29 marzo 2022

Cuaresma no quiere decir cuarenta

Cuando el hermano Fernando nos contó que cuaresma quería decir “cuadragésimo”, porque había cuarenta días entre el miércoles de ceniza y el Domingo de Gloria, debe haber sido para mí toda una epifanía. De modo que para cuando llegué a casa a comentar la inédita revelación y no pude demostrar lo que había descubierto, estoy seguro que ese espíritu de elación debe haberse convertido en un confuso estado de frustración y desencanto.

 

Algo estaba mal, algo en las matemáticas no encajaba. Entre el miércoles de ceniza y el de semana santa (incluido este) ya sumaban cuarenta y tres días, más los cuatro del Triduo Pascual (de jueves a domingo santos) daban cuarenta y siete; y aun si quitaba los dos miércoles y esos últimos cuatro mencionados, me seguía sobrando uno: me daban cuarenta y uno. ¡No podía ser, algo andaba mal!, no podía aceptar que nadie había caído en cuenta. ¿Cómo podían haber incurrido en tan incomprensible error? Recuerdo que regresé a la escuela con mi flamante novedad: existía en alguna parte una evidente equivocación, un definitivo error matemático. Mi chapucera demostración habría de dar paso a que “me adelanten el recreo”… Era la primera vez que me expulsaban de clase.

 

Con el tiempo aprendí que el cuatro habría tenido un significado cabalístico para los hebreos; pudiera decirse que guarismos como 4, 40 o 400 habrían llegado a tener un carácter casi místico para el pueblo judío, sobre todo el cuarenta. El diluvio había durado cuarenta días, cuarenta eran los días que Jesús había permanecido en el desierto de Judea en preparación para iniciar su predicación posterior, cuarenta años había durado la marcha del pueblo israelita por el desierto y cuarenta décadas (cuatrocientos años) había durado la esclavitud de los hebreos en Egipto. No me admiraba, por tanto, que sean cuatro los evangelistas, cuatro los jinetes del apocalipsis y que los días del Triduo Pascual (la pasión, muerte y resurrección del Señor) realmente serían cuatro. Había pues una sugestiva simbología, si no un mensaje, en esas referencias bíblicas.

 

La Pascua de Resurrección (no confundir con la pascua relacionada con el natalicio de Jesús) siempre ha sido considerada como la más importante celebración religiosa para los cristianos. Por mucho tiempo, el cálculo del Domingo de Pascua fue un auténtico dolor de cabeza para los creyentes porque se basaba en el calendario lunar y daba lugar a que se convirtiera en una fiesta móvil que variaba de acuerdo al plenilunio posterior al equinoccio de primavera; bien pudo la Iglesia determinar una fecha fija o un determinado domingo posterior a una fecha específica, pero prefirió complicar un poco la fórmula. En algún momento, y no me extrañaría que hubiese sido en el siglo IV (otra vez el bendito 4) se resolvió que la pascua cayese en el primer domingo después de la primera luna llena posterior al equinoccio mencionado.

 

Este cálculo podría parecer más complicado de lo que realmente es. Para empezar, se trata del equinoccio de primavera en el hemisferio norte, fenómeno que no ocurre en una fecha fija: a veces sucede el 20 y otras el 21 de marzo. Esto acontece cuando la duración del día es igual a la de la noche (equinoccio viene del latín y quiere decir “igual noche”). Existen pues dos factores que son variables para la determinación de la Pascua: el número de días que transcurren entre el equinoccio y el primer plenilunio siguiente (cada lunación –o mes sinódico– ocurre cada 29 días y medio); y el número de días que transcurren entre este plenilunio (que puede ocurrir cualquier día de domingo a sábado) y el domingo siguiente.

 

Por lo mismo, y para el cálculo correspondiente, baste con conocer que para el caso de este año (2022), el primer plenilunio –posterior al equinoccio– ocurrirá el sábado 16 de abril a las 14:55 horas. Esto quiere decir que la celebración de la Pascua ocurrirá el primer domingo posterior: el 17 de abril. Por todo esto, y para comprobar lo que hemos dicho más arriba, les invito a contar los días que transcurrirían entre el miércoles de ceniza (2 de marzo, que lo incluimos) y el domingo 17 de abril. Realmente cuarenta y siete días, ¡que no cuarenta!

 

Es probable que otros cristianos, los llamados ortodoxos, hayan ya caído en cuenta de esta singular discrepancia, que cuaresma no significa cuarenta días. Ellos, en un trámite de contorsionismo lógico, habrían decidido empezar la cuaresma el lunes siguiente al miércoles de ceniza, pero tampoco cumplen con los cuarenta días prometidos… a menos que excluyan el Sábado de Gloria, por interpretar que este no constituye día de expiación. Para el caso de los católicos, se habría acordado una fórmula “conciliatoria”: se habrían excluido los domingos intermedios, por considerar que “no son días de ayuno”… vale decir que los domingos de cuaresma ya no serían parte del cálculo. Además el Concilio Vaticano II habría también excluido los días del Triduo Pascual. ¿Quién entiende?


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