06 octubre 2019

Kipling y la India que conocí

Existe un poema que alguna vez aprendí. Debo haber estado en uno de mis últimos años de secundaria. Creo que debo haberlo copiado, sin que siquiera me hubiera interesado por su origen o autoría. Más tarde, con el tiempo, descubrí que esa poesía era en realidad una versión recortada, o abreviada, de un poema más extenso que había sido escrito por el autor británico Rudyard Kipling, quien lo había titulado originalmente como “If...”, “Si...” (como si condicional, en español). En todo caso, esta es la versión que alguna vez copié y que la memoricé:

Si sueñas y soñar no es tu ilusión,
Si piensas y pensar no es tu último objetivo,
Si al triunfo y al desastre te acomodas,
Pues ves en uno y otro un impostor.

Si a tu cabeza, pecho y nervio obligas,
A bregar uno y otro aunque cansados,
Porque tu voluntad te dice “sigamos”.

Si ocupas el minuto inexorable de tu afán,
Con los sesenta segundos de su valor pasado,
Tuyo es el mundo, tuyos sus caudales,
Y tu eres hijo, un hombre de verdad!

Para algunos, se trata de una suerte de decálogo del comportamiento británico, ese “stiff upper lip” que refleja el carácter inglés, una mezcla de estoicismo, disciplina y disimulada arrogancia. La expresión quiere decir literalmente “labio superior tieso”, pero podría traducirse como “nariz levantada”, que es la expresión que usamos en español. “Si...” está escrito en un tono paternal, supuestamente como un consejo, o como un mensaje a futuro” para el hijo del autor.

Rudyard Kipling había nacido en la India, de padres británicos, mientras estos vivían temporalmente en ese país. Así lo bautizaron por un lago que existe en Inglaterra que había fascinado a sus padres. Kipling era considerado un escritor genial; recibió el premio Nobel de literatura apenas pasados los cuarenta años. A sus coterráneos siempre causó impresión que pudiera describir los paisajes del “sub-continente” en mejor forma que los propios locales.

A veces reviso mis libros de bitácora; advierto que fui a la India un medio centenar de veces. Mis primeros vuelos los efectúe a Nueva Delhi y a Bombay (“buena bahía”, en portugués; hoy llamada Mumbay); desde Delhi -la ciudad más ordenada que tiene la India- improvisé un par de viajes a Agra, donde se encuentra ese portentoso mausoleo que es el Taj Mahal, construido por el rey mogol Shah Jahan para enterrar a su amada Arjumandi, la princesa. Ahí, en ese camino, descubrí lo extrema y deprimente que puede llegar a ser la indigencia...

Conozco otras ciudades de la India, país donde el inglés es el idioma unificador, porque los hindúes hablan como treinta idiomas diferentes. He estado en Calcuta y en Madrás (hoy Chenai), ciudad donde he visto realizar toda, repito TODA, actividad humana en plena vía pública, en el trayecto de unos pocos kilómetros. También he ido un par de veces a la pujante Bangalore, convertida ya en importante centro de tecnología y en donde están ubicados los principales centros de llamadas (“call centers”) -especialmente de la banca- que existen en el mundo.

Pero, he estado también en ciudades como Karachi o Lahore, en el Pakistán; o Dhaka, en el Bangladés, que sin ser ciudades de la India, racialmente podrían serlo. Estos dos países fueron alguna vez parte de la India; se separaron por motivos de carácter religioso: son actualmente países musulmanes. He tenido también la fortuna de conocer Sri Lanka; este es un país de raza tamil, como sus vecinos de Kerala, en el sur de la India. Sri Lanka, en tiempos inmemoriales se llamó Serendip (el país de la casualidad), y hasta hace poco Ceylán. Me han dicho que hubo un tiempo cuando, si la marea estaba baja, se podía cruzar caminando entre los dos países.

Nunca he sentido pobreza más abyecta como la que, más de una vez, pude palpar en mis viajes a la India. En los últimos años, no obstante, el país ha empezado a experimentar un rápido progreso y una gran transformación, gracias a su apuesta por la tecnología. Pronósticos muy optimistas prevén que, para mediados del presente siglo, India pasará a poseer una clase media acomodada y numerosa. Todo es exótico y exuberante en la India: la raza y los olores, sus ritos religiosos y su fascinante comida. Fueron hindúes los inventores del cero y de unos símbolos que hoy llamamos “números arábigos”, porque llegaron a Europa a través de los árabes.

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