29 marzo 2022

Cuaresma no quiere decir cuarenta

Cuando el hermano Fernando nos contó que cuaresma quería decir “cuadragésimo”, porque había cuarenta días entre el miércoles de ceniza y el Domingo de Gloria, debe haber sido para mí toda una epifanía. De modo que para cuando llegué a casa a comentar la inédita revelación y no pude demostrar lo que había descubierto, estoy seguro que ese espíritu de elación debe haberse convertido en un confuso estado de frustración y desencanto.

 

Algo estaba mal, algo en las matemáticas no encajaba. Entre el miércoles de ceniza y el de semana santa (incluido este) ya sumaban cuarenta y tres días, más los cuatro del Triduo Pascual (de jueves a domingo santos) daban cuarenta y siete; y aun si quitaba los dos miércoles y esos últimos cuatro mencionados, me seguía sobrando uno: me daban cuarenta y uno. ¡No podía ser, algo andaba mal!, no podía aceptar que nadie había caído en cuenta. ¿Cómo podían haber incurrido en tan incomprensible error? Recuerdo que regresé a la escuela con mi flamante novedad: existía en alguna parte una evidente equivocación, un definitivo error matemático. Mi chapucera demostración habría de dar paso a que “me adelanten el recreo”… Era la primera vez que me expulsaban de clase.

 

Con el tiempo aprendí que el cuatro habría tenido un significado cabalístico para los hebreos; pudiera decirse que guarismos como 4, 40 o 400 habrían llegado a tener un carácter casi místico para el pueblo judío, sobre todo el cuarenta. El diluvio había durado cuarenta días, cuarenta eran los días que Jesús había permanecido en el desierto de Judea en preparación para iniciar su predicación posterior, cuarenta años había durado la marcha del pueblo israelita por el desierto y cuarenta décadas (cuatrocientos años) había durado la esclavitud de los hebreos en Egipto. No me admiraba, por tanto, que sean cuatro los evangelistas, cuatro los jinetes del apocalipsis y que los días del Triduo Pascual (la pasión, muerte y resurrección del Señor) realmente serían cuatro. Había pues una sugestiva simbología, si no un mensaje, en esas referencias bíblicas.

 

La Pascua de Resurrección (no confundir con la pascua relacionada con el natalicio de Jesús) siempre ha sido considerada como la más importante celebración religiosa para los cristianos. Por mucho tiempo, el cálculo del Domingo de Pascua fue un auténtico dolor de cabeza para los creyentes porque se basaba en el calendario lunar y daba lugar a que se convirtiera en una fiesta móvil que variaba de acuerdo al plenilunio posterior al equinoccio de primavera; bien pudo la Iglesia determinar una fecha fija o un determinado domingo posterior a una fecha específica, pero prefirió complicar un poco la fórmula. En algún momento, y no me extrañaría que hubiese sido en el siglo IV (otra vez el bendito 4) se resolvió que la pascua cayese en el primer domingo después de la primera luna llena posterior al equinoccio mencionado.

 

Este cálculo podría parecer más complicado de lo que realmente es. Para empezar, se trata del equinoccio de primavera en el hemisferio norte, fenómeno que no ocurre en una fecha fija: a veces sucede el 20 y otras el 21 de marzo. Esto acontece cuando la duración del día es igual a la de la noche (equinoccio viene del latín y quiere decir “igual noche”). Existen pues dos factores que son variables para la determinación de la Pascua: el número de días que transcurren entre el equinoccio y el primer plenilunio siguiente (cada lunación –o mes sinódico– ocurre cada 29 días y medio); y el número de días que transcurren entre este plenilunio (que puede ocurrir cualquier día de domingo a sábado) y el domingo siguiente.

 

Por lo mismo, y para el cálculo correspondiente, baste con conocer que para el caso de este año (2022), el primer plenilunio –posterior al equinoccio– ocurrirá el sábado 16 de abril a las 14:55 horas. Esto quiere decir que la celebración de la Pascua ocurrirá el primer domingo posterior: el 17 de abril. Por todo esto, y para comprobar lo que hemos dicho más arriba, les invito a contar los días que transcurrirían entre el miércoles de ceniza (2 de marzo, que lo incluimos) y el domingo 17 de abril. Realmente cuarenta y siete días, ¡que no cuarenta!

 

Es probable que otros cristianos, los llamados ortodoxos, hayan ya caído en cuenta de esta singular discrepancia, que cuaresma no significa cuarenta días. Ellos, en un trámite de contorsionismo lógico, habrían decidido empezar la cuaresma el lunes siguiente al miércoles de ceniza, pero tampoco cumplen con los cuarenta días prometidos… a menos que excluyan el Sábado de Gloria, por interpretar que este no constituye día de expiación. Para el caso de los católicos, se habría acordado una fórmula “conciliatoria”: se habrían excluido los domingos intermedios, por considerar que “no son días de ayuno”… vale decir que los domingos de cuaresma ya no serían parte del cálculo. Además el Concilio Vaticano II habría también excluido los días del Triduo Pascual. ¿Quién entiende?


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27 marzo 2022

Unas cajas negras de color naranja *

* Escrito por Jean Lim, para la revista AeroTime. Con mi traducción y reedición.

 

Mientras los investigadores revuelven los escombros del vuelo MU5735 de China Eastern, en busca de las cajas negras que entregarán indicios del siniestro, echemos un vistazo a esos implementos y a lo que deberíamos saber:

 

¿Qué es una caja negra?: Es un artefacto de grabación protegido, similar a un disco duro o a una tarjeta de memoria. Existen dos en las aerolíneas: el Flight Data Recorder (FDR), que registra los datos relevantes del vuelo; y el Cockpit Voice Recorder (CVR) que registra conversaciones y más comunicaciones en la cabina de mando.

 

Historia de la caja negra: La caja negra fue implementada hace 69 años, en marzo de 1953. A partir de 1952, el primer jet comercial, el De Havilland Comet, tuvo siete accidentes en un lapso de dos años, con un costo de 110 vidas. El Departamento de Aviación Civil de Australia convocó a una reunión de expertos para discutir la causa probable de los accidentes. Uno de ellos, el Dr. David Warren, era un químico especializado en combustibles de aviación que trabajaba en el Laboratorio de Investigaciones Aeronáuticas de Melbourne. Warren se dio cuenta que los comités casi siempre llegaban a resultados inconclusos porque, quienes mejor podían explicar lo sucedido habían fallecido. Así nació la idea de un registrador de voces.

 

La caja negra no es negra: La “caja negra”, es quizá uno de los nombres más inexactos que existen porque, en la realidad, es de color anaranjado brillante. Está pintada así para poder ser más fácilmente identificada en los rescates posteriores a los accidentes.

 

¿Por qué la llaman “caja negra”?: ¿Si no es negra, por qué le llaman así? El término “caja negra” fue utilizado en la II Guerra Mundial, relacionado con el radar y otras ayudas de navegación electrónica instalados en aviones británicos y de las fuerzas aliadas. Estas ayudas, que fueron desarrolladas con cierto secretismo, estaban instaladas en cámaras de color negro no reflexivo. Otros insinúan que el nombre calza, porque cuando una caja es hallada en el sitio del desastre, está típicamente cubierta por cenizas.

 

Dos componentes en la caja negra: Un avión tiene en la práctica dos cajas negras. Una es el registrador de datos del vuelo, que almacena información de parámetros específicos como el control del vuelo y el desempeño de los motores. La segunda es el registrador de voces en cabina que graba los ruidos de fondo y las conversaciones entre los tripulantes y el control de tránsito aéreo. A veces, estos elementos no están separados, están ubicados en una sola caja. La caja no está en la cabina de mando, está lejos de ella. Normalmente es instalada en la cola, que es la parte del avión que soporta menos daño durante el eventual impacto.

 

¿Cómo están fabricadas? Primero, es importante anotar sus respectivos componentes: Un proveedor de energía dotado con una unidad de memoria de sobrevivencia (CSMU); un control y tablero de mandos integrado (ICB); y un localizador impermeable al agua (ULB). Es importante también saber cómo las cajas están encapsuladas: con el objeto de proteger los circuitos de memoria que almacenan información, estas están provistas de algunas capas:

 

·       Cámara de aluminio: es una capa delgada que recubre las tarjetas de memoria.

·       Aislamiento de alta temperatura: su material está hecho de silicón seco, de una pulgada de grosor, diseñado para protección térmica. Es un seguro contra incendios.

·     Concha de acero inoxidable: es un aislante de altas temperaturas encapsulado en una concha de acero inoxidable de un cuarto de pulgada. Esta puede ser fabricada con titanio.

 

¿Pueden ser destruidas?: Sí, podrían destruirse, pero tomaría mucho esfuerzo. Antes de ser instaladas en un avión deberían soportar hasta 3.400 veces la fuerza de la gravedad (3.400 G’s). También deben soportar fuego a 2.000 grados Farenheit por una hora. El localizador debe emitir una señal, de una vez por segundo, sumergido a 6.000 metros en agua salada por 30 días.

 

¿Qué graba el registrador de vuelo?: Desde julio de 1997, la FAA exige que se registren al menos 88 parámetros en aviones fabricados después de agosto de 2002. Entre los principales están los que siguen: tiempo, altura, velocidad, aceleración vertical, rumbo magnético, posición de la columna de control, posición de los pedales, posición del control de la rueda de nariz, estabilizador horizontal, flujo de combustible.

 

¿Puede grabar las conversaciones durante todo el vuelo?: La grabación solo puede conservar las dos últimas horas de las comunicaciones en la cabina de mando. Registra lo mencionado más arriba.

 

¿Por qué se guardan en agua luego de encontrarles?: Se las sumerge enseguida en agua limpia y fresca, para evitar contaminación con substancias minerales saladas, y para evitar su corrosión.


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25 marzo 2022

Ladislao y su birome

Hasta hace poco los nombres de pila se repetían en las familias con bastante frecuencia. Era costumbre que los nombres de padres y abuelos fueran reutilizados como si se tratase de una tradición familiar o como si esto aseguraría perpetuar el nombre propio de algún antepasado. Pero, claro, eran también otros tiempos; tiempos en que, además, los nacimientos no se controlaban y casi todas las familias se caracterizaban por tener proles numerosas, independientemente de los ingresos de los padres o de su capacidad adquisitiva. Entonces los padres se llenaban de hijos y delegaban su futura seguridad a la Providencia. “Dios proveerá” decían, con una mezcla de ilusoria esperanza y religiosa resignación…

 

Como yo también vengo de una familia numerosa (solo fuimos once hermanos), debo haber intuido que los nombres eran asignados ya sea por el criterio antes descrito o por una suerte de “consagración” de los nuevos hijos a algún santo tutelar. Para aquellos que no habían sido bautizados siguiendo la tradición referida, se aplicaba una suerte de lotería onomástica que ponía en juego el santoral de la Iglesia católica. Esa era la costumbre. Pocas familias salían de ese esquema para bautizar y nombrar a sus hijos con apelativos que fuesen distintos. Quizá mi padre pertenecía a un grupo que se había apartado de la norma y había decidido asignar nombres a sus cinco primeros vástagos asegurándose de que aquellos empezaran siempre con la letra A.

 

Por todo ello, debo haber sospechado, desde muy chico, que habiendo tantos nombres, el santoral resultaba exiguo para alojar a todos los nombres que existían; mi inquietud se habría disipado cuando descubrí que los días del año podían abarcar a más de un santo. Tal vez pensaba que quizá esto último no habían conocido algunos padres que terminaron bautizando a sus hijos con nombres como Segismunda, Torcuato o Pancracio. ¡Quién sabe, nadie es perfecto! Además, creía que había otros nombres que no eran muy comunes, como Estanislao; este, como Ladislao, quizá estaba representado por un santo que no era parte del santoral español publicado.

 

Tampoco escapaba a mi atención que existían nombres que, aun siendo latinos o castellanos, provenían del hebreo, el idioma de la Biblia; por eso teníamos nombres como Judas, Abraham o Isaac, Ruth o Magdalena. Entendía, además, porqué habían bautizado al hijo de un vecino como Miroslav o a un par de futbolistas con el nombre de Ladislao. Este Ladislao nunca lo había escuchado hasta que se hizo popular un estupendo guardameta uruguayo de apellido Mazurkiewicz, que terminó sus días deportivos jugando para un equipo brasileño; hubo otro: el húngaro Ladislao Kubala, un portento de “volante ofensivo” que se convirtió en ídolo del Barcelona catalán cuando yo aún no había terminado mis años de primaria.

 

Con el nombre de Ladislao, o László (las tildes en ciertos idiomas, más que definir el  acento, parecen marcar la pronunciación de las vocales) me pasaría lo mismo que con el de san Estanislao, un adolescente polaco que se había escapado de su casa para hacerse jesuita y así cumplir con el sueño de recluirse en un noviciado (bien pensado, yo también pude haber estado a un tris de convertirme en santo). Para el caso del santo anterior, el László original, este había sido un soberano húngaro que había propuesto la canonización de san Esteban, otro rey húngaro y su propio antepasado, el mismo que habría asegurado la conversión del pueblo magiar al catolicismo. Hoy, ese rey László es venerado también como otro santo de la Iglesia.

 

Pero hay otro Ladislao que pudo ser más famoso aún; me refiero al inventor del estilógrafo, esferográfico, lapicero, bolígrafo o birome: se llamó László József Biró. También había nacido en Hungría, y residido por un tiempo en Argentina. Biró decretó la extinción del lápiz y del odiado canutero, y quién sabe si de la impredecible pluma fuente (¿cómo olvidar aquellas súbitas manchas en nuestras antes impolutas camisas?). Él habría desarrollado su formidable invento, auspiciado por Agustín Pedro Justo –luego de que fungiera como presidente argentino–; su artilugio incorporaba un tubito plástico o de metal que contenía la tinta y que disponía de una punta provista de una bolita de acero o tungsteno que escribía en forma continua al rodar ágilmente sobre el papel.

 

Biró se habría inspirado en la huella que dejaban las canicas luego de rodar sobre un charco de agua. Llamó “birome” a su invento; era el acrónimo de la empresa que formaría con su hermano y otro amigo (Biró–Meyne–Biró). Pronto la patente del esfero fue vendida a Parker, Paper Mate y Bich (fabricante de los más económicos y asequibles Bic); desde entonces, su popularidad ya fue imparable.


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22 marzo 2022

A veces enhiesta. No siempre enhiesta…

A través de su historia, la humanidad ha indagado con recurrente curiosidad acerca de la inmortalidad o, aún mejor, acerca de la perdurable juventud… Por lo menos ha aspirado, no obstante, a retrasar el envejecimiento y a llegar a guarismos de edad cada vez más elevados. La literatura de todas las épocas está llena de referencias a esta elusiva aspiración del hombre. En días pasados me entretuve leyendo la reseña de un nuevo libro perteneciente a dos personajes: el paleontólogo Juan Luis Arsuaga y el novelista Juan José Millás -autores, en colaboración, de una obra intitulada “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”-, donde ellos abordan justamente ese controvertido tópico en forma mordaz e irreverente, divertida y desenfadada.

En el diálogo, Arsuaga y Millás discutían acerca de dos temas que, aunque están relacionados, son bastante diferentes: la eternidad  y el deseo de perdurar el vigor sexual con el transcurrir de los años. “A los hombres no nos preocupa la juventud gran cosa -sostenía el paleontólogo-. Yo me encuentro bien, me veo a mí mismo y me siento de puta madre, no necesito verme joven ni bello. El problema de la belleza no me preocupa demasiado. Lo que me preocupa es que no se me levante. Afortunadamente, los hombres hemos dado con una forma de eterna juventud. Se llama Viagra”. Así, ambos iban desenredando la madeja de una lógica más hedonista que existencial, y más humana que divina. ¿Para qué la eternidad -parecían argüir- si con ello, no puedo detener el efecto del tiempo?

 

En la Odisea existe un episodio que interrumpe el retorno de Ulises a Ítaca; es cuando la ninfa Calypso seduce al héroe y le ofrece eternidad y juventud a cambio de que se quede para siempre con ella. Odiseo-Ulises no transige, está  empeñado en regresar a Penélope, su mujer, y a su patria. El héroe permanece retenido en una remota isla, mientras logra construir la nave que le permitirá reanudar su viaje. Si la guerra de Troya le había tomado diez años, cree que ya es hora de volver, a pesar de que las incidencias del viaje han constituido una aventura fascinante.

 

Algo parecido leí hace pocos meses. Estaba escrito con esa habilidad tan natural que parece distinguir a la española Irene Vallejo, amiga de utilizar la mitología como su especializada referencia. Era, como ella lo señalaba, “la conmovedora historia de Titono, un troyano que enamoró a Eos, diosa de la aurora, quien incapaz de aceptar que un día su amado moriría, suplicó a Zeus la inmortalidad para su compañero. Sin embargo, atolondrada, olvidó pedir explícitamente que no envejeciera. Mientras Eos permanecía siempre idéntica, dormía junto a un amante cada noche más decrépito, y acabó encerrándolo con llave tras unas puertas doradas. Allí, Titono se arrugó y menguó hasta convertirse en una cigarra cuyo monótono canto es la súplica de (poder) morir”. Así, lo único que la diosa consiguió fue más bien la “vejez eterna” para su amado…

 

Hacia finales del 1800 el irlandés Oscar Wilde, escribió un clásico, “El retrato de Dorian Grey”; este trata del mito de la eterna juventud y de esos pérfidos factores que influencian el alma humana: el hedonismo y el narcisismo. La novela presenta la historia de un apuesto y pretencioso joven cuyo retrato va envejeciendo en la medida que lleva una vida disoluta y alborotada, mientras él conserva su aparente lozanía en la vida real. La obra concluye cuando el joven decide hacer un cambio de vida, aunque por motivos equivocados y, en un exabrupto de ira, decide destrozar el cuadro. Cuando llega la policía, que ha sido alertada de la zarabanda, encuentra el retrato de un hombre joven arrimado al cuerpo arrugado de un viejo decrépito en el que es imposible reconocer a Dorian Grey.

 

Juan Ponce de León, un explorador castellano que probablemente habría venido a América acompañando a Colón en su segundo viaje, fue gobernador de Puerto Rico; desde allí organizó varias expediciones que lo llevaron a descubrir la Península ubicada al norte de Cuba. Como aquello sucedió en Pascua Florida (1513), la bautizó por tanto como península de la Florida. Pisó tierra supuestamente en un lugar cercano al actual cabo Cañaveral. Estaba convencido que en esas tierras se encontraba la mítica fuente de la eterna juventud. Ponce de León habría de terminar sus días a causa de una flecha envenenada. En cuanto al veneno de su propia “flecha”… no se sabe si su eventual carencia le hizo perseguir con tanto afán empresa tan ilusa y obcecada...

 

El disfrute extendido de la actividad sexual (el duradero goce de los “placeres de la carne”) es uno de los mejores regalos que pueda reservarnos, con el paso de los años, la incierta y frágil condición humana. Mi padre, cuya fecundidad era testimonio de sus varoniles arrestos, muy bien lo sabía; y así y sin rubor lo ponderaba; por eso repetía con gracia nunca exenta de picardía: “A mí que me corten la luz, y hasta el teléfono, pero… ¡no el agua!”.


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18 marzo 2022

¿De dónde viene el español? *

 * Por Ricardo Soca

   Tomado de la página de “elcastellano.org”

 

El español no es más que una variedad de latín, que ha evolucionado a lo largo de 1500 años desde la caída del imperio romano. A lo largo de ese tiempo, ha sufrido las más variadas influencias, de los pueblos germánicos, de los árabes y de las lenguas originarias americanas. El latín, junto con el osco y el umbro, pertenece a la rama itálica del indoeuropeo, una lengua prehistórica hipotética hablada hace unos cuatro mil años. Unos dos mil años antes de Cristo, oleadas migratorias procedentes de una zona cercana al Mar Caspio o al Mar Negro llevaron su lengua hacia el este y hacia el oeste, alcanzando por un lado la Bretaña y la Hispania y, por el otro, la India, por lo que se los llamó indoeuropeos.

 

En este largo periplo que duró varios siglos, los migrantes legaron su lengua, que fue cambiando a través de los siglos hasta que en cierto momento los habitantes de diferentes regiones ya no se entendían entre sí y ni siquiera tenían noción del parentesco entre sus idiomas. Los lingüistas dividieron las lenguas indoeuropeas  —cuyas herederas corresponden hoy aproximadamente al habla de la mitad de la humanidad— según el tratamiento de las guturales, considerado como línea divisoria de los hechos dialectales del tiempo prehistórico. La distinción se estableció de acuerdo con la pronunciación del número cien (centum), que es kentum en el primer grupo y satem en el segundo.

 

Los latinos, que obviamente pertenecían al primer grupo, heredaron de los indoeuropeos el carácter sintético de su lengua, con un sistema de declinaciones nominales del cual perdieron, antes de la época clásica, el caso locativo.

 

Muchas palabras del indoeuropeo llegaron directamente al latín y otras fueron tomadas de diferentes lenguas parientes. Así udero (abdomen, vientre) dio lugar en latín a uterus (útero), pero también al griego hysterá (vientre). Análogamente, la raíz indoeuropea pod- (pie) dio lugar en latín a pes, pedis; en germánico a fot, que se transmitió al inglés antiguo hasta llegar al moderno foot en inglés; pied en francés,  piede en italiano, pé en portugués y pie en español, etc.

 

La palabra latina para rodilla, genus, proviene de la raíz indoeuropea genu-, que también dio lugar en inglés a knee, pasando por el germánico knewam, (knie en el alemán moderno). Esta raíz aparece también en el sánscrito janas y, a través del romance, llega al francés genou, al italiano ginocchio y al portugués joelho (de ahí que digamos “genuflexión”. NdE **).

 

La raíz weid- (ver) por su parte, está presente en el griego eidon, en el sánscrito veda, en el germánico wir y en el latín video. En las lenguas modernas, los descendientes de esta raíz prehistórica sobreviven en el español y portugués ver, en el francés voir, en el italiano vedere o en el catalán veure. Todas estas palabras tienen sus correspondientes en sánscrito, idioma que sirvió de puente a los lingüistas entre el indoeuropeo y las lenguas clásicas.

 

 A pesar de la proximidad lingüística que se creía que existía entre el griego y el latín, se sabe hoy que las semejanzas halladas no son diferentes de las que existen entre otras lenguas indoeuropeas y que la gran cantidad de vocablos comunes corresponden más bien a las estrechas relaciones mantenidas por ambos pueblos y el consiguiente trasiego de mercaderes, negociantes y esclavos. Así, los romanos tomaron de los griegos vocablos como balineum, machina, talentum, poena, ancora, purpura, gubernare, etc. Esta última palabra, en griego kybernetikós, fue retomada modernamente para dar lugar también a cibernética.

 

   *  Reeditado para satisfacer el formato de Itinerario Náutico.

  **  NdE: Nota del Editor.

 


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15 marzo 2022

Otra vez, el liderazgo

“Gerenciar tiene que ver con convencer a la gente para que haga cosas que no quiere hacer; mientras que liderar es inspirar a la gente para que haga cosas que nunca se imaginó que era capaz de hacer”.  Steve Jobs.

 

“No sé definir la pornografía, pero la reconozco cuando la veo”, había dicho una vez el juez estadounidense Potter Stewart. Quizá lo mismo se pueda decir del liderazgo, no solo porque el concepto para cada uno es subjetivo, e incluso susceptible a que lo cambiemos de acuerdo a nuestras experiencias, sino que está constituido por diversos elementos que hacen que una sola fórmula no sea suficiente. En otras palabras: ningún liderazgo es perfecto y cada tipo de sociedad o de actividad, incluso de situación, quizá requieran de un tipo de liderazgo diferente.

 

Es probable que la primera referencia, es decir el paradigma más temprano que nos influencie y deje en nosotros huellas, sea el que dejaron en nuestra infancia nuestros propios padres o aquellas personas que estuvieron cerca en la época germinal de nuestra formación, como es el caso de quienes fueron nuestros tutores o maestros. Desde muy temprano en nuestras vidas, habríamos visto en su estilo y actitudes, rasgos e indicios que nos habría gustado imitar o que, por el contrario, nos habría disgustado repetir; se habría tratado, en este último caso, de métodos y actitudes que desde temprano habríamos preferido no imitar.

 

Pudiera decirse, por lo mismo, que hay tantas definiciones de liderazgo como que de personalidades existen. Sé muy bien que esto suena un poco exagerado, pero no estamos hablando de una definición objetiva, sino de lo que a cada uno de nosotros nos parece como más adecuado o preferible. Esto encierra una gran verdad: lo que es bueno o funciona para unos, no necesariamente es bueno ni resulta efectivo para otros. Para empezar, no todos nacen con las mismas aptitudes o con las mismas características para hacerse seguir o para poder dirigir o mandar. Máxime si el concepto que más nos interesa de liderazgo no es precisamente aquél de “ordenar” a otros, sino el de conducir, motivar e inspirar a los demás.

 

La frase de Steve Jobs, contenida en el epígrafe inicial es, en este sentido, elocuente, definitiva y concluyente; no es lo mismo gestionar o administrar que algo tan diferente como liderar. Quizá la confusión derive del sentido castrense y casi bélico que en sus orígenes pudiera haber tenido la palabra liderar. Ser líder, en otros tiempos, implicaba o habría requerido tener una predisposición física adecuada con la tarea que iba a ser encargada; tarea que, a su vez, no partía de la base de una emulación o seguimiento, sino la definitivamente pugnaz del litigio, la lucha o la confrontación.

 

Un día en una reunión, alguien muy díscolo y autoritario sugirió que  se enseñara o se diera entrenamiento a quienes debían mejorar o revisar su forma personal de liderazgo. Sospecho que si alguien no está preparado para ejercer el auténtico, el verdadero liderazgo, puede pasar veinte años "estudiando" lo que es el liderazgo y, lamentablemente, no va a aprender nada. En tal sentido, debería primero redefinir su particular concepto de liderazgo. El liderazgo es, por sobre todo, una forma de dirigir sin hacerse temer, es una forma de actuar que invita a la emulación, es una forma de conducirse que invita a ser imitado. Es un hacerse repetar sin hacerse odiar. La pregunta esta vez no es si el líder nace o se hace. Uno puede nacer con las aptitudes pero no saberlas utilizar en el camino. O puede nacer con limitaciones pero puede encontrar fórmulas para aprender a organizar mejor a los demás y aprender a emplear recursos para saberlos inspirar.

 

Los libros y los estudios pudieran ser de gran ayuda. Al final, es la vida la que nos enseña a conocernos mejor y los viajes los que nos ayudan a conocer el mundo, pero son los libros los que nos ayudan a entender mejor ese mundo y nos permiten, como humanos, interpretarnos en forma debida y entendernos mejor a nosotros mismos.

 

Nota: dedico esta entrada a una de mis últimas “jefes” quien luego de hacerme “bulling”, es decir de hostigarme y acosarme por casi seis meses, tuvo la osadía un día (y el cinismo) de convocar a una reunión, a pretexto de hablar de “clima laboral”; para solo tratar de lucirse y pontificar acerca de lo que para ella era el liderazgo... entonces habló de que otros coaccionaban a sus subalternos y los hostigaban… Estaría por demás decir que nunca me pareció más acertado el espíritu de ese casi olvidado apotegma, aquél que dice: “el burro hablando de orejas”…


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11 marzo 2022

A 500 años de un largo viaje

Decir “en estos mismos días” sería una subestimación. Quizá sería más adecuado decir “en estos mismos meses” o convenir en un “en estos mismos años”. Me refiero al prolongado, proceloso y accidentado periplo que, con el propósito de encontrar una ruta occidental hacia las Islas de las Especias, efectuara la expedición iniciada por Fernando de Magallanes, un 10 de agosto de 1519, en Sevilla. Efectivamente, siguen transcurriendo todavía (nótese el uso del gerundio) los 37 meses que conmemorarían quinientos años de la primera circunvalación del globo, viaje que concluyó con solo una de las cinco naves iniciales, la Victoria, en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, en la boca del Guadalquivir, en septiembre de 1522.

 

Pero hace falta primero desmontar un mito. Cuántas veces no se nos recordó, en nuestras clases escolares de Historia, del temor o recelo de los marineros, hacia finales de la Edad Media, de que el océano estuviera limitado por un insondable abismo, vale decir por una inesperada catarata, cuya presencia podía no ser advertida con oportunidad, especialmente durante las noches, debido a la incierta posibilidad de que la Tierra no fuera esférica, como habría de comprobarse, sino un inmenso disco plano rodeado de una fosa inconmensurable. La verdad es que, absurdo e incomprensible como aquello parezca, existe todavía gente, en pleno siglo XXI, que sigue persuadida de que la tierra es plana en sus distintas dimensiones.

 

Aquél, no es sino el trasnochado discurso de un grupo de “encantadores de incautos” que viven persuadidos de que aquello de la redondez de la tierra es solo una “teoría conspirativa”, su postura ha dado origen al término “terraplanismo”. Por suerte, aquél cuestionado prejuicio no solo sería improbable sino, en la práctica, también inexistente. La redondez de la tierra fue ya propuesta y aceptada por matemáticos, astrónomos y filósofos tan temprano como en el siglo VI a.C. A muy pocos científicos serios se les hubiera ocurrido dudar de esta realidad geográfica, incluso en los albores mismos del Medioevo; esto, aun a pesar de determinadas posturas religiosas muy radicales que pudieron estar vigentes en tan oscuros tiempos.

 

Sugerir que los conatos de insubordinación y descontento, que habrían surgido en el primer viaje de Colón, se debieran a este prejuicio, es no solo falso sino totalmente infundado. Se sabe inclusive que los cuestionamientos que pudieron presentarse a las ideas del Almirante, en las reuniones científicas previas al viaje, nunca estuvieron relacionados con la esfericidad del planeta, que para entonces ya era parte de un general acuerdo, sino tan solo con la verdadera dimensión del globo terrestre, asunto que había sido subestimado -quizá con intención- por el desconfiado navegante en alrededor de una cuarta parte. Se conoce que ya en la antigüedad se había calculado con bastante precisión la real dimensión de la esfera terrestre.

 

De vuelta a la epopeya magallánica, bien vale hacer ciertas reflexiones que la Historia, en sus afanes sintéticos y sinópticos, no siempre ha tratado con cuidado. Esto quizá se deba a que esta casi siempre está escrita con un afán reivindicativo (el suyo ineludiblemente es un propósito geopolítico); contar un viaje de descubrimiento y conquista puede considerarse como una proclama de reclamación de derechos, máxime si -como en el caso del viaje de Magallanes- se trataba de ejercer lo establecido en el Tratado de Tordesillas. Así, un asunto poco comentado son los nombres de quienes lideraron la empresa a la muerte del portugués, antes de la designación de Juan Sebastián de Elcano, y quienes murieron víctimas de su propia curiosidad o, probablemente, debido a su falta de carácter.

 

Se conoce que muerto Magallanes en la escaramuza de Mactán (isla situada frente a Cebu, en las actuales Filipinas), se habrían designado al menos dos nuevos capitanes: Duarte de Barbosa y Joao Serrao (¿Juan Serrano?), además de  Joao López (¿Lópes?) de Carvalho. Los dos primeros habrían estado emparentados con Magallanes -Barbosa era su cuñado y lo había defendido en la revuelta de San Julián-, y eran conocidos como disolutos y díscolos, amigos de buscar aventuras y experiencias sexuales con las aborígenes; ambos fueron muertos a traición en una fiesta en Cebu: no perduraron por inquietos y frívolos. En cuanto a López, no dio la talla por su carácter pusilánime. Fue remplazado por Elcano quien se encargó de preparar las mercancías para el viaje de regreso, el mismo que habría de concluir en Sanlúcar con un total de solo dieciocho hombres.

 

No deberían descartarse otros integrantes apresados en Cabo Verde en el viaje de retorno, y que llegaron más tarde: un total de doce tripulantes. También hubo otros cinco que se separaron en las Molucas y regresaron a España tres años después. Capítulo aparte merece otro personaje, dueño de la probable fama de haber sido el primero en circunnavegar el globo; se trató de un tal Enrique de Malaca (o de Sumatra), esclavo que habría entrado al servicio de Magallanes en 1511, él también habría muerto en la fiesta de Cebu. Considerando su origen y viajes previos, sería realmente el primer individuo, que no Elcano, en dar la vuelta completa al planeta.


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08 marzo 2022

“Kiasu syndrome”

Lo llaman “kiasu syndrome” o síndrome del “kiasu”, vocablo que se usa en Singapur para identificar al niño mimado o consentido. Por extensión, se conoce como kiasu a quien hace ostentoso alarde de tenerlo todo, al pagado de sí mismo. Y no es que los singapurenses (nunca supe si llamarlos singapurianos, singapureños o singapurios) sean gente desordenada, desobediente o díscola; al contrario, integran una sociedad normativamente rígida y bastante reglamentada, tanto que a su ciudad-estado se ha venido a conocer como “The fine city”. No escapará a su intuición que aunque “fine” quiere decir “bien”, también tiene otro significado: multa. Y es que Singapur es un pequeño país asiático que supo saltar al primer mundo gracias a un sistema de obligar a hacer cumplir la ley.

 

Para todo hay multas en Singapur. Su patriarca y primer ministro vitalicio, Lee Kwan Yew, a quien tuve el honor de transportar más de una vez, pronto había descubierto que la única manera de educar a un pueblo de pescadores era por medio de un régimen disciplinario rígido e intransigente. La multa se convirtió entonces en elemento disuasivo y también en seguro profesor. Dejabas sucio el baño público o no tirabas la cadena, multa. Cruzabas la calzada en el sitio que no estaba permitido, multa. Tirabas la colilla de tu cigarrillo en la vereda o arrojabas en la calle un desperdicio, multa. Igualito que en el Ecuador, dirán ustedes; pero la pequeña diferencia era que allá la multa era coactiva, e iba de  200 a 500 dólares por infracción. Sí, ¡Igualito que en el Ecuador!

 

Pero, ¿saben qué?, ¡el sistema funcionaba!, todo el mundo respetaba la cola en las paradas, a nadie se le ocurría botar la envoltura de una golosina en la vereda, los baños públicos eran un paradigma de limpieza y nitidez. Otro asunto importante era la cultura de estacionamiento: siempre en reversa (como método preventivo de seguridad en caso de evacuación urgente o cataclismo) y siempre dentro del espacio señalado; nadie podía utilizar dos espacios a la vez. ¿Alguien se montaba sobre las líneas divisorias?: quinientos dólares. Así que todos ordenaditos. No respetar las normas era ser un “kiasu”, y un soberano pendejo. En un país donde no hacer lo debido es objeto de sanción, hacer algo penado era no solo una contravención, era una forma de aceptar que se era un ingenuo.

 

Para los pilotos que fuimos a volar con Singapore Airlines, fue una gran experiencia vivir en ese querido país. Para nosotros y nuestras familias. Ahora, claro, depende de las respectivas circunstancias personales y familiares y de cómo cada cual maneja su propio proceso de adaptación, pero por lo general fue un país ordenado y limpio, interesante y agradable; y, por sobre todo, muy seguro para vivir. Se podía decir que cualquiera podía caminar solo por la calle a cualquier hora de la noche, sin tener que temer por un asalto o una presencia amenazante e inesperada.

 

Pero,  nada es perfecto. Singapur puede ser muy ordenado, pero el sistema es contradictorio cuando la gente no cae en cuenta que las normas tienen un solo objetivo: lograr la comodidad, bienestar y seguridad de todos. En definitiva, que todo aporta a un fundacional sentido de comunidad. Esto no lo han entendido los “kiasus”, aquellos que están por dejar su lugar de estacionamiento y advierten que alguien está esperando para tomar su espacio… Entonces, ya listos para iniciar su movimiento y partir, hacen como que estuvieran buscando algo. Es su proclama de intención: “Este es mi espacio”, parecen enunciar… Era cuando yo también adelantaba mi vehículo, hasta colocarme justo detrás del suyo; entonces, dejaba encendido el motor, ponía freno de mano, me bajaba del auto, me dirigía al maletero, lo abría y me daba todo el tiempo del mundo mientras yo también buscaba algo inexistente…

 

Pienso en Singapur casi cada mañana, justo cuando cumplo con una de mis inveteradas tareas matutinas: la visita a la panadería. Es allí donde advierto que casi nadie estaciona como es debido, casi nadie utiliza el espacio asignado; unos se montan sobre la línea reservada para el vecino e invaden su espacio (en la práctica, utilizan dos espacios), se estacionan en forma diagonal y, aunque crean que exagero, se “parquean” (como decimos en mi tierra) en absurda forma transversal. Creo que el mensaje que entregan es definitivo y aterrador: “Me importan un comino los demás”, o “Jódanse, ya llegué y yo soy el dueño y señor de todos los espacios”…

 

Definición 1: Kiasu, persona que no se pierde una ganga (un chollo) y cree que se perjudica si no aprovecha la ventaja de un baratillo, una rebaja o una oferta…

 

Definición 2: Kiasu, todo aquel que no ha entendido, o ha olvidado, que el propósito de la sanción no está en la pecuniaria multa, sino tan solo en el inocuo (y gratuito) escarmiento…


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