor y poner en valor. Ambas expresiones utilizan el mismo y preferido sustantivo, aunque no estén necesariamente relacionadas.

Pienso en su uso indiscriminado, mientras reflexiono en lo que yo mismo he dado en llamar “La ruta de la hipocresía”: la mini autopista por todos conocida como “Ruta VIVA” y que conecta (por ahora) a Quito con Tababela. Su extensión es de tan solo trece kilómetros, a la espera de la construcción de una tercera fase, que -claro- ya se sabe cuando va a comenzar: ¡nunca! A pesar del abrupto declive inicial de la misma y de un ingreso que mereció mejor suerte, la ruta parece bastante bien diseñada y, por ahora, hasta había lucido como bastante bien construida; pero ya empiezan a aparecer baches, grietas e inclusive hundimientos. Es de esperar que todas estas imperfecciones sean solo consecuencia del natural asentamiento.

No es el diseño, ni la construcción, lo que más llama la atención en la VIVA (así, con todas mayúsculas, pues su nombre es un anagrama); lo que más sorprende es la ladina cultura de manejo. Y la razón es esta: las autoridades han instalado dos foto-radares que están ubicados a dos kilómetros del inicio y del fin temporal de esta autopista, lo que provoca algo que era natural que pudiera esperarse; y es que la gente, es decir los conductores, amainan su velocidad (el límite es solo 90 kms/hora) al momento de acercarse a estos artilugios y, para el resto del trayecto, andan como perseguidos por el demonio, a la velocidad que les permite el tránsito y la ausencia de control policial. En resumen, a la velocidad que les da la regalada gana.

Como ya dije: ¿qué más podía esperarse? Como las multas son realmente fuertes, los conductores han optado por un sistema que bien pudiéramos llamar táctico. Esto hace que los usuarios solo estén preocupados de reducir su ritmo de movilización mientras cruzan el bendito radar, porque, para el resto, todo el mundo cree que ya puede transitar a la velocidad que le parezca conveniente. Me pregunto: ¿por qué no se pensó en un método que estimule, más bien, a mantener en todo el trayecto una velocidad más prudente. Esto no pasa obviamente, y quienes caen en las “redes” del radar, solo lo hacen por descuido, porque nadie cruza un radar a una velocidad temeraria o imprudente, sobre todo a sabiendas de que debe pagar una multa que, para cualquier bolsillo, constituye una cantidad nada insignificante.

El sistema, por lo mismo, incentiva la hipocresía. Parece que las mismas autoridades han caído en la complacencia y están muy contentas con haber descuidado el control en el resto de la ruta: realmente en más del noventa por ciento de esta corta autopista. No sorprende ver vallas medianeras que han sido deformadas (por los continuos accidentes que allí ocurren); o huellas de postes caídos, por impacto automotor, en distintos lugares de la ruta. Bien pudiera decirse que “el límite real de la Ruta VIVA es de tal vez 140 kms/hora, a menos que se tenga que pasar frente a algún instrumento electrónico destinado a medir la velocidad”...

Por esa misma vía, la de la hipocresía y el cinismo, habría ido el gobierno anterior que no tuvo escrúpulo en festinar fondos públicos para financiar la venida de ciertas “personalidades” para que den testimonio de los daños que, en forma supuesta, habría causado la compañía Chevron al medio ambiente de nuestro país. Sí, hipocresía por parte de los “famosos” que, buenos actores como era de esperar, no les importó remojar su mano en un estanque improvisado de negro crudo con tal de poner unos pocos denarios en sus faltriqueras. Y cinismo, también, por parte del gobierno mencionado, que no le importó identificarse con la pantomima y el sainete con tal de vender la imagen falsa de sus realizaciones y supuestos logros.

Ah! Y en cuanto a las frases repetitivas que arriba quedaron comentadas... Siempre es bueno formarse un “juicio de valor” (opinión) de los asuntos que involucran a nuestros gobernantes; útil recurso para “poner en valor” (destacar o resaltar) los méritos que identifican a nuestro pueblo y saber defender los intereses de nuestra frágil como codiciada heredad.

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