11 marzo 2022

A 500 años de un largo viaje

Decir “en estos mismos días” sería una subestimación. Quizá sería más adecuado decir “en estos mismos meses” o convenir en un “en estos mismos años”. Me refiero al prolongado, proceloso y accidentado periplo que, con el propósito de encontrar una ruta occidental hacia las Islas de las Especias, efectuara la expedición iniciada por Fernando de Magallanes, un 10 de agosto de 1519, en Sevilla. Efectivamente, siguen transcurriendo todavía (nótese el uso del gerundio) los 37 meses que conmemorarían quinientos años de la primera circunvalación del globo, viaje que concluyó con solo una de las cinco naves iniciales, la Victoria, en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, en la boca del Guadalquivir, en septiembre de 1522.

 

Pero hace falta primero desmontar un mito. Cuántas veces no se nos recordó, en nuestras clases escolares de Historia, del temor o recelo de los marineros, hacia finales de la Edad Media, de que el océano estuviera limitado por un insondable abismo, vale decir por una inesperada catarata, cuya presencia podía no ser advertida con oportunidad, especialmente durante las noches, debido a la incierta posibilidad de que la Tierra no fuera esférica, como habría de comprobarse, sino un inmenso disco plano rodeado de una fosa inconmensurable. La verdad es que, absurdo e incomprensible como aquello parezca, existe todavía gente, en pleno siglo XXI, que sigue persuadida de que la tierra es plana en sus distintas dimensiones.

 

Aquél, no es sino el trasnochado discurso de un grupo de “encantadores de incautos” que viven persuadidos de que aquello de la redondez de la tierra es solo una “teoría conspirativa”, su postura ha dado origen al término “terraplanismo”. Por suerte, aquél cuestionado prejuicio no solo sería improbable sino, en la práctica, también inexistente. La redondez de la tierra fue ya propuesta y aceptada por matemáticos, astrónomos y filósofos tan temprano como en el siglo VI a.C. A muy pocos científicos serios se les hubiera ocurrido dudar de esta realidad geográfica, incluso en los albores mismos del Medioevo; esto, aun a pesar de determinadas posturas religiosas muy radicales que pudieron estar vigentes en tan oscuros tiempos.

 

Sugerir que los conatos de insubordinación y descontento, que habrían surgido en el primer viaje de Colón, se debieran a este prejuicio, es no solo falso sino totalmente infundado. Se sabe inclusive que los cuestionamientos que pudieron presentarse a las ideas del Almirante, en las reuniones científicas previas al viaje, nunca estuvieron relacionados con la esfericidad del planeta, que para entonces ya era parte de un general acuerdo, sino tan solo con la verdadera dimensión del globo terrestre, asunto que había sido subestimado -quizá con intención- por el desconfiado navegante en alrededor de una cuarta parte. Se conoce que ya en la antigüedad se había calculado con bastante precisión la real dimensión de la esfera terrestre.

 

De vuelta a la epopeya magallánica, bien vale hacer ciertas reflexiones que la Historia, en sus afanes sintéticos y sinópticos, no siempre ha tratado con cuidado. Esto quizá se deba a que esta casi siempre está escrita con un afán reivindicativo (el suyo ineludiblemente es un propósito geopolítico); contar un viaje de descubrimiento y conquista puede considerarse como una proclama de reclamación de derechos, máxime si -como en el caso del viaje de Magallanes- se trataba de ejercer lo establecido en el Tratado de Tordesillas. Así, un asunto poco comentado son los nombres de quienes lideraron la empresa a la muerte del portugués, antes de la designación de Juan Sebastián de Elcano, y quienes murieron víctimas de su propia curiosidad o, probablemente, debido a su falta de carácter.

 

Se conoce que muerto Magallanes en la escaramuza de Mactán (isla situada frente a Cebu, en las actuales Filipinas), se habrían designado al menos dos nuevos capitanes: Duarte de Barbosa y Joao Serrao (¿Juan Serrano?), además de  Joao López (¿Lópes?) de Carvalho. Los dos primeros habrían estado emparentados con Magallanes -Barbosa era su cuñado y lo había defendido en la revuelta de San Julián-, y eran conocidos como disolutos y díscolos, amigos de buscar aventuras y experiencias sexuales con las aborígenes; ambos fueron muertos a traición en una fiesta en Cebu: no perduraron por inquietos y frívolos. En cuanto a López, no dio la talla por su carácter pusilánime. Fue remplazado por Elcano quien se encargó de preparar las mercancías para el viaje de regreso, el mismo que habría de concluir en Sanlúcar con un total de solo dieciocho hombres.

 

No deberían descartarse otros integrantes apresados en Cabo Verde en el viaje de retorno, y que llegaron más tarde: un total de doce tripulantes. También hubo otros cinco que se separaron en las Molucas y regresaron a España tres años después. Capítulo aparte merece otro personaje, dueño de la probable fama de haber sido el primero en circunnavegar el globo; se trató de un tal Enrique de Malaca (o de Sumatra), esclavo que habría entrado al servicio de Magallanes en 1511, él también habría muerto en la fiesta de Cebu. Considerando su origen y viajes previos, sería realmente el primer individuo, que no Elcano, en dar la vuelta completa al planeta.


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