08 septiembre 2018

La ruta de la hipocresía

No deja de sorprenderme la capacidad de inventiva semántica que tenemos los burócratas (sí, ahora soy uno de ellos). Tan pronto como quieren (o queremos) hacer una exposición, o tienen que explicar algo, se dan por utilizar expresiones que, primero, no siempre son necesarias; y, segundo, que distraen a los miembros de su audiencia, que se quedan pensando en el sentido de su inofensiva frase, o en si se han perdido algo al no atinar con el exacto significado de la expresión utilizada. Aquí va un par de ejemplos: juicio de valor y poner en valor. Ambas expresiones utilizan el mismo y preferido sustantivo, aunque no estén necesariamente relacionadas.

Pienso en su uso indiscriminado, mientras reflexiono en lo que yo mismo he dado en llamar “La ruta de la hipocresía”: la mini autopista por todos conocida como “Ruta VIVA” y que conecta (por ahora) a Quito con Tababela. Su extensión es de tan solo trece kilómetros, a la espera de la construcción de una tercera fase, que -claro- ya se sabe cuando va a comenzar: ¡nunca! A pesar del abrupto declive inicial de la misma y de un ingreso que mereció mejor suerte, la ruta parece bastante bien diseñada y, por ahora, hasta había lucido como bastante bien construida; pero ya empiezan a aparecer baches, grietas e inclusive hundimientos. Es de esperar que todas estas imperfecciones sean solo consecuencia del natural asentamiento.

No es el diseño, ni la construcción, lo que más llama la atención en la VIVA (así, con todas mayúsculas, pues su nombre es un anagrama); lo que más sorprende es la ladina cultura de manejo. Y la razón es esta: las autoridades han instalado dos foto-radares que están ubicados a dos kilómetros del inicio y del fin temporal de esta autopista, lo que provoca algo que era natural que pudiera esperarse; y es que la gente, es decir los conductores, amainan su velocidad (el límite es solo 90 kms/hora) al momento de acercarse a estos artilugios y, para el resto del trayecto, andan como perseguidos por el demonio, a la velocidad que les permite el tránsito y la ausencia de control policial. En resumen, a la velocidad que les da la regalada gana.

Como ya dije: ¿qué más podía esperarse? Como las multas son realmente fuertes, los conductores han optado por un sistema que bien pudiéramos llamar táctico. Esto hace que los usuarios solo estén preocupados de reducir su ritmo de movilización mientras cruzan el bendito radar, porque, para el resto, todo el mundo cree que ya puede transitar a la velocidad que le parezca conveniente. Me pregunto: ¿por qué no se pensó en un método que estimule, más bien, a mantener en todo el trayecto una velocidad más prudente. Esto no pasa obviamente, y quienes caen en las “redes” del radar, solo lo hacen por descuido, porque nadie cruza un radar a una velocidad temeraria o imprudente, sobre todo a sabiendas de que debe pagar una multa que, para cualquier bolsillo, constituye una cantidad nada insignificante.

El sistema, por lo mismo, incentiva la hipocresía. Parece que las mismas autoridades han caído en la complacencia y están muy contentas con haber descuidado el control en el resto de la ruta: realmente en más del noventa por ciento de esta corta autopista. No sorprende ver vallas medianeras que han sido deformadas (por los continuos accidentes que allí ocurren); o huellas de postes caídos, por impacto automotor, en distintos lugares de la ruta. Bien pudiera decirse que “el límite real de la Ruta VIVA es de tal vez 140 kms/hora, a menos que se tenga que pasar frente a algún instrumento electrónico destinado a medir la velocidad”...

Por esa misma vía, la de la hipocresía y el cinismo, habría ido el gobierno anterior que no tuvo escrúpulo en festinar fondos públicos para financiar la venida de ciertas “personalidades” para que den testimonio de los daños que, en forma supuesta, habría causado la compañía Chevron al medio ambiente de nuestro país. Sí, hipocresía por parte de los “famosos” que, buenos actores como era de esperar, no les importó remojar su mano en un estanque improvisado de negro crudo con tal de poner unos pocos denarios en sus faltriqueras. Y cinismo, también, por parte del gobierno mencionado, que no le importó identificarse con la pantomima y el sainete con tal de vender la imagen falsa de sus realizaciones y supuestos logros.

Ah! Y en cuanto a las frases repetitivas que arriba quedaron comentadas... Siempre es bueno formarse un “juicio de valor” (opinión) de los asuntos que involucran a nuestros gobernantes; útil recurso para “poner en valor” (destacar o resaltar) los méritos que identifican a nuestro pueblo y saber defender los intereses de nuestra frágil como codiciada heredad.

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